El boletín salesiano
Edic
ión N
º4.
Una p
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2012,
$2.0
00.
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del
2012.
Juan Bosco
1815-1888
Conmemoración a
un Gran Hombre
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ESPECIAL
Partió el hombre, Pero quedó su Autobiografía.
6 WOW!!
El ángel de Don Bosco.
¡QUE NOTA!
Amigos como Don
Calosso, ya no hay.
EDICION ESPECIAL Conmemoración de los
124 años de la partida de
un gran hombre.
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7
CLICKK!
Primer sueño
profético.
DE VIAJE
Hacia el seminario. 9
11 DE PELICULA
Un sueño hecho
realidad.
EDITORIAL 3
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Con motivo de la celebración de los 124
años de la partida de Don Bosco, las
estudiantes de la Institución Educativa
Escuela Normal Superior Nuestra Señora
de Fátima, del municipio de Sabanagrande,
Atlántico, quisimos compartir con nuestros
lectores algunas de las experiencias de
vida de Don Bosco.
Los invitamos a leer estas
páginas llenas de informaciones
verdaderas salidas de la mano de
un santo.
Su lectura produce provecho e
invita a bendecir a Dios que
favorece tanto a los que son
fieles.
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Partió el hombre
pero quedó su
autobiografía.
Murió Don Bosco, pero dejó escrita su autobiografía en el libro
MEMORIAS DEL ORATORIO.
La lectura de
este libro
produce
provecho e
invita a
bendecir a Dios.
y favorece a los
fieles.
La primera vez que Don Bosco visitó al
sumo pontífice (en 1858) el papa le dijo:
―Tiene que escribir todo lo que recuerde
de su vida hasta el día de hoy, todo lo
que crea que puede ser de provecho
espiritual para sus discípulos.
Estos recuerdos les pueden
hacer mucho bien a ellos‖.
Pero al santo se le olvidó tal
encargo o no tuvo tiempo
para cumplirlo. Luego en una
visita, varios años después,
oyó que el pontífice le decía
solemnemente
―No olvide que mi mandato es bien
claro: Tiene que escribir todo
aquello que recuerde de su vida y
que pueda ser de algún provecho
espiritual para sus discípulos.
Entonces si que tomo en serio el
mandato de Pío Nono y se dedico a
escribir lo que Don Bosco llamó
―Memorias del Oratorio‖, que no
es sino su autobiografía desde el
nacimiento hasta los 40 años.
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Como el NO hay!! Esta bella
historia de Juan Bosco con
su gran amigo Don Calosso
comienza en noviembre de
1827, cuando el observaba
con mucha admiración a
Juanito que asistía con
devoción a las celebraciones
del jubileo, le pregunto si
entendía los sermones, Juan
Bosco repitió de memoria
todos los sermones.
Maravillado el vistoso
capellas de los dotes del
ingenio del pequeño, le
pregunto emocionado – te
gustaría estudiar ¿ -
mucho!- replicó Juanito,
pero no puedo.-quien te lo
impide – mi hermano Antonio
pues dice que estudiara es
perder el tiempo, que mejor
me dedique al faena del
campo.
—Para llegar a ser sacerdote.
— ¿Y para qué deseas ser sacerdote?
—Para poder instruir a muchos de mis compañeros que no son malos, pero que llegarán
a serlo si nadie se ocupa de ellos. Don Calosso, conmovido ante semejante manera de
razonar, tomó bajo su protección al niño, dándole clase durante los inviernos de 1827 y
1828. La muerte del bienhechor fue un verdadero desastre para Juan. Amaba a Don
Calosso tiernamente. Su recuerdo quedó grabado para siempre en su alma, dejando
consignados estos sentimientos en sus Memorias con estas palabras:
―Siempre he rogado a Dios por este bienhechor mío, y, mientras viva, no dejaré de
rezar por él‖
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Por increíble que parezca,
san Juan Bosco tuvo muchos
enemigos, recibió
innumerables amenazas y
sufrió varios atentados.
Como el sacerdote ejemplar
que era, nunca anduvo
armado; la Divina Providencia
siempre lo defendió en los
momentos de peligro. Una
noche de 1852, regresando
solo a casa, el santo se dio
cuenta que un bandido lo
seguía a pocos pasos,
dispuesto a agredirlo. Se
detuvo de improviso y le
clavó el codo en el pecho al
primer agresor, que rodó por
tierra gritando: ―¡Voy a
morir! ¡Voy a morir!‖ El éxito
de la maniobra lo salvó de un
perseguidor, pero los demás
avanzaron amenazantes. En
ese momento apareció el
providencial sabueso.
Saltaba de un lado a otro,
dando ladridos tan
aterradores y furiosos, que
los malhechores debieron
pedirle a san Juan Bosco que
lo calmara y lo mantuviera
junto a sí mientras ellos
trataban de huir.
Gris también llamado el perro salvador de Don Bosco
era capaz de ―anticipar el futuro‖ y obrar en
consecuencia.
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A la edad de 9 años tuve un sueño que quedó profundamente grabado en mi mente para toda la vida. En el sueño, me
pareció encontrarme cerca de casa, en un terreno muy espacioso, donde estaba reunida una muchedumbre de
chiquillos que se divertían. Algunos reían, otros jugaban, no pocos blasfemaban. Al oír las blasfemias, me lancé
inmediatamente en medio de ellos, usando los puños y las palabras para hacerlos callar. En aquel momento apareció
un hombre venerando, de aspecto varonil y noblemente vestido. Un blanco manto le cubría todo el cuerpo, pero su
rostro era tan luminoso que no podía fijar la mirada en él. Me llamó por mi nombre y me mandó ponerme a la cabeza
de los muchachos, añadiendo estas palabras:
'- No con golpes, sino con la mansedumbre y con la caridad deberás ganarte a estos tus amigos. Ponte ahora mismo,
pues, a instruirlos sobre la fealdad del pecado y la belleza de la virtud.'
Aturdido y espantado, repliqué que yo era un niño pobre e ignorante, incapaz de hablar de religión a aquellos
muchachos; quienes, cesando en ese momento sus riñas, alborotos y blasfemias, se recogieron en torno al que
hablaba.'
'Sin saber casi lo que me decía, añadí:'
'- ¿Quién sois vos, que me mandáis una cosa imposible?'
'-Precisamente porque tales cosas te parecen imposibles, debes hacerlas posibles con la obediencia y la adquisición
de la ciencia.'
'- ¿En dónde y con qué medios podré adquirir la ciencia?'
'-Yo te daré la maestra bajo cuya disciplina podrás llegar a ser sabio, y sin la cual toda sabiduría se convierte en
necedad.'
'- Pero, ¿quién sois vos que me habláis de esta manera?'
'- Yo soy el hijo de aquella a quien tu madre te enseñó a saludar tres veces al día.'
'- Mi madre me dice que, sin su permiso, no me junte con los que no conozco. Por tanto, decidme vuestro nombre.'
'- El nombre, pregúntaselo a mi Madre.'
Aturdido y espantado, repliqué que yo era un niño pobre e ignorante, incapaz de hablar de religión a aquellos
muchachos; quienes, cesando en ese momento sus riñas, alborotos y blasfemias, se recogieron en torno al que
hablaba.'
'Sin saber casi lo que me decía, añadí:'
'- ¿Quién sois vos, que me mandáis una cosa imposible?'
El gran sueño
profético...
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'-Precisamente porque tales cosas te parecen imposibles, debes hacerlas posibles con
la obediencia y la adquisición de la ciencia.'
'- ¿En dónde y con qué medios podré adquirir la ciencia?'
'-Yo te daré la maestra bajo cuya disciplina podrás llegar a ser sabio, y sin la cual toda
sabiduría se convierte en necedad.'
'- Pero, ¿quién sois vos que me habláis de esta manera?'
'- Yo soy el hijo de aquella a quien tu madre te enseñó a saludar tres veces al día.'
'- Mi madre me dice que, sin su permiso, no me junte con los que no conozco. Por tanto,
decidme vuestro nombre.'
'- El nombre, pregúntaselo a mi Madre.'
'En ese momento, junto a Él, vi a una mujer de aspecto majestuoso, vestida con un manto que
resplandecía por todas partes, como si cada punto del mismo fuera una estrella muy
refulgente. Contemplándome cada vez más desconcertado en mis preguntas y respuestas, hizo
señas para que me acercara a Ella y, tomándome bondadosamente de la mano, me dijo:'
'- Mira.'
'Al mirar, me di cuenta de que aquellos chicos habían escapado y, en su lugar, observé una
multitud de cabritos, perros, gatos, osos y otros muchos animales.'
'- He aquí tu campo, he aquí donde tienes que trabajar. Hazte humilde, fuerte, robusto; y
cuanto veas que ocurre ahora con estos animales, lo deberás hacer tú con mis hijos.
'Volví entonces la mirada y, en vez de animales feroces, aparecieron otros tantos mansos
corderos que, saltando y balando, corrían todos alrededor como si festejaran al hombre aquel
y a la señora.'
'En tal instante, siempre en sueños, me eché a llorar y rogué al hombre me hablase de forma
que pudiera comprender, pues no sabía qué quería explicarme.' Entonces Ella me puso la mano
sobre la cabeza, diciéndome:'
'-A su tiempo lo comprenderás todo.' Dicho lo cual, un ruido me despertó; y todo desapareció.
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El día 30 de octubre de aquel año, 1835, debía encontrarme en el
seminario. El escaso equipo de ropa estaba preparado. Todos mis
parientes se mostraban contentos y yo más que ellos. Sólo mi madre
permanecía pensativa, sin quitarme la vista de encima, como si me quisiera
confesar alguna cosa. La víspera de la partida, por la tarde, me llamó para
decirme estas memorables palabras: «Querido Juan, has vestido el hábito
sacerdotal; yo experimento con este hecho todo el consuelo que una
madre puede sentir ante la suerte de su hijo. Pero recuerda que no es el
hábito lo que honra tu estado, sino la práctica de la virtud. Si un día
llegases a dudar de tu vocación, ¡por amor de Dios!, no deshonres ese
Hacia el seminario
Don Bosco nos relata su entrada hacia el seminario.
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hábito. Quítatelo enseguida. Prefiero tener un pobre campesino a un hijo
sacerdote negligente con sus deberes. Cuando viniste al mundo te
consagré a la Santísima Virgen; al iniciar los estudios te recomendé la
devoción a esta nuestra Madre; ahora te aconsejo ser todo suyo: ama a
los compañeros devotos de María y, si llegas a ser sacerdote, recomienda
y propaga siempre la devoción a María».Mi madre estaba conmovida, al
concluir las indicaciones; yo derramaba lágrimas. «Madre, respondí, le
agradezco cuanto ha dicho y hecho por mí; estas sus palabras no han sido
dichas en vano y las conservaré como un tesoro durante toda mi vida».Salí
por la mañana temprano hacia Chieri; al atardecer del mismo día entré en
el seminario. Después de saludar a los superiores y arreglarme la cama,
me dediqué a pasear con mi amigo Garigliano por los dormitorios, los
corredores y, finalmente, por el patio. Alzando los ojos hacia un reloj de
sol, descubrí este verso: Afflictis lentae, celeres gaudentibus horae.1He
ahí, dije al amigo, nuestro programa: estemos siempre alegres y correrá
deprisa el tiempo. Al día siguiente, empezamos un retiro espiritual de tres
días; procuré hacerlo del mejor modo posible. Hacia el final, visité al
profesor de filosofía –que entonces era el teólogo Ternavasio, de Bra – y
le pedí alguna norma de vida para ser responsable en mis obligaciones y
ganarme la benevolencia de mis superiores. Una sola cosa, me respondió el
digno sacerdote: el exacto cumplimiento de tus deberes. Me serví del
consejo como cimiento, entregándome con toda mi alma a la observancia
de las reglas del seminario. No establecía distinción cuando la campana
llamaba bien al estudio o a la iglesia, bien al comedor, al recreo o al
descanso. Los seis años en el seminario supusieron para mí un período muy
agradable.
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