Post on 31-Mar-2016
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Había una vez, entre tierras italianas, se encontraba un pequeño pueblo llamado
Pompeya. Sus habitantes, la mayoría campesinos, sembraban sus cultivos en pequeñas
parcelas, propiedad del Dios Volcano, quien, generoso, compartía con ellos sus
montañas y volcanes. A cambio, los pompeyanos
tan solo debían darle una vez al año una pequeña
parte de sus siembras. Un trato justo del que salían
beneficiadas ambas partes. Pero uno siempre tiende
a querer más de lo que tiene y los habitantes de
Pompeya de eso sabían y mucho.
Los pompeyanos, aparte de por sus maravillosos
cultivos, eran conocidos por sus aires de
superioridad, se creían mejores que ninguno, serían
simples mortales, pero decían ser más listos que
cualquier Dios y por ello, ajenos a lo que sus actos podían provocar, pensaban engañar
a Volcano. Quedaba apenas una semana para el intercambio y mientras el Dios de las
montañas y volcanes soñaba con los muchos platos que podría cocinar con los cultivos
que tendría en siete días, los pompeyanos ideaban su plan, rellenarían la cesta que
debía estar llena de alimentos, con montones de paja y grandes piedras. Para cuando
Volcano fuera consciente del engaño, ya estaría muy lejos del pueblo.
El día llegó y Volcano aguardaba a los habitantes a orillas de su casa, el Monte
Vesubio, los habitantes llegaron tarde y exculpándose por la tardanza, le dieron rápido
la cesta y se marcharon por donde habían venido más rápido aún. Volcano se extrañó,
siempre solían ser muy simpáticos con él, quizá fruto del miedo que le tenían, pero le
hablaban con respeto y rara vez se iban antes que él. No obstante, se marchó a su casa
con la cesta bajo el brazo, pensando qué cocinaría esa noche.
Ya anocheciendo, Volcano comenzó a tener hambre y por ello, se puso a preparar la
cena, pero cuál fue su sorpresa cuando al abrir la cesta no encontró los cultivos que le
habían prometido, si no un puñado de paja y piedras. Maldiciendo a los pompeyanos
tiró la cesta al fuego, y rojo de rabia, juró que de esa se arrepentirían. Habían
subestimado su poder, se habían creído más listos y habían olvidado lo más
importante, él era un Dios, y no cualquier Dios, era el Dios de las montañas y los
volcanes y para desgracia de sus habitantes, Pompeya vivía rodeada de ellos. Pensó
cuál sería la mejor forma de hacerles pagar su avaricia, quería que todo el mundo
supiera lo que habían hecho, que perdurara en la historia y en seguida encontró
castigo, vertería sobre el pueblo la lava que contenía el interior de su casa, el Montse
Vesubio. Dicho y hecho. La lava comenzó a derramarse sobre la superficie de Pompeya
y los habitantes aterrados, trataron de huir pero sus esfuerzos fueron en vano, las
montañas se cernían sobre ellos,
cerrándoles el paso, no tenían
escapatoria.
Todavía hoy, se pueden encontrar
los restos de una ciudad a la que le
perdió su avaricia. Se dice desde
entonces que cuando un volcán
entra en erupción, es a causa del
enfado del Dios Volcano, Dios de las
montañas y volcanes.