Casa Templaria, 4 de Setiembre 2011

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Érase una vez un elefante

magnífico, inteligente, fiel a su clan, y

sobre todo compañero de su manada,

iban andando buscando una fuente, un río,

un manantial, cuando lo encontraron,

el elefante bravo y magnífico, empezó a

correr y llegó majestuoso y entró en el

agua para beber.

Tenía tanta sed, que al

llegar a la fuente, en

esa gran charca de

agua, se le cayó un ojo,

¡ay! ¿Qué le pasó

a aquel elefante? Empezó a ponerse

nervioso, a chillar

¡mi ojo, mi ojo,

he perdido mi ojo!

¿dónde está mi ojo?

Entonces con la trompa buscó su ojo en

medio del agua y más lo buscaba, más

removía el lodo, más removía ese fango que

se iba haciendo cada vez más

oscuro, moviendo por todo, hasta con las

orejas,

Todo el clan de elefantes que estaban a su

alrededor estaban sorprendidos por tanto

jaleo, tanto ruido y tanto moverse sin

saber qué le pasaba.

Se acercaron ahí los monos, los

pájaros, todas las aves y le decían

¡quieto elefante, tranquilo elefante no

te muevas!

Y él más se movía y más chillaba

¡he perdido mi ojo, he perdido mi ojo! Y más daba trompetazos y aquella agua

estaba más negra y más obscura,

no podía ver, no se veía nada,

entonces unas aves le dijeron:

¡elefante, elefante, tranquilo te vamos

ayudar, no estás solo!

Él continuaba sin

escuchar

y más le decían

tranquilo menos

escuchaba,

hasta que la voz se

hizo más fuerte y le

dijo:

¡si te paras podrás ver,

el agua se calmará, el lodo bajará a tus

patas y podrás ver!,

entonces el elefante se paró de golpe

y se quedó tranquilo,

todos los que estaban alrededor,

miraban sin comprender,

pensaron que le había pasado algo,

que era el final de su vida

y después de un buen rato

que el elefante no se movió,

el agua se puso cristalina,

el lodo bajó, el polvo terminó por hundirse

al fondo de la fuente y de pronto en el

medio de sus patas, sobre todo que no las

había movido,

ahí estaba su ojo,

con el agua cristalina

y tan clara pudo verlo,

lo recogió y se lo colocó.

Entonces miró alrededor suyo

y vio que había hecho un escándalo

que ya estaba perdido,

que había olvidado su vida,

sus amigos, sus compañeros,

la belleza de esas

llanuras donde vivía

y muriéndose de sed

había olvidado por

empezar por beber esa

agua cristalina,

que es la vida.

Mis queridas semillas

cómo es posible que todos los días

que amanecéis, sabiendo que sois

Seres de Luz, sabiendo que sois unas

almas muy grandes y que nada os puede

pasar, porque ya al nacer tenéis la

Protección Divina,

¿cómo es posible que por sólo un

granito de arena, que puede ser una

contrariedad en el trabajo,

con vuestros padres, con vuestra

familia, o simplemente un disgusto

con un amigo, podáis quedaros

ciegos?

Acordaros del elefante,

ese majestuoso paquidermo, que ya se

vio perdido sin saber que no se había

quedado ciego,

sino que había

perdido

la paciencia,

la Fe

y la confianza

en él.

tenéis a vuestros

Guías personales y

cuando estáis

serenos y

tranquilos hasta

llegáis a sentir a los

Iniciados y esos

Seres de Luz que os

rodean

¿por qué perder

la calma,

por qué perder

la alegría?

Si los ojos de vuestro rostro son

importantes, más son los ojos del

alma que nada olvidan.

Mis amadas y queridas semillas seáis grandes

y fuertes y nobles como esos elefantes

invencibles y no tener nunca miedo

de lo que no veis,

de la

incertidumbre,

hasta un poquito

de la ignorancia,

pensar que esa

poquita de

ignorancia es lo

que nos hace

temer y nos da

miedo.

Repitámonos una y mil veces que nunca

nos quedaremos ciegos, que siempre son

nuestros Guías que nos acompañan y

nuestro Ángel de la Guarda que ve por

nosotros, que nos acompaña y que nunca

nos abandona,

de que nos serviría la victoria si no hemos

comprobado que hemos vencido nuestros

pequeños granitos de arena que hemos

confundido con montañas,

Con todo mi amor…