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Tiempo e Historia (Amodio)

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    III Congreso Sudamericano de Historia

    Mrida, estado Mrida, 19 al 21 de julio de 2007

    Simposio Naturaleza y Quehacer de la Etnohistoria

    Las guerras del tiempo

    Saberes culturales y conocimiento del pasado

    Emanuele Amodio

    Escuela de Antropologa Universidad Central de Venezuela, Caracas

    [email protected]

    Resumen

    El tiempo perturba las conciencias y una de las funciones de la cultura es, precisamente, producir representaciones del devenir temporal e instrumentos de control para superar la crisis que la historicidad produce. Los saberes culturales que de esta manera se producen sobre el pasado de cada sociedad y, a menudo, sobre el de las otras, conforma una trama que da sentido al mundo y al individuo, aunque su fragilidad y precariedad impone continuas reestructuraciones, coherentes con las relaciones de poder existentes entre individuos y grupos sociales. Por estar fuertemente relacionado con los procesos de construccin de las identidades, el saber que se produce sobre el pasado se compone de imgenes y relatos de origen diferente, a menudo con lgicas discursivas contrapuestas. A partir de estas premisas, y frente a la pretensin occidental de elaborar historias "cientficas", se pretende reflexionar sobre los diferentes tipos de saberes culturales que se construyen sobre el pasado, tanto en el contexto de las sociedades occidentales como de otras de diferente horizonte, para identificar nudos epistemolgicos e insinuar algunas posibilidades del estudio antropolgico de sociedades y culturas pretritas.

    Palabras claves: Etnohistoria, antropologa histrica, historia del tiempo

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    1. Tiempo e historia

    La conciencia del devenir es posible a partir de la experiencia de la duracin y del cambio,

    pero ya que la conciencia no consigue fcilmente reflexionar sobre s misma, utiliza el

    mundo material para reflejarse en l y, desde all, asumir la posibilidad de que haya una

    diferencia en la manera de ser de las cosas dependiendo del momento de su existencia. La

    diferencia entre momentos de la existencia es medida a partir de la experiencia espacial del

    mundo, lo que implica que se hace en trminos de distancia. Espacio y tiempo se juntan as

    para permitir a la conciencia mantenerse constante en el flujo cambiante de la realidad.

    Pensar el tiempo es ubicarse en un punto especfico del flujo de das y noches, anclados en

    un lugar especfico. Recordando a Aristteles, el ahora (nyn) es siempre y tambin un aqu

    (stigm). Por esto, el tiempo y el espacio siempre son locales, vivencias individuales

    mediatizadas por la cultura de cada sociedad.

    Sin embargo, mientras que, para el sentido comn, resulta relativamente fcil aprehender la

    duracin temporal y el cambio entre estados diferentes de existencia del mundo material

    (incluyendo tambin el cuerpo humano), no lo es tanto cuando se trata de la conciencia del

    individuo que, en este sentido, es al mismo tiempo instrumento de percepcin y anlisis as

    como objeto de la misma. Por esto, ya que no hay percepcin de la temporalidad sino

    sentimiento e inferencia deductiva, el tiempo, antes que una realidad mensurable, es un

    estado psquico, una emocin, una pesadilla. Y es precisamente para disminuir el peso de la

    angustia producida por la temporalidad que las sociedades son obligadas a enfrentarse al

    problema de la duracin, es decir, ese raro fenmeno que implica la sucesin enlazada de

    estados de conciencia, que le permite al sujeto expresarse como presencia, en el hic et

    nunc de su acontecer, fuera del cual acecha el vrtigo de la indefinicin y el barranco de la

    eternidad sin nombre. Sin embargo, como bien lo percibi el Carpentier de La guerra del

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    tiempo (1993), estar en el aqu y en el ahora no conlleva necesariamente ni el movimiento

    temporal ni, lo que es ms importante, la direccin.1

    En este sentido, es til aclarar que, contrariamente a lo que impone el sentido comn, el

    concepto del ahora no pertenece al mundo de la fsica, ya que no lo necesita, es decir, la

    fsica desconoce el paso del tiempo En fsica, el tiempo es una dimensin, y, como con

    las tres dimensiones del espacio, puede representarse por medio de una lnea que se

    prolonga indefinidamente en ambas direcciones (Morris 1987: 138). De all que, el

    ahora, en cuanto generador de presente y no como instante, pertenecera al tiempo

    subjetivo, lo que resuelve de alguna manera el problema puesto por MacTaggart y la

    contradiccin entre sus dos series de tiempo fundadas, una, en las nociones de pasado-

    presente-futuro y, la otra, en las de anterior-posterior (McTaggart 1908). La conclusin

    sera la siguiente: no existira lo que se denomina presente de no haber seres conscientes

    para percibirlo. Si la percepcin consciente no creara el ahora, todos los momentos del

    tiempo coexistiran a un mismo nivel (Morris 1987: 139). La objecin de Morris a esta

    obligada conclusin es que hay ahora compartidos, como en el caso de mucha gente en

    un mismo partido de ftbol, lo que demostrara de alguna manera su objetividad. Sin

    embargo, lejos de poner en duda la conclusin sobre la pertenencia del ahora al tiempo

    subjetivo, la objecin permite aclarar mejor la conclusin: en el caso del partido de ftbol,

    el ahora compartido puede considerarse como la suma de todos los ahora de cada

    espectador, en un contexto socialmente determinado y culturalmente significado, lo que es

    lo mismo afirmar que el ahora ms que al tiempo subjetivo pertenece al tiempo cultural.

    Es su presente, con o sin el corolario de pasado y futuro.

    La funcin que desempea este ahora es ofrecer un asidero a la conciencia de s mismo o,

    para decirlo mejor, la necesidad de resolver la angustia temporal impone a cada sociedad la

    construccin de un simulacro general que, mientras da sentido y solucin al

    estremecimiento de la prdida de s mismo, haga manejable la realidad, anclada en los

    hechos cotidianos de continuidad y ruptura, de repeticin y novedad acontecimental. Por

    ende, ya que cualquier simulacro del tiempo es siempre contingente, sus caractersticas 1 En el cuento del cubano, la direccin del tiempo del protagonista es invertida: de la muerte hasta el nacimiento.

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    derivan de la sociedad que lo produce en un momento particular de su devenir. Escribe

    Gurevitch (1979: 260):

    La forma de percibir el tiempo revela numerosas tendencias fundamentales de la sociedad y de las clases, grupos e individuos que la componen. El tiempo ocupa un primer plano en la concepcin del mundo, que caracteriza a tal o cual cultura, as como otros componentes de esta concepcin como el espacio, la causa, el cambio, el nombre, la referencia al mundo sensible y del suprasensible, la relacin de lo particular a lo general y de la parte al todo, el destino, la libertad, etc.

    Cabe as pensar que hay tantas concepciones del tiempo como sociedades, lo que hara

    completamente imposible la comunicacin, salvo que diferenciemos, por lo menos, dos

    aspectos de esa representacin: el tiempo csmico y el tiempo cotidiano, con una interfaz

    que los hace coherentes.

    Al tiempo csmico pertenece el sentido, determinado por las formas identitarias y las

    concepciones vitales de cada sociedad y, por esto, tendencialmente inconmensurable al

    sentido de las otras culturas; mientras que el tiempo cotidiano, es decir, la prctica del

    tiempo, est relacionado con la experiencia, imbricado fuertemente con el territorio que

    permite la supervivencia cotidiana. Es precisamente este segundo aspecto de la

    organizacin cultural de la temporalidad lo que permite la comunicacin cotidiana, tanto

    entre miembros de un mismo grupo cultural como con los de otras culturas, ya que su

    lgica instrumental es de tipo euclidiano en todas las sociedades (relacin causa y efecto,

    permitiendo, por ejemplo, cultivar el campo, pescar y cazar o hacer la guerra).

    Sin embargo, esta prctica del espacio, definida por la cotidianeidad cultural que lo

    delimita, no agota su totalidad ni sirve para controlarlo definitivamente, tanto que la accin

    vivencial siempre deja unos residuos que perturban el proceso de nominacin instrumental.

    De all, la necesidad de producir una multiplicidad de significados que imbriquen el espacio

    en una red de sentidos hasta transformarlo en paisaje cultural. Es gracias a esta

    transformacin, expresada tanto en los signos que marcan los territorios como en la

    conciencia de los individuos que los viven, que el sentido del espacio se entrelaza con el del

    tiempo a travs de relatos mticos, donde la accin significante funda la existencia misma

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    de la realidad. Es el tiempo csmico, que da sentido a la vida de los individuos de cada

    sociedad.

    Accin y sentido son, as, los dos polos de la existencia cultural del tiempo, cada uno con

    sus caractersticas: el tiempo medido de la accin, basado en cronologas, y el tiempo

    csmico, estructurado en pocas o eras. La conciencia del tiempo est claramente

    determinada por la duracin, pero con una diferencia fundamental: la conciencia de la

    duracin cotidiana es inmediatamente presente en la accin productiva sobre el mundo,

    mientras que la conciencia del tiempo csmico atae a la interpretacin cultural de la

    existencia del mundo, a la cual se accede a travs de estados alterados de la conciencia y se

    comunica en los relatos mticos, sobre todo en su actuacin ritual. El rito permite el cruce

    entre la realidad cultural de lo existente y la realidad extraordinaria del ser, es decir, se trata

    de un instrumento de imbricacin significante de una realidad fluida e inasible. De all que

    la nominacin del tiempo csmico pertenece al mbito esotrico, mientras que la del tiempo

    cotidiano atae a la accin instrumental sobre el mundo.

    El centro medular de los dos tiempos es el presente: en un caso, vivido como estado

    permanente del ser; en el otro, como momentum del fluir de la conciencia sobre las cosas

    materiales: las plantas que crecen, el cuerpo que envejece, los das que pasan. No hay

    conciencia actuante del pasado o del futuro sino solamente del presente. En este sentido,

    bien escriba San Agustn en sus Confesiones, en el captulo 20, prrafo 26 del libro

    decimoprimero:

    Por lo menos esto es ahora manifiesto y claro: ni futuro ni pasado existen, y slo impropiamente se dice que los tiempos son tres: pasado, presente y futuro, pero tal vez ms propio sera decir que los tiempos son tres, en este sentido: presente del pasado [praesens de praeteritis], presente del presente [praesens de praesentibus] y presente del futuro [praesens de futuris]. Estos tres estn en cierto sentido en el alma y no veo cmo pueden estar fuera de ella: el presente de lo que es pasado es la memoria, el presente de lo que es presente es la mirada y el presente de lo que es futuro es la espera (traduccin nuestra del texto latino).

    Por todo esto, hablar de representacin del tiempo no es lo mismo que hablar de la historia

    de las sociedades, ya que el mismo sentido del trmino est fuertemente cargado por una

    concepcin particular del tiempo: la occidental de origen judo-cristiano (linealidad,

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    progresin ascendente de los das, finalidad implcita en la existencia temporal de los

    individuos). Claramente esto no vale para otras sociedades, aunque hayan producido una

    idea propia de historia pero no necesariamente con formas lineales, como es el caso, por

    ejemplo, de la historia en el pensamiento islmico, como expresa Louis Gardet (1987: 243):

    La historia no se desarrolla, como tampoco el tiempo. Es una discontinuidad vivida de momentos que se suceden, segn conexiones aparentemente ciertas, pero cuya significacin real permanece encerrada en el inmvil sarmad divino (la gnosis ismailiana la proyectar en los ciclos de la mito-historia). El misterio de la libertad y de la responsabilidad humana no se inserta en el curso de la historia, sino en la creacin divina instantnea de cada acto, sin conservacin en el ser

    Mayor distancia del pensamiento occidental encontramos en muchas sociedades indgenas

    amaznicas, para hacer un ejemplo latinoamericano, en las que la existencia cotidiana es

    vivida como un extensin temporal dilatada o, mejor, como un intento de ampliar el

    presente, construyendo una representacin donde lo que ha sido contina siendo y el

    pasado coexiste con el presente, es decir, los presentes fluyen no hacia un hipottico atrs

    sino hacia un plano diferente de existencia, al cual se accede, precisamente, a travs del

    rito:

    Al concepto de tiempo mitolgico se une tambin la idea de que todos los tiempos, pasado, presente y futuro, se encuentran alienados, en cierta medida, en un plano nico o, en cierto sentido, son simultneos. Nos encontramos aqu, con el fenmeno de la especializacin. Se vive el tiempo de la misma forma que el espacio. Y el presente no va separado del bloque temporal que forme el pasado y el futuro (Gurevitch 1979: 264).

    2. Construccin del pasado y relaciones de poder

    Si el pasado no existe para todos como tal, evidentemente hablar de la historia como un

    aspecto universal de la existencia de las sociedades es, por lo menos, reduccionista, ya que

    solamente algunas sociedades con caractersticas particulares han producido esta idea

    (estructura social estratificada, registro mnemotcnico del saber, etc.). En este sentido,

    podramos avanzar la hiptesis que existen sociedades donde el devenir est determinado

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    preponderantemente por una mquina mtica, mientras que otras funcionan

    fundamentalmente a travs de una mquina histrica. Es este ltimo caso, que nos

    interesa particularmente, las necesidades prcticas de gestin del sistema social complejo

    llevan a disminuir la importancia del tiempo csmico en la vida de los individuos y

    aumentar enormemente la del tiempo cronolgico. Los das reciben nombres, grupos de

    das se organizan en pequeos y grandes ciclos, etc., tomando los acontecimientos naturales

    del cosmos como referentes para marcar el ritmo de la cronologa. La historia de estas

    sociedades estara tericamente conformada por una serie de presentes-pasados que han

    dado origen al presente-presente y ste desembocara necesariamente en lo que, en el ahora,

    podemos definir como presentes-futuros (cf. Amodio 2005 c).

    Sin embargo, ya que el tiempo, en todos sus aspectos, es siempre una construccin cultural,

    tambin en el caso de las sociedades que funcionan sobre todo a travs de la mquina

    histrica, la construccin del pasado depende fuertemente de los procesos sociales,

    particularmente de la construccin de la identidad. Esto implica que la definicin de los

    presentes-pasados como historia de una sociedad est supeditada a los intereses del presente

    de individuos y grupos sociales. La identidad implica la continuidad de la conciencia de

    ser algo o pertenecer a algo a travs de los cambios o, de manera ms inmediata, la

    posibilidad de que el yo que se duerme es el mismo yo que se despierta, por ejemplo. Esto

    implica que la temporalidad es consustancial a la construccin de identidad, como bien lo

    expresa la atribucin de nombre, cuyos cambios se dan generalmente a travs de

    especficos rituales (ritual de iniciacin, matrimonio, etc.). Y, por otro lado, la relacin

    identidad/territorio asume la proveniencia como marca identitaria, dndole valor: las

    preguntas de dnde eres? y de quin desciendes? implican no solamente una

    referencia a un territorio y a una familia, sino tambin a un tiempo diferente del presente

    (pasado mtico o pasado histrico).

    Siendo evidentemente la identidad, personal o de grupo, un dispositivo relacional, resulta

    indudable el inters poltico de su construccin, tanto que es posible pensarla como un

    producto ideolgico, con la obvia conclusin de que quien controla la construccin de las

    identidades tiene una mayor posibilidad de influenciar a su favor la distribucin del poder

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    en cada sociedad (particularmente en aquellas estructuradas de manera estratificada). Pero,

    el control de las identidades, precisamente por la importancia que la temporalidad tiene en

    su construccin, impone tambin el control sobre el pasado o, para decirlo de otra manera,

    el mantenimiento del dominio sobre el presente resulta de la posibilidad de controlar los

    relatos sobre el pasado (de toda la sociedad y de cada grupo que la compone). Y esto vale

    tanto si se utiliza la mquina mtica como la mquina histrica para producir la

    valoracin de un pasado especfico: en el primer caso, los hechos histricos son mitificados

    (decantados de sus contenidos y trasformados en formas significantes), mientras que, en el

    segundo, las formas mticas son historizadas (los hechos son relatados como prototpicos y

    fundantes). Se trata de la "invencin de la tradicin", como la ha definido Eric Hobsbawm

    y Terence Ranger:

    Por tradicin inventada se entiende un conjunto de prcticas, generalmente reguladas por normas abiertas o tcitamente aceptadas, y dotadas de una naturaleza ritual o simblica, que se proponen de inculcar determinados valores o normas de comportamiento repetitivas en las cuales es automticamente implcita la continuidad con el pasado. De hecho, all donde es posible, intentan generalmente afirmar su continuidad con un pasado histrico oportunamente seleccionado (Hobsbawm y Ranger 1983: 6).

    La tradicin, tanto en la forma histrica como en la mtica, funciona como ancla temporal

    del presente impidindole fluctuar sin sentido, lo que justifica su invencin, en la triple

    significacin latina de invenire: inventar, descubrir, encontrar (valiendo as tanto la

    construccin imaginaria como el recorte de hechos de presentes-pasados). Este anclaje en

    una temporalidad diferente del presente es, por ende, coherente con el tipo de cultura y

    organizacin social de cada sociedad, asumiendo formas diferentes en las conciencias de

    los individuos segn el grupo cultural de adscripcin, reactualizada peridicamente en los

    rituales y activada todas las veces que puede servir de referente a la accin del presente (cf.

    Salhins 1988). Como escribe Llorenc Prats:

    El proceso en s consiste en la legitimacin de unos referentes simblicos a partir de unas fuentes de autoridad (de sacralidad si se prefiere) extraculturales, esenciales y, por tanto, inmutables. Al confluir estas fuentes de sacralidad en elementos culturales (materiales o inmateriales) asociados con una identidad dada y unas determinadas ideas y valores, dicha identidad y las ideas y valores asociados a los elementos culturales que la representan, as como el discurso que la

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    yuxtaposicin de un conjunto de elementos de esta naturaleza genera (y refuerza), adquieren asimismo un carcter sacralizado y, aparentemente, esencial e inmutable (Prats 1997: 22).

    Estos procesos se realizan en el contexto interno de cada sociedad, con una caracterizacin

    especial en las sociedades estratificadas: las relaciones entre grupos sociales, generalmente

    conflictivas, implican tambin el contraste entre representaciones diferentes del tiempo y,

    por ende, de la valorizacin del pasado. El grupo que domina el sistema necesita adquirir la

    hegemona en la representacin del pasado, en el sentido de que, parafraseando el Marx de

    la Ideologa Alemana (1968), el pasado construido por los grupos hegemnicos se vuelve

    dominante para todos los grupos del sistema social, una vez impuesto por los aparatos

    ideolgicos producidos para este fin. Este proceso no es fcil de completar, sobre todo por

    la oposicin, implcita o explcita, de otros grupos de poder (por ejemplo, los media

    contrapuestos a los aparatos oficiales) o de los mismos grupos subalternos que se resisten, a

    menudo de manera mecnica, a renunciar a su visin del pasado (cf. Amodio 2004).

    Estos mismos procesos se realizan, con formas un poco diferentes, tambin en las

    relaciones con otras sociedades y, de hecho, los procesos de construccin de las identidades

    tnicas implican a menudo la negacin de la cultura de los otros, incluyendo su memoria

    histrica, hasta llegar a negar su misma historicidad. Evidentemente, la imposicin de la

    propia reconstruccin del pasado a los otros es posible cuando se tiene la fuerza y los

    medios para imponerla, como es precisamente el caso del Occidente, con la

    universalizacin de su propia historia oficial, impuesta a travs de aparatos como las

    escuelas, las iglesias y los medios de comunicacin de masa.

    La importancia de esta conclusin es evidente dentro de los procesos actuales de

    globalizacin, aunque es til acotar que estos mismos procesos terminan por producir, a su

    vez, respuestas generalizadas de valorizacin de lo propio, incluyendo la posibilidad de

    contraponer a las versiones occidentales del pasado la propia reconstruccin de los hechos

    histricos (a travs de las formas tradicionales locales o apropindose de las formas

    occidentales). Claramente, depender de la capacidad y fuerza que los grupos locales

    consigan desarrollar que su versin del pasado pueda o no contrastar la historia impuesta

    por el Occidente. En estos casos, hay que hacer hincapi en el hecho de que las relaciones

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    entre relatos del pasado de diferente origen cultural dependen no solamente de los

    contenidos (por ejemplo, las diferencias entre los relatos histricos oficiales de Venezuela y

    los de Colombia) sino tambin de las formas que utilizan para producirse y comunicarse.

    De hecho, resulta un poco difcil contrastar relatos basados sobre una cronologa de hechos

    con relatos conformados por estructuras y acontecimientos mticos. Evidentemente, esta

    conclusin no es vlida si consideramos el pasado reciente, ya que tambin los pueblos que

    utilizan predominantemente el registro mtico para representarse el pasado lejano,

    mantienen una memoria histrica, aunque sea de corta duracin, por ser generalmente

    expresada en forma oral y no ir ms all de algunas generaciones de individuos testigos (la

    muerte de los testigos facilita la transformacin del relato histrico en relato mtico). Pero,

    es precisamente aqu donde se pone el problema de una reconstruccin del pasado en

    perspectiva intercultural.

    3. Etnohistoria e historia intercultural

    A lo largo de nuestro anlisis de la representacin cultural del tiempo, hemos enfatizado

    que los relatos que ilustran acontecimientos del pasado de una sociedad dependen de las

    formas locales de produccin de la cultura, as como de los intereses del grupo social

    productor. Queremos subrayar que, en esta apreciacin, incluimos tanto la invencin y

    descripcin de acontecimientos pasados como su sentido en relacin al presente, es decir,

    su interpretacin. Ya aclaramos que con invencin nos referimos a mltiples procesos

    que pueden incluir tanto la produccin imaginaria de acontecimientos pasados como la

    identificacin de acontecimiento en un repertorio histrico.

    Para los productores y destinatarios de estos relatos, los hechos narrados son evidentemente

    verdaderos, es decir, no se pone en duda su acontecer pasado, aunque puede haber

    apreciaciones diferenciadas de su estatuto de realidad, ya que cualquier sociedad elabora un

    sistema de representacin del mundo donde caben mltiples formas de existencia, desde la

    puramente material hasta la puramente espiritual, y de conciencia interrelacionadas como la

    mtica y la histrica (cf. Hill 1988). Esto complica un poco el cotejo de versiones del

    pasado de origen cultural diferente, ya que antes se hace necesario un proceso de

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    homogeneizacin categorial que raramente resulta espontneo, tanto que, por ejemplo, los

    relatos indgenas son automticamente consideradas no histricos por los expertos

    occidentales del pasado, mientras que los expertos indgenas en mitologa con facilidad

    atribuyen carcter mtico a los relatos histricos del Occidente. Ver, por ejemplo, en el caso

    de Venezuela, las atribuciones populares de negritud de Bolvar o su nacimiento en Capaya,

    pueblo de origen esclavo en Barlovento (cf. Salas de Lecuna 1987; Mestas Prez 2008). Por

    otro lado, resulta muy interesante el hecho de que muchos pueblos indgenas amaznicos

    hayan percibido la figura de Cristo como coherente con sus historias mticas, atribuyndole

    caractersticas chamnicas primordiales o, en el caso de los makux de Brasil, haber

    atribuido, despus de la evangelizacin, a algunos hroes distribuidores de dones los

    nombre de Cristo y San Pedro, lo que ha implicado evidentemente un reconocimiento de

    formas coherente con las propias (cf. Amodio 1989).

    Los procesos y los casos citados permiten algunas indicaciones operativas, tiles para quien

    pretende reconstruir el pasado en perspectiva intercultural: cualquier reconstruccin del

    pasado de sociedades en contacto permanente impone la necesidad de considerar de manera

    no ideolgica las diferentes versiones del pasado producidas por los varios pueblos, aunque

    sus formas sean diferentes y difcilmente puedan identificarse hechos comunes. El conjunto

    de relatos elaborados por cada grupo cultural constituira su etno-historia, es decir, la

    reconstruccin del propio pasado y del ajeno a partir de la lgica e intereses propios en un

    presente histrico determinado; mientras que lo que cada grupo o sociedad piensa de los

    otros actuales podra ser definido como etno-antropologa, siendo en los dos casos

    versiones mic de lo que el otro es o ha sido. La utilizacin del trmino etno es aqu

    coherente con su uso en definiciones como etno-botnica, etno-medicina, etc., lo que

    implica una subversin del uso tradicional del trmino etnohistoria como disciplina que

    estudia el pasado de sociedades sin escritura o que lo reconstruye de manera antropolgica

    (cf. Amodio 2005 c). Lo mismo vale para el trmino nuevo de etno-antropologa, que

    definira los relatos mic de cualquier sociedad alrededor de los otros del presente,

    incluyendo -en gran parte- la misma disciplina antropolgica occidental. Esta propuesta nos

    parece coherente con lo afirmado por Braudel (1990: 75):

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    Para m, la historia es la suma de todas las historias posibles: una coleccin de oficios y de puntos de vista, de ayer, de hoy y de maana. El nico error, a mi modo de ver, radicara en escoger una de estas historias a expensas de las dems.

    El primer problema en la comparacin de etnohistorias de sociedades diferentes (o de

    diferentes grupos sociales dentro de una misma sociedad) atae al tipo de lgica con la cual

    cada una de ellas ha sido elaborada (cf. Turner 1988). Para intentar solucionar este

    problema, puede ser til volver a nuestra separacin de las representaciones del tiempo en

    tiempo csmico y tiempo cotidiano, cuando atribuimos al primero una lgica mtica y

    al segundo una lgica histrica. As, primero habra que analizar cada referencia al pasado

    para ver cul de las dos lgicas ha sido utilizada y, despus, comparar los datos entre s, sin

    cruzarlos entre los dos tipos de reconstrucciones. Por ejemplo, en el caso de la comparacin

    entre historia occidental e historia de una sociedad indgena particular, sta es posible

    solamente si conseguimos separar los dos tipos de reconstrucciones del tiempo. As, los

    relatos mticos indgenas son lgicamente coherentes con las historias mticas del origen del

    cristianismo, lo que permite comparaciones y hasta fusiones por parte de los mismos

    actores (pero, evidentemente, no por un historiador intercultural, para quien estas teoras

    del origen del mundo son universos auto-referenciales sin posibilidad de definir cul es la

    verdadera, ya que lo son todas).

    Diferente se presenta la posibilidad de comparacin entre las reconstrucciones de la

    temporalidad cotidiana, ya que se trata de relatos construidos a partir de acontecimientos

    histricos y no mticos. Por acontecimientos histricos entendemos eventos que han

    marcado la vida de individuos o de las sociedades y que son recordados a travs de la

    memoria o del registro documental (cualquier tipo sea, mnemotcnico o iconogrfico).

    Aqu estriba el segundo problema de la reconstruccin histrica intercultural: el del mtodo

    utilizado para su transmisin. En algunas sociedades se utiliza un sistema mnemotcnico

    para recordar y trasmitir relatos de eventos pasados, mientras que en otras se emplea un

    sistema de memoria espontnea y de transmisin oral de los relatos, lo que impone una

    distincin entre reconstruccin de acontecimientos lejanos y acontecimientos cercanos,

    entendiendo por estos ltimos aqullos transmitidos por los testigos directos. En estos

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    casos, se trata de combinar fuentes mnemotcnicas, incluyendo la escritura y productos

    iconogrficos, con el testimonio oral de los actores de los acontecimientos o cuya

    descripcin haya sido trasmitida directamente a otro al cual se tiene acceso. Esta restriccin

    es necesaria, ya que cuando un relato testimonial es trasmitido ms all de los testigos

    presenciales, poco a poco, por las caractersticas de la transmisin oral, termina asumiendo

    formas mticas, lo que limita su utilizacin historiogrfica, aunque puede ser muy til para

    entender la produccin de sentido en esa cultura. Por ejemplo, los relatos amaznicos de un

    gran diluvio acontecido en el pasado donde la humanidad de antes desaparece y se crea una

    nueva, ms all de la posible influencia del mito cristiano, ms que referirse a un evento

    especfico, debe ser considerado como la suma de todas las inundaciones que esa sociedad

    ha experimentado durante su historia, cuya progresiva aglutinacin en un nico relato

    mtico sirve para estructurar, literalmente, una experiencia posible del mundo e indicar las

    respuestas posibles, en el abanico que la sociedad local ha experimentado exitosamente (cf.

    Amodio 2005 a). En este caso, evidentemente, de nada sirve cotejar registros geolgicos

    con la descripcin mtica para identificar eventos precisos y cronolgicamente localizables,

    aunque evidentemente pueden servir para elaborar una historia natural del territorio.

    Por su parte, es evidente que tambin las fuentes mnemotcnicas deben ser utilizadas con

    mucho cuidado, ya que siempre estn fuertemente determinadas por las caractersticas de

    los productores que las produjeron en un contexto preciso y a partir de intereses concretos

    del momento. Esto vale sobre todo en la actualidad, considerando el gran nmero y tipo de

    fuentes escritas e iconogrficas que, a menudo contradictorias entre ellas, circulan sobre

    eventos de importancia. A ellas, en una perspectiva intercultural, hay que aadir los

    testimonios orales de los actores o allegados, los que generalmente pasan completamente a

    segundo plano y a menudo son negados completamente. Por ejemplo, en el caso de la

    invasin norteamericana a Irak, resultan notorias las diferencias en los reportajes de los

    periodistas de la cadena CNN y la televisin rabe Al-Jazeera y aun ms con los

    testimonios directos de los actores de esta tragedia; de la misma manera que, en el caso de

    Venezuela, los relatos de los indgenas que vivieron la violencia de Funes a comienzo del

    siglo XX en el Amazonas, cuando la fiebre del caucho, difieren de los pocos textos

    publicados sobre el tema (cf. Iribertegui 1987; Pineda Camacho 2000). En este ltimo caso,

  • 14

    evidentemente, la progresiva desaparicin de los testigos ha mermado la posibilidad de

    acceder al testimonio directo, aunque todava es posible aproximarse a la etnohistoria local

    gracias a los hijos de los testigos directos, cuya versin de los relatos ha comenzado ya su

    transformacin en mito.

    Cuando se trata de acontecimientos lejanos, el problema de las fuentes interculturales se

    complica enormemente, ya que los testigos presenciales han desaparecido y solamente

    queda el testimonio escrito o iconogrfico, elaborado, generalmente, por individuos

    alfabetizados, es decir, perteneciente a grupos sociales particulares y generalmente

    dominantes. Vale aqu el ejemplo contradictorio de la llamada Leyenda negra de la

    conquista espaola de Amrica, donde la diferencia de registro entre relatos escritos

    espaoles e ingleses es notoria: cada versin determinada por intereses particulares. En este

    caso, estn ausentes casi completamente los testimonios de los actores subalternos, sobre

    todo de los indgenas que sufrieron la conquista. As, es necesario echar mano de cualquier

    otro recurso investigativo, como es el caso de los materiales de origen arqueolgico, para

    intentar relativizar, por un lado, los datos derivados de los relatos escritos y, por el otro,

    recrear un contexto de los acontecimientos que permita su mejor utilizacin para reconstruir

    acontecimientos de sociedades pasadas.

    El riesgo que corre el historiador intercultural en esta reconstruccin de acontecimientos

    lejanos es el de dejarse influenciar, como a menudo ocurre, por su presente histrico en

    cuanto contexto de produccin de la mirada, por sus postura ideolgicas y, finalmente, por

    su enfoque disciplinar. En estos casos, se produce un sinfn de equvocos semnticos que,

    en un correcto anlisis etnolgico, no pueden simplemente deshacerse apelando a una

    referencialidad universal que es slo de carcter tcnico, y cuyos parmetros responden a la

    experiencia de una sola cultura (Cardn 1990: 211). Vase, por ejemplo, el surgimiento de

    una historiografa feminista que, mientras rescata justamente la presencia y accin de

    sujetos negados por los historiadores tradicionales (generalmente varones), corre el riesgo

    de sobrevalorar la presencia femenina en sociedades masculinamente orientadas; y, por otro

    lado, hay que admitir que es gracias a estos nuevos enfoques (historia de la mujeres,

    historia de los subalternos, historia de la infancia, etc.), incluyendo sus exageraciones, que

  • 15

    se est haciendo posible percibir a las sociedades del pasado con una mayor adherencia a

    sus procesos sociales reales. Lo mismo vale cuando se intenta el estudio de sociedades

    indgenas del pasado, donde posturas indigenistas pueden sesgar fuertemente los datos, as

    como tradicionalmente los han hecho posturas antiindgenas, no siempre conscientes en los

    historiadores criollos, aunque casi siempre presentes por induccin implcita de su misma

    sociedad. Precisamente, es en la descripcin de sociedades diferentes de la propia (sean

    estas del presente o del pasado) donde se corre el riesgo de proyectar las propias categoras

    culturales sobre las formas ajenas, sobre todo en aquellos mbitos que la sociedad

    occidental considera medulares, como la familia, la religin o la sexualidad. El caso de la

    religin, en este sentido, es emblemtico ya que se le atribuye a los otros las formas

    religiosas propias, llegando hasta el extremo, como pas con el antroplogo italiano

    Pettazzoni (1922), en la dcada de 1920, de demostrar que todos los pueblos, en el fondo,

    eran monotestas, cuando en verdad tendramos que comenzar con poner en duda si eso de

    la religin es o no un fenmeno universal como, por ejemplo, la lengua. En estos casos,

    vale lo que escribe Alberto Cardn (1990: 211) a propsito del canibalismo de indgenas

    mesoamericanos:

    Cuando nos enfrentamos a dos hechos similares desde el punto de vista morfolgico, ocurridos en contextos culturales dismiles, en la medida en que las semejanzas y desemejanzas morfolgicas (las ms visibles a primera vista) se establecen desde el punto de vista privilegiado de uno de los dos contextos, lo primero que se impone es determinar sobre la base de qu testimonios se establecen las analogas y las diferencias, y luego, por conmutacin, el contenido semntico concreto de los testimonios aceptados como enunciados protocolares (Cardn 1990: 211).

    La conclusin a la cual podemos llegar (cuando se trata de reconstrucciones de

    acontecimientos lejanos bajo un enfoque intercultural en las que los actores pertenecen a

    sociedades diferentes en cuanto al registro de los eventos pasados) es que no existe

    posibilidad de mediatizar las versiones de un hecho, ya que hay relatos producidos

    solamente de un lado (el de la escritura), aunque a veces stos son atribuidos de alguna

    manera al otro lado (el de la oralidad). Es posible, en algunos casos, echar mano del recurso

    mtico del presente, cuando parece expresar eventos lejanos, pero ya concluimos que se

  • 16

    trata de registros lgicos diferentes, aun cuando contienen elementos que encuentran

    comprobacin en el relato escrito, ya que no se debe subvalorar la posibilidad de que haya

    habido contaminacin entre las dos formas.

    Un ejemplo puede aclarar este proceso: a final de la dcada de 1980, junto con el

    antroplogo Horacio Biord, nos involucramos en un trabajo de investigacin y apoyo a la

    reivindicacin de las tierras indgenas karias de Venezuela. En la frecuentacin cotidiana

    con ancianos indgenas fueron emergiendo algunos relatos sobre la titulacin colonial de las

    tierras por parte del rey de Espaa, quien habra visitado el Oriente de Venezuela y

    entregado los ttulos. Aparte de la ausencia de pruebas documentales de este viaje, nos

    llamaba la atencin que el relato asuma formas mticas de fundacin extra-histrica del

    derecho a la tierra, incluyendo la atribucin de la perdida del ttulo al descuido femenino y

    al fuego, lo que expresaba claramente ms posturas culturales de gnero que realidad

    histrica. La primera interpretacin de este hecho fue un poco obvia: en la memoria oral de

    los ancianos permaneca el recuerdo, transmitido de generacin en generacin desde las

    ltimas dcadas del siglo XVIII hasta la actualidad, lo que nos llev a los archivos

    nacionales y espaoles hasta encontrar los ttulos de tierra que el Visitador Chvez y

    Mendoza, de Santo Domingo, haba entregado a los karias, claramente por mandato del

    Consejo de Indias y, por ende, del rey de Espaa (cf. Amodio 2005 b). Sin embargo, con el

    pasar de los aos y de las investigaciones, otra conclusin se impuso: la noticia de la

    titulacin espaola se haba mantenido gracias a otro proceso: esta memoria haba

    perdurado debido a la forma mtica, pero sta haba sido peridicamente reforzada tambin

    por la accin de los funcionarios estatales que de tanto en tanto visitaban las reas

    indgenas precisamente para resolver el problema de las tierras (tanto para justificar su

    expropiacin, como, en algunos pocos casos, para reafirmar los derechos indgenas). As, la

    referencia a los ttulos de Chvez y Mendoza la encontramos siempre presente en ocasin

    de leyes nacionales sobre baldos y tierras indgenas a partir de la dcada de 1840, en la de

    1880, a comienzos del siglo XX, en la reforma agraria de mitad de este mismo siglo,

    adems de la ms reciente accin indigenista de la dcada de 1970, en las mismas regiones

    karias.

  • 17

    El proceso descrito, resultado del intercambio entre relatos orales y escritos de sociedades

    diferentes, puede ser corroborado de manera ms tajante cuando los mismos indgenas

    acceden al registro escrito, es decir, a los relatos elaborados por los historiadores o

    antroplogos. Para el mismo caso karia, y podramos hacer ejemplos de otros pueblos

    indgenas, en el contexto del mismo proyecto citado de finales de la dcada de 1980,

    elaboramos, junto con Horacio Biord y Filadelfo Morales un pequeo libro de historia

    colonial de los karias, que fue distribuido gratuitamente en las escuela indgenas de este

    pueblo (Biord-Castillo et alii. 1989). El librito tuvo bastante xito entre los karias. En

    2004, una tesista de la Escuela de Antropologa de la Universidad Central de Venezuela,

    durante su investigacin entre los karias, encontr que se le relataban acontecimientos

    coloniales como tradicionales aunque su origen, explcitamente aclarado en un segundo

    momento, no era otro que el contenido del pequeo librito nuestro, cuyo contenido haba

    entrado as en el flujo de la tradicin oral local.

    Estos ejemplos nos llevan a concluir que el futuro de la historia del pasado de los pueblos

    indgenas ya no puede contar con relatos etnohistricos completamente propios, por los

    menos en cuanto a lo que hemos denominado tiempo cotidiano, sino con relatos locales

    transmitidos oralmente que se han mezclado y sincretizado, irremediablemente, con los

    relatos occidentales transmitidos a travs de la escritura. An as, tanto en la forma mtica

    como en la histrica, se trata siempre de una socializacin del pasado a travs de relatos

    que, evidentemente, expresan una consciencia del pasado, producida frente a la realidad del

    presente (cf. Hill 1992: 814).

    Lo que s parece cada da ms evidente es que el acceso, aun en parte transculturizante, de

    los pueblos indgenas a las formas culturales occidentales puede dar origen a la formacin

    de etno-historiadores indgenas que, desde su enfoque tnico y desde sus intereses, puedan

    asumir la tarea de historiar sus pueblos. Claramente, el surgimiento de nuevas etnohistorias

    no resuelve el problema de una historia intercultural, pero sienta las bases para que la

    confrontacin no sea completamente desequilibrada. Hay que tener en cuenta que la

    avanzada avasallante de los procesos de globalizacin parece dificultar esta posibilidad,

    sobre todo en consideracin que la occidentalizacin del mundo implica tanto una

  • 18

    colonizacin de las formas expresivas de otras culturas como la obligacin de asumir el

    pasado occidental como punto de referencia para el pasado de las otras sociedades. Sin

    embargo, estos procesos se han hecho tan explcitos que ha crecido la conciencia de su

    realizacin. Esto est produciendo, dentro del mismo Occidente, y tambin afuera (desde la

    periferia occidental, podramos decir), la delimitacin de espacios nuevos de reflexin

    intercultural y nuevas propuestas epistemolgicas en las cuales la experiencia

    antropolgica, tanto terica como metodolgica, no es extraa. Pero, no se trata solamente

    de voluntarismo, ms o menos revolucionario, sino que las mismas condiciones de

    existencia globalizada crean la base para que una historia antropolgica, es decir,

    intercultural puede ser producida finalmente, ya que, como escribe Giorgio Agamben:

    Cada concepcin de la historia es siempre producida junto con una cierta experiencia del tiempo que es implcita en ella, que la condiciona y que se pretende, precisamente, manifestar. Del mismo modo, cada cultura es antes que nada una cierta experiencia del tiempo y una nueva cultura no es posible sin una transformacin de esta experiencia. La tarea original di una autntica revolucin no es as simplemente cambiar el mundo, sino tambin y sobre todo cambiar el tiempo (Agamben 1979: 91).

  • 19

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