Artículo mi biblioteca

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Biblioteca 18 N.º 22 · Verano 2010 Mi Enzo Abbagliati para expandir la lectura Matar el libro A estas alturas, es de Perogrullo afir- mar que el mundo ha cambiado en las últimas décadas por la incorpo- ración masiva de tecnologías en las más diversas actividades cotidianas que rea- lizamos. Pero suele ocurrir que al hacer clic en esta frase –para usar una imagen ad hoc-, el foco no es el correcto. El rol de las tecnologías en este cambio es secundario, con toda la importancia que puedan tener. El mundo ha cam- biado por los usos sociales que de esas tecnologías se han hecho. Porque hemos cambiado nuestros hábitos usando tec- nología ha tenido lugar esa transforma- ción. Nuestra relación con la cultura no está ajena a este proceso. ¿Cómo genera- mos y accedemos a la cultura? ¿Cuánta televisión vemos y cómo nos relaciona- mos con ella? ¿Cuántos diarios leemos y dónde lo hacemos? ¿Qué tipo de litera- tura leemos y en qué espacios? Estas y muchas otras preguntas tienen hoy res- puestas que difieren en alto grado de las de hace apenas una o dos décadas. Sin embargo, cómo medimos nuestra re- lación con la cultura –y en especial con la lectura– sigue realizándose desde una mirada clásica. Así, cuando se constru- yen índices de lectura la pregunta clave es aún “¿Cuántos libros has leído en el último tiempo?”. El libro impreso como formato dominante, casi exclusivo, que da credenciales de realidad al acto de la lectura, la que vale, la que permite el desarrollo de las personas y los pueblos. Pero con el libro, me parece, está pa- sando como con los padres o con la au- toridad en general. A veces, la única manera de avanzar es matándolo, sim- bólica o realmente, porque su espíritu “normativo”, de lo que cumple con el estándar y lo que no, impide explorar nuevos territorios que enriquezcan la lectura como proceso social. Quizá haya llegado el momento de matar al libro para que se multipliquen las lecturas. Es una oportunidad para re- pensarnos, no para ver cómo aprovechamos la tecnología, sino cómo construimos la cartografía actual y futura de la lectura. Mi apuesta es por el reconocimiento explícito de lo que po- dríamos denominar el ecosistema de la lectura, desde la premisa que todas las lecturas tienen valor, todos los es- pacios son útiles, todos los soportes sirven. Y reitero que la condición básica es que hablemos de lectura, no de soportes (o de un soporte, el libro). Un ecosistema que no es nuevo, pero que en el último siglo vio cómo el libro se erigía como su eje dominante y excluyente, degradando a las otras for- mas de lectura. Hoy, por ejemplo, la lectura de novelas por entregas a tra- vés de la prensa (el despreciado folletín), nos parece de se- gundo nivel, pero cumbres de la literatura mundial del siglo XIX nacieron en ese formato. Algo parecido ha ocurrido con la oralidad y lecturas colectivas. No, esas no sirven, sen- tencian los taumaturgos del libro. Incluso, distinguen libros de primera y de segunda: Corín Tellado y sus cuatrocientos millones de ejemplares vendidos han hecho por la lectura menos que Simone de Beauvoir. Y cuando entramos en el terreno de la lectura digital, el rechazo ya es frontal, aun- que como bien se ha señalado, el escrito electrónico es un objeto comunicativo más abierto, versátil, interconectado y significativo que el escrito impreso 1 . Sí, el mundo ha cambiado, y hay quienes viven todo esto con nostalgia. Pero la pregunta de fondo es si el cambio es para mejor o no. En lo que respecta a la lectura, no me cabe duda de que estamos ante una posibilidad inédita en su historia de expandir las fronteras de sus dominios. Asumamos de una vez que hoy leemos más que nunca y leemos mucho más que libros. Y quien lee es, por cierto, un mutante 2 . Pero esa es otra historia. * Enzo Abbagliati es gerente de elquintopoder.cl, de la Fundación Democracia y Desarrollo, y ex coordinador nacional del Programa BiblioRedes (Dibam, Chile). 1 Daniel Cassany, Tras las líneas. Sobre la lectura contemporánea, Anagrama, Barcelona, 2006, p. 194. 2 Alessandro Baricco, Los bárbaros. Ensayos sobre la mutación, Anagrama, Barcelona, 2008. Opinión

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Biblioteca 18 N.º 22 · Verano 2010Mi

Enzo Abbagliati

para expandir la lectura Matar el libro

A estas alturas, es de Perogrullo afir-mar que el mundo ha cambiado en las últimas décadas por la incorpo-

ración masiva de tecnologías en las más diversas actividades cotidianas que rea-lizamos. Pero suele ocurrir que al hacer clic en esta frase –para usar una imagen ad hoc-, el foco no es el correcto.

El rol de las tecnologías en este cambio es secundario, con toda la importancia que puedan tener. El mundo ha cam-biado por los usos sociales que de esas tecnologías se han hecho. Porque hemos cambiado nuestros hábitos usando tec-nología ha tenido lugar esa transforma-ción.

Nuestra relación con la cultura no está ajena a este proceso. ¿Cómo genera-mos y accedemos a la cultura? ¿Cuánta televisión vemos y cómo nos relaciona-mos con ella? ¿Cuántos diarios leemos y dónde lo hacemos? ¿Qué tipo de litera-tura leemos y en qué espacios? Estas y muchas otras preguntas tienen hoy res-puestas que difieren en alto grado de las de hace apenas una o dos décadas.

Sin embargo, cómo medimos nuestra re-lación con la cultura –y en especial con la lectura– sigue realizándose desde una mirada clásica. Así, cuando se constru-yen índices de lectura la pregunta clave es aún “¿Cuántos libros has leído en el último tiempo?”. El libro impreso como formato dominante, casi exclusivo, que da credenciales de realidad al acto de la lectura, la que vale, la que permite el desarrollo de las personas y los pueblos.

Pero con el libro, me parece, está pa-sando como con los padres o con la au-toridad en general. A veces, la única manera de avanzar es matándolo, sim-bólica o realmente, porque su espíritu “normativo”, de lo que cumple con el estándar y lo que no, impide explorar

nuevos territorios que enriquezcan la lectura como proceso social.

Quizá haya llegado el momento de matar al libro para que se multipliquen las lecturas. Es una oportunidad para re-pensarnos, no para ver cómo aprovechamos la tecnología, sino cómo construimos la cartografía actual y futura de la lectura.

Mi apuesta es por el reconocimiento explícito de lo que po-dríamos denominar el ecosistema de la lectura, desde la premisa que todas las lecturas tienen valor, todos los es-pacios son útiles, todos los soportes sirven. Y reitero que la condición básica es que hablemos de lectura, no de soportes (o de un soporte, el libro). Un ecosistema que no es nuevo, pero que en el último siglo vio cómo el libro se erigía como su eje dominante y excluyente, degradando a las otras for-mas de lectura.

Hoy, por ejemplo, la lectura de novelas por entregas a tra-vés de la prensa (el despreciado folletín), nos parece de se-gundo nivel, pero cumbres de la literatura mundial del siglo XIX nacieron en ese formato. Algo parecido ha ocurrido con la oralidad y lecturas colectivas. No, esas no sirven, sen-tencian los taumaturgos del libro. Incluso, distinguen libros de primera y de segunda: Corín Tellado y sus cuatrocientos millones de ejemplares vendidos han hecho por la lectura menos que Simone de Beauvoir. Y cuando entramos en el terreno de la lectura digital, el rechazo ya es frontal, aun-que como bien se ha señalado, el escrito electrónico es un objeto comunicativo más abierto, versátil, interconectado y significativo que el escrito impreso1.

Sí, el mundo ha cambiado, y hay quienes viven todo esto con nostalgia. Pero la pregunta de fondo es si el cambio es para mejor o no. En lo que respecta a la lectura, no me cabe duda de que estamos ante una posibilidad inédita en su historia de expandir las fronteras de sus dominios. Asumamos de una vez que hoy leemos más que nunca y leemos mucho más que libros. Y quien lee es, por cierto, un mutante2. Pero esa es otra historia.

* Enzo Abbagliati es gerente de elquintopoder.cl, de la Fundación Democracia y Desarrollo, y ex coordinador nacional del Programa BiblioRedes (Dibam, Chile).

1 Daniel Cassany, Tras las líneas. Sobre la lectura contemporánea, Anagrama, Barcelona, 2006, p. 194.2 Alessandro Baricco, Los bárbaros. Ensayos sobre la mutación, Anagrama, Barcelona, 2008.

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