Al Oeste Del Pecos - Zane Grey

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AL OESTE DEL PECOS ZANE GREY

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ICuando su esposa comunic a Templeton Lambeth que, contando con la benevolencia de Dios, podran esperar en el momento debido la llegada del heredero que tanto haban anhelado, el hombre se asi a esta esperanza con la alegra del ser cuya fortuna le fuese adversa y que creyese que la llegada de un hijo podra revivir su antiguo sueo de vivir una vida nueva y llena de aventuras en el bravo Texas, al oeste del ro Pecos. Aquel mismo da decidi llamar a su hijo Terrill Lambeth, que era el nombre de un hermano suyo a quien quera mucho. Su padre haba legado a cada uno de los hermanos una plantacin. Una de ellas estaba situada en Louisiana; la otra, en la zona occidental de Texas. Terrill haba progresado a fuerza de talento y habilidad donde Templeton haba fracasado. Lleg el hijo. Y no fue un nio, sino una nia. Este desencanto fue el segundo de la vida de Templeton, y el ms grande. Lambeth jams pudo resignarse a lo que calific de despreciable jugarreta del destino. Decidi considerar a la nia como si fuese un nio, y educarla de acuerdo con esta decisin. En consecuencia, no cambi el nombre de Terrill, que haba acordado imponerle. Y aun cuando no poda menos de querer a Terrill, como hija que era, se regocij al ver que la muchacha abrigaba una decidida preferencia por los trabajos ms duros y los juegos ms varoniles. Y de estas circunstancias extrajo el mejor partido posible. Lambeth se cuid de que la chiquilla tuviera maestros y recibiese una educacin a partir del quinto ao de su edad; pero cuando lleg a la de diez, el hombre se sinti plenamente satisfecho al ver las prendas y condiciones varoniles que haba podido inculcar en ella, especialmente su habilidad para montar a caballo. Terrill poda cabalgar cualquier animal de cuatro patas que hubiera en la plantacin. Entonces lleg la guerra civil. Lambeth, que se aproximaba a la cuarentena, obtuvo un puesto de oficial, y su hermano Terrill se inscribi como soldado voluntario. Durante este perodo de lenta desintegracin de la prosperidad del Sur, la seora Lambeth se encarg de continuar la educacin de Terrill. La seora Lambeth haba estado siempre bajo la dominacin de su esposo, y no le fue posible imponer a Terrill la clase de educacin que le pareca ms prudente y conveniente dar a su hija. Perteneca a una de las antiguas familias del Sur, de origen francs, y despus de su matrimonio averigu que no haba sido el primer amor de su esposo. El orgullo y la melancola se unieron a sus virtudes, dulces y amantes de la soledad, y actuaron contra su oposicin a que Lambeth, obrando del modo que estaba de acuerdo con su carcter y sus inclinaciones, se considerase dichoso al hacer que la chiquilla trabajase y jugase de la manera propia de los muchachos. Mas durante la larga y devastadora guerra, la madre compens en gran medida todas aquellas inclinaciones y aficiones que crea le faltaban a Terrill. Antes del trmino de la guerra, cuando Terrill tena quince aos, la madre muri despus de haber impreso en el nimo y en los gustos de la chiquilla una huella que ni siquiera su apasionada sed de aventuras ni la influencia de su padre pudieron borrar por completo. Lambeth regres a su casa con el grado de coronel, y sufri menos pesar al comprobar que estaba arruinado como agricultor que al saber que su hermano Terrill haba muerto. Terrill haba sido presa de una incurable enfermedad durante la guerra y fue enviado a su casa como invlido antes de la rendicin de Lee. La muerte de su esposa y su ruina no amargaron mucho a Lambeth, ya que estas desgracias le dejaban el camino libre de obstculos para desgajar sus races y dirigirse a la frontera occidental de Texas, donde unas ex- tensiones vastas y desconocidas de tierras ofrecan la fortuna a los hombres que todava fuesen lo suficientemente jvenes para trabajar y luchar. Texas constitua un mundo por s mismo. Antes de la guerra, Lambeth haba cazado en aquellos terrenos. Por el Norte, haba llegado hasta Panhandle; por el Oeste, hasta las llanuras en que vivan los bfalos, entre Arkansas y los ros Rojos. Tena muchas esperanzas en el porvenir de la zona, y estaba cansado de cultivar 2

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algodn. Se propona dirigirse hacia el Oeste, ms all de las tierras situadas tras el vago y bravo Pecos, comarca de la que haban llegado hasta sus odos unos rumores que despertaban su curiosidad. El primer acto del coronel Lambeth al llegar a su casa consisti en manumitir a los esclavos que todava se hallaban en su plantacin, puesto que la guerra haba estallado precisamente para conseguir su liberacin. Y el siguiente acto, despus de haber elegido diversos caballos, un carro, un equipaje y algunas posesiones de las que le habra sido doloroso separarse, consisti en poner la plantacin y todo lo que en ella haba, bajo el martillo del subastador. Fue muy poco lo que obtuvo de su venta. Luego llegaron las noticias de la muerte de su hermano y, con ella, un legado suficiente para que pudiera continuar viviendo sin apuros econmicos. Pero Lambeth conoca bien las alternativas de la vida del agricultor. Las tierras eran pobres, y l careca del deseo y de la habilidad necesarios para hacer un nuevo intento. El Oeste le llamaba. Los tejanos, empobrecidos por la guerra y por los vagabundos y maleantes que dej tras s, se dispersaban en direccin al Oeste y al Norte, atrados por un algo magntico y alucinador. Lambeth viaj a travs del Misisip, y regres con un recuerdo triste e imperecedero de su hermano. Y tambin con los medios necesarios para realizar su antiguo sueo establecer y sostener un rancho en el Oeste. El coronel escuch las protestas de lealtad que le hicieron dos negros de las generaciones ms jvenes de los esclavos que haba tenido en su plantacin. Estos negros, lo mismo que otros muchos, no queran separarse de l. -Pero, Sambo, ahora eres libre - arguy el coronel. -S, mi amo, lo s. Estoy mansipao... Pero, coronel, no s qu has con mi mansipasin. ste era el problema que Sambo comparta con las restantes esclavos. Haba sido vendido a la plantacin de Lambeth haca mucho tiempo. Proceda de las llanuras de Texas y era un hombre fornido y sobrio. Lambeth haba llevado a Sambo consigo a una cacera de bfalos, y descubri que el negro era un trabajador lleno de voluntad y de habilidad. Adems era uno de los pocos vaqueros negros verdaderamente buenos. El propio Sambo ense a Terrill a montar a caballo, a mantenerse sobre l y a arrojar el lazo. Y siempre haba querido a la chiquilla. Esta ltima circunstancia decidi a Lambeth. -Muy bien, Sambo. Irs conmigo. Pero, qu haremos de Mauree? - Y Lambeth seal a la hermosa negra que acompaaba a Sambo. -Pues, coronel..., nos casamos cuando ut estaba fuera... Mauree muy buena pa m y quiere ven conmigo y con ut. No hay una cosinera mej que Mauree, seri -. El tono de Sambo fue suplicante y servicial. Lambeth consinti en aceptar a la pareja, pero rechaz las peticiones de los dems negros leales. En la maana de su partida, Terrill recorri el viejo camino situado entre el canal y el grupo de nogales que rodeaban la vieja y deteriorada mansin colonial. Era en los primeros das de la primavera. El aire estaba impregnado de la fragante y dulce languidez del Sur; los pjaros cantaban melodiosamente a pleno puImn; las alondras de las praderas y los mirlos de los pantanos daban su adis al Sur por aquella temporada; el cielo era azul y el sol brillaba clidamente; unas gotas de roco centelleaban como diamantes sobre la hierba. Ms all de la extensa pradera, la larga hilera de fincas rsticas medio derruidas, contemplaba con melancola la carretera. Solamente de una de ellas brotaba una delgada columna de humo azulado, que denotaba que la casa estaba habitada. Las esclavos, felices, bailadores, se haban alejado cantando, y sus casitas, blanqueadas con cal, caan destruidas. Terrill los conoca de toda su vida. La entristeci el tener que decirles adis; y, sin embargo, estaba contenta de que as sucediese y de que los esclavos ya no fueran esclavos. Los cuatro aos de guerra haban constituido una cosa incomprensible para Terrill. Quera olvidarlos, y olvidar los sufrimientos y las amarguras que arrastraron consigo. 3

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Cuando regres de aquel paseo, el ltimo que daba por aquellas tierras, por las orillas del canal viejo en que flotaban las anchas hojas de los lirios acuticos, encontr los caballos en el patio. Sambo estaba sacando de la casa el baulito francs de cantoneras de cobre. -Seorita Rill, he hecho todo lo que he podido - dijo Sambo, mientras colocaba el baulito bajo la lona del carro, que iba muy cargado. -Sambo, qu ests cargando en el carro? - pregunt Lambeth al ver los movimientos del negro y su actitud vigilante. -El bal de la seita, seri. -Qu hay en el bal, Rill? - pregunt el padre. -Todos mis pequeos tesoros... Son muy poca cosa, pap! Mis joyas, encajes, dibujos, libros... y mis ropas. -Vestidos, quieres decir? Rill, no los necesitars para nada en el lugar a que vamos replic el coronel mientras sonrea aprobatoriamente al ver sus ropas de muchacho, sus pantalones, sus botas y el ancho sombrero blando con que ocultaba los rizados bucles. -Nunca? - pregunt ella con ansiedad. -Creo que nunca - contest l, secamente -. Tan pronto como hayamos dejado este lugar, sers para m como un verdadero hijo... Rill, una muchacha sera un obstculo para nosotros, sin contar con los riesgos que la acecharan .. Ms all de Santone, toda la comarca es muy turbulenta y salvaje. -Pap, me habra gustado ser chico... y voy a serlo. Pero esto me preocupa mucho, porque, en realidad..., soy una chica. -Puedes ir a vivir con tu ta Lambeth - replic su padre con severidad. -Oh, pap! Sabes que solamente te quiero a ti... y que estoy deseosa de ir al Oeste... Cabalgar y cabalgar! ... Ver los bfalos, las llanuras, la regin solitaria del Pecos, de la que tanto me has hablado...! Debe de ser hermoso! Pero esta maana, pap, siento tristeza al dejar nuestra casa. -Y yo tambin, Rill - afirm Lambeth con los ojos llenos de lgrimas -. Si nos quedramos aqu, hija, siempre estaramos tristes. Y siempre seramos pobres! ... Pero echaremos races nuevas en un terreno nuevo. Olvidaremos el pasado. Trabajaremos. Todo ser nuevo para nosotros, extrao, maravilloso... Cmo! Si es cierto lo que he odo, Rill, tendremos que luchar continuamente contra los mejicanos ladrones de caballos y los comanches. -Oh, es encantador, pap! - exclam Terrill -.Pero me estremece!... Me dan escalofros en la espalda!,.. Sin embargo, no quiero dejar de ver todo eso... Y comenzaron a alejarse de la vieja mansin, oscura y gris, y caminaron entre los grandes nogales cuyas largas ramas se agitaban en la brisa, y llegaron a la carretera amarillenta que se extenda junto al verde canal. Sambo encamin seis caballos libres en la direccin debida y cabalg tras ellos. Mauree diriga el enorme carro que iba tirado por un robusto tronco de caballos blancos con manchitas negras. Terrill iba detrs, sobre su caballo negro de pura raza, Dixie. El padre tard mucho tiempo en alcanzarlos, pero Terrill no volvi ni una sola vez la cabeza para mirar atrs. No obstante, cuando, despus de haber recorrido una milla llegaron a las afueras de pueblo en que la madre de Terrill estaba enterrada, la joven volvi la cabeza hasta que sus ojos, nublados por las lgrimas, fueron incapaces de distinguir los objetos en la lejana. El da anterior se haba despedido de la tumba de su madre, acto doloroso que no se crey lo suficientemente fuerte para repetir una vez ms. Los recuerdos del pasado feliz y penoso entristecieron a Terrill durante todo aquel da.

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Lambeth viaj lentamente. Se propona hacer de aquel viaje, durante tanto tiempo anhelado, un viaje instructivo. Haba residido durante la mayor parte de su vida en aquella pequea parte de Texas lindante con Louisiana y que participaba de sus caractersticas fsicas y tradicionales. Y deseaba descubrir el verdadero Texas, el Texas que haba sucumbido en el lamo y que, al fin, haba vencido en Santa Ana, que comenzaba a extenderse hacia el Norte y el Oeste, y que era un imperio en formacin. Por esta causa viajaba sin prisas, detenindose a veces en villorios, trabando amistad con las personas que encontraba en su camino. En ocasiones, cuando el crepsculo sorprenda a su comitiva en terrenos deshabitados acampaba en el lugar en que se encontraba en aquel momento, generalmente cerca del agua y- de la hierba, A Terrill le agradaba sobremanera. Samba le instalaba el lecho en el carro, protegido por las lonas, donde se hallaba cmoda y a cubierto de miradas indiscretas. El gastar ropas de hombre haba sido divertido anteriormente para Terrill; pero en ella comenzaba a nacer la conciencia de que no era lo que finga ser, y que, ms pronto o ms tarde, la verdad sera descubierta. Por otra parte, a medida que los das y las leguas aumentaban la distancia que la separaba de su antiguo hogar, comenzaba a vivir intensamente su aventura. Slo se detuvieron una noche en Austin, adonde llegaron despus de la puesta del sol y de donde partieron a la hora del alba. Terrill no tuvo ocasin de ver mucho de la ciudad, mas lo que vio no le gust. Nueva Orlens fue la nica poblacin grande que visit, y esta ciudad, con sus atractivas casas y calles, y con su atmsfera francesa, despert su inters. Desde Austin hasta San Antonio el camino estaba forrado por una ancha carretera que serva de ruta a una lnea de diligencias y de punto de paso para los viajeros que se dirigan al Sur o al Oeste. A Terrill le pareci muy interesante. En tanto que pudiera hallarse a horcajadas sobre Dixie y que su contacto con las gentes con quienes se encontrasen estuviese reducido a desempear su papel de espectadora, Terrill era feliz. El cabalgar durante largos das, el introducirse por la noche en su tibio lecho del carro, eran cosas que la llenaban de alegra. Podra haber continuado hacindolo eternamente. No obstante, cuando llegaron a San Antonio, a Terrill le pareci que se hunda en un mundo aturdidor, alborotador, ruidoso, crudo, extrao, repelente y, sin embargo, extraamente excitante. Si fuera un muchacho de verdad! ... Le pareca increble que pudieran tomarla por un chiquillo. Bajo su atuendo de hombre se encubran sus contornos de mujer de un modo casi perfecto, casi satisfactorio para ella; pero su rostro le llenaba de desaliento. En el hotel en que se alojaron, Terrill se mir al espejo desaprobatoriamente. Sus rizos soleados, sus ojos de color violeta y, sobre todo, su fina piel de mujer, todas estas caractersticas que fueron la alegra de su madre y que ella misma haba contemplado en el pasado con satisfaccin, le produjeron un creciente desasosiego, por no decir un creciente temor. Debera hacer algo para remediarlo. Sin embargo, la reflexin la alivi de sus torturas, puesto que era evidente que no podra tener disgustos por estas causas en tanto que estuviesen viajando, jams vera a las mismas personas dos veces. Estaba obligada a permanecer en su habitacin, inmediata a la de su padre, no siendo cuando se encontrase acompaada por l o por Sambo. Lambeth se interesaba por muchas cosas, y cuando se interesaba por algo, iba donde fuese necesario para satisfacer su curiosidad o su necesidad; mas, generalmente, llevaba consigo a su hija a todos los lugares a que sta deseaba ir. O, en otras ocasiones, la mandaba, acompaada de Sambo, a alguna tienda cosa que agradaba mucho a la joven, que tena dinero para gastar, y que satisfaca de este modo sus caprichos. Pero Sambo era desconcertante en muchas ocasiones. Las botas y los pantalones que vesta Terrill no cambiaron para l a su adorada seorita. -Sambo, no vuelvas a llamarme seorita Rill - protestaba Terrill -. Llmame seorito Terrill. -Lo har, seita Rill, cuando me acuerde. Pero ut lo que , y nunca puede s lo que no . Cierta maana, acompaada del negro, lleg en la calle principal hasta ms lejos de 5

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donde sola hacerlo. Los jinetes, los carros, las diligencias producan a Terrill una delicia inagotable. Todo ello tena el aroma y el gustillo del Texas bravo, de las tierras descubiertas de que tanto haba odo hablar a su padre. Una pequea tienda llam su atencin, pero no entr en ella la primera vez que pas a su lado, porque se hallaba junto a una taberna ruidosa ante la cual unos caballos peludos, polvorientos y ensillados ofrecan indicios de que los jinetes se hallaban en el interior del establecimiento. Pero, finalmente, Terrill ces en su contemplacin y entr en la tiendecita y se olvid por completo de Sambo. Cuando hubo satisfecho su curiosidad y sala record de repente al negro. No pudo verle por ninguna parte. Unas grandes voces convirtieron su ansiedad en temor. Corri al exterior. Samba no estaba esperndola. Terrill comenz a correr velozmente calle!abajo, y se dio cuenta de que ante ella unos hombres se movan violentamente. Al llegar a la puerta de la taberna, sta se abri, y un hombre, andando hacia atrs, choc con ella y la arroj al suelo. Los paquetes se le escaparon de las manos. Terrill se indign, comenz a recoger los envoltorios, se puso en pie con ms indignacin que temor. Pero, repentinamente, se qued helada por el miedo. El hombre tena una pistola en cada mano, que llevaba muy bajas, y apuntaba hacia la puerta. Todo el ruido del interior haba cesado. Terrill vio otros hombres en la taberna, uno de los cuales estaba retorcindose en el suelo. -Por ahora, eso es todo - anunci con voz fra el hombre de las pistolas -. La prxima vez que hagas trampas jugando a las cartas, no ser a Pecos Smith. Se volvi hacia Terrill. -Chico, desata mi caballo... Aquel bayo...Y trelo aqu - orden. Terrill obedeci torpemente. Despus de enfundar una de las pistolas, el joven retrocedi hasta que tropez con su caballo. Tena un perfil de hombre fro, despiadado y duro. De un solo salto se coloc, desde el bordillo de la acera, sobre su caballo. -Smith, nos veremos las caras la primera vez que vuelvas por aqu! - grit una voz spera desde el interior de la taberna. La puerta se cerr. -Por qu tiemblas, muchacho? - pregunt Smith con voz lenta, perezosa, que no estaba exenta de socarroneria. -No... no lo s, seor - tartamude Terrill mientras soltaba la brida. Aquel era su primer contacto con uno de aquellos robustos jvenes tejanos. Y este joven tena ojos terribles. Una sonrisa dulcificaba la severidad de su rostro, pero no cambiaba la expresin de los escrutadores ojos. -Lo nico que he hecho, ha sido arrancarle una oreja de un tiro - dijo Smith, premiosamente -. Le ha quedado colgando como la de una liebre... Muchas gracias, chico. Creo que debo marcharme... Y comenz a correr a un trote lento. Terrill mir cmo la flexible y erguida figura se alejaba. Sus sensaciones fueron contradictorias. Luego retrocedi hacia la acera. En aquel momento apareci Sambo. Terrill corri a su encuentro. -Oh, Sambo!!Qu miedo he Pasado! - grit, un poco tranquilizada -. Vamos, aprisa! ... Dnde has estado? -Yo tambi he teno mucho miedo - contest el negro -. Etaba eperando ah al lao, cuando vi a uno de eso tejano fiero que lleg corriendo a cabayo... Me vio y dijo: j Negro, vete lejo de la mala compaa! ... Y me march. Ha teno una pelea ah dentro y cuando sali yevaba do pitola muy grande en la mano. Me dio miedo... Santone, que es como sus habitantes llaman a la ciudad de San Antonio, estaba atestada de tejanos y de otros muchos hombres de distintas procedencias. Terrill supuso que los tejanos seran aquellos gigantescos jvenes de botas polvorientas, bocas tensas, rostros duros y ojos grises, y que los hombres de menor estatura y mayor edad seran seguramente los padres de los jvenes. La muchacha se qued desconcertada y alicada cuando comprob que en diversas ocasiones se haba sentido atrada por el aspecto de algunos de aquellos jvenes. Y el desconocido Pecos Smith le haba emocionado y seducido; a pesar del terror y de la 6

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aversin que en ella provoc; su recuerdo la obsesionaba. Los mejicanos, los boyeros, los soldados, el interminable y multicolor tropel de hombres produca a Terrill una vaga y maravillosa impresin. Aqullos eran los hombres de los campos abiertos, los que, segn deca su padre, haban llegado de todas partes. Cazadores de bfalos, que se dirigan a las llanuras para sorprender a estas reses en su emigracin de primavera hacia el Norte; tratantes en caballos y ganados de los ranchos; mejicanos perezosos y pintorescos, con sus sarapes, sus pantalones ajustados de polainas brillantes y sus sombreros de altas copas; ac y acull, algn hombre vigilante, de dura mirada a quien Lambeth designaba como un tejano de las llanuras; jinetes en caballos flacos, bravos, lanudos; hombres altos con pistolas pendientes de los cintos; jugadores vestidos con chaquetas negras, tocados con negros sombreros, de rostro impasible y generalmente hermoso; y, finalmente, aun cuando no fuese lo menos importante, una corriente de hombres arruinados, desgarrados, frecuentemente ebrios, de largos cabellos, sin afeitar, duros y malignos, la mirada de cuyos fieros ojos no agradaba a Terrill que se cruzase con la suya. Estos hombres, segn Lambeth, eran los despojos del ejrcito derrotado, los sacrificados a una causaperdida. Lambeth afirm, tambin, que le agradara dejar a tales hombres y a tales residuos del ejrcito a sus espaldas, lejos de s. -Ahora disponemos de una hora. No quiero que dejes de ver el Alamo - dijo el padre al tercer da de su estancia en San Antonio -. En tanto que exista Texas, el Alamo ser un lugar sagrado. Todos los jvenes deben detenerse en aquel sangriento altar del herosmo y de la patria. Terrill conoca la historia tan bien como cualquier muchacho tejano. Camin al lado de su padre, cuyos pasos cubran un gran espacio de terreno, y muy pronto se encontraron ambos en el umbral del histrico edificio. Lambeth haba estado en l anteriormente. Un pariente suyo haba sucumbido en aquella batalla. Acompa a Terrill de un lado para otro, y le mostr dnde y cmo los asaltantes haban sido repelidos durante mucho tiempo y a costa de muchas prdidas mortales. -Santa Ana tena cuatro mil soldados mejicanos bajo su mando - explic Lambeth -. Cargando antes de la salida del sol, los atacantes sorprendieron a los americanos. Fueron rechazados dos veces con terribles prdidas, y todo pareca indicar que los mejicanos se disponan a retirarse. Pero Santa Ana los impuls a realizar un nuevo ataque. Escalaron los muros y, al fin, consiguieron llegar a lo alto del edificio, desde donde desencadenaron un fuego mortfero. Ms tarde, las puertas del lamo fueron forzadas, y se abri una brecha en el muro del Sur. Los infiernos se desataron. En esta estancia, Bowie, que estaba enfermo, fue asesinado en su lecho... All, Travis muri junto a su can... Y aqu cay Davy Crockett muerto... Rill, no me sera posible desear ms que una gloria igual para mi hijo... Los tejanos murieron como hombres... Ciento ochenta y dos haba. Y estos ciento ochenta y dos hombres mataron a seiscientos de los soldados de Santa Ana... As eran los tejanos de aquellos tiempos! -Oh, es magnfico! - exclam Terrill -. Pero me horroriza. Me parece estar vindolos luchar... Es una cosa que debe de estar en nuestra sangre, pap. -S!... No olvides jams el lamo, Rill. No olvides nunca esta ascendencia de los tejanos. Nosotros, los del Sur, perdimos la. guerra civil, pero jams perderemos la gloria de haber liberado a Texas del dominio espaol. Pensativa y excitada alternativamente, Terrill regres a la ciudad con su padre. El mismo da, un poco ms tarde, experiment unas sensaciones muy diferentes, ms ntimas y excitantes. Lambeth la condujo a una gran tienda donde compr una silla mejicana, negra, con tapadores; una brida plateada y espuelas; riata; guanteletes, pauelos multicolores y un sombrero tan ancho, que cuando Terrill se lo pona crea hallarse bajo una espesa nube. -Ahora, sers vaquero - dijo Lambeth con orgullo. Terrill observ que su padre compraba pistolas y municiones, aun cuando haba llevado consigo su armamento ingls, y, adems, cuchillos, cinturones, hachas, una pis-tola del tipo 7

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Derringer para ella, y tantas y tantas cosas, que dud sobre si el carro podra transportar todas. Pero muy pronto supo que su padre haba adquirido tambin otro carro, ms grande que el suyo, que Samba haba de conducir. -Tengo que decirte, Rill - anunci el padre -, que he renunciado a nuestro proyecto de viajar por la carretera principal. Hay en ella demasiados viajeros, algunos de ellos poco agradables, sobre todo al oeste de Santone. Partiremos con un grupo de cazadores de bfalos que he encontrado y seguiremos con ellos durante cierto tiempo. Podrs acompaarme a cazar bfalos, y podremos conocer estos campos... Dos das ms tarde, Terrill parti en unin de una caravana que se compona de seis carros, adems de los dos suyos, y ele la que formaban parte ocho hombres, ninguno de los ctales iba a caballo. Eran unos cazadores de bfalos experimentados, y cazaban tanto por aprovechar las carnes como las pieles. Con gran contento por parte de Terrill, pudo observar que ninguno de los hombres que integraban el grupo era joven. Viajaron con direccin Noroeste, a lo largo de un ro cuyas orillas estaban guarnecidas de hermosas pacanas. Aquellos tejanos eran viajeros duros. Cuando lleg el crepsculo del primer da, haban recorrido alrededor de treinta millas. Sambo, con su carro sobrecargado, no lleg hasta despus que la oscuridad se hizo ms espesa, lo que preocup grandemente a Lambeth. Los cazadores colmaron de atenciones a Terrill, pero ella tuvo la seguridad de que ninguno haba sospechado su secreto. Aquella noche tuvo el valor suficiente para sentarse junto a la hoguera del campamento en unin de los hombres, y escuchar sus conversaciones. Todos eran gente alegre, la mayora rancheros o criadores de caballos. Uno de ellos haba vivido en las solitarias llanuras de Texas y refiri unas sangrientas historias que pusieron carne de gallina a la muchacha. Otro de los hombres, un ganadero del ro Brazos, habl mucho acerca del Llano Estacado y de los indios Comanches. Durante una cacera anterior, este hombre, con otros dos cazadores, haba acampado junto al ro Rojo y los tres corrieron peligro de ser escalpados por los indios. -Esos comanches se muestran muy agresivos - dijo mientras mova la peluda cabeza -. Y es la caza de bfalos lo que los est sublevando. Dentro de no mucho tiempo Texas se ver obligada a deshacerse, no solamente de los comanches, sino tambin de los arapahoes, los kiowas, los cheyennes y los injuns de las llanuras. -Creo que es demasiado pronto y que nos dirigimos demasiado al Sur para que encontremos comanches - observ otro de los cazadores -. Las manadas de bfalos que vienen del ro Grande no habrn llegado todava al ro Rojo. -Los encontraremos a este lado del Colorado - replic el cazador de rostro rojo -. Lo que es una suerte para nosotros, porque ese ro no es fcil de cruzar. Nuestro amigo Lambeth va a tropezar con muchas dificultades para hacerlo. Terrill podra muy bien haber sido un muchacho, si se tienen en cuenta solamente las sensaciones que experiment a lo largo de aquella charla en que se habl indiferentemente de indios levantiscos, llanuras traicioneras, ros peligrosos, desbandadas de bfalos y cosas parecidas. Pero en algunas ocasiones la circunstancia lamentable de que era una muchacha se impona con fuerza a su imaginacin cuando estaba acostada, incapaz de dormir, presa de unas emociones que no consegua disipar, y, sin embargo, aguijoneada por la maravilla y el deleite de su existencia. Varios das ms tarde, cuando cabalgaba junto a Sambo, a cierta distancia de los otros carros, Terrill crey or un algo desacostumbrado. -Escucha, Sambo! - murmur mientras volva la cabeza de modo que uno de sus odos se orientaba hacia el Sur. Habra imaginado que haba odo algo? -No oigo na - replic el negro. -Es posible que me haya engaado... No! ... Otra vez suena el ruido! -Oiga, seita Rill; supongo que no ha odo una cosa parecida al trueno... -S, lo es, Sambo!... Es como el rugido sordo de un trueno. Escucha! 8

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-No lo oigo todava. E posible que venga una tormenta po ah. -Sambo: no puede ser un trueno corriente - exclam, excitada, Terrill -. No se interrumpe. Sigue sonando, sonando... Se hace a cada momento ms fuerte... -Demonio! Ahora lo oigo! - contest el negro-. S lo que . Eso lo bfalo. lo bfalo la manada principal, seguro... -La manada principal! Oh, aquel cazador, Hudkins, se ha equivocado, en ese caso! ... Dijo que los bfalos no llegaran an. -Vienen corriendo y vienen ac, seita Rill. El ruido se haba hecho ms apreciable, mes intenso, ms profundo, y tena un acento amenazador. Lambeth y los caballos de silla se haban perdido tras una nube polvorienta. Terrill crey que le pareca apreciar un apresuramiento en el galopar de los bfalos, un acercamiento del grupo de bestias enloquecidas, una disminucin del espacio que los separaba de los carros. -Oh, Sambo! Es una desbandada? - grit Terrill, presa sbitamente del temor -. Qu ha sido de pap? Qu vamos a hacer? -No lo s, seita! He odo ota v una desband, pero nunca he visto ninguna. Eto se pone malo. Se pone, se pone. Debemo marcharnos... Sambo corri y puso los caballos de Mauree en la misma direccin en que marchaban los bfalos. Luego grit a Terrill que abandonase su caballo y subiese al carro de la negra. -Y qu har con Dixie? - pregunt Terrill en tanto que se apeaba. -Djele que la siga mientras pueda - respondi Sambo. Y corri hacia su carro. Terrill crey que se vera obligada a montar nuevamente a Dixie para poder subir al carro, pero consigui alcanzarlo y, dando un salto, se elev hasta l, sin soltarlas bridas. Dixie corri tras el vehculo, tan prximo a l que la joven casi poda tocarlo. Terrill vio que el tronco de Sambo se lanzaba a un galope tendido. El negro no lo contuvo para atemperarlo a la marcha de los caballos de Mauree hasta que estuvo a muy corta distancia de Dixie. Terrill mir con temor a uno y otro lado. La manada de bfalos, en filas apretadas, estaba solamente a un centenar de yardas de los caballos. Las bestias, negras o atezadas, parecan moverse hacia arriba y hacia abajo sincrnicamente. La nube revuelta de polvo amarillento y espeso que promovan oscureca el horizonte. El espacio se llen de un mar de peludas cabezas y de cascos trepidantes. Fue un espectculo encantador para Terrill, aun cuando el corazn pareca habrsele subido a la garganta. El ruido sordo se haba convertido en un estruendo terrible. Terrill comprendi que la intencin de Sambo era situar su carro tras el de Mauree, que era ms pequeo, y seguir caminando en la misma direccin que los bfalos, con la esperanza de que stos abrieran sus filas detrs de l. Pero, durante cunto tiempo podran los caballos soportar aquella carrera, aun cuando no tropezasen haciendo volcar los carros? Terrill haba odo decir que muchas caravanas haban sido totalmente aplastadas y machacadas en las llanuras por los ejrcitos de bfalos enloquecidos. Dixie tena las orejas tiesas, los ojos desorbitados. Si Terrill no hubiera estado cerca de l, mantenindole asido de la brida, el caballo habra huido. Muy pronto pudo observar la muchacha que los troncos no podan continuar desarrollando una velocidad igual a la de los bfalos. Aquel trote inicial haba quedado reducido a un galope perezoso, y el espacio que los separaba de los cerrados muros de los bfalos haba disminuido en una mitad. Terrill vio, con los ojos distendidos, aquellas masas peludas que se aproximaban. Ya no haba espacio entre ellas y el carro de Sambo, sino solamente una masa densa, negra, peluda. Los ojos de Sambo se volvieron hasta el punto de que slo era posible ver el blanco de ellos. Estaba gritando a sus caballos, pero Terrill no pudo percibir ni una sola palabra. El ruido de las pisadas pareci convertirse en un trueno ensordecedor. El agitado mar de negros lomos devoraba el terreno, tanto que Terrill podra haber arrojado su sombrero sobre las peludas corcovas. Ya no vio las patas movedizas ni los cascos. Cuando comprob que el creciente paso, el cambio de un trotecillo a un galope frentico, el movimiento de la 9

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enloquecida manada significaba una desbandada y que ella y los dos negros se encontraban en su centro, crey enloquecer de miedo y de angustia. No podran salvarse, seran aplastados, convertidos en una pulpa sangrienta e informe. Cerr los ojos para rezar, pero no pudo mantenerlos cerrados. A continuacin, descubri que el tronco de Mauree se haba espantado. El carro se mantena delante de las bestias en desbandada. Se agitaba y saltaba, y estaba a punto de arrojar a Terrill al suelo. Dixie tuvo que incrementar la marcha de los suyos. Los dos caballos corran impresionantemente, con las lenguas fuera de la boca, los ojos como fuego, todava sin perder la direccin. Luego, la joven vio que Sam se volva para disparar contra la negra masa de los bfalos. La roja llama del disparo estall exactamente ante los rostros de las enloquecidas bestias, que continuaron avanzando con el rumor de un trueno, que amenazaban chocar contra el carro. Inmovilizada por el terror, agarrada al carro traquetearte, Terrill vio que los bfalos llegaban ya hasta las ruedas del vehculo. Una nube de polvo se elevaba y la sofocaba y medio cegaba. Sambo se desvaneci de su vista, aun cuando todava pudo continuar viendo los fogonazos de su pistola. No oy ms. Los ojos parecieron obstrursele. Era como un tomo en un mar. El hedor que desprendan los bfalos le anulaba el olfato. Le pareci que era arrastrada por una corriente impetuosa de agua. Los caballos, los carros, continuaban movindose al mismo paso que la desbandada. Dixie saltaba con frenes, algunas veces, hasta hallarse a punto de caer. Exactamente junto a las ruedas, rozndose con ellas, se deslizaban unos monstruos horribles, enormes, peludos; unos monstruos de largos cuernos que seguramente continuaran corriendo, corriendo... La angustia de la incertidumbre se haca insoportable. Terrill saba que muy pronto habra de caer del carro, entre los cascos machacadores. No podra tardar mucho tiempo en suceder. Los caballos caeran, o se detendran. Y entonces... La pistola de Sam vomitaba fuego entre la nube de polvo. Los muros de ambos lados del carro, los muros constituidos por aquellas masas peludas de carne, caminaban en lnea recta, cada vez ms de prisa, parecan abrirse... Poco a poco, el espacio se ensanchaba. Terrill se volvi para mirar hacia delante. La manada se haba dividido. La joven vio confusamente un espacio en forma de V que se abra y se ensanchaba. Terrill perdi la lucidez de sus facultades mentales. Luego, pareci presa tanto de la desesperacin como de la esperanza. Pero pudo darse cuenta de que el carro reduca la marcha, se inclinaba de costado, estaba a punto de volcar. Despus, se detuvo. Terrill cerr los ojos; estaba a punto de desmayarse. Mas nada sucedi. No hubo choque, no se produjo el golpeteo de las moles de carne contra el vehculo. Y nuevamente pudo or la joven. Hasta sus odos lleg una vez ms el terrorfico trueno de las pisadas. El carro se agitaba bajo ella. Y Terrill abri los ojos. El vehculo estaba detenido, inclinado. Mauree lo haba conducido hacia la pendiente rocosa que limitaba la pradera. El tronco de caballos de Sam, envuelto en espuma y polvo, estaba al lado de ella, mientras Sambo, a pie, sostena las riendas de Dixie. A la izquierda de Terrill, la negra masa lanuda continuaba corriendo. A su derecha, nada pudo ver, sino solamente la inclinacin de las rocas. Pero comprendi que aquella obstruccin haba abierto la manada y los haba salvado. Terrill cay hacia atrs, agotada y ciega por efecto de la abrumadora reaccin. El trueno continu producindose, a cada momento ms dbilmente. La tierra ces de agitarse, de vibrar bajo las pisadas de los bfalos. Una hora ms tarde, la desbandada se haba convertido de nuevo en un murmullo distante y sordo. -El buen Di et con nosotro, seita Rill - dijo Sambo mientras conduca a Dixie hacia ella. Despus subi al asiento de su carro y, llamando a Mauree, retrocedi entre el polvo, que comenzaba a asentarse, a lo largo de la gran senda. Sin embargo, pas bastante tiempo antes de que Terrill volviera a instalarse sobre la silla de su caballo. Finalmente, el polvo fue arrastrado por el viento; y entonces pudieron ver, a lo lejos, que Lambeth se encontraba con los caballos. 10

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IIIVisto desde la lejana cumbre de la loma oriental, el ro Colorado pareca una serpiente verde con una lnea brillante en el centro del lomo, que se arrastrase sobre unas llanuras amarillentas y ondulantes. En aquel terreno, unas rayas negras y unas manchas grandes se destacaban con toda claridad bajo la luz de la maana. Solamente algunas de ellas eran visibles desde el lado norte del ro; desde el sur de las orillas, aquellos significativos y sorprendentes contrastes del amarillo y del gris de la pradera se extendan hasta donde la vista poda alcanzar y se desvanecan en la purprea oscuridad del horizonte. Las manchas negras eran bfalos. Haba millares de reses en la dispersa cabeza de la manada; y en la ancha masa que se alejaba hacia el Sur, haba millones. La anual emigracin hacia el Norte haba comenzado. Los cazadores gritaron presas de la codicia. Lambeth con los negros ojos brillantes, corri atrs para hablar con Terrill. Pareca un hombre diferente al que haba sido. El sol, el viento y la accin comenzaban ya a borrar de su rostro las huellas de la adversidad. -Rill, ah estn! - dijo con alborozo -. Qu te parece esta vista? -Magnfica! - contest Terrill en voz baja. Estaba viajando junto a Sambo, en el asiento de conduccin del carro. Dixie se hallaba cojo, y Terrill, despus de haber montado los dos caballos de paso ms rpido, se alegraba de poder encontrar un descanso a su diario cabalgar. -Seita Rill, seguramente matar ut su prim bfalo hoy - dijo el negro. -Sambo, no tengo muchas ganas de volver a disparar otra vez con ese fusil Henry respondi riendo Terrill. -No lo tuvo ut batante sujeto - explic Sambo -. Etuvo ut a punto de ca al suelo. A pesar de que marchaban cuesta abajo, los carros no llegaron junto al Colorado hasta las ltimas horas de la tarde. Hudkins, el jefe de la expedicin, escogi un recodo arbolado prximo al ro para instalar el campamento, un lugar en que la parte despejada del terreno y algunos troncos desgajados demostraban que haba sido utilizado con el misma fin anteriormente. Las hojas de los rboles estaban medio desarrolladas, la hierba era verde, las flores se inclinaban con gracia al extremo de unos largos tallos y el ro murmuraba suavemente al pie de la pendiente. -Bueno, ustedes, compaeros, instalen el campamento, en tanto que yo voy en busca de unos solomillos de bfalo - orden Hudkins, y se alej a pasos rpidos con lo que Terrill le haba odo llamar su fusil-aguja. La joven se pregunt qu querra expresar con estas palabras, puesto que el fusil era casi tan grande como un can. Terrill ocup el asiento del carro y observ a los hombres. La llegada a un nuevo campamento tena una creciente atraccin para ella. Aun cuando aquella vida al aire libre no hubiera sido de su agrado, la habra aceptado con alegra a causa del cambio que operaba en el espritu y en la salud de su padre. Cun resueltamente haba vuelto el hombre la espalda a la ruina y la afliccin! No era vigoroso, mas, sin embargo, no regateaba su ayuda para realizar la parte de trabajo que le corresponda. Samba era, a pesar de esto, quien apareca ms cambiado. En la plantacin, no haba sido diferente de los dems trabajadores negros, excepto cuando montaba a caballo. All pareca hallarse en su elemento, y la vagancia propia de los cultivadores de algodn haba huido de l. Llevaba botas y una especie de mono. Sobre sus delgadas caderas se extenda un cinturn del que penda una pistola. Cuando manejaba un hacha o transportaba los pesados picos, se destacaba la esplendidez de su constitucin. Silbaba mientras trabajaba, y, lo mismo que Mauree, era feliz cultivando aquel nuevo gnero de vida. El padre de Terrill se acerc a ella; llevaba en las manos el rifle Henry. -Rill, desde ahora en adelante, es preciso que tengas siempre esto contigo, lo mismo cuando vayas a caballo que cuando te acuestes, dondequiera que vayas... -Pero, pap, tengo miedo de ese condenado chisme - respondi Terrill. El coronel Lambeth ri, mas se mostr inexorable. 11

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-A medida que nos acerquemos al Oeste, Rill, encontraremos ms indios ms proscritos, ms bandidos y ms mejicanos. Y tendremos que luchar para defender nuestras vidas. Red Turner ha estado al otro lado del Pecos, y me ha dicho hoy que es una regin brava... Hay millares de cabezas de ganado, que comienzan ahora a adquirir valor... De modo que debes bajar del carro y comenzar a practicar con el rifle. Ponte una toalla bajo la camisa, donde el rifle te golpea en el hombro. Terrill acompa a Lambeth hasta la orilla del ro, donde el padre le ense cmo deba cargar, sostener, apuntar y disparar el gran Henry. Terrill tuvo que apretar los dientes; sin embargo, su padre insisti con tanta firmeza en el hecho de que la joven representaba para l el papel de hijo... La joven dispar cinco tiros, oprimiendo el arma con toda su fuerza y mantenindose apoyada en algo. El primer disparo fue terrible, pero el proyectil no dio en el blanco. La puntera fue mejor en el segundo y el tercero. Y con los dos ltimos acert el blanco, situado al otro lado del ro, con gran satisfaccin por parte de su padre. Con cunta seriedad tomaba el hombre todo aquello! No era una cosa de juego para l. -Sambo te limpiar el rifle - dijo Lambeth -. Pero debes aprender a hacerlo. Adquiere familiaridad con el arma. Acostmbrate a manejarla. Apunta muchas veces contra los objetos que veas, aunque no tengas el arma cargada. De este modo podrs aprender a disparar tan bien como si disparases en realidad, y no gastars tantas municiones. Hudkins volvi con una parte del lomo de un bfalo, de la cual fueron cortados los filetes, que los cazadores alabaron mucho. Lambeth pareca hallarse tan hambriento como cualquiera de ellos. Todos se alegraron mucho. Uno de ellos sac una botella de una bebida alcohlica de la que todos participaron. El corazn de Terrill se inmoviliz durante unos momentos. Temi que su padre la invitara a que tomase un poco de aquella bebida. Pero el hombre no sobrepas los lmites de la razn en su obsesin de ver en su hija un muchacho. -Te gusta el solomillo de bfalo? - pregunt alegremente Hudkins a Terrill. -Tiene una especie de sabor montaraz - contest Terrill -. Pero me agrada muchsimo. La muchacha, cansada por los saltos y los vaivenes que haba soportado en el asiento del carro, se acost muy pronto. En su cuerpo haba diversos lugares en que le era doloroso tocarse. Y muy pronto se adormil. Se despert en varios momentos a lo largo de la noche, cosa desacostumbrada en ella. Un ruido perturb su sueo en cierta ocasin. Pero el campamento estaba oscuro y silencioso. El dbil murmullo de la brisa entre las hojas de los rboles y el susurro del agua no haban sido la causa de que despertara. Y entonces, al otro lado del ro, son un aullido que le hel la sangre en las venas. Se sent en el lecho, con los msculos temblorosos, y su primer pensamiento fue que los temidos comanches se disponan a atacar a la caravana. El aullido se elev de nuevo, pero son de un modo diferente. Pareca el ladrido de un perro, mas era infinitamente ms profundo, ms salvaje, y haba en l una nota lastimera. Se produjeron unas respuestas en todas partes, en todo el campamento, y se elev un coro de ladridos agudos, vibrantes. La joven asoci inmediatamente estos ruidos con los lobos y los coyotes; los cazadores haban dicho que estos animales seguan a los bfalos en grupos numerosos. Por esta causa, Terrill se tumb nuevamente y escuch tranquilizada. De todos modos, pas mucho tiempo antes de que consiguiera reanudar el sueo. Al fin fue Sambo, y no su padre, quien acompa a Terrill a que viera los bfalos, y quizs a matar alguno. Lambeth haba ido con los cazadores. -Seita Rill... -Llmame seorito Rill, negro del demonio! - le interrumpi, medio en broma, Terrill. -Siempre me equivoco - replic, contritamente, Sambo -. Bien, seito Rill, no va a s difcil que mate ut un bfalo. Y el coronel va a est encantao po ello. Ningn muchacho podra haberse mostrado tan ansioso de matar un bfalo, ni ninguno habra podido tener ni siquiera la mitad del miedo que ella tena. Hizo trotar a su caballo junto al negro, que marchaba a pie, cargada del pesado rifle, toda ojos y odos. Vio pjaros y conejos, e inmediatamente se encontr por primera vez en su vida ante ciervos y patos silvestres. Lo que ms sorprendi a Terrill fue la excesiva mansedumbre de estos animales. Ms tarde, 12

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oy el estampido de unos disparos lejanos, sobre la pendiente herbosa. Sambo explic que los cazadores haban comenzado la persecucin, y que Terrill vera muy pronto los bfalos a corta distancia. De repente Sambo la condujo hasta un grupo de rboles y, a travs de stos, la coloc detrs de un tronco, El tronco estaba situado en el recodo del ro, y Terrill pudo ver una pendiente que se elevaba desde la orilla del agua hasta donde ella se encontraba. -Una manada viene, seito Rill - dijo Sambo, en tanto que examinaba su rifle. -He odo un ruido en el agua - contest excitada Terrill. -S. Son bfalo... Etn vadeando el ro, y saldrn en aquel banco de arena. De sbito, un animal peludo, gigantesco, se present ante su vista, precisamente delante de Terrill. La lengua se le adhiri al paladar. El bfalo era enorme. Otro ms surgi del agua, y detrs de l varias docenas de reses de lomo prominente y largas lanas salieron al banco de arena. Algunas eran negras, y otras zainas. A Terrill le pareci ver algunas ms pequeas detrs de las otras. Las oy resoplar, las vio rozarse unas contra otras y percibi su olor. -Apoye el rifle ah, seita Rill - susurr el negro -. Mantngalo apretao, y apunte bajo. -Pero... sera como matar una vaca! - protest Terrill. -S, claro es. Pero le gutar a su pap. -No nos atropellarn? -No, seita, no nos atropellarn. No tenga mieo. Podemo econderno aqu... Recuerde lo que he dicho: apriete el rifle y apunte bajo. Terrill crey hallarse acometida por dos emociones diferentes: la ms fuerte de ambas la forz a inclinarse sobre el rifle, a oprimirlo con fuerza, a mirar de soslayo sobre el can, apuntar sobre aquella masa moviente, peluda, y a apretar el gatillo. El retroceso del arma la arroj de rodillas, y el humo la ceg. Luego, el rifle de Sambo reson. -Oh, me alegrara no haber hecho blanco! - exclam Terrill. -No ha so as, seita Terrill... Mire! ... Aquel bfalo que quiere sub... Et atravesao... Ya se cae, seita Rill... et rodando... Ahora cocea... No va ut a mir, seita? Terrill quera mirar, pero no poda. Dej el rifle enequilibrio sobre el tronco en que se haba sentado y se frot contra l la espalda para alejar sus temores. -Mueto! ... Lo do etn mueto... Somo bueno casadore... Lo asomo, seita Rill! ... A su pap le va a encant. -Dnde estn los otros? - tartamude, temerosamente, Terrill. -Shan o a la otra orilla... Mire, seita Rill! Ese bfalo negro que et sera de nosotro, el de ut... No negro y brillante? sa va a s su piel de bfalo, seita Rill, y ahorita mimo vamo po ella. Vamo a descuartizarlo... -No! - replic Terrill, todava agitada y temblorosa, aun cuando ya haba reunido el valor necesario para mirar desde detrs del tronco. All, escasamente a una distancia de cien pasos, yaca un enorme bfalo negro, que estaba inmvil sobre la arena. Ms all y a su izquierda, haba otro. Terrill experiment un salvaje placer que al instante fue anulado por una congoja. -Va ut a ayudame a descuartiz ese bfalo de ut? - pregunt el negro. - Descuartizar... a ese pobre ser...! - exclam Terrill -. No! No lo har! Ya ha sido bastante horroroso... el matare. -Como ut quiera, seita Rill. Pero ya he dicho ante que tendr que ahog esa repunancia de las cosa muerta y de la sangre - replic Sambo filosficamente. Luego, ordenando a Terrill que continuara donde se encontraba, se aproxim al bfalo. La joven le mir hasta el momento en que lo vio sacar un ancho cuchillo reluciente y arrodillarse. Despus, Terrill se retir hasta un lugar desde donde no poda ver el banco de arena. La arboleda estaba silenciosa y soadora. Terrill encontr pronto un asiento cubierto de hierba, y, reclinndose en la sombra moteada de sol, rodeada de una suave fragancia y de flores de un color azul plido que la contemplaban desde el follaje, se sinti aliviada 13

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lentamente de la excitacin, del miedo y de la repugnancia. Aquel bfalo era el primer ser viviente que ella haba matado voluntariamente en toda su vida. Comprenda que las palabras prcticas de Sambo encerraban una verdad, pero no poda aceptarlas. Al fin y al cabo, Terrill no era un hombre, jams podra serlo. Las aves, las ardillas y los conejos depositaron muy pronto su confianza en ella. Viendo que nada tenan que temer, se acercaron a ella y la llenaron de alegra con la suave tonalidad de su belleza, con sus voces insolentes y mordiendo la hierba. La joven fue distrada de su contemplacin por unos dbiles crujidos que se produjeron entre las matas, por un sonido extrao que pareca hacer: put, put, put, put. Y luego oy un graznido. Haba patos silvestres cerca de ella! Esto podra ser un acontecimiento. E inmediatamente vio un pavo enorme, bronceado y recubierto de plumas, con una barba purprea y una cresta roja. Qu majestuosamente se contoneaba! El animal se detuvo al pie de un rbol para escarbar entre las hojas y la hierba. Otros pavos se presentaron tambin, algunos de ellos ms pequeos, ms brillantes, de apagados colores y porte silvestre. Eran las hembras. Se acercaron a Terrill, la miraron con curiosidad y se alejaron haciendo: put, put, put, put. Terrill, vagamente contenta, puso la atencin sobre otros incidentes menores, y se entristeci cuando Sambo regres y rompi el encanto del momento. El negro llegaba inclinado bajo una pesada carga. -Seito Terrill, dnde et ut? grit. Terrill se puso en pie y, cogiendo su rifle, corri al encuentro del negro. -Ah! Ah et ut... Tena miedo a que se la hubieran llevao lo comanche... Aqu et su abigo... Mire, seita. La pesada y negra masa cay al suelo con un ruido sordo. Sambo abandon el rifle y extendi la magnfica piel de bfalo sobre la hierba. Terrill no acertaba a dar crdito a sus ojos. -No la hay m fina que ta - declar Sambo -. Ahora, seita, coja mi rifle para que yo puea carg esta condenada y pesada piel y llevaba al campamento. Luego vend a busc la carne. Muy pronto se encontraron en el campamento, del que haban permanecido ausentes solamente unas pocas horas. Mauree estaba todava sola. Cuando el negro extendi la piel y exalt la proeza de Terril, la negra movi repetidamente los hermosos ojos. -Po am de Di! Lo ha hecho ut, Rill? Etoy sorprenda... S, lo etoy... Y etoy triste... de que un condenao riego, un intil eposo mo, la haya converto en un mataor... Varios de los cazadores regresaron hacia media tarde para enganchar los carros y dirigirse con ellos a recoger los productos de su caza. Lambeth, cubierto de polvo, lleg al anochecer. Su caballo estaba agotado. Lambeth llevaba las manos y el rostro cubiertos de barro. Grit pidiendo agua, y cuando se hubo lavado, vio la gran piel de bfalo que Sambo haba extendido con todo cuidado donde pudiera atraer inmediatamente la atencin. -Eh, caballista del diablo! - exclam -. Has estado cazando t tambin? -S, seri. S, coronel, he estao. No una piel muy hermosa? -La mejor que he visto en toda mi vida - declar Lambeth mientras pasaba la mano sobre la brillante piel. - Y, adems, la ms grande... Oye, Sambo, tendrs que regalrmela. -Lo siento mucho, coronel - contest Sambo mientras negaba con un movimiento lateral de la ensortijada cabeza -. Pero no puedo hacelo. -Supongo que se la habrs regalado a Terrill, no es cierto? Sambo neg solemnemente con la cabeza. -No, seri. La seita Rill mat el bfalo que tena esa piel. Slo un disparo, coronel. Era el bfalo m grande de toa la mana. -Terrill! -Di, pap - contest Terrill, saliendo de su escondite. -No me est tomando el pelo este negro? Has matado t un bfalo? -S, pap - respondi Terrill con indiferencia -. Es como matar una vaca. No creo que 14

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los cazadores de bfalos tengan algn mrito. Lambeth lanz un grito de alegra y dio a Terrill un tremendo abrazo. Cuando regresaron los otros cazadores, el hombre pregon orgulloso la proeza de Terrill, que inmediatamente fue proclamada la ms importante de todas las de aquel da. Diecinueve bfalos, elegidos a causa de sus pieles, haban sido muertos por la partida, todos los que en realidad podan ser desollados y cargados en la jornada. No queran dejar la carne en el campo para que la devoraran los lobos. Lambeth era el autor de la muerte de tres de las reses, lo que le alborozaba. Adoraba la caza, y jams se haba entregado a ella con la intensidad que en aquellos momentos le pareca posible. Si el campamento haba sido un lugar lleno de alegra antes, aquella noche fue un verdadero circo para Terrill. Los cazadores tomaron demasiadas bebidas de los jarros, quiz, pero ninguno dej de mostrarse alegre. Estuvieron desplegando y estaquillando las pieles hasta medianoche. -La vida de cazador me seduce - dijo, cantando, Hudkins -. Es una lstima que con un solo da ms cacemos todo lo que es posible cargar en nuestros carros. Hasta ahora, todo ha sido demasiado fcil. A la maana del tercer da, a partir de este triunfal principio, los cazadores se hallaban dispuestos para regresar a San Antonio. Los caballos de Lambeth tomaron la direccin del oeste del Colorado. All se separaban los caminos de los cazadores y de los colonizadores. Para Lambeth, el verdadero viaje comenz a partir de aquel campamento. -Siga esa direccin y no se separe de ella... Cuatro das..., ochenta millas hasta el ro de San Saba... - le indic Red Turner -. Luego, tuerza hacia el Oeste y lleve siempre bien abiertos los ojos. Fueron muchos los adioses y saludos de despedida que dirigieron a Terrill, algunos de ellos procedentes del viejo tejano, Hudkins, quien pronunci unas palabras que Terrill no habra de olvidar nunca. -Adis, hijo... No te separes jams de ese rifle ni de tus rizados cabellos.

IVAun cuando Lambeth se haba separado del ro Colorado, no por ello se vio libre de los bfalos. Durante aquel da la caravana fue frecuentemente detenida por manadas de las grandes reses lanudas. Estas reses pastaban, a medida que caminaban. Cuando los caballos y los carros se acercaban a una pequea manada, los bfalos se desviaban hacia delante o hacia atrs, al trote, y luego regresaban al lugar en que se hallaban para continuar pastando. Pero una gran cantidad de reses obstrua el camino; lo nico que los viajeros podran hacer era esperar hasta que hubieran pasado. Los bfalos se encontraron ms de cien veces al alcance de los disparos de los rifles, y se cuidaron menos de los viajeros que los viajeros de ellos. No eran salvajes. Las irrupciones inconstantes de los cazadores no producan efecto sobre ellos. Los caballos se acostumbraron a la presencia de las reses y cesaron de atemorizarse o de encabritarse al verlas. Dixie era el nico que estiraba las orejas cada vez que se hallaba ante una hilera de bfalos separados de la manada principal. Sambo casi se dorma manejando las riendas. Lambeth marchaba al frente de la pequea caravana, convertido en un verdadero escucha. Terrill cabalgaba a Dixie por espacio de muchas horas, y luego volva a sentarse en el carro, junto al negro. Fue estando en el carro cuando encontraron el mayor contingente de bfalos que hasta entonces haban visto. -No van a rode - observ Sambo -. Y si el coronel no tiene cuidao, va a qued separao de nosotro. 15

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-Hay todava peligro, Sambo? - pregunt ansiosamente Terrill, en tanto que observaba las movientes hileras de reses, tras las cuales se vea una compacta masa negra Parecen muy mansos e inofensivos. -Creo que no tie ut por qu preocupase. La mana prinsipal est en el S. -Dios mo! Si no es sta, cmo es la manada principal? -Una cosa nega, nega, nega hasta donde alcansa la vista... Mire! Ya ha pasao lo que desa. Su pap ha quedao aislan de nosotro. Lambeth, con los caballos de silla, estaba lejos, delante de los carros, y las hileras de bfalos se interpusieron entre l y los vehculos. Luego, otra hilera se corri hacia detrs de los carros, y Terrill pudo ver inmediatamente que estaban rodeados de reses. El ancho cinturon de lomos negros y movientes que se hallaba entre ella y su padre se ensanch hasta ocupar una media milla de terreno. Sambo baj del carro para retroceder y asegurar a Mauree que no haba peligro. Sin embargo, Terrill no poda creerlo. No obstante, sus temores comenzaron a apaciguarse al ver que nada suceda, no siendo el continuo paso de bfalos hacia delante y hacia atrs. La manada se divida a un centenar de pasos ante los carros, y las dos ramas que la componan continuaban avanzando, fluyendo como una corriente. Terrill no pudo dejar de estremecerse al pensar en la posibilidad de que se originase una desbandada. Pero el manso trueno de la marcha sigui producindose sin consecuencias. El polvo llenaba el aire, y un fuerte olor se extenda por la atmsfera. Tard una hora en pasar aquel ramal de la manada. Sambo reanud la marcha. Cuando el polvo se hubo desvanecido pudieron ver que Lambeth estaba esperndoles con los caballos cogidos de las bridas, y que en la llanura no haba obstculos. Detrs de ellos, y en direccin sur, rodaba la lenta nube de polvo que se aquiet pronto de modo que la negra masa de los animales pudo destacarse nuevamente ante el gris de la llanura. Desde entonces en adelante volvieron a encontrar desperdigados grupos de bfalos, con los que se cruzaron, hasta que al fin, a la hora del crepsculo, supusieron que toda la manada haba pasado ya. La ondulante pradera era igual por todas partes, por doquier pareca la misma, no siendo por la ligera pendiente que se elevaba hacia el Oeste. Lambeth desapareci tras la cumbre de un monte, y cuando el carro de Terrill lleg a la misma altura, la joven vio una extensin pantanosa y rodeada de sauces, donde su padre haba decidido acampar aquella noche. La sombra comenzaba a cubrir la tierra cuando Sambo lleg junto a los sauces en que Lambeth estaba trabando los caballos. Terrill continu un momento ms en el asiento. Los peligros del da haban pasado. Los coyotes ladraban al otro lado del pantano. Una melanclica soledad envolva el lugar. Las semanas que dejaba detrs de si la parecan aos a Terrill. Los antiguos recuerdos se desvanecan. La joven suspir al pensar en ellos, pero dio la bienvenida al porvenir con ansiedad. Qu vida y qu trabajo le reservaba...! Terrill salt del carro, conocedora de un rompimiento sutil, de una separacin, como si algo se hubiera interpuesto entre ella y la vieja casa. Haba llegado la ocasin de que adquiriese conciencia de su deber, de que prestase inteligencia y energas a la gran labor que su padre se haba impuesto. El sonido del hacha de Sambo a la hora del alba gris fue la seal para que Terrill se levantase y comenzase a vivir el da pletrico de acontecimientos. Sambo la mir sonriente y moviendo sus ojos de buey. -Po qu se ha levantan tan ponto, seita Terrill? -Para trabajar, Sambo. Quiero ayudar a mi padre en su labor de colonizacin, ser vaquero... No vuelvas nunca a llamarme seorita Rill, negro: soy un hombre. -Lo ? Bueno, eso muy grasioso. Cmo se la ha arreglan ut pa s un hombre? Terrill se qued cortada al or la llegada de su padre, que los haba odo. En los ojos del padre haba una llama que quemaba la tristeza que los haba ensombrecido. El beso que dio a Terrill representaba una decisin. Jams volvi a besarla de nuevo. El rosado crepsculo los encontr cuando se dirigan en direccin al purpreo 16

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horizonte. No haba camino. Lambeth sigui su recorrido trazando un zigzag sobre la pradera, para escoger las zonas ms lisas del terreno, evitando las barrancas y los lechos de los arroyos. El verano haba llegado a la campia. La amarillenta grama sobresala del tapete de verdor. Las flores brotaban en los lugares abrigados. Los ciervos corran en las cercanas de los arroyos, y en las proximidades del agua surga una vida variada. Aquel da la inmensidad de Texas y el valor de la soledad se grabaron para siempre en el corazn de Terrill. La pradera ondulaba por todas partes, llena de una infinita soledad. Los animales silvestres, los halcones y los cuervos, las negras nubes de palomas que pasaban cerca, las borrosas y oscuras lneas que se marcaban detrs del valle del Colorado..., todo eso serva para aumentar la impresin de soledad. Hora tras hora las ruedas de los carros marcaron sus huellas sobre el frtil terreno, y la purprea distancia pareca siempre la misma. Terrill cabalg a Dixie, gui el carro de Sambo, hasta camin a pie frecuentemente, pero nada de esto cambi para ella la eterna monotona de las llanuras de Texas. La joven se olvid de los comanches y de otros peligros de que haba odo hablar. Y en algunas ocasiones lleg a experimentar la impresin de que se haba apoderado de su imaginacin una vacuidad furtiva que duraba no saba cunto tiempo. Era una cosa extraa y hermosa. Pero durante la mayor parte del tiempo la muchacha escuchaba, vea y senta. El da siguiente era siempre igual al anterior; Terrill termin por perder cuenta de los das y de su paso. Solamente poda recordar algunos acontecimientos, tales como la lluvia que la cal por completo, lo divertido que le result el secarse bajo los rayos del sol, el duro viento que les azot el rostro durante un da entero y el peligroso y dudoso cruce de un banco de arena de cierto ro, que Lambeth afirmaba que era el Llano, y que Red Turner sostena que era uno de los tributarios del Colorado, al que se una al sur de Saba. Por el lado norte del Llano cruzaron una carretera que corra de Este a Oeste. Lambeth vacil durante mucho tiempo ante ella. Una carretera conduce siempre a alguna parte. Pero al fin decidi seguir hacia el San Saba. Los lugares secos donde acampaban se alternaban con otros en los que abundaban la hierba y el agua. Por la noche, ante la hoguera, Lambeth y Sambo solan discutir el creciente problema. A medida que salan del amplio valle, los manantiales y los arroyos se hacan ms escasos. Muy pronto se veran obligados a seguir su viaje por carreteras, junto a los ros, lo que entraaba unos riesgos mayores que los que hasta entonces haban encontrado. Los comanches estaban instalados en lo alto del Llano Estacado, los kiowas un poco ms hacia el Norte, y los apaches de Jicarillo al Oeste. -S, se - afirmaba Sambo en relacin con un peligro inevitable -. una cuetin de suete, coronel. Pero Texas casi tan gande como toa Yanquilandia. Era el mes de julio cuando llegaron junto al San Saba, un ro hermoso que regaba una bella regin que el coronel no quera abandonar. Avanzando hasta la orilla izquierda, llegaron a un cruce. All se hallaba la carretera que Red Turner haba dicho que encontraran. Sobre la carretera haba huellas de vehculos. Siguieron este camino por espacio de varios das y, al fin, en el lugar en que la bifurcacin del Saba y sus afluentes indicaba la direccin de los nacimientos, vieron ganados en la pradera. Acamparon cerca de un rancho a la hora del crepsculo. Lambeth trab amistad con el ranchero antes de la llegada de la noche. Se llamaba Hetcoff y proceda de Missouri. Tena vecinos, pero eran pocos y distantes. Nadie molestaba a sus ganados, pero le era difcil substraer sus caballos a los merodeos de rapia de los comanches. A Lambeth le aconsej que se instalara en algn lugar prximo al San Saba, donde existan grandes probabilidades de prosperar. En Menardsville, a un da de camino en direccin oeste, haba una fusin de carreteras y un lugar que en das no lejanos estara densamente poblado. El Llano Estacado era, en direccin norte, una extensin estril conocida solamente por los salvajes, y que deba ser evitada por los hombres blancos. Una carretera que haba sido construida por los espaoles 17

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a travs de las arenosas extensiones, haba sido causa de la muerte de muchos colonizadores. Hetcoff conoca poco de la regin del Pecos, pero este mismo nombre llevaba en s un significado siniestro. Terrill se excit ante la perspectiva de llegar de nuevo a una ciudad. Pero Menardsville constituy una decepcin para ella, puesto que se compona slo de algunas casuchas de adobe rodeadas de vastas extensiones de terrenos de pasto. Un tejano, llamado Bartlett, tena all un establecimiento comercial, para el que reciba mercancas de tarde en tarde. Se dedicaba, tambin, al trfico de ganados, negocio que por aquellos das pareca ser muy prometedor para un futuro no lejano. El ganado abundaba mucho y estaba muy barato. Lambeth se detuvo en Menardsville por espacio de una semana, descansando, comprando provisiones, reparando las guarniciones, adquiriendo informaciones. Cuando abandon aquel lugar llevaba ambos carros cargados hasta no poder ms. -Una buena presa para los comanches - asegur Bartlett. Terrill segua ocupando el ms pequeo de los dos carros cubiertos de lonas, pero dispona de menos espacio y comodidades que anteriormente. El viento y el sol ya no le ocasionaban sufrimientos, y se haba hecho ms fuerte y ms dura. No perdi peso porque estaba en la poca de su crecimiento. El crecimiento de su talla y el desarrollo de su organismo la favorecieron para su enmascaramiento. Algunas veces sola mirarse con triste asombro las manos, que an conservaban su delicada forma, pero que se haban endurecido a causa del trabajo y se haban cubierto de callos en las palmas y de una coloracin tostada en el anverso. De vez en cuando se cortaba los rebeldes y rizados cabellos, aun cuando nunca los dejaba demasiado cortos. Y en ocasiones se afliga al ver el adelgazamiento de sus mejillas y la creciente tosquedad de su piel, cosas que otras veces haba deseado; tambin se entristeca al ver la expresin de los ojos azules que la miraban gravemente desde su espejito de mano. La carretera que Lambeth escogi para continuar el viaje desde el oeste de Menardsville se diriga hacia el Noroeste a travs de una regin dificultosa, estril y abundante en ganados. Los colonizadores se haban instalado en ella, y unos cuantos ranchos, anteriores a la guerra, acumulaban una cantidad de reses mayor que la que se tomaban la molestia de marcar. Lambeth decidi comprar una cantidad de ganado que fuese suficiente para constituir el ncleo de una gran vacada. Wakefield, un ranchero que ni siquiera saba cuntas cabezas de reses de cuernos largos posea, vendi a Lambeth las que quiso y a su propio precio, y le prest una pareja de vaqueros para que le ayudasen a conducirlas. Su consejo fue contrario a la regin del Pecos. -Es el mejor terreno para los ganados - dijo -; pero solitario, duro; y atraer muy fcilmente a los ladrones de reses. Terrill experiment una impresin singular al ver desde cerca por primera vez un novillo de cuernos largos. Las enormes astas de forma de arco haban dado el nombre a aquella raza de reses mejicanas, y se sobreponan a las restantes caractersticas del animal. Terrill estaba destinada a conocer por experiencia la verdadera naturaleza de aquel ganado. En un solo da se convirti en un verdadero vaquero. Lambeth acrecentaba su manada en cada rancho por el que pasaba; y despus de una noche de parada, haba siempre alguna res que se escabulla, a pesar de la guardia, y regresaba a su punto de procedencia. Sin embargo, la vacada creca, y las dificultades de conducir la gran cantidad de reses de largos cuernos aumentaban proporcionalmente. Como es natural, esta circunstancia redujo su avance diario hasta menos de un cuarto de lo que en principio haba sido. El fin de agosto sorprendi a la caravana de Lambeth cuando en unin de su ganado llegaba a las malas tierras del oeste de Texas. La caravana borde el lmite del Llano Estacado, una regin rida, sin rboles, sin agua, arenosa, todo lo cual hablaba elocuentemente de su destructora naturaleza. Los viajeros encontraron a un colonizador que vagabundeaba en busca de un lugar en 18

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que instalarse, y a quien salvaron la vida. El aspirante a colonizador haba cruzado la rida meseta desde el Panhandle, no saba cmo ni desde dnde. Se alegr de unirse a Lambeth, y ayud a cuidar de la creciente vacada. Pues los novillos de Lambeth, que avanzaban lentamente y se los atenda tan bien como era posible, haban comenzado a recoger reses de las que se encontraban a lo largo de su camino. Lambeth no poda evitarlo. Todava no tena una marca propia. Por esta causa no le era posible separar de su manada las cabezas que haba comprado y pagado, de las que se unieron a ellas durante el viaje por propia voluntad. De este modo se convirti en un ladrn de ganados inocente, circunstancia contra la cual le puso seriamente en guardia Wakefield, y, luego, el ranchero haba borrado la dureza de sus palabras al aadir riendo que no exista ningn ranchero que en algn perodo de su vida no se hubiera apoderado, sin poder evitarlo, de ganados que no le pertenecan. Los dos vaqueros prestados trabajaban tan intensa y tan continuamente, que Terrill se pona en contacto con ellos en muy contadas ocasiones. El mejicano era un hombre de ojos negros, atezado, ya no joven, silencioso y taciturno, con quien resultaba difcil entablar conversacin, y ms difcil crear una amistad. El vaquero blanco era un tejano tpico, criado en las llanuras. Era rudo y grosero, y sin embargo, digno de estima y admiracin para Terrill. La joven aprendi mucho observando a los dos hombres. En el ltimo rancho, Lambeth haba aadido un muchacho a la caravana, la obligacin del cual consista en guiar el carro grande mientras Sambo ayudaba a cuidar los ganados. No hubo da alguno en que Terrill al despertar no esperase descubrir que todas las reses hubiesen desaparecido. Pero los novillos continuaban marchando con la caravana, sin dejar de encontrar al final de cada jornada pastos y agua. Las frecuentes lluvias y las tormentas de verano favorecieron el viaje sobre la tierra crecientemente rida. Lleg septiembre. O as supuso Terrill por lo menos. Y con septiembre, llegaron las noches frescas y las madrugadas con escarcha. Terrill permaneca en muchas ocasiones vigilando los ganados en compaa de su padre durante la noche. Aqullas eran unas horas maravillosas. El vaquero mejicano sola cantar, quiz para las reses, unos cantos bravos y extraos, cantos de tierras espaolas. Mientras el ganado descansaba y dorma, los guardianes lo vigilaban por turnos de cuatro horas: Sambo y Steve, el vaquero blanco, alternaban con Lambeth y el mejicano. Terrill cumpla sus deberes, que hasta entonces haban consistido solamente en prestar guardia. Como si la suerte lo hubiera dispuesto, en ninguna ocasin huyeron las reses. Durante das sin fin, las opacas cumbres azuladas atrajeron la atencin de Terrill hacia unas montaas ms opacas y azules que, como fantasmas, se elevaban sobre el brumoso horizonte. Steve dijo que aquellas montaas se hallaban al otro lado del Pecos y que deban de ser las Guadalupe. Por lo tanto, las azules cumbres eran las que rodeaban el Pecos La llanura, blanco amarillenta, ondulaba e iba en busca de aquellas tierras en pendiente. Y la desnuda inclinacin del Llano Estacado se alejaba imperceptiblemente. Lambeth haba tenido mucha suerte al encontrar lechos de arroyos para seguir su curso. Las reses pastaban y avanzaban alrededor de una docena de millas cada da, e iban reduciendo la marcha a medida que llegaban a terrenos ms difciles y estriles. Octubre! La caravana de Lambeth se encontr perdida en una regin desamparada y desolada. No haba marca alguna, ni cotos, no haba huellas que seguir... Solamente las que conducan hacia el Oeste. Y durante ms de la mitad del tiempo era imposible seguirlas a causa del carcter de la regin. Las cumbres azuladas que haban visto desde lejos eran la zona rocosa a travs de la cual segua el Pecos su solitario curso. A Lambeth se le haba informado de que llegase junto al ro donde mejor pudiera y que se dirigiera luego hacia el Oeste, en direccin al cruce de Cabeza de Caballo, un vado construido por los espaoles un centenar de aos antes. Cuando la situacin comenzaba a tomar un aspecto grave, se encontraron de pronto en 19

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el manantial de Flat Rock, lo que les proporcion un alivio, y despus de haber acampado dos veces, en zonas secas, llegaron hasta el de Wild China. Desde all, la confusa carretera se desvaneca entre las rocas. Pero el vaquero mejicano, sobre quien haban cargado la responsabilidad de dirigirlos, se orientaba con facilidad y los diriga confiadamente. La hierba creca en abundancia en los inclinados cerros, mas estaba tan desperdigada en pequeas zonas, que la manada tena que extenderse para pastar. Esto redujo an ms la marcha de la caravana. No obstante, Lambeth continuaba avanzando con inagotable optimismo. Tena una visin del porvenir que no poda ensombrecerse. Animaba a sus hombres con la promesa de una recompensa, y realizaba milagros de trabajo, insospechables en un hombre que haba sido plantador en el Sur. La aventura no poda devolverle su juventud, que era una cosa perteneciente a un pasado irrecuperable, pero incrementaba su energa y su fortaleza. En lo que se refiere a Terrill, los siete meses de vida al aire libre la haban transformado fsicamente. Estaba en su elemento cuando se hallaba sobre la silla del caballo o el asiento del carro. Los largos das bajo el sol resplandeciente, o entre el viento agotador, cargado de polvo y de arena, o de lluvia y de fro; las largas noches de vigilancia, cuando los lobos aullaban y los coyotes geman; las largas cabalgadas sobre pendientes rocosas para encauzar a los dscolos novillos..., todo esto form parte de las jornadas de Terrill Lambeth. El mejicano perdi el camino nuevamente. Pantanos que cruzar, arenosos y resbaladizos; el ganado, que deba pastar; barrancas que a veces se profundizaban y convertan en desfiladeros; rodeos y desviaciones..., todo esto contribuy a desorientar al gua. Lambeth prefera reunir el ganado por la noche entre una de las gargantas o en alguna hondonada entre dos montes. Las cimas de las elevaciones eran lugares menos favorables. Caminaron durante dos das sin agua, excepto la cantidad necesaria para los caballos. El ganado comenz a sufrir las consecuencias, y result ms difcil de manejar y contener. Los viajeros tuvieron muy poco descanso y no pudieron dormir. Al da siguiente, descendieron desde una elevacin hasta un camino perfectamente definido que proceda del Sur. La lluvia haba borrado casi por completo las huellas de los cascos de los caballos, que deban de ser muy antiguas. Lambeth quiso girar hacia el Sur. El vaquero movi la cabeza negativamente. -Muy malo, seor. Mucho seco. Agua, maana. Ro Pecos - dijo, medie en ingls, medio en espaol, mientras sealaba hacia el Norte. Pero la noche siguiente los sorprendi en una mala situacin. Slo les restaban dos cntaros de agua! Los caballos se hallaban en muy mal estado. Las reses comenzaban a tumbarse a lo largo del camino. Un da ms sin lluvia o sin encontrar agua significara la ruina, la destruccin del ganado. Y significaba, tambin, un trabajo y unos sufrimientos horribles, probablemente la muerte, para los viajeros. Terrill record sus plegarias aquella noche, y el rostro de su madre se le present en sueos. Lambeth hizo que la caravana se pusiera en marcha al romper el da, con la esperanza de hallar agua antes de la puesta del sol. La carretera penetraba ms profundamente en el pramo de cactos y piedras, de tierra gris y secas hierbas. Sin embargo, aunque no en abundancia, haba hierba... El ganado, no obstante, ya no pastaba. A pesar de la peligrosa situacin, la buena suerte de Lambeth pareca no haberse eclipsado por completo. Antes do que el sol comenzase a calentar, unas densas nubes lo oscurecieron. Los viajeros, alentados por la esperanza, continuaron obligando implacablemente al ganado a caminar. El sombro dosel que se extenda sobre el cielo armonizaba perfectamente con la extraa y agreste regin, que a cada milla pareca aumentar las peculiaridades que en l eran caractersticas. Terrill, conduciendo el carro ms pequeo, advirti cierta creciente inquietud en la 20

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manada. Las reses haban estado avanzando fatigosamente, con las cabezas inclinadas, las lenguas colgantes, casi agotadas. De repente, un ardor pareci acometer a toda la manada. Ac y all mugi una vaca. Las reses convirtieron su lenta marcha en un trote. El mejicano y el otro vaquero, que se hallaban ante ellas, no pudieron detenerlas. En apariencia, ni siquiera lo intentaron. Ambos hacan gestos desesperados a Sambo y Lambeth, que iban a retaguardia. Terrill supuso temerosamente que algo desagradable suceda. Cmo terminara aquella terrible jornada? Despus, el ganado, como acuciado por una comn y repentina energa, se desband, entre una nube de polvo, y desapareci. Lambeth continu su marcha con la cabeza inclinada sobre el pecho. Sambo se acerc a l como con nimo de consolarle por la prdida. Caminaban cuesta abajo. Terrill haba tenido que refrenar a los caballos, que tambin parecan acometidos de un impulso de fuga. En al lejana; donde se dibujaba una nube de polvo, una lnea desigual de rocas y de cumbres se ergua hacia el sombro cielo. Terrill no poda ver lo que se hallaba a nivel de tierra. Dnde estara el ganado? Qu le habra asustado? Se haba ido... y con l la esperanza. Ya haba concluido la ansiedad creada por las interminables semanas de conducir y guardar los novillos cornalones. Un deber ms duro se ergua ante Lambeth: el de salvar los caballos y las vidas de los viajeros. Terrill se sinti hundida en un abismo de desesperacin. Hasta entonces no perdi la esperanza, pero, al fin, sucumbi. La suerte de los viajeros estaba destinada a ser la misma de tantos y tantos otros expedicionarios que se haban perdido en aquellas tierras, olvidadas de.. Dios, encandilados por el sueo de los colonizadores. Sera preferible que hallasen una muerte pronta y digna a manos de los comanches. Terrill se haba unido a su padre y a Sambo cuando vio que el mejicano se volva, se pona las manos ante la boca a modo de bocina, y gritaba. Pero no pudo entenderle. No tuvo, tampoco, necesidad de entender sus palabras para comprender que un nuevo peligro les amenazaba. Despus, varios extraos jinetes aparecieron junto un arroyo. Al principio Terrill temi que fuesen indios; tan flacos, tan oscuros y tan salvajes eran sus caballos. Hasta que el jefe avanz unos pasos, no pudo darse cuenta Terrill de que eran hombres blancos. Pero qu siniestros! El jefe, que se haba adelantado a los dems, tena un aspecto sospechoso. No llevaba rifle sobre la pera de la silla. El vaquero, que marchaba al lado de Lambeth, detuvo su caballo. -Seri, se un ladrn de ganados, sin duda - dijo Sambo -. No va a rob, seguro, no va a rob... El jinete se aproxim y se detuvo a pocos pasos de los carros. De repente, con un estremecimiento violento, Terrill lo reconoci. Pecos Smith! El joven tejano que haba salido andando hacia atrs de una taberna de San Antonio con una pistola en cada mano! -Quines son ustedes, y qu hacen aqu? -pregunt concisamente mientras inspeccionaba a todos los viajeros con una mirada que, finalmente, volva a poner sobre Lambeth. -Me llamo Lambeth. Nos hemos perdido. Y mi ganado ha huido a la desbandada contest Lambeth. -Adnde iban ustedes cuando se perdieron? -bamos al cruce de Cabeza de Caballo, del Pecos. -Llevan ustedes una direccin contraria. Cabeza de Caballo est al este de aqu. -Nos dijeron que continuramos hacia el Norte, lo mismo si seguamos el camino que si lo perdamos. Evidentemente, el jinete tena ciertas dudas respecto a los hombres que vea ante s. Finalmente, llam a Sambo. -Negro, apate del caballo, y ven aqu. Sambo obedeci a toda prisa. -Dnde diablos te he visto antes de ahora? -No lo s, se, pero yo tambi le he visto a ust - contest Sambo. 21

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-No habr sido en Santone? -S, se. Yo estaba fente a una taberna y ut me dijo que me fuera. -Creo recordarte - replic el jinete; y volvi a dirigir la atencin hacia Lambeth -. Pero eso no prueba nada, Lambeth: es posible que no haya motivo para dudar de usted; pero no sucede lo mismo con este vaquero. Cmo es que viaja usted con l? Lambeth explic que el mejicano le haba sido prestado por un ranchero para que le acompaase en su viaje al otro lado del Pecos. Y aadi con energa -Soy el coronel Templeton Lambeth. Por quin me ha tomado usted? Cmo est usted, Pecos Smith? - dijo con voz fuerte Terrill, que crey que en aquel momento su intervencin podra contribuir a suavizar la tirantez. -Bien... Y quin eres t? - exclam el jinete sorprendido, al fijar sobre ella la mirada de unos ojos que parecan dos taladros. -Este seor es mi padre. -Ah! Y de qu me conoces? -Soy la... el muchacho a quien tir usted al suelo... aquel da... en Santone... cuando sal de la taberna... Me mand que fuese en busca de su caballo... Y aadi que solamente haba arrancado a un hombre la oreja..., que le quedaba colgando... como la de una liebre. -Demonios! - exclam el caballista -. S, ahora te recuerdo; pero has cambiado mucho, muchacho -. Luego se volvi de nuevo hacia Lambeth -. Venimos siguiendo a una cuadrilla de ladrones desde Ro Grande. Supusimos que podran haberse encontrado con alguien que llevase carros... Lamento mucho haberle molestado, Coronel. D vuelta a los carros, y le guiar hasta el cruce. -Est muy lejos? - pregunt Lambeth con ansiedad. -Si tenemos en cuenta el estado de esos caballos..., s, est bastante lejos. Creo que apenas podrn llegar hasta all. El recorrido que hicieron a continuacin prob a Terrill que si no hubieran sido guiados hacia el exterior de aquel laberinto de barrancos y de lomas, se habran vis= to irrevocablemente perdidos. Aun, as y todo, los cansados caballos fueron conducidos con dificultades hasta el borde de una hondonada. El jinete permaneci sobre su caballo en espera de la caravana, que avanzaba lentamente, y cuando hubo llegado, dijo: -El ro Pecos! Y seal abajo. Los que iban a caballo galoparon con frenes al or su llamada. Terrill, mientras exhalaba un sollozo de agradecimiento, impuls los caballos del carro hacia delante. Sambo se ape y se volvi para hacer seas de llamada a la joven. Terrill tuvo que hacer un violento esfuerzo para que los caballos se detuvieran junto a los jinetes. -El bu Di ha teno pied pa nosotro - dijo Sambo; y se apresur a correr al encuentro de Mauree. -Rill... nos ha guiado... al ro! - exclam Lambeth con profunda emocin -. Mira, all est el cruce de Cabeza de Caballo..., del Pecos..., y mira all..., el ganado! Desde una altura Terrill dirigi la mirada hacia abajo. Exactamente en aquel momento un sol dbil se filtraba a travs de unas nubes parduscas y comenz a brillar el serpenteante ro de plata que formaba un recodo de la forma de la cabeza de un caballo. Sala de una espesura verde y, probablemente provena de un boquete abierto en la mole gris de una distante montaa. El ganado que iba delante haba llegado ya al agua. Haba sido el olor del agua lo que origin la fuga de la manada. La tierra de los bancos pareca blanca a la luz del sol. Terrill contuvo la respiracin. La alegra que le produjo su liberacin, la haba cegado para algo que an no acertaba a comprender, pero que la acometi con un golpe violento. La joven volvi la mirada hacia su padre y los dems jinetes. Pecos Smith comenzaba a alejarse. -Adis, y buena suerte! - grit mientras emprenda un galope. La voz de Sambo sonaba desde detrs, donde estaba hablando alegremente con su esposa. 22

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A lo largo de aquel camino, y que con toda seguridad habra sido en otros tiempos muy frecuentado por los viajeros, haba largas hileras de huesos y crneos de animales. Caballos, ganados..., huesos, huesos... En lo alto de una roca, se dibujaba espectralmente la cabeza de un novillo, con sus largos cuernos... Era la primera indicacin que se hallaba en el cruce. El lugar era desolado, gris, solitario, inhabitado, aun por las fieras de las colinas y las aves de las alturas. Se extenda a lo lejos hasta la infinitud. En el lado este se elevaba una raya plida ; posiblemente el Llano Estacado, Pero era el Oeste lo que atraa la mirada y la atencin de Terrill. El Oeste de Pecos! Durante mucho tiempo, durante tanto tiempo que le pareca que haba sido durante toda su vida, la joven tuvo constantemente presentes estas palabras, a las que se aada una ms : hogar. Podra encajar la palabra hogar en aquella terrible perspectiva? El ro cambiaba de curso al llegar a Cabeza de Caballo, pero muy pronto volva a emprender la direccin del Sur. El ro dominaba aquel escenario terriblemente extrao, silvestre, y montono. Las millas no representaban nada en aquella interminable extensin. El verde y el gris que se desarrollaban junto al ro, parecan ser solamente ilusiones. Atrs en direccin al Oeste, se elevaban las desnudas lomas, austeras y nobles a causa de su tremendo tamao, y entre ellas nacan las sombras gargantas misteriosas, que parecan inaccesibles para el hombre brotado en los esperanzados sueos de Terrill! Todo era piedra gris, tierra gris, donde unas pequeas manchas de cactos o de hierbas amarillentas surgan en las interminables pendientes. El corazn de Terrill se desalent. Al fin y al cabo, pens, ella era solamente una chiquilla. Haba amado las campias de Texas, de las cuales recorri a caballo ms de un millar de millas, pero podra hacer otra cosa que despreciar aquel engaoso desierto? Haba amado los lechos del ro Rojo, del Cabine, del Brazos, del Colorado y del Saba. Tenan claridad, color, vida, belleza. Pero aquel ro Pecos, a pesar de su brillo ligeramente plateado, con sus orillas blancas y grises, pareca fro, traidor, hostil y trazaba su desolado recorrido hacia un angustioso ignoto. -Oh pap! - grit para expresar su primera derrota -. Llvame atrs! ... junto a este horroroso Pecos no es posible crear un hogar

VPara los vaqueros del rancho de Heald, se llamaba Pecos Smith. No tardaron mucho en descubrir que era el mejor jinete, el hombre ms diestro manejando la pistola y el mejor lanzador de lazo que haba llegado del oeste de Texas. Pero esto era todo lo que pudieron saber de l y de su pasado. Pecos haba llegado ro arriba, en compaa de un gua de caravanas llamado McKeever, que tena que entregar una cantidad de cabezas de ganado en Santa Fe, Nuevo Mjico. Las ciudades de Santa Fe, Nuevo Mjico, Las Vegas y Alburquerque constituan un prspero mercado de ganados. Los fuertes del Gobierno aumentaban en gran medida la demanda de carnes. Los ganaderos, creyendo que en el porvenir encontraran la debida proteccin contra los pillajes de las bandas de indios, haban seguido a los venturosos colonizadores al sur de Nuevo Mjico y al oeste de Texas. La mayora del ganado que se consuma por entonces proceda de Ro Grande. A su regreso, McKeever se detuvo con sus acompaantes, menos uno, en el rancho de Heald. Los vaqueros del rancho observaron que el que faltaba era Smith. -Hemos dejado a Smith en Santa Fe - explic el gua -. Acometi a otro hombre a tiros, y como hace siempre despus de una pelea, se emborrach. No podamos esperarle. Pero supongo que no tardar en venir -Es un vaquero camorrista ese Smith? - pregunt Bill Heald, uno de los hermanos dueos del rancho. 23

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De ningn modo! Es el hombre de mejor carcter que pueda encontrarse - contest McKeever -. Pero siempre anda metindose por en medio cuando hay alguien en un apuro... Y es un infierno cuando tiene una pistola en la mano. Esta fue la presentacin de Smith a los Heald. Varios das ms tarde, Pecos lleg al rancho. Era un muchacho agradable, sonriente, despreocupado, de pura raza tejana. A Bill Heald le result muy simptico y, teniendo necesidad de caballistas, le ofreci un empleo. -S, me quedar a trabajar con usted - respondi Smith -. A Mac no le gustar, claro es, pero se ha portado psimamente conmigo en Santa Fe. Ha renegado de m con exceso. -McKeever me dijo que habas matado a un hombre - aadi Heald con calma, mientras observaba al vaquero -. En realidad, lo que me dijo fue que habas matado a a otro hombre ms. -Ese Mac tiene la lengua demasiado larga! - dijo dolido el vaquero -. Siempre est hablando de m! Heald pens que sera prudente renunciar a hacer ms investigaciones personales, a pesar de la curiosidad que suscitaba Smith. Sin embargo, la perspicacia de Heald le sugiri la conveniencia de averiguar ciertos detalles acerca del caballista, lo que le forz a hacerle una nueva pregunta. Has trabajado alguna vez para algn mejicano? 31. Para don Felipe Gonzlez - reconoci prontamente Smith -. Mi padre m