191930404 Arostegui Julio Gonzalez Calleja Eduardo La Violencia Politica en La Espana Del Siglo XX

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  • 155N: 0214-400-XCuadernos de Historia Contempornea2000, nmero 22: 53-94

    La violencia poltica en la Espaa del siglo XX

    JULIO ARSTEGuIEDUARDO G. CALLEJA

    SANDRA SouToUniversidad Complutense - CSIC

    RESUMEN

    El objetivo de este artculo es analizar la violencia poltica en la Espaa delsiglo XX, partiendo de la consideracin de que no es un fenmeno particular niespecfico de Espaa y de que se hace necesaria una interrelacin de las actitudesviolentas de los grupos fuera del poder y las del Estado mismo. Se utilizan las msmodernas teoras sobre el conflicto social violento, analizando los cuatro grandesperiodos en que se divide tradicionalmente la historia de Espaaen este siglo: Res-tauracin, Segunda Repblica y Guerra Civil, dictadura franquista y el nuevo rgi-men democrtico.

    ABSTRACT

    The aim of this article is to analize the political violence in Spain in the twen-tieth century. We think that this phenomenon is not particular or specific of Spainand that it is necessary lo relate the violen actions of the groups that arent inpower and the actions of the state itself We use the most modern theories aboutviolent social conflict, analizing the four big periods of the history of Spain in thiscentury: Restoration, Second Republic and Civil War, Francos Dictatorship andthe new democratic system.

    La recurrente y, en algn caso, decisiva presencia de la violencia polti-ca en la trayectoria histrica de la Espaa contempornea es uno de los mssealados puntos de coincidencia de no pocas de las interpretaciones delsentido de nuestros siglos XIX y XX. Esta coincidencia suele darse, casi sinexcepcin, en el caso de los interpretes extranjeros de nuestra contempora-

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    neidad o de alguno de sus grandes episodios. Es un hecho no discutible paraGerard Brenan, para Franz Borkenau, o para Hlene de La Souchre, lo estambin para una inmensa parte, mayoritaria desde luego, de los testigos ycomentaristas de la guerra civil de 1936. Lo es para un observador de la altu-ra de Madariaga cosa de la psicologa, dir, no son ajenos a esta ideaOrtega o Caro Baroja y la dan por bsica Jackson o Payne. Y para que elconjunto de citas no quede mermado en la amplitud de su espectro, tal vezno sea impertinente recordar que, casi al tiempo en que se escriben estaspginas, un destacado dirigente nacionalista vasco, Javier Arzallus, no tieneempacho en sealar que el terrorismo de esa procedencia es una cuestinde carcter...

    Esta singular percepcin de la historia contempornea espaola entre-verada siempre por episodios de violencia pblica explcita, especficamen-te poltica, aunque no siempre sea fcil separarla de la violencia social, noresulta, en efecto, descontextualizada: la violencia, en la idea de algunosconocidos comentaristas, y de historiadores, ha sido algo consustancial conel desarrollo, evidentemente accidentado, de los procesos de incorporacindel pas a la cultura de la modernidad. Pero algo que, como sealamos,constituye una verdad en sus trminos ms primarios, como es la presenciamisma de la violencia en muchos procesos histricos espaoles contempo-rneos, no deja de necesitar de una extrema matizacin, porque una consta-tacin de ese tipo no slo no explica por s sola nada sino que, al tiempo,adems, puede ser la fuente de notables distorsiones en la consideracinhistoriogrfica.

    Como hemos sealado ya en algn trabajo anterior, la historiografa haidentificado poco y tardamente el fenmeno social de la violencia (...), loshistoriadores acadmicos han conceptualizado y conceptualizan con dificul-tad tal realidad. Partiendo de este convencimiento, desde hace aos algu-nos estudiosos cuyo trabajo se ha desarrollado en nuestro Departamento deHistoria Contempornea, emprendimos trabajos, con la direccin de uno delos firmantes de este texto, sobre temticas referentes justamente a la pre-sencia de la violencia poltica en nuestra contemporaneidad. Despus hemosido viendo con satisfaccin la forma en que jvenes historiadores han idoincorporndose a un terreno de investigacin para el que, cabe decir que des-graciadamente, no faltan ejemplos histricos en cierta abundancia en nues-tro pas. Fruto de ello han sido hasta el momento un conjunto de publica-ciones en forma de artculos, contribuciones a libros colectivos y libros

    Arstegui, 1: La especWcacin de lo genrico. La violencia politica en perspectivahistrica. En Sistema (Madrid), 132-133, junio 1996 (monogrfico sobre ViolenciayPolitica),p. 9.

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  • J Arstegui, E. O. Calleja, Souto La violencia politica en la Espaa del siglo X~3,op. cit., p. 610, un ciclo de protesta viene definido como una serie de decisiones individua-les y de grupo, tomadas por actores pertenecientes o no al movimiento, y dirigidas a haceruso de la accin colectiva conilictual, junto con las respuestas dadas por las lites y otrosactores.

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    el sistema poltico, que podramos adjetivar respectivamente como residual,transicional y modernizador.

    1 Y) Durante los perodos constitutivo y de consolidacin del rgimenrestauracionista (1876-98) se desarroll un ciclo insurreccional carlorrepu-blicano, cuyo origen se remontaba a los modos de subversin heredados dela era isabelina y del sexenio 1868-1874, en concreto, los adscritos al carlis-mo, a los republicanismos federal y progresista, al internacionalismo y alindependentismo cubano. Las dos grandes tendencias polticas marginadasdel sistema basaron su actuacin en el recurso a un procedimiento insurrec-cional que deba ser lanzado y protagonizado por el Ejrcito. Las diversasintentonas protagonizadas en 1883-86 por el republicanismo zorrillista fraca-saron por basarse en tres premisas errneas: la inestabilidad del Estado de laRestauracin, la conviccin de la incapacidad de las masas populares paraorganizarse mediante un instrumento reivindicativo propio, y la autopersua-sin de que el proyecto revolucionario del progresismo decimonnico era ancapaz de reconciliarse con ese pueblo sublimado, y conducirlo hasta latierra prometida de la Repblica radical-burguesa.

    Por su parte, el carlismo malogr definitivamente sus ya problemticasposibilidades de acceso violento al poder debido a la concurrencia de unaserie de factores que aceleraron un proceso de desarticulacin interna ini-ciado durante la segunda guerra civil en el siglo XIX: el rallienient de lajerarqua eclesistica al rgimen liberal, las defecciones pidalista e integris-ta, y la fuga de buena parte de sus bases hacia alternativas polticas msmodernas y dinmicas, como los nacionalismos perifricos o el obrerismoy el populismo urbanos. En todo ese perodo, el Estado restauracionistalogr afrontar sin mayores contratiempos este gnero de disidencias tradi-cionales, recomponiendo el consenso entre las diversas fracciones del libe-ralismo decimonnico, roto durante el sexenio, manteniendo al Ejrcitocomo garante casi exclusivo del orden pblico y realizando un empleo abu-sivo del estado de excepcin, como se pudo comprobar en la crisis de fin desiglo7.

    2.0) Durante la dcada postrera del siglo XIX y la inicial del XX seasisti al desarrollo de un ciclo violento de impronta eminentemente popu-lar, que fue imperfectamente canalizado e instrumentalizado por el republi-canismo y, sobre todo, por el anarquismo. Durante la etapa que va de 1892

    7 Sobre esta cuestin, vid. Gonzlez Calleja, Eduardo:, Las tormentas del 98: viejasy nuevas formas de conflictividad en el cambio de siglo, en Revista de Occidente, (Madrid),nt 202-203, marzo 1998, pp. 90-111,

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    a inicios de siglo, la protesta popular tuvo escasa relevancia, y se desgranen agitaciones campesinas de carcter espontneo o defensivo como lossucesos de la Mano Negra (1882) y el asalto a Jerez (1892), que allanaronel camino al desarrollo de movimientos huelgusticos crecientemente orga-nizados, alcanzando progresivamente su madurez en los ciclos reivindicati-vos de 1903, 1905-06, 1914-15, 1918-20 y 1930-36. Tambin se produjeronmanifestaciones de violencia urbana marginal y desesperada, como el terro-rismo anarquista, que tuvo su momento culminante en 1890-97, y un rebro-te con ms complejas implicaciones polticas en 1904-07. Pero la situacincambi desde inicios de siglo, cuando el rgimen, crecientemente deslegiti-mado por la derrota colonial y por su ineficacia en la resolucin de los pro-blemas estructurales del pas, hubo de afrontar una movilizacin obreraindependiente, que comenz a ser organizada desde los postulados del sin-dicalismo revolucionario, cuya doctrina de la accin directa pareci con-citar por un breve espacio de tiempo la unanimidad subversiva de un sectorimportante del obrerismo organizado.

    La descoordinacin en su ejecucin, la falta de un objetivo poltico claro,la fuerte resistencia de los sectores sociales dominantes apoyados por el Esta-do, la divisin interna del obrerismo y las reticencias de la burguesa refor-mista a secundar la revolucin social frustraron estas expectativas o conduje-ron a manifestaciones subversivas fracasadas o incompletas. As sucedi conlos ensayos de huelga general realizados en Barcelona en 1901-02, y, sobretodo, con la Semana Trgica, que puede reputarse como la primera y lti-ma gran rebelin popular urbana contra el sistema de la Restauracin. Con suenorme diversidad de manifestaciones violentas, los sucesos barceloneses dejulio de 1909 fueron el verdadero punto de inflexin desde un repertorioantiguo, dominado por la protesta popular instrumentada por movimientospolticos declinantes (republicanismo histrico) o antiniovimientos (anar-cocomunismo), hacia un repertorio moderno de lucha de clases en el mbi-to urbano.

    30) La transicin hacia modernos repertorios de accin colectiva fue unhecho a partir de 1917-18, momento culminante de un ciclo conflictivo denuevo cuo, sometido plenamente a la lgica de la lucha de clases, y dondeel proletariado asumi el protagonismo subversivo, con sus peculiares modosde organizacin y de accin colectiva: grandes sindicatos de mbito nacional,que asumieron la huelga general como instrumento adecuado, pero no nico,de lucha. Sin embargo, el movimiento obrero apareca escindido en su estra-tegia reivindicativa en dos grandes tendencias, el anarcosndicalismo y elsocialismo reformista, lo que acarre una fuerte rivalidad que se tradujo en lapersistencia de actitudes marcadamente violentas: desde los estallidos de

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    furor campesino hasta los motines urbanos o las huelgas generales de alcan-ce ms o menos revolucionario.

    Durante este primer ciclo de protesta obrera se ensayaron dos grandestcticas subversivas: por un lado, la alianza revolucionaria de amplio espec-tro en lo social y con designios democratizadores en lo poltico, como la quese estableci en 1916-17 entre las burguesas industriales de la periferia, elrepublicanismo de impronta mesocrtica y el proletariado reformista. Lossucesos del verano de 1917 marcaron un hito en el desarrollo de la conflicti-vidad social a todos los niveles, pero tras el fracaso de la huelga general deagosto y la ruptura de la conjuncin republicano-socialista en 1918, el socia-lismo qued defraudado de la alianza revolucionaria con las clases medias, ypersever en su aislamiento poltico hasta fines de la dcada siguiente. Por suparte, el anarcosindicalismo trat de aprovecharse de la estructura de oportu-nidades abierta con la crisis posblica radicalizando su impulso reivindicati-vo, primero en el campo (trienio bolchevique dc 1918-20), y luego en laciudad con la ofensiva laboral cenetista, que acab degenerando en compor-tamientos pistoleriles y entr en declive a partir de 1920, cuando la UGT y laCNT trataron en vano de sostener un pacto defensivo frente a la agudizacinde la crisis socioeconmica de posguerra y la movilizacin violenta de lossectores conservadores.

    Durante la agitacin social y poltica posterior a la Gran Guerra, el Esta-do fue perdiendo el control de los mbitos poltico, intelectual y econmico,y hubo de acentuar su capacidad de respuesta, ya fuera mediante la coopta-cin o la represin. Es cierto que, al ser correlativos en su explicitacin, clEstado pudo regular institucionalmente, o reprimir violentamente, los diver-sos conflictos de forma sucesiva. Pero su control, al hacerse ms extenso, sehizo ms difuso, y hubo de aceptar de grado o por fuerza una concurrenciasocial y corporativa en los asuntos del orden pblico que amenaz su propiaautoridad. El sistema de coercin de la Restauracin experiment un lento yprogresivo desmoronamiento, marcado por la ineficacia para afrontar los nue-vos modos de protesta sociopoltica, por la insubordinacin de alguno de susorganismos clave de vigilancia pblica (las Juntas Militares de Defensa), ypor la retirada de confianza por parte de sectores significativos de la litesocial dominante, que optaron por respaldar al poder militar en detrimentodel poder civil, patrocinar la movilizacin creciente de los ciudadanos enarmas con la creacin de guardias cvicas como el Somatn8, el desarro-llo de un contramovimiento (el Sindicato Libre) que utiliz medios violentos

    ~ Cfr Gonzlez Calleja, E. y Rey Reguillo, E Del: La defensa armada contra larevolucin. Una historia de las guardias cvicas en la Espaa del siglo XX Madrid, CS1C,1995.

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    equiparables a los de la CNT para resolver la disputa por el espacio sociola-boral, y, por fin, aceptar un estado de excepcin permanente con el apoyo alpronunciamiento de Primo de Rivera de septiembre de 1923.

    Un nuevo momento de este gran ciclo de violencia del primer tercio delsiglo XX, adviene con la Dictadura del general Primo de Rivera, a partir de1923. El orden pblico, elevado a un valor en si mismo, se transform en unade las piedras angulares del sistema poltico. Primo de Rivera super la intro-misin militarista en las cuestiones de seguridad interior precisamente porelevacin, concediendo la gestin exclusiva del aparato policial a los milita-res ms implicados en la represin del pistolerismo cataln, y desprivati-zando parcialmente las cuestiones de seguridad mediante la oficializacindel Somatn y su generalizacin a toda Espaa. La deslegitimacin de laMonarqua y la apertura de una autntica situacin prerrevolucionaria a finesde los aos veinte resultaron decisivos en la estructuracin de una concepcinverdaderamente orgnica de la violencia como factor a tener en cuenta enla tctica enfocada hacia planteamientos subversivos, insurreccionales y delucha armada. Por ese entonces, el mito del proletariado como clase revolu-cionaria ceda terreno ante la presencia de minoras activistas altamente espe-cializadas en la subversin. Otro rasgo de la violencia poltica en esta etapafue su carcter universalmente compartido. En uno u otro momento, casitodas las fuerzas polticas y sociales (militares, catalanistas, republicanos,anarcosindicalistas, comunistas, socialistas, carlistas e incluso figuras de delancien -gime constitucional) se vieron tentadas de recurrir a la clandestini-dad como modo de accin, y de utilizar la fuerza como medio de ejecucinde sus proyectos polticos. La paulatina prdida de legitimidad de la Dicta-dura y del rgimen monrquico en su conjunto abri un autntico ciclo sub-versivo que se extendi hasta 1931, pero cuyas repercusiones y corolariosresultaron evidentes durante todo el perodo republicano.

    Este ciclo de protesta apareci caracterizado por tres rasgos esenciales. Enprimer lugar, la convergencia de varias lneas histricas de disidencia: el Ejrci-to acentu sus rasgos pretorianos, pasando de las protestas corporativas a adop-tar actitudes arbitrales (1917), dirigentes (1923-30) y vigilantes (1934-36)~. Elanarcosindicalismo mantuvo una constante querella intestina respecto del alcan-ce y las alianzas deseables para proceder al derrocamiento de la Dictadura. Estacompetencia entre sindicalistas y anarquistas puros, inaugurada oficialmentecon la fundacin de la FAI enjulio de 1927, permanecera abierta en el trnsitoa la Repblica, y tendra su punto culminante en las diversas intentonas insu-rreccionales de 193 1-33. Por ltimo, y tras casi medio siglo de ostracismo pol-

    ~ Tomamos estas caracterizaciones de Ferlmutter, Amos: Lo militar y lo poltico en elmundo moderno, Madrid, Ediciones. Ejrcito, 1982, pp. 144-162.

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  • J Arstegui, E. O. Calleja, S. Sonto La violenciapolitica en la Espaa del siglo XX

    tico, y en el contexto favorable que brindaba el desprestigio de la monarqua, laactitud colaboracionista del socialismo y la aguda crisis del cenetismo, los repu-blicanos volvieron aponerse a la cabeza de la subversin antimonrquica afinesde los aos veinte, apostando por una revolucin puramente poltica en la queaspiraban contar con el apoyo de tas organizaciones obreras, aunque tambinaspiraron a incorporar las nuevas vas subversivas abiertas por el nacionalismocataln (1918-34) y el movimiento estudiantil (1924-31).

    Cabe destacar, en segundo trmino, la extensin y la radicalizacin progre-siva de las alianzas abocadas al cambio poltico: la conjura impulsada por cier-tos politicos liberales en 1924-1926 dej paso en 1928-1930 a los complotsconstitucionalistas, y en 1930-1931 a la gran plataforma republicano-socialistaque trajo la Repblica. La tercera caracteristica definitoria de la poca fue eldesarrollo de tendencias subversivas de carcter marginal, cuyas actividadessobrepasaron la frontera convencional del cambio de rgimen, y cuya proble-mtica incorporacin a las grandes alianzas subversivas permiten explicar suimpacto ulterior sobre la estabilidad de la Segunda Repblica. En esta lnea pue-den situarse los intentos de profundizacin revolucionaria ensayados por milita-res republicanos adscritos a la extrema izquierda anarquizante, como FermnGaln en Jaca (diciembre de 1930)0 Ramn Franco en Tablada (Junio de 1931).

    Tendencias exaltadas stas que aparecan en estrecha relacin con una tra-yectoria subversiva de mucha mayor trascendencia: los ensayos de gimnasiarevolucionaria protagonizados por el sector crata de la CNT desde el exilioen 1924-1929, y en sucesivas intentonas desde el interior a partir de esafecha: huelga fallida de octubre de 1930, sucesos de Sevilla de julio de 1931,levantamientos de enero de 1932, de enero y diciembre de 1933, e incluso laformidable movilizacin revolucionaria de los anarquistas barceloneses enjulio de 1936, virtualmente agotada tras los fets de maig de 1937. Otrasalternativas desestabilizadoras de carcter residual que se mantuvieron duran-te la etapa republicana fueron la prolongacin del complot constitucionalistay de los contactos militares del lerrouxismo hasta la intentona de Sanjurjo enagosto de 1932, o los reflejos insurreccionales y paramilitares del indepen-dentismo cataln desde el fet de Prats de Moli de noviembre de 1926 has-ta los fets doctubre de 193420.

    La paulatina convergencia de fuerzas tan diversas se produjo entre 1929-31,salvo la defeccin constitucionalista a fines de 19302!. Por fin, pareci llegar-

    20 Sobre todas estas cuestiones, cfr el sugerente articulo de Ucelay da Cal, Enric y Tave-ra Garca, Susanna: Una revolucin dentro de otra: la lgica insurreccional en la polticaespaola, 1924-1934, en Arstegui, (ed.), Violencia y Poltica..., op. cit., Pp. 115-146.

    2! Sobre tal convergencia vase Arstegui, J.: El insurreccionalismo en la crisis de laRestauracin, en Arstegui, 1; Balcels, A.: Elorza, A. y otros: La crisis de la Restauracin...

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  • Ji Arstegui. E. G. Calleja, Souto La violencia poltica en la Espaa del siglo XX

    se a un consenso para el derrocamiento de la monarqua mediante un procesoinsurreccional militar apoyado por una huelga general. Sin embargo, y a pesarde la inoperancia de los aparatos represivos del Estado monrquico, las divi-siones en el seno de las fuerzas armadas y del movimiento obrero, y la limita-da capacidad de arrastre social de la pequea burguesa republicana dieron altraste el movimiento insurreccional de diciembre de 1930, tan mal llevadocomo peor concertado, en un desacuerdo que prefigura muchas de las fracturaspoltico-sociales de la nueva alianza de poder durante la Repblica. En esascondiciones de mutua incompetencia para resolver el conflicto poltico-institu-cional planteado, no resulta del todo sorprendente que el advenimiento del rgi-men republicano se produjera pacficamente y en cuestin de horas tras unaconsulta electoral.

    Cuando los polticos de la Restauracin constataron el desmoronamientode los medios de control social y de la legitimidad del rgimen, bast el ejer-cicio libre de la democracia para que la Monarqua cayera a su vez, casi sinresistencia y a travs de la ceremonia simblica del sufragio universal. Larecomposicin simblica del pueblo soberano en la alianza intercasista einterpartidaria de 1930-3 1, y la descomposicin de la trama de lealtades de laMonarquia tras el fiasco de la Dictadura, permitirian a los herederos doctri-nales del sexenio revolucionario culminar, siquiera efimeramente, su tantasveces postergada revolucin democrtica. El inesperado fin de la Monarquapor un plebiscito que desmoron la voluntad de defensa de los medios decoercin del rgimen no hace sino enmascarar como un acto cvico un pro-ceso de cambio revolucionario que, en las etapas inmediatamente anteriores,haba alcanzado altas cotas de subversin y de violencia. 1931 fue sin dudauna cesura bien definida de nuestra historia, pero no clausur ni muchomenos el recurso a la violencia con designios de orden poltico. La nuevaestructura de oportunidades abierta con la Repblica dificultara el desarrollode algunas manifestaciones de fuerza, pero estimulara otras y permitira laincorporacin de algunas nuevas.

    4. LA CRISIS DE LOS AOS TREINTA: DE LA FIESTADEMOCRTICA A LA GUERRA CIVIL

    La proclamacin de la Segunda Repblica hizo que, por primera vez, laselecciones democrticamente celebradas pasaran a ser mecanismos reales de

    II Coloquio de Segovia sobre Historia Contempornea de Espaa dirigido por Manuel Tunde Lara. Edicin al cuidado de Garca Delgado, J. L. Madrid, Siglo XXI de Espaa, 1986.Especialmente el apartado la coalicin de 1930, Pp. 91-LOO.

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  • J Arsegul, E. O. Calleja, Souto La violenciapoltica en la Espaa del siglo XX

    acceso al gobierno, pero las elecciones no se vieron como forma real tam-bin de solucin de los conflictos. En los aos treinta, una situacin internade divergencia de intereses debido al proceso reformador y modernizador delos gobernantes del primer bienio republicano, la incapacidad de stos demantenerlo y desarrollarlo y de lograr convencer ideolgicamente a la mayo-ra de la sociedad y, en fin, una coyuntura internacional marcada por elascenso de los fascismos y la asuncin de la violencia como un instrumen-to ms de la poltica de masas, entre otros factores, hicieron que este fueratambin uno de los periodos de mayor conflictividad violenta de nuestra his-toria. Cobr fuerza la presencia de mentalidades y justificaciones de la vio-lencia en todo el espectro poltico, con la nica excepcin de la burguesarepublicana.

    Aunque el enfrentamiento clave fue el producido entre reformismo yreaccin (ya que los sectores tradicionalmente dominantes y contrarios a lapoltica reformista de la Repblica conspiraron desde un primer momentocontra sta, como mostr el levantamiento de Sanjurjo del 10 de agosto de1932), la Repblica tambin se vio desestabilizada desde los sectores deizquierda, tras la rpida disgregacin del pueblo que habla celebrado lainstauracin de la Repblica. Tanto la CNT como el PCE plantearon abier-tamente la insurreccin armada contra el orden establecido. Se produjo, as,la separacin ntida entre los proyectos de reformismo, revolucin y dicta-dura, y el proyecto reformista de 1931-32 fue hostilizado violentamentedesde ambos extremos. Al igual que en el resto de Europa la crisis de lademocracia liberal parlamentaria potenci las formas de actuacin al mar-gen de las pautas democrticas. En Espaa, una burguesa amenazada porel proceso de fascistizacin y una clase obrera afectada por la crisis econ-mica dudaron que un nuevo sistema poltico pudiera ser mantenido por lava parlamentaria.

    La crisis econmica agrav las tensiones sociales y la conflictividad,ya que, con una coyuntura depresiva, aumentaron las resistencias de lospatronos ante las reformas sociales y salariales emprendidas por los socia-listas desde el gobierno. Ante la grave situacin en el campo, pronto laFederacin Nacional de Trabajadores de la Tierra (la FNTT socialista)comenz a participar en los conflictos agrarios, que fueron los que alcan-zaron mayor violencia en los aos republicanos, y se produjeron enfrenta-mientos importantes, como los choques entre huelguistas socialistas yguardias civiles, en diciembre de 1931, en Castilbanco (Badajoz) y enArnedo (La Rioja).

    A la vez que se asentaba definitivamente el moderno repertorio de laaccin colectiva pacfica, se renovaron las formas de conflictividad violen-ta: se desarroll la violencia de masas, que requera nuevos instrumentos de

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  • Ji Arstegui, E. O. Calleja, Souto La violencia poltica en la Espaa del siglo >0 5. Souto La violencia poltica en la Espaa del siglo XX

    bocadura en conflicto armado abierto, o normalizado, de las discordiaspolticas civiles es fenmeno que est ms all de la idea estricta de violen-cia poltica propiamente dicha. En un enfrentamiento blico interno, esdecir, en una guerra civil, la violencia que verdaderamente habla de landole y de la gravedad relativa de la confrontacin es la que tiene lugarfue-ra de los frentes de combate, o detrs de ellos. Cuando queremos discernirla amplitud de la violencia que una guerra engendra es claro que apuntamosjustamente no a la blica sino a la violencia civil. La guerra declarada es unasituacin histrica que se sita ms all de lafuncin misma de la violenciaen el desarrollo social pautado, mientras que la violencia civil tiene, engrado variable, desde luego, unas ciertas pautas, como se ha dicho antestambin33.Una guerra civil, aunque conceptualmente deba considerarse un casoespecial, evidentemente no es ajena en modo alguno a los episodios de vio-lencia poltica que se producen en el seno de una sociedad y de un Estado.En este contexto se ha planteado ms de una vez si la guerra civil espaolapuede ser tenida como una derivacin, en alguna forma, de un sistema, el dela Repblica de preguerra, y de unas condiciones internacionales tambin,cuyos contenidos en violencia poltica son, como hemos visto, de considera-ble importancia. Los aos treinta constituyen en Europa, en funcin de losprofundos enfrentamientos ideolgicos, sociales y estratgicos, una pocacrucial de la violencia poltica; el caso no es, por tanto, exclusivo en modoalguno de Espaa. Pero, es la guerra civil una prolongacin de este sistemade la violencia de la poca republicana, como pretenden algunos? No hayninguna evidencia seria de que el desencadenamiento de la guerra civil fueseun producto del clima de violencia generado en la primavera de 1936, nitampoco, como se pretende ahora de nuevo, del precedente de la revolucinde octubre de l934~~. La guerra civil no es una prolongacin de la violenciaprevia existente, pero no es dudoso tampoco que en ella se recogen y ampli-fican fenmenos que son precedentes. Este es el caso, entre otros, del fen-meno miliciano.

    ~ Vase Arstegui, J.: Guerra y violencia. En El Pas, 23 dc julio de 1996 (cuadernilloespecial en el 60 aniversario de la guerra civil).

    ~ Tesis de nuevo planteada, porque en modo alguno es indita (es la tesis franquista desiempre), por el incoherente libro de E Moa:Los origenes de la guerra civil espaola. Madrid,Ediciones Encuentro, 1999, para quien la guerra civil prcticamente no tiene nada que ver, alparecer, con una sublevacin militar antirrepublicana, precedida de una conspiracin, en 1936,sino con la revolucin de 1934 y con el diseo de una guerra civil>, hecho entonces, Esto eslo que han dicho siempre autores de tan nitida coloracin pro-rebelde como Felipe BertrnOel, Flix Maiz, o los nclitos autores de la Historia de la Cruzada Espaola, que Moa nicita ni probablemente conoce.

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  • Ji Arstegui, E. O. Calleja, 5. Soato La violencia poltica en la Espaa del siglo XX

    La guerra, en efecto, marc el momento cumbre de actuacin miliciana:la desarticulacin de las fuerzas de orden y del ejrcito en la zona republica-na, debido al apoyo al bando rebelde de parte de ellas y la desconfianza haciael resto de las autoridades republicanas y de las organizaciones del FrentePopular, convirti a las milicias obreras en una de los primeras fuerzas que seopusieron a la sublevacin (baste citar su papel en la defensa de Madrid o elcontrol confederal de Barcelona tras la sublevacin militar). La sublevacinmilitar y sus primeros pasos en la guerra civil real estuvieron alimentados poruna importante masa miliciana, suministrada por las organizaciones carlista,falangista y otras ms de la derecha.

    El inicio de la guerra civil provoc tambin cambios en las formas deviolencia y el desarrollo de frmulas represivas. En el anlisis de la violen-cia poltica en circunstancias histricas como las de guerra civil, lo impor-tante no es la guerra militar misma, sino los fenmenos que se producenen funcin del uso de formas violentas no estrictamente militares que sonsufridas por la poblacin. En este sentido, interesan el orden pblico, larepresin de los enemigos polticos, la justicia de guerra y ese fenmenoparticular que fue la incorporacin de los combatientes a la guerra a travsde las milicias polticas. En consecuencia, algo particularmente importanteque vino con la guerra civil fue el inmenso desarrollo de la situacin polti-ca y social de represin. Pero la represin, si por ella hemos de entenderalgo ms que la autora de muertes violentas por quienes quieren controlarpor la fuerza las ideas de sus semejantes, no es tampoco una realidad fcilde racionalizar.

    El momento ms intenso de esas muertes de civiles transcurri entre losmeses de julio y noviembre de 1936. Y si nunca nos hemos puesto de acuer-do acerca de la cantidad exacta de las vctimas s sabemos mucho mejor enqu categorias sociales, en una otra parte, se ceb especialmente este victi-mario: el clero, los obreros y sus dirigentes, los militares, los profesionalesms ilustrados..., los maestros. Dejando, pues, de lado los debates sobre elnmero de muertos provocados por cada bando35, consideramos ms impor-

    Como es bien sabido, la represin de guerra y posguerra en Espaa es uno de lostemas de ms dificil estudio tanto cuantitativa como cualitativamente. La represin enambos bandos en la guerra civil y su propia evaluacin fue ya un instrumento de guerradesde el principio. La propaganda y los falseamientos de estos hechos fueron procedi-mientos habituales hasta tiempos ya muy avanzados en el rgimen de Franco. Por supues-to, el rgimen mismo impidi cuidadosamente el estudio de la represin en el bando ven-cedor mientras fomentaba toda suerte de pronunciamientos sobre el bando contrario. Dehecho, el estudio serio de la represin poltica en Espaa entre 1936 y el final del rgimende Franco, slo ha podido hacerse con posterioridad a 1975. Es de destacar el influjo queen todo esto ha tenido un libro muy polmico como el de Salas Larrazbal, Pi.: Prdidas de

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  • Ji Arsregui, E. O. Calleja, Souto La violenciapoltica en la Espaa del siglo XX

    tantes las diferentes concepciones y frmulas con que se desarroll la vio-lencia (al margen de las formas propias de una guerra convencional) en losdos bandos enfrentados.

    En la zona republicana, el hundimiento del Estado, la atomizacin depoderes y la revolucin social provocados por la misma sublevacin dieronlugar a numerosos actos de violencia que se fueron reduciendo en la medidaen que ese mismo Estado se reorganizaba sobre otras bases y, as, las repre-salias, paseos y saqueos prcticamente desaparecieron a partir de los prime-ros meses de 1937, y slo reaparecieron en el primer trimestre de 1939 en lastropas republicanas en retirada, por ejemplo, en Catalufia y Levante. Mien-tras, en el territorio rebelde, la construccin del nuevo Estado se realiz sobrela base de un poder militar totalitario y altamente concentrado que organizla violencia y la represin indiscriminada para imponer su disciplina: comoha expresado muy grficamente 5. Juli fue un clculo fro contra unaespontaneidad caliente36. En la zona insurgente, por tanto, la represin tuvoun carcter premeditado, sistemtico e institucionalizado, realizada en aplica-cin del bando de declaracin del estado de guerra, confirmado y extendidoa todo el territorio por la Junta de Defensa Nacional el 28 de julio de 1936 ydel fuero de guerra establecido por decreto de 31 de agosto de 1936, aunquehasta fines de 1936 predomin la accin de milicias de partido, usadas por elejrcito como fuerzas auxiliares en las operaciones de limpieza, sacas y eli-minaciones que, autorizadas por las autoridades militares, se extendieron has-ta bien entrado 1937, cuando la direccin de la represin pas definitiva-mente a manos de la guardia civil y del ejrcito.

    En la zona republicana, ya el 23 de agosto dc 1936, tras la matanza de lacrcel Modelo de Madrid, se cre el primer Tribunal Popular que buscaba fre-nar estas acciones indiscriminadas. La misma medida adopt la Oeneralitatde Catalua el 26 de septiembre. Pero todavia coexistieron durante unosmeses con sacas y paseos. En el fin de esta violencia influyeron la formacindel gobierno de Largo Caballero, que implic a todas las organizaciones par-ticipantes (socialistas, comunistas, anarquistas) en el mantenimiento del

    la guerra. Barcelona, Planeta, 1977, que pretendiendo ser un libro definitivo sobre elasunto, basado en una amplia evidencia cuantitativa, result ampliamente discutido y pro-pici indirectamente la renovacin vigorosa de los estudios sobre la represin, que a suescala local no pueden considerarse hoy mismo acabados. El libro de Salas ha sido muymatizado y tiene hoy un valor como precedente, pero nada ms. Vanse otras publicacio-nes que citamos ms adelante.

    36 iuli, 5.: De guerra contra el invasor a guerra fraticida, en Ibidem (Coord.), Vic-timas de la guerra civil, Madrid, Temas de Hoy, 1999, Pp. 11-54, la cita en, p. 26. El texto hasido compuesto por Sol, J. M.; Casanova, J. y Moreno, E Ver tambin Reig Tapia, A.: Vio-lencia y Terror Estudios sobre la Guerra Civil Espaola, Madrid, Akal, 1990.

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  • Ji Arstegui, E. O. Calleja, Souto La violencia poltica en la Espaa del siglo XX

    orden, y as fue un anarquista, Garca Oliver, quien consolid los TribunalesPopulares. La fase miliciana de la guerra civil entr en vas de liquidacincuando comenz la incorporacin de los grupos milicianos al nuevo EjrcitoPopular de la Repblica, creado por decreto de 30 de septiembre de 1936.Ello supuso el comienzo del fin del papel de las milicias en el bando repu-blicano o la sustitucin de los comits revolucionarios locales por consejosmunicipales formados por acuerdo de todas las organizaciones polticas(decreto de 4 de enero de 1937), una poltica que ya haba sido adoptada ante-riormente por la Generalitat de Catalua37.

    Pero la primera movilizacin unitaria frente al comn enemigo fascista,acab pronto en divisiones internas en el bando republicano, que en granmedida pasaban por las mismas lneas que las existentes durante todo elperiodo republicano, pero que incluan ahora nuevos elementos, como lasdiferentes concepciones sobre la poltica de guerra, que dieron lugar a verda-deras guerras civiles dentro del territorio leal a la Repblica, como los suce-sos de mayo de 1937 en Barcelona y las consiguientes represalias contra elPOUM, influenciadas tambin por las purgas similares que se estaban dan-do por las mismas fechas en la URSS, o, ya en 1939, las sublevaciones enCartagena (3 de marzo) y Madrid (a partir del 6 de marzo). Mientras tanto,en el bando rebelde, y a la postre, vencedor, la Ley de ResponsabilidadesPolticas, aprobada el 9 de febrero de 1939, y con efectos retroactivos desdeel 1 de octubre de 1934, abrira el camino a la continuacin de la represinindiscriminada ms all de la guerra civil.

    5. EL RGIMEN DE FRANCO: LA VIOLENCIA POLTICACOMO FUNDAMENTO

    Si bien la guerra civil no puede ser tenida por un cambio de fondo en lanaturaleza estructural de la violencia poltica en Espaa, como dijimos antes,no es dudoso tampoco que el cambio poltico a que dio lugar trajo la pre-sencia de nuevas formas de violencia durante muchas dcadas. Si el rgi-men salido de la contienda tuvo como objetivo consolidar y prolongar aque-lla especie de restauracin del dominio de las clases propietariastradicionales puesto en peligro con la amenaza de revolucin en los aos

    ~ Otros hitos en el control de la represin por parte del Estado republicano fueron lacreacin del Servicio de Investigacin Militar, en agosto de 1937; de los Tribunales de Espio-naje y Alta Traicin a partir de junio de 1937, y de los Tribunales Permanentes de Ejrcito, deCuerno de Ejrcito, de Unidades Independientes y de las Zonas del Interior en octubre del mis-mo ano.

    s Cuadernos de Historia Contempornea2000, nmero 22: 53-94

  • Ji Arstegui, E. O. Calleja, & Souto La violencia poltica en la Espaa del siglo XX

    treinta, ello tuvo la consecuencia de la implantacin de un rgimen de repre-sin continuada38. Es en este sentido en el que el resultado de la contiendacivil, pues, propici el advenimiento de una etapa que para la temtica queabordamos aqu resulta indita, o poco menos, en la historia anterior delpas. Nos referimos, precisamente, al establecimiento de un rgimen polti-co de dictadura, uno de cuyos fundamentos esenciales era la permanenterepresin de sus enemigos por las vas especficas de violencia poltica des-de el Estado, mxime cuando el sistema represivo implantado pretendisiempre apoyarse en un aparato que no era sino una seudo-legalidad empe-ada en considerarse a s misma, frente al interior y al exterior, como unEstado de Derecho.

    La violencia poltica era un ingrediente consustancial del rgimen deFranco que nada tiene que ver con la clsica concepcin weberiana del Esta-do como depositario legtimo de la violencia institucional, por el hecho deque el Estado de la Espaa de Franco no fue nunca, peses a sus protestas deello, de derecho. La esencia ideolgica del franquismo consiste en la arti-culacin, sobre el cuerpo socio-poltico del pas, de un sistema de opresin ypseudojuridicidad, de races antiguas, sostenido por sectores muy tradiciona-les y arraigados de la sociedad espaola e instrumentado a travs de institu-ciones o corporaciones no menos antiguas39.

    De esta forma, el carcter represivo del Estado franquista ni altera losparmetros sustanciales de la violencia poltica durante el gran ciclo de casicincuenta aos de dominio represivo de las clases hegemnicas, ni en algu-nos sentidos el del Orden Pblico, por ejemplo deja de seguir pautas queson anteriores, aun cuando las extreme, como puso bien de relieve el clsicoestudio de Manuel Balb. El establecimiento de un Estado represivo, prcti-camente de un Estado de excepcin permanente, introduce, por necesidad,

    38 No poseemos hoy buenos estudios de conjunto sobre la represin bajo el rgimen deFrancoy se encuentra mucho ms estudiada la cuestin caa primera mitad del rgimen, 1936-circa 1959, que en el periodo subsiguiente. Hay cierta abundancia de estudios locales de desi-gual mtodo y valor. Vase una breve puesta a punto, con abundantes referencias bibliogrr-cas y un intento de clarificacin conceptual en Gonzlez Calleja, E.: Violencia poltica yrepresin en la Espaafranquista: consideraciones tericas y estado de la cuestin. En More-no Fonseret, R. y Sevillano Calero, E (eds.): Elfranquismo: visiones y balances. Alicante, Uni-versidad de Alicante, 1999, pp. 119-150. Un libro basado en interesante documentacin Sabin,J. M.: Prisin y muerte en la Espaa deposguerra. Barcelona, Anaya & Mario Muchnik, 1996.Y otro muy revelador Angel Surez-Colectivo 36: Libro blanco sobre las crceles franquistas,1939-1976. Paris, Ruedo Ibrico, 1976.

    >~ Arstegui, J.: Opresin y Pseudojuridicidad. De nuevo sobre la naturaleza del fran-quismo. En Bulletin dHistoire Contemporaine de LEspagne, (Bordeaux, Maison des PaysIbriques), 24, dcembre 1996, Pp. 3 1-46 (Monogrfico Imaginaires et symboliques dufran-quisme.).Cuadernos de Historia Contempornea2000, nmero 22: 53-94 82

  • Ji Arstegui, E. O. Calleja. Sauto La violencia poltica en la Espaa del siglo AIX

    algunas instrumentaciones nuevas de la violencia. Aunque a travs de proce-dimientos y justificaciones legitimadoras que en buena parte estn tomadasefectivamente de las corrientes europeas del momento, del fascismo esen-cialmente, la represin de las clases subordinadas es retomada por el Esta-do Nuevo en sus trminos antiguos y desde ese punto de vista, la guerracivil es un momento culminante. Por ello el rgimen mismo alimentar laimagen de la guerra civil como su propia fuente de legitimidad, justamentehasta los aos sesenta en que, como decimos, cambian las coordenadas his-tricas de la sociedad espaola.

    En consecuencia, la historia de la represin poltica en la poca de Fran-co puede ser, a su vez, articulada en tres momentos con sus propias peculia-ridades40, Primero transcurri el que se ocup de liquidar las consecuenciasdirectas de la guerra civil. El rgimen sigui fusilando enemigos vencidos enla guerra basta los aos cincuenta, dando Jugar a un nmero de victimas dela guerra en la posguerra cuyo recuento ha sido polmico hasta la fecha4t. Esla poca en que la accin de la oposicin incluye la lucha de guerrillas, unode los episodios ms notables de la historia de la oposicin y la represin yel nico momento en que con posterioridad a la guerra civil puede hablarsede lucha armada o de insurreccionalismo en Espaa42. Pero se pasa a un

    Tomamos lo sustancial de esta periodizacin de Arstegui, J.: La oposicin alfran-quisnio. Represin y violencia poltica. En Tusel, J.; Alted, A. y Mateos, A. (coord.): La Opo-sicin al rgimen de Franco. (Actas del Congreso Internacional... 19-22 de octubre de 1988).Madrid, UNED, 1990, t. 1., vol. 1*, pp. 235-256.

  • Ji Arstegui, E. O. Calleja, Souto La violencia poltica en la Espaa del siglo XX

    nuevo momento cuando desde los aos cincuenta, acabado el peligro guerri-llero, el aparato represor del rgimen es dotado de nueva legislacin, se defi-nen delitos polticos an cuando el rgimen niega obstinadamente la cali-ficacin de tales como separados de los comunes43. Esta segunda etapaculmina con la creacin del Tribunal de Orden Pblico que aparta al ejrcitodel protagonismo directo en la represin, que era hasta entonces una de lascaractersticas ms salientes de la situacin.

    Los aos sesenta, por razones que ya hemos apuntado, representan unainflexin, y un paso a una tercera etapa, al aparecer un nuevo tipo de accinviolenta, el terrorismo, que protagonizan organizaciones dependientes de losnuevos grupos de la izquierda radical de inspiracin marxista, leninista omaoista FRAP, GRAPO, etc., cuya accin est ligada a la lucha anti-fascista y a la propuesta de un orden social socialista44 y, especialmente, conel comienzo de la accin de ETA (Euzkadi ta askatasuna) en el Pais Vasco yprogresivamente fuera de l. La represin policial se hace muy intensa fren-te a estas nuevas fuerzas. La legislacin insiste en la represin del bandida-je y terrorismo an en los aos setenta (Ley de 27 de agosto de 1974), mien-tras la tortura policial sigue siendo prctica comn.

    Pero el progresivo debilitamiento del rgimen y de sus apoyos hace queya en esta dcada se entre en una fase donde el aumento del rigor de la repre-sin lleva aparejado ante la sociedad civil la progresiva deslegitimacin detoda defensa violenta del rgimen. Seguramente es el clebre juicio de Bur-gos, que acaba con el episodio del indulto de los condenados a muerte perte-necientes a ETA en la navidad de 1 97O~~, el que marca una importante infle-xin tambin hacia una situacin que tiene su ltimo episodio trgico en elfusilamiento de cinco activistas en septiembre de 1 97546

    > Martn-Retortillo, L.: Las sanciones de orden pblico en el derecho espaoL Madrid,Editorial Tecnos, 1973. La cuestin problemtica de los delitos polticos empieza a tratarse ensu parte Segunda. El libro es unacritica del sistema judicial del rgimen, aunque no en su tota-lidad.

    ~ 1-leine, H. emple la denominacin de nueva izquierda para estos grupos. Cfr su Laoposicin poltica al franquismo. Barcelona, Crtica, 1979. Despus se han publicado algunosestudios ms sobre ese conjunto de nuevas organizaciones de la extrema izquierda. Cfi Laiz,C.: La lucha finaL Lospartidos de la izquierda radical durante la transicin espaola. Madrid,Los Libros de la Catarata, 1995. Un libro muy ilustrativo sobre el carcter de estas organiza-ciones de la violencia es Equipo Adelvec: ERA.]? 27 de septiembre de 1975, Madrid, Edicio-nes Vanguardia Obrera, 1985. Existen otro variado nmero de publicaciones ms o menos for-males de tales grupos.

    ~ El mejor trabajo sobre aquel acontecimiento es el de la periodista Halimi, G.: Le pro-ces de Burgos. Paris, Gallimard, 1971.

    46 El fusilamiento de cinco activistas de ETA y FRAP, el 27 de septiembre de 1975, entreun conjunto de once condenas a muerte seis de las cuales fueron objeto de indulto, fue el lti-

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  • J rstegui, E. O. Calleja, Souto La violencia poltica en la Espaa del siglo XK

    Es precisamente desde ese momento histrico, la dcada de los sesenta,cuando la violencia poltica comienza a reflejar plenamente, como era deesperar, las nuevas coordenadas de la sociedad espaola y las reacomodacio-nes que el rgimen mismo ha de experimentar en funcin de los cambios. Laoposicin al rgimen aumenta, pero la violencia ocupa en ella un nuevo lugarDesaparece todo intento de insurreccin armada lo que es una prueba demodernizacin, la violencia explcita es muy selectivamente predicada y sepropone como prctica por un sector muy especifico de los grupos de oposi-cin. Se convierte en violencia urbana y se orienta, adems, con toda su car-ga de utopa, al derribo violento del sistema social, cosa que la oposicin cl-sica ve de manera mucho ms matizada. Son contenidos que se encuentranausentes, sin embargo, en el caso del terrorismo nacionalista, pese a su len-guaje mimtico del izquierdista, y al supuesto carcter de tal de las organiza-ciones polticas satlites que le apoyan. De hecho, en su anlisis ltimo, todoel entramado ideolgico y doctrinal que nutre desde entonces el nacionalis-mo radical y su accin violenta no tiene otra interpretacin que dentro de loscdigos de los lenguajes del fascismo47.En los sesenta se opera, pues, como dijimos, una profunda reorientacinde los instrumentos de la violencia poltica y, de momento, se radicalizanambos polos, el del Estado represor y el de la oposicin. Como sealamostambin, fue a mediados de esos aos cuando, eliminada ya desde una dca-da antes la guerrilla rural antifranquista derivada de la guerra civil, aparecicomo fenmeno ms llamativo de violencia poltica una especie nueva deterrorismo urbano, de ms dificil desarraigo48. Esta nueva forma de accin

    mo episodio de la que era una ms ciega represin dada la debilidad del rgimen y quelevant el que fue tambin ltimo gran clamor internacional contra el rgimen. Cfr EquipoAdelvec: FRAR.., op. ch., Pp. 173-231. Entre los indultados figuraba Manuel Caaveras, queperteneci al FRAP, quien fue para nosotros, los que empezamos a trabajar en estos temas deviolencia en los aos ochenta en el Departamento de la UCM, Manolo Caaveras, que rea-liz su Tesina de Licenciatura en Historia Contempornea y luego sigui otros rumbos.

    Es esta una lectura comn en los analistas actuales, que puede estar ms o menos rela-cionada con el anlisis desde los presupuestos de la reaccin tnica. Vase como ilustracinAranzadi, 1.; Juaristi, J. y Unzucta, P.: Auto de terminacin. Madrid, El Pas-Aguilar, 1994.especialmente las colaboraciones de Juaristi. En la cuestin tnica es esencial Aranzadi, J.:Milenarismo Vasco. Edad de Oro, etnia y nativismo. Madrid, Taurus, 1981 (nueva edicin en1999). Vase el gran trabajo de Waldmann, P.: Radicalismo tnico. Anlisis comparados de lascausas y efictos en conilictos tnicos violentos. Madrid, Akal, 1997 (edicin original alemanade 1989). Tambin Fernndez de Rota, JA. (Ed.): Enicidady violencia. La Corua, Universi-dad de La Corua, 1994. la contribucin sobre el Pas Vasco es de Mkel Azurmendi.

    ~ La abundante bibliografa internacional sobre e terrorismo no es tampoco reseableaqu. En el caso espaol, los primeros trabajos serios aparecen ya en la poca de la transicinposfranquista. Vase nuestra nota (53). Un libro reciente sobre el problema general es el deReinares, F.: Terrorismo y antiterrorismo. Barcelona, Paids Ibrica, 1998.

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  • Ji Arstegu E. O. Calleja, Souto La violencia poltica en la Espaa del siglo XX

    violenta frente al Estado y su aparato se convierte de hecho en la nica prac-ticada. El propio aparato estatal enfoca la violencia represiva en otra direc-cin: la de sujudicializacin ms sealada y el abandono de la militarizacin.Con ello, se ver obligado a usar de la situacin de estado de excepcin enms de una ocasin. La aparicin del Tribunal de Orden Pblico49, en 1963,que separa al ejrcito de las tareas judicial-represivas, es un hecho clave deesa nueva instrumentalizacin de la violencia por el Estado.

    Ahora bien, si en los primeros tiempos de esta nueva realidad el protago-nismo de la violencia poltica corresponder por lo comn a grupos conideologas de contestacin global al sistema sociopoltico, al fascismogenricamente o al capitalismo, el fenmeno, sin duda, de mayor trascenden-cia e importancia es el aumento dcl terrorismo en el nacionalismo vasco radi-cal personificado por ETA que, en todo caso, naci como organizacin clan-destina con anterioridad a la aparicin de otros grupos terroristas. Eraevidente que en los aos sesenta aparecan nuevas formas de oposicin alrgimen que implicaban un reverdecimiento de los fenmenos de violencia,que entonces podan entenderse como de oposicin a un rgimen indiscuti-blemente opresor. El tiempo hara ver que el terrorismo de origen nacionalis-ta tena contenidos mucho menos sencillos.

    6. EL RGIMEN CONSTITUCIONAL Y LA PERSISTENCIADE LA VIOLENCIA

    Si, de hecho, la sociedad espaola esper como es comprobable uncambio decisivo en el horizonte de los fenmenos de violencia poltica tras laconsolidacin de un rgimen constitucional liberal, como resultado de unaautntica pacificacin, de las llamadas a la reconciliacin y del triunfo dela va normalizada de expresin de la prctica poltica, tales esperanzas sehan visto frustradas en la perspectiva de plazo medio de los veinticinco aostranscurridos tras el final del rgimen de dictadura. Los fenmenos de vio-lencia poltica no han desaparecido en el Estado espaol, a pesar de la evi-dente rpida modernizacin. Desaparecido ya el rgimen de Franco, en plenomomento de la transicin, el terrorismo figura a la cabeza de las preocupa-

    ~ No existe, que sepamos, una monografa til sobre el Tribunal en cuestin, aunque seaun tema de gran importancia y que aparece en conexin con otros muchos. Existe una brevecomunicacin de guila, .3. 3. Del: El Tribuno) de Orden Pblico, 1963-1976. Trece aos derepresin poltica en Espaa. En La oposicin al rgimen de Franco (Actas...), op. cir, t. 1,vol. 1*, Pp. 427 y ss., quees poco ms que una recopilacin de datos conocidos. Cfr Balb, M.:Orden pblico y militarismo op. cit., 417 y ss.

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  • Ji Arstegui, E. O. Calleja, Souto La violencia poltica en la Espaa del siglo XX

    ciones de la opinin pblica expresada en las encuestas50. Esta opinin se hamantenido durante muchos aos.

    No obstante, es preciso insistir, para un correcto enfoque histrico delproblema de la violencia poltica en el ltimo cuarto del siglo XX, en algoque hemos ya apuntado: la violencia poltica ha experimentado variaciones ensu significado y desarrollo acordes con el propio cambio socia]. La violenciapoltica aparece como un fenmeno profundamente disturbador, marginal, seha hecho ms localizada y selectiva, ha pasado a estar nicamente represen-tada, o casi, por el terrorismo de raz tnico-nacionalista. En este sentido, laviolencia sigue siendo algo doctrinal y de ah que cuente con una expre-sin politica paralela localizada y sujeta a una enorme presin ideolgica. Elterrorismo nacionalista ha ido as dejando al desnudo sus ratees de fenmenoretrgrado, impulsor por sus objetivos y por su propia dinmica de nuevasformas de represin por parte de entidades sociopolticas muy semejantes alas sectas, y ha dejado progresivamente ms clara la analoga de su impulsocon los comportamientos propios del fascismo, frente a las formas democr-ticas. El terrorismo se ha convertido as en una ejemplificacin del antimo-vimiento social en expresin de Wieviorka5t. Desde la dcada de los ochen-ta la situacin es, por tanto, enteramente nueva.

    El terrorismo (o mejor, las organizaciones terroristas), ha conseguido, noobstante, desde que tiene una destacable incidencia en la vida espaola apartir de los aos sesenta y ms an los setenta, medios mucho ms mor-tferos, formas de expresin poltica por medio de organizaciones satlites yha adoptado estrategias sucesivas diferentes procurando adaptaciones a lascoyunturas polticas. Ha encontrado medios de financiacin productivos,basados en la extorsin y ha logrado en muchas ocasiones confundir grave-mente a la opinin, e, incluso, a los dirigentes polticos. El paso a la instru-mentacin terrorista en sede nicamente urbana obedece con claridad al cam-bio de las condiciones sociales. El terror slo produce sus efectos en lasconcentraciones urbanas, donde el efecto psicolgico se multiplica.

    La importancia del terrorismo nacionalista puede ser medida sin ms atravs de la cuantificacin de sus vctimas. Desde la aparicin de ETA se haproducido un nmero de ellas que est ya cercano al millar. Los recuentos nosiempre coinciden, segn sean las categoras que se incluyen por ejemplo,las propias vctimas etarras. Con anterioridad a la tregua de 1998, las

    >~ Lpez Pintor, R.: La opinin pblica espaola, del franquismo a la democracia..Madrid, CIS, 1982. Cfr Tambin Linz, J. 1. (Dir.): Informe sociolgico sobre el cambio polti-co en Espaa, 1975-1981. Madrid, Ediciones Euramrica, 1981.

    Si Wieviorka, M.: Societs et terrorisme. Paris, Fayard, 1988, p. 20 y Ss: Terrorisme etantimouvement social (Existe una versin espaola).

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  • Ji Arstegui, E. O. Calleja. 5. Souto La violencia poltica en la Espaa del siglo XX

    muertes causadas por la banda eran 781, mientras las victimas pertenecientesa ella era 7952, Su incidencia en la vida poltica ha sido y es cuestin a tenermuy en cuenta, aunque puede decirse que desde 1975, tal vez con la excep-cin de algn limitado momento de la poca de la transicin posfranquista,no ha puesto en decisivo peligro el sistema democrtico, an cuando ha mos-trado algunas evidentes limitaciones de ste.

    Pero tampoco los veinticinco aos posteriores al rgimen de Franco cons-tituyen un periodo sin diferenciaciones en esta problemtica. Es claramentevisible el transcurso de dos situaciones distintas de la violencia poltica enEspaa desde entonces cuyo respectivo fondo histrico posee claves diferen-ciadas. La violencia poltica, aunque a partir de este momento podamos ahacer sinnimo de ella la expresin terrorismo, tiene un carcter peculiardurante el momento de la transicin. Se trata entonces de acciones de pro-funda intencionalidad poltica orientada a perturbar el proceso de estableci-miento de un rgimen democrtico y su impulso procede de muy diversossectores del espectro poltico, desde la extrema izquierda a la extrema dere-cha. El periodo de la transicin poltica, si lo encajamos en las fechasconvencionalmente establecidas entre 1975 y 1982, presenta una fenomeno-loga de la violencia poltica de sumo inters, variabilidad e incidencia, comoen todos los periodos de crisis poltica y de transicin social, que ha sido yaobjeto de mayor atencin bibliogrfica53.

    A partir de 1982, el protagonismo y las perspectivas de la prctica terro-rista en Espaa se limitan al terrorismo ligado a organizaciones nacionalis-

    52 Esto, segn datos que parecen bien elaborados y completos, incluidos en Belloch, 5.:Interior Los hechos clave de la seguridad del Estado en el ltimo cuarto de siglo. Barcelona,Ediciones B, 1998. Vaase los cuadros que se van presentando en la, p. 62 y passim hasta la299. En cualquier caso, la tesis a la que este libro pretende servir no deja de ser oblicua: lade que el terrorismo se ha combatido desde el Estado, tras 1975, incluyendo el empleo siem-pre de mtodos, digamos, alegales y que, por tanto, no es esa una cuestin en la que hayaestado implicada nicamente la administracin socialista en los aos ochenta, sino la de UCDtambin.

    Citemos un esfuerzo pionero en ese sentido representado por Reinares, E (comp.):Terrorismo y sociedad democrtico. Madrid, Akal editor, 1982, con breves ensayos de perso-nas procedentes del mundo acadmico y del cultural. Otros trabajos del mismo autor sonDemocratizacin y terrorismo en el caso espaol, en Tezanos, J. E; Cotarelo, R. y De Blas,A.: La transicin democrtica espaola. Madrid, Editorial Sistema, 1989, Pp. 611-644, y Dit-tatura, democratzzazione e terrorismo: il caso spagnolo, en Catanzaro, R. (a cura di): Lapolitica della Violenza. Dologna, II Mulino, 1990. Un llamativo intento semitico de anali-zar el terrorismo en la poca de la transicin fue el dc Piuel, .1. U.: El terrorismo en la tran-sicin espaola (1972-1982). Barcelona, Editorial Fundamentos, 1986. tambin Muoz Alon-so, A.: El terrorismo en Espaa. El terror frente a la convivencia pluralista en libertad.Barcelona, Planeta, 1982.

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    tas radicales y, de hecho, slo tiene realmente importancia en lo referido ala organizacin terrorista vasca ETA. Otras organizaciones que practicaronen algn momento formas de terrorismo nacionalista en mbitos distintosdel vasco, en Catalua Terra Lliure, o en Galicia --Exercito Guerri-lleiro do Poyo Galego Ceibe pueden considerarse erradicadas. An as,cabra decir que la inflexin en el desarrollo de la violencia poltica que seproduce en los aos sesenta se prolong, incluso con sus mismos protago-nistas, hasta los aos ochenta. El terrorismo de extrema izquierda, el deFRAP y, sobre todo, GRAPO, se mantuvo como fenmeno de importanciaal menos hasta esa dcada, habiendo bajado sensiblemente en los aosnoventa.

    El caso vasco es bien distinto ante la persistencia de la existencia yaccin de ETA y la aparicin de nuevas y cada vez ms sofisticadas formasde accin terrorista. Si los terrorismos nacionalistas no han dejado de tenerincidencia en la Europa de la posguerra desde 1945 y fuera de ella, natu-ralmente, como el caso kurdo, judeo-palestino, keniano, etc., el caso espa-ol slo es comparable en el mbito europeo-occidental con el irlands porsu incidencia, aunque no por sus elementos sociohistricos. Desde las pers-pectivas genricas de la violencia poltica se trata de una tipologa limitaday, en sus consecuencias sociales ms intensas y perversas aunque no asen las polticas, localizada en un mbito territorial muy preciso como laComunidad Autnoma Vasca. Pero esta forma de violencia no ha dejado deperturbar con insistencia, y de condicionar, la vida poltica del pas en gene-ral y de causar profundsimas disturbaciones en el desarrollo de la propiasociedad vasca54.

    La historia de la organizacin ETA es suficientemente conocida y dificilde sintetizar aqu, cosa que por lo dems parece innecesaria55. Nace de una

    ~ Entre los que ya van siendo numerosos tambin trabajos sobre los efectos sociales ypsicosociales de la presencia de una continuada violencia en el Pas vasco, citemos Ruiz deOlabuenaga, 5. 1., Fernndez Sobrado, 5. M.; Novales, E: Violencia y ansiedad en el Pas Vas-co. San Sebastin, Ediciones Ttarttalo, 5. A., 1986. Linz, 1. 5.: Conflicto en Euskadi. Madrid,Espasa-Calpe, 1986. Llera, E.: Violencia y opinin pblica en el Pas Vasco. (Ponencia indita,UIMP, 1991>. Existen informes sociolgicos recientes sobre los efectos sociales de la violen-cta en el Pas Vasco.

    ~ En efecto, la literatura sobre ETA no es ya escasa y ha abarcado casi todas las eta-pas de la organizacin y de sus estrategias. Para una primera informacin sobre ello, lomejor es la consulta de la Ouia bibliogrfica sobre ETA, elaborada por Ibarra Gliel, P., apa-recda en LAven~c (Barcelona), 191, abril 1995. Para la primera etapa de la organizacines muy recomendable e libro de Juregui, O.: Ideologa y estrategia poltica de ETA. An-lisis de su evolucin entre 1959y 1968. Madrid, Siglo XXI de Espaa, 1981. Tambin haycierta abundancia de literatura historiogrfica sobre ETA desde posturas militantes en sufavor nada disimuladas, un ejemplo ilustre lo cual puede ser el de Letamendia Belzunce, F.

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    ideologa nacionalista imbuida del ejemplo de las luchas tercermundistascontra los Estados coloniales en los aos cincuenta, la estrategia de las cua-les con implicaciones de idelogos como Franz Fanon o Ben Gurion sepretende implantar en un pas desarrollado como el vasco, sumados a deli-rantes visiones de la realidad tnica e histrica de la Vasconia, como las deFederico Krutwig. La estrategia terrorista de ETA ha pasado por elaboracio-nes distintas, en su intento de movilizacin contra el Estado: de la de accin-represin-accin a la negociacin inter pares, pasando por el momento deci-sivo de la tregua de 1998, su ruptura a fines de 1999 y el intento de forzarla solucin independentista por la fuerza en la que est empeada en laactualidad.

    El fenmeno ETA ha sido el objetivo de diversos tipos de interpretacio-nes desde el periodismo, la poltica, el arbitrismo de todo gnero y, desde lue-go, la ciencia social. La relacin del terrorismo con la mentalidad nacionalis-ta es un asunto difcil y no lo es menos el de la naturaleza histrica de laviolencia en el Pas Vasco. Pero la ciencia por excelencia del arbitrista vasco,de obligado nacionalismo y ambigua posicin hacia la violencia, es la antro-pologa y algunos ejemplos de ello son notables56. A la sociologa y la antro-pologa, no menos que a la criminologa, se les ofrece un amplio campo enfenmenos como los que se han llamado terrorismo de baja intensidad,cuyo ejemplo esencial es la cale borroka en las ciudades vascas por obra delentorno de ETA, que representa un importante hito en la historia social de laviolencia.

    Seguramente, lo que ms importa destacar desde el punto de vistahistoriogrfico, cosa a la que dedicaremos estos ltimos prrafos, es larelativa novedad, o novedades, que inciden en el fenmeno de la violenciapolitica en Espaa en el ltimo cuarto del siglo. En realidad, en el terro-rismo impulsado como estrategia por el nacionalismo radical vasco crista-lizan hasta la fecha las variadas formas e instrumentaciones de la violen-cia poltica antiestatal producidas en Espaa desde comienzos del siglo

    (Ortzi): Historia del nacionalismo vasco y de ETA. San Sebastin, R&B Ediciones, 1994,3 vols. Actualmente, entre lo ms reciente sobre el tema son destacables las dos obras deDomnguez Iribarren, E.: ETA: estrategia organizativa y actuaciones, 19 78-1992. Bilbao,Universidad del Pas Vasco, 1998. Y lo que es continuacin de ello, De la negociacin a latregua, El final de ETA? Madrid, Taurus, 1998. Dos libros bien informados y pondera-mente escritos, con una relacin bibliogrfica muy completa. La coleccin Documentos YSan Sebastin, Hrdago, 1979-1981, es insustituible para los primeros tiempos de la orga-nizacion..

    56 Citemos dos: Zulaica, 3.: Violencia vasca. Metfora y sacramento. Madrid, Nerea,1990. Y el ms peregrino Alcedo Moneo, M.: Militar en ETA. San Sebastin, Ediciones R &U, 1995.

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    XX. Pero en el terrorismo, como la forma esencial de la violencia polticaen Espaa a fines del siglo XX, concurren tambin patentes dimensionesnuevas.

    Una de ellas es la situacin de respuesta a la violencia mediante, y en loslmites, de un autntico Estado de derecho, cosa de la que slo habra prece-dente en algunos episodios de violencia antiestatal tambin en los aos trein-ta antes de la guerra civil. Una situacin nueva no ha dejado, a su vez, de pro-ducir algunas derivaciones que muestran la dificultad de la lucha desde elEstado democrtico, cuando no existe ni tradicin ni, incluso, una ms gilinstrumentacin legal y poltica para ello57. El problema de la legislacinantiterrorista y sus lmites y el de los lmites mismos tambin de la accindel Estado, como ha mostrado el problemtico asunto del GAL58, dan cuentade esas dificultades.

    En segundo lugar, no es menos importante el hecho de que la dialcticade la violencia poltica se desarrolla hoy en un muy distinto escenario socialy poltico dominado por los medios de informacin y comunicacin, con sucondicionamiento de los lenguajes pblicos que introduce igualmente unasituacin histrica nueva. A ello no es ajeno, obviamente, el impacto en laopinin de un fenmeno, el nacionalismo regional, con fuerte implicacin enproblemas muy antiguos del Estado moderno en Espaa, lo que hace an msdificil el diagnstico poltico y pblico del problema que puede ser ms mani-pulado con cierta facilidad. De este tipo de manipulaciones podran ponersemltiples ejemplos. Uno de ellos es el que alude a la manera misma de desig-nar el instrumento bsico de la violencia.

    As, mientras es evidente que en un moderno Estado de derecho en el oc-cidente de Europa las formas de la violencia antiestatal no pueden revestirms forma tipolgica con posibilidad de xito que la del terrorismo, fen-meno criminal sin ningn paliativo, constituye un hito meramente propagan-distico hablar de lucha armada, como hacen terroristas y algunos polticosnacionalistas, un trmino de connotaciones bien distintas aplicable slo enuna realidad de enfrentamiento armado de dos bandos claros, uno de ellosguerrillero, capaz de proponer algn procedimiento de lucha militar abierta

    ~ Vase Lpez Garrido, D.: Terrorismo, poltica y derecho. La legislacin antite-rrorista en Espaa, reino Unido, RFA, Italia y Francia. Madrid, Alianza Editorial,1987.

    ~ Un libro periodstico que abri un camino de investigaciones de ese tipo acerca de lalucha alegal contra el terrorismo etarra fue el de Miralles, M. y Arques, R.: Amedo. El Esta-do contra ETA. Barcelona, Plaza y Jans-Cambio 16, 1989, que, a pesar de su poco rigurosottulo, es una investigacin periodstica entre las pocas que merecen ese nombre seriamente.Tambin Belloch, 5.: Interior.., op. cd.

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    y desde luego en situaciones polticas y sociales limite59. El terrorismonacionalista en Occidente no procede de ninguna forma de opresin60.

    La tercera cuestin est relacionada tambin con la naturaleza de origentnico-nacionalista de la violencia existente. Una organizacin terroristacomo la de ETA se fundamenta en una estructura interna opaca, compleja ydiversificada que suma a ello la disposicin de un limitado pero eficaz apo-yo de una cierta parte de la poblacin con convencimiento propio o bajo pre-sin prcticamente invencible. Esa adhesin a la violencia es un elementoindito, con la gravedad aadida de que las posiciones de nacionalismo lla-mado democrtico distan mucho de ser inequvocas, pese a las protestas encontrario. Una voluntadpoltica, de grupos o de representaciones polticas depoderes del Estado en el mbito regional, resistente a enfrentarse al terro-rismo sin paliativos, es una derivacin grave que ocupa ahora una posicinmuy central en el problema61.

    Cuando termina el siglo XX, en definitiva, la situacin de la violenciapoltica en Espaa se presenta al historiador, o a cualquier tipo de estudioso

    ~ Las obras ms acreditadas acerca de la violencia poltica distinguen, desde luego,en las formas de instrumentar sta y el soporte social que les fundamenta. Vase alefecto la muy completa obra de Grundy, K. W. y Weinstein, Nl. A.: Tite ideologies of vio-lence. Colombus, 1974 (Hay versin espaola). Wilkinson, P: Terrorism and the LiberalState. Londres, Macmillan, 1986. Hay consideraciones sobre ello tambin en Arstegui, J.:Violencia, sociedad y poltica en Violencia y poltica en Espaa, op. cit., 38 y ss. Unpanorama de autntica lucha armada se da, o daba, en mbitos como el suramericano,descrito en Pereyra, D.: Del Moncada a Chiapas. Historia de la lucha armada en Amri-ca Latina. Madrid, Los libros de la Catarata, 1994 (2?). Casi ni que decir tiene que undemaggico esfuerzo para ilustrar el terrorismo al que se llama lucha armada como elde Aierbe, E: Lucha armada en Europa. San Sebastin, Tercera Prensa, 1989, no es derecibo. Los contenidos tericos de este texto se hallan en su Presentacin y en suRecapitulacin.

    ~ As lo plantea Guilbert, E: Terrorism, Security and Nationality. .4n introductory studyn appliedd political philosophy. Londod, Routledge, 1994. Merece la pena transcribir unprrafo significativo: Can these objections to the comparison between terrorism an tbyrani-cide be countered? First of al it has to be said that terrorst campaigns are very commonlywaged against regimes responsble for oppresive and brutal acts. Yet equally eommonly per-haps they are not the F3asques which ETA claims to represent, for instance, are not cvidentlyoppressed. It is certainly not always possible to view terrorism as popularjustice or as a defen-ce of the community against oppression at al, and hence notas a corrupt form of this, p. 23.La cursiva es del autor Cabe decirque, a pesarde esto, ETA sise presenta como defensora deun pueblo oprimido...

    61 El problema de la ambigedad tica y poltica ante el terrorismo no es nuevo perose ha agudizado con el tiempo. No escasean las denuncias de ello, y es tambin tema comnen las columnas de los peridicos. Vase el colectivo ya citado Auto de terminacin y el librorecin aparecido de Arregui, 1?: El nacionalismo vasco posible. Barcelona, Editorial Crtica,2000.

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    social, como un fenmeno cuya persistencia no oculta problemas antiguos eirresueltos, pero que deja al descubierto no pocos espacios paradjicos y has-ta contradictorios que contribuyen a hacer ms difcil an cualquier intentode establecer alguna perspectiva de futuro. En cualquier caso, el problemapuede dar lugar a reflexiones y a algunas enseanzas nada balades, que slopodemos insinuar aqu para concluir.

    Por lo pronto, cabe resaltar que si la violencia en poltica ha venidosiendo enfocada por las ciencias sociales a la luz de unos claros parmetrosestructurales, que se incardinan en las ms profundas texturas de las rela-ciones sociales, hasta el punto de que, como en cierta manera ha propuestola escuela de Johann Galtung, la misma relacin social, en cuanto implicadominacin, es ya una forma de violencia62, parece demostrado que lamodernizacin de tales estructuras sociales no conleva la paulatina dis-minucin de Ja violencia, aunque s su perceptible reorientacin. Hoy, elanlisis tradicional sociopoltico de los fundamentos de la violencia, inclui-da la perspectiva histrica, tiende a trasladarse desde las grandes categori-as macro de las sociedades estructura, dominacin, clase, desequili-brio hacia la perspectiva micro de las identidades, los simbolismos ylas oportunidades, las frustraciones, lo que implica una clara derivacinantropolgica63.

    La otra ltima enseanza proviene del enlace en la Espaa del final delsiglo entre violencia poltica y estructura global del Estado que hace demayor relevancia el fenmeno por cuanto es la estructura del Estado el pro-blema de mayor entidad en nuestra historia coetnea. Como decamos, esta esla novedad histrica quizs ms relevante: la violencia poltica es hoy cues-tin esencialmente de objetivos polticos, no sociales, retrica y demagogiaaparte. Pero ha empezado a afectar seriamente al propio tejido social de ciu-dadanas como la vasca. Una prueba entre otras es la importancia de los fen-menos de violencia juvenil callejera, donde hay bastante ms que lo politicotras la imagen poltica.

    Siendo esto un hecho evidente, se tiene la sensacin en mltiples ocasio-nes de que para los dirigentes, los intelectuales, y para una buena parte de laopinin social, conducida por los medios, esa implicacin final entre politica

    62 Las posiciones de Galtung estn claramente explicadas ea su escrito en Dome-nach, J. M.; Laborit, H.; Jos, A. y otros: La violencia y sus causas. Paris, UNESCO,1981, pp. 96 y ss.

    63 Vase el interesante anlisis de Laitin, D. D.: Conflictos violentos y nacionalis-mo: una anlisis comparativo, en Waldmann, P. y Reinares, E (comps.): Sociedades enguerra civil. Conflictos violentos de Europa y Amrica Latina. Barcelona, Paids, 1999,pp. 45 y ss. Se trata de una comparacin entre comportamientos tan distintos como el vas-co y el cataln.

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  • Ji Arstegui, E. O. Calleja, Souto La violencia poltica en la Espaa del siglo XX

    y sociedad, que no puede ser obviada, ms que una fuente de clarificacin loes de confusin y oscurecimiento de la realidad. As, en una situacin comola presente resulta cuando menos ingenuo enfrentar la violencia poltica des-de la idea de la necesidad de la paz (es que existe una guerra?), cuando delo que se trata es de un muy serio asunto de articulacin poltica para el futu-ro y, tambin, de no menos fcil terapia social.

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