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Tendencias a la Aceptación de la Violencia Intrafamiliar en Comunidades Rurales del
Norte de Sinaloa*
Ambrocio Mojardín-Heráldez
José Carlos Pardini Moss Facultad de Psicología
Universidad Autónoma de Sinaloa
Rosario Flores Navidad
Griselda Aguilar Espinoza Consejo Estatal para la Prevención y Atención
de la Violencia Intrafamiliar
* NOTA: El presente trabajo se deriva de la
investigación intitulada “Diagnóstico situacional de las
creencias que guarda la población indígena de los
pueblos Mayo en el Estado de Sinaloa acerca de la
violencia familiar”, financiado por la Comisión
Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas.
Contacto para correspondencia:
[email protected]; [email protected].
PRESENTACIÓN
La violencia intrafamiliar (VI), considerada por el Instituto Nacional de Salud Pública
como un problema grave de salud pública, es un fenómeno que refiere la presencia de actos
que, independientemente de su intención, dañan la integridad de otros miembros del núcleo
familiar en que se presenta. Debido a la gravedad de los efectos que tiene en la persona y el
ambiente social en que ésta se desenvuelve, el estudio y tratamiento de la violencia
intrafamiliar se ha convertido en área estratégica de investigación para los científicos del
comportamiento.
La Organización de las Naciones Unidas, a través de su Programa para el Desarrollo
de la Infancia (UNICEF) reconoce que la VI es un problema multifactorial que se origina y
perpetúa a través de la familia. Según sus investigaciones, las mejores condiciones para que
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se presente y continúe este problema es la ignorancia acerca de los derechos humanos, o la
enseñanza interesada en que se confirman prácticas que los viola. Por ello, es más fácil
encontrar que las poblaciones de bajo nivel socioeconómico y cultural sean las que más lo
padecen.
Según la UNICEF (2000), son cuatro los factores sociales que originan, consolidan
y perpetúan la VI. A decir, el cultural, el económico, el legal y el político que a la vez
comprenden lo siguiente:
Factor Cultural: a) La promoción de roles de género polarizados, b) Definiciones
culturales del deber ser en lo sexual, c) Creencias en la superioridad de lo masculino sobre
lo femenino, d) Presunción de propiedad masculina sobre los derechos de las mujeres, e)
Confusión del sentido de intimidad familiar con el de propiedad privada, y f) Aceptación de
la violencia como recurso para resolver problemas.
Factor Económico: a) La dependencia económica de la mujer en el hombre, b) El
acceso limitado de las mujeres a empleo digno y bien remunerado, c) El acceso limitado de
las mujeres a programas educativos y de entrenamiento y, d) La existencia de leyes
limitantes del derecho de la mujer a la obtención de herencias y propiedades después del
divorcio o viudez.
Factor Legal: a) El estatus menor de la mujer de frente al hombre formalmente o en
la realidad, b) Leyes desventajosas para la mujer en procesos de divorcio, c) Definiciones
legales de abuso y violación que protegen a los hombres y, d) Procedimientos judiciales
insensibles a la condición de mujer.
Factor Político: a) El bajo nivel de representación femenina en los órganos de
decisión, b) Nociones de familia como sector privado donde no aplican las atribuciones del
estado, c) El desprecio a la VI como problema real y, d) La limitada organización de las
mujeres para asuntos políticos.
De acuerdo con la Comisión Nacional de Derechos Humanos (2008), las razones de
más peso para que se den los actos de violencia en las familias son las relacionadas con las
creencias y costumbres. Una concepción errónea de las formas de relacionarse entre
hombres y mujeres, una forma equivocada de concebir a los niños y su educación, o la
ignorancia en general acerca de las garantías individuales de las personas, facilitan el
problema.
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De acuerdo con Ferrer, et. al. (2006), la VI es más frecuente cuando las personas
tienen más bajos niveles de educación, cuando se sostienen criterios tradicionales sobre la
relación hombre-mujer en las parejas, cuando existen al interior del hogar integrantes que
sufren de alguna adicción, o cuando se carece de habilidades para enfrentar y resolver los
problemas.
Ramírez-Estuardo (2009) afirma que los altos índices de violencia contra las
mujeres y los hijos se justifican a partir de falsos derechos. Los hombres y en algunos casos
las mujeres, jefes de familia, argumentan tener derecho sobre sus esposos(as) o
compañeros(as) e hijos(as) y que pueden ejercerlo a su arbitrio. Con esos mismos criterios,
socialmente se aprueban prácticas de autoridad y control que conllevan violencia y se
establecen como norma.
Sagot y colegas ( Sagot, 200; 1995; Shrader & Sagot, 1998) ven el problema de la
VI como un complejo producto de las relaciones interpersonales, normadas por principios
religiosos y culturales en los que se acentúa el poder del hombre adulto sobre todos los
miembros de la familia. Una condición que se repite y confirma por la tendencia de las
personas a verlo como “natural” o “inevitable” (Ramírez-Stuardo, 2009).
La violencia contra las mujeres
Según estudios realizados por la Organización Mundial de la Salud (OMS), en América
Latina, alrededor del 60% de las familias viven alguna expresión de la violencia
intrafamiliar y entre el 25 y 60 % de las mujeres han sido abusadas en alguna ocasión por
sus parejas (WHO, 2004; Ellsberg, 1996; Heise, 1994). Los efectos asociados a esta
realidad, tan solo en términos de salud, incluyen discapacidad y hasta la muerte entre
mujeres en edad reproductiva. Otros daños físicos comunes son las heridas en el rostro,
hematomas, fracturas en las extremidades superiores, desprendimiento de retina,
enfermedades de transmisión sexual y abortos.
La salud psicológica de las mujeres que sufren de VI se ve alterada con estrés
crónico, hipertensión, diabetes, asma, obesidad, depresión y fobias (Larraín y Rodríguez,
1994). Además, presentan cuadros de baja autoestima que afectan directamente su
comportamiento, su productividad en el trabajo, su capacidad para protegerse, buscar ayuda
y denunciar su caso (Paltiel, 1993).
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La violencia intrafamiliar contra las mujeres tiene también un alto costo social y
económico para el Estado y la sociedad (Ferrer y Bosch, 2004). De acuerdo con la WHO
(2004), tan solo en USA, en los últimos dos años se aplicaron alrededor de 80 mil millones
de dólares en programas de salud y servicios relacionados con la rehabilitación física,
psicológica y laboral de las mujeres que estuvieron sometidas a experiencias de VI.
Al abordar los efectos económicos de la VI contra las mujeres, Nelson (1996)
afirma que el abuso sexual y el maltrato físico disminuyen el ingreso de las mujeres entre
un 3% y un 20% por el impacto que tienen sobre sus logros educativos y de salud, que a la
postre se reflejan en su actividad laboral. Además, con la creciente feminización de la
pobreza en los países de América Latina, las mujeres maltratadas se han vuelto más
vulnerables a la violencia patrimonial y actos que perjudican su capacidad para mantenerse
y mantener a su familia (UNICEF, 2007).
La violencia contra las y los niños
Los niños y niñas son la segunda población más dañada por la VI. Las cifras se
incrementan en la medida en que el número de mujeres maltratadas sube (Larraín y
Bascuñan, 2009). El escenario más común de violencia contra ellos es el hogar y quienes la
cometen son principalmente los padres y familiares cercanos.
La violencia infantil aumenta con la edad de la víctima en ambos sexos, pero
disminuye a partir de los 15 años en los varones (UNICEF, 2007). El riesgo de que un niño
sea maltratado está asociado con factores que interactúan entre sí. De acuerdo con Delgado
y Miranda (2007) las creencias y prácticas relacionadas con la disciplina, los roles de
género, la historia parental de abuso infantil y los patrones de comunicación conflictiva en
la familia son la base fundamental de la violencia contra los menores de edad.
Los efectos de la violencia contra los niños y niñas son siempre graves. En lo físico
pueden causar desde simples heridas, hasta la muerte. Es común encontrar sin embargo, que
los niños reciben castigos que incluyen quemaduras graves con agua u objetos eléctricos,
heridas provocadas con objetos que les son arrojados, o el impedimento de su desempeño
físico debido a luxaciones o fracturas de sus extremidades (Devaney, 2008).
En lo psicológico, la VI que sufren los infantes son de consecuencias
multiplicadoras. Dado que las áreas de mayor daño son la autoestima, la percepción de sí
mismo, la seguridad en sí mismos, y las habilidades para la solución de problemas, los
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niños que han vivido la VI se convierten en personas limitadas en muchas facetas de su
vida (Vandenberg & Marsh, 2009).
Estudios meta analíticos indican que los efectos de la exposición infantil a
experiencias de VI son tan variados, que resulta prácticamente imposible predecir que
desviaciones del comportamiento se pueden esperar en ellos (Ferguson y Horwood, 1998).
Wolfe et. al. (2003) afirman que los peores efectos de la VI en las niñas y niños es que los
desensibiliza para las relaciones interpersonales y los somete a constantes estados de
ansiedad y depresión. Debido a ello, en estos casos pueden observarse conductas agresivas
y pobres relaciones interpersonales que hacen del niño maltratado un potencial ciudadano
conflictivo.
Delgado y Miranda (2007) discuten como es que los niños con historia de VI tienen
problemas conductuales en la escuela, el hogar y en su comunidad, que se expresan en
pobres resultados académicos, conducta agresiva, delincuencia y baja autoestima. Sus
conclusiones son que el potencial intelectual, tanto como el social y el emocional se ven
disminuidos en estos niños y difícilmente se pueden reponer sin ayuda profesional.
Expresiones del problema en nuestro contexto
De acuerdo con las estadísticas del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e
Informática (INEGI), la violencia al interior de los hogares mexicanos ha ido creciendo de
tal manera que, solo en 2005, el número de mujeres que murieron a consecuencia de la VI
igualó el número de personas que murieron por delincuencia organizada (INEGI, 2005;
2009).
El Instituto Mexicano de Investigación en familia y población (IMIFAP) declara
que, entre el 30 y el 60% de las mujeres mexicanas han sido víctimas de algún tipo de
violencia familiar y al menos el 80% de los hijos menores de edad han recibido castigo
físico como forma de corrección de errores, en formas y con consecuencias que le dañan
física y psicológicamente.
En Sinaloa el problema tiene expresiones preocupantes. En el caso de violencia
contra la mujer, el Consejo Estatal para la Prevención y Atención de la Violencia
Intrafamiliar (CEPAVI) registra que de 2003 a 2008 se atendieron más de 15, 000 casos de
personas que vivieron alguna experiencia violenta al interior de su familia. El número real
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se presume que es mucho mayor (al menos 70% de esa cantidad), por la gran cantidad de
víctimas que decide no denunciar y buscar una solución por su propia cuenta.
La violencia contra los niños también es un problema grave. De acuerdo con el
Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), el uso de la violencia física
como recurso para la corrección y control infantil sigue siendo una práctica común, con
lamentables resultados. Al menos 275 millones de niños y niñas al año sufren de violencia
física y sexual en el mundo debido a creencias erróneas sobre la naturaleza de la infancia y
el ejercicio de autoridad con ellos (UNICEF, 2007).
Este problema ha ido creciendo en México. Los datos proporcionados por el INEGI
indican que mientras en 1979 se reportaba un homicidio infantil cada cuatro días, para 2007
la cifra se había duplicado. Las agresiones fatales se concentraron en contra de niños
menores de cinco años y fueron cometidas por familiares y principalmente por la propia
madre.
En nuestro estado, el problema tiene tendencias al crecimiento. De acuerdo con las
estadísticas del INEGI (2005) Sinaloa presentó durante los años 2002-2004 una media
superior a la nacional en el índice de violencia física y emocional contra los niños. La
violencia física caracterizada por castigos corporales que incluye golpes con la mano y
objetos diversos, quemaduras y hasta puñaladas. La violencia psicológica que se concentra
en amenazas, sometimiento, negación de sus derechos y descalificaciones.
De acuerdo con estudios recientes del CEPAVI, en coordinación con la Comisión
para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI), la VI está presente en todos los sectores
sociales y sus manifestaciones son más o menos iguales. Sin embargo, la frecuencia e
intensidad de los eventos son mayores en poblaciones de bajos recursos, con bajo nivel
educativo y poco acceso a las políticas de prevención del problema.
En ese caso se encuentran de manera destacada las comunidades rurales y en
particular las del norte de Sinaloa, donde su composición demográfica incluye altos
porcentajes de indígenas. En estas comunidades, con rezago cultural y educativo
permanentes, las relaciones interpersonales se definen más a partir de costumbres y
principios religiosos que de las normas escritas. Quizá esa realidad sea la base de los
hallazgos de CEPAVI (2008) en cuanto a que, a pesar de que estas comunidades viven
actos de VI, la tendencia es a no denunciarla y hasta justificarla como recurso de autoridad
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y control. ¿Qué tanto las personas del medio rural del norte de Sinaloa distinguen y
aprueban los actos de violencia? ¿Cómo se diferencia la opinión de los adultos con respecto
a la de los niños, en relación a los niveles de aprobación de los actos de violencia? ¿Qué
tanto varía el criterio de aceptación-rechazo para los diferentes tipos de VI?
El propósito general del presente trabajo fue identificar los niveles de aprobación de
la VI que tienen los habitantes de 45 comunidades rurales del municipio de El Fuerte. En
específico se buscó reconocer las diferencias de opinión entre los adultos y los niños, así
como entre hombres y mujeres acerca de los tipos de VI que se señalan enseguida.
Tabla1. Tipos de violencia evaluados y comportamientos que la definen.
TIPO DE VIOLENCIA COMPORTAMIENTOS QUE LA DEFINEN
VIOLENCIA FISICA Empujones, Bofetadas, Puñetazos, Patadas,
Estrangulamiento, Heridas, Amarrar, Arrojar objetos,
Sujetar, Gritos, Amenazas, Celos, Posesividad extrema,
Intimidación, Acusaciones, Golpear mascotas.
VIOLENCIA VERBAL Gritos, Insultos, Descalificaciones, Desprecios, Burlas,
Ironías, Críticas Permanentes y Amenazas.
VIOLENCIA SEXUAL Relación sexual forzada, Relación sexual inconsciente,
Relación sexual sin protección, Obligar a ver o leer
pornografía, Obligar a ver coitos de otras personas,
Tocar genitales sin consentimiento.
VIOLENCIA MORAL Discriminación de género, falta de respeto a la
individualidad, presunciones culturales que dañan a la
persona, creencias y costumbres que impiden el
desarrollo personal, asignación de responsabilidades
que atentan contra sus derechos.
VIOLENCIA PSICOLÓGICA Humillaciones, Menosprecios, Intimidación, Acoso,
Amenazas de agresiones físicas.
Los esfuerzos por comprender la forma en que las personas conciben y adoptan
actos violentos como forma de interacción entre ellas, resultan de capital importancia.
Parece de sentido común el que las personas rechacen todo acto violento como forma de
solución de problemas, o como recurso de autoridad. Sin embargo, como lo señalan Collins
& Dressler (2008), las personas aprenden a convivir con esto y a considerarlo “natural”.
Los resultados del presente trabajo darán un panorama detallado de cómo las personas
(adultos y niños) de las comunidades participantes aprueban diversos actos tipificados
como VI, y facilitarán la definición de programas de intervención para atenderlos y
prevenirlos.
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MÉTODOLOGÍA
En consideración a los alcances de los objetivos declarados arriba y la naturaleza del
problema de interés, se decidió aplicar un diseño mixto de investigación. Los recursos
metodológicos fueron dos: a) Cuestionarios tipo escala para niños y adultos y b) Talleres
participativos de discusión sobre el problema.
Un total de 2517 personas provenientes de 45 comunidades rurales de El Fuerte
Sinaloa participaron en el estudio. De ellos 1264 fueron niños, con edad promedio de 9.8
años (en rango de 7 a 15); el 52.3 % fueron niñas y el 47.7 % fueron niños. Los adultos
fueron 1253, con edad promedio de 38.1 años (en rango de 18 a 90); el 67.8% fueron
mujeres y el 32.2 % fueron hombres. La participación fue completamente voluntaria, no
recibieron remuneración alguna por ello y los respondieron de manera estrictamente
individual.
Se aplicaron dos cuestionarios tipo escala con los que se buscó obtener el mayor
número de expresiones individuales de niños y adultos sobre la aceptación o rechazo de
comportamientos tipificados como indicadores de violencia. En atención a las naturales
diferencias entre estos dos grupos de edad para responder a un instrumento escrito, se
preparó uno para cada grupo. Los contenidos explorados en ambos instrumentos fueron
similares, solo que la cantidad de reactivos, la forma de respuesta y la naturaleza de algunos
de ellos se ajustaron a las características de cada grupo. En ambos casos la preparación de
los instrumentos se realizó cumpliendo con todos los pasos y recomendaciones establecidas
para la construcción de instrumentos de medición (Orue & Calvete, 2010; Uriel y Aldas,
2004; Vila, Kuster y Aldas, 2000). Los valores del alfa de Cronbach fueron significativos.
Para ambos instrumentos la confiabilidad fue muy alta. El alpha de Crombach fue de .83 en
el cuestionario para niños y de .87 en el de adultos.
Caracterización de los Cuestionarios
El cuestionario para niños (Tabla 2) se compuso de 20 reactivos redactados en forma de
pregunta, organizados en dos apartados: a) En la primera parte se expuso una situación
típica de conflicto en una familia y se les pidió tomar posición sobre algunas posibles
salidas. b) En la segunda, se les hicieron preguntas directas sobre situaciones de conflicto y
se les pidió tomar posición sobre ellas.
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Los reactivos de este instrumento quedaron nucleados por tres factores: 1) Violencia
Física, donde se les pidió calificar (aprobar o desaprobar) hechos violentos sobre el físico
de los otros (e.g. ¿Es correcto que los papás peguen a los hijos cuando no obedecen?). 2)
Violencia Verbal, donde se exploró la aprobación de los participantes sobre el uso de
lenguaje para ejercer dominio o limitar los derechos de los otros (e.g. ¿Es correcto que se
usen palabras ofensivas contra una persona para demostrar desacuerdo?). 3) Violencia
Psicológica, donde se exploró la calificación de los participantes para comportamientos que
dañan la estabilidad mental de la persona (e.g. ¿Es correcto que el esposo impida que la
esposa tenga amigos?). Antes de iniciar l aplicación, se dieron varios ejemplos para que se
comprendiera la mecánica. No se inició hasta resolver todas las dudas sobre la forma de
responder.
El cuestionario para adultos (Tabla 2) se compuso de 30 reactivos redactados en
forma de afirmación que los participantes tuvieron que calificar, a partir de cuatro opciones;
a) Completamente en Desacuerdo, b) En desacuerdo, c) De acuerdo y d) Completamente de
acuerdo. Se les instruyó para resolver los reactivos y se procedió a la aplicación después de
dar los ejemplos necesarios para hacerlo confiadamente.
Los reactivos en el cuestionario para adultos quedaron nucleados por cuatro
factores: 1) Violencia Física, donde se les pidió calificar (aprobar o desaprobar) hechos
violentos sobre el físico de los otros (e.g. Es correcto que los papás peguen a los hijos
cuando no obedecen). 2) Violencia Psicológica, donde se explora la calificación que dan los
participantes a comportamientos que dañan la estabilidad mental de la persona (e.g. Es
correcto que el esposo impida que la esposa tenga amigos). 3) Violencia Moral, donde se
explora la aprobación de los participantes sobre comportamientos que violentan la
condición moral de la persona (e.g. Las mujeres son más débiles que los hombres). 4)
Violencia Sexual, donde se explora la aprobación de los participantes sobre
comportamientos que atentan contra los derechos a la sexualidad de las personas (e.g. La
esposa debe complacer sexualmente al esposo aunque no tenga ganas).
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Tabla 2. Ejemplo de los contenidos de los instrumentos utilizados.
Ejemplo de contenidos del Cuestionario para
Niños
Ejemplo de contenidos del Cuestionario para
Adultos
Parte 1: Situación de Conflicto y posicionamiento:
Si tu respuesta es SI responde como sigue ( )
Si tu respuesta es NO responde como sigue ( X )
Supón que un niño no quiere hacer lo que le
ordenaron sus papás.
1. ¿Crees que está bien que sus papás le griten
para que haga lo que le mandaron? ( )
2. ¿Crees que si ese niño no hace caso, está bien
que le peguen? ( )
Parte 2: Respuesta directa a preguntas:
Muy bien, ahora escucha con mucha atención y
responde a las siguientes preguntas:
1. ¿Es correcto que los papás le peguen a sus
hijos? ( )
2. ¿Es correcto que la mamá no trabaje fuera de
casa y se dedique a cuidar a sus hijos? ( )
Ejemplo de reactivos:
1. Las mujeres tienen la culpa de que las
maltraten sus maridos porque no les hacen
caso.
2. El marido es el que gana el dinero y es el
que decide en que y como se va a gastar.
3. Los hombres pueden tener otras mujeres,
siempre que no descuiden a su familia.
4. La mujer debe consentir al marido cuando
quiere sexo, aunque ella no tenga ganas.
5. Es aceptable que el marido les pegue a su
mujer e hijos cuando no le hacen caso.
Caracterización de los Talleres
Los Talleres participativos consistieron en reuniones abiertas de análisis del problema,
donde a través de técnicas grupales se incentivó la exposición libre de los asistentes. Se
hiso uso de técnicas de animación (e.g. conejos y conejeras) para romper el hielo, técnicas
de trabajo en equipos (e.g. corrillos) para obtener posicionamientos y técnicas de análisis
grupal (e.g. sociodrama) para provocar el debate de ideas sobre la VI. De todo se fue
levantando una minuta que posteriormente permitió elaborar las conclusiones por grupo,
por comunidad y globales.
Con los talleres participativos se crearon espacios para que los participantes
pudieran expresar libremente sus pensamientos relacionaos con la violencia intrafamiliar,
más allá de las respuestas dadas en los cuestionarios. Los contenidos de las dinámicas y los
tópicos tratados en los talleres dieron seguimiento a los contenidos explorados en los
cuestionarios. Así fue en los talleres para adultos como en los talleres para niños.
Es importante decir que en los talleres para niños se incluyeron algunas técnicas
proyectivas (e.g. juegos, dibujos) para facilitar sus expresiones acerca del problema y
disminuir las carencias lingüísticas que pudieran tener para la reflexión abierta. Con
propósitos de contextualización, tanto en los talleres para niños como para adultos se
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aplicaron técnicas que daban lugar a la discusión sobre derechos humanos, a reflexionar
sobre la realidad de sus familias y su comunidad, e identificar la forma en que califican a
los comportamientos violentos.
Los talleres se llevaron a cabo en instalaciones de las escuelas de la comunidad, en
horarios que facilitaron la asistencia del mayor número de habitantes. La realización de los
fue auxiliada por profesores en servicio, originarios de esa comunidad, o con
responsabilidad educativa en ella. Todos ellos recibieron capacitación previa para el manejo
conceptual y de los recursos metodológicos previstos.
RESULTADOS
A continuación se presentan los principales resultados obtenidos. En la primera parte se
ofrece una descripción general de lo obtenido con las encuestas, diferenciando los
resultados por Sexo y Edad. En la segunda se hace una síntesis de los resultados de los
talleres, poniendo atención específica a la forma en que califican y razonan los participantes
a las distintas expresiones de VI.
Cuestionario para niñas y niños
Un total de 1465 niños respondieron el cuestionario. De estos tuvieron que eliminarse 201,
debido a que sus respuestas tuvieron múltiples irregularidades (e.g. sus respuestas fueron
influenciadas por otros). La edad promedio de los participantes fue de 9.8 años de edad, el
52.3 % de ellos fueron Niñas y el 47.7 % fueron niños.
De acuerdo con los resultados generales, los niños y niñas tuvieron niveles
diferenciados de aceptación para los tipos de VI evaluados. Tal y como se puede apreciar
en la Tabla 3, el nivel de aceptación fue creciente de la Violencia Verbal (VV), a la Física
(VF) y la Psicológica (VP). Es de notarse que el índice de rechazo por la aceptación de la
VV es apenas la mitad de la VP. Los niños y niñas consideran más reprobable los actos
explícitos de violencia a través del lenguaje como los gritos y los insultos, o la fuerza física
como los golpes, que los actos encubiertos como las amenazas, las burlas o el acoso
psicológico.
Cuando se busca conocer las diferencias entre niños y niñas, la Tabla 3 muestra que
los porcentajes de aceptación son similares para la VV y la VP, pero no para la VF. Los
niños presentaron mayor aceptación que las niñas de la VF (.20 vs. 26). Esta tendencia
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resulta de interés si tomamos en cuenta que, como afirma la UNICEF (2007), en las
poblaciones de menor nivel sociocultural existe la creencia de que los varones son los
representantes de las reglas y tienen permitido hacerlas valer de cualquier forma. Es
preocupante ver que en estas comunidades, 26 de cada 100 futuros padres de familia y 20
futuras madres de familia califican actos de VF como aceptables.
Tabla 3. Índices de aceptación de la Violencia Verbal, Violencia Física y Violencia
Psicológica en Niñas y Niños.
Sexo VIOLENCIA VERBAL VIOLENCIA FISICA VIOL PSICOLOGICA
Femenino .14 .20 .29
Masculino .16 .26 .29
Nota: Los valores de la tabla son porcentajes de aceptación de los reactivos evaluados.
Cuestionario para Adultos
Un total de 1359 adultos respondieron el cuestionario, pero se analizaron únicamente las
respuestas de 1253 debido a que 106 de ellos presentaron irregularidades que disminuían su
confiabilidad (e.g. por responder con influencia de otros). La edad promedio de los adultos
fue de 38.1 años; el 67.8% de ellos fueron mujeres y el 32.2 % fueron hombres.
De acuerdo con los resultados, el nivel de aceptación fue creciente de la Violencia
Física (VF) a la Violencia Sexual (VS), a la Violencia Moral (VM) y a la Violencia
Psicológica (VP). Esto es, los adultos mostraron mayor tolerancia a la VP y a la VM, que a
la VF y VS (Tabla 4). Al igual que en los niños, los adultos presentaron menos aceptación
de las expresiones abiertas de violencia (e.g. VF) que de las expresiones encubiertas (VP).
También como los niños, los adultos varones expresaron más tolerancia que las mujeres a
los diferentes tipos de violencia. Un patrón que coincide con resultados y posicionamientos
teóricos, en los que se destaca que la condición de género masculino conlleva principios
socioculturales en los que se le aprueban prácticas de poder que suponen el ejercicio de la
violencia (e.g. Heise y García-Moreno, 2003).
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Tabla 4. Índices de aceptación de la Violencia Física, Psicológica, Moral y Sexual en
mujeres y hombres ADULTOS.
Sexo Viol Física Viol Psicolog Viol Moral Viol Sexual
FEMENINO .26 .34 .31 .26
MASCULINO .29 .37 .36 .31
Nota: Los valores son porcentajes en los que se agrupan las respuestas Completamente en
desacuerdo y En desacuerdo como rechazo y las respuestas De acuerdo y Completamente
de acuerdo como aceptación.
Resultados de los talleres
Se realizaron un total de 90 talleres (45 de adultos y 45 de niños) con duración promedio de
2.7 horas cada uno. La participación de los adultos estuvo dividida en un 76% de mujeres y
un 24 % de hombres. La participación de los niños se dio en un 65% de mujeres y 35% de
hombres.
Talleres con Niñas y Niños
Los talleres con niñas y niños arrojaron los siguientes resultados:
1. La mayoría de los participantes demostró conocer sus principales derechos y la
forma en que los deben ejercer. Los de mayor énfasis fueron el derecho a la
educación, a la salud y a un hogar.
2. Se expresó en ellos una tendencia muy fuerte hacia la equidad entre hombres y
mujeres, pero no rechazan del todo comportamientos machistas. El acento fue
mayor en los niños que en las niñas.
3. La mayoría reconoció la existencia de actos de violencia en sus hogares y círculos
cercanos de relación (amigos). De acuerdo con sus expresiones, los actos de
violencia son cometidos cuando el agresor (en el mayor de los casos el papá o los
hermanos mayores) ha consumido alcohol o drogas, o la situación económica de la
familia se vuelve más crítica.
4. Se obtuvieron expresiones en las que los niños ven como correcto el que la
autoridad sea representada por el papá y sea ejercida con firmeza. Sin embargo la
mayoría de sus expresiones son de rechazo al uso de la violencia física y verbal.
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5. En su mayoría los niños y niñas expresaron rechazo a los eventos que incluyen
violencia física y verbal, aunque consideran que los golpes y castigos físicos ayudan
para que las personas aprendan a comportarse y a obedecer.
6. Se reconoce y en cierta medida se acepta que el castigo físico sea frecuente en su
familia como medio para obtener disciplina. Aunque no rechazan del todo este
recurso para la convivencia entre los papás, expresan deseos de que su frecuencia
sea baja y ocurra en privado.
Talleres con Adultos
Los talleres con adultos arrojaron los siguientes resultados:
1. La mayoría reconoce la presencia cotidiana de comportamientos violentos al interior
de las familias (e.g. gritos, prohibiciones entre la pareja, castigo a los hijos) y
opinan que deben terminar.
2. Se expresa una inclinación creciente, pero aún débil, de reconocer para la mujer los
mismos derechos que para el hombre.
3. Justifican que el hombre haga ejercicio del poder, por encima de algunos de sus
derechos y los de los niños, porque en él recae la responsabilidad económica del
hogar.
4. En su gran mayoría tienen sentimientos encontrados con respecto al uso de gritos,
golpes, negligencia u ofensas en la pareja. Tanto hombres y mujeres consideraron
que cuando hay indisciplina o falta de respeto a las normas se hacen necesarios y
deben aplicarse razonablemente.
5. Aunque la mayoría expresa desacuerdo con el castigo físico contra los niños para
obtener disciplina, aceptan que lo usan con mucha frecuencia porque les resulta
efectivo y todos están acostumbrados a ello.
6. En relación con la violencia sexual, los hombres y las mujeres de mayor edad
expresaron mayor tolerancia y la justificaron en términos de derecho del hombre.
DISCUSIÓN DE LOS RESULTADOS
La Violencia Intrafamiliar es un fenómeno condicionado por múltiples factores. Algunas de
sus expresiones son abiertas y fáciles de detectar, otras no. La gravedad que ha alcanzado
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este problema en los últimos tiempos ha merecido la creación de iniciativas
gubernamentales y sociales para prevenirla y atenderla.
Como efectos de la VI tenemos un creciente número de familias desintegradas y de
mujeres y niños muertos, que urge reducir y eliminar. En Sinaloa, en particular en las
comunidades rurales y zonas marginales del área urbana, instituciones como CEPAVI e
ISMUJERES tienen detectado la existencia de múltiples casos de VI que reclaman estudio
y atención, unos que se denuncian y la mayoría que se niegan.
El propósito del presente trabajo fue identificar los niveles de aceptación de la VI y
las creencias a que se asocia ésta en habitantes de 45 comunidades rurales con población
indígena de El Fuerte Sinaloa. ¿Por qué y para que investigar esto? ¿En qué nivel está la
aceptación del VI en estas comunidades rurales y que tan diferente es en niños que en
adultos?
Tener el conocimiento más preciso de las actitudes de los habitantes de estas
poblaciones sobre comportamientos tipificados como violencia se vuelve crítico. Solo con
ese conocimiento se puede tener certidumbre de que las iniciativas de prevención pueden
tener éxito. De acuerdo con lo que dicen los expertos en el área (e.g. Berkel, et al., 2004),
la VI es connatural a la aceptación de los roles tradicionales de hombre-poder, mujer-
sumisión; el hombre es proveedor y la mujer es factor de crianza (Berkel, et al., 2004;
Mullender, 2000; Willis, Hallinan y Melby, 1996).
Los resultados obtenidos en esta investigación no pueden ser conclusivos, en tanto
ofrecen solo su descripción. Sin embargo, en ellos se devela que las manifestaciones de VI
que existen en estos pueblos están íntimamente ligadas a sus costumbres y creencias de lo
que es correcto e incorrecto en las relaciones interpersonales; del tipo de roles que les
corresponde jugar a la mujer, al hombre y a los niños en la familia y; del valor que tiene
para ellos el ser proveedor de la familia. D’Adrade (1984) afirma que los niveles de
aceptación de la violencia con regularidad se asocia a falsas creencias acerca del tipo de
relación que corresponde a las mujeres, hombres, niños y adultos. Según su propuesta, las
creencias se configuran en modelos y esquemas interconectados que guían a las personas en
la interpretación y toma de decisiones.
Los resultados en general indican que en estas comunidades hay un alto nivel de
tolerancia, tanto de niños como de adultos, de las distintas manifestaciones de la VI. Sin
16
embargo, hay que destacar que la tendencia de aceptación fue menor en los niños que en los
adultos, y en las mujeres que en los hombres (i.e. D’Adrade, 1987). Si vemos la Tabla 3,
los niños tuvieron una tendencia ascendente de aceptación de la VV, VF y VP. La más baja
fue la VV y tuvo índices promedio de 15%, comparada con la VF que tuvo 23% y la VP
que tuvo 29%.
En los adultos la tendencia fue similar (Tabla 4), pero con valores muy superiores.
En ellos el nivel de aceptación menor estuvo en la VF con un promedio de 27.5%, seguido
por la VS con promedio de 28.5%, luego la VM con un promedio de 33.5% y al final la VP
con un promedio de 35.5%. Al igual que en los niños, la tolerancia de la violencia tendió a
ser siempre menor en las mujeres que en los hombres.
Estas tendencias son interesantes por múltiples razones. La primera es la que
conlleva el análisis de género en la aceptación de la violencia. La segunda que conlleva las
implicaciones generacionales. La tercera en la que se refleja la aceptación diferenciada por
tipo de violencia.
De acuerdo con Ferrer y Cols., (2006) las creencias y actitudes más tolerantes hacia
la violencia son el riesgo mayor para su ocurrencia. Lo que significa que los riesgos de
violencia en estas comunidades son en promedio altos. Heise y sus colegas ( Heise,1998;
Heise y García-Moreno, 2003) afirman que si las creencias sobre los roles de hombres y
mujeres son tradicionales, es más fácil encontrar que los hombres cometan actos de
violencia contra las mujeres y lo justifiquen en términos de control y poder. Los resultados
de las encuestas tienen esa dirección y se confirman con lo obtenido en los talleres.
En los talleres se percibió claramente que en estas comunidades aún están muy
arraigadas costumbres y creencias sobre los roles del hombre y la mujer. No solo los
adultos, sino que también los niños, expresaron que en sus familias la autoridad la
representa el padre y a este se le concede el derecho de la aplicación de medidas que
suponen violencia contra los hijos y la pareja. Hubo expresiones recurrentes de los niños en
el sentido que sus derechos los determinan sus padres y más particularmente el papá y que
de frente a ello solo queda la obediencia.
Si lo propuesto por Heise y sus colaboradores es correcto, en estas comunidades se
están sentando bases para que la violencia siga naturalizada en las nuevas generaciones. Si
las creencias tradicionales sobre los hombres y mujeres se siguen conservando, la
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aceptación que los adultos tienen acerca de los distintos tipos de violencia la perpetuarán
como estilo de relación.
En relación con las implicaciones de la aceptación de la violencia por grupos de
edad, la preocupación debe ser mayor. Los niveles de aceptación que los niños mostraron
hacia la violencia, son indicadores de los patrones a los que están sometidos y la forma en
que los califican. El que en esta edad se acepte la violencia asegura que, si no se hace algo
para cambiarles el criterio de aceptación, no solo las familias de esta generación tolerarán la
VI, sino que las nuevas generaciones construirán sus familias asumiendo que los actos de
violencia corresponden a un estilo de vida y que en ello nada hay de malo.
Algunos estudios han abordado este fenómeno y discuten sus consecuencias. Yanes
y González (2000), encontraron que adolescentes y jóvenes del medio urbano calificaron de
manera distinta la violencia de pareja, dependiendo de sus creencias acerca del rol social
de la mujer y el hombre. Quienes tuvieron ideas más tradicionales sobre el poder del
hombre sobre la mujer, o valoraron las capacidades del hombre por encima de las de las
mujeres, tendieron a justificar los actos de violencia del hombre contra la mujer. Más aún,
estas personas tendieron a culpabilizar más a las víctimas del acto de violencia, que al
agresor. De acuerdo con estos autores, el futuro de la vida en pareja y en familia está
seriamente amenazado si no se interviene con urgencia. Entre las alternativas que ofrecen
para reducir los riesgos destacan la operación de amplios programas educativos a través de
los medios de comunicación y las instituciones sociales.
El hecho de que la Violencia Psicológica (evaluada en niños y adultos) y la
Violencia Moral sean las de mayor aceptación puede obedecer a varias condicionantes
culturales. La primera, y quizá más importante, tiene relación con el concepto que existe
sobre violencia. Es más fácil calificar como tal a los comportamientos abiertos y de efectos
inmediatos (e.g. gritos o golpes), que a los que son sutiles y de efectos retardados (e.g.
negligencia, abandono). Los resultados indican que en estas comunidades el concepto de
violencia tiene esa dirección y necesita ser cambiado.
Identificación de alternativas de intervención para enfrentar el problema
De múltiples maneras, el estudio indica que las creencias sobre los roles sociales de los
hombres y las mujeres, las características y potenciales de los niños y el significado de
autoridad en la familia, son fuente importante para que las expresiones de la VI sean
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aceptadas en las comunidades estudiadas. La situación reclama acciones inmediatas para
que esas creencias cambien y el panorama contra la VI mejore. ¿Qué se puede y debe hacer
en lo inmediato?
Aunque las propuestas para enfrentar y eliminar las creencias que facilitan las
expresiones de la VI parecen ser obvias, es necesario definir una estrategia que tenga los
mejores efectos. En esta dirección vale la pena recuperar algunos principios del modelo
ecológico del desarrollo del comportamiento que propone Bronfenbrenner y su variantes
alrededor de la violencia (e.g. Heise, 2003).
El aporte del modelo ecológico (e.g. Bronfenbrenner, 1990) consiste en dos niveles
complementarios. Por una parte, permite la definición de los factores sociales de riesgo,
que aumentan la probabilidad de aparición de violencia al interior de la familia (e.g. Berkel,
Vandiver & Bahner, 2004). Por la otra, hace visibles los elementos de personalidad que
configuran el perfil del agresor y que facilitan la atención dirigida. Los rasgos de
personalidad pueden llevar a que un individuo, que ha sido sometido a ambientes de
violencia, desarrolle habilidades y principios para rechazarla siempre, o lo contrario, que
habiendo vivido ambientes de no violencia tienda a utilizarlo en los ámbitos que se
desenvuelve.
Desde este modelo, las acciones contra la VI, que sería conveniente emprender en las
comunidades, deben incluir los factores relacionados con la persona, la familia y la
comunidad. Así, deberán considerarse al menos los siguientes:
a) Para atacar los factores que actúan en el marco sociocultural. Las acciones más
recomendables pudieran ser:
a. Promoción del conocimiento sobre normas sociales de regulación del poder
y el control de autoridad en las familias y comunidades.
b. Talleres en pequeños grupos que analicen las concepciones de violencia y
clarifiquen sus expresiones abiertas y encubiertas.
c. Talleres para el desarrollo de habilidades para la resolución de conflictos.
d. Actividades educativas y culturales que cambien las nociones rígidas de
género hacia lo masculino y lo femenino
b) Para atacar los factores que actúan en el marco comunitario:
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a. Promover la conformación de instituciones (e.g. centros comunitarios) y
estructuras sociales (e.g. comités) formales e informales que ataquen el
aislamiento entre las familias y las personas.
b. Conectar programas oficiales con las comunidades para que se incentiven las
acciones de apoyo social a familias y personas en riesgo.
c. Gestionar la aplicación de los programas oficiales de empleo y promoción
económica, para mejorar la condición laboral y económica de los pobladores
de estas comunidades.
c) Para atacar los factores que en el marco familiar legitiman el abuso y el control
masculino, serían convenientes las siguientes acciones:
a. Talleres infantiles de desarrollo de habilidades para la convivencia, equidad
de género y derechos de la infancia.
b. Talleres para adultos sobre equidad de género y paternidad responsable.
c. Talleres para el manejo apropiado de la relación padres-hijos.
d. Encuentros de padres e hijos para analizar temáticas relacionadas con el
problema de la VI y actividades que incrementen la comunicación e
identidad entre ellos.
e. Campañas permanentes de promoción de los valores para la vida familiar
sana.
d) Para enfrentar los factores que actúan a nivel individual se podría implementar:
a. Talleres de reflexión sobre características individuales y determinación
cultural de la persona.
b. Talleres de identificación de comportamientos violentos y estrategias para la
toma de decisiones en conflicto.
c. Cursos de superación personal que aumenten la autoestima en adultos y
niños.
En fin, se pueden implementar estas y otras acciones con la convicción de que el problema
tiene que ir cediendo. Sin embargo hay otras acciones sencillas y de frecuencia mayor que
no pueden ser obviadas. Las personas debemos hacer el esfuerzo por erradicar expresiones,
comportamientos y prácticas que confirman la inequidad de género y el individualismo.
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Solo así los programas oficiales de instituciones de salud y educativa pueden tener el éxito
que se necesita (Collins y Dressler, 2008).
La VI es en realidad un reflejo de una pobre concepción de la persona y una
contaminada concepción de las relaciones interpersonales. Ambas originadas por un
ambiente en el que la competencia es más incentivada que la cooperación y el bienestar se
propone como un logro del esfuerzo casi exclusivo de la persona, más que de la familia y la
sociedad de la que forma parte (Larraín y Rodríguez, 1993).
La VI no es el resultado de casos inexplicables de conducta desviada o patológica.
Por el contrario, es una práctica aprendida, consciente y orientada, producto de modos de
vida estructurados a partir de la desigualdad entre hombres y mujeres. En ese sentido, la
violencia intrafamiliar es el resultado de las relaciones desiguales de poder y es ejercida por
los que se sienten con más derecho a intimidar y controlar, regularmente los hombres
(Collins y Dressler, 2008).
Al interior de las familias, las desigualdades producidas por el género y la edad son
razones determinantes para las relaciones violentas que viven. Por ello, el uso de la
violencia contra las personas con menos poder dentro del ámbito familiar es un medio para
controlar y oprimir, así como una cruda expresión de la dominación y la subordinación
ejercidas a partir del género y la edad ( Yanez y González, 2000). Este modelo de poder y
dominio que producen las prácticas cotidianas de VI es aplicable en todas las clases
sociales, niveles educativos, grupos étnicos y etarios, pero lamentablemente se agravan en
los grupos sociales de menor niveles educativos y culturales.
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