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1 JUAN JOSÉ TABLADA (México, 1871-1945) HAIKAIS LA ARAÑA Recorriendo su tela esta luna clarísima tiene a la araña en vela. LOS GANSOS Por nada los gansos tocan alarma en sus trompetas de barro. LA LUNA La Luna es araña de plata que tiene su telaraña en el río que la retrata. LA LUNA Es mar la noche negra; la nube es una concha; la luna es una perla... MACEDONIO FERNÁNDEZ (Argentina, 1874-1952) No todo alcanza Amor, pues que no puede romper el gajo con que Muerte toca. Mas poco Muerte puede si en corazón de Amor su miedo muere. Mas poco Muerte puede, pues no puede entrar su miedo en pecho donde Amor. Que Muerte rige a Vida; Amor a Muerte. GABRIELA MISTRAL (Chile, 1889-1957) Del nicho helado en que los hombres te pusieron, te bajaré a la tierra humilde y soleada. Que he de dormirme en ella los hombres no supieron, y que hemos de soñar sobre la misma almohada. Te acostaré en la tierra soleada con una dulcedumbre de madre para el hijo dormido, y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna al recibir tu cuerpo de niño dolorido. Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas, y en la azulada y leve polvareda de luna, los despojos livianos irán quedando presos. Me alejaré cantando mis venganzas hermosas, ¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna bajará a disputarme tu puñado de huesos!

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Antología de poemas

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JUAN JOSÉ TABLADA (México, 1871-1945)

HAIKAIS LA ARAÑA Recorriendo su tela esta luna clarísima tiene a la araña en vela. LOS GANSOS Por nada los gansos tocan alarma en sus trompetas de barro.

LA LUNA La Luna es araña de plata que tiene su telaraña en el río que la retrata. LA LUNA Es mar la noche negra; la nube es una concha; la luna es una perla...

MACEDONIO FERNÁNDEZ (Argentina, 1874-1952)

No todo alcanza Amor, pues que no puede romper el gajo con que Muerte toca.

Mas poco Muerte puede si en corazón de Amor su miedo muere. Mas poco Muerte puede, pues no puede entrar su miedo en pecho donde Amor. Que Muerte rige a Vida; Amor a Muerte.

GABRIELA MISTRAL (Chile, 1889-1957)

Del nicho helado en que los hombres te pusieron, te bajaré a la tierra humilde y soleada. Que he de dormirme en ella los hombres no supieron, y que hemos de soñar sobre la misma almohada. Te acostaré en la tierra soleada con una dulcedumbre de madre para el hijo dormido, y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna al recibir tu cuerpo de niño dolorido. Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas, y en la azulada y leve polvareda de luna, los despojos livianos irán quedando presos. Me alejaré cantando mis venganzas hermosas, ¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna bajará a disputarme tu puñado de huesos!

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MARIANO BRULL (Cuba, 1891-1956)

EL NIÑO Y LA LUNA

Para Jorgito Mañach y Baños que, de niño, le gustaba jugar con la luna

La luna y el niño juegan un juego que nadie ve; se ven sin mirarse, hablan lengua de pura mudez. ¿Qué se dicen, qué se callan, quién cuenta una, dos y tres, y quién tres y dos y uno y vuelve a empezar después? ¿Quién se quedó en el espejo, luna, para todo ver? Está el niño alegre y solo; la luna tiende a sus pies

nieve de la madrugada, azul del amancer; en las dos caras del mundo —la que oye y la que ve— se parte en dos el silencio, la luz se vuelve al revés, y sin manos, van las manos a buscar quién sabe qué, y en el minuto de nadie pasa lo que nunca fue... El niño está solo y juega un juego que nadie ve.

CÉSAR VALLEJO (Perú, 1893-1938)

LOS HERALDOS NEGROS Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé! Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma... ¡Yo no sé! Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas; o los heraldos negros que nos manda la Muerte. Son las caídas hondas de los Cristos del alma de alguna fe adorable que el Destino blasfema. Esos golpes sangrientos son las crepitaciones de algún pan que en la puerta del horno se nos quema. Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos, como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada; vuelve los ojos locos, y todo lo vivido se empoza, como charco de culpa, en la mirada. Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!

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Considerando en frío, imparcialmente, que el hombre es triste, tose y, sin embargo, se complace en su pecho colorado; que lo único que hace es componerse de días; que es lóbrego mamífero y se peina... Considerando que el hombre procede suavemente del trabajo y repercute jefe, suena subordinado; que el diagrama del tiempo es constante diorama en sus medallas y, a medio abrir, sus ojos estudiaron, desde lejanos tiempos, su fórmula famélica de masa... Comprendiendo sin esfuerzo que el hombre se queda, a veces, pensando, como queriendo llorar, y, sujeto a tenderse como objeto, se hace buen carpintero, suda, mata y luego canta, almuerza, se abotona... Considerando también que el hombre es en verdad un animal y, no obstante, al voltear, me da con su tristeza en la cabeza... Examinando, en fin, sus encontradas piezas, su retrete, su desesperación, al terminar su día atroz, borrándolo... Comprendiendo que él sabe que le quiero, que le odio con afecto y me es, en suma, indiferente... Considerando sus documentos generales y mirando con lentes aquel certificado que prueba que nació muy pequeñito... le hago una seña, viene, y le doy un abrazo, emocionado. ¡Qué más da! Emocionado... Emocionado...

MASA Al fin de la batalla, y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre y le dijo: «No mueras, te amo tanto!»

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Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. Se le acercaron dos y repitiéronle: «No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil, clamando: «Tanto amor, y no poder nada contra la muerte!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. Le rodearon millones de individuos, con un ruego común: «¡Quédate hermano!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. Entonces, todos los hombres de la tierra le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado; incorporóse lentamente, abrazó al primer hombre; echóse a andar…

JORGE LUIS BORGES (Argentina, 1899-1986)

MIS LIBROS Mis libros (que no saben que yo existo) son tan parte de mí como este rostro de sienes grises y de grises ojos que vanamente busco en los cristales y que recorro con la mano cóncava. No sin alguna lógica amargura pienso que las palabras esenciales que me expresan están en esas hojas que no saben quién soy, no en las que he escrito. Mejor así. Las voces de los muertos me dirán para siempre. NI SIQUIERA SOY POLVO No quiero ser quien soy. La avara suerte me ha deparado el siglo diecisiete, el polvo y la rutina de Castilla, las cosas repetidas, la mañana que, prometiendo el hoy, nos da la víspera, la plática del cura y del barbero, la soledad que va dejando el tiempo y una vaga sobrina analfabeta. Soy hombre entrado en años. Una página casual me reveló no usadas voces que me buscaban, Amadís y Urganda. Vendí mis tierras y compré los libros

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que historian cabalmente las empresas: el Grial, que recogió la sangre humana que el Hijo derramó para salvarnos, el ídolo de oro de Mahoma, los hierros, las almenas, las banderas y las operaciones de la magia. Cristianos caballeros recorrían los reinos de la tierra, vindicando el honor ultrajado o imponiendo justicia con los filos de la espada. Quiera Dios que un enviado restituya a nuestro tiempo ese ejercicio noble. Mis sueños lo divisan. Lo he sentido a veces en mi triste carne célibe. No sé aún su nombre. Yo, Quijano, seré ese paladín. Seré mi sueño. En esta vieja casa hay una adarga antigua y una hoja de Toledo y una lanza y los libros verdaderos que a mi brazo prometen la victoria. ¿A mi brazo? Mi cara (que no he visto) no proyecta una cara en el espejo. Ni siquiera soy polvo. Soy un sueño que entreteje en el sueño y la vigilia mi hermano y padre, el capitán Cervantes, que militó en los mares de Lepanto y supo unos latines y algo de árabe... Para que yo pueda soñar al otro cuya verde memoria será parte de los días del hombre, te suplico: mi Dios, mi soñador, sigue soñándome. EL ENAMORADO Lunas, marfiles, instrumentos, rosas, lámparas y la línea de Durero, las nueve cifras y el cambiante cero, debo fingir que existen esas cosas. Debo fingir que en el pasado fueron Persépolis y Roma y que una arena sutil midió la suerte de la almena que los siglos de hierro deshicieron. Debo fingir las armas y la pira de la epopeya y los pesados mares que roen de la tierra los pilares. Debo fingir que hay otros. Es mentira.

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Sólo tú eres. Tú, mi desventura y mi ventura, inagotable y pura.

ANÓNIMO (siglo XVI)

No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte. Tú me mueves, Señor. Muéveme el verte clavado en una cruz y escarnecido; muéveme ver tu cuerpo tan herido; muévenme tus afrentas y tu muerte. No me tienes que dar porque te quiera, pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera. Muévenme en fin, tu amor, y en tal manera que aunque no hubiera cielo, yo te amara, y aunque no hubiera infierno, te temiera.

JOSÉ GOROSTIZA (México, 1901-1973) La orilla del mar No es agua ni arena la orilla del mar. El agua sonora de espuma sencilla, el agua no puede formarse la orilla. Y porque descanse en muelle lugar, no es agua ni arena la orilla del mar. Las cosas discretas, amables, sencillas; las cosas se juntan

como las orillas. Lo mismo los labios, si quieren besar. No es agua ni arena la orilla del mar. Yo sólo me miro por cosa de muerto; solo, desolado, como en un desierto. A mí venga el lloro, pues debo penar. No es agua ni arena la orilla del mar.

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NICOLÁS GUILLÉN (Cuba, 1902-1989) No sé por qué piensas tú, soldado, que te odio yo, si somos la misma cosa, yo, tú. Tu eres padre, lo soy yo; soy de abajo, lo eres tú; ¿de dónde has sacado tú, soldado, que te odio yo? Me duele que a veces tú te olvides de quién soy yo; caramba, si yo soy tú, lo mismo que tú eres yo.

Pero no por eso yo he de malquererte, tú; si somos la misma cosa, yo, tú, no sé por qué piensas tú, soldado, que te odio yo. Ya nos veremos yo y tú, juntos en la misma calle, hombro con hombro, tu y yo, sin odios ni yo ni tú, pero sabiendo tú y yo a dónde vamos yo y tú... ¡No sé por qué piensas tú, soldado, que te odio yo!

GUITARRA

A Francisco Guillén Tendida en la madrugada, la firme guitarra espera: voz de profunda madera desesperada. Su clamorosa cintura, en la que el pueblo suspira, preñada de son, estira la carne dura. Arde la guitarra sola, mientras la luna se acaba; arde libre de su esclava bata de cola. Dejó al borracho en su coche, dejó el cabaret sombrío, donde se muere de frío, noche tras noche, y alzó la cabeza fina, universal y cubana, sin opio, ni mariguana, ni cocaína. ¡Venga la guitarra vieja,

nueva otra vez al castigo con que la espera el amigo, que no la deja! Alta siempre, no caída, traiga su risa y su llanto, clave las uñas de amianto sobre la vida. Cógela tú, guitarrero, límpiale de alcol la boca, y en esa guitarra toca tu son entero. El son del querer maduro, tu son entero; el del abierto futuro, tu son entero; el del pie por sobre el muro, tu son entero... Cógela tú, guitarrero, límpiale de alcol la boca, y en esa guitarra toca tu son entero.

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PABLO NERUDA (Chile, 1904-1973)

POEMA 20 Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada, y tiritan, azules, los astros, a lo lejos». El viento de la noche gira en el cielo y canta. Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Yo la quise, y a veces ella también me quiso. En las noches como ésta la tuve entre mis brazos. La besé tantas veces bajo el cielo infinito. Ella me quiso, a veces yo también la quería. Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos. Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido. Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella. Y el verso cae al alma como al pasto el rocío. Qué importa que mi amor no pudiera guardarla. La noche está estrellada y ella no está conmigo. Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos. Mi alma no se contenta con haberla perdido. Como para acercarla mi mirada la busca. Mi corazón la busca, y ella no está conmigo. La misma noche que hace blanquear los mismos árboles. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise. Mi voz buscaba el viento para tocar su oído. De otro. Será de otro. Como antes de mis besos. Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos. Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero. Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido. Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos, Mi alma no se contenta con haberla perdido. Aunque éste sea el último dolor que ella me causa, y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.

WALKING AROUND Sucede que me canso de ser hombre. Sucede que entro en las sastrerías y en los cines marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro navegando en un agua de origen y ceniza. El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos. Sólo quiero un descanso de piedras o de lana,

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sólo quiero no ver establecimientos ni jardines, ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores. Sucede que me canso de mis pies y mis uñas y mi pelo y mi sombra. Sucede que me canso de ser hombre. Sin embargo sería delicioso asustar a un notario con un lirio cortado o dar muerte a una monja con un golpe de oreja. Sería bello ir por las calles con un cuchillo verde y dando gritos hasta morir de frío. No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas, vacilante, extendido, tiritando de sueño, hacia abajo, en las tapias mojadas de la tierra, absorbiendo y pensando, comiendo cada día. No quiero para mí tantas desgracias. No quiero continuar de raíz y de tumba, de subterráneo solo, de bodega con muertos ateridos, muriéndome de pena. Por eso el día lunes arde como el petróleo cuando me ve llegar con mi cara de cárcel, y aúlla en su transcurso como una rueda herida, y da pasos de sangre caliente hacia la noche. Y me empuja a ciertos rincones, a ciertas casas húmedas, a hospitales donde los huesos salen por la ventana, a ciertas zapaterías con olor a vinagre, a calles espantosas como grietas. Hay pájaros de color de azufre y horribles intestinos colgando de las puertas de las casas que odio, hay dentaduras olvidadas en una cafetera, hay espejos que debieran haber llorado de vergüenza y espanto, hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos. Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos, con furia, con olvido, paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia, y patios donde hay ropas colgadas de un alambre: calzoncillos, toallas y camisas que lloran lentas lágrimas sucias.

EDUARDO CARRANZA (Colombia, 1913-1985)

SONETO CON UNA SALVEDAD

A Pedro Laín

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Todo está bien: el verde en la pradera, el aire con su silbo de diamante y en el aire la rama dibujante y por la luz arriba la palmera. Todo está bien: la frente que me espera, el agua con su cielo caminante, el rojo húmedo en la boca amante y el viento de la patria en la bandera. Bien que sea entre sueños el infante, que sea enero azul y que yo cante. Bien la rosa en su claro palafrén. Bien está que se viva y que se muera. El Sol, la Luna, la creación entera, salvo mi corazón, todo está bien. TEMA DE FUEGO Y MAR Sólo el fuego y el mar pueden mirarse sin fin. Ni aún el cielo con sus nubes. Sólo tu rostro, sólo el mar y el fuego. Las llamas, y las olas, y tus ojos. Serás de fuego y mar, ojos oscuros. De ola y llama serás, negros cabellos. Sabrás el desenlace de la hoguera. Y sabrás el secreto de la espuma. Coronada de azul como la ola. Aguda y sideral como la llama. Sólo tu rostro interminablemente. Como el fuego y el mar. Como la muerte.

NICANOR PARRA (Chile, 1914)

EPITAFIO De estatura mediana, con una voz ni delgada ni gruesa, hijo mayor de profesor primario y de una modista de trastienda; flaco de nacimiento aunque devoto de la buena mesa; de mejillas escuálidas y de más bien abundantes orejas; con un rostro cuadrado en que los ojos se abren apenas y una nariz de boxeador mulato baja a la boca de ídolo azteca -todo esto bañado por una luz entre irónica y pérfida-

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ni muy listo ni tonto de remate fui lo que fui: una mezcla de vinagre y de aceite de comer. ¡Un embutido de ángel y bestia!

OCTAVIO PAZ (México, 1914-1998)

PIEDRA DE SOL (fragmento) voy por tu cuerpo como por el mundo, tu vientre es una plaza soleada, tus pechos dos iglesias donde oficia la sangre sus misterios paralelos, mis miradas te cubren como yedra, eres una ciudad que el mar asedia, una muralla que la luz divide en dos mitades de color durazno, un paraje de sal, rocas y pájaros bajo la ley del mediodía absorto, vestida del color de mis deseos como mi pensamiento vas desnuda, voy por tus ojos como por el agua, los tigres beben sueño de esos ojos, el colibrí se quema en esas llamas, voy por tu frente como por la luna, como la nube por tu pensamiento, voy por tu vientre como por tus sueños, tu falda de maíz ondula y canta, tu falda de cristal, tu falda de agua, tus labios, tus cabellos, tus miradas, toda la noche llueves, todo el día abres mi pecho con tus dedos de agua, cierras mis ojos con tu boca de agua, sobre mis huesos llueves, en mi pecho hunde raíces de agua un árbol líquido, voy por tu talle como por un río, voy por tu cuerpo como por un bosque, como por un sendero en la montaña que en un abismo brusco se termina voy por tus pensamientos afilados y a la salida de tu blanca frente mi sombra despeñada se destroza, recojo mis fragmentos uno a uno y prosigo sin cuerpo, busco a tientas.

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PEDRO SALINAS (España, 1891-1951)

PARA VIVIR NO QUIERO...

Para vivir no quiero islas, palacios, torres. ¡Qué alegría más alta: vivir en los pronombres! Quítate ya los trajes, las señas, los retratos; yo no te quiero así, disfrazada de otra, hija siempre de algo. Te quiero pura, libre, irreductible: tú. Sé que cuando te llame entre todas las gentes del mundo,

sólo tú serás tú. Y cuando me preguntes quién es el que te llama, el que te quiere suya, enterraré los nombres, los rótulos, la historia. Iré rompiendo todo lo que encima me echaron desde antes de nacer. Y vuelto ya al anónimo eterno del desnudo, de la piedra, del mundo, te diré: «Yo te quiero, soy yo».

GERARDO DIEGO (España, 1896-1987)

EN MITAD DE UN VERSO Murió en mitad de un verso, cantándolo, floreciéndole, y quedó el verso abierto, disponible para la eternidad, mecido por la brisa, la brisa que jamás concluye, verso sin terminar, poeta eterno. Quién muriera así al aire de una sílaba. Y al conocer esa muerte de poeta, recordé otra de mis oraciones. «Quiero vivir, morir, siempre cantando y no quiero saber por qué ni cuándo.» Sí, en el seno del verso, que le concluya y me concluya Dios.

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RAFAEL ALBERTI (España, 1902-1999) Si mi voz muriera en tierra llevadla al nivel del mar y dejadla en la ribera. Llevadla al nivel del mar y nombradla capitana de un blanco bajel de guerra.

¡Oh mi voz condecorada con la insignia marinera: sobre el corazón un ancla y sobre el ancla una estrella y sobre la estrella el viento y sobre el viento la vela!

DÁMASO ALONSO (España, 1898-1990)

INSOMNIO Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas). A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro, y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna. Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla. Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma, por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid, por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo. Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre? ¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches?

VICENTE ALEIXANDRE (1898-1984)

EL POETA SE ACUERDA DE SU VIDA Perdonadme: he dormido. Y dormir no es vivir. Paz a los hombres. Vivir no es suspirar o presentir palabras que aún nos vivan. ¿Vivir en ellas? Las palabras mueren. Bellas son al sonar, mas nunca duran. Así esta noche clara. Ayer cuando la aurora o cuando el día cumplido estira el rayo final, ya en tu rostro acaso. Con tu pincel de luz cierra tus ojos. Duerme. La noche es larga, pero ya ha pasado.

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MANUEL ALTOLAGUIRRE (1905-1959) Era mi dolor tan alto, que la puerta de la casa de donde salí llorando me llegaba a la cintura. ¡Qué pequeños resultaban los hombres que iban conmigo! Crecí como una alta llama de tela blanca y cabellos.

Si derribaran mi frente los toros bravos saldrían, luto en desorden, dementes, contra los cuerpos humanos. Era mi dolor tan alto, que miraba al otro mundo por encima del ocaso.

KONSTANTINOS KAVAFIS (Grecia, 1863-1933)

ÍTACA Cuando emprendas tu viaje a Ítaca pide que el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias. No temas a los Lestrigones ni a los Cíclopes, ni al colérico Poseidón, seres tales jamás hallarás en tu camino, si tu pensar es elevado, si selecta es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo. Ni a los Lestrigones ni a los Cíclopes ni al salvaje Poseidón encontrarás, si no lo llevas dentro de tu alma, si no los yergue tu alma ante ti. Pide que el camino sea largo. Que sean muchas las mañanas de verano en que llegues -¡con qué placer y alegría!- a puertos antes nunca vistos. Detente en los emporios de Fenicia y hazte con hermosas mercancías, nácar y coral, ámbar y ébano y toda suerte de perfumes voluptuosos, cuantos más abundantes perfumes voluptuosos puedas. Ve a muchas ciudades egipcias a aprender de sus sabios. Ten siempre a Ítaca en tu pensamiento. Tu llegada allí es tu destino. Mas no apresures nunca el viaje. Mejor que dure muchos años y atracar, viejo ya, en la isla, enriquecido de cuanto ganaste en el camino sin aguardar a que Ítaca te enriquezca.

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Ítaca te brindó tan hermoso viaje. Sin ella no habrías emprendido el camino. Pero no tiene ya nada que darte. Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado. Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, entenderás ya qué significan las Ítacas.

JULIO MARTÍNEZ MESANZA (España, 1955)

PLACITA DE BOLONIA El amor nos defiende, cierra plazas, inventa claustros como fortalezas, levanta empalizadas de alegría. El mundo sólo busca aniquilarnos, anticipar la noche y sus glaciares. Ni eras plaza, placita de Bolonia, y de la tempestad nos defendiste. HE SOÑADO DE NUEVO CON JINETES... He soñado de nuevo con jinetes pesadamente armados. A lo lejos acampan. Vemos la humareda enorme de sus festines y sus grandes sombras. Sabemos que vendrán tarde o temprano, y ante su carga no valdrán las hachas ni las cobardes hoces, ni la astucia. Sobre nuestras espaldas de vencidos golpearán terribles sus espadas. Quisiera desertar, pero me dicen que sé algo de estrategia y que soy joven. Quisiera estar del lado de los otros.

MIGUEL HERNÁNDEZ (España, 1910-1942)

Tengo estos huesos hechos a las penas y a las cavilaciones estas sienes: pena que vas, cavilación que vienes como el mar de la playa a las arenas.

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Como el mar de la playa a las arenas, voy en este naufragio de vaivenes, por una noche oscura de sartenes redondas, pobres, tristes y morenas. Nadie me salvará de este naufragio si no es tu amor, la tabla que procuro, si no es tu voz, el norte que pretendo. Eludiendo por eso el mal presagio de que ni en ti siquiera habré seguro, voy entre pena y pena sonriendo.

Menos tu vientre todo es confuso. Menos tu vientre todo es futuro fugaz, pasado baldío, turbio. Menos tu vientre todo es oculto,

menos tu vientre todo inseguro, todo es postrero polvo sin mundo. Menos tu vientre todo es oscuro, menos tu vientre claro y profundo.

ELEGÍA A RAMÓN SIJÉ (En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como el rayo, Ramón Sijé, a quien tanto quería.) Yo quiero ser llorando el hortelano de la tierra que ocupas y estercolas, compañero del alma, tan temprano. Alimentando lluvias, caracolas y órganos mi dolor sin instrumentos, a las desalentadas amapolas daré tu corazón por alimento. Tanto dolor se agolpa en mi costado, que por doler, me duele hasta el aliento. Un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado. No hay extensión más grande que mi herida, lloro mi desventura y sus conjuntos y siento más tu muerte que mi vida.

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Ando sobre rastrojos de difuntos, y sin calor de nadie y sin consuelo voy de mi corazón a mis asuntos. Temprano levantó la muerte el vuelo, temprano madrugó la madrugada, temprano está rodando por el suelo. No perdono a la muerte enamorada, no perdono a la vida desatenta, no perdono a la tierra ni a la nada. En mis manos levanto una tormenta de piedras, rayos y hachas estridentes, sedienta de catástrofes y hambrienta. Quiero escarbar la tierra con los dientes, quiero apartar la tierra parte a parte a dentelladas secas y calientes. Quiero mirar la tierra hasta encontrarte y besarte la noble calavera y desamordazarte y regresarte. Volverás a mi huerto y a mi higuera, por los altos andamios de las flores pajareará tu alma colmenera de angelicales ceras y labores. Volverás al arrullo de las rejas de los enamorados labradores. Alegrarás la sombra de mis cejas y tu sangre se irá a cada lado, disputando tu novia y las abejas. Tu corazón, ya terciopelo ajado, llama a un campo de almendras espumosas, mi avariciosa voz de enamorado. A las aladas almas de las rosas del almendro de nata te requiero, que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero.

CANCIÓN ÚLTIMA

Pintada, no vacía: pintada está mi casa

del color de las grandes pasiones y desgracias.

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Regresará del llanto adonde fue llevada con su desierta mesa, con su ruinosa cama. Florecerán los besos sobre las almohadas. y en torno de los cuerpos elevará la sábana

su intensa enredadera nocturna, perfumada. El odio se amortigua detrás de la ventana. Será la garra suave. Dejadme la esperanza.

VALS DE LOS ENAMORADOS Y UNIDOS PARA SIEMPRE No salieron jamás del vergel del abrazo. Y ante el rojo rosal de los besos rodaron. Huracanes quisieron con rencor separarlos. Y las hachas tajantes y los rigidos rayos. Aumentaron la tierra de las pálidas manos. Precipicios midieron,

por el viento impulsados entre bocas deshechas. Recorrieron naufragios, cada vez más profundos en sus cuerpos, sus brazos. Persegudidos, hundidos por un gran desamparo de recuerdos y lunas, de noviembres y marzos, aventados se vieron, pero siempre abrazados.

LUIS ALBERTO DE CUENCA (España, 1950)

NOCTURNO Apagaste las luces y encendiste la noche. Cerraste las ventanas y abriste tu vestido. Olía a flor mojada. Desde un país sin límites me miraban tus ojos en la sombra infinita. ¿Y a qué olían tus ojos? ¿Qué perfume de oro y de agua limpia y pura brotaba de tus párpados? ¿Que invisible temblor de cristales de fuego agitaba la seda lunar de tus pupilas? Recamaste la almohada con hilos de azabache. Tejiste sobre el sueño un velo de blancura. Eras la rosa pálida tiñéndose de rojo, la rosa del veneno que devuelve la vida.

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La blusa, el abanico, una pluma violeta, el broche con la perla y el diamante en el pecho. Todo abierto y en paz, transparente y oscuro, sin dolor, navegando rumbo a tus manos frías. LA MENTIROSA Tienes hora para ir al ginecólogo, te duele la cabeza, te ha sentado algo mal o preparas un examen, es el santo de Marta, los gemelos se aburren sin salir o Macarena te ha invitado a bañarte en su piscina... ¡Qué mal mientes, amor! Si no te gusto, dímelo. Pensaré en un buen suicidio. Pero si quieres verme, y tus excusas no son más que un vulgar afrodisíaco para que se mantenga mi deseo, invéntate otros juegos, vida mía, que el premio del engaño es el olvido. LA DESPEDIDA Mientras haya ciudades, iglesias y mercados, y traidores, y leyes injustas, y banderas; mientras los ríos sigan vertiendo su basura en el mar y los vientos soplen en las montañas; mientras caiga la nieve y los pájaros vuelen, y el sol salga y se ponga, y los hombres se maten; mientras alguien regrese, derrotado, a su cuarto y dibuje en el aire la V de la victoria; mientras vivan el odio, la amistad y el asombro, y se rompa la tierra para que crezca el trigo; mientras tú y yo busquemos el medio de encontrarnos y nuestro encuentro sea poco más que silencio, yo te estaré queriendo, vida mía, en la sombra, mientras mi pecho aliente, mientras mi voz alcance la estela de tu fuga, mientras la despedida de este amor se prolongue por las calles del tiempo. LA SEMANA Háblame de Guevara los domingos. Olvídame los lunes y los martes. Invítame los miércoles al cine. No dejes de pensar en mí los jueves.

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Los viernes quiéreme como una loca. Y los sábados cásate conmigo.

JAIME GIL DE BIEDMA (España, 1929-1990)

ALBADA Despiértate. La cama está más fría y las sábanas sucias en el suelo. Por los montantes de la galería llega el amanecer, con su color de abrigo de entretiempo y liga de mujer. Despiértate pensando vagamente que el portero de noche os ha llamado. Y escucha en el silencio: sucediéndose hacia lo lejos, se oyen enronquecer los tranvías que llevan al trabajo. Es el amanecer. Irán amontonándose las flores cortadas, en los puestos de las Ramblas, y silbarán los pájaros -cabrones- desde los plátanos, mientras que ven volver la negra humanidad que va a la cama después de amanecer. Acuérdate del cuarto en que has dormido. Entierra la cabeza en las almohadas, sintiendo aún la irritación y el frío que da el amanecer junto al cuerpo que tanto nos gustaba en la noche de ayer, y piensa en que debieses levantarte. Piensa en la casa todavía oscura donde entrarás para cambiar de traje, y en la oficina, con sueño que vencer, y en muchas otras cosas que se anuncian desde el amanecer. Aunque a tu lado escuches el susurro de otra respiración. Aunque tú busques el poco de calor entre sus muslos medio dormido, que empieza a estremecer. Aunque el amor no deje de ser dulce hecho al amanecer.

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-Junto al cuerpo que anoche me gustaba tanto desnudo, déjame que encienda la luz para besarte cara a cara, en el amanecer. Porque conozco el día que me espera, y no por el placer.

NO VOLVERÉ A SER JOVEN

Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde -como todos los jóvenes, yo vine a llevarme la vida por delante. Dejar huella quería y marcharme entre aplausos

-envejecer, morir, eran tan sólo las dimensiones del teatro. Pero ha pasado el tiempo y la verdad desagradable asoma: envejecer, morir, es el único argumento de la obra.

DE VITA BEATA En un viejo país ineficiente, algo así como España entre dos guerras civiles, en un pueblo junto al mar, poseer una casa y poca hacienda y memoria ninguna. No leer, no sufrir, no escribir, no pagar cuentas, y vivir como un noble arruinado entre las ruinas de mi inteligencia.

MIQUEL D’ORS (España, 1946)

POR UNA MUERTE Uno se muere así, cuando tenía un cigarro en las manos (que aparece humeando, después, sobre el asfalto), cuando había una letra pendiente, un libro abierto un cuento a medias (que los niños nunca sabrán cómo termina); uno se muere así, de golpe, abandonando su ropa en el armario y sus asuntos y su reloj parado en una hora --la de la muerte en punto-- (o sin pararse y entonces es más triste todavía porque le ves seguir, infiel al amo), y a lo mejor aún llega alguna carta

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con las señas del muerto y hace llorar de puro no saber... Después de morir uno, mientras uno está muriendo, se abre una ferretería, pintan una fachada y el muerto ya es ajeno y todo nos lo aleja. Las yerbas del olvido empiezan a crecer sobre su tumba.

ANÍBAL NÚÑEZ (España, 1944-1987)

YA LO SABES, AMADA Ya lo sabes, amada ahora podemos realizar nuestros sueños imposibles esa luna de miel en cielo exótico viaje todo incluido vistas al mar crepúsculos íntimos revisados por expertos a nuestro alcance todos los silencios románticos con el nuevo sistema de cómodos pagos a plazos: a escoger islas privilegiadas o lugares de gran mundo -aquel sueño ya es una realidad- (o bien quedarse aquí junto a la brecha al lado de la lucha que aún hay tiempo de jugarse el pellejo para algo) una de dos, amada mía, no olvides que elegir es el único problema que este sistema ofrece. SUEÑA ―LAS MANOS AL VOLANTE― Sueña ―las manos al volante― con la princesa el caballero sueña librarla de las garras del dragón sabatino tan aburrido en casa cruza raudo entre nubes de monóxido de carbono el abismo

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del paso de peatones salva ileso arremetiendo audaz contra los ojos rojos de los semáforos malignos cruza soñando mil peligros resplandeciente de cromados y cuentan que hechizado por unas malas hierbas ingeridas que por doquier allí crecían el caballero enloqueció creyendo que su caballo deportivo era la princesa rosada y que las riendas es decir el volante eran las manos de su adorada, la calzada el lecho del amor del amor... y cada curva una caricia, acelerando a fondo contra un árbol expandiendo en seminal abrazo a la muerte fragmentos de chatarra, castillos en el aire ―cantaron tristes las sirenas― como hoy podemos ver en los diarios de la corte.

ANDRÉS FERNÁNDEZ DE ANDRADA (España, 1575-1648)

EPÍSTOLA MORAL A FABIO Fabio, las esperanzas cortesanas prisiones son do el ambicioso muere y donde al más activo nacen canas. El que no las limare o las rompiere, ni el nombre de varón ha merecido, ni subir al honor que pretendiere. El ánimo plebeyo y abatido elija, en sus intentos temeroso, primero estar suspenso que caído; que el corazón entero y generoso al caso adverso inclinará la frente antes que la rodilla al poderoso. Más triunfos, más coronas dio al

[prudente que supo retirarse, la fortuna, que al que esperó obstinada y locamente.

Esta invasión terrible e importuna de contrarios sucesos nos espera desde el primer sollozo de la cuna. Dejémosla pasar como a la fiera corriente del gran Betis, cuando airado dilata hasta los montes su ribera. Aquel entre los héroes es contado que el premio mereció, no quien le

[alcanza por vanas consecuencias del estado. [...] Busca, pues, el sosiego dulce y caro, como en la oscura noche del Egeo busca el piloto el eminente faro;

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que si acortas y ciñes tu deseo dirás: "Lo que desprecio he conseguido; que la opinión vulgar es devaneo". Más quiere el ruiseñor su pobre nido de pluma y leves pajas, más sus quejas en el bosque repuesto y escondido, que agradar lisonjero las orejas de algún príncipe insigne, aprisionado en el metal de las doradas rejas. Triste de aquel que vive destinado a esa antigua colonia de los vicios, augur de los semblantes del privado. Cese el ansia y la sed de los oficios; que acepta el don y burla del intento el ídolo a quien haces sacrificios. Iguala con la vida el pensamiento, y no le pasarás de hoy a mañana, ni quizá de un momento a otro

[momento. [...] ¿Qué es nuestra vida más que un breve

[día, do apenas sale el sol, cuando se pierde en las tinieblas de la noche fría? ¿Qué más que el heno, a la mañana

[verde, seco a la tarde? ¡Oh ciego desvarío! ¿Será que de este sueño se recuerde? ¿Será que pueda ver que me desvío de la vida, viviendo, y que está unida la cauta muerte al simple vivir mío? Como los ríos, que en veloz corrida se llevan a la mar, tal soy llevado al último suspiro de mi vida. De la pasada edad, ¿qué me ha quedado? O ¿qué tengo yo, a dicha, en la que

[espero, sin alguna noticia de mi hado?

¡Oh si acabase, viendo cómo muero, de aprender a morir, antes que llegue aquel forzoso término postrero; antes que aquesta mies inútil siegue de la severa muerte dura mano, y a la común materia se la entregue! Pasáronse las flores del verano, el otoño pasó con sus racimos, pasó el invierno con sus nieves cano; las hojas que en las altas selvas vimos, cayeron, ¡y nosotros a porfía en nuestro engaño inmóviles vivimos! [...] ¿Piensas acaso tú que fue criado el varón para el rayo de la guerra, para surcar el piélago salado, para medir el orbe de la tierra y el cerco por do el sol siempre camina? ¡Oh, quien así lo entiende, cuánto yerra! Esta nuestra porción alta y divina, a mayores acciones es llamada y en más nobles objetos se termina. Así aquella, que a solo el hombre es

[dada, sacra razón y pura, me despierta, de esplendor y de rayos coronada, y en la fría región, dura y desierta, de aqueste pecho enciende nueva llama, y la luz vuelve a arder que estaba

[muerta. Quiero, Fabio, seguir a quien me llama, y callado pasar entre la gente que no afecto a los nombres ni a la fama. [...] ¡Mísero aquel que corre y se dilata por cuantos son los climas y los mares, perseguidor del oro y de la plata!

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Un ángulo me basta entre mis lares, un libro y un amigo, un sueño breve, que no perturben deudas ni pesares. Esto tan solamente es cuanto debe naturaleza al parco y al discreto, y algún manjar común, honesto y leve. [...] ¡Cuán callada que pasa las montañas el aura, respirando mansamente! ¡Qué gárrula y sonante por las cañas! ¡Qué muda la virtud por el prudente! ¡Qué redundante y llena de rüido por el vano, ambicioso y aparente! Quiero imitar al pueblo en el vestido, en las costumbres sólo a los mejores, sin presumir de roto y mal ceñido. No resplandezca el oro y los colores en nuestro traje, ni tampoco sea igual al de los dóricos cantores. Una mediana vida yo posea,

un estilo común y moderado, que no le note nadie que le vea. [...] Sin la templanza, ¿viste tú perfeta alguna cosa? ¡Oh muerte! Ven callada, como sueles venir en la saeta; no en la tonante máquina preñada de fuego y de rumor, que no es mi

[puerta de doblados metales fabricada. Así, Fabio, me enseña descubierta su esencia la verdad, y mi albedrío con ella se compone y se concierta. [...] Ya, dulce amigo, huyo y me retiro de cuanto simple amé: rompí los lazos. Ven y sabrás al grande fin que aspiro, antes que el tiempo muera en nuestros

[brazos.

MARIO BENEDETTI (Uruguay, 1920)

Por qué cantamosPor qué cantamosPor qué cantamosPor qué cantamos Si cada hora viene con su muerte si el tiempo es una cueva de ladrones los aires ya no son los buenos aires la vida es nada más que un blanco móvil usted preguntará por qué cantamos si nuestros bravos quedan sin abrazo la patria se nos muere de tristeza y el corazón del hombre se hace añicos antes aún que explote la vergüenza usted preguntará por qué cantamos

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si estamos lejos como un horizonte si allá quedaron árboles y cielo si cada noche es siempre alguna ausencia y cada despertar un desencuentro usted preguntará por qué cantamos cantamos porque el río está sonando y cuando suena el río / suena el río cantamos porque el cruel no tiene nombre y en cambio tiene nombre su destino cantamos por el niño y porque todo y porque algún futuro y porque el pueblo cantamos porque los sobrevivientes y nuestros muertos quieren que cantemos cantamos porque el grito no es bastante y no es bastante el llanto ni la bronca cantamos porque creemos en la gente y porque venceremos la derrota cantamos porque el sol nos reconoce y porque el campo huele a primavera y porque en este tallo en aquel fruto cada pregunta tiene su respuesta cantamos porque llueve sobre el surco y somos militantes de la vida y porque no podemos ni queremos dejar que la canción se haga ceniza.

UNA MUJER DESNUDA Y EN LO OSCURO

Una mujer desnuda y en lo oscuro tiene una claridad que nos alumbra de modo que si ocurre un desconsuelo un apagón o una noche sin luna es conveniente y hasta imprescindible tener a mano una mujer desnuda. Una mujer desnuda y en lo oscuro genera un resplandor que da confianza entonces dominguea el almanaque vibran en su rincón las telarañas y los ojos felices y felinos miran y de mirar nunca se cansan.

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Una mujer desnuda y en lo oscuro es una vocación para las manos para los labios es casi un destino y para el corazón un despilfarro una mujer desnuda es un enigma y siempre es una fiesta descifrarlo. Una mujer desnuda y en lo oscuro genera una luz propia y nos enciende el cielo raso se convierte en cielo y es una gloria no ser inocente una mujer querida o vislumbrada desbarata por una vez la muerte.

JORGE MANRIQUE (España, 1440-1479)

COPLAS POR LA MUERTE DE SU PADRE

Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando, cuán presto se va el placer, cómo, después de acordado, da dolor; cómo, a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor. Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir; allí van los señoríos derechos a se acabar y consumir; allí los ríos caudales, allí los otros medianos y más chicos, y llegados, son iguales los que viven por sus manos y los ricos. Este mundo es el camino para el otro, que es morada

sin pesar; mas cumple tener buen tino para andar esta jornada sin errar. Partimos cuando nacemos, andamos mientras vivimos, y llegamos al tiempo que fenecemos; así que cuando morimos descansamos. Los placeres y dulzores de esta vida trabajada que tenemos, no son sino corredores, y la muerte, la celada en que caemos. No mirando nuestro daño, corremos a rienda suelta sin parar; desque vemos el engaño y queremos dar la vuelta, no hay lugar. Esos reyes poderosos que vemos por escrituras ya pasadas, por casos tristes, llorosos,

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fueron sus buenas venturas trastornadas; así que no hay cosa fuerte, que a papas y emperadores y prelados, así los trata la muerte como a los pobres pastores de ganados. [...]

Así, con tal entender, todos sentidos humanos conservados, cercado de su mujer y de sus hijos y hermanos y criados, dio el alma a quien se la dio (en cual la dio en el cielo en su gloria), que aunque la vida perdió dejónos harto consuelo su memoria.

GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER (España, 1836-1870)

Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar, y, otra vez, con el ala a sus cristales jugando llamarán; pero aquéllas que el vuelo refrenaban tu hermosura y mi dicha al contemplar, aquéllas que aprendieron nuestros nombres... ésas... ¡no volverán! Volverán las tupidas madreselvas de tu jardín las tapias a escalar, y otra vez a la tarde, aun más hermosas, sus flores se abrirán; pero aquellas, cuajadas de rocío, cuyas gotas mirábamos temblar y caer, como lágrimas del día... ésas... ¡no volverán! Volverán del amor en tus oídos las palabras ardientes a sonar; tu corazón, de su profundo sueño tal vez despertará; pero mudo y absorto y de rodillas, como se adora a Dios ante su altar, como yo te he querido..., desengáñate: ¡así no te querrán!

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No digáis que agotado su tesoro, de asuntos falta, enmudeció la lira. Podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía. Mientras las ondas de la luz al beso palpiten encendidas, mientras el sol las desgarradas nubes de fuego y oro vista, mientras el aire en su regazo lleve perfumes y armonías, mientras haya en el mundo primavera, ¡habrá poesía! Mientras la ciencia a descubrir no alcance las fuentes de la vida, y en el mar o en el cielo haya un abismo que al cálculo resista, mientras la humanidad siempre avanzando no sepa a do camina, mientras haya un misterio para el hombre, ¡habrá poesía! Mientras se sienta que se ríe el alma, sin que los labios rían, mientras se llore, sin que el llanto acuda a nublar la pupila, mientras el corazón y la cabeza batallando prosigan, mientras haya esperanzas y recuerdos, ¡habrá poesía! Mientras haya unos ojos que reflejen los ojos que los miran, mientras responda el labio suspirando al labio que suspira, mientras sentirse puedan en un beso dos almas confundidas, mientras exista una mujer hermosa, ¡habrá poesía!

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LOPE DE VEGA (España, 1562-1635)

Un soneto me manda hacer Violante que en mi vida me he visto en tanto aprieto; catorce versos dicen que es soneto; burla burlando van los tres delante. Yo pensé que no hallara consonante, y estoy a la mitad de otro cuarteto; mas si me veo en el primer terceto, no hay cosa en los cuartetos que me espante. Por el primer terceto voy entrando, y parece que entré con pie derecho, pues fin con este verso le voy dando. Ya estoy en el segundo, y aun sospecho que voy los trece versos acabando; contad si son catorce, y está hecho.