Severo Sancocho
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Si existiera algún momento en mi vida que quisiera revivir sería uno -que aunque ahora
recuerdo casi como un sueño- está grabado en alguna parte de mi memoria: Estoy en la
sala de la finca que mi familia solía tener en Villeta. Hace calor y estoy solo, veo un
pequeño ser de apariencia radiante que atraviesa el suelo de ladrillos dando saltos
diminutos. A mis ojos, es impactante la forma en que los colores de esta figura saltarina
contrastan con su potente vitalidad, el opaco ambiente de esa casa de abuelo. El enorme
comedor de alguna madera pesada y oscura, las baldosas sucias de las paredes, el cuadro
un tanto siniestro con la imagen de una garza (autoría de mi madre), las mecedoras y toda
la envejecida colchonería de color ocre.
Como quien se embarca en una aventura voy al encuentro de este batracio saltarín.
Recuerdo gatear para ponerme a su nivel, recuerdo también la sensación de admiración y
deleite que tuve al ver su figura, que mezclaba el estado de alerta con una postura
imponente y relajada, creando en su actitud una suerte de arrogancia sorprendente para
su reducido tamaño. A decir verdad no tengo una imagen gráfica y clara de ese momento,
es más como una impresión de sensaciones. No sabría decir si fue la primera rana que vi
en la vida, pero sin duda ha sido una de las más impactantes. No olvido que no me temía,
a pesar de la diferencia de tamaño, o del hecho de estar realmente cerca y de cierta forma
presionándola. Me miraba con la extrañesa de cualquier ser que se acerca a otro que no
es de su especie y no mantiene relación directa con esta, pero tenía la suficiente confianza
de quien sabe que no será atacado. También recuerdo que de alguna forma me transmitió
claramente el mensaje de que no debía ser tocado por más asombroso que fuera, o por
más inofensivo que aparentara ser. Si hoy tuviera que decir qué especie de rana era esa,
me inclinaría por decir, debido a su postura y sus colores (no sabría decir con exactitud
que colores tenia, pero si se con certeza que eran brillantes y vivos), que era una rana de
la familia Dendrobatidae, una tipo de ranas altamente toxicas de Suramérica y
Centroamérica.
Rana Dendrobates con su clásica “postura arrogante” . imagen por jorge garcia, toamada de:
https://jorgegarciabiophoto.files.wordpress.com/2012/08/img_2281-2.jpg
Con el tiempo llegué a considerar este momento, viéndolo en perspectiva, como un
momento definitivo en mi vida, a pesar de su simpleza: “ver una rana en el piso de una
finca”. Podría parecer algo trivial para cualquier persona o incluso se podría atribuir
aquella sensación de admiración a una ingenuidad infantil. Sin embargo, para mí, esta es
la primera memoria que tengo de haber notado que existía una especie de secreto detrás
de los seres vivos. Como si el mundo orgánico estuviera dotado de una especie de
conocimiento colectivo que a mí me fue vetado, o más bien que debo descubrir por mi
propia cuenta. Este momento me inició también en un fuerte interés hacia los anfibios,
que seguí desarrollando constantemente durante los siguientes años de vida. La impresión
de misterio tras lo vivo es una sensación que no he perdido. Aún puedo quedarme absorto
mirando el ojo de una mirla o ver con curiosidad como una paloma coqueta, por poner los
ejemplos más mundanos.
Aquel secreto escondido detrás de los ojos de lo vivo, fue por mucho tiempo el motor de
mi vida. Quería descubrir el misterio del bosque, sentirme como un animal. No creo que
fuera un sentimiento referenciado por alguna película para niños, creo sinceramente, que
era una necesidad espontanea fruto de una particular sensibilidad hacia lo orgánico. Este
impulso me llevo por supuesto por el camino de la ciencia. Incluso antes de ingresar a
estudiar biología ya tenía acumulado una gran cantidad de conocimiento científico acerca
de las ranas y otros seres vivos. La ciencia fue en principio la única herramienta que
encontré para intentar acercarme a ese secreto.
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Mi papá es biólogo marino y comparte conmigo en alguna medida esta admiración hacia
la naturaleza, sin embargo no tiene una sensibilidad muy desarrollada. Por otra parte mi
mamá, artista, no tiene especial afecto hacia la naturaleza y más bien tiene una especie de
sensibilidad estética de las formas orgánicas. Desde temprano en mi vida opté por
inclinarme más hacia el conocimiento racional, paterno y científico, el cual me permitía de
alguna forma compartir con otros lo inexplicablemente maravilloso que podía ser el
mundo de lo orgánico y lo vivo.
Como dije antes comencé a estudiar biología en el año 2012 e ingresé a la universidad de
Los Andes en gran parte, alentado por haber visto algunos terrarios en los laboratorios
donde tenían ejemplares de ranas Dendrobates como la que vi esa tarde en Villeta. Para
ser sincero la experiencia fue un poco turbulenta. Aunque aprendía cosas emocionantes
eran muchas veces datos teóricos poco palpables y descontextualizados del ecosistema,
que luego se hacían tenues ante la metodología de estudio, los rigores de la ciencia e
incluso la sorprendente facilidad en la que se negaban y aceptaban ciertos hechos
científicos, limitando desde el principio otras posibilidades de configuración lógica. Quiero
aclarar que mi intención no es la desvirtuar la ciencia como forma de estudio. Describo
sencillamente, una situación personal en la que en un punto llegué a sentir hastío hacia a
la lógica positivista fundadora de esta forma de conocimiento. La ciencia, al contrario de
acercarme al secreto de la vida, me alejó de este.
No creo tampoco que esta sea la única razón que me distanció de la relación directa con la
naturaleza. Hubo otros lugares y momentos, quizá de mayor impacto en esta ruptura,
pero veo la desilusión hacia la ciencia como ese momento en que sentí que ya no conocía
forma disfrutable de develar ese secreto del que hablaba. Esta forma de estudio, pasó de
ser una actividad placentera a una rutina desilusionante e incluso comenzó a crear en mí
un egocentrismo del conocimiento que no tenía relación alguna con la inicial sensibilidad
hacia lo vivo. Fue en algún momento en medio de esa inestabilidad que decidí cambiar mi
rumbo por aquel sendero confuso del arte: la intuición. Quise dejar de lado mi
racionalidad e introducirme en el mundo materno de las sensibilidades, para ver si de esta
forma llegaba a comprender mejor mi propia búsqueda. No digo que nunca antes hubiera
tenido acercamientos al mundo del arte, por ejemplo desde la música o la escritura, pero
a decir verdad, la decisión de cambiar mi elección de vida fue una especie de salto al vacío
en medio de la confusión.
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Para comprender esto mejor, hay primero que retornar a otra etapa donde la sed de
conocer la naturaleza misma de la vida, me llevo por un camino muy diferente al de la
ciencia. Comencé a experimentar con alteradores de la conciencia, o drogas como las
llamaríamos comúnmente. Esto, como es frecuente trajo muchos cambios de conciencia,
perspectiva y profundidad, pero a su vez trajo mucha confusión y en muchos casos
desilusión, pues las experiencias ajenas que leía y escuchaba siempre distaron mucho de
mis propias experiencias, con hongos por ejemplo, y siempre terminaba teniendo la
sensación de que faltaba algo en la experiencia y sobraba cierta ansiedad.
Es en esta atmosfera que nace en mí una idea romántica hacia las culturas indígenas: el
mito del buen salvaje. Comencé a ligar mi necesidad de contacto con lo orgánico, que era
ya de por si la búsqueda de un secreto, con los relatos o datos que leía sobre culturas
indígenas. Nada más cercano a ese misterio que yo veía sin ver, que saber de historias
donde un chamán o taita es capaz de convertirse en jaguar o anaconda utilizando
psicoactivos, donde se puede acceder a un mundo en que se puede hablar con la hormiga.
¿Y porque no? con la rana. Más emocionante aún, fue saber que estos relatos tomaban
lugar no muy lejos, a todo el rededor de mí ciudad de origen y en todo el territorio
colombiano. Que de alguna manera, aunque distante, era “mi gente” la que mantenía viva
esta perspectiva. Sin embargo y como dice el refrán, ser colombiano es un acto de fe y
este hecho, al igual que saber que vivo en el país con mayor número de especies de ranas
en el mundo, no acortaba la distancia que sentía entre el secreto a descubrir y la ansiedad
de no saber cómo descubrirlo. Como toda idea romántica, el mito del buen salvaje
comenzó a tomar matices de desilusión al ver que en la práctica muchas culturas
indígenas tienen poco control sobre su territorio, sus técnicas han sido tergiversadas,
comercializan su espiritualidad e incluso aprovechan su poder sagrado de formas tan
deplorables como el abuso sexual.
No he tenido hasta la fecha una experiencia con yagé, en primer lugar porque no se
presentó la oportunidad cuando yo lo deseaba y más adelante porque deje de desearlo e
incluso comencé a sentir desconfianza, al ver la variedad y cantidad de relatos que hacían
pensar que el resultado de la experiencia era completamente impredecible, siendo en
muchos casos la confianza absoluta hacia el chamán, el unico suelo sobre el cual a la cual
pisar. No obstante más desalentador que todas las realidades ya mencionadas, fue la
certeza de una enorme brecha comunicacional entre los diversos mundos que habitan el
territorio de esta llamada nación.
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Es en una búsqueda raizal de mi identidad, en que comienzo a darme cuenta del alcance
que tiene de forma cotidiana la fragmentación causada por los antiguos procesos de
colonización en este territorio. Es curioso ver, por ejemplo en San Agustín, cómo el pueblo
sale de forma juiciosa a hacer sus procesiones católicas de semana santa y más tarde en
el radio suena una propaganda de “los hermanos aimara” diciendo que amarran al ser
querido y rompen todo tipo de maleficios. Esto lo escuchaba por cierto, en una casa a
escasos 200 metros de una maloca yanacona y a un kilómetro del parque arqueológico de
san Agustín. Estos popurrís de creencias espirituales convive en todo a lo largo y ancho de
Colombia (sin mencionar el resto del continente americano por no ser pertinente en este
proyecto en particular) y crean un entramado en el que buscar una identidad ancestral en
medio de la reconfiguración de símbolos parece cambiar constantemente la interpretación
y el valor de estos.
¿Pero a que me refiero con reconfiguracion de simbolos? Para entender esta expresión
podria referirme al caso de Bavaria S.A, compañía cervecera que lidero, a principios del
siglo pasado, una campaña de desprestigio y prohibición de la chicha, bebida indígena por
excelencia. Lo que es curioso es saber que un tiempo después y hasta la actualidad el logo
utilizado por esta empresa para su cerveza más refinada, la Club Colombia, es un tunjo
precolombino. El símbolo pasa de tener una connotación de ofrenda sagrada en una
cultura, a ser una representación de identidad en la otra, que por cierto desvirtuó el valor
original de esta insignia antes de apropiarla. Cabe anotar que esta representación de
identidad es de alguna forma ficticia, pues el símbolo pierde su valor inicial para
convertirse en una referencia grafica de algo que termina siendo más que un referente de
identidada, un reuerdo ajeno producto del desgaste cotidiano y la nueva forma de uso.
Campaña de desprestigio de la chicha por parte de Bavaria S.A, imágenes tomadas de:
https://expresodelcentro.wordpress.com/2009/05/14/la-chicha-prohibicion-vida-y-celebracion/
Colombia está llena de este tipo de superposiciones de símbolos indígenas. Para dar otros
ejemplos, está también el caso del dinero: Donde un poporo, la imagen del cacique
Calarcá o un diseño Quimbaya impresos en las monedas, pasan de ser símbolos indígenas,
a representar de nuevo esta identidad ficticia de naturaleza postcolonial. Existe un caso
que para mí es particularmente importante (sobre el cual trabajé en una época bajo el
título Agüita pa’ mi gente) pues implica el uso simbólico de la rana, animal que para los
muiscas tenía una relación sagrada con el agua. El uso de la rana en diseños
precolombinos es reconfigurada para representar una identidad que permita apropiar de
forma familiar para con los ciudadanos, la administracion del agua por parte del estado y a
manos del acueducto de Bogotá. En efecto esto se ha perpetuado al ser usado como logo
de esta entidad en diferentes presentaciones y durante muchos años, llegando a tener por
lo menos 7 diseños diferentes de ranas de carácter precolombino impresos en la tapa de
los registros de agua repartidos por toda Bogotá. En éste caso la apropiacion llega más
lejos cuando la imagen inical precolombina se ve transformada en la actualidad en una
nueva versión “abstracta”.
Agüita pa´ mi gente. Imágenes por Sergio Concha
Por poner un último ejemplo me gustaría hablar de los santuarios de Monserrate y
Guadalupe, donde el caso de re-significación de la simbología es el contrario y los cerros
llamados pie de abuelo y pie de abuela por los muiscas y en donde realizaban ceremonias
sagradas en tiempos precolombinos, pasaron a ser durante los procesos de colonización,
lugares de autoridad y actividad católica. Es, como ya mencione antes, esta re-
significación del símbolo lo que en mi opinión hace difícil una identificación fiel con las
raíces prehispánicas y lo que hace igualmente difícil una reapropiación adecuada de las
herramientas de poder propias de sociedades precolombinas.
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En todo caso, no creo que los conflictos de identidad en Colombia estén relacionados
únicamente con la imposibilidad de retomar las maneras nativas. Creo que la parte más
poderosa de este conflicto de identidad (del que soy parte) se encuentra en la terca
convicción de seguir estándares europeos de desarrollo, pretendiendo que estos
produzcan los mismos resultados en este territorio. Un ejemplo muy pertinene en relación
al proyecto Severo Sancocho es la utilización del método de reserva forestal o zonas
protegidas con la finalidad de preservar ecosistemas. El ser humano cree, en muchas
ocasiones, tener la potestad necesaria para separarse de la naturaleza y esto puede ser
contraproducente si tenemos en cuenta que somos seres vivos y parte de nuestro
comportamiento implica la transformación del entorno que habitamos. Nombrar ciertos
lugares como protegidos genera la idea de que el lugar que se debe habitar es diferente
del lugar que se debe preservar y sin embargo es plantear esta división lo que comienza a
enajenar al hombre de las dinámicas y ciclos orgánicos de las que hace parte
intrinsecamente. Por mencionar una forma más “autóctona” de relacionarse con el
entorno está el caso de muchas comunidades indígenas, que tienen también regulaciones
acerca del ingreso en ciertas zonas, usualmente controladas por el chamán. No obstante
los parámetros utilizados a la hora de concretar la ubicación de estos sitios son todo lo
opuesto a científicos (por lo menos en el sentido estricto de la palabra) y parten en gran
medida lo sagrado, una sacralización que a diferencia de la católica se encuentra
directamente conectada a los ya mencionados ciclos y dinámicas orgánicos.
La enajenación causada por este tipo separaciones me lleva a otra idea que también se ve
reflejada en el proyecto Severo Sancocho: El concepto de asepsia. El termino asepsia,
propio de la medicina occidental, se refiere a la ausencia de microorganismos que puedan
crear una infección. En este orden de ideas la asepsia estaría directamente ligada a una
concepción de salud de la siguiente manera: si algo no contiene microorganismos deja de
ser potencialmente nocivo. Sin embargo algo que no contiene microorganismos es a su
vez estéril y la esterilidad viene a ser un sinónimo de muerte o por lo menos de ausencia
de vida. El cemento, material utilizado inicialmente en Grecia y Roma, es por excelencia
un material estéril, difícilmente permite el crecimiento de vegetación e impermeabiliza el
suelo convirtiéndose así en un sutrato aséptico. No es de sorprender que las intenciones
de desarrollo y progreso importadas desde el viejo continente hayan llegado
acompañadas de ideales asépticos de la limpieza y estos, a su vez, acompañados de un
montón de cemento. No creo que esta idea de la limpieza sea mala o buena, Europa tuvo
que lidiar a lo largo de su historia con muchas epidemias y el ver la separación del germen
como una forma de no contagiarse podría parecer el método más efectivo de mantenerse
a salvo. Por otro lado la población americana se habíra mantenido a pesar de las plagas,
habría desarrollado una forma diferente de lidiar con estas problematicas probablemente
relacionadas a los sitios prohibidos ya mencionados con anterioridad y estos tendrían más
que ver con ideas de equilibrio entre el macro y el micromundo, el germen y el humano.
Para ilustrar esta idea podríamos hablar de un pantano que está lleno de mosquitos que
producen una enfermedad letal. Es en este caso también natural interpretar esto como
que el espíritu del pantano tomando la de desición de vetar al humano de este lugar con
el fin de mantener dicho equilibrio. Esta idea me lleva a otro concepto que viene
directamente de la biología, más precisamente de las teorías evolucionistas más actuales.
Según la evolución darwinista los organismos deben adaptarse al entorno y cuando dejan
de estar adaptados desaparecen. De esta concepción nacen preceptos cotidianos como la
supervivencia del más fuerte y estos preceptos comienzan a volverse un modus operandi
de la cultura. Sin embargo mirar un ecosistema de forma amplia revela que aunque las
relaciones entre los diferentes organismos de este sean en apariencia hostiles y
competitivas, en realidad existe una especie contrato tácito en el que el que cada especie
tiene un rol que mantiene el balance del ecosistema y nunca agrede más de la cuenta.
Esto demuestra que en medio de lo que parece caos regido por el deseo de supervivencia,
existe una especie de cooperación que aún parece escapar a los ojos del biólogo. Ojos
entrenados para ver una realidad única y por lo tanto sencilla o en otras palabras lógica.
Es curioso de la ciencia, que en ese sentido es muy similar al catolicismo, aunque quizá
obvio por su mutua necesidad de verdades únicas. Esta corriente religiosa es, por lo
menos en Colombia, la máxima representación monoteísta, pero referirse al dios único
desde una prespectiva politeista puede parecerse a hablar de la gravedad en condiciones
ideales, que sencillamente no existen. Para ilustrar esto se podría realizar un ejercicio de
interpretar principios científicos desde una perspectiva tribal. Si tenemos al “dios
gravedad”, este sería uno de los dioses más poderosos del panteón cientificista, pues rige
miles de eventos como por ejemplo la caída una fruta. Sin embargo, en una situación
hipotética, el árbol que tiene la fruta se encuentra en un barranco y a la hora de caer
entra en juego una segunda entidad. El “dios viento” que siendo menos poderoso que el
dios gravedad sigue teniendo la facultad de cambiar el destino del hambriento al sacudir
el árbol de forma tan fuerte que la fruta caiga hacia el vacío. En un universo teórico de
condiciones ideales y verdades únicas la fruta caería directamente bajo el árbol pero en un
universo de multiplicidades la verdad única de la gravedad es intercedida por otras
verdades y es incluso susceptible de ser manipulada por medio de la magia, que en otras
palabras significa el uso consiente de las multiplicidades.
Regresando al catolicismo es notoria la similitud que se tiene al aceptar de forma
irrefutable la verdad única imposibilitando así la potencialidad de la magia. Por otro lado
las condiciones ideales son ficticias o dicho de otra manera son una imposibilidad, no
tienen rostro o dicho de otra manera no es posible experimentarlas, pero factores como el
viento o un terremoto son posibilidades cotidianas que tienen un rostro visible y es por lo
tanto menos abstracto acercarse a ellas, referirse a ellas y vivirlas directamente. Es en ese
juego de observacón del mundo donde la relación hacia la muerte cambia drásticamente
según la cultura, pues una sociedad en que la muerte es vista con tabú y miedo distará
enormemente de una cultura en que la muerte sea tratada de forma cotidiana e incluso se
acceda a ella por medio de sueños o sustancias psicoactivas. En otras palabras tener un
rostro o incluso múltiples rostros para la muerte da la potestad necesaria para no temerle,
mientras que tener un intermediario misterioso entre la muerte y la vida crea una
distancia que se va rodeando de temor. Está pues la perspectiva de la muerte como
maestra y la muerte como castigo, lo singular del territorio colombiano es que estas dos
concepciones de la muerte están continuamente presentes. Por un lado está la percepción
católica en que la muerte viene acompañada de un premio o un castigo, según el
comportamiento del fiel. Dicha visión crea durante la vida una especie de deuda del
comportamiento que a su vez es acompañada de una gran culpa. Este tipo de
comportamiento es mucho menos visible en sociedades indígenas en las que acercarse a
la muerte visitándose con ella, resulta ser la manera más provechosa de relacionarse con
el otro mundo.
Retomando el tema de la re-significación de símbolos es notorio que estos disfraces
inicialmente usados para acercarse a la muerte han tomado un nuevo valor estético en
nuestra sociedad “criolla”. Los diseños precolombinos se han convertido en un motivo de
llavero que ya hace unos años fue perdiendo popularidad entre los colombianos y son
demandados cási exclusivamente por extranjeros. Al igual que las monedas terminan
siendo representaciones de identidad ficticia, los motivos indígenas terminan
convirtiéndose en alusiones a la “riqueza cultural”. El indígena contemporáneo en medio
de su pobreza y descontextualización no tiene muchas veces más opción que aliarse con
empresas que en un principio rechazaría por su uso de los recursos, para financiar
proyectos de exportación de artesanías que en el extranjero adquieren un valor especial al
haber sido realizada por alguna “tribu colombiana”. Inclusive el uso y percepción de las
inicialmente plantas sagradas ha sido tergiversado por dinámicas occidentales; la
trasformación de la coca en cocaína, la introducción de plantas sagradas orientales como
la marihuana en un contexto recreativo, la comercialización del yagé o la declaración de
una planta extranjera, el café, como producto colombiano de exportación.
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Habiendo explicado este marco de referencias quisiera ahora enfocarme en la obra Severo
Sancocho, una serie de 12 esculturas adecuadas a manera de instalación que se
componen en su mayoría de concreto y material vegetal vivo, además de combinaciones
de ídolos católicos y precolombinos conseguidos en las calles de Bogotá. En la obra, es
posible ver elementos y estéticas utilizados con anterioridad por referentes del arte
moderno y contemporáneo como los son los “precolombinos” con rostros de iconografía
norteamericana de Nadin Ospina, el cuadro de Colombia Coca Cola de Antonio Caro, las
esculturas de cemento de Jamie North o William Cobbing, los terrarios de Paula Hayes o
los de Vaughn Bell, los ensayos de jardinería de Gabriel Silva, las esculturas vivas de María
Elvira Escallón, además de referentes que distan un poco más del arte en el sentido
estricto, como la arquitectura de Hudertwasser, los diseños precolombinos de Antonio
Grass, los jardines de Bomarzo o el Buddha Park de Laos.
Nadin ospina made in colombia, 1991-1999. Tomado de: https://www.tumblr.com/search/nadin%20ospina
Antonio Caro Colombia Coacola, 2010. Tomado de: http://banrepcultural.org/coleccion-de-arte-banco-de-la-
republica/obra/colombia-coca-cola
Jamie North Rock Melt, 2015. Tomado de: http://www.aestheticamagazine.com/jamie-north-at-the-national-gallery-of-
victoria-international-melbourne-australia/
William Cobbing Excavation 2004. Tomado de: http://www.furiniartecontemporanea.it/it/artisti/william-cobbing_1
Paula Hayes, Terrariums, 2011. Tomado de : http://www.iainclaridge.co.uk/blog/1656
Vaughn Bell, Personal Biospheres, 2003-2004 .Tomado de: http://www.vaughnbell.net/archive.html
Gabriel Silva, Ensayos sobre jardineria y pintura, 2015. Tomado de:
http://ensambles1966t.blogspot.com.co/2015/03/ensayos-sobre-jardineria-y-pintura.html
María Elvira Escallón Nuevas Floras, 2003. Tomado de: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/exhibiciones/historia-
natural-politica/elvira-escallon.html
Antonio Grass, rostros del pasado . Tomado de: https://es.pinterest.com/pin/362117626272495542/
Friederisch Hundertwasser. Tomado de:
https://www.google.com/url?sa=i&rct=j&q=&esrc=s&source=images&cd=&cad=rja&uact=8&ved=0ahUKEwjP1Oy6xo7U
AhXL6yYKHX4SAsQQjRwIBw&url=https%3A%2F%2Fdebedehaber.wordpress.com%2F2013%2F11%2F05%2Ffriedrich-
hundertwasser-la-belleza-organica%2F&psig=AFQjCNGBujBnYMK6KG3US0vohJdgRrXIxg&ust=1495921936351966
Jardines de Bomarzo. Tomado de: http://arte.laguia2000.com/escultura/jardines-de-bomarzo
Buddha Park. Tomado de: http://www.visit-laos.com/vientiane/buddha-park.htm
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Además de tomar elementos de los trabajos mencionados, Severo Sonocho hace uso de
una estética particular en la que los materiales se usan como capas que reflejan las
mismas capas sociales, pero jugando de forma libre sin querer defender ninguno de los
componentes más que el otro e intercambiando la naturaleza o forma de uso cotidiano de
los mismos.
Es obvio que mi impulso al realizar el proyecto es la búsqueda de una identidad en medio
de la ya mencionada reconfiguración del símbolo. La sola escritura de este documento
tiene la intención de descifrar que es lo que busco y de dónde surge la necesidad de
combinar estos ídolos, por eso enfatizo más en mi historia y opinión personales, que en
conceptos utilizados por otros autores. No busco saber quiénes eran los Quimbayas, los
Tumacos o los Taironas; busco por la calle las representaciones que se inspiran en
iconografías precolombinas, muestras actuales y citadinas de ese pasado prehispánico,
recuerdos tergiversados y reciclados. Puede que un principio el gesto de decapitar al
divino niño para enmascararlo con una identidad indígena fuera quizá un juego infantil,
una sencilla combinación de bestiario, una acción en parte inconsciente. Creo que busco
algo que haga sentir genuinamente identificada a la gente e incluso se incomoden un
poco. Sentirse pertenecientes a algo que en alguna medida se han acostumbrado a
enajenar, pero que sigue estando constantemente presente. Una especie de
subconsciente colectivo, guerras en nombre de ideologías europeas con combatientes que
tienen técnicas de brujería como parte de su arsenal, ídolos precolombinos en cuerpos de
vírgenes o más bien vírgenes en el cuerpo de un cerro sagrado. Seguimos viviendo en dos
tiempos, dos realidades. Mirar al espejo lo que somos, más que defender posturas, darse
cuenta del absurdo manejo que se le da a la tierra producto de esta confusión de
identidad. Aceptar lo que somos así sea un poco monstruoso, reconocer que somos
habitantes de lugares mágicos y anteriores a la colonia a la vez que hijos bastardos de la
modernidad, vivimos en dos espacios temporales si no varios entre los dos extremos. No
estoy descubriendo ni retratando el secreto del que hablé antes; ante mi incapacidad para
descubrirlo decidí detenerme a observar. Tampoco trato de reivindicar a las culturas
indígenas, pues si apenas capto pequeños trozos de sus concepciones. Estoy retratando
de la manera más fiel posible una identidad social a partir de los materiales de
construcción usados por los dos bandos de este choque intercultural.
El cemento y el ideal de desarrollo en el campo, devoran las reservas y sitios protegidos,
pero más que una crítica es un sencillo ejercicio de imitación y en última instancia espero
que para el público sea un ejercicio de autobservación. A la hora de invertir la forma en la
que se usa el material, plantas contenidas y cemento liberado de forma orgánica, procuro
ambientar una incomodidad familiar producto de saberse tan ajeno a los propios dioses,
como un indígena que trabaja raspando coca. Ruinas de una nación ficticia pero
verdadera, lo que adoraría quien fuera capaz de reconocer los elementos del mundo en el
que vive por más absurda que fuera esta adoración. Lo que encontrarían habitantes del
futuro al excavar bajo el concreto derruido por la mano de la naturaleza. Un hechizo o un
ritual cuyo propósito sea imposibilitar el juicio de valor o la separación de lo bueno y malo,
lo civilizado y lo salvaje lo divino y lo profano, que todo sea tan familiar y a la vez tan ajeno
que sea imposible hacerlo más familiar o más ajeno por las constantes contradicciones, el
no poderse agarrar de nada.
Si tuviera que escoger un animal totémico o de poder, elegiría por supuesto la rana,
aunque suene un poco extraño, pues la idea de animal de poder nace del deseo de tomar
ciertas facultades de un animal y traspasarlas al humano. Hay sabedores que hablan de
adquirir la facultad que tiene el tigre (como es llamado el jaguar coloquialmene) de
convertir al vivo en muerto, pero de manera contraria y así logran curar. Yo me
identificaria con la rana aunque desde un precepto científico. La rana es por excelencia un
indicador biológico, en otras palabras refleja la salud de un ecosistema, pues su piel es tan
sensible al medio exterior que los agentes contaminantes reducen rápidamente la
poblaciones de estos animales. Así como el chamán que quiere invertir el poder del jaguar
al conocer su forma de matar yo quisiera transmutar a esta rana moribunda en una forma
de curación, al igual que esta obra es reflejo de la enfermedad que antes de ser tratada
debe ser entendida. La rana no juzga, sencillamente refleja, la rana no se queja, solo
reacciona como un síntoma. La rana que ya no pasará jamás por el suelo de la finca de
Villeta, pues ahora es un conjunto residencial con piso de cemento.
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