Vergüenza y Arrogancia: Perspectivas del Análisis
Transaccional e Intervenciones Clínicas
Richard Erskine
Traducción de Angela Pérez Burgos
La vergüenza y la arrogancia son mecanismos de protección que ayudan al individuo a evitar la vulnerabilidad por la humillación y la pérdida de contacto en la relación. Cuando la relación está empañada por la crítica, el
ridículo, la culpa, el definir, el ignorar u otras conductas humillantes, el resultado es un incremento de la vulnerabilidad en la relación. El contacto o
el vínculo se interrumpen. La vergüenza y la arrogancia son el resultado de una humillante afrenta o reproche y una pérdida de autoestima.
Ambas, vergüenza y arrogancia, reflejan las defensas empleadas para evitar
experimentar la intensidad de lo vulnerable e impotente que una persona es ante la pérdida de la relación. Simultáneamente, la vergüenza es una expresión de una esperanza inconsciente de que la otra persona asumirá la
responsabilidad de reparar la ruptura en la relación. La arrogancia conlleva la negación de la necesidad de una relación.
Una Experiencia Personal
Hace unos años un colega me telefoneó y criticó mi conducta, definiendo mi
motivación como patológica. Aunque me disculpé, traté de explicar la situación e intenté rectificar el problema por escrito, la relación,
previamente cálida y respetuosa, terminó en una falta de comunicación.
En cada uno de los siguientes intentos de hablar con esa persona, se me enredaban mis propias palabras, me sentía como un inepto y evitaba hablar tanto de mis sentimientos como de nuestra relación. La experiencia de ser
humillado por un respetado colega me dejó sintiendo una debilitante vergüenza. Yo anhelaba una reconexión. Deseaba que esa persona indagara
sobre mis sentimientos y nuestra falta de contacto y reconociera y respondiera empática y recíprocamente a la humillante experiencia que yo
había tenido en la primera conversación telefónica.
La sensación de vergüenza y anhelo me empujaron a examinar mis reacciones internas a la humillación. En mis sesiones de psicoterapia, re-experimenté ser un niño pequeño en segundo o tercer curso, lleno de dolor
y de miedo, adaptándose a un profesor extremadamente crítico. El beneficio personal de la psicoterapia fue una recuperación de la sensibilidad hacia los
demás y hacia mí mismo, y una sensación de satisfacción personal. El beneficio profesional de resolver mi vergüenza fue una evolución de los métodos terapéuticos y de las interacciones en mi práctica clínica. Me vi
enfrentado a diversas preguntas: ¿Cuándo y cómo defino a las personas?
¿Atribuyo la motivación en vez de facilitar al individuo la propia comprensión de su conducta? ¿Cuál es el efecto de mis sentimientos
internos y mi conducta sobre la otra persona? ¿En mi intento de ser terapéutico, doy a entender al cliente “hay algo mal en ti”?
Las ideas teóricas sobre la vergüenza y la arrogancia defensiva, y las
intervenciones clínicas presentadas es este artículo, son el resultado de varios años investigando mis propios errores como terapeuta, las rupturas que he originado en la relación terapéutica con los clientes y los métodos
que podrían aumentar la sensación de vergüenza en el cliente. Una indagación respetuosa en cada experiencia fenomenológica del cliente sobre
nuestro proceso terapéutico proporcionó una exploración transacción-por-transacción de mis fallos terapéuticos, las percepciones erróneas sobre el nivel de funcionamiento evolutivo y la falta de sintonía afectiva: las
interrupciones del contacto-en-la-relación. Cuando asumo la responsabilidad por las rupturas en la relación terapéutica, mi terapia se centra en
sintonizarme con la experiencia afectiva del cliente y en responder con un afecto recíproco. Mi implicación terapéutica está en mi consistencia, responsabilidad y confiabilidad. Con la exploración y la resolución de las
rupturas en nuestra relación puedo ser más efectivo para desvelar las creencias centrales de guión que determinan las experiencias
interpersonales significativas en la vida de mi cliente.
La psicoterapia del Análisis Transaccional en la década de los 70 y principios de los 80 estuvo marcada por la definición de las conductas de los clientes y sesgada por los métodos clínicos que enfatizaban la explicación, la
confrontación y la modificación de conducta. Tales métodos a menudo eclipsaban los temas subyacentes relacionados con la vergüenza y la
arrogancia. Definir un sentimiento del cliente como racket o una conducta como juego psicológico o como programada por un guión, es adverso a la
resolución de los problemas psicológicos que se originan en la experiencia de humillación, negligencia o abuso.
Definir a alguien, aunque sea de forma acertada, podría infravalorarle o humillarle. Indagar genuinamente sobre la experiencia del otro, su
motivación, su autodefinición y el sentido de su comportamiento evita la humillación potencial. Responder con empatía y sintonía empodera a la
persona para expresar completamente sus sentimientos, pensamientos, percepciones y aptitudes. Indagación, sintonía e implicación invitan a una revelación del significado subyacente y de la motivación inconsciente.
La práctica clínica y el desarrollo teórico se hallan en un tira y afloja en su proceso de evolución. Las intervenciones clínica que hacen uso del respeto
(Erskine y Moursund, 1998), las transacciones empáticas (Clark, 1991), el
compromiso emocional (Cornell y Olio, 1992) y la implicación, la sintonía y la indagación (Erskine, 1991a; Erskine, 1993; Erskine y Trautmann, 1993)
han demostrado que la vergüenza y las fantasías auto-protectoras son dominantes en la vida de muchos clientes. Sin embargo, estos fenómenos no han sido integrados adecuadamente con una teoría del Análisis
Transaccional sobre los estados del yo y los guiones. La experiencia clínica ayudó a desarrollar una comprensión teórica que considera la vergüenza y
la arrogancia como dinámicas intrapsíquicas arcaicas diseñadas para
proteger al individuo del reproche, la humillación y la pérdida de contacto en la relación. La vergüenza arcaica no resuelta incrementa el dolor de la
crítica presente. El conflicto intrapsíquico arcaico añade una toxicidad que inunda la humillación actual con un debilitadora vergüenza o con una arrogancia defensiva.
La Literatura
En las obras escritas del Análisis Transaccional, la vergüenza y la arrogancia han recibido poca atención, ya sean como temas teóricos o como áreas de interés clínico. Indirectamente, Berne (1972), Ernst (1971), y Erskine y
Zalcman (1979) presentaron todos ellos una base teórica para comprender las posiciones existenciales y las creencias de guión relacionadas con la
vergüenza. La descripción de Erskine (1988) sobre las defensas del estado del yo Niño contra los conflictos intrapsíquicos, cuando estaba elaborando incluir el afecto y la fantasía, proporciona una teoría del estado del yo para
entender las dinámicas de la vergüenza y la arrogancia.
English (1975) abordó de forma directa la vergüenza y el control social, describiendo la vergüenza como “el precio de que el niño haya internalizado
un mensaje específico de control de su familia y de su cultura” (p.26). Ella continuó diciendo que el efecto es la inhibición, la limitación y el control de
una curiosidad en expansión. English enfatizó que el hecho de avergonzar a los niños cumple “la función de adaptar al niño a la civilización de la familia, para bien o para mal” (p.26). Recientemente, Klein (1992) definió la
arrogancia como “el núcleo de las estructuras defensivas de nuestros egos” (p.76). Ella indirectamente relacionaba la defensa psicológica de la
arrogancia con la vergüenza cuando describió la justificación como “el enmascaramiento para nuestra autoestima negativa” (p.78). Aunque Berne (1972) y Ernst (1971) no escribieron específicamente acerca de la
vergüenza y la arrogancia, las dinámicas asociadas a estos sentimientos se reflejan en las posiciones existenciales de “Yo no estoy Bien-Tú estás Bien”
o en la de defensa “Yo estoy Bien-Tú no estás Bien”.
La bibliografía de psicoterapia general sobre la vergüenza y la arrogancia también ha sido escasa, aunque recientemente el concepto de vergüenza ha
recibido cada vez más atención. Goldberg empezó su libro Understanding Shame (1991) rastreando el origen del término moderno inglés “vergüenza” [shame] desde el vocablo indoeuropeo “schame”, que significa “esconder” o
“encubrir”. Continuó con ejemplos de casos clínicos de cómo los individuos esconden y encubren sus plenas autoexpresiones después de incidentes de
insultos y deshonra. Cada uno de los ejemplos de Goldberg sobre la vergüenza reflejaba una experiencia denigrante, degradante o humillante infligida por el comportamiento de otra persona. Según Golberg, la
vergüenza está causada por “la pérdida de la conexión afectiva con personas significativas que son, o se cree que son, necesarias para la propia
supervivencia psicológica y física” (p.59). El resultado es la pérdida de autoestima y la protectora ocultación de una sensación degradada del self, tanto de los demás como de cualquier posible futuro reproche e insulto. La
vergüenza representa un especial temor, “semejante al instinto de
supervivencia” (p.18), como “un medio silenciador que mantiene la aflicción en secreto” (p.22). En esencia, la vergüenza es una experiencia solitaria y
sin embargo autoprotectora. No obstante, Goldberg (1990) también considera la vergüenza como “el crisol de la libertad humana”, con un potencial constructivo (p.591).
Lynd (1958), uno de los primeros escritores sobre la vergüenza, la definió como una sensación de perjuicio para la confianza de uno mismo y de los otros. Lewis (1971) describió la vergüenza como una disminución en la
autoestima y en la estima de los demás, que genera furia o rabia para recuperar la sensación de ser apreciado. Wilson (1990), escribiendo para
lectores profanos, expresó: “La vergüenza es un fuerte sentimiento de ser exclusiva e irremediablemente diferente e inferior a otros seres humanos” (p.25).
Kauffman, en The Psychology of Shame (1989), escribió:
Fenomenológicamente, sentir vergüenza es sentirse visto en un
sentido dolorosamente menguado.
La vergüenza es el origen de lo que se ha referido como heridas narcisistas o daño narcisista, con baja autoestima, un concepto pobre
de sí mismo o una imagen personal menoscabada (p.25).
La vergüenza se vuelve activa cuando las expectativas esenciales sobre una persona significativa (escenas imaginadas de necesidad
interpersonal) o aquellas expectativas igualmente esenciales sobre uno mismo (escenas imaginadas de logros o propósitos) de repente son expuestas como algo malo o son frustradas.
Silvan Tomkins (1963) describió la vergüenza como uno de los nueve afectos humanos: igual que “el afecto de indignidad, de derrota, de transgresión y de alienación” (p.118). Al ser uno de los primeros psicólogos
en investigar seriamente las emociones, Tomkins (1962, 1963, 1991) fue pionero en la elaboración de una teoría que puso voz a las observaciones
clínicas de muchos psicoterapeutas sobre la interacción entre afecto, percepción, cognición, reacciones corporales y conductas. Tomkins estaba particularmente interesado en los gestos faciales, los gestos corporales y la
respiración como una expresión de los diferentes afectos y en cómo las emociones actúan de sistema motivacional primario para los seres
humanos. Describió la vergüenza en un continuo con la humillación, siendo la vergüenza de menor intensidad y la humillación asociada a una activación mucho mayor del afecto. Aunque Tomkins teorizó que la vergüenza estaba
entre los nueve afectos primordiales que motivaban la cognición y la conducta, caracterizó la vergüenza en que siempre ocurre en presencia de
otras emociones. La vergüenza funciona como un interruptor o impedimento para las expresiones de interés, entusiasmo o júbilo, e interfiere con el disfrute de una experiencia.
Nathanson (1992) aplicó la teoría del afecto de Tomkins —especialmente lo que se refiere a vergüenza y orgullo— a las descripciones de la vida
cotidiana, a la psicoterapia y al psicoanálisis. Los escritores psicoanalíticos
en general han ignorado el tema de la vergüenza. Desde la perspectiva psicoanalítica, la vergüenza es una resistencia— una formación reactiva que
pretende lo contrario de lo que se experimenta fenomenológicamente. Se considera la vergüenza como una inhibición de los impulsos exhibicionistas, al disfrazar en la consciencia los impulsos y los deseos prohibidos
(Goldberg, 1991).
Erikson (1950, 1959, 1968) fue uno de los primeros teóricos del desarrollo psicoanalítico que prescindió de la teoría del impulso instintivo de Freud y
de la importancia central de la culpa en ese paradigma. En cambio, escribió sobre el desarrollo ontológico de la identidad durante el ciclo vital. Describió
ocho etapas del desarrollo o crisis a través de las cuales los individuos conforman y refinan su identidad— un enfoque personal para visualizarse a sí mismo y al mundo. La segunda etapa de Erickson se centraba en la
sensación de autonomía versus la vergüenza y la duda. Escribió (1968) que así como la autonomía y el orgullo emanan de un sentimiento de bondad
interior, la duda y la vergüenza derivan de un sentimiento de maldad: “La sensación de autocontrol, sin pérdida de autoestima, es el recurso ontogénico del sentido de libre albedrío. De la sensación inevitable de
pérdida de autocontrol y de un excesivo control parental surge una duradera propensión a la duda y a la vergüenza” (p. 109). “La calidad de la
autonomía que los niños desarrollan depende de la habilidad de sus padres para otorgar autonomía con dignidad y un sentido de independencia personal que se derivan de sus propias vidas” (Erskine, 1971, p. 60). La
vergüenza resulta cuando los padres recurren al menosprecio o a la burla, lo que impele al niño a abandonar los deseos y los intereses; las dudas son
consecuencia del excesivo control externo que le priva al niño de su sentido de eficacia, de que es capaz de controlarse a sí mismo (Wolf, 1988).
Lewis (1971, 1987), siguiendo las ideas de Erikson, pareció ser una de las
primeras autoras psicoanalíticas en relacionar el fenómeno de la vergüenza con la práctica clínica. Ella enfatizó el esfuerzo para recuperar la sensación de ser apreciado, después de una pérdida de valor o estima a los ojos de los
demás o de uno mismo. Wurmser (1981) describió la vergüenza relacionándola con las creencias de que hubiera algo mal en uno mismo, es
decir, “Soy débil”, “Soy sucio”, “Estoy tarado” (pp. 27-28). Basch (1988) otorgó a la vergüenza un lugar importante dentro de la teoría psicoanalítica de la psicología del self. Describió la vergüenza como “una emoción
dolorosa…una maniobra básicamente protectora” (p. 136) que pone fin a la autoexpresión o a las expectativas. Ambos, Kohut (1977, 1984) y Morrison
(1987), vincularon el origen de la vergüenza a las experiencias de fracaso empático en la vida actual y también, en gran medida, a los sentimientos de inseguridad como consecuencia de la falta de empatía parental en la
infancia temprana.
Sullivan (1954) describió la dinámica de la vergüenza con el término ansiedad:
Como yo utilizo el término, la ansiedad es una señal de que la
autoestima de uno, su amor propio, corre peligro…la ansiedad es una señal de peligro para la dignidad, para la posición de uno mismo a los
ojos de las personas significativas presentes, incluso si son sólo figuras
ideales de la infancia (p. 207).
Sullivan también describió cómo las personas emplean el enfado y los “malentendidos” para evitar la ansiedad de la “anticipada disminución en la
autoestima” (p. 207).
La arrogancia ha recibido aún menos atención en la literatura de psicoterapia que la vergüenza. La bibliografía sobre el tratamiento del
trastorno narcisista es un área en la que los autores han insinuado una conexión directa entre humillación, vergüenza, baja auto-valoración, rabia colérica y arrogancia (Kohut, 1978; Lewis, 1987; Modell, 1986; Morrison,
1986; Reich, 1986; Wurmser; 1987). Bursten (1973) explicó la adopción de una actitud de arrogancia, vanagloria y agresividad como reparación de la
vergüenza. Bach (1985) definió la fantasía narcisista de grandiosidad como una defensa contra un “defecto experimentado en el sentido del self que requiere de una inusual sobrecompensación” (p. 93). La sobrecompensación
se consigue a través de las fantasías de arrogancia, una defensa contra la vergüenza y contra la baja autoestima ocasionada por las humillantes
experiencias con otros. Horowitz (1981) relacionó la cólera arrogante y la atribución de la culpa a los demás como una defensa ante los insultos y la vergüenza. Basch (1988) proporcionó un ejemplo clínico de la reversión de
insulto y vergüenza en el caso de una mujer que fue humillada terriblemente y fantaseaba con la venganza como una desapropiación de su
sentimiento de vergüenza. Goldberg (1991) asoció esas fantasías arrogantes a un intento de recuperar control sobre la impotencia. Wallace and Nosko (1993) describieron cómo la ira y la violencia servían como un
medio de evitación de la sensación de abandono vinculado con la vergüenza en los hombres que maltrataban a sus esposas. Aunque la arrogancia no ha
recibido adecuada atención en la documentación clínica o teórica, los autores que describen el fenómeno dan a entender que la arrogancia es un
proceso defensivo utilizado para protegerse de un sentimiento de vergüenza y del recuerdo o la anticipación de la humillación y del reproche.
Los métodos clínicos del tratamiento de la vergüenza y la arrogancia que ponen énfasis en el respeto, la sintonía y la relación con contacto están más
plenamente desarrollados que una perspectiva teórica definida en esta área. La distinción entre vergüenza y humillación necesita clarificación. ¿La
vergüenza es un afecto innato humano o una combinación de procesos intrapsíquicos que incluyen emociones, sistemas de creencias y procesos defensivos? ¿Es la vergüenza una reacción a la conducta actual de los
demás, el resultado de introyecciones arcaicas y conformidad o una posición existencial? Además ¿cómo se puede explicar este fenómeno dentro del
marco de la teoría del Análisis Transaccional?
Vergüenza: Una Aclaración Teórica
La vergüenza es un proceso de auto-protección utilizado para evitar los sentimientos que se derivan de la humillación y la vulnerabilidad por la
pérdida de contacto-en-la relación con otra persona. Cuando los niños, o
incluso los adultos, son criticados, infravalorados o humillados por otros
significativos, la necesidad de contacto y la vulnerabilidad para mantener la relación, pueden producir un afecto auto-protector defensivo y una
conformidad a las definiciones reducidas e impuestas. La vergüenza es un proceso complejo que implica:
1. un concepto de sí mismo mermado, un empobrecimiento de la valía
propia en conformidad con la humillación externa y/o la crítica introyectada
2. una transposición defensiva de la tristeza y el miedo, y
3. una desapropiación de la rabia
La vergüenza conlleva la desapropiación de la rabia para mantener la apariencia de una relación de contacto con la persona que se involucró en
transacciones humillantes. Al desapropiarse de la rabia, se pierde un aspecto muy valioso del self: la necesidad de ser tomado en serio y con respeto, y la necesidad de causar impacto en la otra persona. La valoración
personal se ve reducida.
La vergüenza también supone una transposición de los afectos de tristeza y de miedo: la tristeza de no ser aceptado como uno es— con sus propios
impulsos, deseos, necesidades, sentimientos y conductas —y el miedo al abandono en la relación por quien uno es. El miedo y la pérdida de un
aspecto del self (desapropiación de la rabia) avivan la atracción hacia la conformidad— una disminución de la propia autoestima para establecer la confluencia con la crítica y/o la humillación.
La conformidad con la humillación, la transposición del miedo y la tristeza y
la desapropiación de la rabia producen la sensación de vergüenza y duda descrita por Erikson (1950). Escribiendo desde una perspectiva feminista
sobre terapia relacional, ambos, Miller (1987) y Jordan (1989), validan esta explicación al relacionar vergüenza con pérdida de contacto humano.
La vergüenza es, principalmente, una sensación experimentada de no
ser digno de estar en conexión, un profundo sentimiento de no merecer amor, con una consciencia permanente de lo mucho que uno quiere conectarse con los demás. Aunque la vergüenza implica una
extrema inseguridad, también indica un profundo anhelo de relación (Jordan, 1989, p. 6).
De forma similar Kaufman (1989) expresó que la vergüenza refleja la
necesidad de contacto en la relación: “en medio de la vergüenza, hay una añoranza ambivalente de reencontrarse con quien nos avergonzó” (p. 19). La vergüenza es una expresión de la esperanza inconsciente de que el otro
asumirá la responsabilidad de reparar la ruptura en la relación.
Tomkins (1963) escribió que la vergüenza es el afecto presente cuando ha habido pérdida de dignidad, derrota, transgresión y alienación. Da a
entender que la vergüenza es un afecto distinto en naturaleza y funciones a los otros ocho afectos de su esquema teórico. El afecto de vergüenza, según
Tomkins (ver Nathanson, 1992), actúa como un interruptor o impedimento para otros afectos, una cobertura defensiva para la curiosidad y el gozo. Las
ideas de Tomkins eran un paralelismo de las observaciones de Fraiberg
(1982/1983) sobre la formación de las defensas psicológicas en los niños. Describe el proceso de “transformación del afecto” (p. 71), en el que un
afecto se sustituyó o transpuso por otro cuando el afecto original fracasó a la hora de provocar el necesario contacto entre el niño y el cuidador adulto, a veces ya a los nueve meses de edad. Cuando un niño es humillado, el
miedo a la pérdida de la relación y la tristeza de no ser aceptado se transponen en el afecto de vergüenza. La vergüenza se compone de tristeza
y miedo, la desapropiación de la rabia y un concepto mermado de sí mismo— la conformidad con la humillación.
Esta conformidad con la humillación asegura una relación continua y,
paradójicamente, es también una defensa. Esta autoprotectora disminución de la valía es observable entre animales salvajes cuando un animal se agacha en presencia de otro para evitar el ataque y garantizar la
aceptación. Es autoprotector rebajar el estatus propio con el fin de contener la agresión cuando podría producirse una pelea por el dominio. El mermado
concepto de sí mismo o autocrítica, que es una parte de la vergüenza, atenúa el dolor de la ruptura en la relación mientras que al mismo tiempo mantiene la apariencia de esa relación. La frase a menudo citada de un
entrenador de boxeo “gánales de mano” [pega primero], describe la función de una baja autoestima y de una autocrítica contra la posible humillación de
otros. Sin embargo, el puñetazo se lanza a sí mismo en la forma de una reducida valía.
Vergüenza y Arrogancia:
Una Perspectiva del Análisis Transaccional La formulación de una teoría del Análisis Transaccional sobre la vergüenza y
la arrogancia requiere que los conceptos se integren dentro de las teorías de los estados del yo y del guión de vida. Para alcanzar la comprensión de
cómo el fenómeno de la vergüenza y la arrogancia funciona dentro de los estados del yo, es esencial que los conceptos aplicados sean definidos con claridad. Berne (1972) recomendó que las discusiones teóricas
permanecieran dentro de una determinada serie de conceptos y definiciones para que las definiciones que fueran utilizadas “pertenezcan al mismo
marco teórico o provengan del mismo punto de vista” (p. 412). Las siguientes definiciones de estados del yo se proporcionan como un marco conceptual para dicha exploración teórica. Muchas de ellas se extraen y se
basan en material que he publicado previamente (ver Erskine, 1980, 1988, 1991b, 1993; Erskine y Moursund, 1988).
Estados del Yo
En 1961 Berne definió el colectivo de los estados del yo Niño como un ego arcaico compuesto por fijaciones de etapas evolutivas anteriores: como “reliquias de la propia infancia de la persona” (p. 77). El estado del yo Niño
es la personalidad íntegra del individuo como era en ese periodo evolutivo previo (Berne, 1958/1977, 1961, 1964). Cuando la persona funciona en su
estado del yo Niño, percibe necesidades y sensaciones internas, y el mundo
exterior como lo hacía en un estadio previo del desarrollo. “Esto incluye necesidades, deseos, impulsos y sensaciones; mecanismos de defensa; y
procesos mentales, percepciones, sentimientos y conductas de la fase evolutiva en donde ocurrió la fijación” (Erskine, 1988, p. 17). Las fijaciones del estado del yo Niño sucedieron cuando las cruciales necesidades
infantiles de contacto no se satisficieron, y el uso de las defensas por parte del niño contra el malestar de las necesidades insatisfechas se convierte en
habitual (Erskine, 1980).
Los estados del yo Padre son manifestaciones de introyecciones de la personalidad de individuos reales como fueron percibidos por el niño en el
momento de la introyección (Erskine, 1988; Loria, 1988). La introyección es un mecanismo de defensa (incluyendo la desapropiación, la negación y la represión) empleado con frecuencia cuando hay una carencia de contacto
psicológico pleno entre un niño y el adulto responsable de sus necesidades psicológicas. La introyección es una identificación inconsciente con las
creencias, sentimientos, motivaciones, conductas y defensas del otro. El otro significativo se convierte en parte del self (yo) y el conflicto que resulta de la falta de satisfacción de las necesidades es internalizado de manera
que dicho conflicto se pueda gestionar aparentemente con más facilidad (Perls, 1977; Rosenfeld, 1978).
Los contenidos del estado del yo Padre pueden ser introyectados en
cualquier momento durante toda la vida y si no se reexaminan en el proceso de un posterior desarrollo, permanecen sin asimilar o no integrados en el estado del yo Adulto. Los estados del yo Padre constituyen porciones
foráneas de nuestra personalidad, incrustadas dentro del yo y experimentadas fenomenológicamente como si fueran la propia, pero en
realidad, conforman una personalidad que se ha tomado prestada, en condiciones de producir potencialmente influencias intrapsíquicas en los
estados del yo Niño.
El estado del yo Adulto consta del actual desarrollo emocional, cognitivo y moral en consonancia con la edad; la habilidad de ser creativo; y la capacidad para un compromiso pleno de contacto en las relaciones
significativas. El estado del yo Adulto explica e integra lo que está sucediendo interna y externamente en cada momento, las experiencias del
pasado y sus efectos resultantes, y la influencia psicológica e identificaciones con otras personas significativas de nuestra vida.
La vergüenza arcaica es una expresión interna de un conflicto intrapsíquico entre un estado del yo Niño reactivo y un estado del yo Padre influyente.
Cuando un estado del yo Niño está activo (ya sea subjetivamente informado o conductualmente observable), por inferencia teórica un estado del yo
Padre es catectizado e influyente intrapsíquicamente (Berne, 1961, 1964). “El individuo manifiesta una actitud de conformidad infantil” (Berne, 1961,
p. 76) y/o puede utilizar las defensas infantiles tales como evitar, congelarse o pelear (Fraiberg, 1982/1983); escisión del yo (Fairbain, 1954); transposición del afecto y reversión de la agresión (Fraiberg, 1982/1983); y
fantasías (Erskine, 1988, p. 18; Erskine y Moursund, 1988, p. 23).
Berne (1961) describió la dinámica intrapsíquica de los estados del yo como
representando “las reliquias de un infante que realmente existió una vez, en una pugna con las reliquias de los padres que una vez existieron realmente”
porque eso “reduplica las peleas actuales infantiles por la supervivencia entre personas de verdad, o al menos así es como el paciente lo experimenta” (p. 66).
El conflicto intrapsíquico se mantiene en parte por la necesidad que tiene el niño de relación (Fairbairn, 1954), de apego (Bowlby, 1969) o de contacto (Erskine, 1989) y la defensa fijada en el estado del yo Niño contra la
consciencia de las necesidades de contacto, apego y relaciones. Estas necesidades son evidentes en la lealtad psicológica hacia el
intrapsíquicamente influyente estado del yo Padre (Erskine, 1988, 1991b). La lealtad se encuentra en la evitación defensiva de la comprensión de “Mis necesidades psicológicas fueron insatisfechas” o en la fantasía inconsciente
“Si soy lo bastante bueno, mis necesidades se satisfarán”.
Al servicio de establecer una teoría analítica transaccional que describa el fenómeno de la vergüenza y la arrogancia, los términos humillación y
transacciones humillantes se emplean aquí para referirse a interacciones que se producen entre las personas cuando una de ellas degrada, define o ignora a la otra. Los términos vergüenza y arrogancia se utilizan para hacer
referencia a las dinámicas intrapsíquicas que suceden dentro de un individuo que pueden ser descritas como consistentes con la influencia del
estado del yo Padre, conformidad y/o sistemas arcaicos de defensa. Cuando la sensación de vergüenza se ha quedado fijada, representa un conflicto intrapsíquico entre un influyente estado del yo exteropsique y un sumiso,
defendido estado del yo arqueopsique, ese niño que anhelaba la relación. “La fijación se refiere a un patrón relativamente perdurable de organización
del afecto, la conducta o la cognición desde una etapa más temprana del desarrollo evolutivo que persiste y puede dominar la vida adulta” (Erskine,
1991b, p. 69). Son las defensas fijadas lo que mantiene al yo en estados separados e interfiere con la integración de las experiencias arcaicas en el estado Adulto (Erskine y Moursund, 1988).
Un Fantasía Defensiva
En un proceso evolutivo normal, los niños pequeños a menudo usan la fantasía como un medio de proporcionar control, estructura, cuidado o lo que sea que se experimentó ausente o inadecuado. La función de la fantasía
puede ser estructurar el comportamiento en forma de una protección de las consecuencias o para proveer amor y cuidado cuando los verdaderos
cuidadores son fríos, distraídos o abusivos. La fantasía funciona como un amortiguador entre las figuras parentales reales y los deseos, necesidades o sentimientos del niño pequeño. En familias o situaciones donde es necesario
reprimir la consciencia de las necesidades, sentimientos y recuerdos con el fin de sobrevivir o ser aceptado, la fantasía auto-creada se puede convertir
en fijada y no integrarse en un aprendizaje evolutivo posterior. Con el paso del tiempo, la fantasía funciona como una “reversión” de la agresión (Fraiberg, 1982/1983, p. 73): La crítica, la desvalorización y la humillación
a las que el niño puede haber sido objeto se amplifican y se vuelven contra
el self en auto-crítica y desprecio por sí mismo. Tales fantasías basadas en la vergüenza sirven para mantener una falsa ilusión de apego hacia una
relación afectuosa cuando la relación actual se ha roto por la humillación.
Muchos clientes relatan una persistente sensación de vergüenza acompañada por una autocrítica degradante. Repetidamente imaginan
fracasos humillantes en actuaciones o relaciones. En la fantasía, ellos amplifican la conformidad con la crítica y la humillación introyectadas mientras se defienden de los recuerdos de la tristeza original de no ser
aceptado como uno es y del miedo al abandono por quien uno es. Cuando los recuerdos cargados de afecto sobre humillaciones traumáticas
tempranas son reprimidos de forma defensiva, pueden resurgir en la consciencia como fantasías de fracaso o denigración. La autocrítica y la fantasía de fracasos humillantes cumplen con dos funciones adicionales:
mantener la desapropiación de la rabia y proteger ante el shock de posibles críticas y degradaciones futuras.
Arrogancia: Una Doble Defensa
La arrogancia desempeña una función incluso más elaborada que los
aspectos defensivos de la vergüenza. La arrogancia es una fantasía autogenerada (manifestada en ocasiones en transacciones abiertas) que
defiende del miedo a la pérdida de la relación al tiempo que proporciona un seudo-triunfo sobre la humillación y una inflación de la autoestima. Mientras que la vergüenza y las fantasías de auto-crítica dejan a una persona
sintiéndose infravalorada y anhelando una reparación en la relación, las fantasías de arrogancia son un intento desesperado de escapar de la
humillación y quedar libre de la vergüenza justificándose a sí mismo. La arrogancia es: (1) una defensa de la tristeza y del miedo a la humillación, (2) una expresión de la necesidad de hacer impacto, de ser tomado en serio
y de ser tratado con respecto y (3) una defensa frente a la consciencia de la necesidad de que el otro repare la relación rota (Bollas, 1987). La persona
fantasea valores para ella misma, encontrando a menudo fallos en los demás y después perdiendo la consciencia de la necesidad del otro. El self se siente superior.
Como describió Alfred Adler, la fantasía de superioridad defiende de los recuerdos de humillación (Ansbacher y Ansbacher, 1956) y deflecta la sensación de vergüenza hacia afuera. Un ejemplo de un caso clínico ilustra
este concepto. Robert, un hombre casado de 39 años, padre de dos hijos, había estado en terapia de grupo durante dos años y medio. Robert
describió que mientras conducía al trabajo fantaseaba frecuentemente sobre discusiones con sus compañeros de trabajo o con el supervisor de departamento. A menudo explicaba con detalles estas fantasías acerca de
una larga y elocuente oratoria delante de la junta directiva. En estas discusiones fantaseadas señalaba los errores de los demás, cómo las
críticas hacía él estaban equivocadas y, lo más importante, cómo cometían fallos que él, Robert, nunca haría. En su fantasía, la junta directiva se quedaría emocionalmente influenciada por los argumentos elocuentes y
convincentes de Robert. Él sería exonerado de toda crítica mientras que a
los demás les culparían por criticarle y por cometer sus propios fallos. Estas fantasías obsesivas a menudo se iniciaban por alguna crítica en el trabajo
que no se acompañaba de una oportunidad para que Robert explicara sus motivos. La ausencia de diálogo continuado con las personas parecía propulsarle hacia una fantasía obsesiva en donde él podía debatir con el
otro delante de un público que, al final, acordaba que Robert era correcto y justo.
Estas fantasías obsesivas disminuyeron gradualmente y, por último, cesaron
cuando exploramos las humillaciones que había experimentado repetidamente en la escuela primaria durante una época que tuvo un
defecto en el habla. Tanto los profesores como los otros niños se burlaban de su defecto. Aunque en psicoterapia no pudo recordar ninguna burla o mofa específica, sabía que había sido ridiculizado. Tenía una sensación
constante de que la reacción de los demás hacia él implicaba “algo está mal en ti”.
A lo largo de los años trabajó meticulosamente para mejorar su lenguaje,
superó su defecto y con el tiempo, desarrolló una dicción impecable. Sin embargo, en conformidad con la humillación que había experimentado de niño, adoptó la creencia de guión “algo está mal en mí” como una
explicación por su pérdida de amistades estrechas con otros niños y de la aprobación de los profesores. Además se defendió de la consciencia de la
creencia de guión perfeccionando su habla. No obstante, con independencia de lo perfecto que se hizo su lenguaje en la vida adulta, cuando alguien le criticaba él escuchaba atentamente sus comentarios. La crítica actual
activaba sus recuerdos emocionales de la humillación temprana donde la crítica introyectada influía en el estado del yo Niño y potenciaba la actual.
Para reconfortarse a sí mismo, de camino al trabajo al siguiente día, se defendía obsesivamente de los comentarios de sus colegas o del supervisor,
anhelando que alguien (de la junta directiva) le dijera que tenía razón.
En el caso de Robert, el proceso defensivo de la desapropiación de la rabia, la conformidad, la trasposición del afecto y la fantasía se fijaron del mismo modo que lo hace cualquier otro proceso defensivo si no se responde al
principio de su implantación con una relación empática y afectivamente sintonizada (Erskine, 1991a, 1993). El respeto por el estilo de Robert de
relacionarse con la gente y la genuina indagación de sus experiencias fue lo que hizo que él empezara a revelar la presencia de sus fantasías obsesivas. Las fantasías de arrogancia le defendieron del deseo natural de contacto en
la relación y de su necesidad de que los otros repararan la relación rota. A través de la sintonía y las transacciones empáticas fue capaz de
experimentar la vergüenza original —la tristeza, el miedo, la rabia y la conformidad en respuesta a las humillaciones. Al expresar la tristeza y el miedo a la pérdida de contacto en sus relaciones con los profesores y los
niños, redescubrió su anhelo de estar conectado con los demás. Las fantasías obsesivas se interrumpieron. La sensible implicación por parte del
terapeuta y de los otros miembros del grupo lo hizo posible, que Robert sintiera su necesidad de un contacto emocional íntimo como algo natural y deseable.
El Sistema de Guión
Muchos autores (English, 1972; Erskine, 1980; Erskine y Zalcman, 1979;
Goulding y Goulding, 1979; Holloway, 1977; Kahler con Capers, 1974; Steiner, 1971; Woollams, 1973) han explicado y expandido los conceptos
de guión de Berne desde que fueron introducidos. Cada autor presenta sus ideas singulares y aporta perspectivas teóricas, orientaciones útiles y
nuevas dimensiones a la práctica clínica. Sin embargo, solamente algunas de estas contribuciones teóricas fueron consistentes con la perspectiva de Berne sobre el guión como un fenómeno transferencial o con su teoría
evolutiva e intrapsíquica de los estados del yo (Erskine, 1991b). Varios modelos de estados del yo (Trautmann y Erskine, 1981) se aplicaron como
fundamento para las matrices del guión sin hacer referencia a la conceptualización original sobre estados del yo de Berne y sin definir la base lógica para la reformulación de la teoría del estado del yo y el guión.
Berne (1972) también contribuyó a su inconsistencia teórica mezclando conceptos y modelos en sus escritos posteriores. Redujo el impacto de lo
que su teoría evolutiva y relacional tenía que ofrecer y, por lo tanto, mermó su propia expansión creativa de la teoría psicoanalítica y psicoterapéutica.
En la psicoterapia de la vergüenza y la arrogancia, al igual que con muchos otros trastornos arraigados en las perturbaciones de la relación, la terapia
se enriquece si el psicoterapeuta tiene una base teórica consistente y cohesiva orientada a la relación para determinar el plan de tratamiento y las
consiguientes intervenciones clínicas. Aunque existen varias definiciones de guión en la literatura de Análisis Transaccional (Cornell, 1988; Massey, 1989), la siguiente definición de guión (Erskine, 1980) se presenta como
una base para correlacionar las definiciones originales de estados del yo de Berne con una definición operacional de guión de vida y como terreno para
discusiones consistentes sobre métodos psicodinámicos y psicoterapéuticos: El Guión es un plan de vida basado en introyecciones y/o reacciones
defensivas adoptadas bajo presión en cualquier etapa evolutiva, que inhiben la espontaneidad y limitan la flexibilidad en la resolución de problemas y en la relación con las personas.
Estas introyecciones y/o reacciones defensivas ocurren bajo la presión de
los fracasos en una relación de pleno contacto y de apoyo. Las necesidades de contacto y los sentimientos asociados a la pérdida de una relación son
negados y suprimidos con la adopción de reacciones defensivas e introyecciones. Este proceso defensivo forma el “núcleo intrapsíquico del guión” (Erskine, 1980, p. 104).
Desde la presentación inicial en 1975 y la publicación en 1979 de “The
Racket System: A Model for Racket Analysis” (Erskine y Zalcman), ha quedado claro que el término americano “racket” no se traduce
directamente a otros idiomas. Con el fin de brindar una uniformidad internacional en la teoría del Análisis Transaccional y en la terminología,
recomiendo emplear el término Sistema de Guión en vez de sistema de racket y análisis intrapsíquico en lugar de análisis de racket. Los conceptos permanecen iguales, sólo los términos son diferentes.
El Sistema de Guión (originalmente publicado como el sistema de racket),
aporta un modelo para comprender la dinámica sistémica entre las dimensiones intrapsíquica, conductual, y fisiológica del guión de vida. El
sistema de guión delinea cómo las reacciones intrapsíquicas (conclusiones y decisiones defensivas) y las introyecciones que conforman el núcleo de un sistema de guión, se organizan en creencias de guión; cómo estas creencias
centrales se manifiestan en conductas, fantasías y tensiones fisiológicas; y cómo un individuo estructura sus percepciones e interpretaciones de la
experiencia para proporcionar refuerzo a las creencias de guión. Gráficamente describe una muestra representativa del guión, de qué forma se vive en el aquí y ahora.
El Sistema de Guión correlaciona con la teoría del estado del yo al tiempo que provee una perspectiva alternativa sobre la organización de las introyecciones y/o las reacciones defensivas— las fijaciones exteropsíquicas
y arqueopsíquicas del yo. Estas fijaciones, en forma de creencias de guión, actúan como defensas cognitivas ante la consciencia de las necesidades y
sentimientos presentes en una edad más temprana, cuando el contacto interpersonal necesario y satisfactorio estuvo ausente y se formó o introyectó el sistema de guión. Cuando está operativo, el sistema de guión
representa la contaminación de un yo Adulto por estados del yo Padre y Niño.
El Sistema de Guión se define como un “sistema auto-reforzante y
distorsionado de sentimientos, pensamientos y acciones mantenido por personas que están confinadas en el guión” (Erskine y Zalcman, 1979, p. 53). En un intento del niño de encontrar sentido a la experiencia de la
carencia de contacto en la relación, se enfrenta con la respuesta a la pregunta “¿Qué hace una persona como yo, en un mundo como éste, con
personas como tú?” Cuando el niño se encuentra bajo la presión de una ausencia de contacto en la relación que reconozca, valide y satisfaga las
necesidades, cada una de esas tres partes de la pregunta puede ser respondida con una reacción defensiva y/o con una identificación defensiva inconsciente con el otro que constituye la introyección. Cuando la
introyección y las conclusiones y decisiones defensivas no son respondidas por otra persona empática y que facilita el contacto, a menudo se
convierten, en un intento de conseguir autosuficiencia, en creencias fijadas sobre sí mismo, los otros y la calidad de la vida— el núcleo del sistema de guión. Estas creencias de guión funcionan como una defensa cognitiva
frente a la consciencia de los sentimientos y necesidades de contacto en la relación a los que no se respondió adecuadamente en el momento en el que
se formaron las creencias de guión. La presencia de creencias de guión indica una defensa continuada frente a la consciencia de las necesidades de contacto en una relación y de un recuerdo íntegro de las interrupciones en
la relación.
Las manifestaciones de guión consisten en conductas evidentes y conductas internas, que son las demostraciones de las creencias de guión y de los
sentimientos y necesidades negadas. Las manifestaciones de guión también incluyen las experiencias internas relatadas sobre tensiones fisiológicas y fantasías, que sustentan las creencias de guión porque proporcionan
experiencias reforzantes. Las experiencias reforzantes son recuerdos
seleccionados de transacciones, fantasías y sensaciones corporales que
refuerzan la creencia de guión. A menudo se niegan aquellas experiencias que no refuerzan las creencias de guión (Erskine y Moursund, 1988, pp. 33-
36).
En el caso de Robert, durante la escuela primaria, él adoptó la creencia central de guión “algo está mal en mí”, en conformidad con la humillación
de los otros niños y de los profesores, y como una seudo-satisfacción de su necesidad de ser aceptado por ellos. Desde la perspectiva de la teoría de los estados del yo, el núcleo de la sensación de vergüenza de Robert constaba
de una transposición defensiva infantil de tristeza y miedo, una desapropiación de la rabia por no ser tratado con respecto, un concepto
fijado de sí mismo mermado en conformidad con la crítica introyectada y una necesidad del niño de contacto-en-la-relación. Esta necesidad natural de relación mantiene los estados del yo Niño dependientes y lealmente
apegados al estado del yo Padre y asegura la conformidad con la humillación introyectada. Cuando el dolor de no ser aceptado como uno es
se vuelve demasiado intenso, como en la situación de Robert, puede utilizarse una fantasía defensiva de arrogancia para negar la necesidad de relación a la vez que se expresa simultáneamente la necesidad de hacer
impacto y de ser tratado con respeto.
Desde la perspectiva de la teoría del guión, la sensación de vergüenza incluye la creencia central de guión “algo está mal en mí”, que funciona
como una defensa cognitiva frente a la conciencia de las necesidades de relación y los sentimientos de tristeza y miedo presentes en el momento de las experiencias humillantes.
Cuando la creencia de guión “algo está mal en mí” está operando, las conductas evidentes en la manifestación de guión son con frecuencia aquellas que se describen como represoras e inadecuadas: timidez, falta de
contacto visual en la conversación, ausencia de auto-expresión, limitada expresión de deseos y necesidades naturales, o cualquier inhibición de la
expresión normal de uno mismo que pueda ser objeto de crítica.
Las fantasías pueden incluir la anticipación de la inadecuación, fracasos en las actuaciones o crítica que concluye con un refuerzo de la creencia de guión “algo está mal en mí”. Otras fantasías pueden conllevar una nueva
versión de los acontecimientos y la reorganización de la memoria de tal manera que refuerza las creencias centrales de guión. En algunos casos, la
creencia de guión se manifiesta en restricciones fisiológicas tales como dolores de cabeza, tensión en el estómago u otros malestares físicos que impiden a la persona comportarse de una forma que podría estar sujeta a
los comentarios humillantes de los demás, a la vez que brinda evidencias internas de “algo está mal en mí”. A menudo los recuerdos antiguos de
experiencias humillantes se recuerdan reiteradamente para mantener la homeostasis con las creencias centrales de guión y la negación de las
necesidades y los sentimientos originales. Sin embargo, en la inhibición de uno mismo o en las fantasías de auto-crítica, la necesidad de contacto en la relación permanece como una esperanza inconsciente de restablecer una
relación plena de contacto y la total aceptación por parte de los otros. Es
como si estuviera diciendo a aquellos que le ridiculizan: “si me convierto en vuestra definición de lo que soy, entonces ¿me querréis?”
Robert, como ejemplo de alguien que emplea la dinámica de una doble defensa de la arrogancia, inició la terapia desconociendo cualquier
necesidad de relación. Su manifestación de guión parecía ser la opuesta a su creencia de guión: perfeccionó su dicción y su comportamiento de tal
forma que no había evidencia externa de “algo está mal en mí”. Sus fantasías eran arrogantes, centrándose en lo que estaba mal en el otro. Permanecía hipersensible a la crítica con un anhelo inconsciente de alguien
con autoridad para decirle que él estaba bien.
“Algo está mal en mí”
El refuerzo elaborado y continuo de la creencia de guión “algo está mal en
mí” expone al terapeuta a desafíos complejos, específicos y únicos para la psicoterapia de la vergüenza y la arrogancia. En muchos casos clínicos esta particular creencia de guión es inflexible en respuesta a los métodos del
Análisis Transaccional utilizados con frecuencia de explicación, confrontación e interpretación; redecisiones programadas; énfasis en el cambio
conductual; o reparentalización dogmática. Cada una de esta serie de métodos proporciona sólo un cambio parcial o temporal en la frecuencia o en la intensidad de la compleja creencia de guión que está en el núcleo de
la vergüenza y la arrogancia. De hecho, el uso mismo de estos métodos comunica “algo está mal en mí”, que luego puede reforzar el núcleo de la
creencia de guión, intensificar la negación de la necesidad de contacto y, de este modo, incrementar la sensación de vergüenza y arrogancia.
A través del empleo de métodos que enfatizan respeto (Erskine y Moursund, 1988); transacciones empáticas (Clark, 1991); compromiso emocional
(Cornell y Olio, 1992); e indagación cuidadosa, sintonía afectiva e implicación (Erskine, 1991 a; Erskine, 1993; Erskine y Trautmann, 1993), la
posibilidad para el refuerzo de la creencia de guión durante el proceso terapéutico se reduce considerablemente.
Con el fin de facilitar el plan de tratamiento y de pulir las intervenciones
clínicas, es esencial distinguir las funciones intrapsíquicas además del origen histórico de la creencia central de guión. El complejo origen histórico de “algo está mal en mí” dentro del estado de yo Niño se puede entender
desde tres perspectivas:
- mensajes con decisiones complacientes - conclusiones en respuesta a la imposibilidad, y
- reacciones defensivas de esperanza y control.
Cada una de estas formas en las que se constituyó el guión tiene funciones intrapsíquicas únicas que requieren un énfasis específico en psicoterapia.
El concepto de mandato y contramandato, las atribuciones malignas y los
mensajes parentales perniciosos con las correspondientes decisiones complacientes, están muy bien establecidos en la teoría de la formación del
guión (Berne, 1972; Goulding y Gouldin, 1979; Steiner, 1971). Ante la potencial pérdida de relación, un niño puede verse forzado a asumir una decisión defensiva complaciente de aceptar como identidad propia la
definición de aquellos en los que depende. Esto puede ser una adaptación y una conformidad a mensajes evidentes o explícitos de “¿estás mal o qué?”
El mensaje psicológico es “no estarías haciendo lo que haces si fueras normal (si estuvieras bien)”. Dicha crítica obvia valorar la conducta natural y espontánea del niño, entender su motivación o investigar lo que pueda
estar faltando en la relación entre el niño y la persona que realiza la crítica. Un niño que forma tal creencia de guión en conformidad con la crítica puede
volverse hipersensitivo a la crítica, fantasear con crítica anticipada y recopilar recuerdos reforzantes de críticas pasadas. La función intrapsíquica es mantener una sensación de apego en la relación a expensas de una
pérdida en la vitalidad natural y en el entusiasmo de la espontaneidad.
Cuando los niños se enfrentan a tareas imposibles, a menudo concluyen “algo está mal en mí”. Con semejante conclusión, ellos se pueden defender
del malestar por la carencia de las necesidades de contacto y mantener una seudo apariencia de relación. Las familias disfuncionales con frecuencia
presentan demandas imposibles a los niños. Es imposible para un niño pequeño impedir que su padre se emborrache, o para un bebé curar la depresión, o para un niño de escuela primaria ser un terapeuta
matrimonial; es imposible para un niño cambiar de género para satisfacer los deseos de sus padres de hacer realidad un sueño. Cada uno de estos
ejemplos representa una reversión de la responsabilidad de los cuidadores hacia el bienestar del niño y una pérdida de contacto en la relación. Las posteriores rupturas en la relación se experimentan como “culpa mía” y
deflectan la consciencia de las necesidades y los sentimientos presentes cuando el bienestar del niño no se está respetando.
La creencia de guión “algo está mal en mí” puede formarse de una tercera
manera —como una reacción defensiva de control y esperanza, la esperanza de una relación continuada de pleno contacto. Cuando las relaciones
familiares son disfuncionales, un niño que necesita contacto en la relación puede imaginar que los problemas de sus cuidadores son por su culpa: “Hice emborracharse a papá” o “Yo hice que mamá se deprimiera” o “Yo
provoqué el abuso sexual”…así que, por lo tanto “¡algo está mal en mí!”. Asumiendo la culpa, el niño no sólo es la raíz del problema, sino que puede
también imaginar que tiene el control para resolver ese problema: “seré muy bueno”, “creceré deprisa”, “puedo ir a terapia para que me arreglen” o “si las cosas empeoran mucho me puedo matar porque todo es culpa mía”.
La función de semejantes reacciones es crear una ilusión esperanzadora de tener cuidadores que cubren las necesidades, que defiende de la
consciencia de una carencia en la satisfacción de esas necesidades en las relaciones principales. Los cuidadores se vivencian como buenos y cariñosos, y cualquier desatención, crítica, paliza o incluso violación es
debida a que “algo está mal en mí”. En este caso la creencia central de guión puede funcionar como un control defensivo de la sensación de
vulnerabilidad en la relación.
Dentro del estado de yo Niño, cada uno de estos tres orígenes de la
creencia central de guión tiene funciones intrapsíquicas específicas de identidad, estabilidad, continuidad y predictibilidad. Con una persona en
particular puede que sólo haya un modo de que se forme la creencia de guión. Sin embargo, con frecuencia, las creencias centrales de guión tiene más de un origen y múltiples funciones intrapsíquicas. Cualquier
combinación de estas tres reacciones defensivas realizadas bajo presión, incrementa la complejidad de las funciones. La creencia central de guión
“algo está mal en mí” es a menudo una combinación de estas múltiples funciones.
En una psicoterapia profunda de la cura del guión es esencial valorar los
orígenes y las funciones intrapsíquicas de una creencia de guión y apreciar la importancia de cómo esas múltiples funciones ayudan al cliente a mantener la homeostasis psicológica. La psicoterapia de la vergüenza y la
arrogancia es compleja por la combinación y el refuerzo continuo de las múltiples funciones intrapsíquicas. Simplemente identificar la creencia de
guión e intentar métodos de cambio o redecisiones, pasa por alto las funciones psicológicas que conforman y mantienen la creencia de guión. Esos esfuerzos podían aumentar la intensidad de la función intrapsíquica y
pueden hacer menos flexible el núcleo fijado del guión. Se requiere una indagación respetuosa y paciente de la experiencia fenomenológica del
cliente para conocer la singular combinación de funciones intrapsíquicas. La labor de un psicoterapeuta orientado a la relación es establecer una sintonía evolutiva afectiva y una implicación que faciliten la transferencia de las
funciones intrapsíquicas defensivas en la relación terapéutica. A través de la consistencia, la confiabilidad y la responsabilidad del terapeuta en el
contacto-en-la-relación, el cliente puede relajar los procesos defensivos e integrar los estados del yo fragmentados (Erskine, 1991a). Una vez más las funciones se proporcionan por el contacto en la relación interpersonal y ya
no son auto-protectoras.
Vergüenza en los estados del yo Padre
Cuando la creencia central de guión en el estado del yo Niño está formada bien como una decisión complaciente, o como una conclusión en respuesta
a una imposibilidad, o por las reacciones defensivas de esperanza y control o por cualquier combinación de esas tres, con mucha probabilidad hay
ausencia de una relación comunicativa, comprensiva y afectuosa. Cuando hay una carencia de contacto psicológico pleno entre el niño y los adultos responsables de su bienestar, con frecuencia se utiliza la defensa de la
introyección. Con esta inconsciente identificación defensiva que constituye la introyección, las creencias, las actitudes, los sentimientos, las
motivaciones, las conductas y las defensas de la persona de quien depende el niño, se hacen parte de su ego en la forma de un estado exteropsíquico
fragmentado. La función de la introyección es reducir el conflicto externo entre el niño y la persona de la que depende para la satisfacción de sus necesidades. El estado del yo Padre introyectado puede ser activo en las
transacciones con los demás, influyente intrapsíquicamente o experimentarse fenomenológicamente como sí mismo.
Un estado del yo Padre activo puede hacer transacciones con los miembros
de la familia o colegas como en su día lo hizo el otro introyectado; por ejemplo comunicando “algo está mal en ti”. La función de dicha transacción
es brindar un alivio temporal en el estado del yo Niño de la crítica interna del estado del yo Padre, y continuar negando la necesidad original de contacto-en-la-relación.
El estado del yo Padre influyente intrapsíquicamente, es una reproducción de la crítica introyectada en el pasado. Perpetúa el ciclo de conformidad con la crítica y con la tristeza y el miedo defensivos en el estado del yo Niño.
Este ciclo defensivo de vergüenza sirve para mantener una ilusión de apego y lealtad hacia la persona con quien el niño añoraba originalmente la
relación plena de contacto.
La vergüenza en el estado del yo Padre no sólo puede ser activa y/o influyente, sino que se puede experimentar como propia. La sensación de vergüenza del progenitor se puede haber introyectado. Con la catexis del
introyecto, la vergüenza es erróneamente identificada como de uno mismo (Erskine, 1977). La creencia de guión “algo está mal en mí” puede
realmente existir en un estado del yo Padre. El ciclo de la vergüenza— conformidad con la crítica, trasposición de la tristeza y el miedo, desapropiación de la rabia y anhelo de la relación— puede ser de la madre o
del padre. La arrogancia defensiva puede ser también el resultado de la catexis de una introyección.
Por ejemplo, durante cuatro años Susan sufrió de una vergüenza debilitante
relacionada con su propio sentido de inadecuación; tenía una madre que de forma alterna estaba deprimida o enfadada, y con el miedo de que algún día
también estuviera “loca”. La fase inicial de la terapia reconoció su propia necesidad de atención, validó la negligencia emocional de su infancia y normalizó el proceso defensivo de “algo está mal en mí”. La psicoterapia se
centró después en la vergüenza introyectada que era originalmente de la madre. Mediante una psicoterapia profunda orientada al contacto con el
estado del yo Padre, que puso énfasis en la indagación, la sintonía y la implicación, Susan fue capaz de recordar vívidamente que quiso asumir la carga de su madre para que ésta pudiera librarse del sufrimiento. Durante
un diálogo entre el estado del yo Niño y el estado del yo Padre, Susan describió el proceso de forma concisa: “¡Te quiero tanto, mamá, que
cargaré con tu vergüenza por ti!”.
Intervenciones Clínicas
La psicoterapia de la vergüenza y la arrogancia comienza con el descubrimiento reciente, por parte del terapeuta, de la psicodinámica única
de cada cliente. El cliente con vergüenza instaurada, presentará una agrupación distinta de conductas, fantasías, funciones intrapsíquicas y defensas auto-protectoras. Las perspectivas teóricas descritas en este
artículo son generalizaciones de la práctica clínica y de la integración de varios conceptos teóricos. La teoría no pretende representar una afirmación
de lo que es, sino más bien servir como guía en el proceso terapéutico de la
indagación, la sintonía y la implicación. De manera importante, el fenómeno
de la vergüenza y la arrogancia explicado desde la perspectiva de la teoría del Análisis Transaccional puede alentar a los analistas transaccionales a
explorar con cada cliente su experiencia única de vergüenza y a adoptar un enfoque de psicoterapia orientada a la relación.
Una indagación respetuosa y paciente en la experiencia fenomenológica del
cliente brindará a ambos, cliente y terapeuta, un conocimiento cada vez mayor de quién es el cliente y de las experiencias a las que se ha sometido. El proceso de indagar ha de ser sensible a la experiencia subjetiva del
cliente y a la dinámica intrapsíquica inconsciente para que resulte eficaz en descubrir y revelar las necesidades, los sentimientos, las fantasías y las
defensas. El foco principal de una delicada indagación es el auto-descubrimiento del cliente sobre su anhelo de relación, su interrupción del contacto (tanto interna como externamente) y los recuerdos que en el
pasado han sido necesariamente excluidos de la consciencia. Un foco importante, aunque en menor medida, es la comprensión del terapeuta de
la experiencia fenomenológica del cliente y el funcionamiento intrapsíquico. En muchos casos ha sido importante para los clientes descubrir que el terapeuta está interesado genuinamente en escucharles y en saber quiénes
son. Tales descubrimientos sobre la relación con el terapeuta presenta una yuxtaposición (Erskine, 1991a, 1993) entre el contacto disponible en el aquí
y ahora y el recuerdo de lo que pudo faltar en el pasado. La yuxtaposición ofrece una oportunidad para reconocer lo que se necesitó; y validar esos sentimientos y la autoestima bien puede estar relacionada con la calidad de
la relación con los otros significativos.
La vergüenza puede ser una dinámica significativa en la mayoría de las dificultades relacionales, incluidas la depresión, la ansiedad, la obesidad,
las adicciones y las manifestaciones caracterológicas. La sintonía del terapeuta con la sensación de vergüenza no expresada brinda al cliente la
oportunidad de desvelar sus procesos internos de sentimientos, fantasías, deseos y defensas. La sintonía conlleva una sensación de ser completamente consciente de las necesidades, los afectos y las dinámicas
auto-protectoras según el desarrollo evolutivo —una percepción cenestésica y emocional de cómo es vivir con sus experiencias. La sintonía se da cuando
el terapeuta honra el nivel evolutivo del cliente al afrontar la vergüenza y evita definir o categorizar sus fantasías, motivaciones o conductas. La sintonía también supone comunicar con sensibilidad al cliente que el
terapeuta es consciente de sus luchas internas, que no está solo en la tristeza de no haber sido aceptado como uno es y en el miedo a la pérdida
de la relación por quién uno es. Los procesos terapéuticos de sintonía e implicación reconocen la dificultad de revelar la confusión y las luchas internas de cada uno, valoran el intento desesperado de autosuficiencia y
afrontamiento y, simultáneamente, proporcionan un sentido de la presencia del terapeuta.
Algunos clientes con vergüenza arraigada no han tenido la experiencia de
hablar sobre las necesidades ni cuentan con un sentido del lenguaje asociado al afecto y a los procesos internos. En algunas familias, tener necesidades o expresar emociones puede dar como resultado que el niño
sea ignorado o ridiculizado. Cuando ha habido una falta de sintonía,
reconocimiento o validación de necesidades o sentimientos dentro del
sistema familiar o escolar, puede que el cliente no disponga de lenguaje relacional con el que comunicar sus afectos y necesidades (Basch, 1988;
Tustin, 1986). A menudo, en tales sistemas familiares y escolares, hay una ausencia de contacto interpersonal afectivo (una transacción no verbal) en el que la expresión de afecto por parte de una persona en la relación,
estimule el correspondiente afecto de reciprocidad en la otra.
Por su propia naturaleza, el afecto es relacional-transaccional y requiere del correspondiente afecto en resonancia. La expresión del afecto de tristeza
requiere el afecto recíproco de compasión y un posible acto compasivo; la expresión del afecto de rabia requiere afectos recíprocos de atención,
seriedad y responsabilidad y, quizás, acciones correctoras; la expresión del afecto de miedo requiere afectos y acciones recíprocas asociadas a la seguridad; y la expresión del afecto de alegría requiere afectos recíprocos
de vitalidad y expresión de disfrute.
La sintonía incluye la percepción del terapeuta del afecto del cliente y, en reciprocidad, es estimulado a expresar el correspondiente afecto y la
conducta resonante, un ejemplo similar al que Stern (1985) describió en las interacciones saludables entre un infante y su madre. El afecto recíproco en el terapeuta puede expresarse reconociendo el afecto del cliente, lo que
lleva a la validación de que ese afecto tiene una función en su relación. Es esencial que el terapeuta sea conocedor y esté sintonizado con el nivel
evolutivo del cliente en la expresión de las emociones. El cliente tal vez necesite tener sus afectos y necesidades reconocidos, pero carece del lenguaje social para expresar las emociones en una conversación. Puede
resultar necesario que el terapeuta ayude al cliente denominando sus sentimientos, necesidades o experiencias como un paso inicial para la
adquisición de una sensación de causar impacto en la relación.
La implicación comienza por el compromiso del terapeuta con el bienestar del cliente y el respeto a sus experiencias fenomenológicas. Evoluciona
desde la indagación empática del terapeuta hacia la experiencia del cliente, y se desarrolla a través de la sintonía del terapeuta con el afecto del cliente y la validación de sus necesidades. La implicación es el resultado de que el
terapeuta esté plenamente en contacto con y para el cliente de un modo que se corresponde al nivel evolutivo de su funcionamiento (Clark, 1991).
La vergüenza y la arrogancia son procesos defensivos en los que la valía de
un individuo se descuenta, y la existencia, la importancia y/o la solvencia de una alteración en la relación se distorsionan o se niegan. La implicación del terapeuta que utiliza el reconocimiento, la validación, la normalización y la
presencia, disminuye el descuento interno (Schiff y Schiff, 1971) que es parte de la negación defensiva que acompaña a la vergüenza.
Con la sensibilidad hacia la manifestación de la vergüenza y entendiendo las
funciones intrapsíquicas de la vergüenza y la arrogancia, un psicoterapeuta puede guiar al cliente a reconocer y expresar sentimientos y necesidades de
relación. El reconocimiento es el antídoto terapéutico para el descuento de la existencia de una alteración en la relación. El reconocimiento se vuelve interno y disuelve la negación del afecto o de las necesidades cuando lo
concede un otro significativo que conoce y transmite necesidades y
sentimientos.
La validación terapéutica se produce cuando la sensación de vergüenza del cliente, su mermada autoestima y sus fantasías defensivas se experimentan
como una secuela de las perturbaciones en las relaciones significativas. La validación es la vinculación cognitiva de causa y efecto, la respuesta
terapéutica al descuento sobre la importancia de una alteración en la relación. La validación otorga al cliente un valor mejorado de la experiencia fenomenológica y, por lo tanto, un mayor sentido de autoestima.
La normalización supone eliminar la etiqueta patológica y contrarrestar el
descuento de la solvencia en la perturbación de la relación. A muchos clientes, de niños, les dijeron “algo está mal en ti”; o cuando se enfrentaron
a la imposibilidad de ser responsables del bienestar de sus padres, concluyeron “algo está mal en mí”. La carga de responsabilidad por la ruptura de la relación fue erróneamente colocada sobre el niño y no sobre el
cuidador adulto. El antídoto terapéutico al descuento de la posibilidad de solución de un problema es la asignación de responsabilidades en la
relación. Es imperativo que el terapeuta comunique al cliente que su experiencia de vergüenza, su auto-crítica y el ridículo anticipado son reacciones defensivas normales por haber sido humillado o ignorado, y que
estas respuestas no son patológicas.
La asignación de responsabilidades puede empezar por el terapeuta asumiendo su propia responsabilidad ante cualquier brecha en la relación
terapéutica. La mayoría de las rupturas terapéuticas sucede cuando un terapeuta no logra sintonizar con la comunicación afectiva no verbal del
cliente (Kohut, 1984). Cuando un cliente carga con la responsabilidad de la relación, el descuento de la solvencia continúa y se refuerza la sensación de vergüenza. Puede ser necesario para el terapeuta responsabilizarse de no
comprender la experiencia fenomenológica del cliente, no valorar sus procesos defensivos o no estar sintonizado con su afecto y sus
necesidades.
La presencia es la implicación terapéutica que sirve como antídoto para el descuento de la autoestima de un individuo. La presencia terapéutica se proporciona a través de la indagación empática (Stolorow, Brandchaft y
Atwood, 1987) y de la consistente sintonía con el nivel evolutivo del afecto y las necesidades.
La presencia conlleva paciencia y atención por parte del terapeuta;
transmite que él es responsable, confiable y honesto. La presencia opera cuando el comportamiento y la comunicación del terapeuta respetan y
potencian en todo momento la valía del cliente. La presencia mejora con la voluntad del terapeuta de dejarse impactar por el afecto y la experiencia fenomenológica del cliente— se toma en serio la experiencia de ese cliente.
La implicación del psicoterapeuta por medio de las transacciones que
reconocen, validan y normalizan la experiencia fenomenológica del cliente, es el antídoto para la toxicidad del descuento de la existencia, la importancia o la responsabilidad de resolver las interrupciones del contacto
en la relación. La presencia confiable y sintonizada del terapeuta es también
el antídoto para el descuento de la valía de la persona (Bergman, 1991; Jordan, 1989; Miller, 1987; Surrey, 1985).
La psicoterapia eficaz de la vergüenza y la arrogancia requiere del terapeuta un compromiso con el contacto-en-la-relación, un compromiso con la
paciencia y un conocimiento de que dicha terapia es compleja y necesita una cantidad de tiempo considerable. La indagación, la sintonía y la
implicación suponen una orientación mental, una forma de estar en relación y una serie de habilidades terapéuticas. Cuando se emplean en resonancia con el nivel evolutivo de funcionamiento del cliente, son métodos que
brindan una relación cuidadosa y comprensiva que permite al cliente expresar un sentido del valor de sí mismo que tal vez nunca antes se haya
expresado. La indagación, la sintonía y la implicación son descripciones de transacciones respetuosas que promueven el contacto-en-la–relación. A través de una psicoterapia relacional orientada al contacto, las dinámicas
protectoras de la vergüenza y la arrogancia se revelan y disuelven. Un enfoque psicoterapéutico de contacto-en-la-relación potencia la sensación
de OKness (estar bien) en la persona.
Artículo Original:
Erskine, R. G. (1997) Shame and Self-Righteousness: Transactional
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