Adorno Tiempo Libre

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 Tiempo libre El problema del tiempo libre: de qué sirve a los hombres, qué chances ofrece su desarrollo, no ha de plantearse con uni- versalidad abstracta. La expresión, de origen reciente, por lo demás -antes se decía ocio, y este designaba el privilegio ele una vida desahogada, y, por lo tanto, algo cualitativamente distinto y mucho más grato, aun desde el punto de vista del contenido- apunta a una diferencia específica que 1 dis tingue del tiempo no libre, del que llena el trabajo y podría- mos añadir por cierto, del condicionado exteriormente. El tiempo libre es inseparable de su opuesto. Esta oposición, 1a relación en que ella se presenta, le imprime a su vez carac terísticas esenciales. Además, de modo fundamental, el tiempo libre dependerá de la situación general de la sociedad. Pero, ahora como antes, esta tiene proscriptos a los hombres. Ni en su trabajo ni en su conciencia disponen de sí mismos con ente ra libertad. Aun esas sociologías conciliantes que utilizan el concepto de roles como clave lo reconocen en cuanto que, como lo sugiere ese concepto de roles tomado del teatro, la existencia que la sociedad impone a los hombres no se iden- tifica con lo que los hombres son o podrían ser en mismos. Cierto que nunca es lícito trazar una división tan taj.mte entre los hombres en y sus llamados roles sociales. Estos penetran profundamente en las cualidades de los hombres, en su cons titución íntima. En una época de integración sodal sin pre- cedentes resulta difícil establecer en general qué cambios de terminan en los hombres las funciones que desempeñan. Este hecho gravita pesadamente sobre el problema del tiempo libre. Significa, en efecto, que, aun cuando se atenúe la proscripción y los hombres se persuadan, al menos subjetivamente, de que actúan por propia voluntad, siempre aquello de que anhelan liberarse en las horas ajenas al trabajo modela de hecho esa misma voluntad. La pregunta pertinente respecto del fenóme no del tiempo libre sería hoy: ¿Qué ocurre con él en momen-  Conferencia propalada por la Radio de Alemania el 25 de mayo de 1969; inédita. 54 tos en que aumenta la productividad del trabajo, pero en persistentes condiciones de no libertad, es decir, bajo rela- ciones de producción en que los hombres nacen insertos y que hoy como antes les dictan las reglas de su existencia? Ya al presente el tiempo libre se ha acrecentado sobremanera; y gracias a los descubrimientos en los campos de la energía atá- mica y la automatización, no aprovechados todavía en BU inte- grida d desde el punto de vista económico, podría incrementar- se enormemente. Si se quisiera responder a la pregunta sin declamaciones ideo16gicas surge ineludible la sospecha de que el tiempo libre tiende a lo contrario de su propio concepto, a transformarse en parodia de sí mismo. En él se prolonga una esclavitud, que, para la mayoría de los hombres esclavizados, es tan inconsciente como la propia esclavitud que ellos pa decen. Para esclarecer el problema, voy a referirme a una experiencia mía de poca importancia. En entrevistas y encuestas nunca fal ta l a pregunta: ¿Cuál es su hobby? Cuando las revistas ilus- tradas informan acerca de alguno de esos figurones de la in dustria de la cultura -ocupación favorita de esa industria- pocas veces dejan escapar un detalle más o menos doméstico sobre los hobbies de tales personajes. Yo tiemblo cuando me hacen esta pregunta. ¡No tengo ningún hobby No es que yo sea un animal de trabajo y no sepa hacer otra cosa que esfor- zarme por cumplir con mis obligaciones, sino que tomo tan en serio, sin excepción, todas las tareas a que me entrego fuera de mi profesión oficial, que la idea de que se trate de hobbies, es decir, de ocupaciones en las que me he enfrascado absurdamente s6lo para matar el tiempo, me habría chocado si mi experiencia respecto de toda suerte de manifestaciones de barbarie las que han llegado a consustanciarse con noso tros- no me hu.biese escarmentado. Componer y escuchar música, leer concentradamente, son momentos integrales de mi existencia; la palabra hobby sonaría ridícula. A la inversa. mi trabajo l a producción filosófica y sociológica y la docen- cia en la Universidad- me ha resultado hasta ahora tan pla centero, que yo no podría concebirlo respecto del tiempo libre según esa antítesi s que la clasificación habitual requiere de los hombres. Desde luego, soy consciente de que hablo como pri- vilegiado, con la cuota de contingencia y de culpa que esconde ese término: como persona que tuvo la rara posibilidad de escoger y organizar su trabajo, en lo esencial, según sus pro- pias intenciones. A ello se debe en buena parte que mi activi- dad ajena al tiempo de trabajo no se halle, por ese solo hecho, 55

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Presentacion de Theodor Adorno de 1969 en la radio alemana.

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  • Tiempo libre*

    El problema del tiempo libre: de qu sirve a los hombres, qu chances ofrece su desarrollo, no ha de plantearse con uni-versalidad abstracta. La expresin, de origen reciente, por lo dems -antes se deca ocio, y este designaba el privilegio ele una vida desahogada, y, por lo tanto, algo cualitativamente distinto y mucho ms grato, aun desde el punto de vista del contenido-, apunta a una diferencia especfica que 10 dis-tingue del tiempo no libre, del que llena el trabajo y, podra-mos aadir por cierto, del condicionado exteriormente. El tiempo libre es inseparable de su opuesto. Esta oposicin, 1a relacin en que ella se presenta, le imprime a su vez carac-tersticas esenciales. Adems, de modo fundamental, el tiempo libre depender de la situacin general de la sociedad. Pero, ahora como antes, esta tiene proscriptos a los hombres. Ni en su trabajo ni en su conciencia disponen de s mismos con entera libertad. Aun esas sociologas concilian tes que utilizan el concepto de roles como clave lo reconocen en cuanto que, como lo sugiere ese concepto de roles tomado del teatro, la existencia que la sociedad impone a los hombres no se iden-tifica con lo que los hombres son o podran ser en s mismos. Cierto que nunca es lcito trazar una divisin tan taj.mte entre los hombres en s y sus llamados roles sociales. Estos penetran profundamente en las cualidades de los hombres, en su cons-titucin ntima. En una poca de integracin sodal sin pre-cedentes resulta difcil establecer en general qu cambios de-terminan en los hombres las funciones que desempean. Este hecho gravita pesadamente sobre el problema del tiempo libre. Significa, en efecto, que, aun cuando se atene la proscripcin y los hombres se persuadan, al menos subjetivamente, de que actan por propia voluntad, siempre aquello de que anhelan liberarse en las horas ajenas al trabajo modela de hecho esa misma voluntad. La pregunta pertinente respecto del fenme-no del tiempo libre sera hoy: Qu ocurre con l en momen-* Conferencia propalada por la Radio de Alemania el 25 de mayo de 1969; indita.

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    tos en que aumenta la productividad del trabajo, pero en persistentes condiciones de no libertad, es decir, bajo rela-ciones de produccin en que los hombres nacen insertos y que hoy como antes les dictan las reglas de su existencia? Ya al presente el tiempo libre se ha acrecentado sobremanera; y gracias a los descubrimientos en los campos de la energa at-mica y la automatizacin, no aprovechados todava en BU inte-gridad desde el punto de vista econmico, podra incrementar-se enormemente. Si se quisiera responder a la pregunta sin declamaciones ideo16gicas, surge ineludible la sospecha de que el tiempo libre tiende a lo contrario de su propio concepto, a transformarse en parodia de s mismo. En l se prolonga una esclavitud, que, para la mayora de los hombres esclavizados, es tan inconsciente como la propia esclavitud que ellos pa-decen. Para esclarecer el problema, voy a referirme a una experiencia ma de poca importancia. En entrevistas y encuestas nunca fal-ta la pregunta: Cul es su hobby? Cuando las revistas ilus-tradas informan acerca de alguno de esos figurones de la in-dustria de la cultura -ocupacin favorita de esa industria-, pocas veces dejan escapar un detalle ms o menos domstico sobre los hobbies de tales personajes. Yo tiemblo cuando me hacen esta pregunta. No tengo ningn hobby! No es que yo sea un animal de trabajo y no sepa hacer otra cosa que esfor-zarme por cumplir con mis obligaciones, sino que tomo tan en serio, sin excepcin, todas las tareas a que me entrego fuera de mi profesin oficial, que la idea de que se trate de hobbies, es decir, de ocupaciones en las que me he enfrascado absurdamente s6lo para matar el tiempo, me habra chocado si mi experiencia respecto de toda suerte de manifestaciones de barbarie -las que han llegado a consustanciarse con noso-tros- no me hu.biese escarmentado. Componer y escuchar msica, leer concentradamente, son momentos integrales de mi existencia; la palabra hobby sonara ridcula. A la inversa. mi trabajo -la produccin filosfica y sociolgica y la docen-cia en la Universidad- me ha resultado hasta ahora tan pla-centero, que yo no podra concebirlo respecto del tiempo libre segn esa anttesis que la clasificacin habitual requiere de los hombres. Desde luego, soy consciente de que hablo como pri-vilegiado, con la cuota de contingencia y de culpa que esconde ese trmino: como persona que tuvo la rara posibilidad de escoger y organizar su trabajo, en lo esencial, segn sus pro-pias intenciones. A ello se debe en buena parte que mi activi-dad ajena al tiempo de trabajo no se halle, por ese solo hecho,

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    USUARIONota adhesivaLibertad en Foucault.

    USUARIOResaltar

    USUARIOResaltar

    USUARIOSubrayar

  • en estricta oposicin con este. Si un buen da el tiempo libre configurase una situacin en que el privilegio de antao re-dundase realmente en provecho de todos -y algo de esto ha logrado la sociedad burguesa en comparacin con la feu-dal-, yo me lo representara segn el modelo de lo que en m mismo observo, aunque, con el cambio de las circunstan-cias, cambiara a su vez este modelo. Si es vlida la idea de Marx de que en la sociedad burguesa la fuerza de trabajo se transforma en mercanca y, por tanto, el trabajo se convierte en cosa, la expresin hobby entraa la siguiente paradoja: esa actividad que se entiende a s misma como lo contrario de toda cosificacin, como reserva de vida inmediata en un sistema global absolutamente mediato, tam-bin se cosifica, a la par que el fijo lmite entre trabajo y tiem-po libre. En este se continan las formas de la vida social or-ganizada segn el rgimen de la ganancia. Tan profundamente olvidada est ya la irona de la expresin ocupacin del tiempo libre (Freizeitgeschaft), que se toma en serio el showbusiness. Un hecho de todos conocido, pero no por eso menos verdadero, es que fenmenos especficos del tiempo libre como el turismo y el camping se ponen en mar-cha y organizan con fines de lucro. Al mismo tiempo se marca a fuego en la conciencia e inconsciencia de los hombres la nor-ma de que tiempo libre y trabajo son dos cosas distintas. Co-mo segn la moral del trabajo vigente, el tiempo libre tiene por funcin restaurar la fuerza de trabajo, precisamente por-que se lo convierte en mero apndice del trabajo es separado de este con minuciosidad puritana. Tropezamos aqu con un esquema de conducta tpico del carcter burgus. Por una par-te, durante el trabajo hay que concentrarse, no distraerse, no travesear; sobre esa base se estableci el trabajo asalariado y sus reglas se han interiorizado .. Por otra parte, el tiempo libre, probablemente para que despus el rendimiento sea mejor, no ha de recordar en nada al trabajo. Tal es la razn de la imbe-cilidad de muchas ocupaciones del tiempo libre. Culanse de contrabando formas de comportamiento propias del trabajo, el cual no suelta a los hombres. Los viejos boletines escolares calificaban la atencin. A ello responda la escrupulosidad, tal vez subjetivamente bien intencionada, con que los mayores prohiban a los nios esforzarse demasiado durante el tiempo libre: no deban excederse en la lectura ni tener la luz encen-dida hasta altas horas de la noche. En secreto husmeaban los padres tras esas actitudes una rebelda mental o una insisten-cia en el placer incompatibles con la divisin racional de la

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    existencia. Toda mezcla, toda falta de distincin ntida, inequ-voca, se vuelve sospechosa para el espritu dominante. La di-visin rgida de la vida en dos mitades preconiza aquella co-sificacin que, entretanto, se ha adueado casi por completo del tiempo Ubre. La ideologa del hobby lo ilustra. La espontaneidad de la pre-gunta: Qu hobby tienes? implica que debes tener alguno y proclamarlo; y hasta puedes hacer una selecCin entre tus hobbies, siempre que coincidan, eso s, con la oferta del ne-gocio del tiempo libre. Libertad organizada es libertad obliga-toria: Ay de ti, si no tienes un hobby, si no tienes una ocu-pacin para el tiempo libre! Entonces eres pretencioso, anti-cuado, bicho iraro, y te conviertes en el hazmerrer de la so-ciedad, la ,cual te impone 10 que ha de ser tu tiempo libre. Tal coaccin de ningn modo es solamente exterior. Brota de; las necesidades subjetivas de los hombres en un sistema funcio-nal. El camping -los grupos del viejo movimiento juvenil tambin gustaban de acampar- fue la protesta contra el has-to y el convencionalismo burgueses. La cuestin era salir, en el doble sentido. Pasar la noche a cielo abierto significaba huir de la casa, de la familia. Despus de la muerte del movimiento jU'.enil, esta necesidad es aprovechada e institucionalizada por la .industria del camping. Esta no habra podido obligar a los hombres a que le compraran carpas, casas rodantes y toda suerte de utensilios auxiliares si algo en dIos no lo hubiese demandado as; pero la propia necesidad humana de libertad es funcionalizada, ampliada y reproducida por el negocio. Una vC'z; ms, la industria impone a los hombres lo que desean. De aH que la integracin del tiempo libre se haga con tan pocas dificultades; los hombres no advierten hasta qu punto, donde s(: sienten librrimos, en realidad son escllvos, porque la re-gia de tal esclavitud opera al margen de dos. Si el concepto de tiempo libre es separado del trabajo, al me-nos de un modo tan estricto como lo impone una vieja ideo-loga, hoy tal vez ya superada, aquel se vuelve algo negativo --Hegel habra dicho: abstracto--. Prototpica es la actitud de quienes se doran al sol con la exclusiva finalidad de tostar-se la piel, y aunque el estado de somnolencia a pleno sol no puede resultar muy placentero, sino que posiblemente desde el punto de vista fsico es desagradable, 10 cierto es que espi-ritualmente vuelve inactivos a los hombres. El carcter fetichis-ta de la mercanda se apodera, a travs del bronceado del cu-tis -que por lo dems puede quedar muy bien- de los hom-bres mismos: los transforma en fetiches. En verdad, la idea

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  • de que una joven, gracias a su tez morena, sea erticamente ms atractiva, no pasa de ser una racionalizacin. El tostado de la piel se convierte en meta por s misma, ms importante que el flirt que tal vez en un principio estaba destinado a pro-vocar. Si un empleado regresa de las vacaciones sin haber ob-tenido el color obligado puede estar bien seguro de que no ha de faltar un colega que le haga la pregunta mordaz: Pero es que no ha estado usted de vacacionesh. El fetichismo que prospera en el tiempo libre est sujeto a controles sociales su-plementarios. Que la industria de los cosmticos, con su avasa-lladora e insoslayable propaganda, contribuya a crearlos es comprensible de suyo; pero tambin 10 es que los complacien-tes seres humanos procuren eliminarlos. En el estado de aletargamiento culmina un momento decisivo del tiempo libre bajo las condiciones actuales: el hasto. In-/iadable.es tambin la sorna maliciosa dirigida en contra de las maravillas que los hombres se prometen de los viajes de vaca-ciones o de cualquier situacin excepcional propia del tiempo libre, cuando, en realidad tampoco ah logran escapar de la rutina, de lo idntico, que no se disipa, como l'ennui de Bao-delaire, con la distancia. Las burlas a la vctima son el acom-paamiento normal de los mecanismos que generan esta. Scho-penhauer formul muy temprano una teora sobre el hasto. De acuerdo con su pesimismo metafsico enseaba que, o bien los hombres sufren por el apetito insatisfecho de su ciega vo-luntad, o bien se hastan tan pronto como esta es aquietada. La teora describe muy bien lo que acontece con el tiempo libre de los hombres bajo condiciones que Kant habra llama-do de heteronoma y que en alemn moderno se suele denomi-nar heterocondicionamiento :( Fremdbestimmtbeit); tambin el arrogante dicho de Schopenhauer de que los hombres son pro-' duetos fabriles de la naturaleza acierta, en su cinismo, en algo: aquello que determina en los hombres la totalidad del ser mer-canca. El colrico cinismo de Schopenhauer siempre los honra ms que las solemnes afirmaciones de que poseen un ncleo inamisible. No conviene hipostasiar, empero, la teora de Schopenhauer, ni considerarla sin ms como vlida o, si cahe, como propiedad originaria de la especie hombre~. El hasto es una funcin de la vida bajo la coaccin del trabajo y bajo la rigurosa divisin de este. No debera existir. Siempre que la conducta en el tiempo libre es verdaderamente autnoma, determinada desde s mismos por hombres libres, es difcil que se instale el hasto, as como all donde ellos persiguen su anhelo de felicidad sin renunciamientos, o donde su actividad

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    en el tiempo libre es racional en s misma como un en s pleno de sentido. Esta no necesita ser ni chata ni estpida; se la puede disfrutar beatficamente como dispensa de los autocon-troles. Si los hombres pudiesen disponer de s mismos y sus vidas, si no estuvieran uncidos a la rutina, no deberan abu-rrirse. Hasto es el reflejo de la grisura objetiva. Con l sucede lo mismo que con la apata poltica, cuya base ms slida es el sentimiento -de ningn modo injustificado- de las masas, de que con el margen de participacin en fa poltica que la sociedad les asegura -yen todos los sistemas que hoy exis-ten sobre la Tierra acontece lo propio- es poco lo que puede cambiar en su existencia. La conexin entre la politica y sus intereses particulares es para ellas tan impenetrable que se al~jan de la actividad poltica. En estrecha relacin con el hasto se halla el sentimiento, justificado o neurtico, de impotencia: hasto es desesperacin objetiva; pero, a la par, tambin ex-presin de deformaciones que la constitucin global de la so-ciedad inflige a los hombres. La ms importante, por cier.to, es la difamacin de la fantasa y su atrofia consiguiente. Se sospecha de ella o bien como curiosidad sexual y deseo de co-sas prohibidas, o bien como espritu de una ciencia que no es ya espritu. Quien quiera adaptarse debe renunciar cada vez ms a la fantasa. La mayora de los hombres no puede siqui~ ra cultivarla, atrofiada como est por alguna experiencia de la primera infancia. La incapacidad para la fantasa, inculcada y recomendada por la sociedad, los deja desamparados en el tiempo libre. La desvergonzada pregunta: Qu puede hacer el pueblo con el mucho tiempo libre de que hoy dispone? (ca-mo si se tratase de una limosna y no de un derecho humano), tie funda en el mismo principio. El que de hecho los hombres puedan hacer tan poco con sus horas libres se explica porque les es retaceado de antemano cuanto pudiese hacerles grato el estado de libertad. Tanto les fue negado y denigrado este que ya no son capaces de disfrutarlo. Sus diversiones, por cuya superficialidad el conservadorismo cultural los critica o los in-juria, les estn impuestas por la necesidad de reparar las faer-zas que el ordenamiento de la sociedad, tan elogiado por ese mismo conservadorismo cultural, les exige consumir en el tra-bajo. Tal es la razn ltima de que los hombres sigan encade-nados al trabajo y al sistema que los adiestra para l, en mo-mentos en que, en gran medida, este ya no necesitara de ese trabajo. En las condiciones imperantes sera desacertado e insensato esperar o exigir de los hombres que realicen algo productivo

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  • en su tiempo libre, puesto que precisamente se ha extermi-nado en ellos la productividad, la capacidad creativa. Entonces, 10 que producen en el tiempo libre apenas si es mejor que el ominoso hobby: imitaciones de poesas o pinturas que, bajo una divisin del trabajo difcilmente revocable, otros pueden l:lacer mejor que quienes se dedican a esas tareas en sus ratos ubres. 10 que crean tiene algo de superfluo. Esta superfluidad 1'~ comunica a la calidad inferior de la obra, inferior calidad que, a su vez, empaa la alt:gra de producir aquella. Tambin la actividad superflua y carente de sentido, desarro-llada en el tiempo libre, es integrada por la sociedad. Una vez ms entra en juego una necesidad social. Ciertas formas de servicio, en especial el domstico, se extinguen; la demanda no guarda proporcin con la oferta. En Estados Unidos solo personas muy adineradas pueden contratar mucamas. Europa sigue rpidamente el mismo camino. Esto obliga a muchos hombres a cumplir actividades subalternas que antes se dele-gaban. Con esta neFesidad se vincula el consejo prctico Do it yourself (hgalo usted mismo); con ello se liga tambin el fastidio que experimentan los hombres por una mecanizacin que los libra de una carga sin que ellos -y no es el caso de discutir este hecho' sino solamente su interpretacin habitual-obtengan una ventaja en cuanto al tiempo ganado. De ah que, de nuevo en inters de industrias especiales, sean alentados a hacer por s mismos 10 que otros podran hacer para ellos me-jor y ms fcilmente, y que en el fondo, por eso mismo, ellos tendran que desdear. Por 10 dems, de acuerdo con un es-trato muy antiguo de la conciencia burguesa, corresponde aho-rrar el dinero que, en una sociedad fundada en la divisin del trabajo, se gasta en servicios domsticos; ello se sostiene a partir de un inters particular obcecado y ciego, ignorando que, por el contrario, el conjunto de la actividad slo se man-tiene por el intercambio de habilidades cspecializ~das. Guiller-mo Tell, horrible modelo de personalidad tosca, declara que hacha en casa ahorra carpintero; a partir de las mximas de Schiller podra compilarse, pues, una ontologa total de la conciencia burguesa. El Do it yourself, un tipo de comportamiento recomendado en nuestros das para el tiempo libre, se inscribe, no obstante, en un contexto ms amplio. Hace ya ms de treinta aos, yo 10 califiqu de pseudoactividad. Desde entonces la pseudoac-tividad se ha extendido pavorosamente, incluso entre quienes se envanecen de protestar contra la sociedad. En general ser Hcito suponer en ella una necesidad contenida que pugna por

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    el cambio de las relaciones fosilizadas. Pseudo actividad es es-pontaneidad mal dirigida. Pero mal dirigida no por azar, sino porque los hombres presienten sordamente cun difcil de cambiar es 10 que Jos agobia. Prefieren enfrascarse en ocupa-ciones aparentes, ilusorias, en satisfacciones sucedneas, insti-tucionalizadas, antes que tomar conciencia de 10 cerrada que est hoy aquella posibilidad. Las pseudoactividades son ficcio-nes yarodias de esa productividad que, por una parte, la so-cieda reclama sin cesar, y, por la otra, traba, y que en los individuos de ningn modo ve con tan buenos ojos. El tiempo libre productivo slo sera posible entre personas que han llegado a la mayoridad desde el punto de vista espiritual, y no entre quienes, bajo la heteronoma, terminaron por ser ellos mismos heternomos. El tiempo libre, sin embargo, no solo se contrapone al trabajo. En un sistema donde la ocupacin constante constituye por s el ideal, el tiempo libre es tambin una proyeccin directa del trabajo. An nos falta una sociologa que estudie a fondo el deporte, y, sobre todo, al espectador. Con todo, parece con-vincente, entre otras, la hiptesis segn la cual, mediante el esfuerzo que requiere el deporte, mediante la funcionalizacin del cuerpo en team, que precisamente se cumple en las formas de deporte ms populares, los hombres se adiestran. sin saber-lo para los modos de comportamiento que, ms o menos su-blimados, se esperan de ellos en el proceso de trabajo. La vie-ja argumentacin de que el deporte se practica para permane-cer fit es falsa, ya por el hecho de conceder que la fitness es objetivo independiente; la fitness para el trabajo s que cons-tituye una de las finalidades secretas del deporte. Ms de una vez suceder que al principio alguien se entrega por s mismo al deporte, y entonces paladea como triunfo de su propia li-bertad lo que hace por presin social y tiene que ser presenta-do en forma placentera. Agregar unas palabras acerca de la relacin entre tiempo libre e industria de ]a cultura. Sobre esta, como medio de dominio e integracin, se ha escrito tanto desde que Horkheimer y yo introdujramos el concepto hace ms de veinte aos, que me limitar a destacar un problema especfico que no pudimos contemplar entonces. El crtico de la ideologa que se ocupe de ]a industria de la cultura se inclinar a pensar, puesto que los standards de esta son los mismos --congelados- de los viejos pasatiempos y del arte menor, que ella domina y con-trola de hecho y totalmente la conciencia e inconsciencia de aquellos a quienes se dirige y de cuyo gusto, desde la era li-

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  • beral, procede. De todos modos, podemos suponer con funda-mento que la produccin regula el consumo tanto en el proce-so de la vida material cuanto en el de la vida espiritual, sobre todo all donde se ha acercado tanto a lo material como en la industria de la cultura. La conclusin debera ser, por tanto, que la industria de la cultura y los consumidores se adecuan entre s. Pero como entretanto la industria de la cultura se hizo total -fenmeno de lo invariable, de lo que promete distraer temporariamente a los hombres-, cabe dudar de si esta ecua-cin de industria de la cultura y conciencia de los consumi-dores es vlida. Hace algunos aos realizamos en el Instituto de Investigaciones Sociales de Francfort un estudio dedicado a este problema. Lamentablemente, la evaluacin del material debi ceder el paso a cuestiones de urgencia. Con todo, un examen somero del mencionado material permite conocer algo que tal vez sea pertinente para el llamado problema del tiempo libre. El estudio se refera a la boda de la princesa Beatriz de Holanda con el joven diplomtico alemn Claus van Amsberg. Debamos determinar cmo reaccionaba la poblacin alemana ante aquel acontecimiento que, difundido por todos los medios de comunicacin de masas y descripto con lujo de detalles en las revistas ilustradas, era consumido durante el tiempo libre. Teniendo en cuenta el modo de presentacin y la cantidad de artculos que se escribieron sobre el acontecimiento, atribu-yndole extraordinaria trascendencia, esperbamos nosotros que tambin los espectadores y lectores lo consideraran im-portante. Creamos, en especial, que operara la ideologa de la personalizacin, tpica de nuestros das: se compensa la fun-cionalizacin de la realidad sobrestimando desmedidamente las personas individuales y las relaciones privadas en desme-dro de lo que, desde el punto de vista social, es efectivamente determinante. Con toda prudencia afirmara yo que tales ex-pectativas resultaron demasiado simples. De modo directo, el estudio ofrece un caso ejemplar de cmo la reflexin terico-crtica puede aprender de la investigacin social emprica y rectificarse sobre la base de ella. Se insinan sntomas de una conciencia desdoblada. Por una parte, el acontecimiento fue degustado como un aqu y ahora, como algo que en otras circunstancias la vida niega a los hombres; deba ser nico, segn el clich de moda en el lenguaje del alemn de hoy. Hasta aqu, la reaccin de los espectadores calz en el con-sabido esquema que transforma en bien de consumo, por me-dio de la informacin, inclusive las noticias de actualidad y, si cabe, las polticas. Pero en nuestro cuestionario complementa-

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    mas las preguntas bajo control tendientes a conocer las reac-ciones inmediatas, con otras dirigidas a averiguar qu signifi-cacin poltica atribuan los interrogados al tan sonado episo-dio. Comprobamos entonces que muchos -la proporcin no interesa ahora- inesperadamente observaban una conducta realista y evaluaban con sentido crtico la trascendencia pol-tica y social de un acontecimiento cuya singularidad bien pu-blicitada los haba tenido en suspenso ante la pantalla del tele-visor. En consecuencia, si mi conclusin no peca de apresura-da, la gente consume y acepta de hecho lo que la industria de la cultura le propone para el tiempo libre, pero con una suerte de reserva, en forma parecida a como aun los ms ingenuos no consideran reales los episodios ofrecidos por el teatro y el cinematgrafo. Acaso todava ms: no cree para nada en ello. Es evidente que an no se ha cu.mplido plenamente la integra-cin de conciencia y tiempo libre. Los intereses reales del in-dividuo conservan todava el suficiente poder para resistir, dentro de ciertos lmites, a su total cautiverio. Este hecho coin-cidira con el pronstico social segn el cual una sociedad cu-yas contradicciones fundamentales permaneciesen inalteradas tampoco podra integrarse totalmente en la conciencia. Esta no funciona sin dificultades, y menos en el tiempo libre, el que sin lugar a dudas atrapa a los hombres, pero segn su pro-pio concepto no puede absorberlos completamente sin que la conciencia se vuelva superflua. Renuncio a precisar las conse-cuencias de esto; pero opino que se vislumbra ah una chance de mayoridad que en definitiva podra contribuir a que el tiempo libre se transforme rpidamente en libertad.

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