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l domingo después de Pentecostés está dedicado a Todos los Santos, tanto a los
que conocemos, como a los que solo Dios conoce. Ha habido santos en todos
los tiempos, y han surgido desde todos los cofines de la tierra. Ellos fueron
Apóstoles, Mártires, Profetas, Jerarcas, Monásticos, y Justos, mas todos son
perfeccionados por el mismo Espíritu Santo.
El descendimiento del
Espíritu Santo hace posible
para nosotros el levantarnos
de nuestro estado caído y
alcanzar la santidad, y con ello
cumplir el mandamiento de
Dios de “ser santo, porque Yo
soy santo” (Levítico 11:44, 1
Pedro 1:16, etc.). Por lo tanto,
es apropiado el conmemorar a
Todos los Santos el primer
Domingo después de
Pentecostés.
La fiesta pudo haberse
originado en una época
temprana, quizás como una
celebración para todos los
mártires, y después fue
ampliada para incluir a todos
los hombres y mujeres que
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dieron testimonio de Cristo a través de sus vidas llenas de virtud, incluso si no
derramaron su sangre por Él.
San Pedro de Damasco, en su “Cuarta Etapa de Contemplación,” menciona
cinco categorías de santos: Apóstoles, Mártires, Profetas, Jerarcas, y Monásticos.
Donde ciertamente está citando el Octoecos, Tono 2 para los Maitines del sábado.
San Nicodemo del Santo Monte (Julio 14) añade la categoría de Justos a las
cinco anteriores. La lista de San Nicodemo puede ser encontrada en el libro LAS
CATORCE EPÍSTOLAS DE SAN PABLO (Venecia, 1819, p. 384) en su discusión
acerca de I Corintios 12:28.
Los himnos de la fiesta de Todos los Santos también enlistan seis categorías:
“Alégrense, asamblea de los Apóstoles, Profetas del Señor, fieles coros de los mártires,
Jerarcas divinos, Padres Monásticos, y los Justos….”
Algunos santos son descritos como Confesores, una categoría que no aparece
en la lista anterior. Ya que ellos tienen un espíritu similar a los mártires, son
considerados como parte de la categoría de los Mártires. Ellos no fueron asesinados
como los Mártires, pero audazmente confesaron a Cristo y estuvieron muy cerca de se
ejecutados a causa de su fe. San Máximo el Confesor (21 de Enero) es un ejemplo de
esto.
El orden de estos seis tipos de santos parece estar basado en su importancia
para la Iglesia. Los Apóstoles encabezan la lista, porque ellos fueron los primeros en
difundir el Evangelio a lo largo del mundo.
Los Mártires son los siguientes por su valor ejemplar al profesar su fe ante los
enemigos y perseguidores de la Iglesia, lo que animó a otros Cristianos a permanecer
fieles a Cristo hasta la muerte.
A pesar de que cronológicamente ellos están primero, los Profetas están
enlistados después de los Apóstoles y Mártires. Esto es porque los Profetas del
Antiguo Testamento solo vieron sombras de las cosas por venir, mientras que los
Apóstoles y Mártires los experimentaron de primera mano. El Nuevo Testamento a su
vez tiene prioridad sobre el Antiguo Testamento.
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Los santos Jerarcas comprender la cuarta categoría. Ellos son los líderes de su
rebaño, a los que instruyen con su palabra y ejemplo.
Los Santos Monásticos son aquellos que se alejaron de éste mundo para vivir en
monasterios, o en reclusión. Haciendo esto, no por odio al mundo, sino para poder
dedicarse completamente a la oración constante, y para combatir el poder de los
demonios. A pesar de que algunas personas piensan erróneamente que los monjes y
monjas son inútiles e improductivos, San Juan Clímaco mostró una alta estima por
ellos: “Los Ángeles son una luz para los monjes, y la vida monástica es una luz para
todos los hombres” (LA ESCALA)
La última categoría, la de los Justos, son aquellos que han alcanzado la santidad
mientras vivían “en el mundo”. Algunos ejemplos incluyen a Abraham y su esposa
Sara, Job, los santos Joaquín y Ana, San José, Santa Juliana de Lazarevo, y muchos
otros.
La fiesta de Todos los Santos alcanzó una gran prominencia en el siglo IX,
durante el reinado del emperador bizantino León VI el Sabio (886-911). Su esposa, la
santa Emperatriz Teófano (Diciembre 16) vivió en el mundo, pero no estaba apegada
a las cosas mundanas. Ella fue una gran benefactora de los pobres, y fue generosa con
los monasterios. Siendo una verdadera madre para sus súbditos, cuidando a las
viudas y los huérfanos, y consolando
a los afligidos.
Incluso antes de la muerte de
Santa Teófano en 893 o 894, su esposo
comenzó a construir una iglesia
que pretendía dedicar a Teófano,
pero ella se lo prohibió. Fue el
emperador quien decretó que el Domingo
después de Pentecostés fuera
dedicado a Todos los Santos.
Creyendo que su esposa era una
entre los justos, y sabiendo que ella
también sería honrada cuando la
Fiesta de Todos los Santos se celebrase.
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Después del Salmo 103, se canta Bienaventurado el varón….
A Señor, a Ti he clamado…, 10 estiquios: 6 de la Resurrección, en el Tono 8:
Te ofrecemos, oh Cristo, nuestro himno vespertino y nuestro culto racional,
porque quisiste tenernos piedad por tu Resurrección.
Señor, oh Señor, no nos eches de tu rostro, mas ten piedad de nosotros por tu
Resurrección.
Regocíjate, oh santo Sión, Madre de las Iglesias y morada de Dios, porque fuiste
la primera entre los que fueron perdonados por la Resurrección.
Engendrado antes de todos los siglos de Dios Padre, el Verbo, que en estos
últimos días quiso encarnar de la que no conoció varón, sufrió la muerte de
Cruz y ha salvado por su Resurrección al hombre que de antaño fue sometido a
la muerte.
Glorificamos tu Resurrección de entre los muertos, oh Cristo, por la que has
libertado a la raza de Adán del sufrimiento infernal, y siendo Dios has
concedido al mundo la vida eterna y grande misericordia.
Gloria a ti, oh Cristo Salvador, Hijo Unigénito de Dios, que fuiste clavado a la
Cruz y al tercer día resucitaste de la tumba.
Y cuatro estiqueras para Todos los Santos, en el Tono 6: Melodia Especial:
Habiendo puesto nuestra esperanza…
Los oradores espirituales, discípulos del Salvador, quienes se hicieron
instrumentos del Espíritu a través de la fe, fueron esparcidos por los confines
de la tierra sembrando las buenas nuevas de la verdadera fe. De su divino
huerto florecieron los mártires en gracia. Representando la imagen de la
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salvífica Pasión de Cristo al soportar todo tipo de tortura, azotes y fuego. Y
ahora con arrojo oran por nuestras almas.
Consumidos por el fuego del amor de Cristo, los nobles mártires
menospreciaron al fuego material, y como brasas divinas encendidas por
Cristo, consumieron la insolencia y falsedad como a la yesca. Con la voz de sus
oraciones cerraron los hocicos de las bestias, y siendo decapitados, decapitaron
las huestes de los demonios. Y al derramar torrentes de su propia sangre,
rociaron a la Iglesia que está iluminada con su fe.
Los heroicos mártires pelearon con bestias salvajes y fueron desgarrados con
sus garras, recibieron el golpe de la espada, sus uñas fueron arrancadas, sus
manos cortadas, fueron consumidos sin piedad por fuego material, les
rompieron sus extremidades, fueron desmembrados, y todo esto lo soportaron
valientemente porque ellos vieron su futuro reposo, las coronas inmarcesibles,
y la gloria de Cristo, a quien con arrojo oran por nuestras almas.
Como es digno, alabemos con himnos a los héroes de nuestra fe: los Apóstoles,
y los mártires quienes fielmente sufrieron en todos los confines de la tierra, los
divinamente sabios sacerdotes, y la santificada compañía de las nobles mujeres,
porque ellos unieron a los celestiales con los terrenales, y con sus sufrimientos,
triunfaron sobre el mal con la gracia de Cristo. Como estrellas sin ocaso, ellos
iluminan nuestros corazones, y con arrojo oran por nuestras almas.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. En el Tono 6:
Oh coro divino de mártires, pilares de le Iglesia y culminación del Evangelio.
Con sus obras han cumplido las palabras del Señor. Han cerrado las puertas del
infierno y defendieron a la Iglesia. Derramando su sangre, han secado los
holocaustos a los ídolos. Su sacrificio ha alimentado el cuerpo de los fieles.
Asombrando a los ángeles, ahora están coronados ante Dios. A Él intercedan
incesantemente por la salvación de nuestras almas.
Ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén. En el Tono 8:
or su amor a los hombres, el Rey celestial apareció en la tierra y habitó entre los
hombres. Porque tomó carne de una Virgen pura, y encarnado salió de ella. Él
es Uno, doble en naturalezas mas no en persona. Al proclamarle hombre
perfecto y Dios perfecto, confesamos a Cristo nuestro Dios. Suplícale, oh Madre no
desposada, que tenga piedad de nuestras almas.
La Entrada, Radiante Luz, y el proquímeno del día.
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Y estás tres lecturas:
sí ha dicho el Señor: Congréguense juntamente todas las naciones, y
júntense pueblos: ¿Quién de ellos hay que nos dé nuevas de esto, y que
nos haga oír las cosas primeras? Presenten sus testigos, y serán
sentenciados por justos: oigan, y digan verdad. Vosotros sois mis testigos,
dice el Señor, y mí siervo, que yo escogí: para que me conozcáis, y creáis, y entendáis,
que yo mismo soy: antes de mí, no hubo otro Dios, ni lo será después de mí. Yo soy,
yo soy el Señor; y no hay salvador fuera de mí. Yo anuncié, y salvé, e hice oír, y no
hubo entre vosotros dios extraño. Vosotros pues sois mis testigos, dice el Señor, que
yo soy Dios. Aun antes que hubiera día, yo era; y no hay quien de mi mano escape: si
yo hiciere, ¿quién lo estorbará? Así dice el Señor, Redentor vuestro, Santo de Israel:
Por vosotros envié a Babilonia, e hice descender fugitivos todos ellos, y clamor de
Caldeos en las naves.
as las almas de los justos están en la mano de Dios, y no les tocará
tormento de muerte. Pareció a los ojos de los insensatos que morían, y se
ha juzgado mal su partida. Y el viaje, que hacen desde nosotros,
exterminio: mas ellos están en paz. Y si delante de los hombres padecieron
tormentos, su esperanza llena está de la inmortalidad. En poco afligidos, y en mucho
serán beneficiados: Porque Dios los probó, y los halló dignos de sí. Los probó como el
oro en el crisol, y los recibió como ofrenda de holocausto, y a su tiempo se tendrá
cuenta de ellos, resplandecerán los justos, y como centellasen el cañaveral discurrirán.
Juzgarán las naciones, y señorearán a los pueblos, y reinará sobre ellos el Señor por
siempre. Los que confían en Él, entenderán la verdad; y los fieles en el amor
descansarán en Él: porque la gracia y la misericordia es para sus elegidos.
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as los justos para siempre vivirán, y su recompensa está en el Señor, y su
pensamiento en el Altísimo. Por tanto recibirán de la mano del Señor reino
de honra, y corono de hermosura: porque con su diestra los cubrirá, y con
su santo brazo los defenderá. Su celo tomará como armadura, y armará a
las criaturas para la venganza de los enemigos. Se vestirá de justicia como coraza, y
por yelmo tomará el juicio cierto. Tomará la equidad por escudo inexpugnable: Y
aguzará su inexorable ira como a laza, y peleará a la par de Él todo el mundo en
contra los insensatos. Irán certeros los tiros de los rayos, y como de un arco bien
entesado de las nubes serán arrojados, y resurtirán en el blanco. Y la ira que apedrea,
lanzará espeso granizo, se embravecerá contra ellos el agua del mar, y los ríos
correrán juntos con furia. El espíritu de virtud se levantará en contra de ellos, y como
torbellino de viento los esparcirá; y su iniquidad reducirá a yermo toda la tierra, y la
malicia trastornará la silla de los poderosos. Oíd pues reyes y entended: aprended de
vosotros, jueces de toda la tierra. Dad oídos vosotros, que domináis pueblos, y os
complacéis con muchedumbre de naciones. Porque de Dios os ha sido dado el poder,
y del Altísimo la fuerza.
Las estiqueras del templo; y estas idiomelas de Todos los Santos, en el Tono 1:
Con unanimidad de fe, celebremos espiritualmente la memoria de todos los
santos, la fiesta universal de todos aquellos que complacieron a Dios desde
todos los siglos, la honorable orden de los patriarcas y profetas, la belleza de los
apóstoles, la asamblea de los mártires, el blasón de los Ascetas: Porque ellos
oran incesantemente para que le sea concedida la paz al mundo y a nuestras
almas la gran misericordia.
Venid, oh fieles, y con salmos, himnos y cantos espirituales, alabemos la
gloriosísima memoria de todos los santos, - al Bautista del Salvador, los
Apóstoles, Profetas, y Mártires, los Jerarcas, Maestros y los venerables, los
Ascetas, los Justos, la asamblea de las santas Mujeres que aman a Dios – y
bendiciéndolos honorablemente, exclamemos al unísono: “¡Oh supremamente
bondadoso Cristo Dios nuestro, por sus intercesiones, concede la paz sobre Tus
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Iglesias, victoria sobre los enemigos a aquellos que aman a Dios, y la gran
misericordia a nuestras almas!”
Venid todos, y regocijémonos espiritualmente en la conmemoración de los
Santos; porque he aquí, que ha venido trayendo abundantes dones. Por lo tanto
con voz jubilosa y con una conciencia pura, exclamemos: “¡Alégrate, oh
asamblea de los Profetas, que predicaron la venida de Cristo al mundo, y
previeron cosas que estaban lejos como si estuvieran cerca! ¡Alégrate, oh coro
de los Apóstoles, pescadores de hombres, que trajeron a las naciones a la red
salvadora de Cristo! ¡Alégrate, oh concilio de los Mártires, quienes fueron
congregados desde los confines de la tierra en una sola Fe, y por causa de esa
Fe soportaron las pruebas de tortura, y han recibido perfectamente una corona
por sus sufrimientos! ¡Alégrate, oh dulzura de los Padres, quienes afligieron
sus cuerpos con la disciplina ascética y mortificaron las pasiones de la carne;
dando alas a sus mentes con el amor divino y ascendieron a los Cielos, donde
ahora se regocijan junto a los Ángeles y gozan de los bienes eternos!” ¡Ahora,
oh Profetas, Apóstoles, y Mártires, junto con los Ascetas, pidan afanosamente a
Él quien los coronó, que nos libre de nuestros enemigos, tanto los visibles como
los invisibles, a todos aquellos que con fe y amor celebramos su siempre-
venerable memoria!
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. En el Tono 5:
untémonos, oh fieles, para esta festividad; porque se nos ha puesto un banquete
espiritual y un cáliz místico de dulce sustento, lleno de delicias, las virtudes de los
Mártires. Porque con un alma paciente, de todas las edades, y de todos los confines
de la tierra, dieron sus cuerpos a todo tipo de heridas y se lo ofrecieron a Dios como
sacrificio racional; porque algunos fueron decapitados, mientras que otros fueron
azotados; a algunos les cortaron las manos y fueron desmembrados, y juntos todos los
santos compartieron los sufrimientos de Cristo. ¡Oh Señor, que les concediste coronas
como recompensa a sus tormentos, haznos dignos de vivir según su ejemplo, porque
Tú eres amante de la humanidad!
Ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén. Teotoquio de
Resurrección, en el mismo Tono:
h Reverendísima Virgen, tú eres el Templo y la Puerta, el Palacio y el Trono
del Rey. Cristo, el Señor, mi libertador, por medio de ti, se reveló a los que
dormían en las tinieblas, porque El, el Sol de la justicia, quiso iluminar la obra
de sus manos formada a su imagen. Como tú tienes privilegio materno con tu Hijo, te
suplicamos a ti, alabada de todos los hombres, ruégale que salve nuestras almas.
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De la Resurrección en el Tono 8:
Oh Jesús que descendiste de los cielos, tú ascendiste a la Cruz. Viniste a la
muerte, oh Vida Inmortal, verdadera Luz de los que andaban en tinieblas, y
Resurrección de todos los caídos. Salvador nuestro que nos iluminas, gloria a ti.
Verso: El Señor es Rey, de hermosura se ha vestido.
Glorifiquemos a Cristo resucitado de entre los muertos, que tomó para sí
cuerpo y alma, y los separó por su Pasión, porque su alma purísima descendió al
infierno y se despojó de él, y en la tumba el sagrado cuerpo del Libertador de nuestras
almas no conoció corrupción.
Verso: Porque Él ha establecido el universo, que no será movido.
Glorificamos tu Resurrección de entre los muertos, oh Cristo, en salmos y
cánticos, porque por ella nos has librado de los sufrimientos infernales, y, siendo
Dios, has concedido la vida eterna y grande misericordia.
Verso: La santidad conviene a tu casa, Señor, por largos días.
Oh Señor de todos, incomprensible Hacedor de los cielos y de la tierra, por tu
Pasión en la Cruz me has librado de la pasión. Y sufriendo sepultura has resucitado
con gloria, levantando a Adán con tu poderosa mano. Gloria a tu Resurrección al
tercer día, por la que nos has concedido la vida eterna y purificación de nuestros
pecados, porque solo tú eres compasivo.
Gloria al Padre y al Hijo, y al Espíritu Santo. En el Tono 6:
Venid fieles, formemos un coro este día, y glorifiquemos la memoria de todos
los Santos, diciendo: ¡Alégrense, oh gloriosos Apóstoles y profetas, los mártires y
hieromártires! ¡Alégrate, oh asamblea de los venerables y los justos! ¡Alégrate, oh coro
de las honorables mujeres! Intercedan para que Cristo nos conceda la gran
misericordia.
Ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén. En el mismo Tono:
h Virgen Santísima, Cristo el Hacedor y Libertador y Señor, habiendo venido
de tu seno, y vistiéndose de mi carne, libró a los hombres de la original
maldición de Adán. Por eso, oh purísima Virgen, te cantamos como a
verdadera Madre de Dios y Virgen con el saludo del ángel: Salve, Señora, Abogada y
Defensora y Salvación de nuestras almas.
Luego: Ahora, Señor, dejas en paz a tu siervo… el Trisagio, y después del Padre
Nuestro…
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Tropario de la Resurrección (Apolytiquio), tono 8:
De las alturas descendiste, oh Compasivo, y quisiste sufrir la sepultura de tres
días, para librarnos de las pasiones. Vida y Resurrección nuestra, Señor, gloria a Ti.
Gloria al Padre y al Hijo, y al Espíritu Santo,
Tropario de Todos los Santos en el Tono 4:
Tu Iglesia adornada con la sangre derramada por Tus mártires en todo el
mundo, como con purpura y lino puro, te exclama, oh Cristo Dios: “¡Envía Tus
compasiones sobre Tu pueblo; y concede la paz a Tu comunidad y gran misericordia
a nuestras almas!!
Ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Y el Teotoquio de Resurrección, en el mismo Tono:
El misterio escondido desde la eternidad e ignorado de los ángeles se reveló a
los terrestres por medio de ti, oh Teotocos. Dios se encarnó en unión sin confusión, y
por nuestra causa aceptó voluntariamente la Cruz; y por ella levantó al que había
formado primero, y salvó nuestras almas de la muerte.
En las Bienaventuranzas, 8 troparios: 4 de la Resurrección, en el Tono 8:
Acuérdate, oh Cristo Salvador del mundo, de nosotros como te acordaste del
ladrón en el Madero. Haznos a todos dignos de tu Reino celestial, tú que eres el
único compasivo.
Escucha, Adán, y regocíjate con Eva, porque el que de antaño es desnudo y os
hizo cautivos por engaño, es conquistado por la Cruz de Cristo.
Salvador nuestro, siendo clavado voluntariamente a la Cruz, has destruido la
maldición del árbol que recibió Adán, y siendo compasivo has dado a los que
tienen tu imagen una morada en el Paraíso.
Este día Cristo ha resucitado de la tumba, dando a todos los fieles la
incorrupción y hace regocijar a las portadoras de mirra después de la Pasión y
la Resurrección.
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Y 4 troparios de la Oda VI del Canon a Todos los Santos:
Hallándote a Ti, la preciosa Piedra elegida para establecerse en Sión como
piedra angular, oh Maestro; los santos se plantaron como piedras selectas de la
inamovible fundación.
Cuando Tu costado fue perforado, las gotas de sangre y agua, renovaron al
mundo y edificaron el divino concilio de todos los Santos para Ti, nuestro
Benefactor.
Con toda piedad, cantemos a la divina nube de mártires, que ha sido iluminada
por la gracia y ha brillado espléndidamente en la túnica purpura de sangre y la
escarlata de sus inamovibles sufrimientos.
Todos te reconocemos como la verdadera Madre de Dios, a través de quien la
naturaleza de la mujer, entregó, y sufrió por Cristo, oh inmaculada, que con la
piedad fuiste llena de virtudes.
Tropario de la Resurrección (Apolytiquio), tono 8:
De las alturas descendiste, oh Compasivo, y quisiste sufrir la sepultura de tres
días, para librarnos de las pasiones. Vida y Resurrección nuestra, Señor, gloria a Ti.
Gloria al Padre y al Hijo, y al Espíritu Santo,
Tropario de Todos los Santos en el Tono 4:
Adornada con la sangre derramada por Tus mártires en todo el mundo, como
con purpura y lino puro, Tu Iglesia te exclama, oh Cristo Dios: “¡Envía Tus
compasiones sobre Tu pueblo; y concede la paz a Tu comunidad y gran misericordia
a nuestras almas!
Ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Y el Contaquio, en el Tono 8:
El mundo te ofrece a los Mártires portadores de Dios, como los primeros frutos
de la creación, oh Señor y Creador. Por sus suplicas y las de la Teotocos preserva Tu
Iglesia, Tu comunidad, en profunda paz, oh Misericordioso.
El Próquimeno, en el Tono 8:
Haced votos, y cumplidlos al Señor Dios nuestro.
Verso: En Judá es conocido Dios, y en Israel es grande su nombre.
Y para Todos los Santos en el Tono 4:
Maravilloso es Dios en sus santos, el Dios de Israel.
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ermanos: Todos los santos por fe sojuzgaron reinos, obraron justicia,
alcanzaron el fruto de las promesas, taparon las bocas a leones,
mataron el ímpetu del fuego, evitaron filo de cuchillo, convalecieron
de enfermedades, fueron hechos fuertes en batallas, trastornaron
campos de enemigos extraños. Las mujeres recibieron sus muertos por
resurrección: unos fueron atormentados, no recibiendo redención por conseguir
mejor resurrección. Otros sufrieron escarnios y azotes; y allende de esto,
cadenas y cárceles. Otros fueron apedreados, otros cortados en piezas, otros
tentados, otros muertos a cuchillo: otros anduvieron de acá para allá, cubiertos
de pieles de ovejas y de cabras, menesterosos, angustiados, maltratados: De los
cuales el mundo no era digno: perdidos por los desiertos, por los montes, por
las cuevas, y por las cavernas de la tierra. Y todos estos, habiendo obtenido un
buen testimonio por medio de la fe, no recibieron con todo eso la promesa:
Habiendo Dios proveído alguna cosa mejor para nosotros, que no fuesen
perfeccionados sin nosotros. Por tanto nosotros también teniendo puesta sobre
nosotros una tan grande nube de testigos, desechando todo peso, y el pecado
que tan cómodamente nos cerca, corramos con paciencia la carrera que nos es
propuesta, Puestos los ojos en el autor y consumador de la fe, Jesús; el cual
habiéndole sido propuesto gozo, sufrió la cruz, menospreciando la vergüenza,
y se asentó a la diestra del trono de Dios.
Aleluya en el Tono 4:
Verso: Clamaron los justos y el Señor los escuchó y de todas sus tribulaciones
los libró.
Verso: Muchas son las tribulaciones de los justos; y el Señor los librará de todas
estas.
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l Señor dijo a sus discípulos: “Cualquiera que me
confesare delante de los hombres, le confesaré yo
también delante de mi Padre, que está en los cielos. Y
cualquiera que me negare delante de los hombres, le
negaré yo también delante de mi Padre, que está en los
cielos. El que ama a padre o a madre más que a mí, no es digno de mí;
y el que ama a hijo o a hija más que a mí, no es digno de mí. Y el que
no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. Entonces
respondiendo Pedro, le dijo: He aquí, nosotros hemos dejado todo, y
te hemos seguido, ¿qué pues tendremos? Y Jesús les dijo: De cierto os
digo, que vosotros que me habéis seguido, cuando en la regeneración
se asentará el Hijo del hombre en el trono de su gloria, vosotros
también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus
de Israel. Y cualquiera que dejare casas, o hermanos, o hermanas, o
padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá
cien veces tanto, y la vida eterna tendrá por herencia. Mas muchos
que son primeros serán últimos; y los últimos, primeros.
Himno de la Comunión:
Alabad al Señor desde los cielos, alabadle en las alturas. Aleluya.
Regocijaos en el Señor, oh justos; a los rectos conviene la alabanza. Aleluya.
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erdaderamente “Dios es glorioso en sus santos” (Salmo 68:35 LXX). Recordemos los
esfuerzos sobrehumanos de los mártires, y como en la debilidad de su carne
avergonzaron la fuerza del malvado, ignorando el dolor y las heridas mientras
batallaban en contra del fuego, la espada, y todo tipo de torturas mortales, resistiendo
pacientemente mientras les cortaban su carne, les dislocaban sus articulaciones y quebraban
sus huesos, manteniendo la confesión de fe en Cristo íntegra, completa, sin daño e
inamovible. Como resultado se les concedió la incontrovertible sabiduría del Espíritu y el
poder para obrar milagros. Consideremos la paciencia de los santos hombres y mujeres, y
como ellos voluntariamente soportaron largos periodos de ayuno, vigilias y otras penurias
corporales, luchando hasta el final en contra de las pasiones malvadas y todo tipo de
pecados, en la invencible guerra interior en contra de los principados, las potestades y
malicias espirituales (Efesios 6:12). Ellos desgastaron su yo exterior y lo hicieron fútil, mas su
yo interior fue renovado y deificado por Aquel de quien recibieron también los dones de
sanación y obras poderosas. Cuando meditamos acerca de estos asuntos y entendemos que
estos sobrepasan la naturaleza humana, nos llenamos de asombro y glorificamos a Dios
quien les dio dicha gracia y poder. Porque aunque sus intenciones fueran buenas y nobles,
sin la fuerza de Dios no podrían haber ido más allá de los límites de su naturaleza, ni
podrían haber alejado al enemigo incorpóreo vestidos tan solo con su cuerpo.
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Es por eso, que cuando el Salmista y Profeta declara “Dios
es glorioso en sus santos”, continua diciendo, “Él dio la fuerza y
el poder a su pueblo” (Salmo 68:35 LXX). Cuidadosamente
consideremos la fuerza de estas palabras proféticas. Teniendo
en cuenta que Dios, según el Salmista, da a su pueblo la fuerza y
el poder – porque Él no muestra parcialidad (cf. Hechos 10:34) –
Él solo es glorificado en sus santos. El sol derrama sus rayos
abundantemente sobre todos por igual, pero estos solo son
visibles a aquellos que tienen los ojos abiertos. Aquellos que
tienen una mirada clara, los ojos puros, se benefician de la luz
pura del sol, no así aquellos a quienes su visión ha sido
oscurecida por alguna enfermedad, niebla o algo que les
haya afligido sus ojos. De la misma forma, Dios concede
abundantemente su ayuda sobre todos, por que Él es el
siempre-manante, iluminador y salvador Manantial de
misericordia y bondad. Pero no todos toman ventaja de su
gracia y poder, para practicar y perfeccionar la virtud o
manifestar milagros, solo aquellos con buena intención, que
demuestran su amor y fe hacia Dios con sus buenas obras (cf.
Santiago 2:20-26), y quienes se apartaron completamente de
cualquier cosa vil, se asieron fuertemente a los mandamientos
de Dios y levantaron los ojos de su entendimiento hacia el
Cristo el Sol de justicia (Malaquías 4:2). Él no solamente
extiende invisiblemente su mano de auxilio desde lo alto a los
que sufren, sino también le escuchamos hablándonos y
urgiéndonos en el Evangelio de hoy. “Cualquiera que me
confesare delante de los hombres”, nos dice, “le confesaré yo
también delante de mi Padre, que está en los cielos” (Mateo
10:32.)
Debemos notar que no podemos proclamar
ardientemente nuestra fe en Cristo y confesarle sin su fuerza
y asistencia. Ni tampoco nuestro Señor Jesucristo intercederá
por nosotros en el siglo venidero, ni nos recomendará al
Padre celestial, ni nos hará uno de los suyos, a menos que le
damos una razón para hacerlo. Para esclarece esto, Él no nos
dice solamente, “Cualquiera que me confesare delante de
los hombres”, sino “Cualquiera que haga su confesión en
Mí” (Mateo 10:32), es decir, cualquiera que fuere capaz, en
Cristo y con su ayuda, de declarar su fe con arrojo. De la
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misma manera, de nuevo, Él no nos dice solamente, “le confesaré” sino “sabré que hay en él,”
dando a entender que su confesión será con respecto a la buena batalla y la paciente
resistencia que tal persona ha mostrado a causa de la santidad. Sin embargo, tomen nota, de
lo que continua diciendo acerca de los que cobardemente traicionan la Fe: “cualquiera que
me negare delante de los hombres, le negaré yo también delante de mi Padre, que está en los
cielos.” (Mateo 10:33). Él no nos dice aquí “Cualquiera que negase en Mí”, ya que la persona
que niega a Dios lo hace porque es falto de la ayuda de Dios. ¿Por qué ha sido abandonado y
olvidado por Dios? Porque él lo abandono primeramente al amar los que es transitorio y
mundano más que a los bien celestiales y eternos prometidos por Él. A su vez, Cristo no solo
desconocerá lo que esta en él, sino también lo negará, al no encontrar nada que pueda ser
usado en su defensa.
Cualquiera que ame de acuerdo a Dios, “mora en Dios, y Dios en él”, como el amado
Teólogo de Cristo nos dice (1 Juan 4:16). Así que aquel que verdaderamente ama a Dios tiene
a Dios morando en él, y naturalmente confiesa su fe en Dios. Por otro lado, mientras él mora
en Dios, Dios también lo reconocerá. Las palabras “Cualquiera que me confesare, le
confesaré yo también” (cf. Mateo 10:32), demuestran la unión intacta entre Dios y aquellos
que lo confiesan, porque aquel que lo niega se ha distanciado a sí mismo. Estos intercambios
mutuos entre Dios y el hombre son justamente divinos, y serán abundantemente
recompensados proporcionalmente.
A pesar que los galardones que nos da Dios se asemejan a nuestras ofrendas a Él, se
debe considerar la abrumadora superioridad de la recompensa de Dios a aquellos quienes en
Él, le confesaron. Cada santo, como un siervo de Dios, ardientemente le confeso en esta vida
fugaz ante los hombres mortales, aunque ciertamente por un periodo corto de tiempo en esta
era presente y frente a unos pocos. Por contraste, nuestro Señor Jesucristo, Quien es Dios y
Señor del cielo y la tierra, hablará abiertamente en su nombre en aquel mundo eterno y sin
ocaso ante Dios Padre, que está rodeado por Ángeles, Arcángeles y todas las huestes
celestiales, y en presencia de toda la humanidad desde Adán en adelante. Porque todos se
levantarán y aparecerán ante el tribunal de Cristo. Entonces, ante todos y a la vista de todos,
Él proclamará, glorificará y coronará a aquellos que demostraron la fe en Él hasta el final.
¿Cómo podemos intentar hablar de aquellas extraordinarias coronas y la excelencia de
las futuras recompensas, que nuestros ojos no puede ver, ni nuestros oídos escuchar, ni
nuestros corazones escuchar? (cf. 1 Corintios; Isaías 64:4) ¿Pero que hay de las cosas visibles a
nosotros ahora? ¿Quién puede hablar adecuadamente de la gloria divina que acompaña
constantemente las tumbas de los santos y sus reliquias, la sagrada fragancia que emana de
ellas, la manante mirra, la sanación espiritual, los milagros, y todas las manifestaciones
salvíficas para con nosotros de estas fuentes?
¿Debería yo decir algo acerca de los honores que les ofrecemos? Por un corto tiempo,
como les he mencionada, cada uno de los santos osadamente hizo una piadosa confesión
ante ciertos gobernantes y reyes. Ahora, sin embargo, los reyes, gobernantes, y todos sus
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súbditos cantan himnos de alabanza, magnifican, honran, glorifican y veneran no solo a los
santos mismos, sino también sus iconos, como patronos, o algo superior que los gobernantes
y reyes. Ellos se postran voluntariamente ante estos iconos con alegría, y desean dejar esta
devoción como el más grande legado a sus hijos, una bendita herencia que brinda una
felicidad sublime. Este es un signo, una prueba, y como si fuera, una anticipación de aquella
indescriptible gloria futura que los espíritus de los justos tienen ahora en el cielo, y a la cual
sus cuerpos, habiendo llevado hasta el final las piadosas batallas, también la alcanzarán en el
siglo venidero. Para enseñar a sus discípulos y Apóstoles acerca de la excelencia de ésta
gloria y de los viene por venir, el Señor les dijo, “De cierto os digo, que vosotros que me
habéis seguido, cuando en la regeneración se asentará el Hijo del hombre en el trono de su
gloria, vosotros también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de
Israel.” (Mateo 19:28). Y continua diciendo a los creyentes en general, “Y cualquiera que
dejare casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi
nombre, recibirá cien veces tanto, y la vida eterna tendrá por herencia.” (Mateo 19:29). “El
que ama a padre o a madre más que a mí, no es digno de mí” (Mateo 10:37).
Así como Dios Padre dio a su amado Hijo por nuestra causa, y el
Unigénito Hijo de Dios se dio a sí mismo por nosotros, nos es
demandado justamente que dejemos a un lado a nuestra familia si es
que es un obstáculo para la piedad y un santo modo de vida. No
debería estar hablando solo de familiares. Pero la ocasión lo demanda,
es justo y necesario para cada uno de nosotros el renunciar a nuestra
propia alma, si es que queremos obtener la vida eterna, ya que el Hijo
de Dios dio su propia vida por nuestra casa. Como Él mismo nos dice
“Y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí.”
(Mateo 10:38). La cruz significa el crucificar la carne con sus afectos
y concupiscencias (cf. Gálatas 5:24).
En tiempo de paz religiosa, nosotros tomamos nuestra
cruz y seguimos a Cristo matando nuestras pasiones y
deseos malvados a través de una vida virtuosa. Pero cuando
los perseguidores vienen, debemos entonces desdeñar
nuestra propia vida, y dar nuestra alma por amor a nuestra
fe, y así tomaremos nuestra cruz y seguiremos al Señor,
para poder heredar la vida eterna. “El que halla su alma,”
nos dicen las Escrituras, “la perderá; y el que perdiere su
alma por mí, la hallará.” (Mateo 10:39).
¿Qué significa esto? El hombre es ambivalente: el
hombre exterior, que es, el cuerpo, y el hombre interior, el alma. Cuando alguien da su yo
exterior a la muerte, pierde su alma, la cual se separa de él. Cualquiera que perdiere su alma
de este modo por causa de Cristo y el Evangelio ciertamente la encontrará de nuevo,
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habiendo procurado para ella la vida celestial y eterna. La recobrará en la Resurrección en
ese nuevo estado, y a través de ella su cuerpo se convertirá tan celestial y eterno como su
alma. El crucificar la carne con sus pasiones y deseos; el estar preparados para la deshonra
extrema y la más grande desgracia posible por causa de una muerte noble, el perder tu alma
por el Evangelio: son cosas difíciles, grandes, y se podría decir, asuntos Apostólicos, solo
para los perfectos. Y el Señor continua diciendo algo que es tanto para el ánimo de aquellos
que se encuentran en esta sobrenatural batalla, como para aquellos que son menos perfectos
“El que os recibe a vosotros”, es decir, los Apóstoles, los Padre y maestros religiosos después
de ellos, “a mí recibe”, nos dice, “y el que a mí recibe, recibe a aquel que me envió” (Mateo
10:40).
Él prepara una bienvenida aquí a aquellos que son perfectos, y provee para la
salvación de aquellas almas que no lo son a través de la bienvenida a aquellos que lo son.
¿Pueden ver que tan grande es la recompensa por recibir gente que vive vidas piadosas y
enseñan la verdad? Cualquiera que los recibiere recibe también a Padre y al Hijo. ¿Entonces
como hemos de recibir ha dichas personas? No solo entreteniéndolas y haciéndolas sentir
cómodas, sino obedeciéndoles. Al respecto de esto Cristo dice en otra parte a sus discípulos,
“el que a vosotros desecha, a mí desecha; y el que a mí desecha, desecha al que me envió. “y
quien a vosotros desprecia, a mí me desprecia. Y el que a mí me desprecia, desprecia a aquel
que me envió" (Lucas 10:16). Pero incluso la persona que ofrece hospitalidad y reposo a los
siervos de Dios recibirá una gran recompensa si lo hace por amor a Dios. Porque el Señor
dice, “El que recibe a un profeta en nombre de profeta, galardón de profeta recibirá; y el que
recibe a un justo en nombre de justo, galardón de justo recibirá” (Mateo 10:41)
En estos dichos y mandamientos al Señor no le conciernen tanto los justos y sus
discípulos como aquellos que les ofrecen hospitalidad. Sí su preocupación fueran tan solo los
discípulos, hubiera simplemente exhortado a la genta a recibirlos, y les hubiera pedido que
los recibieran y los reconfortaran no importando de que manera lo hiciesen. Pero al añadir
que ellos deben ser recibidos en el nombre de un profeta, un discípulo o un hombre justo, Él
nos muestra que le concierne más la gente que les ofrece la bienvenida, y dirigen sus
pensamientos hacia algo más excelente, para que ellos subsecuentemente pudiesen ganar
una recompensa así como virtud. La Iglesia de Cristo honra a aquellos que verdaderamente
vivieron según la voluntad de Dios incluso después de su muerte, y cada día del año
conmemora a esos santos que fallecieron en esa fecha y dejaron esta vida transitoria.
También nos antepone la vida de cada uno de ellos para nuestro beneficio, y nos muestra su
final, ya sea que hayan muerto en paz o hayan terminado su vida como mártires.
Y ahora después de Pentecostés, la Iglesia reúne a todos los santos y les ofrece un
himno común a todos, en parte porque todos ellos están unidos unánimes y son uno, según
la oración de nuestro Señor, “Concédeles”, dice el Señor a su Padre en los Evangelios, “que
todos ellos sean uno: así como tú, oh Padre, eres en mí, y yo en ti; que también ellos en
nosotros sean uno” (cf. Juan 17:21). Pero esta no es la única razón por lo que la Iglesia les
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ofrece un himno a todos ellos. Es también porque durante la Santa Cuaresma y los cincuenta
días siguientes, ella se esfuerza en declarar y magnificar las obras del Señor. Como ustedes lo
saben, lo celebra todo: como fue creado el mundo al principio por Dios; como Adán fue
expulsado del paraíso y de Dios; como en tiempos pasados el pueblo de Dios fue llamado; y
como también fueron exiliados de la amistad de Dios debido a sus transgresiones; como el
Hijo Unigénito de Dios inclinó los cielos y vino a este mundo por nuestra causa, hizo
extraordinarias maravillas para nuestro bien y enseñó el camino a la salvación, sufrió y
murió por nosotros, fue sepultado como hombre, se levanto de nuevo como Dios al tercer
día, ascendió a los cielos, de donde había bajado, con su carne, y habiéndose sentado a la
diestra del Padre, envió al Santísimo Espíritu. Ahora que la Iglesia de Dios ha cantado
himnos de alabanza en honor a todos estos eventos, añade lo que faltaba, y nos muestra que
tan grandes son los frutos cultivados para la vida eterna con la venida de nuestro Señor Dios
y Salvador Jesucristo y el poder del Espíritu Santo. Conmemora a todos los santos
conjuntamente y les rinde alabanza y honor en este día a todos ellos.
Hermanos, nosotros también, honremos a los santos de Dios. ¿Pero, cómo hemos de
honrarles? Pues imitándoles y purificándonos “de toda mancha de nuestra carne y nuestro
espíritu” (2 Corintios 7:1), y apresurándonos hacia la santidad al abstenernos de todo mal. Si
guardamos nuestra lengua de maldecir y hacer falsos juramentos, así como de hablar
necedades e improperios, y no permitimos a nuestros labios pronunciar mentiras y
calumnias, entonces ofreceremos a los santos una dulce alabanza.
Si no nos purificamos de esta forma, cada uno de nosotros escuchará justamente de
ellos aquellas palabras que Dios dirigió a los pecadores. ¿Cómo osaremos
conmemorar los nombres de los santos, el pronunciarlos y hablar de su
modo de vida, que estaba llena de virtud y pureza? Si, por lo contrario,
odian la vida virtuosa y han apartado la pureza de sus almas y cuerpos.
“Si veías al ladrón, tu corrías con él: y con los adúlteros era tu parte. Tu
boca metías en mal: y tu lengua componía engaño. Sentado, hablabas
contra tu hermano: contra el hijo de tu madre ponías infamia.” (Salmo
50:18-20). Hermanos, ni Dios ni sus santos aceptan himnos de dichas
bocas. Porque ninguno de nosotros tomará algo que necesitemos con
nuestras manos si es que ha tocado el estiércol, a menos que lo
lavemos primero ¿Cómo entonces ha de aceptar Dios las
ofrendas de un cuerpo y alma sucios, a menos que nos
purifiquemos primero? Pecado, engaño, mentira, envidia,
odio, avaricio, traición, pensamientos y palabras vergonzosas,
y los actos viles que resultan de estos ellos, que son mucho
más repugnantes que el estiércol. ¿Pero, cómo alguien que ha
caído en estos puede purificarse? A través del arrepentimiento,
confesión, buenas obras y oración ferviente a Dios.
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Cuando en las fiestas que conmemoran a los santos todos tomamos un día de asueto
de nuestros asuntos y negocios, debemos ocupar nuestras mentes con la cuestión de como
podemos distanciarnos de los pecados y las deshonras en las que hemos caído, y liberarnos
de ellas. Por otro lado, si nos divertimos a nosotros mismos dañando así nuestras almas, al
no poner atención y embriagándose, ¿cómo podemos afirmar que estamos celebrando a los
santos, ya que hemos hecho el día impuro? Les ruego, hermanos, que no celebremos de esa
forma, sino más bien, como los santos, presentemos nuestros cuerpos y almas como una
ofrenda aceptable a Dios en estos días de celebración, para que con las oraciones de los
santos podemos compartir con ellos ese eterno festival y alegría.
Esperando que todos nosotros obtengamos esto, por la gracia y amor a los hombres de
nuestro Señor Jesucristo, a quien le pertenece toda gloria, con Su Padre que es sin principio y
el santísimo Espíritu, bueno y vivificador, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Amén.