Amores foráneos
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El políglota universal
Amores foráneos por: Degnis Romero
Los gurús del tema afirman que no ha existido una
forma más rápida y efectiva de aprender idiomas extranjeros
que empatarse con alguien cuya lengua materna sea la que
interesa. Se dice que ese ‘método’ tiene ventaja doble, ya que
también se involucra el amor, que, como se sabe, es el idioma
universal. Por tanto, se cumple la filosofía de Alberto Arvelo,
con aquello de: Coplero que canta y toca/conjuntas ventajas
tiene/toca cuando le da gana/y canta cuando le conviene.
Además, aconsejan tener siempre presente evitar, a
toda costa, relaciones sinérgicas donde el todo es mayor que
la suma de las partes; o sea, donde 1+1>2, porque el tripón
resultante impide seguir aplicando la eficiente metodología.
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Los expertos en estas lides, y que han resultado
políglotas con el correr de los años, recomiendan comenzar
desde el liceo incursionando con la lengua italiana, porque se
trata de la colonia más abundante en el país y porque al
tener raíz latina se facilita el aprendizaje; además, se elimina
bien temprano tener que cargar con el estigma planteado por
el Dr. Octavio: ¡El que no habla italiano es un bárbaro!
El portugués debería figurar como segundo idioma,
ya que se adapta a las razones expuestas anteriormente. En
este caso, los conocedores sugieren búsqueda en fuentes de
soda, abastos, panaderías, etc. Si se corre con suerte, las
clases estarán aderezadas con cachitos, pastelitos, etc.
Para aprender francés hay que inscribirse en un
cursito, porque a pesar de la raíz latina no es tan obvio el
graznido (como ejemplo se puede tratar de imitar a Edith Piaff
diciendo Non, je ne regrette rien). Lo primero es saber decir: je
t’aime (yetem), y entender las posibles respuestas: moi aussi
(muaosí) = yo también, o tu es fou! (tuefú) = ¡t’as loquibambia!
El inglés es obligatorio aprenderlo. Antes era más
sencillo porque se podía viajar a Miami los fines de semana
(en tiempos del 4,30 y del ta’ barato, dame dos), meterse en
un night club de Coconut Grove, ubicarse en la barra para,
en menos de un minuto, tener al lado un excelente espécimen
de estirpe cubana, buscando conversa de carácter trilingüe.
Ahora para darse una escapadita norteña hay que
contar con Dios y su ayuda. Además, los gringos y británicos
están corríos de este país, por lo tanto ya ni siquiera se ven
los tours en las calles de Caracas pa’ echá una lenguará.
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A medida que se incursiona en otras lenguas, los
eruditos en la materia dicen que la cosa se va poniendo más y
más pelúa, porque aparecen sonidos nuevos y complicados;
pero ponen como ejemplo emblemático de la efectividad de
esta práctica el caso del personaje Danza con Lobos, del film
homónimo, donde el tipo aprende a hablar sioux en un 2x3.
Para aprender alemán, además del curso, está la
opción de visitar la Colonia Tovar los fines de semana, comer
un plato de eisbein mit sauerkraut = rodilla de cerdo con col
agria, en un restaurante típico y tratar de establecer contacto
cercano del tercer tipo con descendientes de teutones. (Por
cierto, se acaba de descubrir el ADN del cerdo. Cero política).
En el caso del árabe, toca enredarse con gente del
negocio de shawarma, de ropa, zapateros, amoladores, etc.
El chino se aprende con gente de los restaurantes,
de abastos o de tiendas diversas y cada vez más numerosas.
Para aprender japonés hay que inscribirse en un
curso y tratar de deslumbrar a quien lo dicta, porque es
difícil conseguir nativos de ese país por estos lados.
El ruso se puede aprender ligando con alguien de
origen eslavo que dicte cursos o que entrene atletas criollos
para hacer buen papel en los juegos olímpicos.
La cosa se complica con el mongol, sueco, húngaro,
etc.; ya que no hay cursos ni abunda gente de esa por aquí.
Los entendidos en esta forma de aprendizaje dicen
que el quid del asunto es el contacto físico entre las partes, o
sea, aprender por ósmosis. No sirve el satélite por aquello de
Ismael Rivera, Satélite Llamando a Control: ¡No responde!