La violencia de género tiene un ciclo enloquecedor de agresión/violencia. Fuente: http://noseq.com/salud-bienestar/10529450/no-al-maltrato-femenino-infantil-y-al-masculino/
Género, Salud y Enfermería
Unidad 3, tema 1
: Unidad 3:
Aportes teóricos de la perspectiva de género a la práctica del cuidado de
enfermería
Tema 1:
Análisis de la profesión de enfermería desde
la perspectiva de género
*Profesora de la Escuela Nacional de Enfermería y Obstetricia de la Universidad Nacional Autónoma de México. Correo electrónico: [email protected]
Con la colaboración y asesoría pedagógica de: Carlos Compton García Fuentes
María de los Ángeles Torres Lagunas*
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Contenido
Antes de comenzar Introducción ¿Qué le aporta el género a la disciplina de enfermería? ¿Porqué la condición de género permea la disciplina de enfermería? ¿Qué condiciones laborales tiene la disciplina de enfermería a nivel
mundial de acuerdo con el Consejo Internacional de Enfermeras? ¿Por qué el conocimiento y el ejercicio de los derechos humanos es una
alternativa para eliminar las inequidades de enfermería?
Antes de comenzar
La enfermería es la disciplina científica ética y humanista del cuidado de las personas, familias y
comunidades que conforman una sociedad en un contexto sociocultural determinado:
Es una actividad humana que brinda servicios de salud a mujeres y hombres como seres
humanos integrales. Su objeto de estudio es el cuidar/cuidado.
El cuidado se orienta a mujeres y hombres que son diversos y tienen necesidades
diferentes como seres humanos. La pertenencia a un género, nos hace ser singulares,
particulares, únicos e individuales.
Tanto el género como la enfermería tienen formas heterogéneas de concebirse y
ejercitarse en una sociedad plural y diversa como la nuestra.
En este contexto, las organizaciones de salud también son un terreno socio-cultural particularmente
fértil para la reproducción de innumerables códigos y prácticas de género de ahí la importancia de hacer
un análisis desde esta perspectiva de la profesión de enfermería.
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Introducción
La revisión de los aportes teóricos de la perspectiva de género aplicados a la práctica del
cuidado de enfermería es fundamental en la formación integral del futuro profesional de
enfermería considerando que:
la mayoría del personal que ejerce la profesión somos mujeres,
que somos las principales proveedoras del cuidado de la salud a nivel familiar, comunitario
e institucional,
que muchas de las inequidades laborales e institucionales que vive el personal de
enfermería tienen relación con la condición de género que históricamente ha tenido
influencia desde dos ejes de poder patriarcal: la milicia y la religión, que fomentan valores
de sumisión, dependencia, obediencia, abnegación, bondad, etc.
Además se revisará cómo la práctica del cuidar/cuidado, ha sido poco valorada social, cultural y
económicamente, pues ha estado asociada a lo “femenino” a lo “doméstico” desde una visión
patriarcal o machista como la que prevalece en México, en donde lo asociado a lo “masculino” tiene
más valor que lo asociado a lo “femenino”, todo ello con el fin de resignificar la práctica del cuidado
desde una visión integral y en un plano de equidad, desmitificando toda esa serie de aprendizajes
que favorecen la violencia de género y limitan la salud integral.
En este sentido, se realizará un análisis conceptual y teórico de la profesión de enfermería desde
la perspectiva de género a partir del planteamiento de interrogantes que den respuesta al estudio
de la relación enfermería, género y salud, del análisis de los conceptos de situación y condición de
género, identificando:
por qué la condición de género permea la disciplina de enfermería,
qué condiciones laborales que tiene la profesión de enfermería a nivel mundial de
acuerdo con el Consejo Internacional de Enfermeras,
quien ha condenando todas las formas de abuso y de violencia contra las enfermeras,
incluido el acoso sexual, pues los considera “violaciones a su derecho a la dignidad y a
integridad personal.
Asimismo, se plantea la posición de la Organización Panamericana de la Salud, quien ha señalado,
que para erradicar la violencia de género, como problema de salud pública de prevalencia global,
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se debe el incluirse en las currícula de los futuros profesionales del área de la salud, suficiente
información sobre los estudios de género y su metodología, por lo que ha recomendado a los países
miembros concientizar a la sociedad de la existencia de violencia para que los gobiernos promuevan
campañas que desacrediten y exhiban los mensajes de violencia que llegan a través de los medios
de comunicación.
Finalmente se se plantean una serie de reflexiones que aborden el conocimiento y el ejercicio de
los derechos humanos cómo una alternativa estratégica de la ciudadanía en general y del personal
de enfermería en particular para eliminar las inequidades en enfermería.
¿Qué le aporta el género a la disciplina de enfermería?
La relación enfermería, género, salud desde la perspectiva de género, pretende:
Otorgar servicios que promuevan la equidad de género en la provisión y recepción de
servicios asistenciales.
Reconocer la violencia como un problema de salud pública generalizado que vulnera la
salud de las personas como seres humanos integrales.
Identificar al personal de enfermería como el recurso humano fundamental para
detectar y prevenir la violencia de género, por su condición inmejorable de cercanía a la
ciudadanía que solicita servicios de salud.
Analizar la realidad social con perspectiva de género es una opción ética y política para transformar
las relaciones de desigualdad, cuestionando y apartándose de las argumentaciones funcionalistas y
deterministas sobre la “naturalidad” (por tener un origen divino) de las desigualdades, y sostener
que es la simbolización cultural y no la biología, la que establece lo que “es propio”, por lo tanto “es
natural” de cada sexo. La importancia de estas normas, ideas y representaciones radica en que a
partir de ellas los seres humanos moldeamos nuestras propias identidades individuales y colectivas.
Es también una necesidad académica para analizar la realidad social desde otra mirada que no ha
sido privilegiada –la de las mujeres- y evidenciar el sesgo androcéntrico y parcial del análisis que ha
prevalecido y que ha pretendido ser objetivo.
Aunque la realidad social no puede ser abarcada desde una sola perspectiva teórica, utilizar la
categoría género para referirnos a los procesos de diferenciación, de dominación, y de
subordinación entre los hombres y las mujeres, nos obliga a remitirnos a construcciones sociales
que pueden ser transformadas. En esta perspectiva coexisten distintos tipos de enfoques dentro de
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un intento común por interpretar el género como un sistema de relaciones culturales entre los
sexos, mediado por la compleja interacción de un amplio espectro de instituciones económicas,
sociales, políticas y religiosas. (Lamas, 1996).
Desde el nacimiento, los seres humanos somos distinguidos con una categoría: niña o niño
según sea el resultado de la apariencia externa de los genitales. Esto inicia la asignación de un
género a partir del sexo biológico con el que se nació, proceso que se va articulando con otros
procesos y que se orienta a lograr que las personas femeninas y las masculinas cumplan con los roles
y los atributos esperados para cada género y que los actúen en los espacios asignados a cada cual.
El problema es que los atributos, los roles y los espacios asignados a las mujeres son menos
valorados que los asignados a los hombres, y esta diferencia se traduce en desigualdades que han
pretendido explicarse como naturales, cuando se explican por la asignación de género. (Alatorre,
2002).
El género es una construcción simbólica, establecida sobre los datos biológicos de la
diferencia sexual (Lamas, 1996:12). Constituye una categoría analítica para comprender y explicar
la simbolización cultural de la diferencia sexual, lo que ha permitido una revaloración crítica de las
perspectivas interpretativas de las disciplinas sociales; es decir, analizar la realidad social con otra
perspectiva: la perspectiva de género.
La perspectiva de género, señala Facio (1996:3) no es la perspectiva de las mujeres, así como
hablar de género no es hablar sólo de mujeres. Existen dos géneros: masculino y femenino, cuyas
relaciones –inter e intra género- con el mundo, forman la realidad social. La perspectiva de género
es mucho más que visibilizar a las mujeres y a las relaciones de poder entre hombres y mujeres; es
analizar cómo, culturalmente, se percibe y se entiende el mundo de manera dicotómica, es decir,
dividido en pares no sólo opuestos sino jerarquizados y sexualizados. En esta cosmovisión todo lo
femenino vale menos que lo masculino.
La asignación de la identidad de género para cada sexo es también dicotómica y
jerarquizada; lo masculino es el referente que domina y define el “lado opuesto”. La
sensibilidad es definida como la ausencia de racionalidad; la subjetividad como la ausencia
de objetividad; la pasividad como ausencia de actividad; el pensamiento debe estar exento
de sentimientos; la razón debe dominar las emociones (Facio, 1996).
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La jerarquización de estos valores y el tomar al hombre y a lo masculino como referente
y paradigma de lo humano, está afectando no sólo a las mujeres, sino de una u otra forma a todas
las personas que de manera cotidiana desempeñan actividades y viven relaciones genéricas (en
donde conviven mujeres y hombres) en los diversos espacios de vida, como son la familia, las
instituciones educativas, las instituciones laborales, etc. Pues a partir de estos sistemas excluyentes
se construyen las sociedades intolerantes, violentas y destructivas; así como las diversas formas de
discriminación social, ya que ese hombre paradigmático no es neutral en términos de raza, de clase,
de edad, de salud, de educación.
La distribución de papeles en la sociedad para cada sexo no se desprende directamente de
las diferencias biológicas, se construye como un hecho determinado por el contexto social, político
y económico donde la base de la diferenciación es un orden jerárquico basado en la supremacía de
los hombres y lo masculino y en la desvalorización y subordinación de las mujeres y lo femenino.
Es así mismo, una visión de desarrollo social, de ciudadanía, al incorporar la participación
política de las humanas y hacer visibles las condiciones asimétricas entre los hombres y las mujeres
en el ejercicio del poder. Analizar la realidad social con perspectiva de género tiene implicaciones
profundamente democráticas. Aporta valiosos elementos teóricos y metodológicos para fortalecer
los movimientos sociales anti sexistas y la cultura de los derechos humanos, pues contribuye a
transformar el mundo de dominación de clase, de género, de raza y de etnia en un mundo de
igualdad de derechos y de respeto a las diferencias.
¿Por qué la condición de género permea la disciplina de enfermería?
La enfermería es la disciplina científica ética y humanista del cuidado de las personas,
familias y comunidades que conforman una sociedad en un contexto sociocultural determinado. Es
una actividad humana que brinda servicios de salud a mujeres y hombres como seres humanos
integrales. Su objeto de estudio es el cuidar/cuidado. El cuidado se orienta a mujeres y hombres
que son diversos y tienen necesidades diferentes como seres humanos. La pertenencia a un género,
nos hace ser singulares, particulares, únicos e individuales. Tanto el género como la enfermería
tienen formas heterogéneas de concebirse y ejercitarse en una sociedad plural y diversa como la
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nuestra. En este contexto las organizaciones de salud también son un terreno socio-cultural
particularmente fértil para la reproducción de innumerables códigos y prácticas de género.
El género permea todos los ámbitos de la interacción social, incluido el espacio de la salud.
Las organizaciones de salud constituyen un terreno social particularmente fértil para la
reproducción de innumerables códigos y prácticas de género, de ahí que la construcción de lo
femenino y lo masculino se re-signifiquen en estos sistemas; es decir existen influencias reciprocas
entre las condiciones de salud de una población y los factores ligados a las construcciones sociales
de género, además de que .el análisis del cuidado de salud desde la perspectiva de género implica
reconocer explícitamente las diferencias entre mujeres y hombres en el proceso de salud y en el
acto de cuidar, por ello es importante fundamentar la importancia de reconocer la categoría
“género” como un factor sociocultural que atraviesa como un eje transversal, todos los demás
factores que intervienen en la salud de las personas como seres humanos integrales, para hacer
evidente que el proceso salud enfermedad es diferente y por lo tanto el cuidado a la salud que se
otorgue debe ser diferenciada y brindarse en un plano de equidad.
Lagarde (2004) en su tesis doctoral describe la Condición y la situación de género de las
personas, dentro de sus categorías de análisis. Ella refiere que “las mujeres vivimos diferencias en
cuanto a situaciones de vida, pero compartimos universalmente, la misma condición de género”,
dicha categoría es “el conjunto de circunstancias, cualidades y características esenciales que
definen a la mujer como ser genérico”, indica que los estudios de género buscan las construcciones
teóricas de la condición de las mujeres y de los hombres, pero desde una perspectiva teórica y
filosófica feminista, que permita hacer evidente la opresión de las personas por razón de género
en una cultura patriarcal.
La autora nos está mostrando que toda persona como ser humano tiene una situación de
vida singular (particular), en cuanto a pobreza excesiva, carga de trabajo, falta de educación,
preferencia sexual, etc. Pero qué como género tanto mujeres y hombres, tenemos como personas
una misma condición de género (universal) que todas las mujeres, por ser “mujeres” compartimos
y todos los hombres por ser “hombres” comparten, independientemente de nuestra raza,
preferencia sexual, nivel socioeconómico, nivel de educación, etcétera. Es este sentido, la
condición de género se constituye así en la categoría explicativa de la construcción social y
simbólica histórica y cultural de las mujeres y los hombres sobre la base de la diferencia sexual.
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Entonces, parafraseando a Lagarde, si consideramos que la mayoría de las personas que
estudiamos la profesión de enfermería somos mujeres (85% aproximadamente) y como mujeres
enfermeras, vivimos diferencias en cuanto a situaciones de vida (por condición económica,
educativa, racial, etc.), pero compartimos universalmente, la misma condición de género; es decir,
compartimos como profesión ciertas características esenciales, actitudes y valores que hemos
aprendido socioculturalmente como profesionales de la enfermería.
Aprendemos un ethos, un modo de ser, una manera de ser “enfermera” o “enfermero”,
impregnada de los valores socioculturales que hemos aprendido como “mujeres” y cómo
“hombres”, y que transferimos o trasladamos a los diversos espacios donde se desarrolla nuestro
cotidiano, como lo son el trabajo, a la escuela, etc. Es decir; acarreamos los valores que hemos
aprendido en los distintos espacios de socialización: familia, escuela, trabajo (como la “sumisión”,
el “ser para otros y no para sí”, el tener un “deber ser” impuesto, el ver como “natural” las
inequidades, la “invisibilidad del cuidado”, que como enfermeras realizamos incansablemente
todos las 24 hrs del día de los 365 días del año, , el tener una autoestima devaluada, el tener bajos
sueldos, pobre participación política y social, trabajo discriminado, mal remunerado, con poco
reconocimiento social en relación con otras profesiones de la salud, desigual acceso a la toma de
decisiones, calidad de vida laboral deteriorada por dosis adicional de riesgo y violación de derechos
laborales entre otras.
El ser y el hacer son dos aspectos fundamentales para la profesión de enfermería. En este
sentido, el “ser” o la “manera de ser” que yo llamo “ethos de la enfermera” (manera de ser de la
enfermera), y que Alatorre (2002) denomina “modelo de ser enfermera” señalando que
corresponde a la asunción de una estructura patriarcal que se construye y reproduce a través de
valores, actitudes, comportamientos, atributos y espacios diferenciados y jerarquizados para
enfermeras y médicos, sustentados en formas asimétricas de poder aprendidas en las siguientes
instituciones: La familia, la Escuela, el Trabajo, los Medios de Comunicación, la Religión, las Leyes y
las Instituciones de Salud.
Este “ethos de la enfermera” o “modelo de ser enfermera” se aprende, no se nace con él,
no lo traemos en los genes; sino que lo hemos construido a través de nuestra historia de vida, en
nuestra cotidianidad, en nuestro día a día. Es un modo de ser que hemos aprendido al introyectar
actitudes, valores y acciones asociados a lo “femenino” como lo son la ternura, la bondad, la
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compasión, el cuidar, el nutrir, el educar, etc.”, asociados al propio rol de la profesión de
enfermería.
En otras palabras, aprendemos el “modo de ser enfermeras”, cómo aprendemos “el modo
de ser mujeres” en una sociedad patriarcal, con instituciones androcéntricas (de salud, educativas,
laborales, etc) que históricamente le han otorgado más valor a lo “masculino” que a lo “femenino”
y ahí está, una de las claves, por las que nuestra profesión ha sido a lo largo de los años una
actividad “poco reconocida” socialmente, invisibilizada, supeditada al poder médico
institucionalizado y etiquetada como “profesión femenina”.
Al respecto, Simone de Beauvoir señalaba que “no se nace mujer, se aprende a serlo”, Edda
Alatorre (2010) parafrasea a esta autora señalando que “no se nace Enfermera, se aprende a serlo”;
es decir se aprende a aceptar, actuar consecuente con el “modelo enfermera”, que complementa
la construcción simbólica médico/enfermera, en un sistema masculino de dominación o patriarcado.
El patriarcado, es el paradigma donde el hombre (el ser humano genérico masculino), es
el centro de la organización política, ideológica y jurídica de la sociedad. Su base es el sexismo y se
expresa cotidianamente en el machismo, la misoginia y la homofobia y las determinantes de las
relaciones en los géneros y entre ellos. Las relaciones de género son desiguales. En este sistema,
uno de los géneros, el integrado por los hombres, domina al otro, el que forman las mujeres. La vida
se estructura en referencia al androcentrismo (los hombres), que es quien tiene el poder de
decisión sobre la vida y, con éste, el poder de construir la sociedad, la cultura y la historia, y de
subsumir en este proceso a la mujer. A este proceso de dominio genérico y a las estructuras y formas
a que da lugar en la vida cotidiana se le llama patriarcado. (Alatorre, 2002). Ideológicamente, en “el
patriarcado se establece como natural la valoración desigual de los hombres en relación con las
mujeres. De esa manera, a partir de la diferenciación biológica-sexual de la especie se otorga
superioridad a los primeros e inferioridad a las segundas. En ambos casos, se trata del género tanto
como de los particulares.” (Langer, 1998: 53-87)
Parafraseando a estas dos autoras estudiosas del género, podemos decir que aprendemos
a ser enfermeras, como aprendemos a ser mujeres, al introyectar una estructura patriarcal que
construimos y reproducimos en las instituciones educativas y de salud con base en preceptos
religiosos y militares. Se aprenden valores : “el deber ser”, actitudes, comportamientos: “cómo se
debe de actuar”, atributos :“lo que debe de caracterizarlas” y espacios: “dónde se debe estar”.
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Los estereotipos relacionados con la mujer obediente, abnegada, fiel, sumisa, poco
inteligente, callada, nos transfiere al “modelo ideal” patriarcal esperado socialmente para la
enfermeras y para la profesión de enfermería y por ende a la condición de género de las enfermeras,
como señala Alatorre (2010) quien refiere que la condición social de las enfermeras mantiene y
reproduce el “modelo médico/enfermera” que indica los atributos para las enfermeras en cuanto
a - lo que tienen que ser y lo que no-, los comportamientos- lo que deben ser y lo que no-, y los
espacios- donde deben estar y donde no- diferenciados y jerarquizados para las personas, hombres
y mujeres, que históricamente, informal y formalmente han cuidado, curado y rehabilitado en el
campo de la salud. La tarea ahora es la deconstrucción y una estrategia para lograrlo es a través
del análisis histórico social de la Enfermería en México y en el mundo pero con un enfoque de
género.
En suma, la perspectiva de género permite analizar la construcción histórico-social de la
profesión de enfermería, culturalmente señalada como profesión “femenina” por ser mujeres
quienes mayoritariamente la estudian, además de reconocer la historia derivada de su rol de
género; así como también analizar cómo y por qué la profesión de enfermería vive diversas
condiciones de discriminación, sólo por ser mujeres, con el fin de hacer evidentes las situaciones
de inequidad y de discriminación, para con ello poder liberar estas situaciones con base en el
empoderamiento y el ejercicio de derechos humanos.
¿Qué condiciones laborales tiene la profesión de enfermería a nivel mundial de
acuerdo con el Consejo Internacional de Enfermeras?
En todos los países las enfermeras viven diversas condiciones de discriminación laboral, asunto
que es considerado prioritario de resolver por el propio Consejo Internacional de Enfermeras (CIE).
En 1995 el CIE declara que:
“...ningún país posee el mecanismo satisfactorio de negociación de las condiciones de
empleo de las enfermeras, con la claridad de su derecho a negociar. En algunos, inclusive
no están autorizadas a participar en las negociaciones…” (CIE, 1995:65).
El CIE ha documentando la discriminación laboral de las enfermeras, haciendo referencia a
su relegación a puestos tipificados como de baja calificación, mal remunerados y con escasas
posibilidades de promoción “a pesar de que las enfermeras han elevado considerablemente su nivel
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educativo”, sufren mayor vulnerabilidad a despidos, y “viven relaciones laborales jerárquicas de
subordinación y de dependencia”.
El CIE amplía las observaciones en torno a las deficientes condiciones de trabajo de las
enfermeras. Retoma de manera particular las que afectan su vida y su seguridad; incluye la violencia
y el acoso sexual e insiste en que las enfermeras viven violaciones sistemáticas a sus Derechos
Humanos, lo que constituye, en muchos sentidos formas de violencia. En este sentido, el CIE hace
una Declaratoria al respecto (CIE, 1995). Inicia señalando que: “Las condiciones de trabajo
específicas al sector salud tienden a exponer al personal de Enfermería a importantes riesgos para
su salud y a situaciones de abuso y violencia” dado que:
Las modalidades de menor dotación de personal y la contratación de trabajadores
temporarios, como estrategia de las instituciones para disminuir costos de operación,
expone al personal de Enfermería a sufrir sobrecargas de trabajo, lo que ocasiona a las
enfermeras estrés y desgaste físico, sobre todo lesiones de espalda. Estas lesiones son uno
de los mayores problemas de las enfermeras de todos los países, “en muchos la incidencia
es mayor que las lesiones sufridas por los trabajadores de la construcción”.
Tienen intervenciones que exigen un estrecho contacto y proximidad física con personas
enfermas y con áreas de alto riesgo, lo que expone a las enfermeras a contraer
enfermedades transmisibles como la hepatitis, tuberculosis pulmonar y VIH/sida1, entre
otros. Así mismo cáncer por exposición a radiación ionizada, benceno, formaldehído y otros
agentes conocidos por sus efectos cancerígenos.
Participan en la atención de enfermeras las alumnas de Enfermería a quienes se ubica para
realizar las mismas actividades que las enfermeras trabajadoras, sin tener la experiencia y
sin la supervisión suficiente, lo que las expone a muchos riesgos2.
Las enfermeras sufren perturbación de las modalidades de vida debido al trabajo rotatorio
y por turnos, especialmente en el trabajo nocturno, lo que altera la organización familiar,
1 En México según datos de la CONASIDA del año 2000, las enfermeras son las más afectadas por
contagio, con 32 casos entre documentados y posibles. En el personal médico sólo 15 casos
(CONASIDA 2000:32)
2 El reporte de CONASIDA mencionado incluye también a las y los estudiantes de todas las
profesiones del área de la salud como altamente vulnerables.
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los ritmos de descanso y de recreación y los tiempos de estudio y de desarrollo y superación
profesional. El trabajo nocturno incrementa en las enfermeras el riesgo de violencia por la
mayor inseguridad nocturna sobre todo en las grandes ciudades, al tener que desplazarse
desde y hacia el trabajo. Así mismo incrementa el riesgo de violencia familiar al descuidar
“sus responsabilidades” conyugales y domésticas.
De especial importancia es el planteamiento del CIE sobre la violencia física y sexual hacia
las enfermeras, pues éstas constituyen claramente formas de violencia por razón de género. Este
Este planteamiento documenta casos en varios países como Estados Unidos, Inglaterra, Canadá,
Australia, Irlanda, etc., y señala que:
“…Encuestas realizadas ponen de relieve la importante frecuencia de abusos y violencia contra las enfermeras, incluyendo a médicos entre los agresores...a lo que se restaba importancia y se pasaba por alto, o se culpaba a las propias enfermeras del `fracaso en el desempeño de sus deberes profesionales, además de presionarlas para mantener los hechos en silencio…”. (CIE, 1995)
Concluye el CIE condenando todas las formas de abuso y de violencia contra las enfermeras,
incluido el acoso sexual, pues los considera “violaciones a su derecho a la dignidad e integridad
personal”.
En todos los países, las enfermeras laboran en condiciones desfavorables. Estas
condiciones se ubican tanto en el plano personal como en el plano institucional. Aunque varían en
forma y fondo, conservan una constante universal: la desvalorización que en mayor o menor medida
se hace a las personas que pertenecen al género femenino; es decir, por “discriminación de género”,
asunto que es prioritario de resolver como declara el propio Consejo Internacional de Enfermeras
(CIE), que en 1995 declara que:
“...ningún país posee el mecanismo satisfactorio de negociación de las condiciones de empleo de las enfermeras, con la claridad de su derecho a negociar. En algunos, inclusive no están autorizadas a participar en las negociaciones…” (CIE, 1995:65).
¿Qué inequidades laborales por razón de género tiene el personal de enfermería en
México?
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En México, el segundo párrafo del artículo 4° Constitucional establece la igualdad jurídica
entre el varón y la mujer. Ambos géneros tienen, en teoría, los mismos derechos y obligaciones
que establecen y ordenan las leyes. La igualdad laboral de la mujer y del hombre se sustenta
también jurídicamente en el artículo 123 de la Constitución y en el artículo 86 de la Ley Federal del
Trabajo, que refiere: “A trabajo igual debe corresponder salario igual, sin tener en cuenta sexo ni
nacionalidad”. A esta normatividad nacional se agregan las normas contenidas en los Convenios y
Tratados Internacionales, celebrados conforme al artículo 133 de la Constitución y aprobados por
la Cámara de Senadores lo que los hace aplicables en nuestro país por ser leyes obligatorias (
Kurczyn , 2001).
La enfermera que trabaja en México, generalmente se ve sometida a situaciones
particularmente adversas por su doble condición de trabajadora y de mujer. Las tareas domésticas,
se acumulan al trabajo asalariado, lo que la somete a jornadas de trabajo largo y agotador. Las
expectativas sociales con respecto al rol femenino, que por una parte demanda de la mujer una
mayor participación social, pero también fidelidad a la condición femenina tradicional significan
una presión adicional. Las mismas mujeres “aceptan” como “natural” la duplicación de funciones y
con frecuencia lo viven con culpa por “descuidar sus responsabilidades” como esposas, madres, y
amas de casa. La culpa las presiona para cumplir con mayor esmero, y por supuesto con mayor
desgaste. A este se agregan los mensajes sobre los “efectos negativos” en los niños que no reciben
el cuidado “exclusivo” de la madre, lo que tiene varias consecuencias para las mujeres: las
desalienta para superarse profesionalmente; las confina en trabajos rutinarios y poco remunerados;
sufren sentimientos de culpa y depresión crónica. ( Langer, 2008).
En todas las instituciones de atención de la salud de nuestro país encontramos enfermeras:
trabajadoras de la institución, profesoras guiando las prácticas clínicas, alumnas en diferente nivel
de formación, pasantes realizando su servicio social, etc. Todas viven y/o son “mudas testigos” de
las condiciones laborales “peculiares” que enfrentan las enfermeras. Algunas de estas condiciones
no sólo son injustas y arbitrarias, son violatorias de sus Derechos Humanos. Tal es el caso, a manera
de ejemplo, de las condiciones de las enfermeras que trabajan en el turno nocturno.
Mientras que el personal médico en este turno, puede dormir en estancias limpias y
cómodas y acudir a ver a algún(a) enfermo(a) sólo si se requiere, las enfermeras deben permanecer
en vela; duermen en el suelo cuando pueden y donde pueden, muchas veces en áreas más
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contaminadas que lo usual en estos lugares. Aunque tienen prohibido dormir, entre todas
establecen solidarias complicidades para “descansar” a ratos, con la zozobra de ser descubiertas.
Entre muchas otras situaciones de discriminación laboral que viven las enfermeras se puede
señalar según datos tomados de una encuesta (no publicada) que realizó Edda Alatorre en 1999 a
100 enfermeras de todos los niveles, trabajadoras del ISSSTE, en la Ciudad de México. Se les
responsabiliza del equipo e instrumental médico que se pierda deben pagarlo o reponerlo; siempre
hay escasez de personal y son ellas las que suplen la falta de camilleros, de personal de limpieza, de
mensajería, etc; si falta material y equipo para protegerse como guantes, cubrebocas y batas, son
ellas las que “se sacrifican”, aunque se percaten de errores médicos o de prácticas deficientes en
perjuicio de los pacientes deben permanecer en silencio; si la institución no tiene instalaciones
suficientes, como vestidores, por ejemplo, son las enfermeras las que quedan excluidas, teniendo
que vestirse (para eventos quirúrgicos, entre otros) en los sanitarios; se les bloquea, mediante
diversos mecanismos, y aun se les prohíbe asistir a eventos científicos, académicos, políticos, u otros
que les darían mayor desarrollo y participación; no cuentan con asesoría ni protección jurídica. Las
instancias de defensoría médica, como la Comisión Nacional de Arbitraje Médico (CONAMED)
difícilmente resuelve a favor de una enfermera, “los médicos”, señalan ellas, “se tapan entre ellos”.
Las inequidades que se presentan en la profesión de enfermería por razón de género están
a asociadas a la historia misma de las mujeres, a la visión androcéntrica estereotipada que se ha
tenido histórica y socialmente de las mujeres y de la enfermería como profesión “femenina” y a los
ámbitos de ejercicio profesional que han estado sustentados en formas asimétricas de poder.
Hoy en día, aunque las mujeres trabajadoras están logrando mejores condiciones laborales
aún falta mucho por hacer. Las enfermeras siguen teniendo condiciones laborales discriminatorias
en los espacios sanitario-asistenciales. El conocimiento, el ejercicio y la tutela de los Derechos
Humanos deben ser acciones permanentes amalgamadas con la educación y con la práctica de todas
las enfermeras. Deben ser el sustento de las propuestas para la transformación de la Enfermería.
La Ley Federal del Trabajo reglamentaria del artículo 123 apartado “A” de la Constitución
dispone, en los art. 6° y 17, que las normas contenidas en los Convenios y Tratados Internacionales,
celebrados conforme al art. 133 de la Constitución y aprobados por la Cámara de Senadores son
aplicables a las relaciones de trabajo en México. La ratificación o aprobación por el Senado hace que
sean leyes obligatorias en México. (Cfr. Kurczyn V. P. 2001)
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Kurczyn(2001) señala que la discriminación la sufren las enfermeras por ser mujeres.
Planteamiento fundamental para articular sus luchas con las luchas femeninas por el derecho a
ejercer los derechos Humanos. Pero como apunta Diego Valadez “es evidente que donde los
derechos no son conocidos tampoco son ejercidos”
¿Por qué el conocimiento y ejercicio de los derechos humanos es una alternativa
para eliminar las inequidades en enfermería?
Las enfermeras necesitamos sumarnos activamente a los movimientos sociales. Se requiere,
en opinión de Graciela Hierro “Politizar la discriminación”. Es decir, dar fuerza a las luchas por los
derechos de todas en un movimiento político, movimiento que surge “cuando se sospecha que se
pueden legítimamente levantar demandas, hacer uso de los espacios políticos; en una palabra, que
podamos autoconferirnos personalidad jurídica y reclamar nuestros derechos” (Hierro, 1998:).
En todas las instituciones de atención de la salud de nuestro país encontramos enfermeras:
trabajadoras de la institución, profesoras guiando las prácticas clínicas, alumnas en diferente nivel
de formación, pasantes realizando su servicio social, etc. Todas viven y/o son “mudas testigos” de
las condiciones laborales “peculiares” que enfrentan las enfermeras. Algunas de estas condiciones
no sólo son injustas y arbitrarias, son violatorias de sus Derechos Humanos. Tal es el caso, a manera
de ejemplo, de las condiciones de las enfermeras que trabajan en el turno nocturno.
Mientras que el personal médico en este turno, puede dormir en estancias limpias y
cómodas y acudir a ver a algún(a) enfermo(a) sólo si se requiere, las enfermeras deben permanecer
en vela; duermen en el suelo cuando pueden y donde pueden, muchas veces en áreas más
contaminadas que lo usual en estos lugares. Aunque tienen prohibido dormir, entre todas
establecen solidarias complicidades para “descansar” a ratos, con la zozobra de ser descubiertas.
Es por demás clara la preocupación de las mujeres de todo el mundo por cuestionar la
neutralidad en relación al género en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y su
ocupación en construir estos postulados con la visión y la presencia de las mujeres.
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El proceso ha tenido y seguirá teniendo un costo altísimo no sólo porque el concepto y la
práctica de los Derechos Humanos reflejan las relaciones y los valores de las sociedades, y en
consecuencia se han visto influidos por lo que se considera propio o no para los hombres y para las
mujeres; sino porque las mismas mujeres no somos inmunes a esta visión androcéntrica del mundo.
Para una inmensa mayoría de mujeres, es la única visión que conoce. Transformar la realidad en
favor de relaciones justas, solidarias y democráticas entre mujeres y hombres pasa –
necesariamente- por el hecho de que ambos deconstruyamos esa perspectiva de la realidad. Esto
supone una lucha permanente, un movimiento social que no sólo defienda los derechos
reconocidos, sino que reivindique nuevos derechos (Mertus, 1998:5).
La conciencia de grupo de las enfermeras empieza por trascender la creencia de que los
obstáculos y el trato injusto tienen que ver con la falta de esfuerzos personales, o con poco
compromiso de las líderes, o con la incapacidad de las asociaciones gremiales. Tiene que ver con la
pertenencia a la mitad femenina de la humanidad; entonces las luchas tienen otro sentido y otro
impacto. El cómo, el dónde, y el con qué son secundarios cuando es prioritario el para qué: la
congruencia con una Enfermería humanista donde “los Derechos Humanos constituyan el
fundamento último del Humanismo” (Hierro, 1998).
Es necesario que en Enfermería nos empiecen a interesar los problemas que como gremio
nos atañen y afectan de manera directa o indirecta, no podemos quedarnos sin hacer nada cuando
vemos que se discrimina y se violenta el trabajo de las enfermeras independientemente del espacio
laboral, del turno, horario que se labore, etc. Pues e es nuestro compromiso y el compromiso
mundial, abordar las problemáticas con perspectiva de género, ya que de otra manera estamos
resolviendo de manera parcial, sesgada y misoginia los problemas disciplinares de Enfermería, pues
se ha ignorado la visión de las mujeres.
Hoy en día es común hablar de la perspectiva de género en los ámbitos de la salud y la
educación; sin embargo, su efecto aún no ha trascendido en la formación universitaria del
alumnado de las profesiones de del área de la salud.
La Organización Panamericana de la Salud (OPS) incorpora la perspectiva de género en la
salud como un constructo de carácter ético, resaltando la realidad en las relaciones de desigualdad
entre hombres y mujeres, que permiten visibilizar inequidades de carácter económico, social y
laboral (Gómez, 2002).
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También la OPS ha señalado, que para erradicar la violencia de género, como problema de
salud pública de prevalencia global, se debe el incluirse en las currícula de los futuros profesionales
del área de la salud, suficiente información sobre los estudios de género y su metodología por lo
que ha recomendado a los países miembros concientizar a la sociedad de la existencia de violencia
para que los gobiernos promuevan campañas para desacrediten y exhiban los mensajes de violencia
que llegan a través de los medios de comunicación. (OPS: 1994).
La idea de Formar en estudios de género al personal de salud en general y de enfermería en
particular es con el fin sensibilizar a los integrantes del equipo de salud, así como al profesorado en
estudios de género para mejorar la práctica del cuidado desde una visión integral y para hacer
evidente el carácter patriarcal de la educación en enfermería, así como identificar los elementos
que producen la discriminación profesional por razón de género y los mecanismos que afianzan la
dependencia y la subordinación de la profesión.
Recuerda que…
La enfermería es la disciplina científica ética y humanista del cuidado de las
personas, es una actividad humana que brinda servicios de salud a mujeres y hombres
como seres humanos integrales. Su objeto de estudio es el cuidar/cuidado. El cuidado
se orienta a mujeres y hombres que son diversos y tienen necesidades diferentes como
seres humanos. La pertenencia a un género, nos hace ser singulares, particulares,
únicos e individuales. Tanto el género como la enfermería tienen formas
heterogéneas de concebirse y ejercitarse en una sociedad plural y diversa como la
nuestra.
Analizar la realidad social con perspectiva de género es una opción ética y
política para transformar las relaciones de desigualdad, cuestionando y apartándose de
las argumentaciones funcionalistas y deterministas sobre la “naturalidad” (por tener un
origen divino) de las desigualdades, y sostener que es la simbolización cultural y no la
biología, la que establece lo que “es propio”, por lo tanto “es natural” de cada sexo. La
importancia de estas normas, ideas y representaciones radica en que a partir de
ellas los seres humanos moldeamos nuestras propias identidades individuales y
colectivas.
No se nace enfermera, se aprende el “modo de ser enfermeras”, cómo
aprendemos “el modo de ser mujeres” en una sociedad patriarcal, con instituciones
androcéntricas (de salud, educativas, laborales, etc) que históricamente le han
otorgado más valor a lo “masculino” que a lo “femenino” y ahí está, precisamente una
de las claves, por las que nuestra profesión ha sido a lo largo de los años una actividad
“poco reconocida” socialmente, ha estado invisibilizada , supeditada al poder médico
institucionalizado y etiquetada como “profesión femenina”. De ahí la importancia de
reinvidicar el ser y hacer del cuidar/cuidado de la disciplina de enfermería, desde un
paradigma género-sensible que considera los aspectos subjetivos, socioculturales y se
fundamenta en el ejercicio de derechos humanos en un plano de equidad.
En suma, la perspectiva de género permite analizar la construcción histórico-social
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