TEST PARA MEJORAR
Estoy leyendo “El Libro de las Posibilidades” de Albert Liebermann, publicado por
Urano. Es un libro muy divertido, ameno, provocador e inspirador. Contiene 75
reflexiones breves (máximo una página) sobre el arte de vivir. Os lo aconsejo con
vehemencia como lectura de este verano. De él extraigo este texto, muy
inspirador:
“Conocer lo bueno y lo malo que hay en uno mismo es la mejor manera de saber
con qué herramientas abordamos los proyectos que nos hemos fijado.
Un genio contemporáneo, el publicista David Ogilvy, cuando aún estaba en activo
respondió con estos 12 puntos a la pregunta de un alto ejecutivo de su agencia:
¿cuáles son sus peores defectos y puntos débiles?
Éstas fueron sus respuestas:
1. No aguanto la mediocridad.
2. Pierdo demasiado tiempo ocupándome de cosas que carecen de importancia.
3. Como todas las personas de mi edad, hablo demasiado del pasado.
4. Nunca he sabido despedir a la gente que era necesario despedir.
5. Me da miedo volar, y soy capaz de hacer auténticas ridiculeces para no montar
en avión.
6. Cuando era director creativo en Nueva York, escribía demasiado sobre
publicidad.
7. No tengo ni idea de finanzas.
8. Cambio continuamente de opinión, sobre la publicidad y sobre la gente.
9. Soy tan sincero que puedo llegar a resultar indiscreto.
10. En las discusiones siempre veo demasiados puntos de vista.
11. Me dejo impresionar excesivamente por la belleza física.
12. Tengo un bajo umbral de resistencia al aburrimiento.”
Y Albert Liebermann, el autor del libro, propone al lector lo siguiente: “Ahora le
toca a usted, estimado lector, ¿cuáles son sus peores defectos y puntos débiles?
Realice este auto-test con la sinceridad de Ogilvy y descubrirá por qué ciertas
cosas fallan, qué hace que tropiece cien veces con la misma piedra y cómo puede
mejorar su vida”. Y añade: “Conocer nuestros puntos débiles nos allana el camino
hacia nuestros objetivos”.
Sí. Me parece un ejercicio inusual, poco habitual. Y además yo, personalmente, lo
plantearía de manera amable; no para machacarse, pero sí para tomar
consciencia de esas pequeñas cosas que nos hacen sufrir, que vemos que no van
pero que repetimos, que nos enganchan o atrapan o que son como esas
piedrecillas que se nos cuelan en el zapato y que, por la pereza que nos da
detenernos y sacarnos el zapato para librarnos de ellas, acabamos llevando largos
trayectos incómodamente.
Sea como sea, os recomiendo vivamente la lectura del libro del amigo
Liebermann. Uno sale sonriendo y aprendiendo de él. Poco más se puede pedir.
EL SENTIDO COMUN
Es el menos común de los sentidos, dice el dicho cargado de sentido común.
Cuántos problemas nos evitaríamos si lo aplicáramos, desde la sencillez en el
actuar, desde la voluntad de comprender y no estorbar, desde el deseo de actuar
para transformar sin molestar.
Enumeremos, por ejemplo, diez principios que nos facilitarían, y mucho, nuestras
horas si los practicáramos:
1. No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy.
2. Nunca molestes a otro por lo que puedes hacer tú mismo.
3. Nunca gastes el dinero antes de haberlo ganado.
4. Nunca compres lo que no quieres solo porque es barato.
5. El orgullo nos sale más caro que el hambre, la sed y el frío.
6. Rara vez nos arrepentimos de haber comido demasiado poco.
7. Nada que hacemos de buena gana es molesto.
8. ¿Cuánto sufrimiento nos causan las desgracias que nunca nos han sucedido?
9. Toma las cosas siempre por su lado amable.
10. Cuando te enfades, cuenta hasta diez antes de hablar; y si estás muy
enfadado, hasta cien.
Estos diez principios los enumeró Thomas Jefferson (13 de abril de 1743 — 4 de
julio de 1826), el tercer presidente de los Estados Unidos de América, que ocupó
el cargo entre 1801 y 1809 y fue uno de los Padres Fundadores de la Nación.
Fue también el principal autor de la Declaración de Independencia de los Estados
Unidos de 1776. Hombre ilustrado, erudito y polímata (que conoce, sabe o
comprende de muchos campos) Jefferson dominaba bien, entre otras cosas, la
horticultura, la política, la arquitectura, la paleontología, la música y era además un
gran inventor. Además, Jefferson ha sido constantemente calificado por los
expertos como uno de los más grandes presidentes de Estados Unidos.
Pero más allá de su vasto conocimiento, me parece especialmente valioso el valor
de la simplicidad que destila su sentido común en sus diez principios que nos
facilitan la vida y que, bien mirados, se podrían sintetizar brevemente de este
modo:
1. Resolución.
2. Albedrío.
3. Prudencia.
4. Sobriedad.
5. Humildad.
6. Ponderación.
7. Talante.
8. Aquí y ahora.
9. Amabilidad.
10. Paciencia.
Son, en definitiva, diez palancas para una Buena Vida. Diez soluciones que nos
harían la vida más agradable y que se la harían a los demás. Pero la comprensión
racional de ello no garantiza su puesta en práctica. Así que vemos que el sentido
común hecho realidad implica una acción coherente y sostenida en el tiempo. Y a
pesar de que no soy gran amante de las listas o listados, me parece que el sentido
común de Jefferson y los principios que enumeró, bien aplicados, cambiarían
ciertamente muchas cosas para mejor en este mundo.
Que tengais una feliz semana.
SABER Y CREER
A menudo nos ocurre que o bien no sabemos que podemos, o que sabiendo que
podemos, no nos lo creemos. La dialéctica entre el saber y el creer es esencial.
Porque saber y creer no es lo mismo. Por ejemplo: todo el mundo sabe que se
tiene que morir algún día, pero casi nadie se lo cree. Y los que creen
profundamente en la obvia verdad que la muerte existe y puede aparecer en el
momento más inesperado para uno mismo o para quienes nos rodean, la vida
cobra un significado radicalmente distinto, y el valor que damos al instante
presente, al famoso “aquí y ahora”, es infinitamente mayor. Personalmente
aprendí esta lección al tener que lidiar con la cardiopatía de mi hija menor, y de
verla al límite de la muerte varias ocasiones en sus primeros días de vida, incluso
al tenerla en mis brazos con su corazón sin latido. Entonces comprendí en lo más
hondo de mi ser la diferencia entre saber y creer. Y sé que, por supuesto, esta
memoria quedará conmigo para siempre.
La paradoja es que nuestra mente es muy tramposa ya que pensamos que eso
que “sabemos” teóricamente nos pertenece a un nivel práctico, y no es así. Pensar
en cómo nadar no implica en absoluto saber nadar. Saber qué es la amabilidad no
implica en absoluto ser amable, por ejemplo. Esa es la gran paradoja, cuando
pensamos que sabemos, porque ese saber es solo mental y no práctico.
El saber nos ayuda a gestionar la existencia, pero para transformarla es necesario
algo más: creer. Con saber no es suficiente. La llave a la acción, al paso adelante,
nace del creer. Por eso, el poeta latino Virgilio, escribió con tanto tino: “Pueden
porque creen que pueden”, y no escribió “Pueden porque saben que pueden”. Es
distinto. Muchos saben que pueden pero no hacen. Y otros que a lo mejor tienen
menos capacidades hacen porque creen profundamente que pueden. Sí, hace
más el que quiere que el que puede, sin duda.
Qué paradoja: el pensamiento nos lleva a la conclusión. Pero el problema es que
normalmente llegamos a una conclusión cuando nos cansamos de pensar. Y los
humanos nos cansamos de pensar, en general, demasiado a menudo. Y así nos
van las cosas…
Por otro lado, Platón afirmaba que no hay persona por cobarde que sea que no
puede convertirse en héroe por amor. En efecto, lo que nos moviliza, lo que nos
lleva a ser más de lo que somos, es la emoción (cuya etimología proviene de la
voz latina emovere, que quiere decir movimiento, impulso). Y la emoción y el creer
van íntimamente unidos. Porque cuando creo, confío, y si confío, es porque siento
una emoción positiva hacia el objeto o persona de confianza, porque creo en él.
Luego creer es confiar y confiar nace de un vínculo emocional sano.
Luego, quizás lo óptimo sería poner la inteligencia al servicio del amor. El saber
práctico al servicio del creer, y cuántas cosas cambiarían.
El problema aparece tanto en personas como en organizaciones, cuando el
narcisismo les lleva a pensar que saben cuando en realidad ni saben hacer, ni
creen que pueden hacer. Y ahora me viene a la cabeza un bello cuento, que dice
así:
“El rey recibió como obsequio dos crías de halcón y las entregó al maestro de
cetrería para que las entrenara. Pasados unos meses, el instructor comunicó al
rey que uno de los halcones estaba perfectamente educado, pero que al otro no
sabía lo que le sucedía: no se había movido de la rama desde el día de su llegada
a palacio, a tal punto que había que llevarle alimento hasta allí. El rey mandó
llamar a curanderos y sanadores de todo tipo, pero nadie pudo hacer volar al ave.
Encargó entonces la misión a miembros de la Corte, pero nada sucedió. Por la
ventana de sus habitaciones, el monarca podía ver que el ave continuaba inmóvil.
Publicó por fin un edicto entre sus súbditos y, a la mañana siguiente vio al halcón
volando en los jardines.
—‘Traedme al autor de ese milagro’ —dijo.
Enseguida le presentaron a un campesino.
—‘¿Tú hiciste volar al halcón? ¿Cómo lo hiciste? ¿Eres mago acaso?’
Entre feliz e intimidado, el hombrecito solo le explicó:
—‘No fue difícil Su Alteza, solo corté la rama en la que siempre se posaba. El
pájaro se dio cuenta de que tenía alas y, simplemente, voló.”
Sí. Tenemos alas. El problema es que muchas veces no nos lo creemos, aunque
es evidente que ahí están. Y a veces la vida “nos corta las ramas” para que nos
demos cuenta precisamente de eso, de que tenemos alas que aún no hemos
desplegado y, en definitiva, que podemos hacer más de lo que imaginábamos.
A volar.
LA TEORIA DE LAS VENTANAS ROTAS
Philip Zimbardo, psicólogo social de la Universidad de Stanford, llevó a cabo en el
año 1969 un interesante experimento que devino teoría gracias al trabajo de
James Wilson y George Kelling. Se vino a llamar “La Teoría de las Ventanas
Rotas”. Y vale mucho la pena conocer en qué consiste porque su aplicación cubre
amplias áreas de nuestra vida.
Vamos al año 1969. El experimento consistía en abandonar un coche en el
deteriorado barrio del Bronx de aquella época: pobre, peligroso, conflictivo y lleno
de delincuencia. Zimbardo dejó el vehículo con sus placas de matrícula
arrancadas y con las puertas abiertas para simplemente observar qué ocurría. Y
sucedió que al cabo de tan solo diez minutos, el coche empezó a ser desvalijado.
Tras tres días ya no quedaba nada de valor en el coche y a partir de ese momento
el coche fue destrozado.
Pero el experimento no terminaba ahí. Había una segunda parte consistente en
abandonar otro vehículo idéntico y en similares condiciones pero en este caso en
un barrio muy rico y tranquilo: Palo Alto, en California. Y sucedió que durante una
semana nada le pasó al vehículo. Pero Zimbardo decidió intervenir, tomó un
martillo y golpeó algunas partes del vehículo, entre ellas, una de sus ventanas,
que rompió. De este modo, el coche pasó de estar en un estado impecable a
mostrar signos de maltrato y abandono. Y entonces, se confirmó la hipótesis de
Zimbardo. ¿Qué ocurrió? A partir del momento en el que el coche se mostró en
mal estado, los habitantes de Palo Alto se cebaron con el vehículo a la misma
velocidad que lo habían hecho los habitantes del Bronx.
Lo que dice la Teoría de las Ventanas Rotas es simple: si en un edificio aparece
una ventana rota, y no se arregla pronto, inmediatamente el resto de ventanas
acaban siendo destrozadas por los vándalos. ¿Por qué? Porque se está
transmitiendo el mensaje: aquí nadie cuida de esto, esto está abandonado.
La lectura que nos da esta teoría es extrapolable a múltiples ámbitos de la
cotidianidad. Si alguien pinta en la pared de tu casa y no repintas pronto, se
convertirá en un muro lleno de pintadas en pocos días. Si el árbitro permite una
pequeña transgresión en el partido, lo más probable es que vayan apareciendo
más y más acciones violentas hasta que se forme una tangana. Si tú mismo
comienzas con pequeñas mentiras, acabarás creyéndotelas y generando más. Si
toleras la factura sin IVA o si evades impuestos, luego no te quejes si no hay
fondos que paguen tu paro o la pensión de tu padre. Si descargas contenidos
ilegalmente, luego no pidas que se valore tu trabajo creativo y reclames un buen
sueldo. Si no cuidas la relación con tu pareja y comienzas abandonando los
pequeños detalles, estás sembrando posibilidades de un deterioro que puede
acelerarse. Y la lista sería interminable. En resumen, si permites el vicio y no lo
reparas pronto, luego no te sorprendas si te encuentras enmedio de un lodazal en
el que tú has sido parte por activa o por pasiva. La bola de nieve del abandono, el
maltrato, la injusticia, la pereza o la mentira tiende a crecer rápidamente cuando
hay signos externos que lo muestran y no son reparados con celeridad. La no
reparación inmediata de un daño emite un mensaje a la sociedad: la impunidad se
permite, pueden ir todos a saco. Si no se transmite el mensaje que da toda acción
de respeto y cuidado hacia lo que tenemos, y dejamos que el deterioro, el
abandono o la resignación ganen la partida, entonces la entropía, el desorden, el
daño, el incivismo, el abuso, el mobbing o toda forma de infamia y degradación
tenderán a propagarse rápidamente. En conclusión, si queremos evitarlo, hay que
arreglar la ventana rota cuanto antes.
Inmanuel Kant expresó este principio en lo que denominó el “Imperativo
Categórico”: obra solo de forma que puedas desear que la máxima de tu acción se
convierta en una ley universal. Dicho de otro modo: ¿te gustaría que las personas
de tu entorno rompieran, robaran, defraudaran o fueran destrozando el patrimonio
ajeno? Obviamente, no. Entonces, miremos no ya de no romper ninguna ventana
física o emocional ajena, sino de repararlas cuanto antes para evitar males
mayores. Porque del mismo modo que podemos ser causa de la expansión del
daño haciéndolo crecer, podemos ser también causa de la reparación colectiva, y
eso no es una utopía.
GANAR Y APRENDER
Releo fragmentos de texto subrayados hace tiempo, y encuentro esta joya de la
Dra. Elisabeth Kübler-Ross, de su necesario libro, “Lecciones de Vida”:
“¿Qué ocurriría si empezáramos a correr algunos riesgos, si nos enfrentáramos a
nuestros miedos? ¿Y qué si fuéramos más lejos, si persiguiéramos nuestros
sueños, si obedeciéramos a nuestros deseos? ¿Qué ocurriría si nos
permitiéramos experimentar libremente el amor y encontrar satisfacción en
nuestras relaciones? ¿Qué clase de mundo sería éste? Un mundo sin miedo.
Puede que sea difícil de creer, pero la vida tiene muchas más cosas de las que
nos permitimos experimentar.
Muchas más cosas serían posibles si dejáramos de ser cautivos del miedo.
Hay un nuevo mundo dentro y fuera de nosotros –un mundo en el que hay menos
miedo– esperando a ser descubierto.
Pero es fácil experimentar temor donde no hay peligro. Ese tipo de miedo es
ficticio, no es real. Puede parecer real pero no tiene base en la realidad y, aun así,
nos mantiene despiertos por la noche, nos impide vivir. Parece no tener propósito
ni clemencia, nos paraliza y debilita el espíritu cuando lo dejamos actuar. Esta
clase de miedo se basa en el pasado y desencadena miedo al futuro. Pero este
miedo inventado sirve de hecho a un propósito: nos da la oportunidad de aprender
a elegir el amor. Es un grito de nuestra alma pidiendo crecer, pidiendo sanarse.
Son oportunidades para elegir de nuevo y de manera diferente, para elegir el amor
por encima del miedo, la realidad por encima del espejismo, el presente por
encima del pasado. Para los propósitos de éste capítulo y para nuestra felicidad,
cuando nos referimos al miedo estamos hablando de estos miedos ficticios que
restan valor a nuestra vida.
Si sabemos abrirnos paso a través de nuestros miedos, si somos capaces de
aprovechar todas las oportunidades posibles, podemos vivir la vida que tan solo
nos habíamos atrevido a soñar. Podemos vivir libres de juicios, sin temor a la
censura de los demás, sin restricciones.
Nuestros miedos no evitan la muerte, frenan la vida. Difícilmente llegamos a
reconocer hasta qué punto dedicamos la vida a manejar el miedo y sus efectos. El
miedo es una sombra que lo obstruye todo: nuestro amor, nuestros verdaderos
sentimientos, nuestra felicidad, nuestro ser mismo.”
Los actos que surgen de nuestro coraje nos elevan por encima de nuestras
posibilidades y dan forma a nuestra vida. Porque el coraje no es la ausencia de
miedo, sino más bien la consciencia de que hay algo por lo que merece la pena
arriesgarse, aunque tengamos miedo.
Curiosamente, Elisabeth Kübler-Ross, considerada la principal autoridad mundial
sobre el acompañamiento a enfermos terminales dice que si se pregunta a una
persona que está a punto de morir qué volvería a hacer si viviera, la respuesta en
la práctica totalidad de los casos es ésta: “Me hubiera arriesgado más”. Cuando,
de nuevo, la Dra. Kübler-Ross preguntaba al moribundo el porqué de esta
respuesta, los argumentos que recibía se caracterizaban por el siguiente estilo de
reflexión: “Porque aquello que quería hacer y no hice por miedo; o aquello que
quería decir y no dije por pudor o temor; o aquella expresión de afecto que reprimí
por un excesivo sentido del ridículo, me parecen una nimiedad absoluta frente al
hecho de morirme. La muerte es algo que no decido yo, la vida me empuja a ello y
ahora, frente a ella, me doy cuenta de que todas esas circunstancias que me
parecían un reto terrible son una nimiedad comparada con el hecho de que me
muero y no hay vuelta atrás”. Se trata sin duda de una respuesta cargada de
sentido común si tenemos en cuenta que la vida es una gran oportunidad de
arriesgarnos para aprender, crecer, compartir y amar.
Quizás las cosas que nos parecen difíciles no lo son tanto si nos arriesgamos y si
pensamos en que gracias al coraje que nace del amor podremos superar muchos
retos y dificultades. ¿Y si no lo logramos? Pues por lo menos habremos aprendido
algo en el proceso y quizás se abran otras puertas inesperadas en nuestro camino
de vida.
Como en cierta ocasión me dijo una mujer curtida por la vida a base de
dificultades: “Mira, Álex, en realidad el refrán ese que todos conocemos ‘Algunas
veces se gana, y otras se pierde’ no es cierto. ¿No? –le respondí yo–. ¡No!, me
dijo convencida. El refrán debería decir ‘Algunas veces se gana, y otras se
aprende’. “Eso sí –añadió mi amiga–, una o uno tiene que tener las ganas de
extraer una lección para no volver a pasar por el mismo sufrimiento, si está en
nuestras manos”.
Algunas veces se gana, otras, se aprende. Para meditar sobre ello y aprender el
arte de navegar por la vida.
HAZLO DELEGALO O TIRALO
Como quien no quiere la cosa, el hecho de estar activos implica que nos movamos
en una interacción continua con un mundo que genera un tránsito imparable de
cuestiones que deben ser resueltas.
Los asuntos entran en nuestra vida por tantísimos canales y con tal intensidad hoy
en día que, sin darnos cuenta, se van acumulando tareas que requieren ser
solucionadas en diferentes formatos, soportes y entornos: correos electrónicos,
mensajes en las redes sociales, correspondencia convencional, mensajes en el
móvil en el formato que sea, incluso ideas que mantenemos en nuestra mente o a
lo sumo anotamos en el papel o en una nota de voz. Respuestas pendientes en
multi-formato, en definitiva.
Acciones que deben ser hechas. Contestaciones que deben ser dadas. Ideas que
piden convertirse en hechos. Todas entran sin parar y se acumulan como tareas
pendientes. Y proporcionalmente a la necesidad de dar salida, de responder y
resolver, aumenta nuestra ansiedad, consciente o inconsciente. Es necesario
entonces resolver con la mayor calidad y velocidad posible.
Resolver es un buen verbo que quiere decir:
1.- Hallar la solución a un problema,
2.- Elegir entre varias opciones,
3.- Hacer que una cosa se acabe o tenga un resultado claro,
4.- Concluir.
Sí: solucionar, elegir, hacer, concluir. Nada menos. No en vano, la palabra resolver
se mueve en la familia de otros términos que nos aligeran nuestras unidades de
atención permanente: resolución, solución, solvencia, solvente… Y es que,
etimológicamente, el verbo resolver viene de resolvere que quiere decir desatar.
Porque lo que no resuelves, te ata, te bloquea, te atasca, te para.
Más claro, el agua.
Y es que cuando algo no se resuelve es porque se ancla entre el pasado (pereza
anterior, miedo anterior, duda anterior, culpa anterior, indefinición anterior… ) y el
futuro (angustia por si… ). Luego, la resolución siempre está en el ahora.
Si tienes que resolverlo, hazlo. No postergues. ¡Ya!
Si puedes o debes delegarlo, hazlo. No bloquees. ¡Ya!
Si ni puedes resolverlo, ni puedes delegarlo, no marees la perdiz. Tíralo y deja
espacio para resolver otras cuestiones importantes. ¡Ya! Y no te preocupes, si es
realmente importante, el asunto volverá a ti para que le des respuesta resolutiva.
Esta es la regla que, personalmente, me ha funcionado francamente bien ante las
mareas de asuntos a resolver: HAZLO, DELÉGALO o TÍRALO.
Es decir, resuelve, gestiona o deshazte. Pero ahora. Aquí y ahora.
De este modo bajarán a paso ligero los emails con banderita, las notas de asuntos
pendientes, los post-it, las anotaciones en libretas, las cartas que pasan de un
lado al otro de la mesa, los mensajes no borrados en el contestador, etc, etc, etc.
Con la desactivación por resolución de esas “Unidades de Atención Permanente”
finalmente satisfechas recuperamos serenidad, ganamos espacio y lucidez,
podemos entonces concentrarnos en tareas nuevas y creativas, y además
sabemos que desbloqueando lo que estaba bloqueado en nuestra parcela, damos
también vida y movimiento a la de los demás, porque el efecto de un desbloqueo
es siempre sistémico.
Vamos. A volar.
OBSERVAR LO QUE PENSAMOS
La ventaja de ser conscientes de nosotros mismos es que podemos tomar
distancia de nuestro pensamiento y de nuestra conducta. Esa distancia, ese
espacio, es el que permite diferenciarnos como observadores y, a la vez, como
observados por nosotros mismos.
Sí, podemos pensar sobre lo que pensamos, escuchar nuestra propia voz interior,
ser autocríticos con nuestros sentires y procesos mentales, y con las actuaciones
que de ellos se derivan.
En este sentido, podemos ser discípulos de nosotros mismos, de nuestro dictado
interior. La palabra disciplina tiene la misma raíz etimológica que discípulo. Ser
testigos de nosotros mismos exige disciplina, el hábito de la autoobservación y de
la autocrítica. Es desde ese ejercicio perseverante, desde esta disciplina que
conseguimos llegar al observador, al foco de consciencia y atención que es capaz
de mirar distanciadamente los procesos mentales, los devaneos, las divagaciones,
los automatismos que se generan en nuestro interior.
Al observarlos, progresivamente, los vamos desactivando. Dejamos de ser
conducidos por procesos que operan sin que nos demos cuenta
(inconscientemente) y pasamos a tomar consciencia de cómo funcionamos, de
qué queremos descartar y, de este modo, nuestras reacciones (que se generan
inconscientemente) van deviniendo respuestas (que generamos
conscientemente).
Cuando eso se produce, nuestra libertad de elección aumenta exponencialmente,
porque dejamos de ser el resultado del vivir dormidos aunque estemos
aparentemente despiertos y pasamos a responder despiertos sabiendo que hemos
despertado de un sueño.
Pablo d’Ors, en su magnífico libro “Biografía del Silencio”, sin duda el mejor libro
que he leído en los últimos años sobre la práctica y experiencia de la meditación,
lo expresa de una manera bellísima:
“Ser consciente consiste en contemplar los pensamientos. La consciencia es la
unidad consigo mismo. Cuando soy consciente, vuelvo a mi casa; cuando pierdo
la conciencia, me alejo, quien sabe adónde. Todos los pensamientos e ideas nos
alejan de nosotros mismos. Tú eres lo que queda cuando desaparecen tus
pensamientos. Claro que no creo que sea posible vivir sin pensamientos de alguna
clase. Porque los pensamientos -y esto no conviene olvidarlo- nunca logran
calmarse del todo por mucha meditación que se haga. Siempre sobrevienen, pero
se sosiega nuestro apego a los mismos y, con él, su frecuencia e intensidad.
Diría más aún: ni siquiera debe tomarse conciencia de lo que se piensa o hace,
sino simplemente pensarlo o hacerlo. Tomar conciencia ya supone una brecha en
lo que hacemos o pensamos. El secreto es vivir plenamente en lo que se tenga
entre manos. Así que, por extraño que parezca, ejercitar la conciencia es el modo
para vivir plácidamente sin ella: totalmente ahora, totalmente aquí.”*
Seguiremos profundizando en el arte de meditar, de observar al observador, de
distanciarnos para poder elegir, del contacto con el eterno instante presente.
Porque lo que somos es eso: aquí y ahora, que es donde está lo que realmente
importa.
Besos y abrazos.
EL ERROR Y LA MENTIRA
Errar y mentir son cosas bien distintas. Es evidente. Pero demasiado a menudo
van de la mano.
Me explico: muchas veces la mentira surge para enmascarar, manipular o negar
un error. Ahí esta el vínculo.
Cuando alguien se equivoca en un proceso manual o mental, o por falta de
criterio, preparación, experiencia o habilidad, ese error es perdonable si se
muestra abiertamente por qué se ha producido. Es más, cuanto antes se
reconozca un error, más se puede aprender de él, y se mejora inmediatamente.
Luego el reconocimiento abierto y transparente de un error, supone en muchos
casos una inflexión rápida hacia la mejora. De ahí, y no es gratuito, que uno de los
mejores métodos de aprendizaje que existe es el llamado “ensayo y error”. Al
reconocer que nos equivocamos porque estamos aprendiendo, ensayando, con
humildad y con verdad, crecemos, aprehendemos e integramos de verdad. Y si
hace falta la disculpa o el perdón por el error cometido, estos surgen naturalmente
entre las gentes de bien. Y no hay más que hablar.
Pero la cosa se complica cuando se trata de ocultar, enmascarar o de negar el
error. De reconocer la incompetencia. Entonces aparece la mentira. Y con la
mentira, el error deviene manipulación. Porque la mentira es un error sí, pero un
error emocional que abre la puerta a las falsas excusas, a las ocultaciones, a las
tergiversaciones, a las acusaciones, al orgullo, a la negación de la realidad y a
tantas otras perversiones del carácter. Y ese tipo de error (la mentira y sus
derivadas) no se perdona tan fácilmente. Por ello, quien lo comete pero no se
atreve a reconocerlo, lo oculta. Y puede darse el caso de que se construyan
castillos de mentiras como, por ejemplo, el que ha dado lugar a la mal llamada
crisis que estamos viviendo (es una estafa, repito por enésima vez).
¿Os imagináis a un alto cargo político o financiero del signo que sea, declarando
en la televisión: “Lo siento, cometí errores, los oculté, negué la realidad, mentí, en
definitiva. Lo siento de corazón”? Hoy, y especialmente en nuestro entorno, este
hecho esencialmente humano resulta inconcebible. Hasta tal punto de perversión
hemos llegado. Pero si alguien tuviera el coraje y la valentía de hacerlo cambiarían
muchas cosas. O comenzarían a cambiar. Lo que pasa es que aquí nadie se
equivoca, nadie miente, nadie lo reconoce, nadie sabe pedir perdón con su alma
desnuda. Y así vamos.
El error no es el problema. El problema es la mentira. Siempre.
Por ello es tan necesaria la educación emocional, social y psicológica de nuestros
hijos. Para que el día de mañana, en el ejercicio de sus responsabilidades, cuando
se equivoquen, que lo harán, como lo hacemos todos, por lo menos no mientan.
La solución a un error es su reconocimiento: “me he equivocado”. Pero la solución
a una mentira no implica solo su reconocimiento, sino un verdadero
arrepentimiento: “lo siento” unido a una promesa, a un compromiso: “no volverá a
suceder”; y a una realidad, que se cumpla la promesa.
Por eso es necesaria la ley. Para los que no aman. Porque quien ama reconoce el
error y no miente.
Ojalá lleguemos a un día en que, gracias a la cultura, no sean necesarias las
leyes, porque nuestros hijos sepan amar lo que nosotros no hemos sabido. Esa es
la verdadera utopía.
Besos y abrazos.
ACTUALIZAR EL POTENCIAL
Habitualmente la violencia —ya sea individual o traducida en una guerra, en un
conflicto— es una expresión de la impotencia. Es el último recurso que le queda a
una persona para defenderse cuando se siente impotente. Y es importante ser
conscientes porque a menudo también la omnipotencia es el resultado de una
impotencia: es un mecanismo de defensa que hace que la persona que tiene falta
de autoestima se muestre vanidosa, arrogante, displicente, matón, precisamente
para compensar su baja autoestima.
¿Qué es la potencia, pues? La potencia es lo que somos, lo que somos en
esencia y que podemos actualizar si vivimos, si hacemos, si vamos llenando de
contenidos nuestra experiencia vital, si vamos avanzando en la creación de
nuestro yo-experiencia.
La impotencia, en cambio, a menudo se sostiene en falsas creencias; sí existe una
impotencia real, sí que hay cosas que no podemos cambiar por mucho que lo
queramos, pero a menudo la impotencia nace de una falsa idea —aquel que se
siente superior proyecta en los demás un desprecio que les hace ser
inconscientemente impotentes—.
Y lo mejor que podemos hacer para no caer en esa falsa impotencia es conectar
con nuestra potencia y actualizarla, es decir, ver de qué somos capaces a medida
que nos arriesgamos y que vamos probando nuevas alternativas, en cualquier
dimensión , la profesional, la personal… Esto nos permitirá ir actualizando nuestra
potencia y abandonar estos dos elementos que tienen que ver con el yo-idea, la
impotencia, y con el yo-ideal, la omnipotencia: “Como ahora no soy capaz, en el
futuro seré capaz”.
La omnipotencia va muy ligada a la soberbia, la arrogancia, la displicencia y la
vanidad. Si nos fijamos y analizamos a las personas soberbias que conocemos,
acabaremos pensando cosas como: “Quizá no tuvo el cariño suficiente cuando era
pequeño”. La omnipotencia es propia de la gente que necesita sentirse reconocida
permanentemente, hacerse notar, saberse bueno, demostrar que lo es… Y
aunque parezca paradójico, detrás de esta vanidad a menudo lo que hay es una
profunda falta de amor por uno mismo.
Además, existe una relación directa entre el victimismo y el sentirse impotente, y
entre la omnipotencia y sentirse salvador. Es el llamado Triángulo de Karpman.
Karpman, psicólogo, decía a menudo que los juegos psicológicos, los conflictos
emocionales que, de manera inconsciente, vivimos las personas se constituyen a
partir de tres posiciones que podemos tomar y que normalmente aprendemos en
la infancia: la posición de víctima, la de salvador o la de perseguidor. Y a partir de
aquí comienza el juego, y hay gente que empieza siendo víctima y acaba siendo
perseguidora, o a la inversa. Son juegos de impotencia.
Solo si somos capaces de conectar con nuestra potencia y, por tanto, con nuestra
capacidad de hablar para expresar nuestras emociones, para resolver nuestros
conflictos, para pensar qué es lo que no funciona y buscar la manera de arreglar
esto, dejaremos de jugar, dejaremos de ser víctimas, perseguidores o salvadores,
y tendremos permiso para aprender, crecer y amar, para disfrutar de este proceso
y para crear conscientemente una vida mejor para nuestro entorno.
Álex Rovira
EL FUTURO
Dice mi admirado amigo Enrique Mariscal que el futuro no es inevitable, es
“inventable”. Y para inventar el futuro hacen falta, esencialmente, personas.
Personas éticas, con visión, con ganas, con lucidez, bien preparadas: talento,
talante, creatividad, integridad y propósito son las claves. Seres humanos bien
humanizados, en definitiva. Personas que sepan vincular sus talentos y
entusiasmos porque tienen clara la respuesta a LA pregunta clave: “¿Qué nos
une?”.
Cuando tenemos un propósito que nos une, algo que da sentido a nuestros
esfuerzos y trabajos, incluso a las crisis o adversidades, tenemos más fuerza para
seguir remando. Porque siempre, juntos somos más y mejores. Y es que la
diferencia crea sinergia y está todo por hacer, de nuevo, y hoy más que nunca. Así
que toca remangarnos, tomar aire, remar y respirar a cada paso sin perder de
vista que con nuestro trabajo podemos mejorar este mundo que nos ha sido dado.
Precisamente a organizaciones humanas, vínculos, proyectos y empresas,
visiones, talentos y talantes, dedicamos la Segunda Parte de nuestro libro (escrito
con Pascual Olmos), “La vida que mereces”, y la iniciamos con estas palabras:
SEGUNDA PARTE
La organización humana
“Lo que es bueno para la colmena es bueno para la abeja.”
MARCO AURELIO
Si analizamos nuestra historia, vemos que los grandes cambios se producen o
bien por la convicción de un ser humano o de un amplio colectivo que, guiados por
una utopía y un gran afán de mejora social deciden ponerse manos a la obra para
transformar una realidad que es muy mejorable, o bien por compulsión, por
revolución, por una grave crisis que obliga a hacer aquello que debiera haber sido
hecho pero que, por el motivo que sea, no se ha llevado a cabo.
Crisis, crisálida, crisol, crítica, criterio y criba son voces que tienen la misma raíz
etimológica: nos hablan de cambio, de transformación, de evolución, de selección
rigurosa y meditada, de aplicación de la consciencia para seleccionar con tino y
rigor.
Buena parte de la innovación empresarial y social se inicia bajo procesos de crisis,
que llevan a replantear, muchas veces de raíz, profundamente, los hábitos y
prácticas sociales y organizativas. Ahora estamos inmersos, nos demos cuenta o
no, en plena crisálida social. La innovación social que nos traerá esta crisis tendrá
unas consecuencias que pocos son capaces de vislumbrar en su globalidad:
flexibilidad, integración, voluntariado, interactividad, fluidez en la información,
transparencia, gestión por valor, ecología, sostenibilidad y tantos otros serán
conceptos que convivirán con nosotros en el futuro y cada día con más fuerza.
Porque lo que no cambiemos a consecuencia de esta crisis por convicción, nos
veremos obligados a hacerlo en el futuro debido a crisis que cada vez serán
mayores y más complejas, a menos que comencemos ya a aplicar lo que las
evitará. Nosotros elegimos: la voluntad, la ética, la solidaridad, la transparencia y
el compromiso, valores, en definitiva, como llaves para abrir puertas, o la
revolución y el dolor como arietes para derribarlas a golpes.
En el mundo que viene la tecnología nos facilitará crear nuevos entornos en los
que vivir, trabajar e interrelacionarnos de un modo más eficiente, económico,
transparente y limpio, sabremos que deberemos cuidar el talento y alentarlo para
generar un valor añadido ilimitado que no esté condicionado por una tierra
limitada, construiremos organizaciones empresariales, cooperativas, sociales y
gubernamentales en las que el comportamiento ético será clave de supervivencia,
la respuesta local imprescindible, la innovación y la generación de valor
objetivamente medibles devendrán parte del ADN de todo sistema humano. Y las
empresas y las organizaciones humanas serán los eslabones que crearán esta
cadena de transformación. Los equipos de personas que bajo un liderazgo íntegro
con voluntad de generar riqueza social transformen la realidad mucho más allá de
lo que los cenizos profesionales auguren.
Sí, el futuro no es inevitable, es inventable.
Inventémoslo, entonces: aquí, ahora, ya.
¿Vamos?
SER
Ser es una bella palabra que admite decenas de definiciones, y cuya polivalencia como verbo es, quizás,
la mayor del diccionario: ser implica estar, existir, haber, servir, suceder, acontecer, valer, poseer, costar,
seguir, mantener la amistad, corresponder, pertenecer, afirmar, etc. En el verbo Ser se conjuga la vida, en
definitiva.
Y como sustantivo, Ser es esencialmente (y valga la redundancia) esencia, naturaleza y humanidad. Ser
es la palabra fundamental, a partir de la que conjugamos existencia e identidad con el arte y la
oportunidad de vivir. A este concepto, Ser, dedicamos la Primera Parte de nuestro libro (con Pascual
Olmos), “La vida que mereces”, cuya breve introducción quiero compartir con vosotros, aquí, y dice así:
PRIMERA PARTE
¿Ser o no ser humanos? Esa es la cuestión.
El ser humano siembra un pensamiento y recoge una acción.
Siembra una acción y recoge un hábito.
Siembra un hábito y recoge un carácter.
Siembra un carácter y recoge un destino.
PARAMAHANSA YOGANANDA
¿Cuántas veces hemos oído “es imposible ser completamente feliz porque siempre falla algo”? ¿O esa
otra frase que hoy nos suena casi anticuada de “no me siento realizada o realizado”? Ambas preguntas en
el fondo giran en torno a un concepto más profundo, más abstracto y más difícil de integrar en nuestras
vidas: el ser, ese término filosófico con el que no estamos acostumbrados a convivir, que no aparece en
nuestra educación emocional ni en nuestra escala de referencias habitual, y que puede permanecer lejos
de nuestro pensamiento cotidiano durante toda nuestra vida si no nos detenemos a pensar explícitamente
sobre él.
En esta primera parte del libro queremos focalizar la atención sobre nuestro ser, pero no en un sentido
filosófico abstracto, metafísico ni religioso, sino en un sentido más prosaico, más cercano y efectivo;
queremos detenernos a pensar sobre lo que podríamos llamar con un sencillo juego de palabras nuestro
“ser humanos”, esa esencia humana que se manifiesta en cada decisión, en cada acción, o mejor dicho en
nuestro compromiso con las consecuencias de cada decisión y cada acción. Ese “ser” en el mundo que
define nuestra vida y al que, por lo general, prestamos poquísima atención. Parece que solo nos
detenemos a reflexionar sobre él cuando la crisis, la desgracia o la tragedia hacen acto de presencia. ¿Por
qué no tenerlo en cuenta cotidianamente para así ir trazando nuestro mundo y futuro deseado?
Enseguida veremos que lo que nos hace humanos son nuestras necesidades, las motivaciones de nuestro
actos, y que ellas son el motor de todo, la verdadera energía que mueve el mundo. Una energía
verdaderamente renovable, limpia, que no contamina, pero que tiene consecuencias cuyo signo depende
directamente de la suma de las actitudes y valores de todos y cada uno de los habitantes de este planeta.
Reflexionaremos entonces sobre cómo transformar positivamente esa energía, cómo reconducirla a favor
del propio individuo y su felicidad, pero también a favor de un modelo de gestión que nos ayude a
generar un entorno social equilibrado, del que podamos sentirnos orgullosos, y una economía sostenible
que tenga en cuenta la huella ecológica de los productos y servicios y que garantice la calidad de la
biosfera protegiéndonos de la escalada de la depredación, el malgasto y el abuso que estamos haciendo
del planeta.
Porque hay una premisa obvia que hemos eludido: la psicología crea la economía. O, dicho de otro
modo, la calidad del alma crea la calidad de la materia. ¿Queremos un mundo bello? Creemos entonces
bellas personas. ¿Queremos una economía justa y sana? Eduquemos entonces seres humanos justos y
sanos. ¿Imposible? No. La palabra imposible acostumbra a ser pretexto de perezosos. Hoy, la pregunta
ya no solo es: ¿qué mundo dejaremos a nuestros hijos?, sino también: ¿qué hijos dejaremos a este
mundo? Y para responder a esta segunda pregunta con propiedad, debemos reflexionar profundamente
en las raíces de nuestro ser, de nuestra esencia como seres humanos, de nuestras motivaciones y de lo
que da sentido a nuestras horas y a nuestra vida.
Os deseo un Ser feliz.
EL MAPA DEL TESORO SEGUNDA PARTE
Vivimos en un mundo donde todo avanza sin parar, donde el conocimiento no deja de crecer, donde
permanentemente aparece algo nuevo que merece la pena conocer, sea por la solución tecnológica que
nos aporta, o porque nos enseña a pensar y a actuar mejor y más eficientemente. Por ello es
imprescindible estar al día, aprender y formarse continuamente, comprender, prever, estar lo mejor
preparados posible. Por ello es importante aplicar los siguientes principios para ir a por el tesoro:
a) Voluntad de aprendizaje continuo, es decir, no dejes nunca de aprender. La formación continua es
esencial: lee, aprende, estudia, investiga, cuestiónate. Filosofía, cuanto más sepamos, más amplia será
nuestra visión del mundo y las oportunidades que veremos en él. Somos como la tecnología: quien no
actualiza su conocimiento, deja que su software quede rápidamente obsoleto y desconectado de la
realidad. ¿Trabajarías hoy con un PC de los años noventa? ¿Irías con un móvil como aquellos pesados
maletines de autonomía limitadísima y sistemas de comunicación que ya no son útiles? ¿Verdad que ni
siquiera lo concibes? Pues la persona que, pongamos por ejemplo, acabó sus estudios hace veinte años y
no se ha puesto al día, se queda tan obsoleta o más que esos equipos del pasado.
b) Conocimiento especializado y diferencial. Si quieres ser relevante, tienes que ser distinto, y para ser
distinto tienes que mirar el mundo y conocerlo de forma diferente a como lo hace el resto. Si eres
distinto, serás relevante, la gente te verá y por lo tanto tendrás muchas más opciones de ser elegido. No
solo se trata de que sepas mucho de lo tuyo, sino que sepas algo que nadie más sabe. Aristóteles Onassis
afirmaba que “el secreto de un gran negocio consiste en saber algo que nadie más sabe”. Pues eso.
c) Haz del error el mayor conocimiento y haz de la crítica el mayor aprendizaje. Quien no se
equivoca es que no actúa y, por lo tanto, no aprende. Basta ya de vivir los errores como máculas que hay
que ocultar, como pecados de los que necesitamos la absolución. Solo quien nada hace no se equivoca.
Lo inteligente es aprender del error para mejorar. Luego equivócate, pero extrae conclusiones útiles que
te permitan saber más que nadie de lo tuyo.
d) Premia las ideas de tu gente. Hay que tener en cuenta que el 90 por ciento de la innovación del
mundo no nace de altos costes de inversión en I+D, sino de ideas y opiniones de los propios empleados
de la empresa. Si quieres desarrollar tu conocimiento para llegar al tesoro, escucha a tu gente y piensa
que la idea más pequeña y más simple puede revolucionar un negocio. Piensa, por ejemplo, que el post-it
fue el resultado de la perseverancia de un ingeniero que se preguntó qué hacer con un pegamento que no
pegaba bien… pero tardó catorce años en encontrarle una utilidad a un pegamento de baja calidad.
e) Cultiva la paciencia y la perseverancia en la voluntad de aprender y descubrir. Dicen que Edison
repetía la siguiente frase: “La gente que dice que no se puede hacer no debería interrumpir a quienes lo
están haciendo”. Y es verdad. El conocimiento especializado y diferencial, el saber que aporta valor,
requiere por un lado de una gran perseverancia y, por otro, de una mirada distinta de la realidad. Siempre
he pensado que lo que convierte a alguien en un genio es la capacidad de hacer obvio lo que hasta el
momento estaba oculto y a la vez era evidente. Que la Tierra gira alrededor del Sol hoy está fuera de
toda duda. Que la relatividad existe es un hecho. Que la sangre circula por nuestro cuerpo, también. Que
nuestros genes y los de los monos tienen muchísimo en común, es obvio (a veces, descaradamente
obvio). Que hay recuerdos y vivencias del pasado que no somos capaces de evocar porque resultan muy
dolorosas y en algunos casos insoportables, es tristemente evidente… Pero a Galileo, Newton, Servet,
Darwin o Freud y a tantos otros genios de su momento les costó muchos disgustos defender sus
“obviedades”, que fueron negadas y perseguidas por sus coetáneos, en algunos casos, con extrema
violencia. Los genios miran la realidad de una manera diferente. Utilizan su cerebro para imaginar, para
crear, partiendo de datos fiables y contrastables. Luego traducen sus descubrimientos a un lenguaje
comprensible para todos. Parece fácil, pero para ello hacen falta cuatro cosas:
- Saber pensar: tener modelos de referencia.
- Tener buena información: preguntar, observar, escuchar y, en definitiva, ayudarse de los sentidos.
- Arriesgarse a salir de lo conocido hasta el momento (se necesita coraje).
- Y, sobre todo, arriesgarse a comunicarlo.
Pero hay un ingrediente más. En las biografías de Madame Curie, Thomas Edison, Albert Einstein,
Santiago Ramón y Cajal, Antoni Gaudí, Sigmund Freud… se constata que todos los hoy considerados
genios perseveraron y trabajaron mucho en la construcción de su saber. Y aunque cuando pensamos en
ellos solo nos vienen a la cabeza los clichés de sus éxitos, conviene recordar que antes de esos éxitos
hubo… ¡fracasos! Un ensayo y error, una preparación, una tenacidad y una gran fe en el resultado.
Decía, brillante, Giacomo Leopardi que “la paciencia es la más heroica de las virtudes, precisamente
porque carece de toda apariencia de heroísmo”. ¡Cuánta verdad! Es famoso el hecho de que Edison
realizó más de mil intentos antes de lograr su primera bombilla eléctrica (piénsalo despacio, mil intentos:
uno, dos, tres… ). Cuando alguien le preguntó cómo era capaz de perseverar en el intento tras tantos
fracasos su respuesta fue firme, irónica y contundente: “Perdone que le corrija. No he fracasado ni una
sola vez. De hecho, ahora conozco mil maneras diferentes de no hacer una bombilla”. Muy pocos nacen
siendo genios. Detrás de la genialidad hay una creatividad que muchas veces procede de la
perseverancia, paciencia y especialización que escasos humanos son capaces de alcanzar. Pablo Picasso
lo dejó muy claro: “No sé en qué momento llegan la inspiración y la creatividad… Lo que sé es que
hago todo lo posible para que, cuando lleguen, me encuentren trabajando”. Para vivir “oportunidades
geniales” es imprescindible que seamos perseverantes a la hora de intentar sacar provecho de los talentos
o habilidades que tenemos y del entusiasmo que nace cuando hacemos de nuestra pasión el objeto de
nuestro trabajo.
[Este artículo y otros anteriores son una síntesis del libro “El Mapa del Tesoro”, escrito por Álex
Rovira y Francesc Miralles, y publicado por Editorial Conecta.]
Álex Rovira
EL MAPA DEL TESORP SEGUNDA ´PARTE
Si sólo haces lo que sabes que puedes hacer,
no harás mucho.”
TOM KRAUSE
Einstein afirmaba que “la suerte es una función los parámetros de la cual desconocemos”; es decir, que
en muchas más ocasiones de las que imaginamos, aquello que llamamos suerte no es tanto fruto del azar
o algo inexplicable, sino que se trata en realidad de un conjunto de elementos complejamente
interrelacionados que podemos explicar con detalle. Por ejemplo, si cualquiera de nosotros lanza una
moneda al aire y, antes de que caiga, se le pregunta si será cara o cruz, todos, por muy videntes o
intuitivos que seamos y si la moneda no está trucada, acertaremos a la larga en un 50 por ciento de los
casos. La moneda tiene dos caras y es así de simple. Pero si sabemos la velocidad del lanzamiento de la
moneda, su peso, diámetro y grosor, y la resistencia de los materiales al aire, la inclinación y la fuerza en
la salida de la moneda cuando la lanzamos, podemos llegar a predecir con mucha mayor precisión si
caerá en cara o en cruz. Cuantos más parámetros conozcamos, mayor será la posibilidad de predecir,
pero si no los conocemos, no lograremos acertar.
Conocer esos parámetros, o esas leyes, es una manera de saber qué pasos son necesarios seguir. En este
sentido, y profundizando en el contenido del post “Querer, saber, hacer y legar”, vamos ahora a
profundizar en éste y en otro próximo post qué implica cada uno de estas acciones tomando como
analogía “El Mapa del Tesoro”.
1. Querer quiere decir tener la actitud que nos lleva a movernos con ánimo, determinación y entusiasmo
para crear nuestro anhelo y hacer frente a la adversidad.
2. Saber implica prepararnos y formarnos para conocer muy bien aquello que queremos crear, nuestro
proyecto, con gran competencia.
3. Poder supone llevar nuestras intenciones a que se conviertan en acciones reales, en hechos que
consoliden día a día, paso a paso, nuestra ilusión.
4. Imaginar. Es decir, tener una visión de cuál es nuestro anhelo, nuestro proyecto que sea como una
guía que nos anime a trabajar para encarnarlo en la realidad.
5. Gestionar implica cuidar nuestros recursos en la medida que podamos, para que no los dilapidemos
en cuestiones innecesarias que, llegado el momento, nos permitan hacer frente a una crisis o a una
importante inversión u oportunidad. Saber invertir supone tener buen criterio para que lo que hemos
conseguido con tanto esfuerzo y trabajo no se pierda, sino todo lo contrario, que crezca. Y para hacer
crecer aquello que ya tenemos, es necesario también reinventarnos con frecuencia para mejorar
continuamente como profesionales y como personas.
Y ahora entraremos en el detalle de cada uno de los elementos que forman el Mapa del Tesoro.
QUERER: LA ACTITUD (LA BRÚJULA)
Reza el dicho que “hace más el que quiere que el que puede”, y estamos totalmente de acuerdo con esta
afirmación. Nuestras actitudes, nuestra brújula, son el primer factor imprescindible, el impulso necesario
para encontrar y hacer creer nuestro tesoro. Pero, ¿qué significa querer? ¿En qué se traducen nuestras
actitudes cuando son las adecuadas?
a) Actitud mental positiva: para empezar un buen camino, debemos ser conscientes de que más que
estar condicionados por nuestro entorno y circunstancias, podemos elegir cómo nos situamos intelectual,
emocional y activamente en nuestra realidad inmediata. Nuestra postura ante la vida determina en buena
medida no sólo cómo la interpretamos sino también cómo acaba siendo. No nos cansaremos de repetirlo:
lo que creemos tiende a ser lo que creamos.
b) La segunda variable del querer es lo que llamamos la esperanza activa. Mi fe en la creación de una
utopía no se soporta en la nada, sino que soporta en la acción que, aquí y ahora, ya estoy llevando a
cabo, porque lo hago ya, no postergo la acción ni la decisión. Soy optimista, pero no soy ingenuo ni
bobo. Eso implica que trabajo, que actúo, y que lo hago ahora. Es importante empezar de esta manera,
porque si no tienes ese optimismo activo inmediato, tus acciones no cristalizan, no se concretan porque
las aplazas, porque las postergas y el cambio jamás llega.
c) Otra variable común es lo que podríamos llamar como el futuro-presente; es decir, en realidad el
futuro es presente, en la medida que somos capaces de moldearlo con cada pequeña decisión y acción
que tomamos en cada momento. El futuro que imagino y deseo será real porque lo estoy creando y
haciendo en este instante. El futuro no se concretará si no hacemos nada para que se encarne. El futuro lo
estás construyendo ahora. Es obvio, sí, pero también muy obviado.
d) La voluntad de ser útil y servir con excelencia. Éste es un factor clave. Todo lo anterior tiene que
estar envuelto por este principio. Yo generaré prosperidad en la medida en que aporte utilidad y valor a
los demás, en la medida en que todo lo que haga aporte una utilidad, un bienestar, un confort, un deleite,
una solución. La vocación y la voluntad de servir de corazón, de dar lo mejor de nosotros a quien confía
en nuestro proyecto empresarial o social, las ganas de querer hacerlo bien, de cuidar cada detalle por
pequeño o superficial que parezca, es un elemento esencial del logro de nuestro propósito.
e) Generosidad magnética, que podríamos resumir en un principio muy simple: “Lo que doy, me lo
doy; lo que no doy, me lo quito”. La generosidad verdadera atrae y convoca; si somos capaces de dar
más a nuestro cliente de lo que espera recibir por ese precio, es evidente que la voz correrá.
f) “Ganamos todos”, es decir, no sólo gano yo como emprendedor, sino que también gana mi equipo,
mis clientes mis socios, la sociedad, los proveedores, el medio natural. Porque les ayudo a producir
mejor, a ser más eficientes, a aumentar su nivel de conciencia a través de una pedagogía necesaria, a
ganar todos. Es importante pensar siempre globalmente, sistémicamente, en que todos, absolutamente
todos, podamos disfrutar de una ganancia colectiva.
g) Longanimidad y magnanimidad. Ambas palabras nos hablan de la grandeza del alma, de nuestra
capacidad de ser nobles, generosos, de ser perseverantes, de saber enfrentar la adversidad, de actuar con
benignidad, clemencia y generosidad. Si el alma de un ser humano es grande, grandes son sus acciones y
los resultados que se obtienen… En definitiva, se trata de generar valor con valores, de que la ética y el
bien común sean la guía de nuestras acciones.
h) Agradecer y ser humilde. Finalmente, y para acabar el apartado del Querer, es necesario agradecer a
todos los que nos rodean y dan soporte en el proceso de crear nuestro propósito: clientes, compañeros de
proyecto, prescriptores, y todos cuantos formen parte del grupo que nos anima, impulsa o ayuda a
avanzar. Pero la gratitud y la humildad no admiten impostación, su manifestación demanda autenticidad,
verdad. Ambas son el antídoto de la arrogancia y la estupidez, que son el principal factor de fracaso en
las relaciones humanas, y por supuesto, ante cualquier iniciativa profesional.
[Este artículo, el anterior en esta misma sección y otros posteriores son una síntesis del libro “El Mapa
del Tesoro”, escrito por Álex Rovira y Francesc Miralles, y publicado por Editorial Conecta.]
Álex Rovira
AVANZAR CONFIAR
Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.
ANTONIO MACHADO (“Proverbios y cantares” (XXIX))
¿Somos conscientes de la importancia que tienen nuestros pensamientos a la hora de crear nuestra
realidad? Y, concretamente, ¿somos conscientes de la fuerza que tienen nuestras creencias, es decir, lo
que creemos sobre nosotros mismos, sobre los demás y sobre la vida a la hora de condicionarnos en
nuestra cotidianidad? Porque, en realidad, somos, en buena parte, lo que creemos que somos. Desde
nuestra subjetividad nos construimos como sujetos y nos relacionamos con los demás y con el mundo. Y
al relacionarnos, vamos construyendo una interpretación de éste, que acaba siendo lo que llamamos
nuestro mundo, y de la vida, que acaba siendo nuestra vida. Nuestro sistema de creencias inconscientes,
nos guste o no, modela nuestra realidad subjetiva (actitudes, pensamientos, emociones, autoestima y
proyecciones) y, en consecuencia, nuestra respuesta al entorno.
Del mismo modo que nuestras creencias pueden actuar como freno para nuestra realización, también es
cierto que, además, en la dimensión contraria, pueden hacer las veces de trampolines o de alas. Porque
somos nosotros quienes a partir de nuestras actitudes y creencias construimos nuestras realidades. Es
decir: lo que creemos es lo que creamos. Es más, por lo general, no sabemos de lo que somos capaces
hasta que lo intentamos, pero para intentarlo debemos partir de la confianza mínima para dar el primer
paso; debemos tener fe en que podemos crear nuestro anhelo. Sin ello no hay la mínima intención
necesaria que precede a toda creación. Para crear, a cualquier nivel, es necesario que se dé una primera
condición fundamental: creer que podemos. Y aunque ésta es una condición a menudo necesaria, no es
suficiente.
Nuestras creencias sobre nosotros mismos y las que ponemos sobre la realidad establecen un diálogo
permanente que acaba actuando como el software de un programa que opera las veinticuatro horas del
día. Dicha conversación inconsciente es la clave de la transformación humana y social. Porque la
creencia está en el origen del vínculo, de la confianza. Veámoslo en un ejemplo: si un niño recibe de sus
padres y escuela la formación y educación necesarias que le permiten construir un sistema de creencias
sano, objetivo y equilibrado, tendrá la fuerza interior suficiente, construida en una mezcla óptima de
ternura y límites necesarios, que le permitirá gozar de confianza en sí (autoestima) para creer que puede
tirar adelante, arriesgarse, aprender de sus errores, responsabilizarse, rectificar, mejorar continuamente,
en definitiva, crecer e ir conquistando parcelas de la realidad y de la vida. Este proceso es el que hace
que los seres humanos devengan buenas personas, buenos profesionales y buenos ciudadanos.
Como indica la palabra, las creencias se construyen desde el creer, y a su vez, el creer se construye desde
la confianza. Si creemos en algo o alguien es porque confiamos en ese algo o alguien. Luego, el diálogo
con la realidad, el ensayo y error, el esfuerzo y aprendizaje, la recompensa que supone el logro, la
realización y el placer de crear y transformar nacen de la confianza en uno mismo, en el otro y en la
vida. Creer es confiar, y confiar es crear. Sin confianza no declararíamos nuestro amor, no traeríamos
hijos al mundo, no invertiríamos para mejorar, no nos arriesgaríamos, no innovaríamos. Sin confianza no
merecería la pena vivir. Sin confianza no hay encuentro verdadero, motor de transformación de la
realidad. Sin confianza no podemos amar y no podemos sabernos amados. En realidad el desamor, no es
más que la ruptura de una confianza en el otro. Confiar y vivir en pos de una plenitud van de la mano.
Confiar y crear, son uno. Crear y vivir son identidad cuando van unidos de la mano de la confianza.
Confiar, creer, amar, crear, lograr, son los cinco verbos que transforman el mundo. Quien confía, cree,
quien cree, ama, quien ama, crea, quien crea amando y confiando, logra. En consecuencia, el aforismo
que reza “tanto si crees que puedes, como si crees que no, estás en lo cierto”, es de puro sentido común.
Si uno cree en su fuero interno que no lo logrará, no dará el paso necesario, y si lo da, la inseguridad
actuará como elemento que tenderá a boicotear la iniciativa. En el extremo contrario, quien se prepara,
se forma, aprende, entrena con tesón, ensaya con alegría y esfuerzo, disfruta del proceso, le encuentra un
sentido, incorpora los errores como activos de su experiencia, abandona el victimismo en pos de la
responsabilidad, va construyendo una personalidad y una dialéctica con el mundo que le permiten
avanzar y lograr en el camino de la vida, porque va esculpiendo una confianza en sus propias
capacidades para conducirse y gestionar la existencia. Por todo ello, sin duda, hace mucho más el que
quiere que el que puede.
Para crear, insisto, es necesario creer que podemos. Pero no entendamos esta creencia como un acto de
fe ciega e inconsciente, sino todo lo contrario: es la consecuencia del triunfo de la voluntad y del activo
de la experiencia.
Álex Rovira
AQUÍ Y AHORA
“El objetivo de la vida es nacer plenamente,
pero la tragedia consiste en que la mayor parte de nosotros
muere sin haber nacido verdaderamente.
Vivir, es nacer a cada instante”.
ERICH FROMM
Nuestra vida se despliega en una infinidad sucesiva de instantes. Los que pasaron y residen en la
memoria constituyen nuestro pasado. Los que están por llegar e imaginamos creemos que serán nuestro
futuro. Pero aquello que es real, lo que única y verdaderamente siempre tenemos con nosotros es el
momento presente, este mismo momento, o mejor, nuestra consciencia de la existencia en ese instante
tan breve que ni tan solo es cuantificable, porque cuando nos percatamos de él, ya ha pasado.
Ese presente se manifiesta en un aquí y ahora, que más que un momento y un lugar, es la presencia que
se hace consciente de sí; se manifiesta en nuestra consciencia de ser; en nuestra capacidad de darnos
cuenta que somos Presencia, somos Consciencia. Es importante sabernos testigos de nosotros mismos,
de la vida que se despliega desde nuestro centro en cada instante. Porque no somos nuestro nombre, que
es una etiqueta; ni nuestro cuerpo, que cambia continuamente; ni nuestras emociones o estados de
ánimo, que se transforman y fluctúan en función de las influencias externas y de nuestras elaboraciones
internas; como tampoco somos las ideas que nuestro pensamiento crea sobre nosotros mismos, sobre los
demás o la vida, tan volubles como una pluma al viento; ni por supuesto somos lo que define a nuestra
ocupación, nuestra profesión (cuántas veces nos autodefinimos diciendo: soy médico, soy albañil, soy
maestro… ). Somos, simplemente, Presencia, Consciencia, Ser. La presencia que se da cuenta de que
uno piensa, siente, vive, es. Esa tan pura y tan simple; tan desnuda y esencial; tan obvia que la acabamos
por obviar, por olvidar. Pero su valor, aunque obviado, es infinito, ya que es la vida misma. Sin
Presencia no habría Consciencia, no habría Vida.
¿Por qué, simplemente, no nos dejamos ser? ¿Por qué no conectamos con el fluir de la vida aquí y ahora
y nos olvidamos de pre-ocupaciones futuras y recuerdos del pasado que tantas veces nos castigan, para
centrarnos en un universo que se despliega desde nuestro centro esencial. Porque el pasado y el futuro
son las sedes de nuestras enfermedades: frente al dolor del recuerdo por lo vivido, y desde la angustia de
aquello que está por venir, tenemos el presente, el instante presente como lugar efímero y a la vez eterno
para recuperar nuestra salud, nuestra consciencia, nuestra vida. Incluso desde él podemos dar un sentido
distinto al pasado y crear un futuro sin angustias y lleno de esperanzas. Porque la vida y todas sus
posibilidades se encuentran concentradas en toda su potencia en el presente, en el aquí y ahora, y se crea
desde ese centro, desde ese “Yo Soy”.
¿Qué podemos hacer entonces? Entregarnos al presente. Construir la vida dándonos completamente a lo
que nos toca vivir, aquí y ahora. Sentir, pensar y actuar desde nuestro centro esencial. Ya que es este
punto de partida el que se renueva indefinidamente, momento a momento, y desde él podemos conectar
con nosotros mismos, con la vida, y seguir en el viaje que nos propone a cada instante.
Somos seres humanos conscientes. Nacemos mujeres y hombres, pero devenimos humanos a medida que
ampliamos y profundizamos en nuestra consciencia. No somos máquinas. Entre todo estímulo que
recibimos y nuestra respuesta a este estímulo, media un espacio; un espacio de consciencia. Es en ese
espacio, aquí y ahora, donde yace nuestro poder de transformación y nuestra libertad de decidir. En estas
decisiones tomadas desde la consciencia, desde una actitud positiva, desde la entrega, reside nuestro
crecimiento, nuestra felicidad y nuestra Buena Vida.
Nuestras actitudes elegidas desde la consciencia del presente, crean emociones y pensamientos. Nuestras
emociones y pensamientos se traducen en acciones. Las acciones que repetimos desde allí se convierten
en hábitos. Los hábitos determinan nuestro carácter. Es nuestro carácter el que define el sentido de
nuestra vida y el significado que le damos y le daremos a ella cuando nos vayamos de aquí, en el último
momento. El signo de nuestra vida se construye, por lo tanto, a partir del simple hecho de vivir en el aquí
y ahora, y de elegir con consciencia en cada instante.
Álex Rovira
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