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  • QU DEMOCRACIA EN AMRICA LATINA?

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  • Isidoro Cheresky (compilador)

    QU DEMOCRACIAEN AMRICA LATINA?

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  • ndice

    Prefacio................................................................................................ 9

    Introduccin...................................................................................... 11

    - Mutacin y legitimidad democrtica en Amrica Latina....................... 21

    Isidoro Cheresky: Mutacin democrtica: otra ciudadana, otras representaciones ........................................................................ 23Hugo Quiroga: Repensar la legitimidad democrtica. La opinin pblica en debate............................................................... 55

    -La representacin poltica .................................................................. 83

    Gerardo Caetano y Gustavo de Armas: Poltica, economa, sociedad y ciudadana en el Uruguay de comienzos del siglo XXI............. 85Leonardo Avritzer: Representacin y gobernabilidad en Brasil .............. 131Alberto Olvera: De cmo y por qu la (precaria) democracia mexicana ha ignorado los derechos humanos..................................... 149Aldo Panfichi: El triunfo de Ollanta Humala en Per y las formas emergentes de la representacin poltica ............................................ 173Rodrigo Losada: A propsito de la representacin poltica en el nivel local en Colombia : teora vs. realidad ................................. 191

    -Liderazgos personalistas en Amrica Latina ...................................... 203

    Margarita Lpez Maya y Dinolis Alexandra Panzarello: Populismo, rentismo y socialismo del siglo XXI: el caso venezolano ........................ 205

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  • Fernando Mayorga: Bolivia : populismo, nacionalismo e indigenismo.... 235Carlos de la Torre: Rafael Correa, un populista del siglo XXI.................... 251Osvaldo Iazzeta: Democracia y dramatizacin del conflicto en la Argentina kirchnerista ( 2003-2011).......................................... 281

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  • Prefacio

    Este volumen contiene las contribuciones de los integrantes del Grupo deTrabajo Ciudadana, organizaciones populares y representacin polticadel Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). Versionespreliminares de las contribuciones fueron presentadas en la reunin efec-tuada en Quito con el apoyo de CLACSO y de la Facultad Latinoamericanade Ciencias sociales (FLACSO).

    Esta publicacin refleja la maduracin de los intercambios de larga dataentre los integrantes del Grupo de Trabajo y es el segundo de la serie. El ante-rior Ciudadana y legitimidad democrtica fue publicado en 2011 como re-sultado de las primeras reuniones efectuadas en 2010 en el Colegio deMxico, con el apoyo del Centro de investigaciones sociales de esa entidadacadmica y de la Universidad de Buenos Aires por iniciativa del grupo de in-vestigacin Las Nuevas Formas Polticas.

    De esta manera, las actividades realizadas fueron posibles por el apoyoinstitucional de numerosas instituciones y en particular de la Secretara Ge-neral deCLACSO.

    La factura de este volumen n particular debe un reconocimiento al Licen-ciado Leandro Eryszewicz, quien colabor en la recoleccin de las contribucio-nes, su revisin y ordenamiento, as como en todo lo relativo a su publicacin.

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  • Introduccin

    Isidoro Cheresky

    Una perspectiva histrica sobre los avatares de la democracia en elmundo congela la tentacin de rotular de excepcional la evolucin presentey en particular en Amrica Latina. La democracia ha conocido mutacionessignificativas e incluso estas sociedades renegaron de esa forma de sociedaddurante perodos prolongados.

    Sin embargo, persiste el interrogante, cual es la magnitud y el sentido delos cambios a los que asistimos actualmente? Buena parte de la reflexin con-tempornea esta signada por la perplejidad ante ellos. Se trata acaso de unaconsiderable ampliacin de la democracia con la reduccin a su mnima ex-presin de gobiernos de facto en provecho del voto como recurso inapelablepara gobernar, de incorporacin creciente de los hasta ahora excluidos, deun sentido de los derechos y la igualdad ciudadana ms profunda, de unaefervescencia de la reflexividad, por sobre las convenciones, y de las deman-das de justicia ? Pero, por otra parte, quienes reconocen los cambios apunta-dos y an quienes los relativizan objetan la calidad de la democracia en unoscasos y su desnaturalizacin en otros: no nos encontramos acaso tambinante una conmocin que altera las formas tradicionales de la institucionali-dad democrtica, es decir debilitamiento de los partidos polticos y otrasformas de mediacin social en provecho de liderazgos de popularidad queprocuran establecer vnculos de representacin directa con la ciudadana?sta a la vez parece sustraerse a las identificaciones pblicas y se instala en ladesconfianza ante instituciones y lderes. Los crticos de la evolucin quetrastorna el formato clsico consideran a los regmenes de pretensin refun-dacional instalados en algunos pases andinos como la ilustracin de esa ten-dencia a la degradacin del rgimen poltico y esperan un retorno a lainstitucionalidad republicana.

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  • En este volumen se presenta el debate en torno de las divergentes pers-pectivas para tratar la evolucin contempornea. En todo caso, un punto departida es el de apreciar a la envergadura de la mutacin a la que asistimos.

    Debe tenerse en cuenta el contexto internacional que ha contribuido a ex-pandir la mutacin democrtica. Si a fines del siglo XX el mundo favorecipolticas que indujeron en algunos casos no en todos, pues las tendenciasgenerales se modulan segn las polticas nacionalesel estancamiento, el ini-cio de este siglo se acompa de una demanda internacional de productosprimarios y en algunas casos de flujos de inversiones que redundaron tam-bin de modo variable segn las condiciones y polticas nacionales en altastasas de crecimiento. El giro a la izquierda en muchos de los pases de la re-gin y el fortalecimiento del rol del Estado incluso mas all de la vocacin re-fundacional aludida, fueron favorecidos por el viento a favor proveniente delmundo,pese a las crisis mundiales que desde 2008 atenuaron el crecimiento.Estados con recursos facilitaron polticas redistributivas que acompaaron enalgunos casos reformas significativas, en provecho de los desfavorecidos y deminoras que reclaman reconocimiento y atencin.

    Polticas reformistas y otras que se proclaman de intencin revoluciona-ria (socialismo del siglo XXI, nacin multitnica, revolucin ciudadana) se lle-varon adelante en un contexto de conflictividad intensa en algunos casos,pero mitigada sta por un crecimiento continuo que permiti justicia socialinmediata (es decir, no siempre acompaada de un impulso al desarrollo fu-turo y de reformas estructurales progresistas) y por el enraizamiento de la de-mocracia electoral. Estas polticas reformistas en sentido amplio son asumidaspor gobiernos que no se inscriben perfectamente en la divisoria de aguas entreizquierda y derecha. En Amrica Latina ha habido un giro a la izquierda,perotambin una universalizacin de principios de justicia que relativiza las distin-ciones clsicas, de modo tal que el combate contra la pobreza e incluso polticaspblicas de salud y educacin de signo igualitario suelen ser enunciadas porlos principales actores de las escenas polticas nacionales.

    Persiste por cierto la distincin entre concepciones que atribuyen centra-lidad al rol del Estado y otras ms confiadas en mercados pocos regulados.Pero han cobrado relieve nuevos debates y divisorias de aguas en torno delgrado de republicanismo del Estado, es decir a la medida en que existen r-ganos institucionales de deliberacin, decisin y control administrativo, poroposicin a la identificacin del Estado con el lder decisionista encarnador

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  • de la voluntad popular, y tambin se ha prestado creciente atencin a que losestados proveedores de bienes no acompaen el alivio a la exclusin y la ca-rencia, con el sometimiento a redes de opresin clientelistas. Respecto de laseconomas extractivas y ms en general a las polticas desarrollistas proliferancuestionamientos arguyendo que no tomaran en consideracin ni los recla-mos ecologistas ni los deseos de las poblaciones ms directamente afectadaspor proyectos industrialistas. En otras palabras, son tiempos de actividadciudadana y las reformas no han dado lugar simplemente a nuevos alinea-mientos. Decisiones que pueden ser un progreso para una perspectiva sonvistas desde diferentes puntos de vista, incluidos los del cuestionamiento agobiernos o poderes que se atribuyen una capacidad providencial que les de-bera eximir de la crtica o eventualmente del reemplazo legal.

    Aunque pueden discernirse tendencias generales deberan constatarseal parecer de este compilador una diversidad de configuraciones demo-crticas diferentes y por consiguiente conflictos y desafos especficos encada caso nacional, que aparecen ilustrados en las contribuciones de este vo-lumen.

    La paradoja mencionada precedentemente entre expansin de la igual-dad democrtica y prcticas polticas informales con ejercicio del poder con-centrado y decisionistase percibe en las tendencias generales de la evolucinpoltica contempornea.

    La ya mencionada rehabilitacin de un rol central del Estado como regu-lador y como emprendedor va a la par de la desinstitucionalizacin. Se pue-den discernir dos dimensiones de esta tendencia.

    Una concierne a la desinstitucionalizacin favorecida por el fin de la so-ciedad industrial y la consiguiente desestructuracin del mundo de trabajo,y por la expansin del individualismo. La autonoma ciudadana deriva deldebilitamiento de las pertenencias, implica un espacio de individuos y parti-cularismos caracterizados por la informalidad y la fluidez en las identidades.En consecuencia las formas organizadas, partidos, sindicatos, asociaciones dediferentes naturaleza perviven, pero el encuadramiento de sus miembrosreales o virtuales es laxo o inexistente.

    Se ha sostenido que esta tendencia comportaba un repliegue de los indivi-duos contemporneos en el mbito privado, y en algunos casos esta deriva-cin se ha constatado. Pero lo ms caracterstico y frecuente es precisamenteuna afirmacin de la autonoma ciudadana en la propensin de grupos e

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  • individuos a actuar pblicamente con espontaneidad y eventualmente a au-torepresentarse. La espontaneidad no debera pensarse, como ha sido el casoen el pasado con las identidades sociales, como si hubiese una esencia o sus-tancia de lo social que en ciertas circunstancias emerge. Se trata en cambio deindividuos ciudadanos cuyas cambiantes preferencias e identidades son tri-butarias de una diversidad de influencias, siendo la representacin polticainstitucional una de ellas. Otras representaciones se conforman conectadascon corrientes de opinin o legitimidades varias, institucionales (la magis-tratura, la moral/religiosa, la cientfica o intelectual) o individuales; y enton-ces la opinin pblica o ciudadana que no deja de estar dividida, pues estatensin es lo que le da vida, proyecta sin embargo expresiones de intensidadmovilizada que se expresan o figuran en el espacio pblico y suelen pesar deun modo preponderante (aun no siendo necesariamente mayoritarias en tr-minos cuantitativos) en las decisiones.

    Simultneamente, se han configurado o han emergido identidades par-ticularistas que reclaman el reconocimiento de una diferencia y los consi-guientes derechos; en diferentes contextos la desafeccin por la identidadescolectivas tradicionales junto a la proliferacin de particularismos ha llevadoa calificar el panorama en trminos de fragmentacin social.

    Este sustento ciudadano de lo que denominamos democracia continuatiene su figuracin legal en el electorado pero, mas all de esa consagracinde representantes, la voluntad popular se traduce en una gama de repre-sentaciones que va desde las encuestas de opinin hasta los vetos y estallidosorientados a influir o a bloquear las decisiones legales. Las tradicionales ex-presiones sensibles de la protesta, las huelgas, permanecen como una moda-lidad de un repertorio muy amplio de accin cuya expresin novedosa hacedos dcadas fue el piquete con bloqueo de rutas o lugares pblicos y ms re-cientemente es la accin pblica concertada con frecuencia como resultadode una convocatoria sin sujeto identificable realizada por medio de las redessociales de Internet. Estas pesan doblemente, por su misma realidad virtual(nmero de seguidores de un sitio o de un lder, lo que en ellas se expresa) opor ser fuente, por fuera del espacio meditico, de protestas o boicots. Esta di-mensin de la desinstitucionalizacin referida sobre todo a la des corporativi-zacin y el debilitamiento de las pertenencias en la sociedad puede conllevarun incremento de la libertad poltica. No es acaso lo que sucede cuando lamovilizacin ciudadana desautoriza gobiernos en los actos que considera

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  • ilegtimos y que en algunos casos llevaron a los gobernantes a desistir de pro-yectos o incluso precipitaron el abandono anticipado del poder? El incre-mento de la libertad poltica, el concebir que el vnculo representativoelectoral no es una cesin completa de soberana conduce a admitir que el r-gimen democrtico es inestable. Pero, cules son los lmites dentro de loscuales es admisible la contestacin del poder surgido de las urnas? Cual esla demarcacin que permite distinguir entre la preservacin de un orden p-blico que evite el caos y la confrontacin civil, y la legitimidad de una protestaciudadana que juzga los gobernantes y puede conducir a su deslegitimacinal punto de provocar la incapacidad de gobernar?

    El tema de la gobernabilidad ha estado a la orden del da, pero con fre-cuencia con la pretensin de pensar cmo contener la expresin ciudadanainformal confinndola al acto electoral. Esta modalidad de concebir la gober-nabilidad y el orden pblico no parece corresponder a los tiempos presentes.No porque cualquier evolucin de la opinin pblica requiera por razonesde oportunidad acomodamientos a ella, sino porque la evolucin en la quealternan reconocimiento de poderes legales y cuestionamiento de la legiti-midad de sus decisiones puede considerarse una transformacin aceptablede la democracia.

    Una lnea de reflexin sobre los nuevos requerimientos de un orden pblicopuede ser el de la reformulacin institucional que prevea formas de renovacinde la representacin adaptadas a las caractersticas contemporneas del sobe-rano. Otra lnea es la de admitir que la poltica democrtica no est contenidaenteramente en los canales institucionales y en verdad cada vez menos. Este re-conocimiento del riesgo democrtico parece realista. Podemos constatar quela protesta informal que llama nuestra atencin se ha expandido, pero general-mente no en vistas a crear una alternativa al poder legal; los desafos o los vetosson generalmente acotados. Esta protesta informal usualmente ha conducidoa equilibrios imprevistos y en la medida en que se preserve la libertad poltica,no debera pretenderse un ordenamiento normativo que utpicamente con-temple todas las eventualidades. Si las instituciones son reguladoras, no pue-den pretender ser ordenadoras en el sentido disciplinario y punitivo deltrmino. De modo que la poltica democrtica tiene un sesgo de inestabilidad,pero ello no implica necesariamente fragilidad o ingobernabilidad.

    Los recursos institucionales ms afines a la expansin de la informalidad ciu-dadana, como el referndum o la consulta popular han sido poco empleados,

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  • quiz porque en general el sistema representativo, es decir gobierno y oposi-cin, son pocos afines a los riesgos de estas innovaciones, que sin embargoestn contempladas en las constituciones de varios pases.

    La autonoma ciudadana puede por cierto ya no comportar el albur de uncuestionamiento generalizado de decisiones de gobierno, sino el de otraclase de ingobernabilidad resultante de la multiplicacin de demandas par-ticulares, algunas de ellas contradictorias entre s. Esta sociedad desagregadasera la de la postpoltica o de la impoltica.

    La otra dimensin de la desinstitucionalizacin concierne al gobierno yal Estado. En buena medida ella es consecuencia de la desinstitucionaliza-cin y fluctuacin ciudadanas. La escena poltica esta constituida por lderesde popularidad cuyo poder se deriva de una relacin directa con la ciudada-na. Ellos pueden encarnar tradiciones polticas reinterpretadas, o bien unmovimiento generalmente heterogneo que ha irrumpido en el contexto deuna crisis de representacin. Gozan de la libertad que les permite un ejercicioconcentrado y decisionista del poder pues si tienen lazos con organizacionespolticas que han contribuido a su acceso al poder, estos son laxos y no cons-tituyen un encuadre que los limite o los obligue a consultas. Otros represen-tantes electorales (particularmente los legisladores, pero tambin lderes quepueden gozar de popularidad local aunque dependen de la locomotora elec-toral nacional y tambin de las decisiones administrativas del poder central)tienden a subordinarse al liderazgo de popularidad nacional, sobre todo sipertenecen a un movimiento que gobierna y el lder en consecuencia es elpresidente.

    Pero los lderes de popularidad son frgiles en cuanto estn a merced dela reproduccin de su legitimidad. Si el partido o el bloque parlamentario noconstituye una traba a sus decisiones, s en cambio lo es la protesta social y elestado de la opinin medida por las encuestas. Casi todos los gobiernos de laregin, incluso ms all del carcter personalista del liderazgo, han encon-trado su principal desafo en movimientos de sociedad de diferentes natura-lezas, y no en las oposiciones poltico partidarias, con frecuencia dispersas.

    Este personalismo extremo en el sistema representativo tiende a debilitarla institucionalidad estatal. El sistema judicial, en cuya composicin inter-vienen los otros poderes, tiende a ser colonizado por el poder presidencial.La administracin del Estado y los poderes provinciales y locales son per-meables a la autoridad presidencial, y ello ha sido tanto ms as cuanto que el

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  • crecimiento econmico de la primera dcada del siglo ha permitido atribuir,con frecuencia discrecionalmente, los fondos pblicos a disposicin de losejecutivos nacionales.

    De modo que la desinstitucionalizacin a nivel estatal ha favorecido unejercicio del poder decisionista, es decir que lo que se decide no suele estarprecedido por una argumentacin y una deliberacin pblicas. No existen oson dbiles las instancias en que las partes interesadas o afectadas por las po-lticas pblicas sean escuchadas.

    El control administrativo de las acciones de gobierno se halla tambin de-bilitado. Con frecuencia recomendaciones de organismos de vigilancia o aundecisiones de justicia son ignoradas o sorteadas por el Ejecutivo.

    La reinstitucionalizacin republicana afn a la vigencia del Estado de de-recho est a la orden del da; con frecuencia la dificultad es que se trata de im-pulsar reformas institucionales que democraticen el Estado haciendo vigentepara todos los derechos constitucionales y la ley. Pero estos mismos aparecencuestionados como parte de un dispositivo legal destinado a proteger y con-servar privilegios.

    El interrogante sobre qu democracia? ha cobrado actualidad con lairrupcin de los ya mencionados procesos refundacionales o de intencionesrevolucionarias. Estos regmenes se han sustentado en una movilizacin po-pular de intensidad variable, pero respaldada electoralmente por ampliasmayoras y se ha traducido en reformas nacionalistas y polticas sociales sig-nificativas que han trastocado el ordenamiento poltico con exclusin socialque les precedi.

    Los actores polticos del pasado perdieron predicamento y se marginali-zaron. Los nuevos regmenes no slo han introducido reformas que enraiza-ron el apoyo popular sino que han establecido una dinmica de accinpermanente ante la cual las oposiciones tienen dificultad en hacer pie y pre-sentar alternativas consistentes y slo cuando los rasgos autoritarios en elmodo de gobernar de los nuevos lderes y las decisiones arbitrarias concitanmltiples descontentos, se perfila una unidad de rechazo o negativa paradesafiar esa hegemona.

    Estos regmenes plantean un dilema para el pensamiento democrtico.Las reformas democrticas que se han producido son efectivas: inclusin so-cial, redistribuciones de bienes, reconocimiento de identidades otrora mar-ginadas o reprimidas. El Estado ocupa un rol central de regulacin y aunque

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  • puede achacrsele el mencionado dficit republicano, su expansin ha idoen desmedro de los poderes fcticos tradicionales de la economa y de las cor-poraciones. Pero qu decir de reformas sociales y del fortalecimiento de losbienes pblicos que advienen por fuera de una mejora de la democracia en-tendida como una comunidad poltica deliberativa y participativa de las de-cisiones sin tutelas ni amos providenciales?

    No pueden ignorarse los cambios significativos que se han operado conesos regmenes y con otros de vocacin progresista ms convencional, nipuede pensarse un futuro en esos pases sin tener en cuenta esos logros. Perotambin debe tenerse en cuenta que estos procesos configuran nuevas tradi-ciones que conciben las reformas sociales como si se tratara de logros cuya ma-terialidad puede disociarse del modo en que se alcanzan y de la medida en quese trata o no de derechos y, en consecuencia, de si cuentan con actores y rela-ciones sociales que los sustenten. Esos logros pueden en efecto sedimentaruna tradicin impoltica consistente en la atribucin administrativa de bienescomo provisiones, y en consecuencia estar asociados con los poderosos quelos otorgan o con los depositarios de un saber tcnico que permite generarlos.

    Un discurso implcito en los demcratas que sostienen o justifican a losregmenes refundacionales en la modalidad de ejercer el poder apuntadatiende a calificar lo social, la mejora de las condiciones de vida, como un apriori de la democracia, y en consecuencia, a considerar el modo aluvionalde esos procesos como un momento inicial al que seguira una estabilizacin,en una comunidad poltica acorde con las reformas nacionalistas y redistri-butivas.

    Y por cierto el acceso a bienes bsicos es un requisito de la condicin ciu-dadana sin el cual no se puede esperar la insercin de todos en la comunica-cin poltica y el libre ejercicio de los derechos polticos; pero ese acceso nopuede ser considerado un a priori temporal sino un logro signando culturale histricamente por otra parte, y no simplemente medible en quantum decaloras o de otro acceso a tales o cuales bienes del propio proceso de cons-truccin democrtica.

    De modo que las reformas de signo nacional y social no constituyen unaagenda determinada objetivamente, sino derivada de la deliberacin de cadasociedad y de sus capacidades de emprenderlas colectivamente teniendo encuenta las colisiones y pugna de derechos no slo entre el pueblo y los pode-rosos, sino en cada sociedad en su diversidad. Que la accin poltica sea obra

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  • de la comunidad habilita entonces procesos que no estn confiados a van-guardias o lderes personalistas no se trata de que ellos no sean partcipesdel proceso poltico, sino de qu lugar ocupan en l y regula y limita eladvenimiento inevitable de nuevos privilegios y formas de distribucindesigual del poder. Los regmenes que han impulsado en Amrica Latina eldar vuelta la hoja sobre el pasado e insinuar un nuevo inicio nacional, handado tambin origen a dirigentes que constituyen una elite con vocacin demantenerse en el poder y entrelazados por una trama de lealtades e intereses.Las elites de renovacin o de revolucin impulsan la abrogacin de hecho deinstituciones y leyes; de lo que se trata es de evitar que la ruptura que se haproducido en esas sociedades y la consiguiente excepcionalidad no devengaun estado permanente con una cuasi encarnacin del mando en el lder ini-ciador y su entorno.

    Los interrogantes que suscitan los regmenes refundacionales son exten-sivos a procesos de cambio de menor radicalidad aparente y a los desafiantesque aspiran a gobernar acompaando el proceso de grandes cambios en quese halla sumida la regin.

    Las reformas de diferente naturaleza que se han evocado llevan la refle-xin en dos direcciones. Los procesos impulsados por lderes de populari-dad o como algunos prefieren designarlos los nuevos populismos, secaracterizan por la concentracin del poder, una relacin directa, sin media-ciones, del liderazgo con la opinin y en paralelo un movimiento de adeptos,recurso de intensidad poltica muy importante para compensar los vaivenesde la popularidad. Las caractersticas apuntadas son las de la informalidad,la relacin entre sus componentes es fluida. Por ello estos procesos han sidocaracterizados como involucrados en una campaa permanente, podramosdecir de pueblo en acto ( pueblo movilizado en los actos, pueblo audienciade las alocuciones presidenciales). Mas an que en otros procesos, en stosla legitimidad est en juego en el da a da.

    Pero estos rasgos constituyen un rgimen poltico novedoso? Es decir,se perfila, como algunos pretenden, una alternativa a la democracia repre-sentativa?

    Un poder semiencarnado como el descrito encierra la posibilidad de unaderiva autoritaria. La elite gobernante en caso de debilitamiento de la popu-laridad o de acefala presidencial podra aspirar a dar continuidad al rgi-men por fuera de la consagracin electoral. En algunos casos, la refundacin

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  • poltica ha procurado constituir un aparato de Estado afn en el mbito eco-nmico, en la justica y en las Fuerzas Armadas y darse una base de poder po-pular incondicional. Pero, hasta ahora, la experiencia indica que la rupturacon la dimensin electoral/representativa de la democracia no ha sido viablepues estos principios estn muy arraigados.

    Una evolucin verosmil es la de la asimilacin a la mutacin democrticaa la que se ha aludido precedentemente. Una democracia continua en que lospresidentes y representantes surgidos de las urnas gobiernen con esa legiti-midad, pero estn compelidos a atender una actividad ciudadana que va msall del acto electoral. Esta democracia mutada con una columna en el actoelectoral y otra en las representaciones y acciones en juego en el espacio p-blico podra contener las diferentes formas de sedimentacin de la demo-cratizacin fundacional y a la vez favorecer su democratizacin. Es decir,llevar la conflictividad resultante de las reformas fundacionales a modalida-des no antagnicas. Ello supone comunidades polticas divididas, pero node un modo sustancial y definitivo, teniendo un marco institucional comnque permita la resolucin al menos provisoria de sus enfrentamientos y po-sibilitando realineamientos cambiantes.

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  • MUTACIN Y LEGITIMIDAD DEMOCRTICAEN AMRICA LATINA

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  • Mutacin democrtica: otra ciudadana, otras representaciones*

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    El interrogante sobre la democracia de nuestro tiempo se extiende en pa-ralelo a la experiencia de los contemporneos: los principios de igualdad y li-bertad se difunden por doquier e incluso la fraternidad (o solidaridad), sinque por ello pueda asegurarse su predominio. Pero cada vez ms sociedadesajenas a esa tradicin son involucradas y cada vez ms el tejido convencionalde nuestras sociedades es alcanzado por esos principios. Podemos recono-cer la continuidad de la democracia en la preservacin de sus principios ca-ractersticos, pero estos estn en curso de adoptar un giro. La vida ciudadanaesta signada por la fluidez en las pertenencias. Ello tiene un registro sociol-gico pues los bienes que se producen desde los alimentos y las vestimentas,los vnculos sociales y comunicacionales,hasta las tecnologas de la comuni-cacin meditica y poltica, no son los mismos y no los son tampoco losmodos de producir. Pero esa fluidez, el individualismo extendido y sustentadoen una conciencia de derechos, la emergencia, reemergencia y reconfiguracinde grupos particularesque reclaman por la exclusin, las carencias o por el res-peto de sus particularidades culturales generan una sociabilidad cambiante yconflictiva1. En consecuencia, las instituciones heredadas se debilitan o fene-

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    * Se retoman argumentos inicialmente expuestos en Representacin poltica y contrademocracia(2011). El licenciado Santiago Battezzatti y la licenciada Andrea Pereyra Barreyro estuvieron acargo de la revisin tcnica de este artculo.** Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires (UBA). Consejo Nacional de Inves-tigaciones Cientficas y Tcnicas (CONICET). Argentina.1 A. Giddens (1999) sostiene que los modernos han roto los carriles que condicionaban a nuestrosantepasados. Segn esta perspectiva, la reflexibilidad de los modernos y en particular de los con-temporneos, hace a stos los gestores del mundo que habitan, pero les requiere estar decidiendopermanentemente sobre esa construccin de la realidad. La particularidad del mundo social, es

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  • cen y las constituciones son revisadas o completamente rehechas en vistas areflejar la nueva forma de sociedad.

    Hacemos hincapi en la reconfiguracin de la forma de sociedad la demo-cracia mutando a un nuevo momento, cuyo signo inmediato es precisamentela fluidez en la formas:el continuo proceso de institucin y desinstitucin sus-tentado en primer lugar en la expansin del principio igualitario que subviertela dimensin aristocrtica del rgimen poltico. En otras palabras el rgimenmixto igualdad democrtica/privilegios de elitesvera alterado su equilibrio;no significa que su doble signo fuese a desaparecer, pero est ahora sujeto a unatensin que acarrea una reformulacin permanente como resultado de la ex-pansin igualitaria.

    Pueden indicarse algunos hitos en las ambivalencias de la expansin delprincipio igualitario y en la reflexin sobre ellas, que pueden dar luz a la com-prensin de los cambios actuales.

    En el momento de las fundaciones democrticas A. De Tocqueville perci-ba una propensin inherente al principio democrtico: que la igualacin decondiciones llevase a una suerte de ensimismamiento de los individuos en loprivado y lo particular que acarrease el abandono de la vida pblica y posibi-litara un nuevo despotismo, en otras palabras que se instalara un rgimenpoltico con igualdad formal, libertad individual para proseguir los planes devida y a la vez consagracin de una sociedad postpoltica gobernada por unamo protector (Tocqueville, 1981). La igualacin de condiciones significaque las diferencias sociales ya no son percibidas como naturales y que los lu-gares de los individuos no estn asignados definitivamente por la cuna. Esdecir, la legitimidad y en consecuencia el dominio fundada en la estirpe, lasangre o la pertenencia familiar se halla desacreditada por la emergencia deuna nueva representacin del mundo. Afirma Tocqueville: No se ha visto deningn modo sociedades en que las condiciones fuesen tan iguales, que nose encontrase en ellas ni ricos ni pobres; y, en consecuencia, amos y servido-

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    que ste se halla permanentemente transformado puesto que el discurso sociolgico y cientficoingresa permanentemente en los contextos que analiza transformndolos. La reflexin de la vidasocial moderna consiste en el hecho de que las prcticas sociales son examinadas constantementey reformadas a la luz de nueva informacin sobre esas nuevas prcticas, que de ese modo alterna sucarcter constituyente. Pero este conocimiento del mundo actual contribuye a darle a ste un ca-rcter cambiante e inestable. Este rasgo de la modernidad puede ser captado en toda su magnitudsi nos percatamos que se funda en el resquebrajamiento de los dos pilares que fueron en el pasadocaractersticos de la condicin humana: la naturaleza y la tradicin.

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  • res. La democracia no impide que estas dos clases de hombres existan; peroella cambia su espritu y modifica sus relaciones2. Pero la igualdad es un re-ferente simblico, poderoso ordenador de las relaciones sociales, lo que setraduce en una formulacin de pertinente actualidad. En vano la riqueza yla pobreza, el comando y la obediencia ponen accidentalmente grandes dis-tancias entre dos hombres, la opinin pblica, que se funda en el orden co-rriente de las cosas, los aproxima del nivel comn y crea entre ellos unasuerte de igualdad imaginaria, a despecho de la desigualdad real de sus con-diciones ( Tocqueville, 1981). Este vnculo imaginario es el sustento de larevolucin social democrtica cuya marcha considera Tocqueville comoirresistible. Pero detecta en el principio que la anima una ambivalencia, poruna parte el impulso a la independencia y a la indocilidad que aunque puedederivar en anarqua es lo que inclina a la independencia poltica, por otraparte el riesgo de la cada en la servidumbre, es decir en una igualdad de con-diciones recluida en las aspiraciones privadas al bienestar que conlleve elabandono de los asuntos pblicos y en consecuencia acarree el sometimientoa un amo protector3.

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    2 Cuando las condiciones son casi iguales, los hombres cambian permanentemente de lugar; haytodava una clase valet y una clase de amos; pero no son siempre los mismos individuos, ni sobretodo las mismas familias que lo componen; y no hay ms perpetuidad ni en el comando ni en laobediencia (Tocqueville, 1981).3 Pienso entonces que la especie de opresin que amenaza a los pueblos democrticos no se parecea nada de lo que ha precedido en el mundo; nuestros contemporneos no podran encontrar la ima-gen en sus recuerdos. Yo mismo busco en vano una expresin que reproduzca exactamente la ideaque me formo y la contiene; las antiguas palabras de despotismo y de tirana no convienen en ab-soluto: La cosa es nueva, debemos tratar de definirla, dado que no puedo nombrarla. Quiero imaginar bajo qu rasgos nuevos el despotismo podra producirse en el mundo: veo unamultitud incontable de hombres semejantes e iguales que giran sin descanso sobre ellos mismospara procurarse pequeos y vulgares placeres, con los que llenan su alma. Cada uno de ellos, apar-tado, es como un extrao al destino de los otros: sus hijos y sus amigos particulares forman para ltoda la especie humana; entretanto en lo que hace a su conciudadanos, l est a su lado, pero no losve; los toca pero en absoluto los siente; no existe sino es en s mismo y solo para l, y, si le queda to-dava una familia, puede decirse al menos que no tiene ms patria.Encima de aquellos se eleva un poder inmenso y tutelar, que se encarga slo de asegurar su goce yde velar por su suerte. Es absoluto, detallado, regular, previsor y suave. Se parecera a la potenciapaterna si, como ella, tuviese como objeto preparar los hombres para la edad viril; pero busca porel contrario fijarlos irrevocablemente en la infancia (), subrayando ms adelante la ambivalen-cia de las pasiones democrticas: Nuestros contemporneos son trabajados incesantemente pordos pasiones enemigas: sienten la necesidad de ser conducidos y las ganas de permanecer libres.No pudiendo destruir ni uno y otro de estos instintos contrarios se esfuerzan por satisfacer ambosa la vez ( Tocqueville, 1981).

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  • Expresa as el temor liberal a la expansin del poder del Estado en detri-mento de la libertad de los individuos, pero tambin debe verse en su prosauna premonitoria sensibilidad a un aparato de Estado, y a corporacionesagregaramos en una perspectiva contempornea, que concentren decisio-nes con el teln de fondo de una ciudadana desinteresada de sus acciones.

    Ms de un siglo y medio despus, una pensadora contempornea, Domi-nique Schnapper, ha formulado un diagnstico sobre la sociedad actual, a laque califica de democracia providencial, retomando el argumento segn elcual la pasin por la igualdad puede acarrear el ensimismamiento de los in-dividuos. Para esta pensadora la decadencia del espritu republicano, enotros trminos del sentido de pertenencia a una comunidad poltica, estilustrado por la propensin a la autorrepresentacin. El individualismo de-mocrtico, traducido en la multiplicacin de derechos y en la consiguientemultiplicacin de los particularismos (minicolectividades) ira en detri-mento de la representacin poltica y del reconocimiento de la autoridad:del mismo modo() el individualismo debilita las instituciones nacionalespor las cuales estaba tradicionalmente asegurada la integracin de la socie-dad. La crisis de legitimidad no concierne solamente a las instituciones pol-ticas sino a todas las instancias sociales. Que se trate de la Escuela, la Iglesia,de los Sindicatos o de los grandes servicios de la nacin, ninguna institucinejerce ms una autoridad que se imponga por s misma y concluye: La au-toridad no es nunca definitiva, siempre debe conquistarse (Schnapper,2000)4. En este sentido, Schnapper advierte tambin una consecuencia so-cial del debilitamiento institucional: Las instituciones fuertes protegen a losms dbiles (Schnapper, 2000).

    En la vida poltica el debilitamiento caracterstico es la declinacin de latrascendencia republicana. En esas condiciones la representacin polticaslo podra aspirar a devenir el medio de expresin de las necesidades eidentidades de los individuos y no a elaborar la voluntad general (Schnap-per, 2002)5. Pero en verdad esta representacin est desacreditada incluso

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    4 Y las consecuencias de una legitimidad que es cada vez puesta en juego son explcitas: Los indi-viduos se atribuyen el derecho de no aceptar las instituciones en tanto tales, de apreciar su legitimi-dad, de juzgar caso por caso si las normas que ellas establecen deben ser obedecidas (Schnapper,2000).5 () la poltica tiende, de ms en ms, a gestionar las relaciones cotidianas entre los hombres y noa alcanzar una manera de vivir juntos (Schnapper, 2002).

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  • para expresar las demandas pues su pretensin de acreditar mritos y virtu-des que le seran propias, en las condiciones contemporneas, carece de cre-dibilidad. En consecuencia, El homo democraticus tiende a pensar que nopuede ser representado si no es por s mismo. La fluctuacin del voto, la de-clinacin de la identificacin con los partidos seran un sntoma de la volun-tad del individuo democrtico de expresar su eleccin personal, de juzgar laspersonas y de rechazar la oferta poltica que se le propone () No sigue ne-cesariamente las consignas de voto del partido del que se siente ms pr-ximo (Schnapper, 2002)6.

    De modo que la mutacin contempornea de la democracia podra serconsiderada como un retorno a los orgenes y como el fin de un parntesis.Al menos si se adopta la perspectiva del liberalismo atomista de BenjaminConstant quien en las primeras dcadas del siglo XIX sostena que lo propiode los modernos a diferencia de los griegos de la antigedad era el goce dela libertad individual, siendo el gobierno una suerte de tarea de gestin de-legada a fin de permitir el disfrute pleno de esa libertad privada. Pero, pese aesos pronsticos, durante largo tiempo la poltica no fue desplazada por laadministracin. En Occidente, la conflictividad social aliment el surgi-miento de las socialdemocracias y luego de partidos comunistas, de formatal que las escenas polticas estuvieron signadas por la conflictividad, e in-cluso por la mutacin totalitaria o su amenaza con el advenimiento del na-cionalsocialismo , el fascismo y el estalinismo. A fines del siglo veinte, con lacada del muro de Berln y la desagregacin de los regmenes heredados delestalinismo, la democracia se convirti en la forma poltica por excelencia, ala vez que se abra un interrogante sobre su futuro. Es ahora que los prons-ticos de Benjamin Constant sobre la libertad de los modernos han reco-brado actualidad.

    Puede sin duda reconocerse la reemergencia amplificada del compo-nente individualista percibido por los clsicos (Alexis de Tocqueville, Benja-min Constant), pero el conjunto de la escena difiere de la del pasadodecimonnico: concentracin de poder en el ejecutivo pero generalmente

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    6 Pero la desafeccin por el encuadramiento tradicional no conlleva el desprecio del rgimen pol-tico: Este cuestionamiento de la representacin no conduce a rechazar las reglas fundamentalesde la democracia () El hecho de ir a votar o de aceptar los resultados de la eleccin manifiesta unacuerdo y una conviccin: se debe arreglar los conflictos por el voto y no por la violencia (Schnap-per, 2002).

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  • poco durable e inestable; como contrafaz, ciudadanos generalmente pocoidentificados con las fuerzas organizadas de la poltica y, salvo minoras,pocoparticipativos pero frecuentemente informados y que irrumpen regular-mente con sus demandas y sus vetos en la escena pblica con capacidad dedesestabilizacin. Se eligen gobernantes ahora sobre la base de una diferen-ciacin sustentada en la imagen de los lderes, ella cuenta ms que las prome-sas o programas caractersticos de los partidos predominantes en la faseprecedente (Manin, 1995; Rosanvallon, 2006)7. El voto con frecuencia tieneun carcter retrospectivo, es decir se aprueba o se rechaza el ejecutivo sa-liente, o aun cuando en la escena no se presenta el candidato de la continui-dad, igualmente la preferencia, al menos en parte, se orienta ms por elrechazo que por la promesa. Los gobernantes, no atados por promesas elec-torales precisas y sin las restricciones de la otrora fuerte vigilancia partidariaque pesaban como opinin de los pares y como bloque parlamentario par-tido-dependiente, gozan de una nueva libertad reforzada por la incerteza deun contexto nacional e internacional cambiante. Esos gobernantes con nue-vas capacidades son ms libres de decidir pero tambin ms frgiles, puesdeben cada vez renovar la legitimidad de sus actos. Los ciudadanos se pro-nuncian electoralmente, pero permanecen alertas ante las principales deci-siones, puesto que votan liderazgos en una escena electoral y reconocen lalegalidad de los gobernantes, pero preservan la distancia con el poder y cadauno de sus actos. Ciudadana que no delega completamente la soberana; enla medida en que permanece alerta alimenta su actividad en referencia a otrasrepresentaciones no surgidas del acto electoral8, incluidas las que genera enocasiones de su movilizacin en el veto o el estallido cuando se autorrepre-senta o se provee de delegaciones/representaciones efmeras.

    La distancia y el descontento ciudadano y el que las elecciones consagrenun vnculo de representacin acotado resulta de las particulares condicionesque advienen con el nuevo siglo: debilitamiento de las identidades ideolgi-cas y sociolgicas en el interior de las cuales las diferencias entre quienes go-

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    7 En este punto, resultan claves los aportes de B. Manin (1995) y P. Rosanvallon (2007). Por suparte, este ltimo destaca que el voto ya no es la expresin de una identidad como era predominan-temente en el pasado sino de preferencias fluctuantes en las que interviene la negatividad.8 Especialmente aquellas investidas de la imparcialidad o de la reflexividad, segn Rosanvallon(2010).

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  • zaban de privilegios y quienes no, se hallaban desdibujadas puesto que el cli-vaje dominante se derivaba de la contradiccin principal9.

    La mutacin democrtica10 va, entonces, en direccin de una democraciacontinua11, el acto electoral persiste como decisivo para la consagracin degobernantes legtimos, pero se opaca en vistas a la emergencia o fortaleci-miento de otras representaciones y legitimidades que alimentan una vida po-ltica ininterrumpida en que los ciudadanos evalan permanentemente a losgobernantes y vetan aquellas decisiones no argumentadas convincente-mente o no satisfactorias. Mutacin hacia una democracia de ciudadanos au-tnomos que desafan a lderes. Estos procuran establecer lazos instituyentesen vistas a la conformacin de coaliciones forzosamente heterogneas puesaglutinan los retazos de las formas organizacionales precedentes.

    En Amrica Latina, la mayora de los pases no conocieron regmenes po-lticos que se acordaran durablemente con el dispositivo institucional de lademocracia representativa12, salvo excepciones persistieron democracias li-mitadas e inestables, con el antecedente de las dictaduras militares expandi-das en casi toda la regin desde los aos 60.

    A inicios de la dcada de los 80 una cascada democrtica se extendi por laregin e inici una nueva poca que se prolonga hasta el presente. Algunos lacalificaron como parte de la tercera ola, en sintona con la extensin de unaprdica de derechos humanos y polticos cuyos primeros efectos se hicieronsentir en la democratizacin en Europa del sur (Grecia, Espaa y Portugal).

    Las nuevas democracias o en algunos casos las democracias restauradas,con el paso del tiempo no satisficieron las expectativas dominantes en ese en-tonces. Se crea que se progresara hacia el modelo, idealizado, provisto por

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    9 Esta expresin tomada de la terminologa comunista que se refera a la delimitacin de dos cam-pos: el partido y los aliados, frente a los adversarios o enemigos en la lucha anticapitalista, corres-ponde a una lgica operante para las principales fuerzas polticas en la poca de la democracia departidos.10 La calificacin del tipo de democracia que emerge ha sido objeto de diagnsticos convergentes:metamorfosis de la representacin para B. Manin (1995), en cuanto a P. Rosanvallon (2007), lse refiere a una nueva edad, postrepresentativa de la democracia, que dara mas consistencia alideal de una ciudad viva. 11 Expresin empleada por D. Rousseau (1995).12 P. Rosanvallon (2007) afirma fundadamente: En el sentido fuerte no hemos conocido regmenesplenamente democrticos, sin embargo la profundidad y estabilidad democrtica fue mas conti-nua en el hemisferio norte de Occidente que en la regin latinoamericana.

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  • las democracias del Norte justo en el momento en que stas como lo ilus-tran los anlisis conceptuales precedentemente mencionados ingresabanen crisis o en metamorfosis; se esperaba la consolidacin de democracias pro-cedimentales que dejaran atrs las formas de movilizacin y legitimacin po-lticas calificadas de populistas paralelas a una dbil institucionalidad.

    Sin embargo, un sustento decisivo de la democracia fue alcanzado en de-trimento de los poderes corporativos y en particular del militar: el acceso alpoder tendra como nico resorte el voto. Aquello que las constituciones es-tablecan pero que en poco corresponda a las prcticas adquiri vigencia conel giro democrtico de los aos 80, por lo que se generaliz el calificativo dedemocracias electorales para los regmenes polticos imperantes.

    Pero el rumbo de la democracia transitaba senderos imprevistos que pa-recan anticipar su decadencia, e incluso su fin. A inicios de los aos 90, Gui-llermo ODonnell acu el trmino democracia delegativa para referirse aesos regmenes latinoamericanos que eran democracias porque se llevabana cabo elecciones regulares y competitivas y se preservaban, en grado varia-ble, las libertades pblicas. De este modo eran compatibles con una defini-cin minimalista de la democracia. Sin embargo, el ejecutivo que surga deesas elecciones ejerca una voluntad poltica basado en el principio que elvoto popular lo habilitaba a detentar una soberana absoluta y excluyente,desconociendo o subestimando otras instancias de representacin (el Con-greso) o de contralor (la Justicia, la Corte Suprema, las fiscalas administrati-vas), y en trminos generales propendiendo a no reconocer lmites legales.Estos lderes por fuera de toda mediacin establecen una relacin directa conla ciudadana y sustentan su poder en la reproduccin de este vnculo.

    Se consider entonces que este tipo de democracia era facilitado por uncontexto de crisis econmica y de orden pblicoen el que la sociedad bus-caba un salvador y estaba dispuesta a proveer cheque en blanco, es decira dejar gobernar sin controles en la esperanza de que un orden fuese restable-cido. Con el paso del tiempo el propio ODonnell convino que este tipo devnculo representativo directo que habilitaba un poder concentrado se esta-bleca o perduraba ms all de los momentos o perodos de excepcin(ODonnell, 2011).

    Fue este un primer paso en la bsqueda conceptual para caracterizar latransformacin del rgimen poltico en la regin. Con el tiempo se incorpo-raron otras experiencias e investigaciones.

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  • Como se indic, con frecuencia se califica a los regmenes polticos impe-rantes en Amrica Latina en trminos de democracias electorales. Pese aque en muchos casos se registran deficiencias, de significacin variable, enlos comicios Mxico, el ms reciente en el recuento de votos en las presiden-ciales de 2006, o en la legislacin que los regula Venezuela en 2010 con ladistribucin muy desigual de los legisladores por distritos, Chile con el sis-tema binominal de atribucin de bancas de diputados, etc. se reconoce quelas elecciones son las que instalan gobernantes legtimos13, y que incluso sonel recurso para dilucidar crisis y encaminar el antagonismo con un mnimoencuadre de pacificacin social. Pero esa referencia se asocia, desde pticasdiversas, con su descalificacin pues se considera la democracia electoralcomo un estadio de democracia elemental. Esta perspectiva apunta a ponerde relieve que el resultado electoral puede habilitar el ejercicio de un poderpresidencial concentrado y desconocedor de las restricciones institucionalesdado que con frecuencia en estas sociedades el marco republicano la insti-tucionalidad en general y la vigencia de la ley para todos, y la divisin de po-deres en particular es dbil. Puede ser, en ese contexto, que se coarten laslibertades pblicas al menos en la modalidad hasta entonces existente, y queel lder/Presidente y su entorno procuren eternizarse en el poder valindosede los recursos que les da el control del aparato de Estado.

    Se ha objetado a esta crtica apresuramiento al asociar la democraciaelectoral con la culminacin de proyectos hegemnicos que aspiran almonopolio sine die del poder, porque aunque en muchos casos estas de-mocracias presentan dficits institucionales continan, sin embargo,siendo competitivas.

    Lo cierto es que los proyectos que ambicionan perpetuarse en el poderson el resultado de procesos electorales efectivos y en tanto esta caractersticase mantenga, el eternizarse en el poder encarnndolo en un movimiento o enun lder, se mantiene como pretensin. Los ciudadanos, los electores, con-validan el ejercicio del poder y con frecuencia en el caso de los regmenes devocacin fundacional, con apoyos muy significativos.

    En varios de los regmenes existentes fundacionales o no fundaciona-les en paralelo a la declinacin de la institucionalidad tradicional se ha ex-pandido una movilizacin de nuevas caractersticas en algunos casos en el

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    13 En los pases de la regin no hay otros en el poder que aquellos consagrados en las urnas.

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  • registro popular ms conocido y en otras con modalidades ciudadanasinditasy aun una institucionalidad informal.

    Las democracias electorales en sus diversas variantes no deberan serconsideradas simplemente como democracias incompletas, evaluadas as to-mando como unidad de medida el paradigma clsico de democracia. Estaperspectiva, consiga el desvo de las democracias de la senda institucionalsubrayando falencias ciertas referidas a que los viejos regmenes que se res-quebrajan habilitan con frecuencia escenas polticas donde se burlan lasleyes y las constituciones, pero lo que no se percibe son los cambios societalesy culturales que han modificado radicalmente la vida poltica y particular-mente la relacin de los ciudadanos con los gobiernos y los estados. De modoque ese anlisis poltico tradicional interpreta el presente como si los des-vos actuales fueran a ser superados por un encarrilamiento que conduciraa los canales institucionales clsicos, que si bien fueron infrecuentes en Am-rica Latina eran el modelo que provean las democracias del hemisferio nortey los manuales de ciencia poltica.

    Se puede considerar, sin embargo, que las transformaciones la muta-cin democrtica a la que asistimos, no en sus derivaciones circunstancia-les, sino en sus condicionamientos histricos y sociales son irreversibles. Sias fuese, el desafo sera no el de juzgar cun conforme a la tradicin es la evo-lucin actual, sino el de identificar el posible curso ulterior a la descomposi-cin del sistema representativo tradicional. Para que ello sea posibleconviene percatarse que este cambio de poca se registra tambin en las de-mocracias ms antiguas as como en las sociedades que emprenden su demo-cratizacin como las de parte del mundo rabe, pero bajo modalidadesinditas. La descomposicin del sistema representativo tradicional y la emer-gencia de formas ms efmeras de representacin electoral y no electoral e in-cluso de autorrepresentacin, y una sociabilidad posibilitada por las nuevastecnologas de comunicacin bastante sustrada a los condicionamientos enel mundo del trabajo parecen ser rasgos comunes, con caractersticas varia-bles, de la referida mutacin en las diferentes latitudes.

    En sntesis, para abrir los ojos a lo que sucede debera ser posible no iden-tificar a la democracia con un momento de su historia y con un dispositivoinstitucional particular. Ello no quiere decir que la mentada mutacin demo-crtica sea una creacin ex nihilo y no se reconozcan continuidades.

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  • I. La eleccin para consagrar gobernantes legales, o inclusoun poder semiencarnado

    El electoralismo se ha extendido en Amrica Latina, no slo en el mbitode la representacin poltica sino tambin en la vida asociativa, gremial y aunen las protestas ad hoc. Es la reafirmacin de un principio de soberana eigualdad ciudadana que se encuentra por doquier.

    En el mbito especficamente poltico, las elecciones son, desde el rena-cimiento democrtico de los 80, el nico modo de acceso al poder y ello haido en detrimento de los poderes corporativos del pasado. Pero a la vez, elacto electoral se ha acotado a un procedimiento para elegir gobernantes, esdecir, un vnculo representativo restringido. Las elecciones han consagradoel principio de la renovacin del poder sustentado en la expresin de la vo-luntad ciudadana; sin embargo, paradjicamente puede ser que en ciertascircunstancias ellas habiliten la continuidad de un poder semiencarnado14.De modo que la vigencia de las elecciones a veces atenuada por la desafec-cin ciudadana traducida en abstencionismo, reviste un carcter ambiva-lente. Las elecciones dan sustento a un gobierno reconocido y son tambin laoportunidad, a veces, para dirimir rumbos polticos pacficamente en con-textos de antagonismo o de crisis, pero su alcance se ha limitado a atribuir le-galidad a los gobernantes. Es cada vez menos frecuente que la postulacinpara las responsabilidades ejecutivas se acompae de una promesa especficao de un programa de gobierno, y aun cuando ello sucede tiene pocas implican-cias para la ulterior relacin gobernantes/gobernados. Las propias circunstan-cias nacionales e internacionales cambiantes obligan a los gobernantes aredefinir rumbos y con frecuencia a archivar promesas, cuando las hubo. Demodo que el voto es una opcin en una escena en que se eligen gobernantes,

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    14 Se considera que un poder encarnado es el que identifica un proyecto o un principio (la Nacin,el Pueblo, la Justicia, etc.) con una persona o una filiacin como suceda en las monarquas. Enestos casos latinoamericanos parece apropiado referirse a semiencarnacin pues el liderazgo su-premo se presenta como sustancial y casi insustituible, pero un desplazamiento continuista delmismo hacia otro lder no est completamente excluido, aunque se considera como una posibili-dad marginal o indeseada y la alternancia en el poder, aunque no se ha experimentado an, no estformalmente excluida. Es el caso de Venezuela en donde una reforma reciente permite la reeleccinindefinida del Presidente. Esta pretensin inicialmente frustrada en una consulta electoral, fue fi-nalmente aprobada cuando la posibilidad de la permanencia en el poder de por vida se hizo exten-siva a los gobernadores y alcaldes. Disposiciones similares se anuncian en Bolivia y la Argentina.

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  • entre ofertas que aspirar a ganar la confianza y en la que algunos o muchoselectores con frecuencia optan por rechazo o por negatividad se vota la al-ternativa a un adversario o el castigo a una accin de gobierno. De modoque en los tiempos presentes parecen revalidarse las teoras de los pensado-res elitistas: los gobernantes no actan por mandato. Y sin embargo, ahorams que nunca, estn a merced de una ciudadana que en general no es par-ticipativa, pero suele estar informada y alerta, y es propensa a la protesta y ala descalificacin de los gobernantes15.

    Este debilitamiento del mandato o del voto programtico puede estarcompensado por un sentido consistente de la accin gubernamental futuraconnotada por los candidatos.Es lo que sucede con el pronunciamiento ciu-dadano en el inicio de los ciclos en que se han presentado alternativas gene-rales de rumbo poltico: la coalicin antidictatorial como la Concertacinen Chile luego que Pinochet perdiera el plebiscito, la salida de una crisisprofunda en ruptura con la ortodoxia econmica reinante o como la Argen-tina luego de la debacle 2001/2002 con la alternativa crtica que encarna elderrumbe de un sistema poltico con promesas de democracia ciudadana,participacin, etc., o como Venezuela, Bolivia y Ecuador luego del fracaso desus democracias limitadas. Sin embargo, aun en esos casos el voto ha tenidoun componente variable pero considerable de negatividad o rechazo a lospolticos del pasado, a los adversarios del momento y eventualmente, comose ha sealado, el apoyo a un rumbo genrico.

    Pero en los tiempos actuales las elecciones no convalidan una transferen-cia completa de soberana a favor de los gobernantes16. Aunque se consagrangobernantes legtimos, o ms estrechamente investidos de una legalidad que

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    15 Aun siendo una arena compuesta por individuos y particularidades, la ciudadana es heterog-nea y las tendencias apuntadas no se efectivizan del mismo modo para todos. Es decir que la ciuda-dana en la medida en que se trata de una democracia plenano es un mero agregado de pertenenciassociales, culturales o tnicas, sino que hay condicionamientos socioculturales que inciden en la in-sercin mayor o menor en la comunicacin poltica y en la disposicin para actuar colectivamente.16 Existe una ambivalencia en la relacin de los ciudadanos con los lderes de popularidad. Comose ha indicado sobre todo en contextos de crisis, pero no solo en esas circunstancias, el vnculopuede ser delegativo (ODonnell, 2011), esto es, gobernantes que ejercen el poder sin control, peroque gozan de libertad de accin porque no formularon promesas y suelen no estar acotados insti-tucionalmente, ven emerger el veto ciudadano cuando las decisiones no aparecen legitimadas; hasido el caso de F. Collor de Mello y A. Fujimori, y en menor medida de C. Menem, quienes inspira-ron las primeras reflexiones sobre la democracia delegativa.

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  • no es puesta en duda, las decisiones de gobierno ms significativas que se im-pulsen, las que se siten en el centro de la agenda pblica, requerirn en cadacaso de una legitimacin especfica. Del voto no se deriva una lealtad con losrepresentantes que vaya a sostener cada una de sus decisiones. Debe enten-derse que la legalidad de los gobernantes, que solo es puesta en cuestin ensituacin de crisis extrema, y ello es infrecuente17, est disociada de la legiti-midad de los actos de gobierno que son motivo de un pronunciamiento ciu-dadano implcito o explcito en cada caso. Esto se ha visto con los vetosciudadanos en los aos recientes, por ejemplo en Bolivia con el reajuste deprecios de los hidrocarburos o con el intento de construir una carretera queatravesara el TIPNIS (Territorio Indgena Parque Nacional Isiboro-Scure,un territorio considerado propio por aborgenes que la habitan); en la Argen-tina, con el incremento de los gravmenes a las exportaciones agropecuarias;en Chile, con el sistema de transporte Transantiago y luego con las reformaseducativas; y en Colombia, con una reforma educativa rechazada por los es-tudiantes universitarios.

    En trminos generales,puede constatarse que la concentracin de poderen los lderes/presidentes procura ser contrarrestada, ya no en primer lugarpor el Congreso o los opositores organizados partidariamente como la tra-dicin republicana lo haba establecido, sino por otras instituciones pree-xistentes o emergentes que devienen representativas. stas asumen funcinrepresentativa derivada de la pretensin de imparcialidad de la que estn in-vestidas y del reconocimiento ciudadano a ese desempeo. En Amrica La-tina, por lo general, no se han desarrollado comisiones pblicas de ticasanitaria o de vigilancia de la equidad en el funcionamiento de la comunica-cin pblica y poltica que gocen de reconocimiento por su independenciay de apoyo estatal. Entonces, reconocemos tres grupos de autoridades soste-nidos en su legitimidad pblica que ejercen funciones formales o informalesde contralor y que tienen pertinencia para el respeto de las reglas de juegoelectorales y de competencia poltica u otras, para la proteccin de dere-chos cortes constitucionales o asociaciones sobre una variedad de derechos,desde los ambientales hasta los de salud,o en el mbito de la preservacin de

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    17 Gobernantes que han debido dejar el poder por la desafeccin ciudadana expresada en protestasy estallidos: en Brasil, F. Collor de Melo; en Bolivia, G. Snchez de Lozada; en Per, A. Fujimori; enEcuador, A. Bucaram y L. Gutirrez; en la Argentina, F. De la Ra.

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  • la libertades pblicas y de la argumentacin en vistas a la verosimilitud de lainformacin diferentes ONGs, medios de comunicacin u otras que de-nuncian o llaman la atencin de la opinin pblica sobre la informacin quecircula.

    Los medios de comunicacin son animadores decisivos de la comunica-cin poltica. Muchas veces no se caracterizan por su independencia res-pecto de grupos de inters o de alineamiento ideolgico y son denostadospor los gobiernos que emprenden refundaciones o proyectos reformistas,quienes acusan a la prensa tradicional de tergiversar la realidad o perjudicarel rumbo poltico fijado por la voluntad popular, es decir, las polticas de go-bierno. As, la prensa grfica, la televisin y la radio estn en el centro de unapolmica sobre las condiciones de su existencia. La ampliacin de la ciuda-dana y los derechos transmite un sentido cuestionador de las elites que seextiende a la arena de la comunicacin poltica. Se cuestionan monopoliosy privilegios en este mbito, pero la reclamada ampliacin de emisores y co-municadores puede ser el pretexto para restricciones a la libertad de palabray de informacin dando lugar a que se establezcan censores pblicos que ar-bitren y sancionen sobre la verosimilitud de la informacin y la interpreta-cin, y a que monopolios sean desplazados por otros que responden a lasfacciones gubernamentales. La lucha poltica por la regulacin del espaciopblico y la comunicacin es ilustrativa de la importancia que tiene el pro-ceso continuo de relegitimacin de gobernantes y lderes en general y delmalestar que provoca en ellos la circulacin de los mensajes fuera de su con-trol18.

    De modo que junto a la representacin que surge de una voluntad mayo-ritaria expresada en las urnas, se despliegan instituciones de representacin,legales unas informales otras, que actan en nombre de una imparcialidadque procura preservar los principios generales constitutivos de la comuni-dad poltica los derechos, la vigencia de principios constitucionales o su in-terpretacin ampliatoria satisfaciendo una aspiracin de consenso en tornode normas bsicas, presente en las sociedades democrticas, aspiracin que

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    18 Dilma Rousseff, presidenta de Brasil, caracterizada como lder de izquierda democrtica, decla-raba: Digo y repito que prefiero el barullo de la prensa libre al silencio de las dictaduras. Las crticasdel periodismo libre ayudan al pas y son esenciales para los gobiernos democrticos, indicandoerrores y resaltando la necesaria contradiccin (O Estado, 5/10/11).

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  • se reaviva cuando la institucionalidad representativa tradicional se ha debi-litado o resquebrajado (partidos polticos, Congreso).

    Un recurso para paliar los lmites del vnculo representativo surgido delas elecciones en las nuevas condiciones reside en la promocin de formasparticipativas y de democracia directa. En cuanto a la participacin, una di-versidad de experiencias se han multiplicado en los pases de la regin, la msnotoria de las cuales es el presupuesto participativo. Esas prcticas tienen al-cance variado y parece haber involucrado sectores ms amplios en las pobla-ciones carenciadas o en proceso de integracin urbana, all donde lasdemandas en trminos de agua corriente, servicios sanitarios, energa y ser-vicios de transporte son caractersticas. Los vecinos en esos casos se involu-cran en la ejecucin de tareas que mejoran sus condiciones de vida, pero sucapacidad decisoria suele ser escasa o nula. Tambin lo es en las polticas dis-tributivas a nivel local, incluido el presupuesto participativo. Las polticasparticipativas son en definitiva un vector de extensin de la red estatal, re-curso de ejecucin pero pueden en algunos casos fomentar formas ms au-tnomas de asociatividad ciudadana19.

    Los recursos de democracia directa estn inscriptos en las nuevas consti-tuciones, a veces en vistas a vehiculizar una expresin ciudadana que com-plemente la representacin y en otros para disminuirla o sustituirla. Lasexperiencias recientes de plebiscito en Bolivia, para la eleccin ciudadana dejueces luego de una seleccin parlamentaria de candidatos, y en Ecuador,para someter al pronunciamiento ciudadano varios temas entre ellos los re-feridos a la reforma de la justicia y a los medios de comunicacin, resultaronen un traspi para los gobernantes. Estrechos mrgenes de voto positivo paraesas propuestas impulsadas por lderes populares, pero que al someterse auna prctica plebiscitaria provocan la convergencia de variadas oposicionesy descontentos en el rechazo, ilustraron los lmites de los movimientos refun-dacionales y los riesgos que corren los gobernantes que buscan plebiscitarse.Aun en esos procesos de reforma e intensidad poltica, la desconfianza es unaactitud enraizada en los ciudadanos.

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    19 Sobre estos temas puede consultarse: R. Annunziata (2012), A. Olvera (2006), M. Lpez Maya(2011). Por su parte, L. Avritzer (2010) afirma: El acceso a bienes pblicos, tales como la pavimen-tacin de calles, redes cloacales, clnicas sanitarias en barriadas pobres, legalizacin de la propie-dad, es el origen de la mayora de los movimientos sociales en muchas capitales brasileas.

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  • En tanto las elecciones devienen el referente principal de la vida pblica,otra paradoja es que los principales recursos del sistema representativo y dela competencia poltica se hallan debilitados o desarticulados. Es decir quecon frecuencia, a la hora de la renovacin peridica de los representantes, nose registra una continuidad ni en las identidades polticas partidarias, ni enlas alianzas ni en los alineamientos ciudadanos. La competencia poltica queen el pasado tena como referente al sistema de partidos, en muchos casos nolo tiene ms y an en donde persiste cierta continuidad de las fuerzas polti-cas en presencia, sta se halla jaqueada o desequilibrada por la fluctuacindel voto y por las identidades emergentes20. En las ltimas elecciones presi-denciales en Chile con la candidaturas de M.Henrquez Ominami y J. Arrate,en Colombia con la de A. Mockus, en Brasil con M. Da Silva. Tambin en lasgrandes ciudades suelen elegirse alcaldes a contracorriente de lo que fue elvoto ciudadano a nivel presidencial: M. Macri en ciudad de Buenos Aires, S.Villarn en Lima, G. Preto en Bogot.

    Los liderazgos de popularidad emergentes, a nivel nacional pero tambinprovincial o distrital, dan la tnica de un proceso de reconfiguracin de iden-tidades de tipo personalista. Estos lderes son instituyentes ya sea porque

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    20 En un artculo escrito en el transcurso de la campaa presidencial peruana, se afirmaba: Frentea organizaciones sin militancia ni electores fieles, el apoyo de los electores flucta drsticamente,a medida que los candidatos se posicionan con mayor o menor xito en relacin con aquellos temasque preocupan ms al electorado en determinado momento (Tanaka, Barrenechea y Vera, 2011).Otro analista poltico peruano sostiene: Los partidos no cumplen sus promesas, ni tienen la capa-cidad de representar intereses locales, y los ciudadanos sienten enorme desconfianza con las auto-ridades polticas nacionales () El tipo de intermediacin entre la sociedad y el Estado travs delos partidos colaps librando a militantes y ciudadanos de sus identidades previas (Panfichi,2011).Por otro lado, diversos analistas polticos chilenos, en una sociedad que se caracterizaba porla solidez de su sistema partidario, formulan observaciones convergentes. M. A. Garretn consi-dera que el movimiento estudiantil que en 2011 cuestion el fundamento del sistema educativoneoliberal imperante, ha desencadenado un momento refundacional, considerando que porprimera vez en treinta aos estamos frente a movimientos ciudadanos que se apartan de los parti-dos y no necesitan expresarse a travs de ellos (Garretn, 2011).En Uruguay, el otro pas de tradicin institucionalista de Amrica Latina, G. Caetano (2011) inter-preta la evolucin en los siguientes trminos: un nuevo electorado, con aperturas e identificacio-nes ms impensables que las de antaoun votante menos cautivo y ms independiente.Las interpretaciones sobre el proceso poltico colombiano por distintos analistas es ilustrativa. Con motivo de las elecciones de alcalde de Bogot se afirmaba: Ms que discusin sobre proyectoslo que se escucha en la calle son rumores alarmistas generalmente falsos sobre lo que hara uno yotro si lo dejarn llegar a la Alcalda. Tampoco los partidos motivan a los bogotanos. Los candidatoshan dado tantas vueltas que ya es difcil ubicarlos con claridad en alguno. Parody estuvo siete de los

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  • suscitan un lazo representativo para competir electoralmente, o a veces por-que luego de acceder al poder reformulan ese lazo representativo sobre basesdiferentes: N. Kirchner en Argentina, quiz D. Rousseff en Brasil y M. Bache-let en Chile en sus primeros tiempos, J. M. Santos en Colombia. En todo casolos liderazgos son cada vez ms los depositarios de la iniciativa poltica y losque configuran las alianzas y la oferta electoral. Los partidos, o con frecuencialo que queda de ellos las redes territoriales son un recurso necesario, perosubordinado. No son los que fijan la agenda pblica, ni son los vectores prin-cipales para la comunicacin poltica, aunque esta afirmacin no es igual-mente vlida para las grandes ciudades que para los pequeos poblados. Lared territorial ha disminuido su significacin, pero an la mantiene para ani-mar en vivo la campaa electoral, para fiscalizar los actos electoralessegn el sistema de votacin vigentey sin duda para gobernar.

    Puede argirse que las tradiciones polticas siguen de algn modo vigen-tes y que la institucin de nuevos vnculos representativos no es una puracreacin ex nihilo, pero ellas ya no estn identificadas con o monopolizada poruna organizacin o un lder. Cuando guardan vigencia son objeto de disputa yapropiacin por unos y otros y aun as para crecientes sectores ciudadanos lossentidos polmicos del presente tienen primaca por sobre los heredados.

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    ocho aos de gobierno Uribe en el Congreso como representante del partido oficialista de la U, sepele y hoy esta aliada con el ex alcalde Antanas Mockus. Este, a su vez, se fue del Partido Verde delque haba sido precisamente candidato para enfrentar al uribismo en la contienda presidencial2010. Pealoza hizo campaa con Mockus y el Partido Verde como opositores al uribismo en lacampaa presidencial pasada. Pero en esta recibi el apoyo de Uribe y de su partido. Por eso hoy re-presenta una contradiccin de trminos: a verdes y a uribistas. Petro fue fundador del partido queunific la izquierda en Colombia, el Polo Democrtico, y que logr anotarse varias victorias, entreellas la Alcalda de Bogot en 2003 y en 2007. Con ese partido fue senador y con ese mismo partidofue candidato a la presidencia en 2010. Pero con sus denuncias contribuy a tumbar al alcalde Sa-muel Moreno del mismo Polo, quien hoy est preso. Arm su propio movimiento en el que loacompaan varios ex funcionarios de ste y del pasado gobierno (Ronderos, 2011). Respecto delos liderazgos nacionales R. Losada (2012) afirma: () en los ltimos 25 aos en Colombia no hagobernado el llamado PCC (Partido Conservador Colombiano) o el PLC (Partido Liberal Colom-biano), porque cada candidato presidencial importante, es decir, con opcin real de triunfo, ashaya figurado como el candidato oficial de una de las dos confederaciones recin mencionadas,para garantizar la eleccin ha conformado una compleja alianza de fuerzas provenientes de distin-tas etiquetas partidarias, ha preparado y propuesto pblicamente su propio programa de gobiernoy ha manejado su campaa presidencial con completa autonoma frente a cualquier partido pol-tico. Es el caso del candidato ganador. Es la alianza constituida en torno suyo la que ha entrado agobernar, y no el partido a cuyo nombre se present en un sistema de partidos bajo tratamiento dechoque: el caso colombiano.

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  • De modo que en esa tendencia por cierto variable segn los casos na-cionales la proximidad de las elecciones inaugura un tiempo de constitu-cin de identidades o ms modestamente de formacin de coalicioneselectorales. En muchos casos en vsperas electorales emergen o continanlderes que tienen o adquieren la capacidad de construir un vnculo repre-sentativo y competir. La competencia ms desligada de sostenes territorialesy partidarios es la nacional aunque no desligada de condicionamientos porparte de los poderes fcticos, y la puja ms ilustrativa de los nuevos tiem-pos es la presidencial.

    Dadas las condiciones de desinstitucionalizacin mencionadas, en el es-cenario preelectoral se configuran identidades y coaliciones en torno de loslderes de popularidad quines pueden articular porque son locomotoraselectorales. La intervencin de esos lderes puede proponerse incidir en laconsagracin de su sucesor. Ha sido el caso de I. Lula da Silva al promoveractivamente la candidatura de D. Rousseff y condicionar las elecciones loca-les, y el de N. Kirchner al apadrinar en su momento la candidatura de C.Kirchner. Se ha subrayado que la dbil identificacin o aun la desidentifica-cin de los ciudadanos con las fuerzas polticas existentes en cada escena,posibilita la fluctuacin en los alineamientos al constituirse la oferta poltica,cuando se aproximan las fechas electorales. Pero la contrapartida del ciuda-dano independiente es cada vez ms la fluctuacin del propio personal po-ltico. Sin que se pueda an hacer referencia a una clase poltica nica que seredistribuira peridicamente, s puede indicarse que los criterios pragm-ticos de alineamiento con tal o cual fuerza poltica y, para quienes pueden, elcrear una nueva etiqueta poltica, prevalece en muchos casos por sobre lashistorias personales y organizacionales y sobre las identificaciones ideol-gicas. Y ello es cada vez ms cierto aun en aquellas escenas polticas polari-zadas21.

    El carcter cada vez menos programtico de las campaas electoraleshace que las disputas estn muy relacionadas con la accin del gobierno sa-

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    21 T. J. Power (2010) afirma la existencia de una alta tasa de fluctuacin de los representantes de unpartido a otros. Segn este autor, un tercio de los diputados federales cambian de partido en cadasesin legislativa cuadrianual.Respecto de Per, J. lvarez Heredia sostiene que la continua divisin de los grupos parlamenta-rios y la formacin de nuevos ha sido uno de los problemas ms graves del parlamento, Blog14/04/11.

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  • liente o de la coalicin gobernante para sostenerla o para buscar su despla-zamiento22. En consecuencia la novedad de la identidad suele venir por ellado de las oposiciones o de las disidencias: A. Mockus en Colombia; F. Pi-era y M. A. Enriquez-Ominami en Chile; A. M. Lpez Obrador en 2006, enMxico. Con frecuencia se invocan en el lenguaje poltico partidario las nue-vas condiciones de la poltica con el afn de conquistar las simpatas del elec-torado: la renovacin dirigencial, la democracia ciudadana.

    Por sobre todo, cada vez ms los candidatos procuran devenir lderes po-pulares actuando con una lgica de proximidad, creando redes alternativasa las partidarias y promoviendo prcticas de contacto directo de tipo identi-ficatorio23.

    De modo que las campaas electorales cuentan. En su transcurso se cons-tituye una escena y suelen configurarse capitales polticos inesperados. Ya nose puede dar por suficiente un voto identitario o cautivo para triunfar. Por elcontrario, con frecuencia la campaa puede revertir las expectativas inicia-les. Ha sido el caso de varios candidatos que al comienzo de las campaaseran lderes en las encuestas y luego fueron derrotados: A. Toledo en Per, C.Serra en Brasil, A. M. Lpez Obrador en Mxico.

    Se configuran coaliciones en torno de los lderes de popularidad en pugna,quienes son los verdaderos referentes de la escena electoral. Estas coalicionespueden ser formalizadas en compromisos, pero tambin pueden ser sola-mente aparentes, es decir, en verdad actos de cooptacin o alianzas de facto,obra del poder vertical del lder que incorpora o excluye aliados sin mediaracuerdos formales o institucionales.

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    22 Pero cuando el candidato continuista no es el presidente saliente o una personalidad prxima defcil identificacin, puede suceder que se produzca una disociacin. Esta fue notoria en el caso delas elecciones presidenciales chilenas en 2010: la popularidad de M Bachelet era muy alta pero nola de la su coalicin (la Concertacin) ni la de su candidato, que fue derrotado. 23 Claro que la bsqueda de popularidad y del apoyo de organizaciones vara segn el mbito ur-bano/rural y las circunstancias polticas. F. Mayorga (2011) observa para Bolivia que la imagen p-blica adquiri relevancia como requisito de seleccin y el espacio meditico se convirti en elterreno extrapartidista donde comparecan los aspirantes a cargos electivos () en el rea rural elrol del dirigente tena mayor importancia porque las candidaturas eran definidas con aval de lossindicatos y las organizaciones comunitarias.Por su parte, para Mxico S. Gmez Tagle (2011) observa el encuadramiento de los votantes en lasestructuras partidarias solamente resulta vlido cuando no surgen candidatos realmente popularesque sumen su capacidad de convocatoria a la de los partidos, en esas coyunturas especiales los ciu-dadanos parecen haber adquirido mayor autonoma.

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  • Como se seal, al momento de las elecciones nacionales la evaluacin de lagestin del gobierno saliente divide aguas;pero en los regmenes fundaciona-les puede intentarse o producirse efectivamente un desplazamiento: quienesgobiernan alegan no detentar el poder o estar en disputa por l, con los poderesfcticos. La denuncia de las corporaciones, del capitalismo, del mundo de losnegocios, o de los monopolios que controlan los medios de comunicacin pro-cura colocar a los gobiernos (sea la revolucin ciudadana, la democracia parti-cipativa, el socialismo del siglo veintiuno o la nacin multitnica) en unantagonismo con los poderes mencionados. Si esa escena se instala, si se haceverosmil, las oposiciones polticas cuando son de derechas son tildadas dealiados de los poderes fcticos y si son de izquierda son calificadas de instru-mentos de los poderosos que debilitan la contradiccin principal. Si bien se tratade gobiernos voluntaristas y muy intervencionistas, el balance de lo actuado porun gobierno fundacional puede estar connotado por este desplazamiento enla designacin del poder; a la hora de evaluar lo realizado suelen alegar que loque no logr fue por la accin obstaculizadora de los poderes fcticos.

    Esta polarizacin, en donde se han producido reformas sociales o hanirrumpido nuevos actores populares en la escena pblica, pretende reducirla representacin a dos campos estructuralesu objetivos, uno de los cua-les est connotado como tributario de la injusticia y eventualmente desti-nado a desaparecer. Quienes alegan la representacin del pueblo o de laciudadana frente a los poderes fcticos procuran simplificar la vida poltica;no se admite que la representacin es mltiple y construida y reconstruidaen la competencia poltica donde las identidades nacen y mueren en tantoque ciertos principios generales como la libertad, la igualdad, la justicia so-cial son objeto de permanente reapropiacin y reformulacin en su adecua-cin al presente y, en consecuencia, no se reconocen como legtimas lasrestricciones al ejercicio absoluto de la pretendida voluntad popular. Los po-deres de imparcialidad (en particular las cortes constitucionales), o los me-diticos son ignorados o imputados por su pretendido y a veces realalineamiento con el campo de los poderes fcticos que quieren detener las re-formas. Existe con todo un lmite, que ha sido operante hasta ahora, en pre-servar la competencia y evitar la encarnacin de los principios en actorespolticos especficos: el pronunciamiento electoral ciudadano.

    Sin embargo, puede registrarse el sesgo particular de la lucha poltica enel escenario descripto. El polo fundacional pretende ser la encarnacin de

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  • principios transformadores, el modo de ejercicio del poder es conforme a lasemiencarnacin: poco deliberativo y muy decisionista. El polo opositorsuele ser una amalgama de sectores democrticos hostiles al arrasamientoinstitucional y al autoritarismo de quienes gobiernan, con aquellos hostilesa las reformas sociales y a la ampliacin democrtica que conllevan los pro-cesos refundacionales. Con frecuencia estos ltimos son los ms activos ypueden dar la tnica de la oposicin al proyecto fundacional, lo que alientala interpretacin que hace hincapi en la naturaleza social de la confronta-cin en detrimento de su carcter poltico y democrtico.

    Se ha insistido aqu en subrayar los riesgos de ingobernabilidad que pen-den sobre los lderes ejecutivos de la democracia continua. Se trata de lderesque gozan de una indita libertad de iniciativa, pero que deben revalidar susttulos cada vez que toman decisiones, lo que los ponen a merced de una ciu-dadana autnoma con capacidad de veto.Sin embargo esos lderes de popu-laridad que gobiernan, aun siendo vulnerables tienen importantes recursosa su alcance, al menos los han tenido en esta primera dcada del siglo XXI enAmrica Latina. Las circunstancias histricas han favorecido un curso de lamutacin democrtica acelerado y con una acentuacin de los rasgos perso-nalistas del poder. La regin ha conocido tasas de crecimiento extraordina-rias y hasta cierto punto ha sobrellevado la crisis econmica internacional.Ello se ha producido en paralelo a un vuelco en la opinin muy favorable alfortalecimiento de un Estado garante e intervencionista, pero que en muchoscasos es poco institucional. Por cierto, las debilidades institucionales no sepalian si no es en perodos largos. Por ello este fortalecimiento del Estado seha hermanado frecuentemente con la concentracin de poder en el Ejecu-tivo, y sus consecuencias para los ciudadanos han sido variadas. De todosmodos, el fortalecimiento del Estado en sus capacidades, la expansin de po-lticas pblicas y el incremento considerable de los recursos fiscales disponi-bles para el gasto ha capacitado a los gobernantes para dar sustento a surelacin directa con los ciudadanos, y en el caso de los gobiernos refundacio-nales, a una poltica redistributiva mas intensa y directa en favor de los secto-res populares. La cada significativa de la pobreza y la indigencia dan cuentade estos cambios, que contrastan en muchos casos con la situacin social im-perante en la dcada de los noventa.

    El dispositivo estatal por cierto es un recurso para la accin, pero a la vezel otro gran recurso, sobre todo de los proyectos refundacionales, ha sido la

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  • movilizacin, de alcance variable, protagonizada por una militancia gene-rada y articulada en torno de la figura de una nueva poltica democraciaciudadana, participacin ciudadana, Estado multinacional y pluritnico,socialismo del siglo XXI. Esta franja de militancia, generalmente no here-dada de las organizaciones del pasado, e inscripta en el ya mencionado msamplio movimiento oficialista ha permitido a algunos de esos liderazgosinesperados tener una mediacin informal con sectores de la sociedad, al-ternativa a los aparatos tradicionales y pretender con figuras atractivas(imgenes colectivas y lderes individuales), al ttulo de renovadores de lapoltica, ajenos a los intereses de las corporaciones y del mundo de las fi-nanzas24.

    II. La contrademocracia, nuevos espacios y nuevos actores

    La mutacin democrtica ha implicado entonces una ampliacin y des-plazamiento del eje de la vida poltica. La expresin de la voluntad popular ociudadana por medio de la representacin ha sido relativizada por la expan-sin de los poderes indirectos (Rosanvallon, 2006). Es decir, que se haninstalado otras legitimidades que relativizan el mandato atribuido por la ma-yora electoral, y que apun