Vivienda y vestido en la ciudad burguesa (1880-1914)
Silvia Rodríguez Villamil
Viviendas burguesas a fines del siglo XIX
La arquitectura no escapo a aquel proceso general que afectara a todas las
manifestaciones dominantes de la cultura y el arte. Si cultura era sinónimo de cultura
europea y en particular francesa, cuando se estuvo en condiciones de emprender la
construcción de un volumen apreciable de obras, o cuando se debió erigir un edificio
destacable por cualquier motivo, se recurrió también a los modelos de esa
arquitectura. De esa forma sin responder en rigor a motivaciones de índole local, se
fueron reflejando en el país las distintas alternativas del movimiento arquitectónico
europeo, en especial las orientaciones de la Escuela de Bellas Artes de Paris y el
estilo que se ha denominado “eclecticismo historicista francés”.
Por lo tanto para la construcción de sus residencias, las familias burguesas
recurrieron a varios arquitectos extranjeros radicados en el país y a los primeros
arquitectos uruguayos, formados también en Francia. Esto determino una
transformación de la fisonomía urbana con el abandono del típico estilo colonial, tanto
en las fachadas como en la decoración y distribución interna de las viviendas. Esta
modernización- que suscito a menudo entusiastas comentarios-trascendía los
aspectos puramente formales o estilísticos, respondiendo también a las
transformaciones en las costumbres y formas de vida de la burguesía.
Los partidarios del “progreso” en general despreciaban la vieja edificación de
patios abiertos y rejas en las ventanas, heredada de la época colonial, así como las
formas de vida más sencilla y provincianas que ella albergaba. Pero esta opinión no
era unánime. El poeta Juan Zorrilla de San Martin, por ejemplo, entre sus recuerdo de
infancia evocaba con indudable afecto aquella casa de las calles 25 de Mayo y Colon
donde vivía con su abuela cuando tenia cinco años, por 1860. Allí “donde los días
concluían al caer la tarde, entre dos luces, en los meses de verano en un largo rato de
conversación con mi abuela, con mis tías sentado en el alfeizar de una de las
ventanas de reja abiertas de par en par sobre la calle”.
El palacete y la casaquinta
A nivel de la burguesía montevideana se destacaban entonces dos modalidades
diferentes de vivienda: el “palacete” o “palacio” ubicado preferentemente en el casco
urbano y la casaquinta-a menudo residencia veraniega-en los suburbios.
En el caso de los palacetes, se trataba de residencias verdaderamente lujosas,
muchas veces de mas de dos plantas. Por lo común su arquitectura estaba inspirada
en distintas modalidades del Renacimiento italiano, presentando ciertas similitudes con
los palacios y villas característicos de aquel periodo. Se presentaba especial atención
a las fachadas, en general profusamente decoradas, dados que la apariencia exterior
del boato y elegancia resultaba fundamental para sus propietarios. Los materiales
empleados para la construcción eran importados en su casi totalidad y de gran
riqueza: granito, mármoles de Carrara, maderas, azulejos franceses….
Estas viviendas eran por lo común de grandes dimensiones y en ellas se
reservaban amplios espacios llamados salas o salones, que cumplían una doble
función utilitaria-para la realización de fiestas y recepciones- y simbólicas, ya que la
amplitud y riqueza de las sala destacaba el estatus de los propietarios. Esta zona de
recepción se ubicaba en la planta baja y al frente, estando claramente separada de la
zona intima, destinada a las habitaciones de las familias, situadas en la planta alta.
“En cuanto a los dormitorios, eran generalmente ricos, tapizados con suntuosas
telas, las camas con doseles cuyas cortinas partían casi del techo y terminaban con
borlas de pasamanería (…) Nada de eso era cómodo ni menos aun practico.”
A pesar de su riqueza, generalmente estas mansiones carecían de elementos
de confort: ni calefacción ni baños-con todas las instalaciones que hoy conocemos-
fueron habituales hasta comienzos del siglo XX, a pesar de que existía agua corriente
(desde 1871) así como saneamiento en la zona céntrica de la ciudad. En general los
servicios higiénicos se limitaban a simples letrinas, dado que la higiene personal se
realizaba en las habitaciones.
Además, las zonas de servicios (letrinas, cocinas, habitaciones de los
sirvientes) carecían totalmente de espacio y jerarquía en el diseño de las viviendas,
por corresponder a funciones consideradas inferiores. Las cocinas eran a carbón de
piedra o de leña. Las estufas eran de leña “o peor aun, de ahumador petróleo”.
El segundo tipo de vivienda que incluimos dentro de las preferencias de la
clase alta, era la casa quinta. En este periodo, y a pesar de la creciente popularidad de
las zonas balnearias, las quintas mantenían aun su carácter de residencia veraniega
para gran parte de la burguesía montevideana.
En las casaquintas fue donde se desplegaron al máximo las modalidades
propias de la tendencia romántica en arquitectura, y entre ellas la preferencia por el
exotismo. Más allá del valor arquitectónico de cada una de estas obras, que puede ser
discutible en algunos casos, lo que resulta evidente en ellas es la marcada influencia
europea, tanto en los aspectos formales como en el estilo de vida y costumbres para
los que servían de marco. En este sentido son reveladores algunos comentarios del
conde de Saint-Foix, ministro de Francia en Uruguay, al referirse a la quinta de Aurelio
Berro, obra del arquitecto Ignacio Pedralbes:
“La mas hermosa y vasta de las villas situadas sobre la línea del tranvía del
Paso Molino es la quinta Berro, construida por uno de los miembros de la antigua y
aristocrática familia de ese nombre (…) Su arquitectura procede del gótico florido, con
algunas reminiscencias del palacio de Windsor. Las proporciones y disposiciones
interiores de esa vivienda son magnificas.”
“Una espaciosa galería situada en lo alto de la doble escalinata sirve de
entrada y en caso necesario, de sala de baile. El comedor, separado de las otras
piezas por un patio central adornado con una fuente y plantas exóticas, adopta el estilo
árabe y esta ornamentación produce un excelente efecto. Una sala teatral, munida de
escenario con su tramoya, y otra para el skating situadas en la planta baja; un parque
con limoneros, naranjos y diferentes coníferas que llega hasta el declive de la costa de
la bahía, completan felizmente esta habitación señorial que es, sin replica, la mas
grande y mejor planteada de las quintas de Montevideo.”
La vivienda tipo montevideana en los sectores medios y populares
Sin duda el modelo de vivienda mas difundido en Montevideo en esta época
fue la posteriormente denominada “casa estándar” destinada a los sectores medios y
populares de la población. Esta arquitectura estandarizada, que aun se conserva,
sigue marcando la fisonomía de muchos barrios montevideanos. No se trata de la
“gran arquitectura”, realizada por los profesionales con formación académica. En su
gran mayoría estas casas eran obra de modestos constructores, generalmente
italianos, y correspondían rigurosamente a unos pocos modelos que se repetían con
pequeñas variantes.
En sus grandes líneas la vivienda tipo surge de una adaptación de la casa
colonial, a la que se fueron agregando una serie de variantes, debido a las
necesidades propias de los nuevos tiempos. Estas viviendas continuaban
organizándose en torno a uno, dos y hasta tres pátios, rodeados de habitaciones.
Debido a la escasa anchura de los terrenos en una época de especulación
inmobiliaria, el patio rara vez era central. Se ubicaba junto a uno de las medianeras,
disponiéndose del otro lado, una larga hilera de habitaciones. Muchas veces esos
patios llegaban a ser de dimensiones reducidas, anulándose asi su función de
iluminación, asoleamiento y vinculación para el resto de las piezas.
En general eran construcciones de una sola planta aunque posteriormente la
valorización de los terrenos hizo muy frecuente la casa estándar de dos plantas. Como
sabemos, se trata en realidad de dos viviendas por lo que aparecen en la fachada,
muy próximas entre si, las dos puertas de entrada: una de ellas da acceso a la
escalera que conduce a la planta alta.
A pesar de que respondían siempre a una concepción similar, en la practica
existen grandes diferencias entre estas casas de acuerdo al nivel económico de los
usuarios, desde algunas realmente lujosas a otras acentuadamente modestas. Estas
eran muchas veces construidas en varias etapas, a veces por sus propios dueños,
hasta completar la planta y la fachada tipo.
Se ha señalado que si bien la vivienda estándar es básicamente introvertida
por su estructura, presenta sin embargo cierto grado de vinculación con la calle y el
espacio urbano a través de algunos elementos que actúan como “tamices”: el zaguán
y las ventanas de las piezas a la calle.
Dado que la puerta de calle se dejaba casi siempre abierta, la función del
zaguán resultaba fundamental. Como todos los montevideanos sabemos, la apariencia
del zaguán se cuidaba especialmente, mediante escalones de mármol, frisos altos de
mayólica, molduras en cielorrasos y paredes y vidrios decorados en la cancel.
En aquel periodo, el zaguán, con sus puertas establecía límites bien definidos a
la sociabilidad, que no todos podían transponer. Numerosos testimonios relatan como
la primera etapa de los noviazgos se desarrollaban en el balcón y luego en el zaguán.
Cuando el pretendiente era autorizado a ingresar en la sala, esto implicaba una mayor
formalización de la relación. Esta modalidad era propia de los barrios de clase media o
popular, ya que en la clase alta no era bien vista esta costumbre.
En un principio los patios tenían parrales y plantas. Luego se los pavimento
totalmente-se preferían las baldosas de mármol blancas y negras-y se conservaron las
plantas, pero en macetas o jarrones, a veces suspendidas del techo. Finalmente se
opto por techar los patios con las clásicas claraboyas, a las que se le agregaban en
verano los toldos.
En cuanto a las habitaciones, su numero era variable, según las posibilidades
económicas delos propietarios y las dimensiones del terreno. Siempre dispuestas en
hilera, su comunicación con el patio se establecía mediante puertas de doble hoja
vidriadas y con postigos. Dado que el patio solía estar circundado por una galería con
columnas, esto hacia que los dormitorios fuesen aun mas oscuros, a tal punto que
parecía establecerse un paralelo entre intimidad y falta de luz. En algunas casas
construidas en terrenos esquina, se observan vanos ciegos en los muros exteriores, ya
que una comunicación directa entre el dormitorio y la calle no era concebible en el
marco de las formas de habitación propia de la vivienda tipo.
Además las habitaciones se comunicaban entre si por medio de otra
serie de puertas, lo que permitía en invierno circular por las piezas, caldeadas
mediante estufas, sin salir al patio. Los juegos de dormitorio, dentro de las
posibilidades de cada familia, solían incluir una cómoda o un tocador y los
correspondientes roperos de espejo
Casas de inquilinato y conventillos: el hogar de los más desheredados.
En cuanto a las formas de habitación de los sectores populares, observamos
en primer lugar que todas las opciones de vivienda a las que podrían acceder eran
sumamente precarias. No existió en esta etapa ninguna iniciativa oficial de
consideración, tendiente a resolver el problema de alojamiento para los sectores mas
modestos de la población. En cuanto a la iniciativa privada pueden mencionarse
algunos ejemplos más ambiciosos, en cuya concepción predominaba la finalidad de
lucro, si bien en ocasiones (como el caso de Rossel y Rius) teñida de filantropía. Entre
las iniciativas mas importantes en este sentido se encuentran los dos barrios Reus (al
Sur y al Norte); los barrios para obreros construidos por empresas como el de Peñarol,
junto a los talleres del Ferrocarril Central (1890); los de la Frigorífica Uruguaya en el
Cerro (1903); o las viviendas para obreros que Alejo Rossel y Rius construyo en el
barrio Reducto entre 1907 y 1910.
Fuera de esos conjuntos habitacionales, surgieron dos formas típicas de
viviendas destinadas a los más pobres entre los sectores populares. La primera en
aparecer fue la casa de inquilinato, especie de solución improvisada al problema
habitacional, ya que consistió simplemente en dividir antiguas propiedades ya
existentes, alquilándolas por piezas y quedando la cocina y servicios higiénicos para el
uso en común.
El conventillo en cambio constituyo una respuesta específica del inversionista
liberal ante la demanda de vivienda de dos grupos sociales muy concretos: la
población obrera, compuesta en gran parte por inmigrantes europeos, y los negros
libertos y sus descendientes, quienes seguían adscriptos al trabajo domestico, del que
tardarían mucho en emanciparse. Los conventillos eran casas colectivas, construidas
especialmente para ser alquiladas por piezas y con servicios generales agrupados
para el uso común. Se caracterizaban por la mezquindad de su concepción funcional y
su pobreza expresiva.
Los conventillos destinados a la población obrera se ubicaban por lo común en
zonas de concentración fabril o comercial, como lo era la Aguada y en parte el
Reducto, y estaban concebidos exclusivamente como alojamiento. En cambio aquellos
destinados a la población negra se construyeron casi siempre en la zona Sur de la
Ciudad Nueva. En ellos aparecía como elemento fundamental la batería de piletas de
lavar, que solían ser tantas como habitaciones para alquilar tenia el edificio. Esto se
debía al hecho de que la mayoría de las mujeres se desempeñaban como lavanderas,
siendo a menudo sus maridos cocheros, sirvientes o mandaderos en las casas de sus
antiguos amos.
Aparte de la población trabajadora (obreros, artesanos, jornaleros, vendedores
ambulantes), nos encontramos con algunos personajes de ocupación desconocida o
integrantes de la “mala vida” montevideana, tales como prostitutas, compadritos o
delincuentes. A los ojos de los burgueses de la época, todos ellos formaban una masa
indiscriminada de seres sucios, promiscuos, dotados de una sexualidad primitiva y
ajena a todo principio moral.
Sus costumbres y formas de vida estaban condicionadas por lo exiguo del
espacio privado de que disponían. Este se reducía a una pieza que cumplía diversas
funciones: dormitorios, comedor-incluso a veces cocina-lugar de estar, sitio para
higienizarse. Solo las letrinas estaban fuera en el espacio común. En estas
condiciones, el patio del conventillo adquiere una singular importancia. Allí se
desarrollaba gran parte de la vida diaria y la sociabilidad de sus habitantes, llegando a
significar una prolongación de la vivienda de cada uno; allí se toma mate, se lava y
tiende la ropa, se conversa, se saca el canarito o el cardenal a tomar el sol, así como
las macetas con plantas. A veces se organizan bailes o se preparan para salir los
tabores de los conventillos del Sur. Un poco como la extensión de la familia, en el patio
se comparte solidaridades y se generan conflictos y reyertas.
Extraído del libro “Historias de la Vida Privada en el Uruguay-Tomo II. El Nacimiento
de la Intimidad (1870-1920)” Capitulo 5. Vivienda y vestido en la ciudad burguesa.
1880-1914
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