Post on 16-Nov-2021
REINO DE DIOS Y PRAXIS PEDAGÓGICA
Aportes para una fundamentación pastoral en el Hogar Nuestra Señora del
Milagro de Bogotá
CARMEN PATRICIA AGUILAR AFANADOR
Trabajo de grado presentado para optar por los títulos de
Licenciada en Teología y Teóloga
Directora
Dra. Edith González Bernal
PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA
FACULTAD DE TEOLOGÍA
BOGOTÁ, COLOMBIA
2020
2
“Quienes son mis seguidores, se sentarán a mi mesa en el reino de mi Padre y comerán mi
comida y tomarán mi bebida que mi Padre me ha preparado; así os la he preparado
también” (Cfr. Mt 19, 28 y Lc 22, 29). Bienaventurado es el hombre que ha llegado a
recibir junto con el Hijo de lo mismo de lo cual recibe el Hijo. Justamente ahí recibiremos
nosotros también nuestra bienaventuranza, y allí donde reside su bienaventuranza, en el
interior donde Él tiene su ser, en ese mismo fondo todos sus amigos recibirán
y sacarán su bienaventuranza. Esta es la “mesa en el Reino de Dios”.
Maestro Eckhart
3
INDICE Agradecimientos ................................................................................................................................ 4
Introducción ....................................................................................................................................... 5
Capítulo I: La centralidad del Reino de Dios en el Nuevo Testamento ...................................... 12
1.1. Los Evangelios Sinópticos: el lenguaje parabólico del ‘Reino de Dios’ ............................... 14
1.1.1. Las parábolas del Evangelio según San Marcos ..................................................................... 17
1.1.2. Las parábolas del Evangelio según San Mateo ....................................................................... 20
1.1.3. Las parábolas del Evangelio según San Lucas ........................................................................ 24
1.2. El Reino de Dios en el Evangelio de San Juan ................................................................................ 27
1.3. El Reino de Dios en San Pablo ................................................................................................................ 29
1.4. El amplio mensaje del Reino de Dios .................................................................................................. 32
Capítulo II: El Reino de Dios en la obra de José María Castillo ................................................ 35
2.1. El Reino de Dios es seguimiento de Jesús y liberación del hombre ........................................ 36
2.2. El Reino de Dios es utópico y se realiza en la historia a través del servicio ........................ 37
2.3. El Reino de Dios es la proclamación de la buena noticia ............................................................ 39
2.4. El Reino de Dios es un proyecto de vida y de dignidad para los seres humanos ............... 41
2.4.1. El Reino de Dios es una vivencia espiritual .............................................................................. 42
2.4.2. El Reino de Dios es eclesiología desde abajo ............................................................................ 47
2.5. El Reino de Dios es compadecerse ante las víctimas y aliviar el sufrimiento humano ... 51
2.6. El Reino de Dios es profunda humanidad ......................................................................................... 53
2.8. El Reino de Dios es camino por recorrer… ...................................................................................... 56
Capítulo III: El Reino de Dios en clave de mujer ......................................................................... 58
3.1. El perfume del Evangelio: la presencia de la mujer en el proyecto de Jesús...................... 61
3.1.1. El encuentro de Jesús con la hemorroísa ................................................................................... 62
3.1.2. El encuentro de Jesús con la sirofenicia ..................................................................................... 64
3.1.3. El encuentro de Jesús con la ‘mujer del perfume’ ................................................................ 67
3.1.4. El encuentro de Jesús con Marta y María en Betania ......................................................... 70
3.1.5. Las discípulas de Jesús ...................................................................................................................... 72
3.2. Las mujeres en la Iglesia: discípulas y constructoras imparables del Reino ...................... 76
3.3. Los principales rasgos femeninos del Reino de Dios ..................................................................... 81
Capítulo IV: Hacia un compromiso efectivo por el Reino de Dios. ............................................ 83
Conclusión ........................................................................................................................................ 98
Bibliografía .................................................................................................................................... 102
4
Agradecimientos
Agradezco a la Santísima Trinidad por este fuego abrasador que encendió en mi corazón: al
Padre gobernador del Reino; al Hijo, comunicador de la Buena Noticia del Evangelio; y al
Espíritu Santo, fuerza renovadora de la creación.
Agradezco a mi Santa Madre Iglesia, por las infinitas enseñanzas y experiencias que han
sembrado en mi vida la semilla del Reino.
Agradezco a mi familia. A mi esposo e hijos por su apoyo, confianza y paciencia
incondicional. Este trabajo, nacido de mis entrañas, se ha nutrido del amor de nuestro hogar.
Agradezco a la Dra. Edith González. Maestra y amiga, que me ha acompañado en esta
maravillosa aventura teológica y pedagógica.
5
Introducción
Desde los inicios del cristianismo el anuncio del reino de Dios ha sido la clave fundamental
en la predicación de los apóstoles. Los discípulos y los primeros cristianos comprendieron
que la esencia del mensaje de Jesús fue la novedad del Reino de Dios, con el que se expresa
una relación en la que Dios manifiesta la soberanía en el corazón humano, en la historia y en
la creación, y a su vez exige por parte del hombre la absoluta obediencia a su voluntad.
Desde un primer momento, el ministerio de Jesús muestra que el Reino tiene una dialéctica
propia. Efectivamente, la soberanía divina actúa de manera germinal a lo largo de la historia.
Es como una semilla que, aunque tiene en sí misma la potencialidad de echar raíces y crecer
hasta dar fruto, necesita de un ambiente propicio en el cual desarrollarse (Mc 4, 3-8). Es
también como un grano de mostaza que, a pesar de ser minúsculo en el presente, en el futuro
puede llegar a ser el más grande de los árboles (Lc 13, 18-21).
La ingente investigación teológica entorno a la categoría evangélica fundamental del “Reino
de Dios” ha revelado cómo en el centro de esta noción se encuentran las claves que
evidencian, además, la presencia de un carácter particularmente pedagógico en la base del
proyecto cristiano. Es preciso recordar que el Catecismo de la Iglesia Católica sostiene que
la inauguración del Reino de Dios ocurre en virtud del deseo amoroso que proviene de la
gratuidad que caracteriza todos los actos del Padre1. Los cristianos, que son aquellos que han
respondido al amor divino, conforman la familia de Dios para transparentar los valores del
Reino por medio de un estilo de vida concreto2. Hacerse discípulo de Jesús implica la toma
de consciencia acerca de la radicalidad que tiene la estructuración de la existencia alrededor
de los valores del Reino, los cuales deben permear la sociedad entera. Con todo, no hay que
1 Catecismo de la Iglesia Católica, 759. 2 “Hacerse discípulo de Jesús es aceptar la invitación a pertenecer a la familia de Dios, a vivir en conformidad
con su manera de vivir: ‘El que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, éste es mi hermano, mi hermana y mi
madre’ (Mt 12, 49)” (Ibíd., 2233).
6
olvidar que el Reino de Dios contiene, por su naturaleza, un rasgo futuro que se relaciona
intrínsecamente con la salvación en el tiempo escatológico3.
En efecto, el Reino de Dios viene a ser la columna vertebral de la misión de Jesús, puesto
que Él proclamó incansablemente el reinado de su Padre en el mundo: “El tiempo se ha
cumplido y el Reino de Dios está cerca; conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1, 14-
15). Sus destinatarios primarios fueron las víctimas, los maltratados, los vulnerados, los
pobres, y todas aquellas personas excluidas aún en nuestra sociedad actual. Por tanto, acoger
a la propuesta de Jesús y adherirse a su palabra trae como consecuencia inherente
comprometerse con la lucha por los más necesitados mediante una praxis social de
solidaridad, de justicia y misericordia, a través de la cual se gestan múltiples experiencias de
humanización y liberación.
Sobre estas premisas, hemos querido preguntarnos por las consecuencias que surgen,
precisamente, de la comprensión de esta categoría “Reino de Dios” a la luz de las necesidades
y del contexto contemporáneo. Son muchas las preguntas que nos han surgido sobre este
asunto, sin embargo, las hemos condensado en una sola cuestión que guía la investigación:
¿qué implicaciones pedagógicas y teológicas surgen de la comprensión de la categoría
“Reino de Dios” para construir una propuesta pastoral que oriente el trabajo en el Hogar
Nuestra Señora del Milagro?
Nuestro problema de investigación ha sido contextualizado y desarrollado bajo un análisis
de la situación que se vive en la Casa Hogar “Nuestra Señora del Milagro”, ubicada en el
barrio San Rafael, Carrera 15a este # 58-52 sur; lugar en el que las Hijas de María Inmaculada
y Corredentora trabajan en pro de la reconstrucción personal de los valores que han sido
deformados por el ambiente y la vida que anteriormente han vivido las niñas y adolescentes,
entre los 7 y 18 años, que se encuentran en situación de amenaza o vulneración de sus
derechos fundamentales. Considerar el contexto particular tanto de esta casa hogar como del
3 “Por su muerte y su Resurrección Jesucristo nos ha ‘abierto’ el cielo. La vida de los bienaventurados consiste
en la plena posesión de los frutos de la redención realizada por Cristo, quien asocia a su glorificación celestial
a aquellos que han creído en Él y que han permanecido fieles a su voluntad. El cielo es la comunidad
bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a Él” (Ibíd., 1026).
7
arduo trabajo pastoral y social de esta congregación religiosa ha sido para nosotros de capital
importancia, sobre todo, porque el deseo fundacional de esta congregación se arraiga en la
construcción del Reino de Dios en el mundo y esto lo evidenciamos en su lema misionero: “servir
a Dios es reinar”.
Para dar respuesta a nuestra pregunta, acudimos a la interpretación que el teólogo José María
Castillo expone en su gran producción teológica y las propuestas interpretativas de algunas
teólogas contemporáneas. Este último acercamiento en clave femenina nos ayudó a construir
una propuesta pastoral, pedagógica y social aplicable a la casa hogar en cuestión.
Pero ¿por qué pensar en una propuesta pastoral, pedagógica y social? Indudablemente, las
implicaciones que se desprenden de considerar en estos tiempos el Reino de Dios no pueden
apuntar en una dirección que no mueva al cambio de nuestras sociedades actuales. Como
dice el P. José Antonio Pagola, es difícil acercarse a Jesús y no quedar atraído por su persona,
porque Él nos hace partícipes de un horizonte diferente de la vida, de una dimensión más
profunda, de una verdad más esencial. Cuando nos acercamos a la vida del Hijo de Dios
descubrimos una llamada a vivir la existencia desde su raíz última, es decir, desde aquella
comprensión de que Dios quiere para todos los seres humanos una vida más digna y dichosa,
una vida según los parámetros del Reino de Dios. Es por esto por lo que, Jesús nos invita a
desprendernos de cualquier postura rutinaria y postiza; Él nos exhorta a liberarnos de los
engaños, miedos y egoísmos que paralizan nuestras vidas; Él suscita en nuestros corazones
algo tan decisivo como es la alegría de vivir, la compasión por los últimos y el trabajo
incansable por un mundo más justo. Jesús nos enseña a vivir con sencillez y dignidad, con
fe, esperanza y caridad4.
La herramienta que nos permitió articular nuestra investigación fue el modo de hacer teología
latinoamericana, a saber, el método teológico “ver, juzgar, actuar”5, al ser este un método
4 Cfr. Pagola, Jesús. Aproximación histórica, 5. 5 Este trinomio “ver, juzgar, actuar” significa, en síntesis, un método de planificación pastoral, que nació como
método de la acción en el seno de la Juventud Obrera Cristiana en Bélgica, y ha sido usado también en los
documentos de la Iglesia, y más precisamente por Juan XXIII en Mater et Magistra, en 1961. En seguida con
la Gaudium et Spes (promulgada por el papa Pablo VI el 8 de diciembre de 1965, último día del Concilio) se
8
que busca superar el divorcio fe-vida, a través de una propuesta de espiritualidad en el
corazón de la pastoral. En efecto, hemos elegido este método “ver, juzgar, actuar” porque,
como afirma Juan XXIII en Mater et Magistra, permite que los conocimientos teológicos
aprendidos sean asimilados y no queden infértiles como ideas abstractas, sino que logra
capacitar prácticamente para llevar a la realidad concreta principios y directrices sociales6.
De la mano de este método, hemos podido comprender que sólo es posible involucrarnos
adecuadamente en una situación social cuando, previamente, un proceso de aprendizaje nos
ha marcado el camino. Dicho proceso, como lo presenta Danilo Streck, consiste en “una
experiencia de salir de sí y percibir la autocomunicación de Dios que viene a nuestro
encuentro, como no repetible, no ideologizable, donde la fe es la condición y motivación de
lo aprendido, y lo aprendido es la fe tomando forma”7.
Ahora bien, retomando nuestro método de investigación, manifestamos cómo el momento
del “ver” nos dispuso a observar, a considerar y a reconocer con cuidado y atención la
experiencia del Reino de Dios presente en el Nuevo Testamento, especialmente en los
Evangelios y en la doctrina paulina, con el fin de descubrir actitudes, modos de pensar,
valoraciones y las características propias del Reino de Dios. Además, este “ver” nos impulsó
a detener nuestra mirada en el pensamiento de José María Castillo, pues esta perspectiva
contemporánea nos ayudó a profundizar en esta categoría evangélica. Asimismo, este
momento del “ver” hizo que comprendiésemos la historia humana como un “lugar
teológeno” (generador de teología)8 y pensásemos nuestra investigación sobre el Reino de
Dios no solamente en relación con la época de antaño en la que se escribieron los textos
sagrados sino, también, en relación con nuestro “aquí y ahora”. Se trató, entonces, de articular
una mirada anamnética, de rememoración histórica, con una mirada profética y crítica de la
actualidad.
transforma en método teológico, y más tarde se convierte en un principio arquitectónico de los documentos
conclusivos de las Conferencias generales de la Iglesia latinoamericana, tales como Puebla y Medellín. 6 Juan XXIII, Mater et Magistra, 217-218. 7 Streck, Dos enfoques sobre el hacerse humano: encuentros y desencuentros entre teología y pedagogía, 2. 8 Vélez, El quehacer teológico y el método de investigación acción participativa. Una reflexión metodológica,
200.
9
En el segundo momento, es decir, en el “juzgar”, nos propusimos tomar posición frente al
análisis que resultó del “ver” y buscamos explicitar los rasgos más relevantes del “Reino de
Dios”. En este orden de ideas, optamos por una interpretación en clave femenina del Reino,
a la luz de los aportes de algunas teólogas contemporáneas. Este momento del “juzgar” pone
en evidencia que no basta reflexionar y lograr una mayor clarividencia, sino que es necesario
obrar, porque se ha presentado, con dramática urgencia, la hora de la acción9.
Llegamos así al momento del “actuar”, en el que construimos una propuesta pastoral,
pedagógica y social aplicable al Hogar “Nuestra Señora del Milagro”, que siguiera los
lineamientos e implicaciones que iban emergiendo a lo largo de nuestra indagación sobre la
categoría “Reino de Dios”. Este tercer momento, como afirma taxativamente el teólogo y
filósofo Gustavo Gutiérrez, evidencia que nuestro ejercicio como teólogos consiste en pasar
de la “simple afirmación y casi recitación de verdades” al “compromiso, actitud global,
postura ante la vida”10.
El camino que recorrimos de la mano de este método de investigación teológica “ver, juzgar,
actuar” nos ayudó a comprender la manera en que la Palabra se hace acción y se realiza como
acción transformante y transformadora. El presente trabajo contiene cuatro capítulos en los
que damos cuenta de cómo este método teológico nos ha posibilitado transitar por un
itinerario desde las raíces bíblicas del Reino hasta el planteamiento de la necesidad de seguir
forjando proyectos que ayuden a consolidar, cada vez más, el mensaje que el mismo Hijo de
Dios vino a comunicarnos.
En el primer capítulo, exponemos la categoría “Reino de Dios” en el contexto bíblico del
Nuevo Testamento; primero, en los Evangelios sinópticos, segundo en el Evangelio de San
Juan; y, por último, en la doctrina de San Pablo. Este primer capítulo nos permitió
comprender el “Reino de Dios” como la temática principal del mensaje de Jesús.
9 Cfr. Celam, Medellín, Introducción a las conclusiones, 3. 10 Gutiérrez, Teología de la liberación. Perspectiva, 21.
10
En el segundo capítulo, ahondamos en el pensamiento teológico de José María Castillo y
expusimos las características, implicaciones y compromisos que van surgiendo de esta
aproximación al Reino. Este capítulo viene a ser la columna vertebral de la investigación,
puesto que en él presentamos una articulación entre la comprensión del “Reino de Dios”
según los textos bíblicos y la exégesis de esta categoría evangélica según la teología
contemporánea.
En el tercer capítulo, hacemos una lectura del “Reino de Dios” en clave femenina. Aquí, en
primer lugar, buscamos asociar la Teología femenina con la noción del “Reino de Dios”; en
segundo lugar, consideramos el papel de la mujer en la construcción del Reino; y, en tercer
lugar, presentamos algunas características que nos permiten apreciar un “Reino de Dios” en
perspectiva femenina. Este capítulo está construido sobre el trabajo teológico que han llevado
a cabo las teólogas Elizabeth Schüssler Fiorenza, Nuria Calduch y Carmen Bernabé Ubieta,
entre otras.
En el cuarto y último capítulo, profundizamos en la misión que tenemos todos los cristianos
en la construcción y expansión del “Reino de Dios”. Asimismo, proponemos un proyecto
pastoral, pedagógico y social para un contexto específico: el Hogar Nuestra Señora del
Milagro. Este capítulo final, además, recoge sintéticamente los lineamientos esenciales que
encontramos en nuestra investigación.
Para finalizar esta introducción resulta oportuno que manifestemos cómo, transversalmente,
en nuestra investigación van apareciendo aquellos rasgos que hacen posible hablar de una
pedagogía del Reino. Contemplar la vida de Jesús es la primera, y la más sublime, fuente de
la que nuestra investigación bebe y se alimenta. Sin duda alguna, no sería posible que este
trabajo se gestara sin la presencia constante de Jesús, como protagonista y mensajero, como
guía y maestro, como primer profeta y actor del Reino de Dios. Él, sin duda, se consagró
totalmente a algo que se fue apoderando de su corazón cada vez con más fuerza: el Reino de
Dios.
Este Reino fue la pasión y el motor de su vida, fue la causa a la que se entregó en cuerpo y
alma. Este Nazareno terminó viviendo solamente para ayudar a su pueblo a acoger en su
11
corazón el proyecto de su Dios11, dándole un horizonte nuevo y sorprendente. Jesús anuncia
que el Reino ha llegado ya, que está aquí, porque Él mismo lo ha experimentado y quiere que
todos experimentemos el reinado de su Padre, que no es, como veremos, un reinado de
dominación y subordinación, sino de amor, entrega y sacrificio. Hay mucho por hacer en pos
de este Reino y las palabras de Jesús, su modo de actuar y sus gestos siguen exhortándonos:
“ve y haz tú lo mismo” (Lc 10,37).
11 Cfr. Pagola, Jesús. Aproximación histórica, 57.
12
Capítulo I: La centralidad del Reino de Dios en el Nuevo Testamento
El Reino de Dios está ya aquí, pero solo como una “semilla” que se está
sembrando en el mundo; un día se podrá recoger la “cosecha” final. El Reino de Dios está
irrumpiendo en la vida como una porción de “levadura”; Dios hará que un día esa
levadura lo transforme todo. La fuerza salvadora de Dios está ya actuando secretamente
en el mundo, pero es todavía como un “tesoro escondido” que muchos no logran
descubrir; un día todos lo podrán disfrutar. Jesús no duda de este final bueno y liberador.
A pesar de todas las resistencias y fracasos que se puedan producir, Dios hará realidad
esa utopía tan vieja como el corazón humano: la desaparición del mal, de la injusticia
y de la muerte12.
El Nuevo Testamento no nos da una respuesta directa a la pregunta por el Reino de Dios,
pues en ningún momento Jesús presenta una definición o una explicación de este, sino que él
habla del Reino de su Padre como una realidad conocida, sugiriendo algunos de sus aspectos
y características a través de parábolas y sermones13. Lo que sí es evidente es que la pretensión
de Jesús nunca fue exponer teórica y conceptualmente el Reino de Dios sino encarnarlo en
su vida, en su modo de hablar y de actuar.
En estos tiempos contemporáneos es claro que el centro de la predicación y mensaje de Jesús
está en la enseñanza sobre el Reino de Dios. Esta expresión aparece más de cien veces en los
Evangelios, exactamente ciento siete veces14. El proyecto del Reino de Dios, tal y como Jesús
lo predica, es el anuncio de buenas noticias, puesto que el tiempo nuevo, profetizado antaño,
por fin había llegado.
En los cuatro Evangelios encontramos esta noticia bajo la matriz programática, según la cual
se articula la vida pública de Jesús. Los Evangelios de Marcos y Mateo la recogen muy bien
cuando presentan, de manera sucinta, lo que constituía la temática fundamental de la
predicación del Nazareno: “Se ha cumplido el plazo, ya llega el reinado de Dios.
12 Pagola, Jesús. Aproximación histórica, 106. 13 Esta situación paradójica la desarrollan con detalle autores como J. Sobrino, W. Kasper y E. Schillebeeckx.
Para Aguirre, el Reino de Dios “es, más bien, un símbolo lingüístico evocador, sugerente, abierto” (Aguirre,
Ensayo sobre los orígenes del cristianismo, 11). 14 Cfr. Castillo, Espiritualidad para comunidades, 45.
13
Conviértanse y crean la buena noticia” (Mt 4, 17; Mc 1,15). Ambos evangelistas sitúan estas
palabras de Jesús al comienzo de su itinerario evangelizador y misionero.
El Evangelio de Lucas nos recuerda cómo cuando Jesús comienza su ministerio en Galilea
es allí retenido por la multitud y él dice que también a otros pueblos tiene que anunciar el
Reino de Dios, pues para eso lo ha enviado su Padre (Lc 4,43). En el cuarto Evangelio, el
Reino de Dios aparece asociado a una suerte de ‘nuevo nacimiento’ (Jn 3,3) y a un reinado
que no es de este mundo (Jn 18, 36).
Además de estas alusiones al reinado de Dios, presentes en el Evangelio, en el epistolario del
apóstol San Pablo también emergen importantes claves sobre la comprensión de esta
categoría evangélica. En los escritos paulinos, la encontramos asociada a la vida cristiana de
las primeras comunidades; referida a tres características específicas: justicia, paz y gozo (Rm
14, 17); y, también, relacionada con el poder de Dios (1 Cor 4,20).
Antes de pasar a estudiar cada uno de los Evangelios y el corpus paulino, nos parece oportuno
manifestar cómo, trasversalmente, en el Nuevo Testamento nos encontramos con esta noción
del Reino de Dios. Para Jesús de Nazaret, su Abbá Dios es siempre el “Dios del Reino” y el
Reino que él vino a predicar siempre fue “Reino de Dios”15. Con su vida, Jesús se nos
presenta como el pregonero, el evangelizador y el servidor del Reino; la causa a la que
consagra fielmente toda su vida es la causa del Reino.
Como ya dijimos, esta proclamación de la buena nueva del Reino de Dios estaba relacionada
con las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento, en las cuales se anunciaba la venida
del Mesías-Rey, quien instauraría en la tierra el reinado de Dios. Isaías, el profeta mesiánico
por excelencia, anuncia en sus oráculos que el reinado de Dios traerá consigo el perdón de
los pecados, la consolación de los afligidos, la sanación de los heridos, la plena liberación de
los oprimidos, la esperanza y la salvación del pueblo, la justicia y el derecho en favor de los
15 Cfr. Peresson, La pedagogía de Jesús: Maestro carismático popular, 132
14
más vulnerables y la anhelada paz y alegría verdaderas (Is 11, 2-9; 32, 1-3. 15-18; 42, 1-4;
65, 17-25).
Este anhelo profético por un mundo radicalmente nuevo y gobernado por Dios se fue
trasmitiendo y predicando generación tras generación hasta que las palabras del profeta
veterotestamentario reverdecieron en boca de Juan el Bautista, quien presentó a Jesús como
‘signo’ de la llegada del tiempo mesiánico, como ‘signo’ patente de que el tiempo del Reino
ha llegado por él, con él, y en él16. Jesús, en efecto, viene al mundo en carne humana para
visibilizar que el Reino de Dios ha irrumpido en la historia para siempre y está en medio de
los seres humanos, en un ‘aquí’, en un ‘ahora’, en un ‘hoy’. La promesa de antaño deviene,
con la encarnación como una realidad fáctica e histórica.
En el Nuevo Testamento, se nos revela la buena nueva del Reino, la noticia encarnada de
Dios que está presente, actuando y liberando, salvando y sanando. Se trata de una experiencia
vital en la que los seres humanos descubrimos al “Dios con nosotros”, al Rey y Señor de la
historia dentro de la misma historia: la presencia liberadora de Dios en la historia de nuestro
pueblo.
1.1. Los Evangelios Sinópticos: el lenguaje parabólico del ‘Reino de Dios’
En los Evangelios sinópticos, la palabra ‘Basileia’ (Βασιλεία), que significa Reino, aparece
cerca de 121 veces, distribuidas así: 20 veces en Marcos, 55 en Mateo y 46 en Lucas. El
acercamiento a estos textos sinópticos nos permite corroborar cómo cada vez que los
evangelistas quieren exponer en pocas palabras lo esencial de la predicación y de la vida
misma de Jesús refieren al ‘Reino de Dios’. En efecto, percibimos que en los Evangelios
sinópticos la ‘Basileia tou Theou’ (Βασιλεία τοῦ θεοῦ)17 es el tema central del mensaje del
Jesús terreno.
16 Cfr. Lc 7, 21-23; Mt 1, 3-6. 17 Traducción del hebreo ‘malkuth Yahvé’. C. H. Dood afirma que “Malkut, como otros sustantivos de la misma
estructura, es propiamente un nombre abstracto que significa ‘realeza’, ‘autoridad real’, ‘reinado’ o ‘soberanía’.
La expresión ‘malkut de Dios’ indica que Dios reina como rey. Atendiendo no ya a la forma gramatical, sino al
sentido de la expresión ‘reino de Dios’, la idea sustantiva es Dios, y el término ‘reino’ indica el aspecto
específico, atributo o actividad de Dios, con que él se revela como rey o señor soberano de su pueblo o bien del
universo por él creado” (Dodd, Las parábolas del Reino, 42).
15
Llama la atención que en la mayoría de estas alusiones al reino de Dios evidenciamos un
lenguaje resueltamente metafórico, pues se trata del lenguaje parabólico con el que Jesús
predicaba la buena noticia. El anuncio del Reino de Dios es tan profundo y desconcertante
que, con razón, el evangelista Marcos habla del “misterio del Reino de Dios” (Mc 4, 11).
Este misterio es el que Jesús desentraña en su predicación a través de las parábolas y, por
esto, en ellas se condensa el significado más hondo y sorprendente sobre lo que representa el
Reino de Dios.
Como metáforas, las parábolas de Jesús apuntan a un orden de la realidad distinto de aquel que
se describe en ella. (...) lo ordinario aparece como sesgado y, por tanto, nos choca al constatar
que las parábolas se desarrollan con otro modo de pensar sobre la vida. Por eso Jesús habló un
lenguaje familiar y concreto que tocaba a las personas en sus vidas cotidianas pero que señalaba
más allá de ellas misma y las emplazaba a considerar la vida diaria como portadora de auto-
transcendencia. De aquí que un gran número de las parábolas de Jesús sean explícitamente
parábolas del Reino, y que muchos autores sitúen todas las parábolas en el contexto de la
proclamación del Reino. El mensaje del Reino es que Dios es poderoso y activo, y que el mundo
está en un proceso de transformación. La nueva era ha comenzado y Dios ha entrado en la historia
de una forma nueva. En efecto, el mensaje del Reino es que el mundo apunta a algo más allá de
él mismo. El uso de la parábola, con el poder natural de la metáfora de conducirnos más allá de
ella misma, está significando que efectivamente el medio es el mensaje. Jesús mismo es parábola;
así también, sus presentaciones del Evangelio. Por tanto, el lenguaje teológico es radicalmente
parabólico18.
Como veremos, las parábolas son, al mismo tiempo, reveladoras y encubridoras, puesto que
a través de ellas algunas personas aclaran el sentido esencial del mensaje del Reino, mientras
que otras personas, en cambio, no logran comprender lo que con ellas se quiere decir. En
efecto, como bien afirma José María Castillo, “el problema está en si se vive o no se vive lo
18 Donahue, El Evangelio como parábola, 24.
16
que la parábola contiene y entraña. Porque sólo cuando nosotros nos hacemos parábola,
entonces es cuando comprendemos lo que nos enseña Jesús en la parábola”19.
Sin duda, a través del lenguaje parabólico Jesús nos dice ‘algo nuevo’, que no se puede decir
sino mediante tal lenguaje; eso ‘nuevo’ y profundo es el Reino. Hay en las parábolas como
una dialéctica entre la imagen visual a la que refieren y la idea nuclear, que permite diversos
grados de aproximación comprensiva. En la mayoría de las parábolas de Jesús de Nazaret,
encontramos imágenes que describen distintas características y rasgos propios del reino de
Dios, tema que viene a constituir el núcleo de ellas. Junto a estas imágenes visuales
encontramos desarrolladas ideas secundarias que pueden adquirir diferentes connotaciones
según las personas o las culturas que las escuchen; sin embargo, lo central de ellas es su
núcleo cognitivo-existencial, pues de aquí emerge la fuerza y direccionalidad del contenido
del mensaje que se transmite.
En los Evangelios sinópticos, según la estimación del teólogo Warren S. Kissinger, podemos
encontrar hasta 124 parábolas20. Sin embargo, este descubrimiento siempre dependerá de la
concepción de ‘parábola’ que tenga la persona que se acerque a leer el Evangelio. En
cualquier caso, lo que aquí nos interesa no es el número de parábolas que se encuentren, sino
el contenido temático de las mismas, pues en ellas sobre todo nos encontramos con asuntos
relacionados con la conversión y el reino de Dios21; empero, siendo fieles a la tesis que desde
el comienzo de este escrito hemos presentado, consideramos que el Reino de Dios es el tema
unificador y central del Evangelio de Jesús y que la conversión está implícita y es
consecuencia del reinado de Dios.
De manera explícita, encontramos por lo menos 12 parábolas principales sobre el Reino de
Dios en los Evangelios sinópticos: el sembrador (Mt 13, 18-19; Lc 8, 10); la cizaña (Mt 13,
24-25); el grano de mostaza (Mc 4, 30; Mt 13, 31; Lc 13, 18); la levadura (Mt 13, 33; Lc 12,
20); el tesoro escondido (Mt 13, 44); la perla de gran valor (Mt 13, 45); la red (Mt 13, 47); la
19 Castillo, El Reino de Dios. Por la vida y la dignidad de los seres humanos, 46. 20 Cfr. Kissinger, The parables of Jesus. A Hsitory of Interpretation and Bibliography, XXII-XXIV. 21 Cfr. Coenen, Beyreuther & Bietenhard, Diccionario Teológico del Nuevo Testamento, 291.
17
semilla que crece por sí sola (Mc 4, 26); el deudor inicuo (Mt 18, 23); los jornaleros de la
viña (Mt 20, 1); el banquete de bodas (Mt 22, 2; Lc 14, 15); las diez vírgenes (Mt 25, 1).
Las parábolas evangélicas han sido estudiadas con detenimiento prolijo por el teólogo Mario
Peresson S.D.B., quien a partir de ellas ha presentado un itinerario educativo de la pedagogía
evangélica del Jesús maestro; en su estudio, Peresson afirma que, si bien es cierto que la
temática principal de las parábolas es el Reino de Dios, es posible agruparlas según el aspecto
del Reino que cada una de ellas aborda22. Según el P. Peresson, encontramos, en primer lugar,
parábolas que revelan la presencia, la novedad y el crecimiento dinámico del Reino; en
segundo lugar, parábolas que expresan la misericordia de Dios en el Reino que llega; en
tercer lugar, parábolas del seguimiento, que invitan a vivir como discípulos y misioneros del
Reino; y, en cuarto lugar, parábolas que explicitan las exigencias del Reino y del Juicio, de
la crisis y de la conversión.
Acerquémonos, pues, al contenido parabólico de cada uno de los Evangelios sinópticos bajo
el pretexto de buscar algunas claves que nos permitan comprender desde una perspectiva
amplia en qué consiste el Reino de Dios, cuáles son algunos de sus rasgos y qué implicaciones
o actitudes propias se perciben en quienes se presentan como miembros de dicho Reino.
1.1.1. Las parábolas del Evangelio según San Marcos
En el primer capítulo del Evangelio de Marcos nos encontramos con una suerte de sumario
en el que parece sintetizarse el contenido total del mensaje de Cristo: “Después de que Juan
el Bautista fue encarcelado, Jesús fue a Galilea para proclamar el Evangelio del Reino de
Dios. Decía: ‘El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado. ¡Arrepiéntanse, y
crean en el Evangelio!” (Mc 1, 14-15).
En este sumario, Marcos presenta programáticamente la quintaesencia de la actuación y
predicación de Jesús: entrega (παραδοθῆναι), predicación (κηρύσσων), buena noticia
(εὐαγγέλιον), plenitud del tiempo (πεπλήρωται ὁ καιρὸς), conversión (μετανοεῖτε), creencia
(πιστεύετε) y Reino de Dios (βασιλεία τοῦ θεοῦ). Con esto, percibimos cómo las primeras
22 Cfr. Peresson, La pedagogía de Jesús: Maestro carismático popular, 300.
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palabras que pronuncia Jesús son para anunciar la proximidad del reino. Estas palabras
introductorias del Evangelio de Marcos se consideran como el testimonio más antiguo y
sintético de la misión de Jesús23.
Llama la atención que en este Evangelio Jesús se presenta como el Hijo del hombre con la
misma frecuencia con la que se refiere al Reino de Dios en sus sermones. Esto nos indica
hasta qué punto el Hijo del hombre y el Reino de Dios tienen, en Marcos, un estatuto
similar24. Sin embargo, Marcos no habla nunca del Reino de Dios a propósito del Hijo del
hombre, sino que este último queda investido de los poderes reales que Dios le transmite:
ejerce el juicio, aunque no parece reinar permanentemente en un territorio o sobre una
población25. En cuanto al reinado de Dios, Jesús desde el comienzo de su vida pública se
presenta como su pregonero, empero, a medida que se desarrolla el relato, él mismo se
considerará el rey, en un contexto específico en el que no pueda confundirse su reinado con
el de un rey ordinario26.
En los capítulos segundo y cuarto del Evangelio de Marcos nos encontramos con seis
parábolas que revelan la presencia, la novedad y el dinamismo del Reino de Dios: por un
lado, en el capítulo segundo descubrimos la parábola del novio en la sala nupcial (Mc 2,19),
la alegoría al remiendo de paño nuevo sobre el paño viejo (Mc 2,20) y la alusión al vino
nuevo en odres nuevos (Mc 2,22); por otro lado, en el cuatro capítulo, aparecen las parábolas
del sembrador y de los terrenos (Mc 4, 3-9), de la semilla (Mc 4, 26-29) y del grano de
mostaza (Mc 4, 30-32). Estas seis parábolas nos presentan al Reino de Dios bajo una serie
de características evidentes: la alegría y el festejo nupcial propio de la llegada del Esposo; la
novedad representada en el paño nuevo, el vino nuevo y en los odres nuevos; la semilla que
el agricultor siembra; la semilla que germina y crece sin que nos demos cuenta; la semilla de
mostaza que, aunque es minúscula, cuando crece se convierte en el mayor de los árboles.
También, se encuentran dos parábolas que visibilizan la misericordia del Reino de Dios: una
23 Cfr. Peresson, La pedagogía de Jesús: Maestro carismático popular, 310. 24 Cfr. Quesnel, Evangelio y Reino De Dios, 24. 25 Cfr. Ibíd., 32. 26 Ibídem.
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versa sobre la relación entre el médico y los enfermos (Mc 2, 17) y, otra, sobre los pérfidos
viñadores (Mc 12, 1-12). Estas dos parábolas nos manifiestan cómo el Reino de Dios es
misericordia que busca, por un lado, a aliviar el sufrimiento y las dolencias de los hombres
enfermos y vulnerables; y, por otro lado, es un Reino que incomoda a algunos y, por esto, es
constantemente atacado, incluso por sus mismos labradores, como se visibiliza en la parábola
de la viña.
En el capítulo decimotercero nos encontramos con una parábola en la que se nos manifiesta
el advenimiento del Hijo del hombre, se trata de la parábola de los siervos que administran
la casa de su señor y del portero al que se le encomienda que esté vigilante hasta que regrese
el dueño de casa (Mc 13, 33-37); este relato hace parte de las parábolas sobre las exigencias
del Reino. En la narrativa de esta perícopa del Evangelio de Marcos nos revela la necesidad
de que los siervos estén alerta y en vela frente a la repentina llegada de su señor. Sin duda,
se trata de una alusión directa a la actitud propia de quien sirve en el Reino: tener los ojos
abiertos y estar siempre atento a los signos de los tiempos.
Además de las características y aspectos del Reino que se visibilizan en las anteriores
parábolas, de manera transversal en la narrativa de todo el Evangelio de Marcos aparecen
rasgos propios del Reino que Jesús predica. Recordemos que este Evangelio ha sido
considerado como el “Evangelio del catecúmeno”, de quien anda en busca de la identidad
del Señor para redescubrir su persona, su humanidad y su divinidad27.
La proclamación de la buena noticia de Jesús reúne a una multitud expectante, que lo escucha
y lo sigue maravillada por sus palabras y sus obras (Mc 3, 9). Este anuncio provoca múltiples
enfrentamientos y conflictos, desde la confrontación con los letrados (Mc 1, 21-27) hasta la
curación del manco en la sinagoga (Mc 3, 1-5), que le cuesta a Jesús poner en grave peligro
su propia vida (Mc 3, 6). Marcos nos recuerda que el proyecto de Jesucristo esencialmente
27 Por un lado, Marcos nos presenta el misterio del Mesías (Mc 1,14-8,30), de Jesús manifestando su autoridad
(Mc 1,14-3,6), proclamando el Reino de su Padre (Mc 3,7-6,6a), y manifestando su poder (Mc 6,6b-8,30); por
otro lado, Marcos nos expone el misterio del Hijo del hombre (Mc 8,31-16,8), pues percibimos cómo se describe
el camino del Hijo del hombre (Mc 8,31-10,52), el juicio de Jesús sobre Jerusalén (Mc 11,1-13,37) y el relato
de la pasión, muerte y la resurrección (Mc 14,1-16,8).
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es el anuncio del Reino de Dios (Mc 1, 14-15), un anuncio que genera incomodidad en los
representantes religiosos (Mc 1,21-3,6) y entusiasmo popular en los más vulnerables del
pueblo (Mc 3, 7-9).
Además, el Reino predicado por Jesús provoca, convoca y llama a quienes lo escuchan a que
lo sigan y hagan parte del proyecto de Dios (Mc 1, 16-20). Seguimiento que reclama una
negación de sí mismo y la decisión libre de cargar con la cruz de Cristo (Mc 8, 34),
seguimiento que reclama la renuncia al amor particular por los familiares (Mc 2, 16-20) y su
expansión a todo el género humano, seguimiento que requiere un abandono de las posesiones
y seguridades externas (Mc 10, 17-20). Se trata de un Reino que está en plena solidaridad
con el pueblo, que busca defender la vida y la dignidad humana, que se abaja a los más
pequeños (pobres, enfermos, niños y mujeres) y sitúa en ellos el lugar privilegiado en donde
el Reino de Dios aparece visiblemente.
Un proyecto indiscutiblemente opuesto y resueltamente encaminado en una dirección
diferente al de la sociedad de aquel momento, en la que los poderosos y ricos eran los que
dominaban y gobernaban. Resulta claro que, para Marcos, a mucha gente, sobre todo a los
que encarnan los distintos poderes28, no les gustó el “modelo” de Reino que Jesús proponía.
Sobre todo, porque, como percibimos en el capítulo tres (Mc 3,1-6), Jesús puso el bien del
ser humano como criterio decisivo para que pudiéramos constatar si Dios reinaba en el
mundo y para averiguar cuál era su voluntad.
1.1.2. Las parábolas del Evangelio según San Mateo
El Evangelio de Mateo se escribió, sin duda, unos veinte años después Evangelio de Marcos.
Mateo se muestra heredero de la predicación del reino hecha por su predecesor y la modifica
según sus propias perspectivas. Llama la atención que en este Evangelio la expresión ‘Reino
de Dios’ (βασιλεία τοῦ θεοῦ) sólo se encuentra cuatro veces (Mt 12,28; 19,24; 21,31.43).
Aquí, se hablará de ‘Reino de los cielos’ (βασιλεία τον οὐρανὸν). Michel Quesnel afirma que
esto es así debido al ambiente impregnado de judaísmo al que pertenece el redactor y para el
28 Nos referimos al poder económico (Mc 10,23-25), cultural (Mc 12,38-40), social (Mc 12,18-27) y religioso
(Mc 12,27-33; 2,23-28).
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que escribe, un contexto en el que se evitaba pronunciar el nombre divino29.
En los primeros capítulos de este Evangelio encontramos una suerte de sumario que condensa
el proyecto de Jesús: “Jesús recorría Galilea entera, enseñando en aquellas sinagogas,
proclamando la buena noticia del Reino y curando todo achaque y enfermedad del pueblo”
(Mt 4, 23). Sobre este pasaje, E. Klostermann afirma que Mateo construyó este sumario con
el objetivo de mostrar en conjunto toda la enseñanza y las curaciones de Jesús, en otras
palabras, antes de narrar los hechos concretos y de contar detalladamente, ofreció una visión
global de lo que pretendía hacer30. En efecto, el evangelista Mateo es el que más insiste en la
relación estrecha que existe entre Evangelio y Reino de Dios, repitiendo tres veces la
sentencia del “Evangelio del Reino” (εὐαγγέλιον τῆς βασιλείας)31; lo que viene a significar,
como muchos académicos han insistido, que para Mateo la ‘buena noticia del Reino’ es el
eje transversal de toda su obra32, él presentará el esbozo de la realización del Reino en el
mundo33.
En este segundo Evangelio sinóptico nos encontramos con un estilo literario sencillo, breve,
claro y organizado, según el cual se presentan los acontecimientos de forma breve, pero en
cuanto a los discursos y enseñanzas de Jesús se les dedica mucha más atención, puesto que
Jesús es caracterizado como el maestro del pueblo, que enseña el verdadero camino de la
justicia (Mt 5,20); un maestro que se enseña, sobre todo, a los maestros de la ley; un maestro
de la sabiduría34.
Estructuralmente, el Evangelio de Mateo se ha dividido según los cinco discursos sobre las
enseñanzas de Jesús, así: primero, discurso sobre el discipulado (Mt 5-7); segundo, el
discurso sobre el apostolado (Mt 9,36-10,42); tercero, el discurso sobre las parábolas (Mt 13,
1-53); cuarto, el discurso sobre la Iglesia (Mt 17,22-18,35); y, por último, el discurso sobre
29 Quesnel, Evangelio y Reino De Dios, 24. 30 Cfr. Klostermann, Das Matthäusevangelium, 31; Castillo, El reino de Dios por la vida y la dignidad de los
seres humanos, 29. 31 Las tres menciones las encontramos en Mt 4, 23; Mt 9, 35 y Mt 24,14. 32 J. Kingsbury, por ejemplo, afirma que el “εὐαγγέλιον τῆς βασιλείας” es “Mattew’s own capsule-summary of
his work” (Kingsbury, Matthew: Structure, Christology, Kingdom, 131). 33 Charpentier, Para leer el Nuevo Testamento, 93. 34 Trilling, El Evangelio según San Mateo, 7.
22
el juicio final (Mt 23-25). Estos discursos presentan, entre sí, intervalos de narraciones que
nos ayudan a comprender el mensaje que contienen los discursos35. Esta división permite que
nosotros podamos situar, en este Evangelio sinóptico, el lugar en donde Jesús enseña a través
de parábolas, a saber, el discurso del capítulo decimotercero (1-53) en el que Jesús centra su
predicación precisamente en la revelación del Reino de Dios.
Resulta bastante sugerente que precisamente Jesús realice su predicación del Reino luego de
haber expresado que su familia traspasa los límites sanguíneos y se extiende a toda la
comunidad que realiza la voluntad de Dios (Mt 12, 46-50). Lo anterior parece visibilizar la
nueva familia de Jesús, una familia conformada por todos los discípulos del Reino de Dios.
En el decimotercer capítulo, Mateo presenta a Jesús proclamando un sermón en el que se
despliegan ocho parábolas según las cuales se revela una vez más el hilo conductor sobre el
tema principal que lleva en todo el Evangelio, la manifestación del Reino: “Aquel día salió
Jesús de la casa y se sentó junto al mar. Y se le juntó mucha gente; y entrando él en la barca,
se sentó, y toda la gente estaba en la playa. Y les habló muchas cosas por parábolas” (Mt 13,
1-3). Se trató de la predicación de la parábola del sembrador (Mt 13, 3-9), la parábola de la
cizaña (Mt 13, 24-30), la parábola del granito de mostaza (Mt 13, 31-32), la parábola de la
levadura (Mt 13, 33), la parábola del tesoro escondido (Mt 13, 44), la parábola de la perla de
gran valor (Mt 13, 45), la parábola de la red (Mt 13, 47-50) y la parábola del padre de familia
(Mt 13, 52).
La pedagogía de Jesús está en el contexto del anuncio de llegada, misterio y revelación del
Reino de Dios. Estas parábolas revelan ese misterio utilizando los acontecimientos cotidianos
y sencillos de los oyentes, e invitando a reflexionar y a descubrir la llegada del Reino en sus
propias vidas. Santiago Guijarro, percibe en estas parábolas “la preocupación de un pastor
que intenta animar, exhortar, y fortalecer la fe de su comunidad”36. Siguiendo al P. Mario
Peresson37, en estas ocho parábolas encontramos cuatro que hacen referencia a la novedad
del Reino (sembrador, cizaña, grano de mostaza y levadura), dos con alusión al seguimiento
35 Cfr. Roig, La Estructura Literaria del Evangelio de San Mateo, 7. 36 Guijarro, Evangelio Según San Mateo, 70. 37 Cfr. Peresson, La pedagogía de Jesús: Maestro carismático popular, 302-305.
23
y al discipulado (el tesoro escondido y la perla preciosa), y otras que refieren a las exigencias
del Reino (la red y el padre de familia).
De este capítulo decimotercero, emergen algunas de las características sobre el Reino de
Dios: el proyecto del Reino es sembrado por Jesús en los hombres, pero depende siempre de
la disposición libre que cada oyente tenga para hacer germinar dicha semilla o para hacerla
perecer, porque el buen terreno representa a los hombres que reciben el mensaje del Reino,
lo entienden y producen frutos; la semilla del Reino de los cielos crece entre cizaña y por tal
motivo hay que estar atentos a la hora de la siega para no confundir el trigo con la mala
hierba, es decir, el proyecto del Reino con el proyecto del anti-reino; el Reino de los cielos
es como la levadura, es decir, fermenta con su mensaje en el corazón del hombre, pues una
vez que se ha puesto la levadura (mensaje del Reino) el proceso de fermentación (expansión
del Reino) continúa hasta que toda la masa crezca (universalización del Reino); el Reino de
Dios es como un tesoro interior, imperecedero y eterno que se encuentra inesperadamente,
se trata de un tesoro tan inestimablemente precioso que quien lo encuentra está dispuesto a
entregar por él todo lo que pudiera interferir con su plena obtención; en sintonía con lo
anterior, el Reino es como la perla de gran valor que encuentra un buscador diligente, el
Reino de Dios es, sobre todo, un descubrimiento incalculable que llena de alegría y gozo; el
Reino, también, es como una red, que atrapa a todos aquellos que escuchan su buena noticia,
pero que, sin embargo, requiere un ejercicio de conversión hacia lo bueno, puesto que ‘los
malos’ serán arrojados fuera de la red; además, quien recibe el Reino es como un padre de
familia que nutre y provee a su familia con “un verdadero tesoro”, siempre antiguo y nuevo.
Además de los rasgos del Reino de los cielos, mencionados anteriormente, Mateo también
nos manifiesta que este es un Reino que tiene poder sobre el universo material, sobre los
espíritus malignos y sobre toda enfermedad; es un Reino que trae milagros consigo 38 :
sanación de enfermos, resurrección de muertos, limpieza de leprosos, expulsión de demonios.
Asimismo, este es el Reino de los enfermos, perseguidos, agobiados, cansados, débiles (Mt
11, 28), un reino que le pertenece a los niños (Mt 19, 14), un reino que es propiedad de los
38 Los milagros de sanidad de Cristo tenían un significado triple: confirmaban su mensaje, mostraban que
verdaderamente él era el Mesías de la profecía y demostraban que, en cierto sentido, el reino ya había llegado.
24
pobres en espíritu (Mt 5, 3) y de los perseguidos por causa de la justicia (Mt 5, 10).
Para Mateo, quienes anhelen ser partícipes de dicho reino deben buscar primero el Reino de
Dios y su justicia (Mt 6, 33), deben convertirse en sal de la tierra y luz del mundo (Mt 5, 12-
16), deben servir fielmente a Dios (Mt 24, 45-51), poniendo sus talentos al servicio del Reino
(Mt 25, 14-30) y haciendo fructífero su trabajo en la viña del Señor (Mt 20, 1-16). Además,
no deben mirar con nostalgia hacia su pasado (Mt 9,61-62) sino, al contrario, deben salir
alegres al encuentro del novio que llega (Mt 25, 6). Los ciudadanos del Reino, sobre todo,
deben ir por todo el mundo y predicar la Buena Noticia de Jesús a toda criatura, bautizando
en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28, 19).
1.1.3. Las parábolas del Evangelio según San Lucas
El mensaje de Lucas se caracteriza por presentar a Jesús como “el Hijo del Hombre, el ser
humano perfecto”39, describiendo de forma natural y sencilla la vida de Jesús desde su
encarnación hasta su asunción a los cielos; es un texto bastante detallista en sus narraciones
y amplía con detalles cada pasaje de sus escritos. Además, está escrito con una sencillez tal
que su redacción y su lenguaje es de fácil acceso a los más pobres, necesitados y poco
instruidos.
Lucas tiene especial interés es el que los cristianos convertidos del paganismo comprendan
la palabra de Dios y la pongan en práctica, pues así es como entraran a formar
verdaderamente parte del Reino de Dios. Lo anterior, sobre todo, porque el evangelista quería
fortalecer en sus hermanos de fe la identidad cristiana, en un entorno impregnado de
paganismo, placer y afán por las riquezas. También, como percibimos, el evangelio de Lucas
parece tener primordial interés en que el mensaje de Jesús llegue a los gentiles40.
El Evangelio de Lucas se distingue del de Marcos y Mateo en que la predicación del Reino
no se menciona al comienzo de la misión de Jesús. Este tercer evangelio sinóptico no
comienza con un sumario de la predicación de Jesús, sino que hasta el capítulo cuarto
39 Pikaza, Teología de los Evangelios de Jesús, 174. 40 Stuhlmueller, Evangelio según san Lucas, 297-298.
25
encontramos la presentación de una escena inicial completa, en la que Jesús aparece en la
sinagoga de Nazaret, participando de la celebración del Sabbat, y proclamando un pasaje de
la profecía de Isaías (Lc 4, 16). En este capítulo descubrimos a Jesús anunciando el proyecto
liberador de Dios y confirmando que en él la profecía veterotestamentaria se cumplía: él ha
sido enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva, proclamar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos, dar libertad a los oprimidos y pregonar el año de gracia del Señor.
La expresión ‘Reino de Dios’ (βασιλεία τοῦ θεοῦ) se utiliza 32 veces en Lucas. Sin embargo,
en este evangelio, al igual que en Marcos, encontramos tan sólo dos parábolas que se refieran
expresamente al Reino de Dios: el grano de mostaza (Lc 13,18-19) y la levadura (Lc 13,20-
21). Lo anterior sorprende, al ser el texto lucano el que contiene el mayor número de relatos
parabólicos, puesto que encontramos más de treinta parábolas que nos caracterizan el Reino
de Dios aún sin que en todas ellas se mencione explícitamente la palabra ‘Reino’. Estas
parábolas las podemos clasificar según el contexto espaciotemporal en el que Jesús estaba.
En primer lugar, encontramos ocho parábolas predicadas por Jesús en Galilea (Lc 4,14-9,50):
la presencia del novio (Lc 5, 34), el remiendo nuevo en el paño viejo (Lc 5, 36), el vino nuevo
en odres nuevos (Lc 5, 37-39), el ciego que pretende ser guía (Lc 6, 39-40), la edificación de
la casa en tierra firme (Lc 6, 47, 49), los dos deudores (Lc 7, 41-42), el sembrador (Lc 8, 5-
8), la lámpara (Lc 8, 16-18).
En segundo lugar, encontramos más de veinte parábolas narradas por Jesús mientras se
encontraba rumbo a Jerusalén (Lc 9,51-19,28): el buen samaritano (Lc 10,29-37), el amigo
inoportuno (Lc 11,5-8), el rico insensato y necio (Lc 12, 16-21), los servidores vigilantes (Lc
12, 35-38), el amo de la casa (Lc 12, 39-40 ), el administrador y los siervos culpables (Lc
12,41-48), la higuera estéril (Lc 13,6-9), el grano de mostaza (Lc 13,18-19), la levadura (Lc
13, 20-21), la puerta estrecha (Lc 13,24-30), la gran cena (Lc 14, 15-24), la edificación de la
torre (Lc 14, 28-30), el rey en guerra (Lc 14, 31-34), la sal (Lc 14,34-35), la oveja descarriada
(Lc 15, 4-7), la dracma perdida (Lc 15,8-10), el hijo prodigo (Lc 15,11-32), el administrador
infiel (Lc 16,1-8), el rico epulón y el pobre Lázaro (Lc 16,19-31), el juez y la viuda (Lc 18,1-
8 ), el fariseo y el publicano (Lc 18, 9-14), las minas (Lc 19,11-27).
26
En tercer lugar, encontramos dos parábolas expuestas por Jesús en Jerusalén (Lc 19,29-
21,38): los pérfidos viñadores (Lc 20, 9-19) y la higuera (Lc 21, 28-33).
De este ingente compendio parabólico, sin duda, emergen no pocas claves de comprensión y
características importantes sobre el Reino de Dios. Aquí, no pretendemos concentrarnos en
una exegesis profunda de cada una de las parábolas, sino presentar los rasgos del Reino que
se visibilizan con notoriedad en la predicación de Jesús.
Por un lado, en las parábolas contadas en Galilea percibimos que el Reino de Dios es una
completa novedad que trae alegría, paz, gozo y luz; es un Reino que está construido sobre
tierra firme, y su Soberano perdona y salva a los que creen en él; es un Reino que sólo tiene
por guías a aquellos que han visto, conocen y viven bajo reinado.
Por otro lado, mientras peregrina hacia Jerusalén, Jesús presenta el Reino de su Padre como
un reinado de misericordia, generosidad y amor, en el que se curan las heridas de los más
débiles, y en el que los pobres y los enfermos (mancos, ciegos, cojos, etc.) son los invitados
de honor al banquete que allí se ofrece. Además, se trata de un Reino que da al que pide, que
puede ser hallado por quien lo busca y que responde a quienes tocan a su puerta. Es un Reino
que progresivamente crece y se extiende, buscando cobijar cada vez a más personas. Es un
Reino al que se accede por la puerta estrecha. Es un Reino que exige de sus ciudadanos
vigilancia, fidelidad, prudencia y servicio; en una palabra, desea que todos produzcan frutos,
pues anhela que sus ciudadanos sean sal del mundo, buscadores de justicia, instrumentos de
misericordia, que, sobre todo, vayan tras los perdidos y descarriados y les muestren el
Camino.
Estando en Jerusalén, Jesús nos presenta la parábola de los viñadores asesinos que ha
aparecido también en los otros evangelios sinópticos41. En esta parábola encontramos cómo
la viña del Señor ha sido mal administrada por sus viñadores, puesto que ellos han asesinado
a los mensajeros del Dueño de la viña y hasta al Heredero. Frente a esta situación, ¿qué hará
el dueño de la viña? (Lc 20,15). En consecuencia, Dios, el Dueño de la viña, enviará a nuevos
41 Esta concordancia la encontramos entre estos tres pasajes: Mc 12,1-11; Mt 21, 33-46; Lc 20,9-18.
27
mensajeros y entregará su viña a la administración de nuevos viñadores.
Esta parábola, leída bajo la amplia perspectiva del Reino de Dios, parece referirnos al
propósito lucano de presentar la universalidad del evangelio del Reino que se extiende hacia
todo ser humano, sin importar su raza, pueblo y nación; además, según el actuar de Jesús en
Jerusalén, parece estar relacionada con la antecedente expulsión de los mercaderes del templo
y con la fuerte crítica a los sumos sacerdotes y a los doctores de la ley, pues son precisamente
estos representantes de la religión los que, al escuchar esta parábola, huyen por miedo. Es un
fuerte llamado de atención a los religiosos, a la tergiversación que han hecho del mensaje y
al antitestimonio que han dado del Reino.
Esta parábola está en sintonía con la de la higuera, puesto que allí se evidencia cómo ha
llegado el tiempo del advenimiento del Hijo del hombre, tiempo en el que se comprenderá
que el Reino de Dios ha llegado para transformar la historia, gobernando eternamente frente
al antireino.
1.2. El Reino de Dios en el Evangelio de San Juan
Además de los evangelios sinópticos, en este cuarto evangelio, nos encontramos con dos
pasajes que nos refieren explícitamente al Reino de Dios: por un lado, el diálogo de Jesús
con Nicodemo y, por otro lado, el interrogatorio de Jesús ante Pilato. Detengámonos
rápidamente en cada uno de ellos.
Sólo en dos casos aparece la expresión “Reino de Dios” en el Evangelio según San Juan, y
estas dos referencias se encuentran en la perícopa en la que se narra la conversación de Jesús
con Nicodemo (Jn 3, 1-21). Las dos formulaciones son: “ver el reino de Dios” (ἰδεῖν τὴν
βασιλείαν τοῦ θεοῦ) y “entrar en el reino de Dios” (εἰσελθεῖν εἰς τὴν βασιλείαν τοῦ θεοῦ). Esta
vez no es a través de parábolas, sino en un ‘ahora’ específico y a una persona concreta. Aquí
se nos presenta una invitación a ir al principio, un re-comenzar, un proceso de crecimiento y
transformación, un nuevo modo de existencia. Jesús invita a Nicodemo a nacer de nuevo, ‘de
lo alto’, es decir, a nacer del Espíritu. Este nuevo nacimiento se convierte en la condición
28
necesaria para ‘ver’ y ‘entrar’ en el Reino de Dios42.
Resulta insinuante que Jesús le hable a Nicodemo de la necesidad de “nacer del agua y del
Espíritu” (Juan 3, 3-8), pero aún más que este gran intelectual y conocedor de la ley no sea
capaz de comprender de qué habla el Maestro. Por eso, como apunta Stanislaw Grygiel,
“Cristo no le ahorra un comentario irónico, que nunca se permitió con las mujeres: ‘Tú eres
maestro de Israel y ¿no sabes estas cosas?’ (Jn 3,10)”43. A la luz de este gesto podemos
ratificar lo que ya hemos percibido en los evangelios sinópticos, a saber, que el Reino no es
un asunto que se alcance con erudiciones y estudios intensivos, sino que su comprensión es
un misterio y un don que Dios da gratuitamente a quienes tengan el corazón dispuesto para
recibirlo.
Luego de haber transitado por los tres evangelios precedentes, podemos afirmar que, por un
lado, ‘ver’ el Reino de Dios no es otra cosa que caer en la cuenta del obrar de Dios en la
historia, de percibir cómo el proyecto del Reino trae consigo milagros, sanación,
restauración, salvación y novedad; se trata de un descubrimiento del poder de Dios. Y quien
decide seguir este proyecto, sin duda, deberá dejar atrás todo lo viejo para ver ‘lo nuevo’ del
Evangelio. Esto implica una conversión, es decir, un cambio de mirada, un cambio de sentido
vital, puesto que se trata del abandono del dominio y esclavitud del anti-reino, para optar por
la libertad del Reino de Dios.
En lo anterior, se percibe un entramado relacional directo entre “ver el Reino” y “entrar en
el Reino”, pues sólo cuando hemos visto el proyecto de Dios podemos encaminarnos hacia
él y entrar a formar parte de él. En suma, el ‘ver’ nos marca el camino para ‘entrar’, camino
que comienza con el nuevo nacimiento, con el retorno al vientre de la divinidad, en donde
podemos iniciar una nueva vida configurada con los sentimientos de Cristo: una
configuración sacramental, un bautismo en el que morimos con Él, para vivir con Él. Este
42 Recordemos las palabras de profeta Ezequiel: “Te rociaré agua limpia, y tú estarás limpio. Te limpiaré de
todas tus impurezas y de todos tus ídolos. Te daré un nuevo corazón y pondré un nuevo espíritu en ti; Quitaré
de ti tu corazón de piedra y te daré un corazón de carne. Y pondré mi Espíritu en ti y te moveré a seguir mis
decretos y tener cuidado de guardar mis leyes” (Ez 36, 25-27). 43 Grygiel, Mi dulce y querida guía, 23.
29
camino hacia la ‘entrada’, entonces, se manifiesta como una actividad dinámica y progresiva
en la que el ser humano va, como Nicodemo, venciendo la resistencia de una lógica
demasiado humana y egoísta para penetrar en el sentido espiritual de las enseñanzas de Jesús,
volviendo a ser como niños44.
Ahora bien, en el capítulo dieciocho de este cuarto evangelio nos encontramos con el
interrogatorio que Poncio Pilato le realiza a Jesús sobre su realeza (Jn 18, 37): “Entonces,
¿eres rey?”, a esta cuestión Jesús puede, por tanto, declarar: “Tú lo dices: Yo soy Rey” (Σὺ
λέγεις ὅτι βασιλεύς εἰμι). Este es el único pasaje en todo el Evangelio en que Jesús se reconoce
como Rey, y en donde, además, presenta resueltamente su misión: “Yo para esto he nacido,
y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la
verdad, oye mi voz” (Jn 18, 37).
Que Jesús se identifique como Rey y que afirme que su Reino no es de este mundo es una
explicitación de que el Reino de Dios, también llamado Reino de los Cielos, es el Reino de
Jesús y que, en consecuencia, todo lo que ha realizado con sus obras y lo que ha dicho en sus
predicaciones no ha sido otra cosa que manifestar su propio reinado, un reinado que lo ha
conducido a la cárcel y que lo llevará por la vía dolorosa a su trono, la Cruz. Allí, en la Cruz,
Jesús define la naturaleza de su realeza, una realeza en oposición a las monarquías de este
mundo, una realeza de amor y misericordia, una realeza con un origen que no es terreno: “mi
reino no es de este mundo” (ἡ βασιλεία ἡ ἐμὴ οὐκ ἔστιν ἐντεῦθεν); con su crucifixión, los
discípulos comprenderán el sentido último de las palabras con que el mismo Rey los invitó a
ser parte de su reinado: “sígueme” (Mc 8, 34; Mt 10, 38; Mt 16, 24, Lc 14, 27; Jn 21, 19).
1.3. El Reino de Dios en San Pablo
El Reino de Dios aparece en el corpus narrativo de San Pablo en relación con el tema
característico de su pensamiento y de su mensaje, a saber, la “justicia de Dios” (δικαιοσύνῃ
44 Este ‘volver a ser como niños’ en este contexto del diálogo de Jesús con Nicodemo nos resulta más
comprensible al considerar la noción de ‘engendramiento’ del Maestro Eckhart: “Dicho engendramiento se
hace vida en las vicisitudes humana, pues en ellas el ser humano va encontrándose con una presencia viva que
lo lleva a participar en la vida trinitaria. Esto es lo que Eckhart llama nacimiento continuo, divinización
constante y presencia permanente de Dios”. Bernal, Reino de Dios y kénosis en el Maestro Eckhart.
Lineamientos para una reflexión teológica contemporánea, 34.
30
τοῦ Θεοῦ). En las epístolas paulinas, la expresión “Reino de Dios” se usa explícitamente once
veces45, en las que parece que esta expresión evangélica se identifica con tres características
particulares: se trata de un Reino que tiende a desplazarse hacia el futuro, un Reino que tiene
una vinculación con el ‘poder’, y un Reino que se presenta en términos morales 46 .
Consideremos con detenimiento estas tres características.
La primera característica hace referencia al ámbito ‘temporal’ del Reino comprendido por
San Pablo de una manera particular, puesto que de las once menciones que citamos
anteriormente sólo tres se refieren al contexto de la vida presente. En la epístola a los
romanos, Pablo afirma que “el Reino de Dios no consiste en comida ni en bebida, sino en
justicia, paz y gozo” (Rm 14, 17); en la primera carta a los cristianos de Corinto, afirma este
Reino “no se manifiesta en palabrería, sino en fuerza” (1 Co 4, 20); y, en la carta a los
colosenses hay una alusión directa a aquellos colaboradores de Pablo en la tarea del Reino
(Col 4, 11). En las demás menciones, el Reino aparece en términos de ‘lo futuro’, es decir,
en términos escatológicos que refieren al fin de los tiempos; con esto, San Pablo está
considerando el momento en que el Hijo de Dios le entregue el Reino al Padre de manera
definitiva, en la perspectiva del relato apocalíptico. Aunque sobre esta cuestión ha habido un
gran debate teológico, en una perspectiva amplia se visibiliza cómo la narrativa paulina busca
presentar el Reino de Dios como un proyecto que no ha acabado, sino que reclama un
compromiso que comienza en esta vida y se extiende hasta la futura, en donde alcanza su
plenitud y perfección con la entrega que hace el Hijo al Padre.
La segunda característica nos lleva a considerar el poder del Reino de Dios. San Pablo afirma
que este poder o fuerza es de Dios y no es otra que la manifestación de la fuerza del Espíritu
Santo que hace eficaz el mensaje del Reino. Este poder del Reino no se puede considerar al
margen de la locura de la Cruz (1 Co 1,25), ni de la vulnerabilidad humana, puesto que
precisamente cuando el ser humano se reconoce débil y frágil es que Dios muestra su poder
y capacidad de fortalecerlo (2 Cor 12, 2). Ahora bien, este poderío del Reino también está
45 Rm 14, 17; 1 Co 4, 20; 6, 9-10; 15, 24-25.50; Ga 5, 19-21; Ef 5, 3-5; Col 1, 11-14; 4, 11; 1 Ts 2, 10-12; 2 Ts
1, 4-5. 46 Castillo, El Reino de Dios. Por la vida y la dignidad de los seres humanos, 250.
31
relacionado con la perspectiva escatológica que mencionábamos en la característica anterior,
debido a que el apóstol está considerando aquel momento culminante en el que Cristo haya
vencido todo principado y toda autoridad, poniendo bajo sus pies a todos los enemigos del
Reino, es decir, a los partidarios del anti-reino (1 Co 15, 24-25).
La tercera característica nos sitúa en el que ha sido el principal rasgo del corpus paulino, a
saber, el tono moralizador de su narrativa 47 . San Pablo insiste transversalmente en su
predicación en la necesidad que tienen los cristianos de vivir una vida “santa, justa e
irreprochable (...) de manera digna de Dios que os llamó a su Reino y a su gloria” (1 Ts 2,
10-12). Es motivado por este propósito que percibimos la identificación de los vicios carnales
como el mayor obstáculo que tienen los cristianos cuando desean vivir el proyecto del Reino.
Constantemente nos encontramos con catálogos de los vicios que eran constantes en su
época, estos están relacionados, sobre todo, con la perversión sexual y con los delitos en
contra del prójimo (1 Co 5, 10-11; 2 Co 12, 20-21; Rm 1, 29-31; 2, 21-24; Ga 5, 19-21, Ef 4,
31). Estos vicios, en efecto, incapacitan a los hombres para “heredar el Reino de Dios” (1 Co
6, 9-10; Ga 5, 19-21).
A la luz de los evangelios sinópticos comprendíamos cómo los obstáculos más frecuentes
contra el Reino de Dios venían del poder y del dinero, y por eso se hacía necesario que
quienes quisieran hacer parte de este proyecto anunciado por Cristo tenían que ser como
niños, dejar todas sus posesiones y tomar la Cruz. Ahora, quizás por la situación cultural, San
Pablo se dedica a proclamar la necesidad de vencer las “obras de la carne” (Ga 5, 19) y
trabajar en el fortalecimiento del espíritu, es decir, de “ser arrebatado de la esfera de la carne
y ser trasladado a la del espíritu”48. Esto, sin duda, es todo un proceso vital, de purificación
y de configuración con los sentimientos de Cristo; se trata de comprender que hacemos parte
de un Reino por el que el hombre viejo fue crucificado, a fin de que cesáramos de ser esclavos
del pecado, y con Cristo hemos resucitado a una vida nueva que es un vivir para Dios. Vivir
47 La radicalidad exigida por el reino de Dios guarda una estrecha semejanza con la radicalidad exigida por el
seguimiento de la persona de Jesús (Mc 1, 16-20; 10, 17-27). Cfr. Aguirre, Reino de Dios y compromiso ético,
79. 48 Gnilka, Teología del Nuevo Testamento, 64-65.
32
moralmente, vivir para Dios, es actuar conforme a nuestro ser cristiano, a nuestro ser
resucitado. Aquí interviene la liberación por el Espíritu, una moral pascual.
A la comunidad de Tesalónica, que fue la primera destinataria de las cartas de San Pablo, él
les va a exponer cuál es la vida que agrada a Dios en la pureza, en el trabajo y en el amor
fraternal (1 Tes 4). A los gálatas, tentados de judaizar, el apóstol va a explicarles con detalle
la diferencia radical entre los “frutos del Espíritu” y las “obras de la carne” (Gal 5). A la
comunidad de Corinto, sobre todo, les exhorta a vivir a plenitud el amor cristiano, que resulta
radicalmente distinto al de Afrodita, diosa que se veneraba en dicha nación. A los romanos,
pueblo helenístico, les recuerda que la fuerza salvadora de Dios es la que actúa en el hombre
por medio de la fe en Jesucristo, y que el cristianismo no consiste en un mero esfuerzo
humano, sino que la gracia de Dios es la que sana, perfecciona, santifica y ordena la vida
humana.
En suma, el centro del mensaje paulino es el misterio de Cristo muerto y resucitado, pues en
Jesucristo los seres humanos encuentran un guía, un testimonio, un maestro, un salvador, un
rey. Él, que fue obediente hasta la Cruz fue exaltado por Dios, así que adhiriéndonos a Él en
el bautismo y en la eucaristía (memorial de la Cruz), encontraremos la fuerza para morir al
orgullo y al malsano amor propio que tratan continuamente de hacernos desertar del proyecto
del Reino. Solo en Cristo los seres humanos hemos alcanzado sabiduría, justicia,
santificación y redención, así que todo el que quiera unirse a su Reinado deberá vivir con
Cristo y en Cristo, hasta afirmar al unísono “no vivo yo, sino que es Cristo el que vive en mí”
(Gal 2, 20).
1.4. El amplio mensaje del Reino de Dios
Como síntesis de este primer capítulo sólo podemos manifestar nuestro asombro frente a un
Dios que ha puesto en marcha todo un proyecto para establecer su Reino en la historia. Sin
duda, quedan todavía muchos otros rasgos del Reino de Dios por presentar, pero el recorrido
que hemos realizado por los evangelios sinópticos, por el cuarto evangelio y por el corpus
paulino nos permite ampliar nuestra visión sobre este proyecto de Dios.
33
Con certeza, reconocemos que, si bien este acercamiento a los textos sagrados es de suma
importancia en la comprensión del mensaje del Reino, resulta aún más urgente propender un
encuentro personal con Jesús y su mensaje. Un mensaje que es mucho más que una teoría,
un mensaje que no será verdadero si no es transformador de la existencia. El mensaje del
Reino, que es el mensaje central que nos comunica Jesús, nos revela una convicción
profunda, una pasión que anima el eje de su actividad: la vida entera de Jesús. Una vida en
la que descubrimos los rasgos esenciales del Reino, su verdadero significado y su fuerza:
caridad, obediencia, entrega y servicio; porque conocer a Jesús es conocer el Reino de Dios.
Con la exposición realizada en este primer capítulo surgen en nosotros abundantes preguntas
que nutren nuestra investigación y nos animan a emprenderla con mayor determinación.
Aunque hemos conocido ‘algo’ del Reino de Dios, este ingente proyecto del Reino sigue
mostrándosenos como un misterio que Dios nos comunica y nos entrega. Se trata de un Reino
que no es un ‘lugar’ en el que reina a través una suerte de nueva teocracia, ni es algo
simplemente jurídico y sostenido por unas leyes humanas que ‘obligan’ a creer. Es mucho
más. Se trata de un cambio en el ser humano, de una nueva manera de existir, de una nueva
manera de vivir y de comprender el mundo. Y es en este contexto que comprendemos cómo
allí donde la historia de los hombres continúa inalterable, no ha llegado Cristo Resucitado, y
no se ha comprendido el nuevo orden del Reinado de Dios, un orden que abarca integralmente
lo espiritual, lo afectivo, lo social, lo cultural, lo moral, lo religioso y lo político. Un Reino
que se construye en el día a día, en el hoy, en el presente. Un Reino que hace renacer la
esperanza en que ‘otro’ mundo sí es posible y en que somos los seres humanos, receptores
del mensaje del Reino, los que tenemos que trabajar incansablemente en este proyecto.
Jesús sigue sugiriéndonos un estilo de vida según el Reino de su Padre. Un reino que no
pretende sólo la conversión individual de cada persona, Él proclamó en todos los pueblos y
aldeas un nuevo modelo de comportamiento humano y social, porque veía a la gente
angustiada por las necesidades más básicas: pan para llevarse a la boca, agua para calmar su
sed, vestido con que cubrir su cuerpo, techo en donde dormir, ungüento para sus heridas, etc.
Jesús entiende que sólo cuando los seres humanos entren en la dinámica del Reino de Dios
todas aquellas situaciones pueden cambiar de una vez para siempre: “Buscad más bien el
34
Reino de Dios y esas cosas se os darán por añadidura” (Lc 12, 22.31; Mt 6, 25).
Este es el asunto que ha motivado nuestra investigación, pues luego de más dos mil años,
seguimos evidenciando la sed de Reino de Dios, y cómo aún a muchos hombres nos cuesta
comprometernos radicalmente con este proyecto. Sigue habiendo injusticia, desigualdad,
sufrimiento, guerra, esclavitud, marginación, violencia, dominación, hambre, explotación,
desplazamiento y muerte, y han pasado más de dos milenios desde que se nos anunció la
buena noticia del Reino. ¿Qué ha pasado? Sin duda, aunque se nos ha predicado el mensaje,
hemos sido tierra infértil, lentos para entender, faltos de diligencia para hacer de nosotros
seguidores radicales del Reino. Sin embargo, hoy la buena noticia del Evangelio sigue
animándonos a buscar el Reino de Dios, a creer en la posibilidad de hacer de este mundo un
lugar mejor, en el que los seres humanos puedan, por fin, vivir según el reinado de Dios.
35
Capítulo II: El Reino de Dios en la obra de José María Castillo
En el primer capítulo describimos la comprensión del Reino de Dios y el compromiso con
sus exigencias como un asunto primordial en la vida cristiana; es por este motivo que, en este
segundo capítulo, profundizaremos en la ingente obra de José María Castillo Sánchez49,
teólogo contemporáneo, pues allí nos encontramos con un pensamiento que se ha construido,
precisamente a partir de la noción de Reino de Dios. José María Castillo ha publicado más
de cuarenta libros y, todavía hoy, resulta dispendioso recopilar la totalidad de su obra, pues
aún continúa publicando con cierta periodicidad artículos y libros. Sin embargo, de acuerdo
con nuestro propósito, aquí buscaremos describir las características del Reino de Dios que
presenta nuestro autor en algunas de sus obras más representativas: El seguimiento de Jesús
(1983), Teología para comunidades (1990), Espiritualidad para comunidades (1995), El
Reino de Dios. Por la vida y la dignidad de los seres humanos (1999), Víctimas del pecado
(2004), La humanidad de Jesús (2016) y Evangelio marginado (2019).
Con base en estas obras, el Reino de Dios es seguimiento de Jesús y liberación del hombre;
es utópico y se realiza en la historia a través del servicio; es proclamación de una buena
noticia; es un proyecto de vida y de dignidad para los seres humanos; es una vivencia
espiritual, comunitaria y eclesiológica; es compadecerse ante el dolor del prójimo, aliviar el
sufrimiento humano y sanar la fractura social; es profunda humanidad arraigada en Dios; es
una opción preferencial por los hombres del pueblo humilde y sencillo; es conversión y
configuración con Cristo; es un mensaje que resulta incómodo para la mayoría de hombres,
sobre todo, porque invita a un ejercicio de servicio, entrega y humildad; es un anuncio que
se comprende bajo la articulación entre mística y revolución; es una experiencia vital que
nace del encuentro con Jesús, con su vida, sus acciones, su Palabra. Es un camino todavía
por recorrer.
49 José María Castillo Sánchez nació en Puebla de Don Fadrique, Granada, el 16 de agosto de 1929. Fue
sacerdote católico de la Compañía de Jesús hasta 2007; todavía hoy, sigue siendo reconocido como escritor e
influyente teólogo con una amplia producción. Una buena parte de su biografía es narrada por el mismo Castillo
en “Mi itinerario teológico”, capítulo octavo de Panorama de la teología española, libro editado por Juan Bosch
Navarro (1999).
36
Además de lo anterior, José María Castillo nos dice una palabra a propósito de lo que no es
Reino de Dios:
El reino de Dios no es un mero proyecto de justicia social o un programa de mejora de condiciones
de vida en este mundo. El reino de Dios incluye todo eso. Pero nunca debemos olvidar que se
trata de reino de Dios, es decir, Dios es el que quiere que las cosas cambien, es decir, es Él el que
está empeñado en que la sociedad en que vivimos sea una sociedad digna del hombre, porque Él
es el Padre de todos los pobres y desamparados de este mundo. Por lo tanto, el Reino tiene una
dimensión transcendente, que es su razón de ser y su última explicación. Por otra parte, el reino
de Dios se basa en una mística, la mística de la adhesión personal a Jesús. Queremos que la
sociedad cambie y que los pobres sean los primeros porque seguimos a Jesús, de tal manera que
ese seguimiento es lo que nos humaniza y nos hace descubrir la dignidad de todo ser humano, de
toda persona y de toda criatura50.
Ahora bien, con estos rasgos generales y sintéticos de lo que es y de lo que no es el Reino de
Dios, según la perspectiva de José María Castillo, demos lugar a la exposición de las
características más relevantes del Reino en las obras seleccionadas del ingente pensamiento
de nuestro teólogo español.
2.1. El Reino de Dios es seguimiento de Jesús y liberación del hombre
En El seguimiento de Jesús, Castillo presenta con claridad la relación fundamental que existe
entre el seguimiento de Jesús y la liberación del hombre, puesto que seguir a Jesús es
comprometerse con la tarea de la liberación, sobre todo, del propio sujeto, rompiendo con
todo lo que sea señal de opresión, esclavitud y dominación51. Asimismo, el seguimiento de
Jesucristo implica también un compromiso con la tarea de la liberación de todos los
oprimidos, todos los que carecen de luz, de libertad y de autonomía. Como sostiene nuestro
teólogo español, el seguimiento de Jesucristo debe entenderse como una radical ruptura con
50 Castillo, Espiritualidad para comunidades, 56. 51 Castillo, El seguimiento de Jesús, 153.
37
todo lo que represente opresión; el seguimiento de Jesús es un compromiso de liberación que,
antes que nada, se refiere a este mundo y es para este mundo52.
Con lo anterior, no se pretende otra cosa, sino que dejar manifiesto que el Reino de Dios no
refiere tanto a la vida eterna cuanto a una realidad que está en este mundo y esa realidad no
es otra que la comunidad de los que siguen a Jesús. De ahí que la alegría y el gozo sean
considerados como los rasgos más importantes que deben manifestarse en la vida de los
seguidores de Jesús, incluso en medio de los peligros y persecuciones. Por lo tanto, la alegría
del seguimiento es tan fuerte que nada ni nadie puede arrebatarla, dado que resulta
equivalente a la enseñanza que contiene la parábola del tesoro (Mt 13, 44): encontrar el Reino
de Dios es encontrar una alegría tan grande que por eso el hombre es capaz de abandonar
todo lo que tiene.
Según Castillo, las exigencias del seguimiento de Jesucristo no son un medio para conquistar
el Reino de Dios, sino el resultado que se sigue del haber encontrado a Jesús; así, se enfatiza
en que el verdadero seguimiento de Jesús se realiza en una empresa comunitaria y social,
porque es el esfuerzo constante por conseguir que el Reino de Dios sea efectivo en este
mundo, y sabemos que hablar del Reino de Dios es hablar de una sociedad digna y humana.
El Reino de Dios, entonces, deviene proyecto histórico, pues es Dios el que se manifiesta
como el Señor de la historia. Dentro de este movimiento teológico que busca descubrir el
sentido del Reino de Dios se sitúan las teologías más originales e influyentes que han surgido
después del Concilio Vaticano II, a saber, la teología de la esperanza, la teología política y la
teología de la liberación, teologías a las que nuestro autor se suscribe con apasionada
radicalidad.
2.2. El Reino de Dios es utópico y se realiza en la historia a través del servicio
Como manifestamos al finalizar la anterior característica, el Reino es un proyecto histórico.
José María Castillo afirma que el proyecto del Reino de Dios es siempre utópico, es decir,
siempre tiene algo que no se realiza plenamente en la historia, debido a que este proyecto
52 Castillo, El seguimiento de Jesús, 175.
38
apunta a una meta de gran perfección que será siempre algo que se escapará de las fuerzas
humanas y de la condición histórica del hombre; se trata, en efecto, de un proyecto que
además de ser histórico, va más allá de la historia, siendo también “metahistórico”. Sin
embargo, la historia misma ha evidenciado cómo siempre ha habido hombres que han
buscado acercarse a este Reino más plenamente53; además, este proyecto del Reino tiene que
surgir de la conversión de los corazones y de las conciencias, puesto que el reinado de Dios
se hará realidad en la medida en que haya seres humanos que cambien radicalmente su propia
mentalidad, su escala de valores, su apreciación práctica y concreta por el dinero, el poder y
el prestigio54.
Castillo enfatiza en que, en la comunidad de seguidores de Jesús, se exige una actitud
fundamental: el servicio a los demás. Para darle peso a la afirmación anterior, se hace
necesario que recordemos un pasaje del Evangelio de Mateo: “Sabéis que los jefes de las
naciones las tiranizan y que los grandes las oprimen. No será así entre vosotros. Al contrario,
el que quiera subir, sea servido vuestro; y el que quiera ser el primero, sea esclavo vuestro.
Igual que este hombre no ha venido a que le sirvan sino a servir y dar su vida en rescate por
todos” (Mt 20, 25-28). Sin duda, Jesús no tolera que alguien se imponga sobre la comunidad,
porque, al contrario, en el Reino que predica Jesús es condición primordial el ponerse en el
último lugar: “Os aseguro que si no cambiáis y os hacéis como estos chiquillos, no entraréis
en el reino de Dios; o sea, cualquiera que se haga tan poca cosa como el chiquillo este, ése
es el más grande en el reino de Dios” (Mt 18, 3-5). A la luz del Evangelio se percibe la
manera en que el Reino se debe ir desarrollando en la historia, pues como afirma nuestro
autor
Jesús ofrece una alternativa al modelo de convivencia y de sociedad en que vivimos. Frente a la
convivencia y a la sociedad basada en el tener, el poder y el subir, Jesús ofrece la alternativa de
la comunidad cristiana, basada en el compartir, el servicio y la solidaridad55.
53 Cfr. Castillo, Teología para comunidades, 109. 54 Ibídem. 55 Ibíd., 123.
39
José María Castillo evidencia cómo, en estos tiempos contemporáneos, las comunidades
piensan y quieren que el asunto del Reino de Dios no sea solamente un tema de investigación
para los estudiosos, ni solamente una cuestión prominente en el discurso de los predicadores
ilustrados, sino que, sobre todo y ante todo, sea el principio organizativo determinante para
el concreto funcionamiento de la Iglesia. Esto implica hacer memoria del contexto particular
en el que Jesús presentó el Reino como una buena noticia.
2.3. El Reino de Dios es la proclamación de la buena noticia
En el libro Espiritualidad para comunidades nos llama la atención especialmente el capítulo
segundo, en el que José María Castillo presenta el Reino de Dios como el proyecto
fundamental de Jesús56. Según nuestro autor, Jesús tenía conciencia de haber sido enviado
exactamente para eso, para proclamar con su vida la llegada del Reino de Dios; en este
sentido, José María Castillo hace eco de la perícopa en la que se resume la actividad de Jesús
en Galilea: “Recorría Jesús todos los pueblos aldeas, enseñando en las sinagogas,
proclamando la buena noticia del reino y curando todo achaque y enfermedad” (Mt 9, 35)57.
Ahora bien, como se trata de presentar el proyecto del Reino de Dios, nuestro teólogo español
afirma oportunamente que
toda persona que quiera centrar su vida y sus aspiraciones en lo que se centró Jesús, tiene también
que asumir el proyecto fundamental del Reino. Todo lo que no sea esto, por mucha piedad y por
mucha entrega que conlleve, será vivir desorientado, desde el punto de vista evangélico58.
José María Castillo acentúa que, con frecuencia, en la Iglesia se derrochan raudales de buena
voluntad y de generosidad en el empeño por la propia santificación y por la propia perfección;
sin embargo, lo que se consigue con esto es que las personas se concentren en sí mismas, y
fomenten, sin darse cuenta, una suerte de egoísmo refinado y narcisista. En este orden de
ideas es que podemos comprender que el anhelo, la pasión y el empeño por el reinado de
Dios, que es un proyecto histórico, cultural, social, religioso y, por tanto, trascendente, puede
56 Castillo, Espiritualidad para comunidades, 41. 57 Cfr. Ibíd., 45. 58 Ibíd., 46.
40
ayudarnos a salvar nuestra espiritualidad59. Castillo se pregunta en múltiples ocasiones por
el quid del Reino de Dios y afirma que, por sorprendente que parezca, Jesús nunca lo define
y ni siquiera explica en qué consiste el reinado de Dios, porque Él lo da por supuesto; no
obstante, sí podemos relacionar el Reino de Dios con una de las características que le
atribuían los israelitas a su rey, a saber, la justicia. El rey era “el que establecía e implantaba
la justica en el mundo, tal como se describe en el retrato del rey ideal, en los Salmos 45 y
72”60.
Ahora bien, otro asunto a considerar sobre el Reino de Dios es que la proclamación de este
proyecto implica inevitablemente la persecución, tal y como lo manifiesta la última
bienaventuranza del Sermón del monte relatado en el capítulo quinto del Evangelio según
San Mateo: “Dichoso los que viven perseguidos por su fidelidad, porque esos tienen a Dios
por rey” (Mt 5, 10). Por eso, según J. M. Castillo, una Iglesia que no es perseguida, sino
aplaudida, “tiene que preguntarse seriamente si está de parte del reinado de Dios o es otra
cosa lo que busca”61.
Un análisis profundo de la predicación de Jesús hace patente la manera en que son las
parábolas las que nos presentan con mayor detalle el Reino de Dios, un Reino que viene a
subvertir las situaciones establecidas, las posiciones más seguras del sistema social, político
y religioso. El Reino de Dios, en efecto, se dirige atentamente hacia los pobres, los
marginados, los pecadores y hacia todos aquellos que no se sienten seguros; mientras que
desautoriza a los que están arriba en el status social y religioso. En este sentido, el mensaje
de las parábolas desmonta la falsa ideología de los ricos, los poderosos, los que mandan y
dominan, los que creen que llevan una conducta intachable62; sin duda, el Reino pregonado
por Jesús es un magníficat de la humildad y la pequeñez: “dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de
bienes y a los ricos los despide vacíos” (Lc 1, 52-53).
59 Castillo, Espiritualidad para comunidades, 46. 60 Ibíd., 47. 61 Ibíd., 51. 62 Ibíd., 55.
41
2.4. El Reino de Dios es un proyecto de vida y de dignidad para los seres humanos
El Reino de Dios. Por la vida y la dignidad de los seres humanos es el libro que más nos
interesa de José María Castillo, al ser esta la obra en la que nuestro teólogo español
explícitamente se ocupa del Reino de Dios; además, es una obra que, según nuestra
consideración, recopila sintéticamente la investigación teológica del autor durante el siglo
XX y da apertura a su quehacer teológico en este nuevo milenio. Desde su título, Castillo ya
nos presenta dos grandes características del Reino: el proyecto de Jesús está motivado por la
vida y la dignidad de los seres humanos. En esta magistral exposición, de casi quinientas
páginas, resulta impactante evidenciar la manera en la que el Reino de Dios es identificado,
desde la dedicatoria de este libro, con el Reino de “los nadies” que Eduardo Galeano presenta
en El libro de los abrazos (1989):
Los nadies: los hijos de los nadies, los dueños de nada. Los nadies: los ningunos, los ninguneados,
corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos: Que no son, aunque sean. Que no hablan
idiomas, sino dialectos. Que no profesan religiones, sino supersticiones. Que no hacen arte, sino
artesanía. Que no practican cultura, sino folklore. Que no son seres humanos, sino recursos
humanos. Que no tienen cara, sino brazos. Que no tienen nombre, sino número. Que no figuran
en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local. Los nadies, que cuestan menos
que la bala que los mata63.
A gran escala, percibimos que la exposición de este libro de nuestro teólogo español se
despliega en tres grandes partes: la primera parte, se ocupa de considerar la noción de Reino
de Dios en los Evangelios Sinópticos, enfatizando sobre todo en algunas claves para entender
esta noción evangélica y en el carácter conflictivo de dicha expresión; la segunda parte, nos
presenta el Reino de Dios en la Teología de San Pablo; y, la tercera parte, desarrolla
detalladamente las consecuencias de dicha noción para la Iglesia y la espiritualidad, con el
propósito de animar a repensar la espiritualidad en clave del Reino de Dios y, más aún, una
63 Galeano, El libro de los abrazos, 59; Castillo, El Reino de Dios. Por la vida y la dignidad de los seres
humanos, 11.
42
Iglesia desde el Reino de Dios. Esta tercera parte es la que queremos detenernos con especial
atención, pues las dos anteriores ya las hemos tratado con profundidad en el primer capítulo.
En la presentación de la tercera parte de esta obra, una palabra toma vital importancia, a
saber, ‘repensar’; puesto que el propósito del autor es ‘repensar’ la espiritualidad y la
eclesiología desde el mensaje evangélico del Reino de Dios. Pero ¿qué significa ‘repensar’?
El teólogo Andrés Torres Queiruga, en su caracterización de los retos que el nuevo milenio
trae para la teología, afirma que este ‘repensar’ consiste en
hacer patente la radical novedad del horizonte en que la entrada de la modernidad ha situado a la
religión; en consecuencia, insiste en la necesidad verdaderamente apremiante de que la teología
afronte con decisión el necesario cambio de paradigma, emprendiendo la reconstitución de sus
coordenadas generales y repensando todos y cada uno de sus grandes problemas a la luz de la
nueva situación64.
Tanto Castillo como Queiruga advierten que uno de los grandes peligros que acechan el
pensamiento teológico contemporáneo es el de construir teologías ‘bonitas’, es decir,
teologías que, en lugar de repensarlo todo en los marcos de referencia que constituyen
actualmente la condición de posibilidad de toda significatividad efectiva, “se limitan a
actualizar y renovar el vocabulario o a cambiar el nombre de los adversarios, pero dejando
intacto los esquemas de fondo”65. Sin duda, repensar la espiritualidad y la eclesiología, tal y
como se lo ha propuesto José María Castillo, señala un itinerario de resignificación de la
experiencia cristiana desde una necesaria transformación de la fe y la vida. Pero,
detengámonos en este ‘re-pensamiento’ que presenta nuestro teólogo español y en sus
implicaciones para la compresión del Reino de Dios.
2.4.1. El Reino de Dios es una vivencia espiritual
La tesis desde la que parte José María Castillo es que la espiritualidad se ha empobrecido a
causa de una mala comprensión de lo que esta significa: algunos, han confundido la
espiritualidad con un misticismo ‘fuga mundi’; y, otros, con un narcisismo individualista que
64 Queiruga, Fin del cristianismo premoderno. Retos hacia un nuevo horizonte, 10. 65 Ibíd., 54.
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se encamina tras la ‘virtud’. Nuestro teólogo español, con tristeza, presenta la manera en que
el Reino de Dios fue desplazado del centro de la vida cristiana para darle el lugar central a la
virtud66; con esto, la fuerza de atracción, la ejemplaridad del testimonio, la capacidad fraterna
de acogida y hospitalidad, la esperanza y la resignificación de la vida de los creyentes que
emergían como rasgos fundamentales en la comunidad apostólica y en las primeras
comunidades pascuales, poco a poco, fueron perdiendo vitalidad al asumir una lógica que
hacía de la virtud helenista e imperial el camino por el que se debía seguir a Cristo. Por esto,
Castillo afirma que “la expresión connatural del ‘hombre de bien’ no era precisamente el
ideal que había trazado Jesús al decir que para entrar en el Reino era indispensable hacerse
como niños, ponerse de últimos y cargar con el signo supremo de maldición que era la
cruz”67.
Para nuestro teólogo español, repensar la espiritualidad desde el Reino de Dios implica
considerar algunos asuntos históricos y detenernos en sus consecuencias. Castillo percibe
cómo, desde que se centralizó la virtud helenista (ἀρετή), bajo esta lógica griega se comenzó
a visibilizar una ambigüedad según la cual el Reino de Dios era sólo para una élite poderosa,
fuerte y erudita en la que no tenían lugar los más débiles y marginales del pueblo68.
Como consecuencia de esto, la historia misma testimonia una suerte de espiritualización y
mundanización del mensaje del Reino. Por un lado, esta espiritualización se fue articulando
con el desplazamiento de la posibilidad de establecer el Reino de Dios hacia la ‘otra’ vida,
hacia el ‘regnum caeleste’; pensando en el reinado de Dios sólo como realidad última y
escatológica, puesto que no se trataba de una realidad de este mundo, sino que de un proyecto
que se debía buscar en donde no hay sociedad, ni sufrimiento, ni siquiera otros seres
66 Cfr. Castillo, El Reino de Dios. Por la vida y la dignidad de los seres humanos, 347-348. 67 Ibíd., 352. 68 Cfr. Ibíd., 353-357. Esta comprensión es fundamental en la obra de José María Castillo, dado que revela la
urgente necesidad de recuperar el sentido auténtico del Reino de Dios, predicado por Jesús; esto requiere
cambiar la lógica jerárquica radicalmente: el Reino de Dios no se puede procurar a partir de una ‘espiritualidad
desde arriba’ sino que reclama una ‘espiritualidad desde abajo’.
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humanos69. Por otro lado, se percibe una mundanización, dado que el mensaje evangélico del
Reino se utilizó como fundamento de una tergiversada ‘teología política’ que, según Castillo,
no era sino el justificante de las apetencias de poder de papas, obispos y sacerdotes que, con la
mejor voluntad del mundo, llegaron a convencerse de que el bien, no sólo de la religión sino
también del mundo, dependía de la “autoridad sagrada” de la Iglesia70.
El cultivo de estas consideraciones espiritualizadas o mundanizadas del Reino de Dios y la
implantación de la mencionada ética griega 71 dentro de la forma de vida cristiana
posibilitaron que, por lo menos, cuatro terribles males crecieran como cizaña junto a la
espiritualidad: la subjetividad enfermiza, el deseo por ‘huir del mundo’, la lucha contra ‘lo
corporal’, y la justificación del sufrimiento.
En primer lugar, José María Castillo afirma que, como el proyecto ético helenista se convirtió
en un ejercicio de santificación y en un progreso espiritual individual, el centro de la vida de
los seres humanos se fue alejando de la objetividad comunitaria del Reino de Dios, pues “el
centro de la vida ya no era aliviar el sufrimiento ajeno y menos aún hacer feliz y gozosa la
vida de quienes conviven conmigo, sino que la propia perfección se convirtió en el centro”72.
Ya no se trataba, entonces, de un proyecto de vida ‘por el pueblo’, ‘con el pueblo’, ‘para el
pueblo’ y ‘desde el pueblo’, sino de un proyecto ascético subjetivo; ya no se buscaba una
perfección en el amor comunitario, sino una perfección del egoísmo, de la autosuficiencia,
de la hipocresía y de la mediocridad73.
En segundo lugar, y como consecuencia de aquella subjetividad enfermiza, lo mejor que se
podía hacer era retirarse a la soledad, ‘huir del mundo’ dejando los ambientes comunes y
distanciándose de las pasiones y los vicios que brotan del deseo y el placer, para dedicarse a
69 Cfr. Castillo, El Reino de Dios. Por la vida y la dignidad de los seres humanos, 362. 70 Ibíd., 363. 71 José María Castillo se detiene críticamente en la influencia platónica, aristotélica, estoica y epicúrea de la que
bebieron las primeras comunidades cristianas y los Padres de la Iglesia, pues encuentra en estas doctrinas
filosóficas el gran detonante por el que la dogmática eclesial se configuró según la lógica de la virtud helenística. 72 Ibíd., 366. 73 Cfr. Ibíd., 367-368.
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la mera contemplación74, abandonando la estructura social y tomando como vida predilecta
el anacoretismo. Para Castillo, este fue “un fenómeno que, por sus antecedentes históricos y
culturales, nada tiene que ver con lo que los evangelios nos dicen cuando hablan sobre el
Reino de Dios” 75 . Si bien en la actualidad esta ‘lógica de la huida’ ya ha menguado
notablemente, todavía muchos hombres ‘espirituales’ y ‘creyentes’ hacen de la espiritualidad
una especie de “tranquilizante de una eficacia asombrosa” 76 y el problema que sigue
manifestándose con claridad ya no está en la decisión de huir o quedarse en el mundo, sino
en saber cómo nos hacemos presentes en el mundo y qué implicaciones tiene un cristiano en
la sociedad en la que vive. Para nuestro teólogo español tendríamos que preguntarnos si
somos ‘factores de estancamiento’ o ‘agentes de cambio’.
En tercer lugar, nos encontramos con un rechazo de la corporalidad, de la carne, de ‘lo
natural’, que ha sido motivado por la enfermiza espiritualización de la que ya hemos hablado.
La tendencia a comprender la ontología humana desde la tensión dualista de Platón, entre el
cuerpo y el alma, ha llevado a que se privilegie el alma y el mundo inteligible, y que se
desvirtúe todo lo que refiera a la carne; la consecuencia de este desprecio del cuerpo ha
fortalecido la idea de que lo determinante en el comportamiento humano es la virtud, en la
satanización de las pasiones, el dominio del deseo y del placer. Esto revela que algunos
hombres creyeron que “para acercarse a Dios hay que destruir la obra de Dios, lo que el
mismo Dios ha puesto en nuestros instintos más básicos y elementales”77. Sobre esto, Castillo
afirma lo siguiente:
Nada de esto se encuentra en los evangelios. Jesús no centró sus enseñanzas ni en la virtud ni en
el desprecio del cuerpo. Jesús no fue amigo de los intachables, sino de los publicanos, pecadores
y samaritanos (Lc 15, 1-2; Mc 2, 15-17; Jn 4, 39-42). Además, Jesús alivio el sufrimiento corporal
de los enfermos (Mt 4, 23; Mc 1, 29-39), dejó de ayunar cuando eso estaba mandado (Mc 2, 18-
19), asistió a banquetes y bodas (Lc 7, 36) y hasta fue considerado como un comilón y un borracho
(Mt 11, 18-19), se dejó besar y perfumar por mujeres (Lc 7, 38) que dieron que hablar (Jn 12, 4;
74 Cfr. Castillo, El Reino de Dios. Por la vida y la dignidad de los seres humanos, 370-372. 75 Ibíd., 375. 76 Ibíd., 378. 77 Ibíd., 385.
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Mt 26, 8-9) y hasta presentó, como ideal del Reino de Dios, la gran fiesta que organizó el rey
cuando casó a su hijo (Mt 22, 1-10)78.
En cuarto lugar, y como la más perjudicial de las consecuencias de aquella espiritualización
o mundanización del Reino de Dios, encontramos la justificación y la resignación frente al
sufrimiento humano. Una equivocada comprensión del sufrimiento, asunto central de las
grandes religiones del mundo, puede desencadenar terribles degeneraciones en la comunidad
cristiana: perversión del concepto de Dios, perversión del sentido de la salvación, perversión
de la vida cristiana desde su raíz y perversión de la fe hasta el punto de hacer insoportable
cualquier forma de espiritualidad79. Esto deviene resueltamente contrario a la misión y al
testimonio del Hijo de Dios, pues “Dios quería que Jesús, en una sociedad en la que había
tanta gente que sufría más de lo que humanamente se puede soportar, expresara el amor de
Dios a la humanidad aliviando el sufrimiento”80. Jesús no aceptó el sufrimiento injusto que
padecía su pueblo a causa de la corrupción política, de la desigualdad, de la manipulación
religiosa y de la exclusión social; Él luchó incansablemente por ser bálsamo derramado sobre
las heridas de su pueblo, especialmente de aquellos más expuestos al dolor y a la humillación.
Por eso lo mataron.
A Jesús no lo mataron por ser un asceta, amante de la mortificación y el sufrimiento. Tampoco lo
mataron por ser un pobre resignado con su suerte. Todo lo contrario: a Jesús lo mataron porque
no se resignó a aceptar el sufrimiento que los seres humanos nos causamos unos a otros. Es decir,
a Jesús lo mataron precisamente por ser un rebelde. De manera que su rebeldía fue el principio
determinante de su solidaridad y, en ese sentido, de su espiritualidad. Sencillamente, Jesús fue
consecuente con su mensaje sobre el Reino de Dios. Por eso se puso de parte de la vida. Y eso,
para Jesús, no fue una idea. Y menos aún un ideal. Fue una forma de vivir. Una forma de situarse
ante los poderes e instituciones que oprimen la vida. La consecuencia de semejante
comportamiento es bien sabida: tuvo que soportar el conflicto, la persecución descarada, la
78 Castillo, El Reino de Dios. Por la vida y la dignidad de los seres humanos, 379. 79 Cfr. Ibíd., 389-390. 80 Ibíd., 394.
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condena y la muerte. Lo cual entraña una enseñanza decisiva en la vida: el único sufrimiento que
Dios quiere es el que brota de la rebeldía y de la lucha contra el sufrimiento81.
Ahora bien, desde el panorama que se vislumbra en la consideración de estos cuatro terribles
males que contaminaron la espiritualidad, José María Castillo afirma que “repensar la
espiritualidad desde el Reino de Dios y en función del Reino de Dios es lo mismo que
repensar la espiritualidad desde la vida y en función de la vida”82. Con esto, nuestro autor
enfatiza en que el cultivo de la auténtica espiritualidad cristiana y la defensa de la vida
humana deben caminar en la misma dirección, pues resulta incomprensible que los cristianos,
seguidores y mensajeros de la Vida, vivan tranquilos y despreocupados cuando en el mundo
impera la deshumanización, la barbarie, la violencia, la desigualdad y la exclusión. En esto
consiste el replanteamiento de la espiritualidad a la luz del Reino de Dios, a saber, en
recordarnos a los cristianos que no somos seres aislados y que la vida en abundancia que
Jesús predicó la alcanzamos sólo cuando nos hacemos conscientes de que el Reino es un
proyecto universal y común. Esta espiritualidad del Reino implica respeto por la vida,
aceptación de las diferencias, una renuncia a toda pretensión de superioridad, defensa de los
derechos y de la dignidad humana, una ruptura con cualquier complicidad, para construir una
mística desde abajo, pues sólo desde abajo, desde los pobres, desde los niños, desde los
excluidos, desde los marginados, desde los ‘nadies’ brotará una espiritualidad del Reino.
2.4.2. El Reino de Dios es eclesiología desde abajo
En el segundo gran apartado de la tercera parte de El Reino de Dios. Por la vida y la dignidad
de los seres humanos, José María Castillo despliega y delimita la tesis sobre la cual se debe
repensar la eclesiología a la luz del Reino de Dios: no se trata de un ‘problema dogmático’,
pues el objetivo no es poner en duda las verdades de fe y ocasionar nuevos sismas; tampoco
se trata de un ‘problema estructural’, dado que por ‘estructura’ Castillo entiende lo que hay
de divino e inmutable en la Iglesia; ni de un ‘problema ético’. Pero, entonces, ¿desde dónde
se debe repensar la eclesiología? Desde el punto de vista ‘organizativo’ 83 , desde la
81 Castillo, El Reino de Dios. Por la vida y la dignidad de los seres humanos, 393. 82 Ibíd., 395. 83 Cfr. Ibíd., 407-411; Castillo, Víctimas del pecado, 184-185.
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‘organización eclesiástica’, pues esto es lo que hay de humano y cambiable en la Iglesia84;
por esto mismo, Castillo afirma que en esta sección se referirá “únicamente a lo que en la
Iglesia puede cambiar. Y no sólo a lo que puede cambiar, sino también a lo que, en
determinadas cuestiones, debe ser cambiado precisamente para que la Iglesia sea fiel a su
estructura apostólica”85.
Lo primero que nuestro teólogo español precisa es que la autoridad de los representantes de
la Iglesia no puede enseñar doctrinas en contra del Evangelio, y esto implica que el discurso
(teoría) y la acción (praxis) deben ser coherentes con el mensaje de Jesús; esto nadie lo pone
en consideración, pues es claro que “a la hora de enseñar el Evangelio y de ser fieles a lo que
el Evangelio es y representa, antes que las doctrinas está la vida. Además, de sobra sabemos
que el Evangelio es doctrina y vida de tal manera unidas, que no se pueden separar”86. Sin
embargo, cuando se le da más importancia a determinadas enseñanzas que a la Palabra y al
Espíritu de los Evangelios, el norte del proyecto eclesiológico tiende a salirse del auténtico
camino trazado por Cristo; en este orden de ideas, José María Castillo nos presenta,
sintéticamente, algunas de las consecuencias que se perciben, sobre todo, en el desvío de
quienes están al frente de la organización eclesial y que, subsiguientemente, también
aparecen con frecuencia en el pueblo creyente: mentalidad de señores, conciencia de
superioridad religiosa, lógica moralizante, comprensión de la comunidad cristiana como
‘comunidad de selectos’ y, por último, radical identificación de la Iglesia con ‘láos’ (λαός) y
no con ‘óchlos’(ὄχλος)87.
Esta última consecuencia, sin duda, denota un asunto de vital importancia en el
replanteamiento de una eclesiología en clave del Reino de Dios, puesto que, como bien
84 Cfr. Castillo, Para comprender los ministerios de la Iglesia, 1998, 33-34. 85 Castillo, El Reino de Dios. Por la vida y la dignidad de los seres humanos, 410. 86 Ibíd., 414. 87 En los debates actuales, la tensión entre ‘láos’ y ‘óchlos’ es bastante compleja. Aquí, no pretendemos entrar
a profundidad en los detalles de estos debates, sino que nuestro propósito es presentar el punto de vista de José
María Castillo. Para nuestro autor, mientras que ‘láos’ hace referencia al pueblo en su totalidad, al pueblo con
igualdad de derechos, ‘óchlos’ delimita una clase específica de pueblo, el pueblo vulnerado y sencillo, es decir,
el pueblo pobre, débil, marginado, explotado, apátrida, etc. Según lo anterior podríamos percibir una diferencia
de ‘status social’, unos hacen parte de la sociedad, otros son excluidos. Sin embargo, recordemos que Jesús
tiene compasión y se le estremecen las entrañas (Mt 9, 36), precisamente, por el pueblo en calidad de ‘óchlos’.
Cfr. Castillo, “Jesús, el pueblo y la teología” (I), p. 115; Castillo, “Jesús, el pueblo y la teología” (II), 279-324.
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afirma Castillo, “el origen del Reino de Dios estuvo estrechamente ligado al pueblo (óchlos),
mientras que el origen de la Iglesia se vinculó muy pronto, no al pueblo sencillo y sin
representación alguna, sino al ‘discipulado’ y al ‘apostolado”’88. Aunque, con lo anterior,
parecería que la Iglesia nace al margen del proyecto del Reino, lo que Castillo quiere
visibilizar es que el diagnóstico de la Iglesia, depositaria de la fe y trasmisora del mensaje
del Reino, siempre se debe considerar a la luz de su relación con el pueblo (óchlos), pues esta
comunidad sencilla fue la primera en comprender el mensaje liberador y dignificante de
Jesús; como hemos insistido desde el primer capítulo, los pobres y excluidos fueron los
primeros en acoger, sin dificultad, la proclamación de la buena noticia del Reino de Dios,
mientras que los ‘discípulos’ y los mismos ‘apóstoles’ tuvieron serios problemas para
entender lo que significaba el Reino predicado a través del lenguaje parabólico. Quizás esto
se debió a que les resultaba difícil comprender que el Hijo de Dios venía a salvar a los
enfermos y no a los sanos, a los pecadores y no a los justos (Mt 2,17).
Para reforzar lo anterior, Castillo nos remite a la Constitución dogmática sobre la Iglesia del
Concilio Vaticano II, pues allí los Padres Conciliares afirman que Cristo no fundó la Iglesia
directamente con el llamamiento de los ‘Doce’, sino que la Iglesia comenzó (initium fecit)
cuando Jesús inició la predicación de la buena noticia del Reino de Dios:
El misterio de la santa Iglesia se manifiesta en su fundación. Pues nuestro Señor Jesús dio
comienzo a la Iglesia predicando la buena nueva, es decir, la llegada del reino de Dios prometido
desde siglos en la Escritura: “Porque el tiempo está cumplido, y se acercó el reino de Dios”
(Mc 1,15; Mt 4,17). Ahora bien, este reino brilla ante los hombres en la palabra, en las obras y en
la presencia de Cristo. La palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo:
quienes la oyen con fidelidad y se agregan a la pequeña grey de Cristo, ésos recibieron el reino;
la semilla va después germinando poco a poco y crece hasta el tiempo de la siega89.
88 Castillo, El Reino de Dios. Por la vida y la dignidad de los seres humanos, 426. 89
Lumen gentium 1, 5: “Ecclesiae sanctae mysterium in eiusdem fundatione manifestatur. Dominus enim Iesus
Ecclesiae suae initium fecit praedicando faustum nuntium, adventum scilicet Regni Dei a saeculis in Scripturis
promissi: ‘Quoniam impletum est tempus, et appropinquavit regnum Dei’ (Mc 1,15; Mt 4,17)”.
50
Este parágrafo nos presenta la tarea más urgente de la teología, a saber, comprender el
importante lugar que ocupa el pueblo común (óchlos) en la organización de la Iglesia,
pensando una eclesiología desde el pueblo humilde, desde el pueblo vulnerado. Según
Castillo, este asunto sigue siendo un reto práctico aún después de que en el Concilio Vaticano
II se formuló teóricamente, dado que la forma de ejercer poder en la Iglesia, todavía hoy, no
coincide totalmente con lo que Jesús dijo sobre el Reino de Dios90; porque aún muchos
dirigentes eclesiales se niegan a admitir que el Reino de Dios es de los niños, de los pequeños,
de los últimos. Sobre esto, nuestro teólogo español asevera que,
cuando Jesús se refirió, en repetidas veces, al tema de los niños o cuando exigió la renuncia a los
primeros puestos, a las vestimentas singulares y solemnes, a los títulos de honor, a las reverencias
y dignidades (Mc 12, 38-40; Lc 20, 45-47; Mt 23, 1-7), no se refería ni sólo ni principalmente a
sentimientos íntimos del alma, sino a formas de comportamiento, que eran hechos públicos y que
representaban una determinada manera de hacerse presentes en la sociedad y en la vida en
general91.
Para finalizar esta sección eclesiológica, José María Castillo concluye que, cada día, se hace
más apremiante la necesidad de repensar y resolver el modo en que la Iglesia ejerce el poder,
puesto que, según lo hemos presentado, parece que el problema organizacional se ha ido
extendiendo de tal manera que la vida de las personas y su dignidad han pasado a un segundo
plano. Frente a este lamentable diagnóstico, Castillo presenta cinco cuestiones que en el siglo
XXI devienen grandes retos en orden a conseguir un ejercicio eclesial del poder que pueda
resultar coherente con las exigencias del Reino de Dios: en primer lugar, la relación entre el
papado y el episcopado; en segundo lugar, la necesidad del testimonio de los representantes
de la Iglesia, pues resulta increíble que muchos miembros del clero sigan más pendientes de
lo que dice y piensa de ellos la Curia, que del testimonio que dan ante los miembros de sus
comunidades parroquiales y, sobre todo, los marginados de sus comunidades por los que
Jesús se preocupó en su tiempo; en tercer lugar, la corresponsabilidad de los presbíteros en
el gobierno diocesano y su papel primordial en la instauración del Reino de Dios en sus
90 Cfr. Castillo, El Reino de Dios. Por la vida y la dignidad de los seres humanos, 434. 91 Ibíd., 435.
51
pequeñas comunidades; en cuarto lugar, la comprensión del significado concreto del ‘Pueblo
de Dios’, tanto en la teoría como en la práctica, puesto que sólo desde esta comprensión se
propiciará, cada vez más, el tránsito de la Iglesia jerárquica y piramidal de los ‘elegidos’ a la
Iglesia comunitaria y fraternal en la que todos son bienvenidos; y, en quinto lugar, la
identificación y el reconocimiento del pueblo sencillo (óchlos) como el principal destinatario
y protagonista del Reino de Dios, para responder con franqueza que ellos representan lo más
importante de la misión eclesial.
Sin embargo, pensar en una Iglesia del pueblo sencillo se convierte en el problema principal
para el clericalismo, pues implicaría repensar la Iglesia desde abajo, desde la vulnerabilidad,
desde el sufrimiento, desde la carencia de derechos, y no desde el poder y la riqueza. Esto
implicaría un radical cambio del lugar desde el que se hace teología y desde el que se vive la
sacramentalidad; del olor del incienso de los altares al olor de la oveja del corral.
2.5. El Reino de Dios es compadecerse ante las víctimas y aliviar el sufrimiento humano
Desde comienzos del Nuevo Milenio, J. M. Castillo insiste en un asunto que en sus anteriores
obras ya había aparecido, a saber, que los cristianos hemos fracturado el mensaje del
Evangelio por el centro, de tal manera que, en buena medida, nos hemos incapacitado para
entender y vivir el Espíritu y la Palabra del mensaje de Jesús. Esta terrible situación la
podemos percibir si nos detenemos en el tratamiento que, institucionalmente, se le ha dado
al pecado, puesto que en la historia de la Iglesia grandes ríos de tinta han corrido sobre la
inclinación del hombre a pecar, pero pocos son los teólogos que se han detenido en el
sufrimiento y el dolor que se genera por el pecado; parece, en efecto, que ha sido más
importante considerar el lugar que ocupa el pecado en la moralidad que el sufrimiento que
este causa en la humanidad; con esto, en lugar de menguar ha crecido el número de víctimas
y nos hemos vuelto ‘cómplices’ del pecado y del sufrimiento.
Pese a este panorama, Castillo observa con esperanza cómo desde finales del siglo XX la
preocupación por el sufrimiento humano le ha comenzado a ganar la partida a la obsesión
52
moralizante por el pecado92; y esto resulta prometedor en una Iglesia que busca configurarse
con el mensaje del Reino de Dios, pues “la preocupación por el sufrimiento fue, en la vida
del Jesús histórico, más determinante que el problema del pecado”93; quizás esto haya sido
así porque Jesús comprendía que si el ser humano no lograba compadecerse frente el dolor
de sus prójimos y tratar de aliviarlos, sería muy difícil que asumiera con compromiso una
relación con Dios, pues quien no logra amar y servir a su semejante, cuerpo visible, mucho
menos podría amar y servir al Dios invisible94. Esta revolución frente al sufrimiento humano
es un rasgo místico de Jesús y una característica explícita del Reino de Dios.
A mediados del siglo XX, el filósofo francés Emmanuel Mounier decía que la gran tragedia
de la Iglesia consistía en que los místicos no son revolucionarios, ni los revolucionarios son
místicos. Estas palabras de Mounier llevaron a nuestro teólogo español a afirmar que “en el
cristianismo oficial, mística y revolución se han divorciado. Y el precio de ese divorcio ha
sido demasiado alto. Porque de ahí ha nacido una espiritualidad sin apenas incidencia en la
transformación real de la sociedad”95. De esta consideración aflora un problema bastante
grave a la hora de buscar un camino hacia la comprensión del sentido en que Jesús predica
el Reino de Dios, dado que, sin duda alguna, se hace necesario un camino que logre
reconciliar mística y revolución, teoría y praxis. Según el juicio de J. M. Castillo, en la
teología de la liberación se encuentra un intento teológico bastante serio por buscar avanzar
en la construcción de una espiritualidad cristiana capaz de sanar esta fractura entre mística y
revolución96.
Este modo particularmente latinoamericano de hacer teología motiva a pensar una Iglesia
que se preocupa más por las desgracias y los sufrimientos del pueblo, que por la vida futura
en el cielo; se trata de “una teología y una misión en la que lo central no son los intereses de
la Iglesia, sino los problemas de la gente. Por tanto, una Iglesia organizada principalmente,
92 Castillo, Víctimas del pecado, 193. 93 Ibíd., p. 192. 94 En repetidas ocasiones Castillo afirmará que la mediación esencial para poder relacionarnos con Dios es la
correcta relación con la humanidad y con los problemas que afectan a los seres humanos. Cfr. Ibíd., p. 193. 95Castillo, Víctimas del pecado, 202. 96 Cfr. Ibídem.
53
no para luchar contra los pecados y los pecadores, sino para hacer a la gente más feliz; o, en
la medida de lo posible, menos desgraciada”97. Esto no implicaría que la Iglesia se convierta
en una ONG y pierda su naturaleza trascendente y divina, sino que asuma radicalmente la
manera en que Jesús vivió y se hizo presente entre los hombres. Si asumimos que “hay pecado
donde hay violencia contra alguien. Es decir, hay pecado donde se origina y se provoca el
sufrimiento”98, entonces, el propósito fundamental de los seguidores del Reino de Dios será
procurar disminuir el sufrimiento humano, signo visible del pecado. Sin duda, este es el
mensaje del viacrucis de Jesús, pues Él se compadeció del dolor y de las desventuras del
hombre y cargó con los sufrimientos de la humanidad entera rumbo al Calvario, para
demostrarnos allí que “la solución para este mundo viene de la solidaridad con los últimos
de esta tierra”99. De esta manera, Jesús, víctima crucificada, se convirtió en el vencedor de la
muerte y el pecado, y su sacrificio fue “la victoria sobre el sufrimiento”100.
Tanto en La Humanidad de Jesús como en Víctimas del pecado, José M. Castillo afirma que
el Reino de Dios se hace presente, se manifiesta y consiste, ante todo, en aliviar el sufrimiento
humano. En efecto, anunciar el Reino consiste en ir por la vida curando todo achaque y
enfermedad del pueblo (Mt 4, 23), dado que la proclamación del Reino, tal como lo hizo
Jesús, sigue invitando a todos los creyentes a “curar enfermos, resucitar muertos, limpiar
leprosos y expulsar demonios” (Mt 10,7). Es por esto, como bien explican los mejores
exégetas, que “el reinado de Dios es el amor sin límites de Dios a los menospreciados y
marginados, a los pobres, las mujeres, los pecadores, los samaritanos”101.
2.6. El Reino de Dios es profunda humanidad
Junto a la postura del Jesús frente al sufrimiento, Castillo despliega toda una magistral
consideración sobre la humanidad de Jesús, pero esto no debe sorprendernos, porque como
hemos insistido “lo central y determinante, en la vida, la actividad y las enseñanzas de Jesús,
97 Castillo, Víctimas del pecado, 192. 98 Ibíd., 131. 99 Ibíd., 135. 100 Ibíd., 136. 101 Castillo, La Humanidad de Jesús, 94.
54
estuvo en su profunda humanidad y cercanía a quienes sufren en la vida”102. Es claro que el
mensaje que Jesús comunicó con sus palabras y con sus obras siempre estuvo cargado de
características profundamente humanas. Frente al testimonio de vida del Hijo de Dios
debemos preguntarnos lo siguiente: ¿es suficientemente humana nuestra iglesia?
A este cuestionamiento, Castillo responde que “en la Iglesia se nota, se ve y se palpa más
religión que humanidad”103; esto es así porque una gran mayoría de cristianos han creído que
con las prácticas rituales y el rigorismo religioso es suficiente para ser como Jesús, y se les
ha olvidado tener experiencia de Dios. Entonces, tenemos que aclarar que el problema no es
la religión, sino la práctica religiosa desencarnada, autómata, enfermiza y, por lo tanto,
alejada de la humanidad. Nuestro teólogo español nos recuerda que Jesús fue un hombre
profundamente religioso y cultivó una relación íntima con su Padre a través de la oración, de
la lectura de la Escritura y de la vivencia de las celebraciones religiosas; sin embargo, no se
limitó a observar regularmente los preceptos de la ley, sino que la llevó a su plenitud (Mt 5,
17). Y por esto se convirtió en un problema para los fariseos y demás ‘hombres de religión’,
porque siempre fue más allá, siempre amó más, siempre se entregó más, porque siempre supo
que Dios quiere misericordia y no sacrificios (Os 6,6; Mt 9, 13; Mt 12, 1-8).
Parece, entonces, que Jesús nos enseñó que “según el Dios en el que creemos, así es la
conducta que adoptamos”104, y esto es fundamental a la hora de considerar el Reino de Dios;
recordemos, además, que Jesús mismo dijo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie
va al Padre sino por mí (…) El que me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn 14, 5-6. 9). Es por
esto que Castillo afirma que todo el que quiera conocer y seguir el mensaje del Reino debe
tener conocimiento y experiencia de “quién fue Jesús, cómo vivió aquel Jesús, qué
significaba su mensaje sobre el reinado de Dios y lo que representa en la vida asumir e
integrar como proyecto el ‘seguimiento’ de aquel Jesús”105. Solo siguiendo las pisadas del
102 Castillo, La Humanidad de Jesús, 94. 103 Ibíd., 107. 104 Ibíd., 102. 105 Ibíd., 122.
55
Maestro podremos convertir nuestros corazones de piedra en corazones de carne y humanos,
que sientan el dolor y que se desvivan por hacer de este mundo un lugar más humano.
2.7. El Reino de Dios es una opción preferencial por los marginados, los excluidos, los
enfermos y los pobres
Una de las últimas obras publicadas por José M. Castillo, el año pasado, se titula El Evangelio
marginado. Frente a este paradigmático título tendríamos que preguntarnos por quién es el
que ha ‘marginado’ el Evangelio; la respuesta de Castillo es que la Iglesia, es decir, todos los
que nos consideramos creyentes en la Iglesia o pertenecientes a la Iglesia. Todos hemos
marginado el Evangelio con nuestra conducta, con nuestra pasividad y nuestro silencio106.
Esto se evidencia en la actual crisis que mundialmente vive la Iglesia; crisis que nos recuerda,
incansablemente, que una cosa decimos y otra hacemos. Pero, el propósito de nuestro teólogo
español nunca ha sido suscitar una suerte de pesimismo paralizante, sino sacudir las raíces
de la Iglesia y recordar, una vez más, que la esencia del cristianismo es el seguimiento de
Jesucristo, pues hay verdadera Iglesia donde sus componentes son auténticos seguidores de
Jesús; se trata, como afirma Johann B. Metz, de hacer memoria de aquel “recuerdo peligroso
y liberador”107 de Jesús.
Siguiendo a Metz, José M. Castillo dirá que la Iglesia auténtica, que tiene su origen en Jesús
y por eso mismo en el Evangelio, nació en los grupos de creyentes que hicieron suyo aquel
proyecto de vida que consistía en seguir a Jesús. Por lo tanto, no se trata de que conociendo
a Jesús se comprende lo que es el seguimiento, sino exactamente el revés: solo desde el
seguimiento y mediante el seguimiento es posible conocer a Jesús y comprender lo que él
representa en la teología cristiana108. Esto nos llama profundamente la atención porque nos
remite explícitamente a la primera obra de Castillo que mencionamos este capítulo, El
seguimiento de Jesús, como si en los treinta y seis años que han transcurrido, desde 1983
hasta el 2019, nuestro teólogo español sólo nos hubiese insistido en la necesidad de seguir a
106 Castillo, Evangelio marginado, 13. 107 Metz, La fe en la historia y en la sociedad, 100-110; Castillo, Evangelio marginado, 18. 108 Castillo, Evangelio marginado, 92.
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Jesús, es decir, la necesidad de que regresemos al único Camino que el Evangelio nos invita
a seguir; explicitándonos que el Reino de Dios no consiste en otra cosa que en un encuentro
en el que Cristo nos mira fijamente y nos dice “ven y sígueme” (Mt 16,24; Mc 1,17; Lc 9,23;
Lc 18,22; Jn 1, 43; Jn 21, 19; Hch 12, 8) y con su presencia produce una alegría tan grande
que el ser humano es capaz de abandonar todo lo que tiene y seguir tras sus pisadas.
No obstante, si afirmamos que en el Reino de Dios se tiene predilección por los marginados,
los excluidos y los pobres, entonces, cuando este pueblo humilde se descuida y se empuja a
las periferias, lo que estaría siendo desplazado de la experiencia cristiana sería el mismo
epicentro desde el cual se proclamó el Evangelio. Jon Sobrino nos recuerda que “según las
narraciones evangélicas, es sabido que Jesús se rodeó y favoreció durante su vida a
pecadores, publicanos, enfermos leprosos, pobres, samaritanos, paganos y mujeres” 109; si
esto es así, se debe reconocer que personas marginadas socialmente fueron favorecidas por
Jesús y, entonces, no podríamos vivir desconociendo que todos los hombres tienen la misma
dignidad de hijos de Dios y todos los hombres son de verdad hermanos. Además, este
contexto social en el que Jesús decidió dar comienzo a su predicación visibiliza que la opción
de Jesús por los pobres fue siempre una opción preferencial; en efecto, el Evangelio comenzó
al lado de los marginados y, junto a ellos, Jesús procuró desmarginalizarlos convirtiéndolos
en el centro del Proyecto del Reino y en los primeros testigos de los milagros de Dios: “los
ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos
resucitan y se anuncian a los pobres la Buena Nueva” (Mt 11,5).
2.8. El Reino de Dios es camino por recorrer…
Como conclusión de este segundo capítulo queremos hacer eco de la grandeza inabarcable
del Reino de Dios, y para ello no encontramos una imagen más hermosa que la de un camino
que siempre está esperando ser recorrido; un camino que, a medida que es recorrido, va
revelando una serie de implicaciones que van haciendo que el valiente peregrino se vaya
configurando con Cristo, a través del encuentro fraterno con sus hermanos más necesitados,
como en la perícopa del Buen Samaritano. Es por esto por lo que, en el Evangelio, Jesús nos
109 Sobrino, Jesús en América Latina. Su significado para la fe y la cristología, 223.
57
recuerda que lo que hacemos con nuestros prójimos es como si lo hiciéramos con él: “porque
tuve hambre y me diste de comer; tuve sed y me diste de beber; era forastero, y me acogiste;
estaba desnudo y me vestiste, enfermo y me visitaste; en la cárcel y fuiste a verme” (Mt 25,
35-36). Sólo caminando hacia el Reino, sirviendo a los demás, lograremos que el Reino de
Dios venga a nosotros.
Al transitar este largo itinerario por el pensamiento teológico de José María Castillo
percibimos que todavía tenemos mucho por caminar, porque se nos sigue resultando
tremendamente difícil definir completamente el Reino de Dios. Pero hemos comprendido
que no se trata de definiciones, sino de una experiencia en la que aún tenemos mucho por
hacer, pues si Dios reinara ahora mismo en el mundo, el mundo no estaría como está; no
habría tanto sufrimiento, tanta desigualdad, tanta injusticia, tanta violencia. Es por esto que
nosotros seguiremos clamando orantemente: venga a nosotros tu Reino, venga nosotros tu
Camino, venga nosotros tu Verdad, venga nosotros tu Luz, venga a nosotros tu Vida, venga
a nosotros tu Justicia, venga a nosotros tu Salvación.
58
Capítulo III: El Reino de Dios en clave de mujer
“El Reino de Dios -mensaje central del Jesús histórico- está destinado en primer lugar a
los pobres, a los marginados y a los oprimidos. Las mujeres, más que los demás, están
incluidas en esta clase de gente. Ellas supieron entenderlo en seguida; en contra de todas
las reglas de aquel tiempo hubo un grupo de mujeres que lo seguía”110
En este tercer capítulo presentaremos una lectura del “Reino de Dios” en clave femenina.
Buscaremos alcanzar tres objetivos: asociar la Teología femenina con la noción “Reino de
Dios”; considerar el papel de la mujer en la construcción del Reino; y, a partir de lo anterior,
presentar algunas características que nos permitan apreciar el “Reino de Dios” en perspectiva
femenina. Este capítulo está construido sobre la investigación académica que han llevado a
cabo teólogas contemporáneas como Elizabeth Schüssler Fiorenza, Carmen Bernabé Ubieta,
Nuria Calduch, Suzanne Tunc, entre otras.
Desde esta particular apuesta teológica, hermenéutica y de género, hemos asumido el
segundo momento de nuestro método investigativo “ver, juzgar, actuar”, es decir, el
“juzgar”. Nos hemos propuesto tomar posición frente al análisis que resultó de los dos
capítulos anteriores, que constituyeron nuestro “ver”, pues en este momento del “juzgar”
pondremos en evidencia que no basta reflexionar y lograr una mayor clarividencia sobre el
sentido y significado del Reino, sino que es necesario juzgar lo visto para obrar. Sin duda
alguna, en estos tiempos se ha presentado, con dramática urgencia, la hora de la acción111, de
la fertilidad, del cambio social y eclesiológico, de la reivindicación del lugar de la mujer en
la comunidad cristiana.
Releer los pasajes bíblicos que refieren al Reino de Dios, con ojos de mujer, es una
experiencia de gran resignificación, es un juzgar profundo que emerge desde el fondo del
corazón de quienes hemos sido, a través de la historia de la Salvación, las más fieles
discípulas, seguidoras y predicadoras del Reino. Las mujeres creyentes en Cristo son el
fragante aroma que brota en las páginas de las Sagradas Escrituras, ellas han sido el bálsamo
110 Boff, El rostro materno de Dios. Ensayo interdisciplinar sobre lo femenino y sus formas religiosas, 83 111 Cfr. Celam, Medellín, Introducción a las conclusiones, 3.
59
que se ha derramado sobre las heridas de los enfermos y desvalidos, y el incienso que ha
perfumado la historia de la humanidad.
Uno de los principales logros teológicos de Elizabeth Schüssler Fiorenza ha sido visibilizar
los rasgos femeninos del Dios de Jesucristo, puesto que, según la teóloga alemana, se hace
necesario comprender cada vez más que Dios tiene, también, una realidad ontológica
femenina. Esta dimensión femenina de Dios la comprendió muy bien el pueblo de Israel: “el
Dios-Sofía de Jesús considera a todos los israelitas como sus hijos y ‘ella’ es reconocida
como tal por todos ellos”112. Schüssler enfatiza en el lugar que ocupaba la Sofía divina
(Σοφία) en la configuración de la fe de pueblo israelita, dado que en algunos pasajes del
Texto Veterotestamentario se hace referencia a este carácter femenino de Dios:
Se le llama hermana, esposa, madre, amada y maestra. Es ella quien guía en el camino, quien
predica en Israel, el Dios vigilante y creador. Ella va en busca de las gentes, las encuentra en el
camino, les invita a cenar. Ella ofrece la vida, el reposo, el conocimiento y la salvación a quienes
la aceptan. Mora en Israel y oficia en el Santuario. Envía profetas y apóstoles, y hace de quienes
la acogen ‘amigos de Dios’. “Aun siendo sola, lo puede todo, sin salir de sí misma, renueva el
universo” (Sab 7,27)113.
Leonardo Boff, uno de los teólogos más importantes de nuestro continente latinoamericano,
afirma, al unísono con Schüssler, que en la tradición bíblica Dios no aparece únicamente bajo
el lenguaje masculino, sino que la lógica dominante y patriarcal ha enfatizado en el carácter
Paternal de Dios y ha oscurecido su dimensión esencialmente femenina. Boff acentúa en que
“también lo femenino es vehículo de la revelación de Dios. Dios y Cristo están personificados
en la temática femenina de la Sabiduría (Prov 8,22-26; Ecl 24,9; 1 Cor 24,30)”114. Algunos
pasajes bíblicos de Proverbios, Sabiduría, Isaías y Salmos nos permiten vislumbrar la manera
en que la mujer y la Sabiduría establecen entre sí una estrecha correlación (Prov 31,10.26.30)
y todo un entretejido simbólico (Prov 19,14; 40,12; Sab 3,12; 7,28). El profeta Isaías, por
112 Schüssler, En Memoria de ella. Una reconstrucción teológico-feminista de los orígenes del cristianismo,
179. 113 Ibíd., 180 114 Boff, El rostro materno de Dios. Ensayo interdisciplinar sobre lo femenino y sus formas religiosas, 95.
60
ejemplo, compara a Dios con una madre que consuela (Is 66,13), con una madre incapaz de
olvidarse del hijo de sus entrañas (Is 49,15; Sal 25,6; 116,5).
La transmisión creyente de este lenguaje femenino y maternal, que hace de la Sabiduría la
más sublime revelación de Dios, deviene una expresión excelsa del mismo corazón de Dios,
pues este lenguaje es “su comunicación vital; comunicación que resuena en el universo, en
la historia y en cada persona: quien me encuentra, encuentra la vida y alcanza el favor de
Dios (Prov 8,35)”115.
Ahora bien, es fundamental manifestar que estos rasgos femeninos de la divinidad se
extienden a través de todo el texto sagrado, desde el comienzo hasta su conclusión, ya que
en el Nuevo Testamento, también, Jesús se compara con una madre que quiere reunir a los
hijos bajo su protección (Lc 13,34) y, según el relato profético del Apocalipsis, en los últimos
tiempos, Dios tendrá un gesto de madre amorosa, enjugando las lágrimas de nuestros ojos
cansados de tanto llorar (Ap 21,4). En efecto, como bien afirma L. Boff, “todo el elemento
de ternura, cariño, último refugio de la salvación de Dios se presenta en la tradición en
lenguaje femenino”116. Indudablemente, Dios-Sabiduría se nos revela a través de unos rostros
femeninos muy variados: “es niña, hermana, joven, anfitriona, madre y maestra, guía y
compañera de viaje, novia cortejada y esposa acogedora. Rostros siempre distintos, pero
siempre rostros de mujer”117.
El sugestivo y motivador preámbulo que hasta aquí hemos expuesto nos conduce a tres
preguntas fundamentales118: ¿hasta qué punto lo femenino revela a Dios? y ¿hasta qué punto
Dios se revela en lo femenino? Estas dos primeras preguntas las formula Boff en su
investigación sobre el rostro femenino de Dios. La tercera pregunta es añadida por nosotros,
pues nos conduce a la región particular desde la que estamos construyendo nuestra reflexión
teológica: ¿en qué medida lo femenino de Dios se revela en el mensaje del Reino predicado
por Jesús? Trataremos de vislumbrar algunas posibles respuestas a estas tres preguntas
115 Calduch, El perfume del Evangelio, 133. 116 Ibídem. 117 Ibíd., 128 118 Cfr. Boff, El rostro materno de Dios. Ensayo interdisciplinar sobre lo femenino y sus formas religiosas, 77.
61
siguiendo este itinerario expositivo: en primer lugar, nos detendremos a considerar la
presencia de las mujeres en el proyecto de Jesús; en segundo lugar, reflexionaremos sobre el
papel de las mujeres en la Iglesia como discípulas y constructoras incansables del Reino; y,
por último, sintetizaremos los principales rasgos femeninos del Reino de Dios.
3.1. El perfume del Evangelio: la presencia de la mujer en el proyecto de Jesús
Desde que la teóloga española Nuria Calduch-Benages se refirió con lucidez a la presencia
vital de las mujeres en el proyecto de Jesús como “el perfume del Evangelio”119, la manera
de acercarnos a considerar el lugar de la mujer en el Nuevo Testamento cambió
rotundamente. Ya no tenemos que esforzarnos inútilmente por poner en la boca de las
mujeres que estuvieron junto a Jesús largos discursos elaborados, sino que debemos
preguntarnos con insistencia por aquel aroma que a través de ellas perfumó el mensaje del
Reino de Dios.
Sin duda, de la relación de Jesús con las mujeres emana un perfume de liberación, sanación
y vida. Jesús, en función del proyecto liberador del Reino, quebrantó varios de los principales
tabúes de la época relativos a la mujer: Él mantuvo una profunda amistad con Marta y María
(Lc 10,38), y en contra de las costumbres de su tiempo conversó públicamente y a solas con
una mujer samaritana junto al pozo de Jacob (Jn 4,27); además, defendió a la adúltera en
contra de una legislación discriminatoria (Jn 7,53-8,10) y se dejó ungir los pies por una
prostituta de renombre (Lc 7,36-50). Según nos cuentan los evangelios sinópticos son varias
las mujeres a las que Jesús atendió: la suegra de Pedro (Lc 4,38-39), la madre del joven de
Naím reanimado por Jesús (Lc 7,11-17), la niña muerta de Jairo (Mt 9,18-19), la mujer
encorvada (Lc 13,10-17), la pagana sirofenicia (Mc 7,24-30) y la mujer que llevaba doce
años enferma con flujo de sangre (Mt 19,20-22), entre otras.
N. Calduch afirma que todas estas mujeres personifican la amplia categoría de las víctimas
de la sociedad a las que Jesús vino a liberar; ellas representan a todos los excluidos, apátridas,
pobres, esclavos, enfermos, desgraciados y, en efecto, a los primeros destinatarios del
119 Calduch, El perfume del Evangelio, 8.
62
mensaje del Reino.
Jesús se encuentra con una israelita impura a causa de su enfermedad, con una cananea de cultura
griega, con una pecadora pública y con sus muchas discípulas, que con tal de seguir al Maestro
en su misión no tuvieron miedo de infringir el sistema androcéntrico que dominaba la sociedad
israelita del siglo I. Jesús se pone abiertamente a favor de todas estas mujeres y, solidarizándose
con su dolor, físico o espiritual, engendra una nueva corriente de humanidad desde su interior.
Procediendo de este modo, Jesús invierte la escala de valores propuesta por la sociedad y supera
las discriminaciones vigentes con su actitud gratuita y su relación solidaria e igualitaria con las
personas.120
Ahora bien, con el propósito de considerar algunas de las principales perícopas del Evangelio
en donde Jesús se relaciona con las mujeres, nos detendremos en cinco encuentros que han
sido estudiados con especial atención por algunas de nuestras teólogas contemporáneas.
3.1.1. El encuentro de Jesús con la hemorroísa
Entre las personas curadas por Jesús se encuentran cuatro mujeres afligidas por diversas
enfermedades: la suegra de Pedro (Mc 1, 29-33), la hija de Jairo (Mc 5, 21-24; 35-43), la
hemorroísa (Mc 5, 25- 34) y la hija de la sirofenicia (Mc 7, 24-30)121. De estas cuatro mujeres
curadas por Jesús, queremos centrarnos especialmente en la hemorroísa: una mujer que se
acercó a Jesús, con temor y vergüenza, tras doce años de padecer una enfermedad que la
excluía de la sociedad y la estigmatizaba como impura; esta mujer, a pesar de haber sido una
israelita observante, cargaba con el yugo de la exclusión y la discriminación a causa del flujo
de sangre que padecía122. Esta mujer que estaba doblemente victimizada, pues era víctima de
su enfermedad y de aquella moral religiosa, es la que se encuentra con Jesús en el camino
120 Calduch, El perfume del Evangelio, 10. 121 Ibíd., 16. 122 “Marcos valora la enfermedad no como impureza ritual, sino como un padecimiento próximo a la muerte,
que amenaza su función reproductora y, por consiguiente, su puesto en la sociedad. El flujo permanente
simboliza aún más su imperfección, inestabilidad, irracionalidad y falta de autocontrol; pero, además representa
los peligros y miedos que la sociedad experimenta frente a él porque ve peligrar la organización y la distribución
de poder sancionada por los varones. Esta mujer a la espera de la muerte (…) se le aleja todavía más de la
morada del Dios viviente” (Estévez, El poder de una mujer creyente. Cuerpo, identidad y discipulado en Mc
45, 24b-34, 420).
63
hacia la casa Jairo, el jefe de la sinagoga de Cafarnaúm.
Lo primero que nos llama la atención al analizar este encuentro es el gesto de aquella mujer:
“Habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto”
(Mc 5, 27). Ella es la que propicia el milagro al acercarse de manera clandestina a Jesús,
rompiendo todas las prescripciones legales que la mantenían en las periferias y arrastrándose
por el suelo hasta llegar a donde se encontraba el Maestro; como bien afirma N. Calduch, “el
deseo de curarse la convierte en una mujer libre; le hace superar todos los límites y las
fronteras de la ley”123. Sin duda, mucha gente tuvo que haber tocado a Jesús, pero no sabemos
cuántos de los que lo tocaron alcanzaron la sanación; lo que sí sabemos es que la fe124 de esta
hemorroísa fue la detonante del milagro. El toque de la mujer se transformó en toque divino,
puesto que precisamente cuando ella tocó a Jesús fue que se sintió tocada por la gracia de la
sanación. “Jesús le ha transmitido su energía vital y sanadora”125.
Resulta sorprendente el considerar cómo los gestos de la mujer hemorroísa son gestos que se
esperaban, social y religiosamente, que provinieran siempre de un varón; de los hombres se
esperaba la iniciativa, la determinación y la valentía, mientras que a la mujer le pertenecía la
sumisión, la timidez, la moderación y la pasividad, procurando pasar sin ser notada. No
obstante, como nos recuerda Mercedes Navarro, en esta narración de Mc 5, 24-34 la jerarquía
se invierte, dado que es la mujer la que, a pesar de su estatus de mujer, enferma y excluida,
adopta la posición activa y toca (άπτομαι) a su sanador Jesús, que, por su reacción, se sitúa
en el contexto más vulnerable y femenino, puesto que la mujer es la que toma su poder y su
vigor126; es por esto que Jesús afirma: “ha salido virtud de mí” (Lc 8, 46).
Ahora bien, según continúa el relato, esta mujer, aunque atemorizada y temblorosa, viendo
lo que le había sucedido, se acercó de frente a Jesús, se postró ante él y le contó todo sobre
123 Calduch, El perfume del Evangelio, 30. 124 Llama la atención que los tres evangelistas sinópticos resaltan la fe de la mujer. En Marcos, el poder de la fe
de la hemorroísa está su capacidad de traspasar fronteras; en Mateo, la fuerza de la fe está en una oración
suplicante que es capaz de alcanzar la salvación y la sanación de Jesús; y en Lucas, el énfasis de la fe está en
clave de agradecimiento. Cfr. Estévez, El poder de una mujer creyente, 281-288. 125 Calduch, El perfume del Evangelio, 31. 126 Cfr. Navarro, Marcos, 189.
64
sus dolencias (Mc 5,33); ella, inclinando su cuerpo ante Él, lo reconoció como el Señor de la
vida, como su Sanador. Jesús, por su parte, se reveló como su Salvador y le dijo: “Hija, tu fe
te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad” (Mc 5,34). N. Calduch acentúa
en que el verbo sesóken (σέσωκέν) que aparece en esta perícopa indica que esta mujer no
sólo ha sido curada, sino también salvada, y con esto se percibe la paradoja del relato: la
mujer ha alcanzado su curación y salvación precisamente porque ha transgredido los
preceptos de la ley127. Ella creyó con todo su ser en el poder arrollador y misericordioso del
Reino de Dios que predicaba Jesús; esta mujer creyó profundamente en que el Reino de Dios
era sanación, salvación, vida, dignidad y paz.
Sin lugar a duda, al dejarse tocar del pueblo y al ser tocado particularmente por una mujer
hemorroísa, Jesús anula los códigos sociales y religiosos de su tiempo, y proclama que los
cuerpos de las mujeres no son un lugar impuro que necesite una purificación constante, sino
un lugar de salvación128. Podríamos decir, entonces, que entre el cuerpo de Jesús y el cuerpo
de la hemorroísa se ha producido un encuentro personal, un encuentro de auténtica liberación
y sanación. El análisis de esta perícopa nos conduce, finalmente, a afirmar con Elisa Estévez
lo siguiente:
Jesús invierte el orden establecido, sea el que sea, y proclama que los destinatarios del Reino son
justamente aquellos que los colectivos expulsan fuera de sus fronteras o les condenan a ser
infelices con las etiquetas impuestas (…) Nadie queda fuera: ni debido a su etnia, ni por su sexo,
ni por su religión o nacionalidad129.
3.1.2. El encuentro de Jesús con la sirofenicia
Más sorprendente resulta todavía el encuentro de Jesús con una mujer desconocida de la
región pagana de Tiro y Sidón (Mc 7, 24-30); esta mujer pagana y su hija enferma
personifican a todo el pueblo gentil que no hacía parte de la Alianza. De manera general, esta
perícopa ha sido considerada como una exposición directa de la universalización de la
127 Calduch, El perfume del Evangelio, 32. 128 Ibíd., 33. 129 Estévez, El poder de una mujer creyente, 201-202.
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Salvación, como la apertura del Evangelio a los gentiles; una apertura que llega a través de
dos mujeres, excluidas por ser extranjeras; una apertura que llega a través de la mediación de
una madre que no quiere que el sufrimiento de su hija siga extendiéndose y clama por el pan
del Reino o, aunque sea, por las migas que caen de la mesa del Rey.
La fuerza narrativa de este encuentro de Jesús con la mujer sirofenicia resalta aún más si
consideramos los hechos que preceden a este encuentro, pues mientras la experiencia
renovadora del Reino no se ha logrado confirmar plenamente entre los discípulos y ha
escandalizado notablemente a los fariseos (Mc 7,1-23), en este pasaje se visibiliza
nuevamente y de una manera maravillosa que los excluidos, los humildes y, ahora los
paganos, son aquellos que logran comprender la Buena Noticia del Reino.
Recordemos que esta mujer sirofenicia se acercó angustiada a Jesús porque su hija no solo
estaba enferma y desquiciada, sino que estaba poseída por un espíritu inmundo130. Ella lo
único que deseaba era ver a su hija liberada de tales tormentos. Sin embargo, en un primer
momento, su anhelo se vio desatendido por el Maestro. Esta desatención primera acrecienta
el valor del segundo momento de la conversación, pues, aunque Jesús le respondió a esta
mujer que no estaba bien quitarles el pan a los hijos y echárselo a los perros, ella confiada y
con esperanza le replica que también los perros (extranjeros paganos) comen las migajas que
caen bajo la mesa de los señores; con estas palabras, la sirofenicia manifiesta que ella y su
hija se contentarían con las migajas y desperdicios caídos de la mesa del Señor131. José
Antonio Pagola afirma que aquellas palabras de fe, salidas del corazón creyente y humilde
130 Cfr. Pagola, Jesús: Aproximación histórica, 217 131 Sobre la contra-respuesta de la mujer pagana, a través de la cual ella logra que Jesús atienda a su súplica,
Carmen Bernabé afirma que se trató de un movimiento provocador, evocador y convocador: “La cananea alzó
su voz y se pronunció de una manera provocadora, evocadora y convocadora. Las palabras inteligentes de la
mujer fueron provocación: provocaron rechazo y miedo a los discípulos, incapaces de acoger al diferente,
temerosos de ser marcados de la impureza gentil, sorprendidos por la fuerza de una fémina. Y provocaron y
desafiaron a Jesús mismo, quien, de manera inusitada, permaneció en silencio ante su ruego suplicante. Sin
embargo, las palabras creyentes de la mujer fueron también evocación: recordaron a Jesús quién era él, le
nombraron Señor e Hijo de David, recordándole su “vocación” de transmisor de la misericordia y la compasión
de Dios, su Padre, para todos sus hijos e hijas. Y las palabras valientes de la mujer fueron también convocación:
convocación indirecta, porque fue a Jesús a quien le pidió y era él quien podría incluir en su nueva familia a las
personas que aún no se sabían dentro de ella. Quienes estaban cansados por el peso de la desigualdad y del
silenciamiento fueron entonces convocados a reunirse en él: “venid a mí todos los que estáis fatigados y
sobrecargados, y yo os aliviaré” (Bernabé, Con ellas tras Jesús. Mujeres modelos de identidad cristiana, 68).
66
de la sirofenicia, hicieron que Jesús comprendiera que “la voluntad de esta mujer coincide
con la de Dios, que no quiere ver sufrir a nadie”132.
En efecto, Jesús conmovido y admirado reconoció la grandeza de la fe de esta mujer pagana
y afirmó que su suplica había sido escuchada, pero lo más sorprendente de este cambio de
respuesta es que el mismo Jesús se dejó enseñar por aquella mujer. La mujer sirofenicia fue
maestra de Jesús, ella le recordó que su misión era liberar del sufrimiento a la humanidad
agobiada y, sobre todo, a los excluidos, a los marginados y a los desechados de la sociedad.
La mujer tiene razón: el sufrimiento humano no conoce fronteras, pues está presente en todos los
pueblos y religiones. Aunque su misión se limite a Israel, la compasión de Dios ha de ser
experimentada por todos sus hijos e hijas. En contra de todo lo imaginable, según el relato, esta
mujer pagana ha ayudado a Jesús a comprender mejor su misión. Esta es la única ocasión en que
Jesús renuncia a su posición y acepta la de su interlocutor. Jesús se deja convencer por una mujer
pagana133.
Según Pikaza, esta mujer encarna a toda la humanidad sufriente y es “principio hermenéutico
del nuevo mesianismo”134, es decir, del mensaje salvífico del Reino de Dios. Se trata, sin
duda, de un encuentro sorprendente en el que se presenta la normativa religiosa del momento
como un odre viejo, incapaz de contener el vino nuevo del anuncio universal del Reino de
Dios. Este encuentro ha derrumbado las fronteras y reconstruido los puentes de igualdad,
fraternidad y solidaridad.
Fue la fe de esta valiente mujer pagana la que consiguió que Jesús se ofreciera en aquel lugar
como alimento a los hambrientos de las periferias, es decir, a aquellos que siempre habían
sido considerados como indignos, como los últimos; en aquel lugar de Tiro y Sidón, Jesús se
hizo Evangelio para los excluidos y Pan que se partió y se compartió en un banquete inclusivo
con el que fueron y siguen siendo alimentados, principalmente, los más necesitados. Esta
mujer quedó saciada sólo con aquellas migajas135, pues comprendió, como nadie, que las
132 Pagola, Jesús: Aproximación histórica, 218. 133 Ibídem. 134 Pikaza, Evangelio de Marcos. La Buena Noticia de Jesús, 541. 135 Gnilka, El Evangelio según San Marcos. Mc 1-8, 26, 341
67
solas migajas de Jesús bastaban para salvar a su hija y a la humanidad entera del sufrimiento.
Ella comprendió, en efecto, que el Reino de Dios era un proyecto convival universal y que,
por lo tanto, todos los seres humanos estaban invitados a compartir y vivenciar tal realidad;
por esto, y a pesar de su condición social, creyó valientemente en Jesús e hizo de su periferia
un lugar propicio para comunicar el desbordante mensaje del Reino de Dios.
3.1.3. El encuentro de Jesús con la ‘mujer del perfume’
El tercer encuentro que queremos analizar es aquel que se dio entre Jesús y una mujer
innominada, conocida tradicionalmente como la ‘pecadora pública’ que fue perdonada y
luego enjugó los pies de Jesús con perfume. Esta ‘mujer del perfume’ es una de las muchas
mujeres que aparecen en el evangelio de Lucas. Según Nuria Calduch, hay quienes la
confunden con María de Betania, la hermana de Marta y Lázaro, o con María Magdalena, de
la que Jesús echó siete demonios, o incluso con la mujer adúltera, la que estuvo a punto de
ser lapidada por sus acusadores136; sin embargo, para nosotros, es simplemente ‘la mujer del
perfume’, aquella que derramó su frasco de alabastro sobre los pies del Maestro.
Esta es la única mujer, sin pedirlo, recibe el perdón de Jesús y queda libre de una enfermedad
que no era corporal, sino espiritual y profundamente existencial. La ‘mujer del perfume’ no
era ciega, ni leprosa, ni sordomuda, ni paralítica, ni tenía una pérdida de sangre, ni estaba
poseída por algún espíritu; el mal que la agobiaba era de otro orden:
la mujer del perfume ha vivido una vida de pecado. Y Jesús, el pedagogo, el terapeuta, aplica un
remedio de eficacia instantánea. Perdona todos sus pecados de golpe. No se los recuerda, no los
cuenta, no los clasifica. El remedio de Jesús regenera en el corazón muerto de la mujer los
sentimientos más delicados del ser humano: amor y gratitud137.
La ‘mujer del perfume’ es la mujer del amor grande y de la gratitud infinita, la mujer a la que
mucho se le perdonó y que, en gratitud, amó hasta el extremo a su Maestro. Ella fue una
mujer que no sabía decir en palabras lo que su corazón sentía por Jesús. Y como no sabía
hablar, su corazón la impulsó a realizar un gesto audaz, atrevido y lleno de amor sincero:
136 Calduch, El perfume del Evangelio, 54. 137 Ibíd., 55.
68
derramó un perfume costosísimo y lo esparció con su cabello, mientras lloraba y besaba los
pies del Señor.
Según se nos cuenta en el evangelio de Lucas, esta mujer irrumpe en la escena de sorpresa y
cuando uno menos se lo esperaba Jesús y sus contertulios. Nadie la había invitado. Ella era
una intrusa, que no pertenecía al grupo. La ‘mujer del perfume’, como bien afirma N.
Calduch, no era farisea, ni rabina, ni letrada, sino una pecadora de renombre; empero, a
nuestra protagonista no le inquietaron sus etiquetas de marginación y se entrometió en aquel
banquete en busca de Jesús. Para ella su amor y gratitud a Jesús estaban muy por encima de
los códigos sociales y no temía a los castigos que pudieran venir luego de su intromisión en
casa de Simón (Lc 7,37-38)138.
Aquella ‘mujer del perfume’ aparece en el relato en calidad de marginada, excluida del
mundo social, del sistema religioso, del banquete, de la mesa, del diálogo. Ella no tenía
nombre, ni cultura, ni prestigio, ni influencia, ni autoridad y, seguramente, tampoco disponía
de muchos recursos económicos; además, era pecadora y lo sabía más que nadie. Ella sólo
tenía la osadía y la audacia de retar a las estructuras más potentes de la sociedad de su tiempo,
y libró su arriesgada batalla sólo con lo que tenía: humanidad, agradecimiento, humildad y
ternura139.
Pero, detengámonos un momento en la simbología de cada uno de los personajes de aquella
escena: Jesús, nuestra mujer pecadora, Simón el fariseo y los demás comensales. Todos
hicieron parte de una misma circunstancia dramática: “la lógica de la ley se enfrenta a la
lógica del amor” 140.
Simón el fariseo, anfitrión del banquete, y su grupo de invitados representaban la ley; Jesús
encarnaba el amor; y, la mujer del perfume se encontraba en el medio. Inmediatamente ella
se postró a los pies de Jesús, Simón comenzó a acusarla y a recordar los pecados por los que
ella era conocida en la sociedad, pero Jesús estaba admirado de la expresión de amor de
138 Calduch, El perfume del Evangelio, 65. 139 Ibíd., 75. 140 Ibíd., 63.
69
aquella mujer y reconoció que ella lo amaba más que todos los presentes. Esto, sin duda,
desencadenó una gran indignación en el anfitrión y en los invitados, todos ellos acobijados
en la meritocracia de la ley farisea, que se centraba más en el cumplimiento de la normativa
que en el corazón del ser humano. Sin embargo, Jesús confrontó a Simón con las siguientes
palabras:
¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me diste agua para los pies, pero ella me ha bañado
los pies en lágrimas y me los ha secado con sus cabellos. Tú no me besaste, pero ella, desde que
entré, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con aceite, pero ella me ungió
los pies con perfume (Lc 7, 44-46).
En efecto, los gestos corporales de aquella mujer se convirtieron en una completa y profunda
catequesis exhortativa para aquellos comensales que pretendían seguir el proyecto del Reino,
pero que no habían comprendido las implicaciones del camino propuesto por Jesús. Como
bien afirma Calduch,
la posición corporal de la mujer es muy elocuente. Jesús está reclinado en la mesa. La mujer está
en el suelo, detrás de él, tocando con su cabeza los pies del Maestro. Jesús está arriba y ella está
abajo, lo más abajo posible. Y desde abajo, la mujer llora, le mira y le habla. Habla en silencio,
sin palabras. Habla con su cuerpo. Postrada a sus pies, la mujer adopta una actitud de servicio, de
discípula, a la escucha del Maestro, dispuesta a aceptar su palabra. (…) En casa de Simón todos
están sentados. Sólo ella está en el suelo. Todos situados unos delante de otros. Ella está detrás.
Todos se ven la cara. Sólo ella contempla los pies de Jesús. Por el momento ella es una excluida
del banquete, pero pronto arrebatará el puesto a Simón: de marginada pasará a ser la auténtica
anfitriona. Ahora queda abajo y detrás. Pero no tardará en ocupar el centro de la escena”141.
Sin duda, nuestra ‘mujer del perfume’ recurre al lenguaje del cuerpo, pues con su cuerpo,
especialmente con sus manos, su boca y sus cabellos, visibilizó la esencia del discipulado:
sentimientos de amor hacia Jesús, generosidad, servicio, entrega, pasión, gratitud, humildad,
docilidad. En toda la narración esta mujer no pronunció ni una sola palabra y, no obstante,
en medio de su sorprendente silencio, desplegó una intensa y amorosa predicación.
141 Calduch, El perfume del Evangelio, 66.
70
Nuria Calduch subraya que esta mujer realizó cuatro acciones sucesivas centradas en los pies
de Jesús: los besó, los bañó con sus lágrimas, los enjugó con sus cabellos y los ungió con
perfume. Estas cuatro acciones conllevan un contacto físico que Jesús acepta con toda
naturalidad, pues Él se deja tocar y se deja amar; aquellas caricias son una viva expresión de
un amor sincero y agradecido, de un amor que necesita salir de sí mismo para entrar en la
alteridad del otro142. Es más, Jesús mismo realizará este gesto en la última cena como un
signo visible del amor con que Dios desea que los hombres nos amemos los unos a los otros;
quizás, Él lo hizo en memoria de esta mujer que, desde que entró en la casa de Simón, no
cesó de besar sus pies (Lc 7,45; Mc 14, 9).
3.1.4. El encuentro de Jesús con Marta y María en Betania
En el capítulo décimo del Evangelio de Lucas y en el duodécimo del Evangelio de Juan
asistimos a otro maravilloso encuentro de Jesús con las mujeres; en esta ocasión Él visita a
sus amigas Marta y María, hermanas de Lázaro. Según lo relata el evangelista Juan, seis días
antes de la Pascua llegó Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado. Allí
se dio una cena en honor de Jesús. Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban a la
mesa con él. María, por su parte, tomó como medio litro de nardo puro, que era un perfume
muy costoso, y lo derramó sobre los pies de Jesús, secándoselos luego con sus cabellos.
Aquella casa se llenó de la fragancia de aquel perfume derramado por María en honor de
Jesús (Jn 12, 1-3).
La exposición de Nuria Calduch insiste en que el estudio de esta perícopa de la unción en
Betania (Jn 12,1-11) nos permite comprender el encuentro entre Jesús y María, la hermana
de Marta y de Lázaro, en toda su amplitud y ahondar en su riqueza teológica. Si bien esto es
así, queremos detenernos específicamente en el versículo 3: “la casa se llenó de la fragancia
del perfume”; esta frase desde los primeros tiempos ha sido considerada como un misterio
por desvelar, pues según afirma un sinnúmero de teólogos el perfume de aquella unción no
sólo anunciaba la muerte de Jesús en Jerusalén, sino que, con mayor fuerza, comunicaba su
resurrección. En efecto, la fragancia del perfume derramado en Betania es “símbolo de la
142 Calduch, El perfume del Evangelio, 67.
71
victoria de Cristo sobre la muerte”143. Y este símbolo de victoria es presentado por una mujer.
Como la hemorroísa, la sirofenicia y la ‘mujer del perfume’, Marta y María también perciben
en Jesús una actitud diferente. Nunca escuchan de sus labios expresiones despectivas, nunca
le oyen exhortación alguna a vivir sometidas a sus esposos ni al sistema patriarcal, no hay en
Jesús animosidad ni precaución alguna frente a ellas, sino solo respeto, compasión y simpatía.
Además de una profunda amistad, pues lloró ante la muerte de su hermano Lázaro y,
milagrosamente, lo despertó del sueño de la muerte.
Según Pagola, en casa de sus amigas Marta y María, Jesús corrige de una vez para siempre
aquella visión generalizada de que la mujer se ha de dedicar exclusivamente a las tareas del
hogar144. Según la narrativa de esta perícopa en el Evangelio de Lucas, mientras Marta se
afana por acoger con todo esmero a Jesús, su hermana María, sentada a los pies del Maestro,
escucha su palabra; cuando Marta reclama la ayuda de María para realizar sus tareas, Jesús
le contesta así: “Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de
pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada” (Lucas
10, 38-42). Desde la exégesis realizada por Pagola esta escena ha sido creada con el propósito
de visibilizar la actitud de Jesús ante la mujer, pues no hubo nada más revolucionario en la
época que esta radical oposición a que las mujeres siguieran reducidas al servicio de las
faenas del hogar y al silencio esclavizante; sin duda, había una experiencia maravillosa a la
que la mujer tenía derecho y necesidad tanto como el hombre, y era la escucha de la Palabra
de Dios, el mensaje del Reino145.
Esta historia no debe ser interpretada de manera controversial, convirtiendo a Marta en el
modelo de aquello que está mal en la vida, de los obstáculos, de las ocupaciones y
distracciones y a María como el modelo ejemplar. Esto sería una revictimización para la
mujer de la época. Este relato se debe releer haciendo memoria del lugar primordial que
ocupa el servicio, la fraternidad, la escucha atenta de la palabra, el compartir generoso y la
143 Calduch, El perfume del Evangelio, 10. 144 Pagola, Jesús: Aproximación histórica, 213. 145 Ibídem.
72
resuelta hospitalidad en el mensaje del Reino, pues sólo así este encuentro de Jesús con Marta
y María deviene en una de las señales femeninas más importantes de la llegada del Reino de
Dios. Seguir a Cristo, según el testimonio de Marta y María, es emprender un apasionante
itinerario de acogida, de entrega desinteresada y de amor a Dios y al prójimo.
3.1.5. Las discípulas de Jesús
Detengámonos, finalmente, en un pasaje específico del capítulo octavo del evangelio de
Lucas146:
Aconteció después, que Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el
evangelio del Reino de Dios, y los doce con él, y algunas mujeres que habían sido sanadas de
espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido
siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana, y otras muchas que le
servían con sus bienes (Lc 8, 1-3).
A través de este pasaje conocemos el nombre de algunas de las seguidoras de Jesús. No son
las únicas ni mucho menos. Además de María, la madre de Jesús y su discípula por
excelencia, hay un grupo de tres mujeres que, al parecer, fueron las más cercanas a Jesús:
María Magdalena; María, la madre de Santiago el menor y de José; y Salomé (Mc 15, 40).
Conocemos también el nombre de otras mujeres muy queridas por Jesús, como las hermanas
de Lázaro, Marta y María, que lo acogieron a Jesús en Betania. Si hay algo que se nos va
haciendo cada vez más claro es que la presencia de las mujeres en el grupo de discípulos de
Jesús no es secundaria o marginal; al contrario, en muchos aspectos, ellas son modelo del
verdadero discipulado.
No debemos olvidar que el mensajero del Reino de Dios, Jesús, se gestó en el seno de una
mujer y aprendió de ella muchísimo de lo que dijo e hizo; pero, sobre todo, aprendió de María
el valor y el compromiso de decir, con el corazón, ‘fiat’ al Proyecto de Dios. Si estamos
hablando del perfume del Evangelio tenemos que manifestar que este particular perfume
femenino comenzó a aromatizar nuestra fe desde aquel ‘fiat’ profético y escatológico de
146 Tunc, También las mujeres seguían a Jesús, 9.
73
María que se vislumbra con grandeza en el Magníficat:
Escuchamos el himno profético de la virgen María con todo el contenido contestatario, profético,
subversivo y liberador que encierra. María no tiene solamente sus oídos abiertos al mensaje del
Altísimo, sino que tiene un oído abierto totalmente a Dios y otro abierto a los clamores de su
pueblo judío oprimido. Es la mujer de la verdadera fidelidad, propia de todos los grandes profetas:
en el mismo movimiento en el que se muestran fieles a Dios, se mantienen igualmente fieles a
los apuros de su pueblo. La fidelidad a uno implica la fidelidad al otro, puesto que el que es sordo
a los gemidos del pobre, es también mudo delante de Dios. María levanta su voz y habla: alaba a
Dios e intercede por el pueblo; engrandece la misericordia de Dios y le suplica que se manifieste
como liberación del humillado y del hambriento147.
Ahora bien, además de los rasgos que hemos presentado al considerar los encuentros de
algunas mujeres con Jesús, tenemos que manifestar, con Pagola, que “las mujeres no
discuten, como los varones, sobre quién tendrá más poder en el Reino de Dios”148. Ellas no
buscaban títulos y poderes especiales, sino sólo vivir y trabajar en pos del Reino de Dios,
pues habían comprendido que “no es la virtud de los elegidos, sino la integridad de todos, lo
que constituye la visión central de Jesús”149. Esto es lo que ellas mismas han experimentado
al estar junto a Jesús: las parábolas con las que enseñaba el Maestro recogían igualmente
imágenes del mundo de la mujer, varias curaciones y exorcismos devolvieron la plenitud a
algunas mujeres, el anuncio de la ‘inversión escatológica’ (los primeros serán los últimos y
los últimos serán los primeros) se aplicaba también a las mujeres y a su situación de
inferioridad en las estructuras patriarcales150. Recordemos que buena parte de los pobres que
rodeaban a Jesús eran mujeres, algunas privadas del apoyo de un varón eran las más
vulnerables; pero, como hemos insistido, ser mujer en aquella sociedad patriarcal significaba
estar destinada a vivir en un estado de inferioridad y sumisión.
Es claro que, si las mujeres siguieron a Jesús desde Galilea hasta Jerusalén, y no le
abandonaron ni en el momento de su ejecución, ellas escuchaban también sus predicaciones,
147 Boff, El rostro materno de Dios, 223. 148 Pagola, Jesús: Aproximación histórica, 226. 149 Schüssler, En memoria de ella, 166. 150 Ibídem.
74
su mensaje del Reino, aprendían de Él y le seguían de cerca, lo mismo que los discípulos
varones. Ellas también habían tomado sus cruces, indudablemente más pesadas que las
masculinas, para seguir tras las huellas del Maestro. Pagola nos contextualiza, un poco, sobre
el choque de mentalidades que este discipulado femenino, impulsado por Jesús, causó en
aquella época:
El hecho es incontestable y, al mismo tiempo, sorprendente, pues, en los años treinta y todavía
más tarde, a las mujeres no les estaba permitido estudiar la ley con un rabí. No solo eso, viajar
por el campo siguiendo a un varón y dormir en descampado junto a un grupo de hombres era
probablemente un escándalo. En Galilea no se había conocido algo parecido. El espectáculo de
un grupo de mujeres, en algunos casos sin compañía de sus maridos, algunas de ellas antiguas
endemoniadas, siguiendo a un varón célibe que las acepta en su entorno junto a sus discípulos
varones no podía sino despertar recelo151.
Ahora bien, resulta asombroso considerar la actitud de estas mujeres discípulas en el
momento de la Pasión, en drama de la Cruz. Mientras los discípulos se dispersaban, temían
y se camuflaban en el anonimato y la clandestinidad, ellas fueron fieles seguidoras de su
Maestro encarcelado y se convirtieron en disidentes de aquella normativa según la cual Jesús
era un criminal; ellas lo acompañaron hacia el Calvario, lo vieron morir de amor, lo
embalsamaron con perfumes y aceites aromáticos, y lo llevaron al sepulcro; ellas no cesaron
de esperar aquel momento glorioso de la Resurrección. Esta heroica osadía femenina nos la
recuerda Elizabeth Schüssler así:
Las mujeres galileas desempeñaron un papel decisivo tanto en la extensión del movimiento de
Jesús a los gentiles como en la continuación de dicho movimiento después del arresto y la
ejecución de Jesús. Las discípulas galileas de Jesús no huyeron después de su arresto, sino que
permanecieron en Jerusalén durante su ejecución y su entierro. Estas mujeres galileas fueron
también las primeras en expresar su experiencia de la bondad poderosa de Dios que no abandonó
al Jesús crucificado en la tumba, sino que le resucitó de entre los muertos. La confesión cristiana
primitiva de que “Jesús el Nazareno, el que fue crucificado, ha resucitado”, fue inicialmente
revelada, según el relato premarcano de la resurrección (Mc 16) a las mujeres galileas discípulas
151 Pagola, Jesús: Aproximación histórica 224.
75
de Jesús152.
Este protagonismo histórico de las mujeres fue de gran importancia para los orígenes del
cristianismo. Ellas que habían experimentado la bondad y la misericordia del Dios de Jesús
fueron las pioneras en extender el movimiento de Jesús en Galilea y en desarrollar un
argumento teológico según el cual todos los seres humanos estaban invitados a tener acceso
al poder del Dios de Jesús y a compartir la abundancia del banquete mesiánico. Según
Schüssler, es precisamente a través del discipulado y del anuncio femenino que el Proyecto
de Jesús se comienza a comprender como una mesa comunitaria y universal en la que todos
somos bienvenidos153. Y, con esto, ellas se convierten en las guardianas del carácter del
discipulado de iguales suscitado por Jesús y de la Iglesia universal.
En efecto, este carácter es el que se visibiliza en cada una de las perícopas evangélicas en las
que aquí nos hemos detenido: la mujer del flujo de sangre nos presentó a un Dios que se
preocupa por la dignidad humana, que sana y salva a quienes acuden a Él; la mujer sirofenicia
con su fe firme y su hábil razonamiento, abrió un futuro de libertad y plenitud para su hija
pero, además, esta mujer pagana se convirtió en la abogada, históricamente visible, de un
futuro escatológico para los gentiles y extranjeros del mundo; la pecadora del perfume, con
osadía, nos demostró el modo en que el Reino de Dios se hace presente en la realidad, pues
aunque caminó en contra de la lógica de su época, visibilizó que en el proyecto de Dios valen
más los hechos radicales que las palabras vacías y el legalismo de los fariseos; Marta y María
nos ayudaron a comprender que a través de la hospitalidad, la acogida y el servicio generoso
el Reino de Dios se establece, y que este proyecto comienza a gestarse desde nuestras casas.
Todas estas mujeres se convirtieron, entonces, en el perfume del Evangelio, en el grato aroma
del Reino de Dios que emana por siempre y para siempre en la Iglesia.
152 Schüssler, En memoria de ella, 186. 153 Ibídem.
76
3.2. Las mujeres en la Iglesia: discípulas y constructoras imparables del Reino
“Son varias las mujeres que la Biblia presenta para darnos a conocer una sabiduría
particular, práctica, la sabiduría de Dios. Muestra a la mujer que encarna el esfuerzo, la
dedicación, el sacrificio y el trabajo responsable; a la que está en los momentos cruciales
de la existencia humana; la que no pierde la esperanza y que sabe escuchar la Palabra y
obedecerla; la mujer que hace presencia en la vida de Jesús, en su pasión, muerte y
resurrección, y posteriormente en la vida de las primeras comunidades cristianas
y en la vida de la Iglesia”154.
María, la madre de Jesús, María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José,
y Salomé son cuatro mujeres eminentes entre las discípulas que siguieron a Jesús, igual que
Pedro, Andrés, Santiago y Juan son los cuatro eminentes discípulos entre los doce (Mc 1, 16-
20). Ellas cuatro acompañaron a Jesús bajo la cruz, arriesgando su seguridad y su vida; fueron
importantes discípulas y constructoras imparables del Reino de Dios. En el Evangelio de
Marcos se utilizan tres verbos para caracterizar el discipulado de estas mujeres que estuvieron
al pie de la Cruz: ellas le seguían en Galilea, le servían y “habían subido con él a Jerusalén”
(Mc 15,41). Elizabeth Schüssler nos invita a reflexionar sobre esta triple descripción verbal,
dado que estos verbos vienen a configurar la realidad discipular de las primeras mujeres
cristianas.
En primer lugar, el verbo akolouthein (ἀκολουθεῖν) que aquí se usa es el mismo que describe
la llamada y la decisión de ser discípulo con el que Marcos inaugura el mensaje evangélico
(Mc 1,18). Así pues, si recordamos que en Marcos 8,34 y 10,28 Jesús insiste en que seguirle
significa “tomar la cruz” y ponerse en camino con él, sin duda, las mujeres que están a los
pies del crucificado fueron aquellas que lo siguieron hasta el final155. En segundo lugar, el
verbo diakonein (διακονεῖν) llama la atención en que estas mujeres discípulas han practicado
el verdadero discipulado exigido a los seguidores de Jesús. Sin duda, el diakonein de estas
mujeres no puede limitarse únicamente al servicio de la mesa, pues este verbo resume la
totalidad del ministerio de Jesús156. En tercer lugar, Schüssler llama la atención en que el
154 González, Místicas Medievales. El rostro femenino de la teología, 46. 155 Cfr. Schüssler, En memoria de ella, 383. 156 Cfr. Schüssler, En memoria de ella, 383.
77
verbo synanabainein (συναναβαίνεῖν) no sólo se refiere a estas cuatro discípulas principales
sino a todas las mujeres que siguieron a Jesús desde Galilea a Jerusalén. Además, resulta
interesante que fuera de este pasaje este verbo se encuentra sólo en Hechos de los Apóstoles
cuando se hace referencia a aquellos que se habían encontrado con el Señor resucitado,
convirtiéndose en testigos de su Resurrección (Hch 13,31)157.
Es verdad que en las primeras comunidades las mujeres desempeñaron ciertas actividades
destacadas en el anuncio y en la práctica de la fe. Los Hechos de los Apóstoles nos hablan de
Lidia, negociante de púrpura, rica y activa en la comunidad (Hch 16,14-15); de Dámaris,
convertida en Atenas (Hch 17,34); de algunas profetisas, como las cuatro hijas vírgenes de
Felipe (Hch 21,9); de otras, como Tabita, que servían a los pobres (Hch 9, 36). Son muchas
las mujeres que, en el lenguaje paulino, “trabajaron duro” por el Señor, como Trifena, Trifosa
y Pérsida (Rom 16,12); también conocemos a Priscila, a Febe diaconisa de la iglesia de
Cencreas (Rom 16,1), a Julia (Rm 16, 15), a Evodia y Síntique, que asistían a Pablo en su
lucha por difundir el Evangelio (Flp 4,2).
Como afirma Edith González,
Las mujeres neotestamentarias continúan mostrando la fortaleza, la sabiduría y la obediencia de
la mujer a la voluntad de Dios. Son mujeres fuertes, llenas de vida y con profunda experiencia de
fe, como María, la madre de Jesús, que en su silencio y contemplación sabe que Dios habla al
corazón del ser humano, a su totalidad, en su intimidad, profundidad, inteligencia y libertad. Ella
ve y comprende el misterio que le hace guardar todo en su corazón (Lc 2,19). Las mujeres que
van al sepulcro, María Magdalena, María la madre de Santiago y Juana (Lc 24,1-11) se convierten
en mensajeras de la resurrección, y con la fuerza y la convicción de la experiencia del encuentro
anuncian que Jesús sigue vivo y no está en el lugar de los muertos158.
Ahora bien, como percibimos tanto en los Hechos de los Apóstoles como en el epistolario
paulino se habla de mujeres misioneras, predicadoras, maestras, profetisas, sanadoras, jefas
de iglesias domésticas e incluso de agraciadas con el don de lenguas y otros carismas. De
157 Cfr. Ibíd., 384. 158 González, Místicas Medievales. El rostro femenino de la teología, 46.
78
este modo, como afirma Paola Polo159, podríamos decir que en las primeras décadas del
cristianismo se atestigua un fuerte ministerio femenino al mismo nivel de los varones. Sin
embargo, según visualizamos en la historia de la Iglesia, se trató de un ministerio vivo que se
fue debilitando con el tiempo, pero que nunca se extinguió, pues siempre han surgido testigos
espirituales y lideresas comunitarias que han luchado por mantener viva esta llama femenina
en el seno de la Iglesia. Mencionemos algunas de ellas.
En su exposición sobre el rostro femenino de la teología, Edith González acentúa en que,
además de la presencia y participación de las mujeres que describe la Sagrada Escritura, en
la historia del cristianismo encontramos también a aquellas mujeres que, llenas de la fuerza
y la energía vital del Espíritu Santo, se desplazaron al desierto y allí configuraron sus vidas
de manera radical en el seguimiento de Jesús160. Estas mujeres han sido conocidas como las
Ammas, y su misión en el desierto era la de encender la antorcha de vida teologal para luego
comunicarla a sus hermanos. Los nombres más comunes de estas madres, según tradición
oral y escrita, son Santa Tecla de Iconio, Santa Macrina la joven y Santa Sinclética.
Asimismo, y dando un salto temporal, la inmensa cantidad de mujeres cristianas en el
contexto de la sociedad medieval no deja de sorprendernos, pues en esta época las mujeres
tuvieron que resistir y romper los esquemas establecidos sobre el rol que tenían asignado y
pensarse como sujetos que construían teología; ellas comprendieron progresivamente que sus
palabras tenían un impacto en quienes las escuchaban hablar y que estaban llamadas a dar
testimonio y a vivir en libertad.161 Entre los muchos movimientos espirituales femeninos que
aparecieron en la Edad Media, queremos destacar aquí a las beguinas, un grupo de mujeres
que surgió entre los siglos XII y XIII, al mismo tiempo que aparecían las órdenes
mendicantes de los franciscanos y de los dominicos; entre ellas se destacan Matilde de
Magdeburgo, Margarita Porete y Hadewijch de Amberes. Las experiencias espirituales de
estas tres insignes mujeres son sintetizadas magistralmente por E. González de la siguiente
159 Polo, Las mujeres en la Iglesia, de discípula a olvidadas y a sujetos de liberación, 2. 160 González, Místicas Medievales. El rostro femenino de la teología, 47. 161 Ibíd., 14.
79
manera:
Matilde de Magdeburgo revela el amor unitivo con Dios y los efectos que se producen en el ser
humano cuando ha sentido su beso. El alma se desnuda ante Dios y se deja absorber por él, de
modo que viva un cielo en la tierra. Con Margarita Porete, el alma que decide emprender un viaje
en busca del Amado descubre en su caminar momentos o estados en los que experimenta ascensos
y caídas. (…) Y Hadewijch de Amberes, herida por el amor de Dios, descubre un amor violento,
fuerte, arrollador, que envuelve al ser humano como un torrente hacia su conocimiento. Utiliza
el lenguaje simbólico para mostrar una mística nupcial, en la que el alma trova a su Dios con
deseos inagotables de amor162.
Este movimiento femenino estaba arraigado en el deseo de una vida apostólica que estuviera
caracterizada por la pobreza voluntaria, la mendicidad y la predicación. Este movimiento se
hizo atractivo, sobre todo, porque agrupaba las aspiraciones religiosas de las mujeres que no
querían ser monjas en el sentido estricto, o que no tenían bienes suficientes para aportar una
dote que les permitiera mantenerse de por vida.163 Estas mujeres, a imitación de las discípulas
del Evangelio, se dedicaron a la atención a los más necesitados, y vivieron una espiritualidad
rebosante de servicio, pues comprendieron que el cristianismo no era un llamado al intimismo
individualista, sino una experiencia de apertura a la divinidad, a prójimo y a la creación164.
En la mística del siglo XVI también nos encontramos con una de las mujeres más importantes
en la historia del cristianismo medieval: Santa Teresa de Jesús, aquella monja española,
andariega y con determinada determinación, que fundó la Orden de Carmelitas Descalzas.
Ella nos transmitió su experiencia profunda y sublime de amor con Dios, a través de sus
escritos doctrinales, y de sus muchas cartas, poemas, cánticos, coplillas y sonetos. “Santa
Teresa insiste en que el camino de perfección está en la capacidad que tiene todo ser humano
para hablar bien con Dios, saber su lenguaje, saber que se parte de la historia individual en
una relación con Dios que exige un proceso de comunicación con él”165. Gracias al incansable
162 González, Místicas Medievales. El rostro femenino de la teología, 15-16. 163 González, Reino de Dios y kénosis en el Maestro Eckhart. Lineamientos para una reflexión teológica
contemporánea, 37. 164 Ibíd., 38. 165 González, Místicas Medievales. El rostro femenino de la teología, 16.
80
celo apostólico de Santa Teresa, en los cinco continentes del mundo encontramos, todavía
hoy, la presencia viva y renovadora de la vida consagrada en la clausura conventual.
En esta misma perspectiva, nos encontramos en el siglo XIX con Santa Teresita del Niño
Jesús, una joven carmelita descalza que, desde un pequeño convento en Lisieux-Francia, se
convirtió en la Patrona de las Misiones y en la Doctora del Amor (Doctor Amoris). Ella nos
enseñó que no hay fronteras que logren contener el inagotable amor de Dios y que los más
pequeños sacrificios del día a día, entregados con amor, tienen un efecto universal en la
conversión de la humanidad; esta joven carmelita, además, hizo de su vida una actualización
apasionante de aquellas mujeres que derramaron sus perfumes a los pies de Jesús, pues para
Teresita el perfume más precioso que se todos le podemos ofrecer a Jesús es el amor. Así lo
escribió en su poema “Vivir de amor”:
Vivir de amor es imitar, Jesús, la hazaña de María cuando bañó de lágrimas y perfumes preciosos
tus fatigados y divinos pies, enjugándolos luego con sus largos cabellos. Y alzándose del suelo,
con santo atrevimiento, tu cabeza, igualmente, María perfumó. ¡Oh Jesús, el perfume que yo doy
a tu rostro es y será mi amor! ¡Vivir de amor, oh qué locura extraña —me dice el mundo—, cese
ya tu canto! ¡No pierdas tus perfumes, no derroches tu vida, aprende a utilizarlos con ganancia!»
¡Jesús, amarte es pérdida fecunda! Tuyos son mis perfumes para siempre. Al salir de este mundo
cantar quiero: ¡muero de amor!166
Acercándonos a los siglos XX y XXI descubrimos un sinnúmero de mujeres que han sido
protagonistas de la historia de nuestra Iglesia y que han trabajado, incansablemente, por
difundir en este mundo el mensaje del Reino de Dios y ser luz en estos tiempos de oscuridad.
Santa Teresa de los Andes, con su locura de amor por Dios, se nos presentó como una
discípula consagrada a la misión de la comunicarle a los agobiados y afligidos que sólo a los
pies de Jesús encontrarán descanso; Santa Laura Montoya, religiosa y misionera colombiana,
nos recordó la sed de Dios que tienen los hombres de nuestro tiempo y el compromiso que
todos tenemos de convertirnos en discípulos y mensajeros que llevemos el Agua viva del
Evangelio a las periferias y pueblos excluidos; Santa Edith Stein nos ayudó a comprender
166 Santa Teresita del Niño Jesús, Obras Completas, PN 17, 12-13. Poesía Vivir de amor del 26 de febrero de
1895.
81
que la vida del ser humano es una oportunidad para recorrer, junto al Nazareno, el camino de
la Cruz para alcanzar la anhelada unión con Dios; Santa Teresa de Calcuta proclamó con
ahínco que el Reino de Dios es de los más vulnerables, y dedicó toda su vida a atender a los
pobres, enfermos, huérfanos y moribundos, segura de que cada uno de los servicios y
atenciones que le prestaba a cada uno de aquellos pequeños era un servicio prestado a Dios.
Todas estas mujeres, en efecto, han sido continuadoras del espíritu femenino del Evangelio
y del aroma grato que no cesa de perfumar nuestra historia de salvación; todas ellas han sido
transmisoras de los sentimientos de Cristo y, sin duda alguna, discípulas y constructoras
imparables del Reino de Dios. Ellas han traído el Reino de Dios hasta nuestros tiempos y
siguen proclamando libertad y liberación, justicia y perdón, paz y dignidad, amor y servicio.
Ellas siguen siendo las mensajeras del Resucitado, las pregoneras de la Salvación.
3.3. Los principales rasgos femeninos del Reino de Dios
Como conclusión de este tercer capítulo, queremos sintetizar aquellos rasgos femeninos que
aparecieron con protagonismo en esta relectura del mensaje del Reino de Dios. Lo primero
que tenemos que recalcar es que el Reino de Dios llega a las mujeres a través de un encuentro
cara a cara con Jesús: Él las mira, les habla, las toca, les da la mano, las defiende, las levanta,
llora con ellas, las sana, y las salva.
Por medio de las perícopas en las que nos detuvimos con especial atención y de la
contemplación del testimonio de algunas mujeres que han sido protagonistas de importantes
momentos históricos de la Iglesia tenemos que afirmar que el Reino de Dios es una
experiencia vital en la que lo femenino ocupa un lugar esencial; pues las mujeres que
rodearon a Jesús nunca fueron consideradas secundarias en el anuncio del Proyecto del
Reino, sino que fueron, y siguen siendo, protagonistas activas, vehículos de revelación y
grandes gestoras del Reino. A través de ellas, el Reino se ha caracterizado como un perfume
que es, al tiempo, bálsamo fragante y medicina efectiva; como una caricia tierna y cálida;
como un toque delicado y poderoso; como una realidad amorosa y llena de sentido; como un
torrente de misericordia, compasión y entrega; como una experiencia de acogida y
hospitalidad; como un camino de seguimiento y fidelidad; como un proyecto de abundancia,
82
dignidad, igualdad, justicia y universalización. El Reino de Dios es, sin duda, un Reino en el
que abundan mujeres nuevas, creadoras y recreadoras de la historia, constructoras de nueva
humanidad, madres de un mundo nuevo, peregrinas sedientas de verdad, con corazones
grandes que aman sin fronteras.
83
Capítulo IV: Hacia un compromiso efectivo por el Reino de Dios.
Una propuesta pastoral para el Hogar Nuestra Señora del Milagro
En este cuarto y último capítulo buscaremos responder a la pregunta que nos hemos
formulado desde el comienzo de nuestra investigación: ¿qué implicaciones pedagógicas y
teológicas surgen de la comprensión de la categoría “Reino de Dios” para construir una
propuesta pastoral que oriente el trabajo en el Hogar Nuestra Señora del Milagro?
Sin duda, la respuesta a esta capital incógnita emerge en el contexto del tercer momento del
método teológico “ver, juzgar, actuar”, herramienta que hemos tomado como guía en este
estudio sobre el Reino de Dios. Este es, pues, el momento del “actuar”, en el que
construiremos una propuesta pastoral, pedagógica y social aplicable al Hogar Nuestra Señora
del Milagro, siguiendo los lineamientos e implicaciones que fueron surgiendo a lo largo de
nuestra indagación sobre la categoría “Reino de Dios”167.
Este tercer momento, como afirma taxativamente el teólogo y filósofo Gustavo Gutiérrez,
evidencia que nuestro ejercicio como teólogos consiste en pasar de la “simple afirmación y
casi recitación de verdades” al “compromiso, actitud global, postura ante la vida”168; en
nuestro caso, consistirá en tomar como base la buena noticia del Reino y, a partir de este
hondo mensaje, pensar en sus implicaciones en un proyecto específico que se ha
contextualizado y desarrollado bajo un análisis de la situación que se vive en la Casa Hogar
“Nuestra Señora del Milagro”; este es el lugar en el que las Hijas de María Inmaculada y
Corredentora trabajan sin cansancio por la reconstrucción personal y la dignidad de un grupo
de niñas y adolescentes que se encuentran en situación de amenaza o vulneración de sus
derechos fundamentales.
167 Andrés Torres Queiruga, en su obra “Repensar la revelación. La revelación divina en la realización
humana”, presenta de manera magistral una definición de la revelación que nos sirve para transparentar el
porqué de este proyecto de pastoral social de mi quehacer teológico: “la revelación, en su significado más
radical, pertenece a la auto-comprensión de toda religión, puesto que en definitiva una religión viene a ser la
toma de conciencia, de la presencia de lo divino en el individuo, en la sociedad y en el mundo. Por eso aparece
referida a la vida: a sus preguntas y a sus aspiraciones, a sus angustias y a sus esperanzas” (Torres, Repensar la
revelación, 117). 168 Gutiérrez, Teología de la liberación. Perspectiva, 21.
84
Considerar el contexto particular, tanto de esta casa hogar como del arduo trabajo pastoral y
social de esta congregación religiosa, ha sido para nosotros de gran importancia, sobre todo,
porque el deseo fundacional de esta congregación se arraiga en la construcción del Reino de
Dios en el mundo y esto lo evidenciamos en su lema misionero: “servir a Dios es reinar”.
Con estas palabras apostólicas y misioneras, las Hijas de María Inmaculada y Corredentora
hacen eco de su consagración mariana, puesto que la Santísima Virgen María, la Hija excelsa
de Sión, a través de la asunción a los cielos, quedó adherida plenamente al misterio de la
gloria eterna; en efecto, María de Nazareth, la Madre de Cristo, ha sido glorificada como
Reina universal. Como bien lo expresó San Juan Pablo II en la Encíclica Redemptoris Mater:
la que en la anunciación se definió como ‘esclava del Señor’ fue durante toda su vida terrena fiel
a lo que este nombre expresa, confirmando así que era una verdadera ‘discípula’ de Cristo, el cual
subrayaba intensamente el carácter de servicio de su propia misión: el Hijo del hombre “no ha
venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mt 20, 28). Por esto
María ha sido la primera entre aquellos que, sirviendo a Cristo también en los demás, conducen
en humildad y paciencia a sus hermanos al Rey, cuyo servicio equivale a reinar, y ha conseguido
plenamente aquel ‘estado de libertad real’, propio de los discípulos de Cristo: ¡servir quiere decir
reinar!169
La comunidad religiosa de las Hijas de María Inmaculada y Corredentora170 fue fundada por
el sacerdote redentorista Manuel Ángel Bernabé Terreros juntamente con un grupo de seis
jóvenes catequistas el 15 de octubre de 1978. El P. Manuel se encontraba, en ese entonces,
al frente de la Parroquia Santa Rosa en Piura, Perú; allí, al observar la situación crítica de
numerosas jóvenes que se encontraban en estado de emergencia espiritual y física, él empieza
a desarrollar una labor de acción social orientada a este sector vulnerable: niñas, adolescentes
y madres solteras en situación de abandono y peligro moral. Resulta interesante percibir
cómo la fundación de esta congregación religiosa, y de otras muchas congregaciones, ha
surgido a partir de la lectura de la situación histórica a la luz de la fe, de un “ver-juzgar”, que
169 Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris Mater, I, 41. 170 La información de la Congregación religiosa ha sido proporcionada por las mismas religiosas que la
conforman y que se encuentran en Colombia. Además, se ha recurrido a la página web de la congregación:
https://congregacionmariainmaculada.wordpress.com. Rescatado: 22 de junio de 2019.
85
ha tenido su respectivo fundador y que ha motivado un “actuar” misionero a favor de la
construcción de un proyecto cristiano de humanización a través de un apostolado específico.
El carisma de las Hijas de María Inmaculada y Corredentora está arraigado,
fundamentalmente, en la experiencia de transformación de la vida que se alcanza a través del
amor de Jesucristo y de la virgen María. Esta transformación en el amor es el eje que impulsa
a esta congregación religiosa a ayudar a las jóvenes en situación de vulnerabilidad en el
desarrollo de valores humanos y cristianos; especialmente en la fe y confianza en la
providencia de Dios.
En los más de 15 años que hemos podido estar presentes en el apasionante trabajo pastoral
de esta congregación, hemos evidenciado cómo muchas jóvenes han logrado alcanzar, de
nuevo, su dignidad como personas y su fe en el destino eterno de cada una, llegando a ser
profesionales y, constituyendo auténticas familias cristianas. También, algunas de ellas, han
descubierto su vocación a la vida religiosa, y continúan como miembros de la congregación.
Esta comunidad religiosa está enmarcada en los principios cristianos y en la pedagogía del
amor que busca formar personas competentes para la sociedad: se enseñan los valores
fundamentales para la convivencia pacífica, se cultiva el sentido crítico y de pertenencia, se
impulsa el desarrollo de expresiones artísticas y literarias, se sensibiliza sobre la importancia
de la conservación y cuidado del medio ambiente y se promueve la responsabilidad y el
compromiso social.
Por un lado, la misión de la congregación es educar integralmente a las niñas y jóvenes,
entregándoles educación de calidad, orientada fundamentalmente a ser personas auténticas
guiadas por los valores cristianos, éticos y morales que les permita desenvolverse en la
sociedad y contribuir a su progreso. Por otro lado, la visión de las Hijas de María Inmaculada
y Corredentora es lograr dar respuestas adecuadas a las necesidades de formación integral
(afectiva, ética, intelectual, física y espiritual) de niñas y jóvenes, y facilitar la inserción de
cada una de ellas en su entorno geográfico, social, cultural y eclesial. Las Hijas de María
Inmaculada y Corredentora, en efecto, se esfuerzan por educar evangelizando y evangelizar
a través de la educación.
86
El deseo fundacional de la congregación se arraiga en contribuir en la construcción del Reino
de Dios en el mundo. Y, movidas por este deseo, las hermanas pregonan constantemente que
“servir a Dios es reinar”. Su espíritu misionero busca extenderse a los lugares más
vulnerables y día tras día, con optimismo y entrega generosa, trabajan para que el Reino de
Dios llegue al corazón de las jóvenes; ellas hacen suyas las palabras de San Pablo: “me
gastaré y me desgastaré, con tal de salvar almas para Cristo” (II Cor 12, 15). En estos
momentos, cuentan con presencia en Perú y aquí en Colombia. En nuestro país, la
congregación se identifica a través del NIT 900.023.826-0 como una entidad sin ánimo de
lucro de origen canónico según Decreto Arzobispal No. 1367.
En Bogotá-Colombia, desde 1999, la congregación tiene una Casa Hogar llamada “Nuestra
Señora del Milagro”; allí, las hermanas buscan ayudar en la reconstrucción personal de 20
niñas y adolescentes entre los 7 y 18 años que se encuentran en situación de amenaza o
vulneración de sus derechos fundamentales, a través de formación moral y religiosa, que las
dote de unos principios prácticos capaces de regenerarlas; formación cultural elemental
(estudios de primaria y secundaria); formación laboral, enseñándoles un oficio o profesión
manual que las capacite para poder sostenerse en la sociedad; formación cívica social, para
que puedan a su tiempo integrarse en la sociedad.
En esta Casa Hogar, se acoge a las niñas con afecto y comprensión, y se les brinda un espacio
para expresar sus sentimientos, emociones, deseos e intereses. Además, todas ellas, gozan de
igualdad de oportunidades. La congregación busca formar en la práctica de las virtudes, los
valores y la armónica convivencia; asimismo, fomentar el desarrollo de facultades
intelectuales y espirituales que beneficien la formación personal en el pleno ejercicio de la
libertad para que el obrar se fundamente en valores como la responsabilidad y honestidad.
Esta comunidad misionera aspira a generar conciencia frente a la importancia de que el
trabajo bien realizado, el cumplimiento estricto de los deberes y el ejercicio responsable de
los derechos son la mejor contribución al progreso humano y por ende de la sociedad;
además, busca generar espacios que permitan a las niñas y adolescentes y sus familias, si las
hay, clarificar y jerarquizar sus valores dentro del marco de la cultura y de las necesidades
concretas, a partir de su interés y propias acciones de vida.
87
Conscientes del deber de la educación y, partiendo del Evangelio como fuente de vida, la
congregación espera contribuir en la construcción de una sociedad nueva y justa apoyando
la planificación de proyectos de vida con las niñas, adolescentes y sus familias.
En la entrevista titulada “La esperanza renace en las niñas rescatadas por las Hijas de María
Inmaculada y Corredentora” que le realizó el periódico digital Portaluz a la hermana Yeny
Rosario Pezantes, a propósito del trabajo misionero de la congregación, se encuentran las
siguientes palabras:
Con sus 8 hogares en Perú y 3 en Colombia las hermanas han rescatado en cuatro décadas de
existencia a cientos de niñas de diversas realidades marcadas por la vulnerabilidad, detalla la
religiosa que dirige en Bogotá el Hogar Nuestra Señora del Milagro de la Congregación:
“Estremece ver a niñas con sus vidas destrozadas, a tan temprana edad; ellas llegan con muchas
heridas… como haber visto matar a sus padres, otras que debieron dejar su casa, todo, y son
forzadas a mendigar…”171.
Renglones adelante, la hermana Yeny Rosario dice:
Lo más lindo es ver a una niña feliz, que crezca con todas sus cualidades y pueda acceder a todas
las ayudas necesarias. Cuando una niña de verdad llega a realizarse en la vida como profesional
para uno suma mucho. Haberla levantado con mucho sacrificio valió la pena porque ellas pueden
aprovechar bien ese tiempo y llegar a ser alguien en la vida. Y las que no, tampoco es que lo
pierdan todo, pues algo se les queda, algo aprenden, sobre todo el temor de Dios172.
Luego de estar apoyando la misión de las “Hijas de María Inmaculada y Corredentora” en la
Casa Hogar de Bogotá, mencionada anteriormente, hemos sentido el deseo de materializar
formalmente el apoyo a esta congregación a través del nacimiento de un proyecto que hemos
querido llamar “Reino de Dios presente en Colombia”. Sin duda, queremos unirnos a esta
obra misionera y ser parte del servicio apostólico según el cual podemos expandir el mensaje
del Reino. Así las cosas, antes de dar paso a la exposición del proyecto con el que apoyaremos
171 Para leer la entrevista completa: https://www.portaluz.org/articulo.asp?idarticulo=3067. Rescatado: 21 de
septiembre de 2020. 172 Ibídem.
88
la Casa Hogar, quisiéramos explicar por qué hemos decidido llamarlo “Reino de Dios
presente en Colombia”.
Cuando teológicamente nos acercamos a la expresión Reino de Dios muchas reflexiones
pueden generarse, desde diferentes enfoques e interpretaciones; esto lo hemos percibido a lo
largo de este escrito. Aquí, sencillamente, entendemos por Reino de Dios a “Dios reinando,
que viene y actúa por sí mismo, desde sí mismo, como gracia, allí donde los hombres y
mujeres lo acogen”173. No obstante, también se nos hace necesario comprender que el hombre
no puede aceptar pasivamente la idea de que el Reino viene y está llegando, per se, sino que
debe comprometerse y actuar para que se den su llegada y su construcción última. Como lo
asevera Lohfink, “Jesús puede decir en sus parábolas que el Reino viene como pura maravilla
de Dios, por sí mismo, pero también que debe ser asumido con un firme compromiso para
que venga”174. Jesús mismo asumió este compromiso y lo expresó claramente en la petición
central de su oración: “Venga tu Reino” (Mt 6, 10)175. La soberanía de Dios, entonces, no
solo pretende cambiar el corazón del hombre sino también su cuerpo y la sociedad en la que
vive; si no es así, no se puede hablar de Reino de Dios. Sólo cuando una sociedad vive en
todos sus aspectos según el orden social de Dios se reconoce la soberanía de Dios en el
mundo176.
Sin duda, el Reino de Dios es, efectivamente, siempre cercano y posible; no es un sueño
utópico, no es una visión celestial, ni un estado espiritual, sino una real transformación social,
aquí y ahora, en esta misma tierra, en nuestro momento histórico actual177. Por lo anterior, el
nombre de nuestro proyecto no es solamente “Reino de Dios” sino que le hemos añadido
“presente en Colombia”. Nuestro propósito, nuestro “actuar”, no es otro que el que José
María Castillo, en su libro “El Reino de Dios, por la vida y la dignidad de los seres humanos”,
ha manifestado como un reto urgente para este tiempo contemporáneo: “la restitución de la
vida en plenitud: alimento, dignificación de pecadores y excluidos y hasta disfrute y gozo del
173 Sáez de Maturana, Jesús. Volver a los comienzos, 245. 174 Lohfink, ¿Qué quería decir Jesús cuando predicaba el Reino de Dios?, 4. 175 Cfr. Casaldálida y Vigil, Espiritualidad de la liberación, 135. 176 Cfr. Lohfink, ¿Qué quería decir Jesús cuando predicaba el Reino de Dios?, 6. 177 Cfr. Horsley, La revolución del Reino. Cómo Jesús y Pablo transformaron el mundo antiguo, 56.
89
vivir”178, ya que “el Reino implica y exige, como ya se ha dicho, el interés por la persona, su
salud, su dignidad, su vida entera”179. Lograr que las vidas se transformen, al apostarle a la
construcción de una Colombia nueva.
Para Castillo, la persona que pretende situarse por encima de alguien, ser considerado más
que otros, gozar de privilegios que no tienen los demás y otras actitudes que, en general, van
en esa dirección, está radicalmente incapacitada para entender lo que significa el “Reino de
Dios” y entrar en él180. No así, y con profunda humildad, deseamos que nuestro proyecto esté
orientado a contribuir para que cada una de las niñas y adolescentes de la Casa Hogar
“Nuestra Señora del Milagro” logre desarrollarse integralmente.
En Jesús, el “Reino de Dios” se hace presente, no solo dando vida a los que carecen de salud
y dignidad (enfermos y endemoniados), sino además cambiando las situaciones sociales
desesperadas que se traducen en pobreza, hambre, sufrimiento, soledad, desesperación y
abandono. Como se manifestó anteriormente, las niñas y jóvenes con las que realizan su
pastoral social las Hijas de María se encuentran en situaciones-límite.
En este punto, resulta importante manifestar la pregunta crucial de este proyecto teológico-
social, nuestro “actuar”: ¿cómo ayudamos?, ¿cómo nos podemos unir a esta labor de las
Hijas de María Inmaculada y Corredentora?, ¿cómo podemos fortalecer este proyecto
pastoral?, ¿cómo podemos apoyar esta obra a favor del Reino? Asimismo, preguntémonos
por qué tenemos la necesidad de pensar en una propuesta pastoral, pedagógica y social.
Indudablemente, las implicaciones que se han desprendido en esta extensa consideración
sobre la realidad del Reino de Dios en estos tiempos contemporáneos no pueden apuntar en
una dirección que no motive el cambio de nuestras sociedades actuales. Como dice el P. José
Antonio Pagola, es difícil que nos acerquemos a Jesús y no quedemos atraídos por su persona,
porque Él nos hace partícipes de un horizonte diferente de la vida, de una dimensión más
profunda, de una verdad más esencial; cuando nos acercamos a la vida del Hijo de Dios
178 Castillo, El reino de Dios, por la vida y la dignidad de los seres humanos, 83. 179 Ibíd., 69 180 Ibíd., 132.
90
descubrimos una llamada a vivir la existencia desde su raíz última, es decir, desde aquella
comprensión de que Dios quiere para todos los seres humanos una vida más digna y dichosa,
una vida según los parámetros del Reino de Dios. Por esto, Jesús nos invita a desprendernos
de cualquier postura rutinaria y postiza; exhortándonos a liberarnos de los engaños, miedos
y egoísmos que paralizan nuestras vidas; suscitando en nuestros corazones algo tan decisivo
como es la alegría de vivir, la compasión por los últimos y el trabajo incansable por un mundo
más justo. Jesús nos enseña a vivir con sencillez y dignidad, con fe, esperanza y caridad181.
Jesús nos invita a servir y trabajar en la viña de su Padre, nos llama a formar parte del Reino
de Dios.
Durante el tiempo que hemos estado colaborando con la obra de la Casa Hogar, hemos
aportado con nuestros recursos económicos para solventar algunos gastos que han estado
relacionados con el pago de mensualidades de los colegios de las niñas, en gastos de
alimentación y demás dispensas de manutención en los que hayamos podido brindar nuestro
apoyo desinteresado y con todo el amor182. Adicionalmente, hemos puesto al servicio de las
necesidades de la congregación tanto mis conocimientos teológicos y de licenciatura en
educación religiosa para colaborar en las actividades catequéticas y pedagógicas de esta obra,
y también las profesiones de mis familiares y amigos comprometidos con este hermoso
quehacer pastoral. Con esto claro, y luego de un sondeo de las necesidades del Hogar, de un
“ver-juzgar” en el que las religiosas nos comunicaros sus principales necesidades,
presentamos en una tabla programática la estructura jerárquica en la que proponemos los
servicios que desde el proyecto “Reino de Dios presente en Colombia” podríamos, formal y
comprometidamente, ofrecer a la Casa Hogar “Nuestra Señora del Milagro” para fortalecer,
en todo su horizonte, este apostolado en favor del Reino:
181 Cfr. Pagola, Jesús. Aproximación histórica, 5. 182 Actualmente, la congregación religiosa depende, económicamente, del trabajo que realizan los fines de
semana con la venta en las parroquias cercanas de envueltos de maíz y huevos que traen de una granja propia.
91
Servicio Descripción breve
Requerimientos de
Bienestar Familiar
Pese a no contar con los recursos necesarios, la Casa Hogar
“Nuestra Señora del Milagro” no está, aún, avalada
legalmente como un Hogar comunitario integral. El Instituto
Colombiano de Bienestar Familiar dispone de una serie de
parámetros que establecen los requisitos mínimos para que un
establecimiento logre recibir el aval legal. Esta sería,
entonces, la necesidad principal de la Casa Hogar “Nuestra
Señora del Milagro”
Infraestructura y
reubicación de la Casa
Hogar
Uno de los deseos principales que tenemos, como fundación,
es el de apoyar la reforma y/o construcción de una nueva casa
que cumpla con los lineamientos de infraestructura exigidos
por el Bienestar Familiar y por el Ministerio de Educación.
Estos deben ser espacios físicos especialmente diseñados para
prestar el servicio de atención integral a la primera infancia,
con el fin de promover su desarrollo y propiciar su
participación como sujetos de derechos.
Así mismo, deseamos apoyar con la dotación del mobiliario
requerido para su correcto funcionamiento.
Hemos trabajado de la mano de la Norma Técnica
Colombiana NTC 6199 “Planeamiento y Diseño de
Ambientes para la Educación Inicial en el Marco de la
Atención Integral”.
Junto a la necesidad de legalizar el trabajo de las Hijas de
María en la Casa Hogar, se evidencia la necesidad de
respaldar a la Casa Hogar, de modo parcial, con los gastos en
92
Alimentación alimentación. Según el Bienestar Familiar, la Casa Hogar
debe contar diariamente con: desayuno, dos meriendas
(mañana y tarde), almuerzo y cena. En estos momentos, esto
no es posible, debido a la situación económica de la Casa
Hogar.
Formación escolar
Seguir apoyando a las Hijas de María con los gastos de la
formación escolar de las niñas y jóvenes de la Casa Hogar y
con las necesidades básicas de la formación escolar:
uniformes, zapatos, bolsos, útiles escolares, refrigerios. Las
niñas, actualmente, están recibiendo formación escolar en el
Colegio Distrital del barrio San Rafael y, a las mejores
alumnas se les ha incentivado su excelencia académica
trasladándolas al Colegio Privado Madre Paula Montal, de las
religiosas escolapias.
Formación integral:
psicología, academia,
espiritualidad, valores,
deportes
El cuidado de las niñas y adolescentes es un factor
fundamental al determinar las demás etapas de la vida. Es por
tal motivo que, además de garantizar que las niñas tengan su
formación escolar, se buscará que también tengan
acompañamiento psicológico, refuerzos académicos,
acompañamiento espiritual, catequético y asesoramiento
deportivo y artístico.
Buscaremos generar vínculos entre la Pontificia Universidad
Javeriana y la Casa Hogar. La Universidad Javeriana,
cumpliendo con su responsabilidad social y cristiana, cuenta
con una fuerza social solidaria, cívica, ciudadana, de
participación: voluntariado javeriano. Uno de los objetivos
principales del voluntariado es brindar acompañamiento a
experiencias procesuales de trabajo social en comunidades
93
con desafíos sociales presentes en Bogotá, con el fin de
favorecer su transformación social. Sin duda alguna, el
trabajo de la Casa Hogar necesita, con urgencia, la presencia
de voluntarios con el deseo de ayudar a reconstruir
integralmente la vida de estas niñas. De acuerdo con las
necesidades de la Casa Hogar, las hermanas de la
congregación que lideran este servicio deberán, por medio de
solicitudes formales dirigidas a los respectivos promotores y
Decanos de las Facultades, solicitar el apoyo de la
Universidad.
Asimismo, el padre Gilberto Cely S.J., que ha estado al frente
de varios de los proyectos de voluntariado de la Universidad
Javeriana, y que es conocedor del trabajo que se está
realizando en la Casa Hogar, nos ayudará a promover que se
logren espacios de trabajo del voluntariado javeriano en la
Casa Hogar a través del servicio que diferentes facultades de
la Universidad como Psicología, Teología, Derecho, Trabajo
social, Medicina, Enfermería y Odontología.
Trabajo con las familias
El trabajo con las familias de las niñas y adolescentes de la
Casa Hogar es de suma importancia. Aunque muchas de las
niñas viven con la Congregación religiosa al no tener
familiares que se responsabilicen de ellas, otra parte de las
niñas sí cuenta con algún acudiente y con familiares. En este
caso, se pretende acompañar y capacitar también a estos
familiares para que el vínculo familiar se logre fortalecer y,
especialmente, se le hable a la niña un “mismo lenguaje”, el
lenguaje del Reino.
94
Acompañamiento en la
Catequesis de las niñas
y
Actualización y
capacitación teológica
para la congregación
religiosa.
Como ya lo decía el Decreto Christus Dominus del Concilio
Vaticano II, se hace necesario vigilar atentamente que se dé
con todo cuidado a los niños, adolescentes, jóvenes e incluso
a los adultos la instrucción catequética, y que esta tienda a que
la fe, ilustrada por la doctrina, se haga viva, explícita y activa;
que se enseñen las verdades de la fe con el orden debido y
método conveniente, de acuerdo con la índole, facultades,
edad y condiciones de vida de los oyentes, y que esta
instrucción se fundamente en la Sagrada Escritura, la
Tradición, la Liturgia, el Magisterio y vida de la Iglesia.
Desde lo aprendido en mis estudios teológicos y pedagógicos,
he apoyado y seguiré apoyando a las “Hijas de María
Inmaculada y Corredentora” en la actualización de sus
estudios teológicos y pedagógicos, eclesiales y pastorales.
También, junto con un grupo de sacerdotes, seminaristas,
religiosos y laicos comprometidos, ayudaremos en la
catequesis sacramental de las niñas de la Casa Hogar.
Ahora bien, junto con este esquema, en el que materializamos algunos de nuestros
compromisos con el quehacer pastoral en la Casa Hogar, presentamos también una serie de
pistas o lineamientos pastorales que nos ayudarán a ahondar con mayor agudeza en la
consolidación de una propuesta pastoral y pedagógica nutrida por las enseñanzas y las
exigencias propias del Reino de Dios, pues vale la pena recordar que la realidad del Reino,
como bien nos dice San Pablo en la Carta a los Romanos, “no es comida ni bebida, sino
justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rm 14, 17); sin duda, las implicaciones
pedagógicas y teológicas surgen de la comprensión de la categoría “Reino de Dios” nos
ayudan a construir una propuesta pastoral que oriente y dinamice el trabajo en el Hogar
Nuestra Señora del Milagro.
95
La primera pista surge de la aproximación investigativa que realizamos en el Nuevo
Testamento, pues a la luz de múltiples pasajes evangélicos nos queda explicitado que el
mensaje del Reino es mucho más que una teoría, puesto que se trata de un mensaje que es
transformador de la existencia y que enciende una apasionante llama según la cual se anima
nuestro quehacer teológico y pastoral. Al contemplar a Jesús, Camino, Verdad y Vida del
Reino, todos descubrimos que, antes de emprender nuestro proyecto pastoral-social, estamos
invitados a incorporar los rasgos esenciales del Reino, su verdadero significado y su fuerza,
a nuestras propias vidas, pues si no nos configuramos con los sentimientos del Reino, es
decir, con la caridad, la obediencia, la entrega y el servicio, tal y como lo hizo Jesús, no
podremos conocer a Jesús, ni mucho menos el Reino.
La segunda pista que hemos encontrado en nuestra investigación es que, si bien nos
acercamos a ‘algo’ del Reino de Dios, este ingente proyecto sigue mostrándosenos como un
misterio inagotable que Dios nos comunica y nos entrega. Por esto, así como consiste en un
cambio en el ser humano, en una nueva manera de existir, en una nueva manera de vivir y de
comprender el mundo, también es una invitación a comprender cómo en aquellos lugares en
donde la historia de los hombres continúa inalterable, llena de sufrimientos e injusticia, no
ha llegado Cristo Resucitado, y no se ha entendido que el Reinado de Dios consiste en un
orden en el amor que abarca integralmente lo espiritual, lo afectivo, lo social, lo cultural, lo
moral, lo religioso y lo político; un orden que se construye en el día a día, en el hoy, en el
presente. En este orden de ideas, este proyecto pastoral-social debe nacer de la esperanza en
que ‘otro’ mundo sí es posible y en que somos los seres humanos, receptores y agentes del
mensaje del Reino, los que tenemos que trabajar incansablemente en este proyecto de Dios.
La tercera pista nos recuerda que el reino de Dios no pretende sólo la conversión individual
de cada persona, sino que es una proclamación universal que, en todos los pueblos y naciones,
nos invita a construir un nuevo modelo de comportamiento humano y social; así como el
mismo Jesús veía a la gente angustiada por las necesidades más básicas y les buscaba alivio
y consuelo, nosotros también estamos invitados a asumir este carácter práxico y concreto, en
la medida de nuestras posibilidades: un pan para llevarse a la boca, un vaso de agua para
calmar la sed, un vestido con que cubrir el cuerpo desnudo, un techo en donde se pueda
96
dormir, un ungüento que sane las heridas, etc. Sin duda, Jesús entiende que sólo cuando los
seres humanos entremos radicalmente en la dinámica del Reino de Dios todas aquellas
situaciones que agobian a nuestras comunidades podrán cambiar de una vez para siempre:
“Buscad más bien el Reino de Dios y esas cosas se os darán por añadidura” (Lc 12, 22.31;
Mt 6, 25).
Como consecuencia de las tres pistas anteriores, y a la luz de la obra de José María Castillo,
podemos presentar una cuarta pista en la que las implicaciones pedagógicas y teológicas del
Reino de Dios se nos presentan a través de la suerte decálogo: seguir a Jesús; configurarnos
con sus sentimientos; buscar la liberación de los seres humanos oprimidos por la desigualdad
y la esclavitud; construir comunidad; fortalecer un proyecto integral, histórico, cultural,
político, social y religioso; escuchar la voz de los testigos predilectos del Reino, es decir, del
pueblo humilde y sencillo; comprender que el Reino es un proyecto que resulta incómodo
para la mayoría de hombres, sobre todo, porque es un ejercicio de servicio, entrega y
humildad; articular teoría y praxis, conocimiento y experiencia, mística y revolución; trabajar
incansablemente por aliviar el sufrimiento humano y sanar la fractura social que agobia
nuestro mundo; y, finalmente, asumir y entender este desafío del Reino como un camino de
permanente búsqueda y encuentro con Jesús, con su vida, sus acciones, su Palabra.
La quinta y última pista que presentamos tiene el carácter propio de lo femenino. Como bien
pudimos comprender a la luz del desarrollo expositivo del capítulo tercero, las mujeres
tenemos un papel fundamental en la construcción, en el fortalecimiento y en la expansión del
proyecto del Reino, puesto que somos como aquel perfume que se va derramando en la
historia de la salvación y que va aromatizando de amor apasionado y de servicio
desinteresado el mensaje de la buena noticia del Evangelio. En el caso particular de la puesta
en marcha de un proyecto teológico, pedagógico y pastoral en la Casa Hogar “Nuestra Señora
del Milagro”, que esté nutrido por el mensaje del Reino, no podemos dejar a un lado esta
impronta femenina, dado que esta obra es guiada y sostenida por hermanas consagradas que,
como lo hemos expresado, se han ofrecido a Dios como discípulas, mensajeras y agentes de
su Reino. Ellas, sobre todo, tienen la misión de llevar el estandarte del Perfume del Evangelio
a todo lugar y aromatizar con la suave fragancia del Reino todo cuanto hagan. Sin duda, nos
97
percataremos del Reino de Dios presente en nuestra realidad por este perfume divino que
se va desprendiendo de cada acto que se hace por amor y entrega en favor del Reinado de
Dios; así, como la mujer de Betania, podremos seguir renovando el milagro del aroma del
Reino, hasta que podamos afirmar que nuestra vida, nuestra comunidad, nuestro país, y todo
el mundo se llenó “con la fragancia de aquel perfume” (Jn 12, 3).
98
Conclusión
Como bien expresó la teóloga Olga Consuelo Vélez, una tarea teológica que no parte de la
vida y no pretende transformarla se queda en la esterilidad de las especulaciones teóricas, sin
ninguna conexión con la realidad y/o en la acumulación de reflexiones teológicas que no
responden al momento actual183. A través del tradicional método de planificación pastoral
“ver, juzgar, actuar” 184 y desde la dinámica de la observación participante 185 hemos
organizado formalmente esta extensa reflexión que ahora concluimos al tiempo que
vislumbramos el amplio horizonte de un futuro en el que el Reino de Dios se sienta cada vez
más cercano.
En los dos primeros capítulos, nos hemos detenido en el primer momento, en el “ver”, y
hemos podido acercarnos a la noción del “Reino de Dios” tanto en el Nuevo Testamento
como en la teología contemporánea de José María Castillo; sin duda, este acercamiento nos
ha permitido, también, percibir cara a cara nuestra realidad, acogerla desde el corazón y
disponernos para comprenderla. Pudimos observar, considerar y reconocer con cuidado,
atención y respeto la experiencia del Reino de Dios presente en el Nuevo Testamento,
especialmente en los Evangelios y en la doctrina paulina, y descubrimos actitudes, modos de
pensar, valoraciones y las características propias del Reino de Dios. Sin duda, este “ver” se
agudizó cuando ahondamos en la ingente producción teológica de José María Castillo, pues
desde esta perspectiva contemporánea comprendimos que esta categoría evangélica, sobre
todo, hace evidente que la historia humana es un “lugar teológeno” y, por lo tanto, nuestra
investigación sobre el Reino de Dios no podía detenerse solamente en la época de antaño en
183 Cfr. Vélez, El quehacer teológico y el método de investigación acción participativa. Una reflexión
metodológica, 205. 184 Una vez más, recordemos que el trinomio ver-juzgar-actuar significa, en síntesis, un método de planificación
pastoral, que nació como método de la acción en el seno de la Juventud Obrera Cristiana en Bélgica, y ha sido
usado también en los documentos de la Iglesia, y más precisamente por Juan XXIII en Mater et Magistra, en
1961. En seguida con la Gaudium et Spes (promulgada por el papa Pablo VI el 8 de diciembre de 1965, último
día del Concilio) se transforma en método teológico, y más tarde se convierte en un principio arquitectónico de
los documentos conclusivos de las Conferencias generales de la Iglesia latinoamericana. 185 Como lo expone Orlando Fals Borda, en su artículo La investigación participativa y la intervención social,
19: “…la investigación-acción participativa quiere ser a la vez puente hacia formas más satisfactorias de
explicación de las realidades y herramienta de acción para trasformar esas realidades”.
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la que se escribieron los textos sagrados. Sin duda, esta fecunda tensión entre el pasado
textual y el presente en el que nos movemos nos permitió fortalecer una mirada anamnética
con la fuerza vivificante de una mirada profética y crítica de la actualidad.
En el tercer capítulo, nos centramos en el segundo momento de nuestro método teológico, el
momento del “juzgar”. Comprendimos que este era el momento central de la revisión de vida
y nos sentimos invitados tomar posición frente al hecho analizado, y discernimos estos
hechos a través del lente de la fe, con el propósito de descubrir aquellos signos de los tiempos
y las exigencias e implicaciones del Reino de Dios en este tiempo. En nuestro caso, este
“juzgar” estuvo nutrido por una interpretación en clave femenina del Reino y, a la luz de los
aportes de algunas teólogas contemporáneas, evidenciamos que no basta reflexionar y lograr
una mayor clarividencia sobre el Reino, sino que es necesario obrar, porque se ha presentado,
con dramática urgencia, la hora de la acción186.
El lenguaje femenino, materno y amoroso del Reino nos condujo hacia el momento del
“actuar”, en el que nos acercamos a la obra de las Hijas de María Inmaculada y Corredentora
y construimos una propuesta pastoral, pedagógica y social aplicable al Hogar Nuestra Señora
del Milagro, que siguiera los lineamientos e implicaciones que iban emergiendo a lo largo de
nuestra indagación sobre la categoría “Reino de Dios”. Este tercer momento, ha significado
para nosotros, sobre todo, una confesión de nuestro compromiso y postura en favor de vida
y la dignidad de los seres humanos; así, con el sencillo esquema de participación en el Hogar
hemos querido responder de manera explícita a las exigencias del Reino, desde nuestra propia
historia, al convertirnos en sujetos activos187, en protagonistas de la historia, en instrumentos
del Reino de Dios que continúan derramando su perfume, como bálsamo sobre las heridas,
dolores y sufrimientos de los hombres de estos tiempos actuales. El camino que recorrimos
de la mano de este método de investigación teológica “ver, juzgar, actuar” nos ayudó, en
verdad, a comprender la manera en que la Palabra se hace acción y se realiza como acción
transformante y transformadora.
186 Cfr. Celam, Medellín, Introducción a las conclusiones, 3. 187 Cfr. Castillo, Ponderación teológica del método Ver-Juzgar-Actuar, 34.
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Como trasversalmente lo hemos manifestado en este texto, el llamado fundamental que
hemos recibido, como cristianos comprometidos y como teólogos, es el de “dar razón de la
fe” (1 Pedro 3,15), a través de la teoría y de la praxis del Reino. En sintonía con esto, nos
resultan valiosísimas y vitales las palabras del P. Bernard Lonergan S.J. en su obra “Método
en Teología”:
Comunicar el mensaje cristiano es llevar a otro individuo a compartir una significación
cognoscitiva, constitutiva y eficiente, que uno ha hecho ya propia. Por consiguiente, todos los
que vayan a comunicar la significación cognoscitiva del mensaje cristiano, antes que nada, deben
conocer […]. Quienes van a comunicar la significación constitutiva del mensaje cristiano deben
ante todo vivirla. Porque quien no vive ese mensaje no puede poseer su significación constitutiva,
y no puede llevar a nadie para compartir lo que él mismo no posee. Finalmente, los que comunican
la significación eficiente del mensaje cristiano, deben ponerla en práctica. En efecto, las acciones
hablan más que las palabras; y predicar lo que no se practica hace pensar en un bronce que
resuena, hoy en una campana que tañe188.
El quehacer teológico y su pedagogía del Reino de Dios, a diferencia de otros modelos de
objetivación de la realidad, consiste en una hermenéutica de la fe imposible de realizar sin
que el sujeto de esta se involucre afectiva, efectiva y holísticamente en ella. Esto es así
porque, indudablemente, los estudios teológicos posibilitan que, como ser humano, el teólogo
se arraigue en el mandamiento del amor a Dios y al prójimo; Pedro Trigo, al hablar de las
relaciones humanizadoras desde el lente de la teología, afirma que “la fe cuyo destinatario
es Dios y la fe que tiene por destinatarios a los seres humanos es estructuralmente la misma.
Si una persona no tiene fe en lo humano, no puede tenerla en Dios, porque carece de esa
dimensión humana y así no sabe qué es fe. La fe es un modo de relación”189.
Desde nuestro punto de vista, consideramos que el quehacer mismo de la teología ha de ser
puesto en cuestión cuando el teólogo no se desacomoda de sus zonas de confort y cuando no
se manifiesta frente a las estructuras de poder injustas, pues, como decía Dietrich Werner, no
se puede convertir el quehacer teológico en una especie de “marketing”, sino siempre deben
188 Lonergan, Método en teología, pp. 347-348. Cursivas mías 189 Trigo, Relaciones humanizadoras: un imaginario alternativo, 19.
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generarse acontecimientos humanizantes190 que dignifiquen al hombre. Esta es la buena
noticia del Reino.
El Nuevo Testamento nos enseña que cuando alguien tiene un encuentro real con el
Resucitado, con la Verdad, no puede callar lo que ha visto y oído (Hch 4, 20). La interioridad
del encuentro con Cristo se nos presenta, entonces, como un conducto de vida ética porque
esta interioridad es, también, el lugar donde acontece la irrupción de lo divino como acción
gratuita, donde acaece la transfiguración humana y de donde brotan las palabras y las
acciones con poder real de creación cultural191. Nos convertimos en auténticos ‘compañeros’
del otro y caminamos juntos hacia la construcción del Reino de Dios.
Como lo manifestamos desde el comienzo de este trabajo, no hay mejor referencia al Reino
que observar la misma vida de Jesús, narrada en la Escritura. Las personas marginadas y
vulnerables se sentían bien con Él. Sin duda, Él las comprendía, las acogía, nunca les echaba
nada en cara, las trataba con respeto y, por supuesto, siempre encontraban cariño y una
enseñanza pedagógica en Jesús192. Él se dedicó a acogerlas, a sanar las heridas que la vida
les iba dejando, a devolverles la dignidad perdida y a darles vida, en abundancia; Él logró
anteponer las estructuras comunitarias (basadas en las relaciones interpersonales) a las
estructuras de parentesco (basadas en las relaciones institucionales)193 y con esto mostró que
todos los hombres del mundo somos hermanos, familia en Dios. Él, hoy, nos dice al corazón:
“ve y haz tú lo mismo” (Lc 10, 37).
190 Werner, Oslo: The Future of Theology in the Changing Landscapes of Universities in Europe and Beyond,
399. Suazo, La función profética de la educación teológica evangélica en América Latina, 21-68. 191 Cfr. Avenatti, La figura de la interioridad como lenguaje estético–dramático mediador entre la literatura
argentina y la teología, 680. 192 Cfr. Castillo, La ética de Cristo, 13. 193 Cfr. Ibíd., 16.
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