Dirección de Investigación y Estudio NTI MUERTE EN CHILE
RITO FÚNEBRE SEGÚN IGLESIA EVANGÉLICA
Por Angélica Santos
“Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no
morirá eternamente” (Juan 11:25-26).
“Porque Cristo para esto murió y resucitó, y volvió a vivir, para ser Señor así de los muertos como de los que viven”
(Romanos 14:9).
Los evangélicos1, en tanto religión moralista y utilitaria, exponen un conjunto de pautas,
simbolismos, valores y sentimientos que le entrega sentido y que implica para los fieles que se
congregan en ella preceptos internalizados, compartidos y subjetivizados que explican la
pertenencia. La idea de un Dios Todopoderoso, severo y acogedor –como todo padre-; la
afirmación sobre la existencia de un Mesías llamado Jesucristo, quien se sacrificó por los
humanos, resucitó y prometió retornar involucra la constitución de una esperanza de salvación
futura para los creyentes y arrepentidos; los símbolos que contienen lo sacro, tal como la Biblia, la
cruz, los cánticos, la propia iglesia, sus figuras divinas y mortales –como el pastor-, manifiestan la
consistencia que da vida a la doctrina. En este tipo de religiosidad se reconoce la cercanía con los
creyentes, por ello se diferencia de otras expresiones religiosas por ser distantes y especulativas
tanto con la deidad como con los fieles.
“El evangelio es poder. El evangelio es bendición, es fuerza, vida y energía. Por eso no
se debe avergonzar de ser evangélicos, porque podemos cambiar a la sociedad” (A. A.,
08-08-2012).
En la religión evangélica predomina la idea de gran familia o comunidad, en la cual cuando alguno
está afectado el resto debe entregarle apoyo espiritual y emocional. Los ritos funerarios no
escapan de estas acciones. Tras el fallecimiento de una persona que crea y/o pertenezca a alguna
determinada congregación religiosa evangélica, la familia o los deudos proceden a seguir los pasos
formales en el tratamiento de un cadáver, según el motivo de su muerte. De forma autónoma
1 Existen diferentes tipos de asociaciones protestantes en este país. Aquellas comparten la idea que la Biblia es el documento empírico que acredita fehacientemente la existencia de Jesucristo, la fe es lo que permite la convención y salvación divina, y se reniega de agentes intermediarios entre la Trinidad –Dios, Jesucristo y el espíritu santo- y los creyentes tal como santos y vírgenes. Sin embargo, entre los diferentes tipos de iglesias existen diferenciaciones internas debido a particularidades doctrinarias que las distinguen con otras.
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contratan a una empresa funeraria que los ayudará en este proceso médico y legal. Serán los
familiares, encargados de la funeraria o representantes de la iglesia quienes realizarán el papeleo
necesario en el Registro Civil y en otras entidades pertinentes.
El rol del pastor, como líder religioso, se expresa desde el momento que recibe noticias del estado
del creyente enfermo o fallecido. Su primer ofrecimiento es ayuda –en todo sentido, lo que requiera
los deudos- y consuelo espiritual. Posteriormente, el pastor debe consultar discretamente a la
familia sus planes sobre el rito fúnebre y gestionará dicha actividad en el lugar y horario escogido.
Además, este líder puede sugerir ciertos aspectos siempre y cuando lo señale de manera
pertinente, respetuosa y sensible. El líder de una congregación es el pastor, quien actúa como el
intermediador entre la feligresía y la doctrina, siendo su actuación y discursividad congruente con lo
postulado en las Sagradas Escrituras. Ante ello, su figura, como expresión explicita de la ideología
evangélica, es legitimada y autorizada tanto por la institución a la que representa como por los
seguidores de la doctrina, para que sus palabras sean validadas y el mensaje divino sea
propagado. Es por esto que es él quien lidera el culto fúnebre, ya que participa como intermediario
entre la iglesia, la doctrina y los deudos, incidiendo en las decisiones de la familia en relación a lo
religioso. Además, este líder actúa como contenedor emocionar e intenta aconsejar a los dolientes
en torno a los gastos, forma de ceremonia, entre otros ámbitos.
“Mi rol es de guiar en la palabra del Señor, dar esperanza, dar testimonio. No vengo a
imponer nada, sino que sigo lo que dice las escrituras. Y hablo con la familia para que me
digan que necesitan y lo hacemos, ese es mi trabajo como pastor” (J. S., 14-08-2012).
Para el mundo evangélico, en la iglesia se convocan y exteriorizan los sentimientos, alabanzas,
cánticos y testimonios con la divinidad, a su vez se implora piedad e indulgencia para afrontar los
males de la humanidad, apelándose a la protección de los seres queridos. La realización del culto
funeral tendrá una connotación de colectividad, ya que todos los miembros de la iglesia se pueden
hacer presentes en este espacio apropiado. Los miembros de la iglesia, dependiendo de la
proximidad con el fallecido, se ponen en contacto con los dolientes, posterior al suceso –o desde
antes, si la muerte es producida por una enfermedad-. En el caso que la familia considere que la
ceremonia debe efectuarse de manera más intima, solo los integrantes de la congregación más
cercanos acompañarán a los dolientes en el velorio.
“Quienes quieran venir a la iglesia a despedir al hermano que se fue, bienvenido sea. No
se discrimina a nadie que no sea de acá. Si viene de corazón, porque lo sintió, las
puertas están abiertas” (M. C., 08-08-2012).
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El culto fúnebre es una oportunidad para reflexionar y considerar esta bisagra entre la vida mortal y
la vida divina. El mensaje general que se promociona en el rito apela a la consolación, expectativa
de un futuro encuentro con Dios, meditación y sensibilidad.
“El Señor vendrá a rescatarnos y nos llevará a un mundo mejor, menos violento, más
respetuoso. Si nos comportamos bien, no caemos en pecado, nos salvaremos. Por eso
no debemos faltar a la promesa que le hicimos, de ser buenos cristianos, ser un ejército.
Por eso no creemos en la muerte, sino en la vida eterna” (M. C., 08-08-2012).
No obstante, la noción de culto se concibe como una formalidad terrenal, que no intenta enaltecer
la figura de la persona fallecida, sino que intenta que la familia viva el proceso de pérdida de
manera efectiva y afectiva, con la compañía de la comunidad de creyentes y de los seres queridos,
ante una perspectiva que procura valorar la vida y comprender la muerte.
“No creemos en los ritos, en la celebración. Nosotros hacemos un culto, un acto donde
está el hermano fallecido y acompañamos a la familia con la palabra de Dios, con el
consuelo, con la confianza en que un día todos nos uniremos junto a nuestro Señor, que
seremos salvos y benditos” (M. C., 08-08-2012).
El programa del culto se articula ante los requerimientos de la familia. Generalmente se procede a
instancias de silencio, de predicas del evangelio, lecturas bíblicas, cánticos y oración, la cual debe
entenderse como el mecanismo de comunicación con Dios, y es un dialogo personal, accesible y
directo, sin pautas establecidas, como lo es el rezo para el catolicismo. Un representante de la
familia, amigo y/o pastor realiza un breve homenaje póstumo, con un relato que sintetiza la vida y
obra del fallecido, enfatizando la religiosidad de la persona muerta. No se prohíben los objetos
decorativos, pero no se instalan alrededor del féretro por cuestionamientos morales.
“Nosotros nos ponemos a disposición de la familia. Hacemos lo que quiera la familia, los
hijos. Si quieren que cantemos, cantamos. Si quieren que no hagamos nada, no hacemos
nada. Si quieren que el velorio sea acá, disponemos de la iglesia. Si quieren algo intimo,
en la casa de allá, yo u otro pastor que esté entonces irá a acompañar a la familia y dar
una palabra de aliento, el mensaje de Dios. Siempre oramos, es lo que nos permite
comunicarnos con el Señor, que nos oiga y sienta” (J. F. S., 31-07-2012).
Respecto al cuerpo, aquel es tratado –movido, acomodado, maquillado y vestido- según las
formalidades mortuorias tradicionales, a partir de lo establecido por las empresas funerarias, y
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siempre que el estado del fallecido permita su intervención postmortem. En el caso de un accidente
de tránsito u otra causal de muerte que dañe significativamente el cuerpo, el cuerpo no será
exhibido y se procurará que el rito sea breve, para una rápida sepultación. Los deudos o los
miembros de la iglesia no intervienen en la preparación del cadáver para su exposición en el
velatorio, sólo en casos excepcionales habrá un integrante de la familia observando el tratamiento
lúgubre. Por esta razón al interior de la iglesia no se presentan prejuicios en torno a la donación de
órganos.
“El cuerpo es un envoltorio, un envase que se queda en la Tierra. Lo que importa ya se
fue, está en la luz” (P. G., 14-08-2012).
“Ya no importa el cuerpo, es polvo y en polvo se convertirá. Que el polvo vuelva a la
tierra, como era, porque el espíritu, vertido en Cristo, retornará con él, en vida eterna. Nos
importa que el alma se haya ido con el Señor, si la persona se arrepintió en el último
segundo de sus pecados en la Tierra será bendito, tendrá esperanza y salvación junto a
nuestro Señor Jesucristo. La familia tendrá esta satisfacción, por eso no nos preocupa el
cuerpo, es un recuerdo de quien ahora está con Dios, allá arriba, esperándonos” (L. A.,
14-08-2012).
El velorio dura entre uno y dos días, según el lugar donde esté el féretro, si se espera la llegada de
familiares de lugares lejanos, según el estado del cuerpo y según lo determinado por los deudos.
Luego, el cadáver es movilizado al cementerio elegido por los dolientes como última morada. Tanto
el pastor como los creyentes más cercanos a la familia participarán en el traslado del cuerpo. El
camino tras el féretro puede ser silencioso o con variados cantos, depende de los deseos de la
familia y las limitaciones del camposanto si es posible un trayecto más festivo. Después de este
respetuoso desfile, el ataúd es dispuesto en la sepultura por los funcionarios del cementerio.
Posteriormente, los deudos esparcirán el primer puñado de tierra sobre el sepulcro, como señal de
despedida; luego el pastor efectuará lo mismo mientras pronuncia la última bendición. Tras el
sepelio se abandona el lugar, para refugiarse nuevamente en el templo o en su propia casa. Los
amigos creyentes y el pastor seguirán las decisiones de los deudos en este inicial proceso de
duelo.
“La familia manda, en lo que hay que hacer, en el tiempo, en todo. Ellos eligen a la
funeraria, ellos eligen el cementerio. Nosotros hacemos caso, pero lo ayudamos si ellos
no saben o no pueden hacer algo. Si después de que se dejó la persona fallecida en el
cementerio, seguimos dispuestos a la familia. Al final somos todos parte de la familia,
estamos en todas, en las buenas y malas” (J. S., 14-08-2012).
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Para el duelo, el apoyo de la comunidad religiosa varía según la apertura de la familia en
manifestar sus sentimientos y congoja. También depende si los deudos son miembros activos de la
iglesia o si se reintegran inmediatamente a las actividades cotidianas. En todos los casos, los
miembros de la congregación ofrecen ayuda de índole espiritual, emocional, psicológica,
económica, legal, entre otros aspectos.
“Entendemos que la familia sufre, que está dolida. Por eso nuestro mensaje se enfoca en
ellos, en los que se quedan y que aún no se irán. Le ayudamos en lo que necesiten, en el
duelo, en lo que necesiten” (J. S., 14-08-2012).
No existen reglas sobre los plazos y ritos para enfrentar el duelo. La duración y actitud de los
dolientes dependen de su estado anímico y su motivación espiritual. Para los deudos feligreses, se
estima que la persona fallecida tendrá una nueva vida junto a Dios. En este contexto, los deudos
manifiestan consuelo, resignación, confianza y aceptación ante la muerte, aunque en primera
instancia se exprese angustia, tristeza y dolor.
“La muerte no es el fin, es el principio, es una transición. Ahora tendrá nueva vida,
resucitará como Jesús lo hizo, lo demostró” (L. A., 14-08-2012).
“Esto es como un largo sueño, el hermano o hermana que murió está durmiendo. La
muerte no es ruptura, termino de la vida como lo creen los católicos, porque el Señor nos
prometió una vida en la eternidad, en la casa de él por largos días. Un funeral es como un
‘hasta luego’, nos reencontraremos más tarde. Esto es lo que da esperanza a las familias,
que saben que duele que alguien ya no esté acá, pero saben que están mejor, y que
pronto se reunirán. Ese es el aliento que queda, esa seguridad que no podemos olvidar, a
pesar de todo” (J. S., 14-08-2012).
En definitiva, los simbolismos y estructuración interna que emergen de ella apelan a la afectividad –
idea de comunidad, provocación de sentimientos y adoración desmedida a lo divino, las doctrinas
que se manifiestan refieren a la influencia en la forma de acceder y entender el mundo- y las
prácticas o ritualidades dan cuenta de una determinación de las conductas ideales que se esperan.
En este contexto los creyentes se autodenominan distintivamente como hermanos, porque se
sienten parte de una integridad y de una convicción común: son hijos de Dios.
CUIDADO DEL CUERPO
EXPOSICIÓN DEL CUERPO
ENTIERRO DUELO
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El tratamiento del cuerpo lo efectúa el personal del servicio fúnebre contratado, después de los procedimientos médicos y legales. Hay participación de los deudos en casos excepcionales y según la forma de fallecimiento.
La vestimenta y maquillaje depende del estado del cuerpo y de la elección de la familia. No hay intervención de los miembros de la comunidad religiosa.
El cuerpo se dispone en un féretro. Depende del estado de fallecido si es posible verlo.
El cuerpo instalado en el féretro es expuesto luego del tratamiento mortuorio, no hay plazos definidos.
El velorio se efectúa en el lugar que los deudos escojan (casa o templo). Esta etapa dura entre uno y dos días.
Generalmente, no se disponen velas ni flores. En ningún caso se instala un crucifico.
En la mayoría de las situaciones, dependiendo del lugar donde esté el fallecido, nunca se le deja solo, y las personas presentes leen pasajes bíblicos, cantan y oran. Se realiza un homenaje póstumo, a cargo de un familiar, amigo o pastor.
Los deudos y los asistentes de la comunidad religiosa realizan un desfile ante el féretro como señal de respeto.
El ataúd es llevado y bajado por los funcionarios del cementerio.
El ritmo y las actividades desarrolladas (tal como cánticos) en el sepelio dependen de los requerimientos de la familia y las limitaciones del camposanto.
Los deudos esparcirán el primer puñado de tierra sobre el sepulcro, luego el pastor efectuará lo mismo mientras pronuncia la última bendición.
La familia escoge el cementerio. La comunidad religiosa no influye en esta elección.
Los deudos son ayudados por los miembros de la comunidad religiosa, según los requerimientos de aquellos (de índole espiritual, emocional, psicológica, económica, legal, etc.).
No existen determinaciones rígidas sobre los plazos y ritos para enfrentar el duelo. La duración y actitud de los deudos dependen de su estado anímico.
Se estima que el fallecido pasó a una nueva vida junto a Dios. Por ello, los deudos manifiestan consuelo, resignación y aceptación ante la muerte, aunque en primera instancia se exprese pena y dolor.
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