2 Francisco, “Exhortación apostólica

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En este mismo espíritu, necesitamos recuperar la idea solidaria de comunidad, como corpus para la toma de deci-siones. Nuestra Iglesia -como cuerpo- debe llamar, orientar y animar al compromiso social de todos los cristianos, pero no para “barnizar” las estructuras injustas, sino para renovarlas desde una mirada del Reino. Tenemos que volver al criterio que utilizaba Jesús cuando interactuaba con las personas, con un lenguaje claro, simple, que trasuntaba cercanía, proximidad. Debemos demostrar interés por las personas y su realidad social.

Uno de los elementos necesarios para recuperar nuestro sentido de comunidad es la confianza y el fortaleci-miento de la fe. Tener fe en Dios es creer en su existencia, en sus enseñanzas. Pero si la fe no va acompañada de obras, está muerta. Nuestra comunidad actual está todavía ensimismada en el individualismo, esto no permite escucharnos ni decidir por las mejores alternativas para salir de la crisis. En este sentido, nos falta apropiarnos del Evangelio como mensaje de liberación. La Iglesia está llamada a salvar a todas las personas. El éxito se mide por los frutos y éstos se producen cuando somos obedientes, cuando amamos y tenemos misericordia, cuando hacemos justicia y defendemos al pobre y al que sufre.

Una Iglesia que opta por los pobres es un desafío permanente. “Hoy y siempre, «los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio», y la evangelización dirigida gratuitamente a ellos es signo del Reino que Jesús vino a traer. Hay que decir sin vueltas que existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres”2. Como Iglesia debemos saber llevar el Evangelio también a los empresarios, ¡tal como lo hizo Jesús con Zaqueo! Los empresa-rios toman muchas decisiones todos los días, y con ellas afectan para bien o para mal a muchísimas personas, por ello es un espacio de evangelización, se debe promover que sean ejemplos de virtud, de entrega, de trabajo, de austeridad, de sencillez, de cercanía y de acogida para con todos. ¡Ejemplos de acción y de oración, contem-plativos en la acción!

Reconociendo la importancia de la comunidad para el caminar de la fe y de la vida, sigue abierto el desafío de cuidar la distancia física sin convertirla en distancia social. Necesitamos avanzar en nuevas formas de interactuar con nuestras y nuestros hermanos, trabajar en equipo, motivando, confiando en la fuerza del Espíritu Santo que nos inspira y nos ayuda. Nuestro ser cristiano(a) debe estar reflejado en cada acción que hacemos en la vida, y hoy más que nunca estamos llamados a la tarea de unir la fe y la vida. La recuperación de la fe en nuestra Iglesia -como institución- se recuperará con actos, no con palabras. “En el amor que se tengan los unos por los otros, sabrán que son mis discípulos” (Juan 13,35) dice el Señor. Debemos ser voz de los que no tienen voz, la Iglesia es la llamada para defender y ayudar a que se haga justicia.

Las comunidades han visto modos de seguir compartiendo en comunidad, pero a distancia. La Semana Santa fue el primer gran desafío, que fue enfrentado por WhatsApp, a través de algunos videos, canciones e invitaciones a hacer oración. A partir de ahí, en pueblos y ciudades como Quidico y Tirúa, los sacerdotes han ofrecido los días domingo la comunión en las casas a aquellas familias que lo deseen, entregando la eucaristía en cajas origami de papel. Para Pentecostés, las familias del campo y el pueblo recibieron un pequeño cirio junto a una pauta de oración para hacer en casa. En otras ocasiones, las familias se han encontrado alrededor del pan, para recordar la presencia de Jesús en el compartir. Otras veces, la invitación ha sido a participar en un travkintu espiritual, donde se hace un trueque de oración de una familia por otra. A medida que el virus avanza y el tiempo de resguardo se alarga, las comunidades han tratado de que la creatividad se expanda y multiplique.

2 Francisco, “Exhortación apostólica Evangelii Gaudium”, 48.

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Las personas han buscado modos de seguir compar-tiendo la fe en sus comunidades, aunque sea a dis-tancia; asumiendo que la Iglesia está en todos lados, no solamente en los templos. Si seguimos sembrando estamos contribuyendo a mejorar la sociedad. Dios sabe que lo estamos haciendo, lo que sea va a con-tribuir a un mejor país, pero depende mucho de los creyentes. Necesitamos buscar lenguajes alternati-vos para mejorar la comunicación, ser más sintéti-cos, precisos, claros, atractivos en las expresiones, para que seamos facilitadores del anuncio de la Bue-na Nueva. Es evidente que nuestra Iglesia ha pasado momentos difíciles en los últimos años, pero eso no es una razón para no participar con otros en la bús-queda de soluciones contra las inequidades. La Igle-sia nunca ha estado exenta de crisis y dificultades, pero ha sido capaz de levantarse y retomar su opción por los más pobres. Hoy, en este difícil momento, esta no puede ser la excepción.

Si nos preguntamos hoy donde está la Iglesia en tiempos de pandemia o qué hace la Iglesia en tiempos de tem-plos cerrados, podemos encontrar una respuesta sorprendente y testimonial. La Iglesia es el Pueblo de Dios: los laicos, laicas, religiosas y sacerdotes, en gran número están en la primera línea de la solidaridad en el mundo entero, no sólo en Chile, exponiendo su propia salud para comportarse como verdaderas y verdaderos samari-tanos. Es la manifestación vital de una “Iglesia en salida”. Hemos visto a religiosas/os cocinar y apoyar en ollas comunes; religiosas/os que han entregado equipos sanitarios para hospitales de comunidades rurales alejadas; otros más que han entregado -junto con la ayuda material- acompañamiento a las personas privadas de libertad. También hemos visto la creatividad en el acompañamiento espiritual a los enfermos y la consejería a las personas y familias a través de diversos medios. Muchas instituciones de Iglesia y ONGs animan la solidaridad a través de múltiples campañas. Diócesis y colegios de Iglesia han puesto sus locales a disposición para acoger personas en cuarentena, migrantes que necesitaban retornar a sus países, personas en situación de calle, encontrando el gesto imprescindible de la solidaridad. En medio de un desafío histórico, que más que nunca exige la colaboración entre Iglesia, Estado y sociedad civil, las iglesias locales han sido iglesias en salida para encontrarse con otras personas de buena voluntad y tender manos a quienes hoy padecen los efectos sanitarios, sociales y espirituales de la pandemia.

En este tiempo hemos aprendido y nos hemos movilizado a través del testimonio de tantas iglesias y comunidades locales que han desarrollado iniciativas solidarias, entre las que destacan “las ollas comunes” como estrategia de compartir alimentos. En ellas, diariamente, las comunidades hacen carne el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Y junto a ellas -bajo el título de emprendimientos solidarios- crecen cientos de iniciativas que muestran no solamente la creatividad individual de levantar un negocio, sino que comparten la oportunidad de trabajar en conjunto aportando soluciones cooperativas, generando espacios de consumo solidario, o prestando servicio de transporte de bienes y servicios, o comprando juntos. Vemos emprendedores que están poniendo a disposición de todos sus herramientas gratuitamente para fomentar la solidaridad de los ciudadanos, potencian-do el sentido de comunidad digital a través de redes de ayuda, abriendo plataformas, creando aplicaciones que faciliten la conexión entre vecinos solidarios en momentos de emergencia o necesidades diversas.

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Junto a estos testimonios, a través de los cuales se aprecia con nitidez el actuar del mismo Jesús, Maestro de misericordia, es necesario asumir el desafío de que nuestra Iglesia siga mostrando gestos de misericordia y com-prensión con las víctimas de los abusos y manifieste también la diligencia necesaria para discernir la verdad de los hechos y avanzar hacia la aplicación de la justicia con quienes son responsables, tanto directamente como en el ocultamiento de la verdad y la desprotección de quienes fueron abusados. Son muchos los casos en manos de la justicia, y detrás de cada uno hay personas y familias que aún esperan el reconocimiento y la comprensión. La recuperación de la confianza y la credibilidad de nuestros pastores se entorpecen por la falta de transparencia en el itinerario de la justicia.

Este es un tiempo propicio para que las iglesias retomemos una férrea defensa por nuestro prójimo ante los pode-res del Estado, particularmente en aquellas situaciones de injusticia social provocadas por la desigualdad social. En este sentido, Juan Pablo II nos recalcaba que “no es posible construir el bien común sin reconocer y tutelar el derecho a la vida, sobre el que se fundamentan y desarrollan todos los demás derechos inalienables del ser humano. […] Sólo el respeto de la vida puede fundamentar y garantizar los bienes más preciosos y necesarios de la sociedad, como la democracia y la paz”3. Para hacer frente a la desigualdad de ingresos, el Obispo Alejando Goic ya en el año 2016 propuso un salario ético de $400.000, marcando una diferencia entre la idea de los míni-mos y proponiendo un foco en los máximos que se está dispuesto a sustentar. Si bien esta iniciativa fracasó, no hemos sido capaces de perseverar en la defensa ante las desigualdades. Los empresarios católicos y no católicos deberían garantizar condiciones para un trabajo digno. Pero la propia Iglesia como empleadora debería garantizar condiciones para un trabajo digno y sin discriminación de ningún tipo.

En esta tarea, el papel de las iglesias es fundamental. Es una buena oportunidad para dignificar y reconocernos como personas en igualdad y equidad. Es un tiempo privilegiado que nos ha regalado Dios para hablar, comunicar y testimoniar la fe. Tenemos el desafío de ayudar a formar las próximas generaciones. Transformar las estructu-ras que nos paralizan, nos separan y nos alejan de nuestros jóvenes. Debemos fomentar una nueva alianza con la naturaleza, la conversión ecológica, siguiendo las enseñanzas del Papa Francisco, es un imperativo ético de primer orden.

Como Iglesia debemos prestar mucha atención a las familias, preparando a los jóvenes al compromiso y al ma-trimonio, promoviendo apostolados diversos que den espacio a todos los carismas, fomentando comunidades de matrimonios para compartir sus vidas, jornadas de reflexión con los padres. En este sentido, son muchos los peligros a lo que estamos enfrentados: el ritmo de vida, el estrés, largas jornadas laborales de los padres. La familia tiene que ser protegida, la Iglesia tiene que estar al lado de las familias, ayudándolos a descubrir y buscar caminos de solución para las dificultades con amor, respeto, consejo y, de modo especial, promoviendo políticas públicas que las protejan4. El fortalecimiento de las familias basado en valores, es fundamental porque permitirá un nuevo renacer en nuestro país. Estamos convencidos que, movidos por el Espíritu Santo, seremos capaces de transformar la obra de nuestro Señor, ponemos la Fe en Él y nos ponemos en marcha hacia un nuevo horizonte de nuestra Iglesia.

3 S. Juan Pablo II. “Carta encíclica Evangelium vitae”, 101.4 “Video del Papa” del mes de julio de 2020, donde se da a conocer la intención de oración que el Santo Padre confía a la

Red Mundial de Oración del Papa .

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Es necesaria una formación de personas situada y contextualizada que asegure una justicia de reconocimiento (identidades) y de redistribución (riquezas). Una formación desde la institucionalidad de la Iglesia Católica, sus movimientos y carismas, sus colegios y universidades para superar perspectivas restringidas de discriminación y asistencialidad y transitar hacia la garantía de derechos como ética mínima5. Solo así podremos desarrollar un proceso participativo para la construcción colectiva de una Nueva Constitución o un nuevo pacto para Chile, donde nadie quede fuera, especialmente los excluidos de siempre (pobres, niños, niñas y adolescentes, personas mayores, mujeres, población LGTBI, pueblos originarios, personas en situación de discapacidad, migrantes y to-das sus intersecciones), en coherencia con los compromisos de Estado asumidos internacionalmente. Una Nueva Constitución que ponga al centro a las personas y sus múltiples diversidades, sus derechos, su calidad de vida y bienestar en una relación armoniosa con la creación tras la búsqueda del bien común.

Con confianza y con sencillez nos preguntamos por la solidaridad y la subsidiariedad en nuestra propia Iglesia -en tanto institución- en sus organismos, sus estructuras, sus niveles, sus comunidades parroquiales y diocesanas. Cuánto más expresaría su identidad de Pueblo de Dios si nuestras relaciones y estructuras estuvieran marcadas por el sentido de familia y preocupadas por nuestra casa común. El desafío de experimentar el espíritu de fra-ternidad de las primeras comunidades, que todo lo ponían en común, se percibe hoy como desafío para nuestra credibilidad y sentido de pertenencia.

Jesús nació en la pequeña Belén, se crio en una “ciudad intermedia” para su época, Nazaret, y fue perseguido y crucificado en la Gran Ciudad de Jerusalén… El ideal comunitarista, de fraternidad, poder local y solidaridad se viven de manera más intensa en ciudades a escala humana. Como iglesia en salida necesitamos un acercamiento real con la gente, esto implica acciones para promover y motivar a los sacerdotes, por ejemplo, a que puedan compartir sus espacios con gente que no tenga donde vivir; que se puedan realizar huertos familiares en los patios o quintas. En zonas rurales, y urbanas también, muchas parroquias tienen grandes extensiones de terreno que pueden ser destinadas a hacer carne el trabajo colaborativo en huertas que apoyen a sus sectores. “Denles ustedes de comer” (Lucas, 9:13). A efectos de la Iglesia, es fundamental fortalecer la red eclesial, en conjunto con las organizaciones presentes en las comunidades, para disputar los espacios cooptados por el narco y también apoyarse justamente en las instancias que ya funcionan y disputan ese nivel (o potenciar los que estén deteriora-dos). El espacio parroquial comunitario es esencial.

Un desafío que es al mismo tiempo una posibilidad de aprendizaje para todos es valorar la mirada y la riqueza de la cosmovisión de los pueblos originarios. En nuestro país, en medio de la pandemia, el pueblo mapuche ha sufrido de manera especial. La deuda histórica del país se hace más patente en el dolor por una creación herida. No nos podemos salvar solos y eso incluye a nuestra casa común. Los pueblos originarios nos pueden enseñar una forma distinta de relación con el ambiente que nos rodea. Se trata de aprender y buscar el “buen vivir” para y con todos, y no de manera indiscriminada el “vivir bien” solo para unos pocos. Aceptamos el desafío de reconocer que la “nueva normalidad” vendrá de las periferias, con la sabiduría del Bienestar, insertándose en la cultura como lo plantea el papa Francisco: “El reconocimiento de estos pueblos —que nunca pueden ser considerados una minoría, sino auténticos interlocutores— así como de todos los pueblos originarios nos recuerda que no somos los poseedores absolutos de la creación”6.

5 Cortina, Adela; Ética Mínima. 6 Francisco, “Encuentro con los pueblos de la Amazonía. Discurso del Santo Padre. Coliseo Madre de Dios (Puerto Maldo-

nado)” (19 de enero de 2018)

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“Todo lo que la Iglesia ofrece debe encarnarse de modo original en cada lugar del mundo, de manera que la Espo-sa de Cristo adquiera multiformes rostros que manifiesten mejor la inagotable riqueza de la gracia. La predicación debe encarnarse, la espiritualidad debe encarnarse, las estructuras de la Iglesia deben encarnarse”7.

Francisco nos propone un modelo de Ecología integral con algunas claves: No dejar de anunciar el Evangelio, pro-fundizar en la inculturación; no colonizar la región (en nuestro caso podríamos colocar nuestras regiones y pue-blos originarios) “sino ayudar a que ella misma saque lo mejor de sí”8; “evitar generalizaciones injustas, discursos simplistas o conclusiones hechas solo a partir de nuestras propias estructuras mentales y experiencias”9. El Papa califica de “injusticia y crimen” las iniciativas, “nacionales o internacionales, que dañan la Amazonia y no respetan el derecho de los pueblos originarios al territorio y a su demarcación”10. Pide una normativa que ponga límites y asegure la protección de los ecosistemas11 de la codicia de “los enormes intereses económicos internaciona-les”12. Llama de nuevo a un cambio en el estilo de vida y en los modelos de consumo. Invita a aprender de los pueblos indígenas “a contemplar” y desarrollar “el sentido estético y contemplativo que Dios puso en nosotros”13. Invita también a no dejar de soñar; Un sueño social y cultural: que integre y promueva a todos sus habitantes para que puedan fortalecer el ‘Bien Vivir’; un sueño ecológico y finalmente un sueño eclesial: “La Iglesia está llamada a caminar con los pueblos de la Amazonía. […] Pero para que sea posible esta encarnación de la Iglesia y del Evangelio debe resonar, una y otra vez, el gran anuncio misionero”14.

7 Francisco, “Exhortación apostólica postsinodal Querida Amazonía”, 6.8 Ibíd., 28. 9 Ibíd., 32.10 Ibíd., 14.11 Cfr. Francisco, “Carta enc. Laudato si’”, 53.12 Francisco, “Exhortación apostólica postsinodal Querida Amazonía”, 50.13 Ibíd., 56.14 Ibíd., 61. 15 Francisco, “Oración por nuestra Tierra”. En Carta enc. Laudato si’, 246.16 Francisco, “Oración cristiana con la Creación”. En Carta enc. Laudato si’, 246.

Junto con Francisco oremos:

“Sana nuestras vidas, para que seamos protectores del mundo

y no depredadores,para que sembremos hermosura

y no contaminación y destrucción”15

“Los pobres y la tierra están clamando: Señor, tómanos a nosotros con tu poder y tu luz,

para proteger toda vida, para preparar un futuro mejor,

para que venga tu Reino de justicia, de paz, de amor y de hermosura.

Alabado seas. Amén.”16

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