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Alice Munro PREMIO NOBEL 2013 “Isto non é un conto, tan só é vida”. Departamentos de Lingua castelá e literatura IES AUGA DA LAXE (Gondomar) & IES DE TOMIÑO

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Alice Munro PREMIO NOBEL 2013

“Isto non é un conto,

tan só é vida”.

Departamentos de Lingua castelá e literatura IES AUGA DA LAXE (Gondomar) & IES DE TOMIÑO

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extos de Alice Munro

AQUEL DOMINGO, después de comer en casa de Alfrida, me dispuse a volver a mi pensión caminando. Calculé que entre la ida y la vuelta habría hecho unos quince kilómetros a pie, lo cual debía neutralizar los efectos de lo que había comido. Me sentía atiborrada, no sólo de comida sino de todo lo que había visto y olido en el apartamento. De los muebles excesivos y anticuados. De los silencios de Bill. Del amor de Alfrida, terco como el lodo, inapropiado y sin esperanzas ―hasta donde yo veía― en la mera base de la edad.

Al cabo de haber andado un rato ya no sentía el estómago tan pesado. Juré no comer nada durante veinticuatro horas. Anduve hacia el norte y el oeste, hacia el norte y el oeste, por la ordenada cuadrícula de la pequeña ciudad. Los domingos por la tarde casi no había tráfico salvo en las vías principales. A veces mi ruta coincidía

unas manzanas con las de alguna línea. Veía pasar un autobús con dos o tres pasajeros. Personas que no conocía y que no me conocían a mí. Qué bendi-ción.

Había mentido; no iba a encontrarme con ami-gos. Dondequiera que viviesen, la mayoría de mis amigos se habían ido a sus casas. Mi novio no vol-vería hasta el día siguiente; había ido a encontrarse con sus padres en Cobourg, en el camino a la casa familiar de Ottawa. Cuando llegara a la pensión no habría nadie, nadie con quien tuviera que moles-tarme en hablar, nadie a quien escuchar.

Llevaba una hora andando cuando vi un drugs-tore abierto. Entré y pedí una taza de café. Era café recalentado y sabía a medicina, exactamente lo que

yo necesitaba. Ya me iba sintiendo más aliviada y entonces empecé a sentirme feliz. Qué felicidad estar sola. Ver en la acera la luz candente del final de la tarde, las hojas incipientes en las ramas de un árbol, sus sombras escasas. Oír al fondo el relato del partido que el camarero escuchaba por la radio. No pensaba en el cuento que escri-biría sobre Alfrida ―no en ese en particular―, sino en el trabajo que quería hacer, más parecido en mi visión a arrebatarle algo al aire que construir historias. Los gritos de la multitud me llegaban como grandes latidos llenos de pena. Hermosas olas de sonido ceremonioso con su aprobación y su lamento distantes, casi inhumanos.

Eso quería yo. A eso me pareció que debía atender. Eso quería que fuese mi vi-da. [De “Los muebles de la familia”, en Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio, 2001. Trad. de Marcelo Cohen, RBA, 2003.]

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AL CABO DE UNA SEMANA se había olvidado por completo de ella. Por supuesto, no esperaba volver a verla. Cuando Sofía entró en su despacho no la reconoció, quizá porque había prescindido de la capa que ocultaba su esbelta figura. Debía de sentir-se más audaz, o puede que hubiera cambiado el tiempo. No recordaba el sombrero ―sus herma-nas sí―, pero no se fijaba mucho en los com-plementos de la indumentaria femenina. Sin embargo, cuando Sofía sacó los papeles del bol-so y los dejó sobre la mesa, la recordó; suspiró y se puso las gafas.

Grande fue su sorpresa ―también se lo dijo un tiempo más tarde― al ver que todos y cada uno de los problemas estaban resueltos, y algu-nos de una forma totalmente original. Pero si-guió sospechando de ella, pensando que debía de haber presentado el trabajo de otro, tal vez de un hermano o un amante que se escondía por motivos políticos.

―Siéntese ―dijo―. Y explíqueme cómo ha llegado a estas soluciones, todos los pasos se-guidos.

Sofía empezó a hablar, inclinada hacia delan-te; el sombrero de tela blanda le cayó sobre los ojos; se lo quitó y lo dejó tirado en el suelo. Quedaron al descubierto sus rizos, sus brillantes ojos, su juventud y su tem-blorosa fogosidad.

―Sí ―dijo él―. Sí. Sí. Sí. Hablaba reflexiva, lentamente, tratando de disimular lo mejor posible su asom-

bro, sobre todo, ante las soluciones cuyo método discrepaba del suyo con suma bri-llantez.

Sofía lo desconcertó en muchos sentidos. Era tan frágil, tan joven y tan apasio-nada... Se sintió obligado a calmarla, a tratarla con cuidado, a dejar que aprendiera a refrenar los fuegos de artificio de su cerebro.

Llevaba toda la vida ―a Weierstrass le costó decirlo, como tuvo que reconocer, siempre receloso del excesivo entusiasmo―, llevaba toda la vida esperando a que un alumno así entrase en su habitación. Un alumno que lo cuestionase por comple-to, que no solo fuera capaz de seguir las elucubraciones de su mente, sino quizá de volar incluso más lejos. Debía tener cuidado y no decir lo que realmente pensaba, que en la mente de un matemático de primer orden hay sin duda algo parecido a la intuición, una llamarada que revele lo que siempre ha estado allí. Riguroso, meticu-loso, así hay que ser, aunque así también ha de ser el gran poeta. [De “Demasiada felicidad”, en Demasiada felicidad, 2009. Trad. de Flora Casas, Lumen, 2010.]

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ANTES DE TENERME A MÍ, mi madre perdió dos veces la criatura que llevaba en el vientre, así que cuando nací, en 1931, debió de haber cierta satisfacción. Los tiem-pos, sin embargo, eran cada vez menos halagüeños. La verdad era que mi padre se había metido en el negocio de las pieles un poco tarde. Habría tenido más posibili-dades de éxito a mediados de los años veinte, cuando la peletería empezaba a popu-larizarse y la gente tenía dinero, pero no lo había puesto en marcha entonces. Aún así nos mantuvimos a flote hasta que llegó la guerra y mientras duró. Incluso cuando terminó, la cosa debió de animarse un poco, porque fue el verano en que mi padre arregló la casa, agregando una capa de pintura ocre sobre el ladrillo visto. Había algún problema con el encaje de los ladrillos en la madera; no aislaban el frío como cabía esperar. Se pensó que con la capa de pintura la cosa mejoraría, aunque no re-cuerdo si fue así. Además nos hicimos un cuarto de baño, y el inútil montaplatos se convirtió en varios armarios de cocina, y el comedor diáfano que se comunicaba con la escalera pasó a ser un comedor corriente al poner un tabique que cerraba la esca-lera. Esta última reforma me trajo un consuelo que no me detuve a examinar, por-que en la antigua habitación era donde mi padre me había dado aquellas palizas que me hacían morir de amargura y vergüenza. Con el cambio de escenario, costaba in-cluso imaginar que algo así pudiera suceder. Yo ya estaba en el instituto, y cada año me iba mejor, a medida que quedaban atrás actividades como coser dobladillos o escribir con pluma, y los estudios sociales pasaban a la historia y se podía aprender latín.

[...] Y al terminar de lavar la loza [...] me sentaba con los pies metidos en el ca-lientaplatos, que se había quedado sin puerta, y leía las gruesas novelas que sacaba de la biblioteca municipal: Gente independiente, que trataba de la vida en Islandia, mucho más dura que la nuestra, aunque vista con una grandiosidad irrenunciable, o En busca del tiempo perdido, que no alcanzaba a entender, pe-ro no por ello se me ocurrió abandonarla, o La montaña mágica, que hablaba de la tuberculosis y se debatía entre lo que por un lado parecía un concepto de la vida genial y progresista y, por otro, una oscura desesperación que de algún mo-do resultaba emocionante. Nunca dedicaba ese tiempo precioso a los deberes de la escuela, pero cuando llegaban los exámenes hincaba los codos y me pasaba toda la noche en vela, empollando. Mi memoria a corto plazo era prodigiosa, y con eso solía cumplir.

A pesar de lo que pudiera parecer, me consi-deraba afortunada. [De “Vida querida”, en Mi vida Querida, 2012. Trad. de Eugenia Vázquez Nacari-no, Lumen, 2013.]

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extos sobre Alice Munro

DEBAJO DE LA ESCRITURA lisa y serena de Alice Munro hay siempre algo compul-

sivo; un regreso permanente a ciertos escenarios y a ciertos temas; una exploración reiterada a lo largo de muchos años de experiencias fundamentales de su propia vi-da, que no parecen agotársele nunca; una curiosidad por asomarse a comporta-mientos desorbitados que irrumpen en la normalidad y a situaciones atroces. Se cita siempre el nombre de Chéjov al hablar de ella, pero ella misma, en alguna entrevis-ta, reconociendo ese magisterio, ha aludido a modelos más próximos, las tres gran-des escritoras sureñas del cuento y la novela corta, Flannery O'Connor, Eudora Wel-ty y Carson McCullers. Las tres circunscriben sus ficciones a espacios geográficos muy limitados, muy cerrados, de in-tensa concentración humana; en las tres la religión rigurosa o fanatizada cobra una relevancia permanente; las tres escriben sobre lo inespera-do, lo extraordinario, lo bizarro que puede surgir en medio de las vidas más sujetas a la rutina. Y en todas ellas hay una mezcla muy poco tran-quilizadora entre la compasión hacia los pobres y los marginados y el humorismo macabro.

ANTONIO MUÑOZ MOLINA, El País, 11/10/2013.

http://cultura.elpais.com/cultura/2013/10/10/actualidad/1381430100_879589.

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FUE EN 1961 cuando en el periódi-co The Vancouver Sun apareció un reportaje sobre una joven escritora, Alice Munro, que había ido cons-truyéndose una cierta reputación literaria publicando cuentos en revistas o ven-diéndolos para la radio pública canadiense. Munro tenía entonces treinta años. En la foto que abre la entrevista vemos a una mujer atractiva con sus dos hijas, de siete y cuatro años. Aunque el simple hecho de que le dedicaran un espacio en la prensa muestra que comenzaba a ser reconocida como escritora de gran talento, el titular que encabeza el reportaje delata un profundo anacronismo: "Ama de casa encuen-tra tiempo para escribir relatos". En la misma entrevista ella cuenta cómo aprovecha

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el tiempo de siesta de las niñas para escribir en el cuarto donde ha colocado el cua-derno y la máquina. Esa habitación propia que Virginia Woolf estableció como pri-mordial para que una mujer accediera a una vida plena estaba situada en el caso de Munro en el cuarto de la plancha.

ELVIRA LINDO, El País, 4/12/2010. http://elpais.com/diario/2010/12/04/babelia/1291425165_850215.html

SI EN LOS ÚLTIMOS AÑOS el Premio Nobel ha ido a parar a las manos de Pinter, Coetzee o Vargas Llosa, y a la narradora canadiense Alice Munro, a uno no le queda más reme-dio que reconciliarse con el galardón. De todas formas, la elección me alegra espe-cialmente porque se le concede a una auto-ra de cuentos, a una de las más significativas de las últimas décadas. Los relatos de Mun-ro, se ha repetido hasta la saciedad, tienen su origen remoto en los de Chéjov, pues nuestra escritora parece ser el último es-labón de una importantísima tradición (ella destaca como referentes a Flannery O´Connor, Carson McCullers y Eudora Wel-ty) que se concentra en la vida de persona-jes normales y corrientes, los cuales, en un momento dado, sufren un cambio, una quiebra en su existencia, sobre todo en la

vida de las mujeres, en la relación entre madres e hijas. Su mundo es el del sudoeste de la provincia de Ontario, una zona rural, protestante, donde impera una moral es-tricta, colonizada por los escoceses, logrando convertir un territorio real en un espa-cio mítico.

Su obra arranca en 1968, con Dance of the Happy Shades, que ya obtuvo el pre-mio literario más prestigioso de su país. Y el último libro de ella que nos ha llegado es Mi vida querida (2013), con el que anunciaba que abandonaba la creación litera-ria, a los 82 años. […]

Hoy es un día de alegría para todos los que amamos el género del cuento, pa-ra quienes tanto hemos disfrutado con los relatos de Alice Munro.

FERNANDO VALLS, Blog La nave de los locos, 11/10/2013. http://nalocos.blogspot.com.es/2013/10/hay-que-leer-alice-munro.html

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MÁS DE UNA VEZ he declarado que Alice Munro es uno de los autores vivos que más merecía el Nobel. Me alegro que se haya destacado a una autora de cuentos, un género que gozó en su momento de gran prestigio pero que en las últimas décadas se le ha considerado algo secundario o como preparación para una novela y no es así. Realmente está al nivel de los mejores como Chéjov, Maupassant o Borges, aunque con estos dos últimos no tenga mucho que ver. Ella consigue transmitir una profunda emoción con personas fundamentalmente normales en una época en la cual se privilegia tanto los buenos y ma-los sentimientos de una manera que rozan la cursi-lería. Ella escribe sobre gente normal sin cargar las

tintas y consiguiendo unos niveles de emoción y profundidad con poco parangón en la literatura actual.

Su obra es bastante uniforme y no me puedo decantar por un libro en concreto porque todos me gustan. Tal vez destacaría La vista desde Castle Rock [2006. Trad. 2008], donde habla más de sus orígenes de la parte escocesa, y Runaway [2004. Trad. Escapada, 2005]que me causó mucha impresión.

Declaracións de JAVIER MARÍAS á Axencia EFE con motivo da concesión do Premio Nobel de Literatura 2013 a Alice Munro.

ANTON CHÉJOV (1860-1904)

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ara coñecer mellor a Alice Munro BIOGRAFÍA:

http://es.wikipedia.org/wiki/Alice_Munro#Biograf.C3.ADa

ALGÚNS CONTOS NA REDE:

“Radicales libres” (en Demasiada felicidad): http://ep00.epimg.net/descargables/2012/10/11/a02000fd633fbbec5518db92e61e4bfc.pdf

Fragmento de “Noche”(en Mi vida querida): http://www.abc.es/cultura/libros/20131010/abci-alice-munro-cuento-vida-201310101444.html

CRÍTICAS E REPORTAXES:

Alberto Manguel en El País: http://cultura.elpais.com/cultura/2013/10/10/actualidad/1381433664_329498.html

Cinco libros imprescindibles de Alice Munro: http://www.abc.es/cultura/libros/20131010/abci-cinco-libros-alice-munro-201310101332_1.html

Reportaxe de Emilio Pacheco: http://www.proceso.com.mx/?p=355716

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