Celia Se Pudre - Héctor Rojas Herazo

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  • Homenajes Nacionales de Literatura

    1998

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  • I,

    Hctor Rojas Herazo

    Celia se pudre

    N Qvela

    .

    UNIVERSIDAD DEL NORTEBIBLIOTECA

    Ministerio de Cultura

  • REPBUCA DE COLOMBIAPresidente de la RepblicaErnesto Samper Pizano

    MINISTERIO DE CULTURAMinistro de Cultura

    Ramiro Osorio Fonseca

    Viceministro de CulturaMiguel Durn Guzmn

    Secretaria General de CulturaPilar Ordez Mndez

    Coordinador editorialHomenajes Nacionales de Literatura

    6scar Torres Duque

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    @ ,.."'" Hctor Rojas Her1~b;!

    @ del prlogo: Jorge Garca Usta

    @ de esta edicin: Ministerio de Cultura,abril de 1998

    ISBN 958-852-4-1

    Primera edicin: Alfaguara, 1986Todos los derechos reservados.

    Prohibida su reproduccin total o parcialpor cualquier medio sin permiso del editor.

    Diseo de cubierta:Mateo Castillo

    Fotografa del autor:Ernesto Monsalve Pino

    Edicin, diseo y armada electrnica:De Narvez ~{ Jursich

    I!m~resin y encuadernacin:Panamericana Formas e Impresos S. A.

    Impreso y hecho en Colombia

  • I.-

    PrlogoCelia se pudre, el fin de la saga

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    Jorge Garca Usta

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    eNIVERSIDAD DEL NORTeSi bt ioteca

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  • "L os salones del Bizancio latinoamericano del arte estn atosi-gados por toda clase de magias y entretenimientos, y un es-

    pectador ultramarino, hijo purgatorial del patio y la oficina, llegaprovisto de noticias sobre el destino, los desvaros y los desafuerosdel hombre contemporneo, a proponer la memoria -el castigo, lafidelidad y el afecto de la memoria- como ltimo recurso del hom-bre para buscar la unidad perdida y encontrar en las lealtades y losamores del origen la nica posibilidad de alcanzar la trascendencia.Para eso escribe una novela-mar en la cual confluyen todos los rosde su mundo esttico (poesa, periodismo y pintura) y que se con-vierte en su testamento vital y literario: Celia se pudre.

    El lenguaje de la novela americana alcanza aqu un eslabonar yun deshacer de tcnicas y atajos, de exploraciones resplandecientesy sonmbulos sondeos, como resultado de una visin multiformedel hombre, visto ahora como sujeto fantasmal, que vive en cadainstante de su vida cotidiana el asalto ordinario y mendaz de la his-toria y el ansia de volver al candor del mito, el desamparo esencialdel primer da y el acoso de la ciudad, ese monstruo formidable,destructor y encantatorio.

    Su nica forma de enfrentarse a todas las manifestaciones y lastrampas del absurdo, encarnadas en el poder y la incomprensin, lamentira y la opresin, est en la purificacin del recuerdo -arcadiay averno, cuya estacin ms pura est en la cotidianidad, nico tiem-

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    pO verdadero, realidad esencial- y en el reencuentro con las poten-cias matrices -la abuela, el patio y el pueblo de los orgenes-.

    As puede verse la aparicin de Celia se pudre, la ltima y tota-lizadora novela de Hctor Rojas Herazo, una de las figuras capita-les de la literatura y del arte americanos.

    Nacido, como la mayora de los escritores modernos de la cos-ta caribe colombiana, en la provincia marginada y marginal (Tol,1921), y libre, por tanto, en su nimo humano, de las sumisionescoloniales tan frecuentes en las ciudades ms presumidas de la re-gin, Rojas Herazo encontr en su Tol natal, tierra de brujas y en-comenderos, de inmigrantes y galleros, el espacio poliforme que lepermiti saber, al [mal de varias perplejidades juveniles, que era unartista, y asumir las cepas de la deuda esttica!. La configuracincarnavalesca de la poblacin, su mezcla de tipos humanos y sus len-guajes callejeros y radiantes, lo conforman para el inicio de la tareaesttica, pero sobre todo la complejidad dramtica y las historiassignificativas de su propia familia, galaxia turbulenta cuyo sol eraBuena Herazo, la matriarca, el eje, el centro, el intrprete superiordel sentido de la ruina.

    1 Rojas Herazo es, en ese sentido, un escritor costeo representativo deuna modernidad singular. Aunque poco estudiado el tema, la costa Caribe co-lombiana es espacio de la existencia de un proceso de cercana, vinculacin yrelacin entre los intentos de revolucin formal y temtica de la literatura y elarte regional con sus elementos fundamentales de la cultura popular de la mis-ma regin. Los escritores construyen sus nociones primarias de la realidad enun espacio en el que la realidad real est permanentemente asediada, moldea-da y terminada por lo sobrenatural y lo mgico. Ms que una toma de concien-cia esttica, originada en la adultez, lo mgico se instala como una forma delconocimiento cotidiano y de la conformacin humana de los nios que sernescritores.

  • Prlogo

    XI

    Para entender la formacin del novelista, hay que recordar queel primer factor mencionable en la relacin entre cultura popular yliteratura regional en el Caribe colombiano es el papel cumplidopor la tradicin oral en el despertar sensorial y la formacin estti-ca y, por tanto, en las races y la organizacin del mundo literario deescritores esenciales para nuestra historia.

    El microcosmos familiar y la sociedad pueblerina, los espaciossobrenaturales de la casa, la palabra alucinada y el mensaje provi-dencial del pariente sobre la guerra civil o la matanza poltica, laabuela o la ta o la madre que elabora e impone el territorio de lafbula y la borrasca de los miedos, el abuelo o el padre que preten-de interpretar la voz de la historia y la orientacin del tiempo: lapalabra, siempre la palabra proteica, surgida del encuentro de cul-turas opuestas, forjada por tradiciones que se pierden en el princi-pio del tiempo y portan, en sus frmulas cotidianas, lo ms poderosoy vidente del mestizaje cultural.

    En este mundo, al margen del progreso nacional, la tradicinoral, como potencia incontrolable de la marginalidad cultural, haprotagonizado un papel de combustin y sacudida, una opcin pro-videncial: el estmulo a la vocacin creadora y a las conductas tc-nicas de creacin, equiparable al de cualquier otra influencia acad-mica. En tal sentido, esta literatura caribe ostenta una sorprendentedinmica primitiva -que es, claro, un rasgo de identidad cultu-ral- en su relacin inicial con la tradicin y la modernidad.

    A diferencia del nfasis que el realismo mgico otorga a la ma-gia como categora fundamental, en la obra de Rojas Herazo se pri-vilegia la ruina, ese estado de extrema e irrenunciable pobreza ma-terial, esa colosal desposesin final en la que el ser se enfrenta todoslos das con su desnudez original y pone a prueba todo: su inventiva,su dignidad, su amor, su autoridad, su cordura o su locura relacional

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    con seres y objetos, su plan de la muerte. Lo excntrico, lo descon-certante, brota entonces del interior del ser. De all emana el miste-rio, que siempre se refiere a las variaciones de la conducta, al senti-do de la existencia, a las turbulencias ticas del vivir-muriendo.

    De esa atenta y reconcentrada mirada sobre el espectculo delser, surge, obsesivo y tenso, el mtodo de la descripcin literaria,que en la narrativa de Rojas Herazo se despliega como un estudiode los ademanes y los gestos, la palabra y el silencio, el acto gran-dioso y la simblica trivialidad. Los ademanes revelan, los gestosotorgan el conocimiento final, la palabra contradice y reformula laactitud del individuo.

    Esta percepcin y esta imposicin originarias convertirn a Ro-jas Herazo en un escritor realista, en el ms moderno sentido del tr-mino: un escritor para el cual la realidad es la influencia ms directa,aleatoria y trascendental, pero mudable: un gran magma real-imagi-nario susceptible de combinaciones, pero sobre cuya elaboracinimaginativa se puede trazar un mapa de reconocimientos reales. Unescritor moderno que sigue reconociendo que, a pesar de la autono-ma de la creacin, la realidad incontenible y vasta, anecdtica o ima-ginaria, permea y sujeta todo el esfuerzo creador. Otra relacin quecarece de seguridades cartesianas, existente en el umbral de lo fan-tasmal. Un escritor siempre dispuesto a reunir las ms dispares expe-riencias (vitales, literarias, musicales, pictricas, cinematogrficas,histricas), recursos (descripciones, monlogos, narraciones, ensa-yos, pinturas) y combinaciones, en procura de la totalidad esttica.Se puede pedir algo ms ambicioso a un escritor realista?

    La otra certeza es, tambin, imprescindible: de esa realidad ml-tiple, de esa mezcolanza de experiencias vitales y culturales, perotambin de las herencias histricas y familiares, y de los mundos re-gionales, emanan formas y estructuras de lenguajes que destruyen

  • Prlogo

    XIII

    las nociones dierenciadoras de arcasmo y modernidad, y gestan lahibridez esttica como desafio y destino.

    Hijo de un comerciante y una maestra de escuela, pero sobretodo nieto de Amalia Gonzlez de Herazo, la Nia Buena del entor-no domstico --el fragoroso y emblemtico sedimento humano desu Celia-, el novelista encontr en su infancia, y en el patio dondetranscurri y se multiplic su infancia, el tiempo y el espacio mar-catorios de su vocacin, los elementos que conformaran sus apren-siones centrales hasta convenirlo, como l lo reconoce, en un bur-crata de sus obsesiones.

    Cedrn, el microcosmos en el que transcurren sus dos prime- LJras novelas y gran parte de Celia se pudre, es ese Tol transfigura- bdo que surte, por igual, el sufrimiento original, el drama familiar y ~

    ~

    la farsa histrica. Lejos del cuadro de costumbres, Rojas Herazoatiende a esos destinos minsculos que, reunidos y descarnados por gun estilo inusitado, se convierten en un retrato intemporal de la con- Cducta humana. ~

    Sus aos de estudiante de primaria y secundaria los cumple en :Cartagena, donde conoce a Antonio del Real Torres --el amigo que fflo conduce a Salgari- y a Gustavo Ibarra Merlano --el amigo a :2:quien le dicta una clase olmpica, a los diecisiete aos, sobre Veinte ~mil leguas de viaje submarino de Veme, y con quien establece la amis- -tad ms verdadera-, y donde comienza el desciframiento de sumundo, ese mundo intuido conceptualmente pero desarrollado conextraordinaria lucidez en los primeros textos periodsticos y lricos.

    Lo primero que haba hecho era pintar: a los dieciocho aos, enTol, en papeles al garete, personajes y situaciones bblicas. Des-pus, en Cartagena, el padre de Manuel Zapata Olivella, un libre-pensador proveniente de la provincia sinuana, le revela, en un salnde clases, que Dios no existe, leccin transgresora que l corre a

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    compartir con su madre. Despus, lee a Salgari y a Veme -a cuyosmundos, como al de Fellini, rinde homenajes en Celia se pudre--,pero tambin a Sabatini2. Un elemento curioso de su formacin, mo-derno y sorprendente, es su relacin con el mundo del cmic, de lahistorieta y del cine. Tan importantes en su despertar creativo sonVerne o Salgari como Buffalo Bil13.

    2 Rojas Herazo escribi en 1950: Nuestra adolescencia tiene tres nom-bres: Julio Veme, Emilio Salgari y Rafael Sabatini. Como tres abuelos lejanos seasomaban a nuestra perplejidad poblndola de imgenes inquietantes y ru-morosas. Julio Vemefue una especie de Vctor Hugo de la fantasa cientifica,Con su cabeza solemne, con su barba teolgca, con su mirada sumergda enel azul de unas pupilas hiperbreas, nos sealaba --

  • Prlogo

    xv

    Hacia los veinte aos, Rojas Herazo, impulsado por el ansia de .enfrentarse a lo humano desconocido en la escritura, disciplina,poco a poco, la creacin de poemas y poco despus inicia su formi-dable trayectoria periodstica, en El Relator, de Cali, que prosigueepisdicamente en La Prensa y El Heraldo, de Barranquilla, hastaalcanzar en El Universal, de Cartagena, el primer periodo de su ma-durez4.

    Autodidacto esencial y voraz, su desconfianza hacia los meca-nismos formadores de la academia lo conduce a formarse en los ta-lleres naturales de la intelectualidad moderna del Caribe: la mesa decaf, la conversacin de amigos, la sala de redaccin y el taller depintura. Sus lecturas y sus experiencias formativas alcanzan \!na im-presionante variedad, que, a diferencia de otros escritores, recono-ce el mestizaje esencial y riguroso, pero no se inclina ante la tiranade modas y equvocos efimeros: los fllsofos espaoles y europeos;los narradores norteamericanos y los realistas rusos; la poesa espa-ola, los nuevos poetas latinoamericanos y la poesa norteamerica-na; la pintura clsica y la moderna; los jazzistas norteamericanos,

    I'i" impresin que nos dej su ficha biogrfica en la solapa de un cuaderno decoloreso>. Muchas de estas referencias llegan aTol, cuando es un nio, por losmedios ms impensados.

    4 En El Universal de Cartagena, en 1948, el jefe de redaccin del diarioy uno de los nombres fundamentales de la cultura costea en este siglo, Cle-mente Manuel Zabala, le concede la oportunidad de convertirse en un colum-nista diario, en contrava del periodismo decimonnico imperante en la ciudady la regin. All, Rojas Herazo desarrolla una parte de sus temas centrales co-mo creador. La primera exploracin del mundo natal, Tol, ocurre en 1948, ennotas en las cuales Rojas Herazo ya ha superado el prejuicio de considerar lacolumna de prensa como vehculo de expresin meramente conceptual e in-troduce formas descriptivas, narrativas y lricas.

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    XVI

    los cantantes de las Antillas y los msicos tradicionales del litoralcolombiano; el cine norteamericano y el cine neorrealista italiano.

    La variedad registra ese hambre de saber -mezcla de tcnicasy visiones narrativas con reflexiones propias del ensayo- que ali-mentar una mentalidad lcida y universal, como pocas en el ra-qutico panorama colombiano, pero al servicio no de la disquisicindocta, neutra, presumida e intil, sino de la aventura sudorosa eincierta de la creacin narrativa y del mpetu potico: lector de Una-muno y Ortega pero tambin de Marcel, Santayana y Claudel;hijo de Tolstoi y Faulkner, pero tambin del Arcipreste y de Que-vedo; heredero de Tamayo y Picasso, pero tambin de Fellini y Berg-man; lector de Whitman, ValIejo, Lorca y Neruda, pero tambin dePerse, Masters y McLeish. Hombre de patio y de litoral, y sugesti-vo intrprete de Amrica, pero ntido y sorprendente heredero deOccidente en el mundo afroamericano.

    En los aos cincuenta y sesenta, Rojas Herazo vive ampliosperodos en Bogot; escribe en el Diario de Colombia su columnaTeln de fondo -una de las prosas ms logradas, orgnicas y re-volucionarias del periodismo colombiano moderno, visible en casimedio millar de notas-; participa en la aventura de Mito, revistaen la cual publica y mantiene relaciones amistosas con otros poetasy escritores; ensea y proyecta, en varias exposiciones, su obra pls-ticas y se enfrenta a la inteligente y sagaz pero encarnizada dictadu-

    5 Son numerosas las notas de crticos y comentaristas sobre la obra pls-tica de Rojas Herazo en los aos sesenta. Un articulo de E/Tiempo, de junio de1968, lo considera uno de los artistas colombianos que con ms hondura,morosidad y eficacia han ido purificando sus instrumentos de expresin yagrega que seis exposiciones, algunas de ellas con participacin colectiva en elexterior, nos dan la medida de su persistencia, de su autenticidad, de su ine-

  • Prlogo

    XVII

    ra crtica de Marta Traba; publica cuatro libros de poesa (Rostro enla soledad, 1951; Trnsito de Can, 1952; Desde la luz preguntan pornosotros, 1956, y Agresin de las formas contra el ngel, 1961) y susdos primeras novelas, Respirando el verano, en 1962, y En noviembrellega el arzobispo, en 1967.

    La poesa es el eje de la escritura de Rojas Herazo, como sub-versin de la realidad y bsqueda de la trascendencia: salvacin dellenguaje, salvacin del hombre. Las dos verdaderas patrias del es-critor, parece decirnos, son la infancia y el lenguaje. La escritura desus primeros poemas, hacia finales de los cuarenta, muestra ya laexistencia de un circuito esttico, en que la poesa es centro visio-nario y experimental. La publicacin en 1951, a sus treinta aos, l1Jde su primer libro de poemas, Rostro en la soledad, en medio de no- ~torias inquietudes sobre lo que habra de ser la nueva poesa en aAmrica, viene alentada por los vientos alojados en estas tierras por ZWhitman, Neruda, Lorca y Masters, pero dueo ya l de una voz LiJ

    OO

    ~ ludible compromiso con esta forma esttica. Todas ellas fueron, a su turno, gexaltadas o atacadas, por su mayor o menor significacin~. Mor~no Clavijo, al ?icomentar en. julio de 1962 su exposicin en la Biblioteca Luis Angel Arango, Wdestaca su (imezcla de tinta, lpices, leos, tmperas y crayola, formando vol- 2=:menes, transparencias y contrastes realmente admirables, y seala que (ies pal- Zpable el trabajo, el oficio, el desvelo por lograr algo original, para hacer su sali- ::Jda plstica con cosa propia y no como un Obregn ms. Tambin en junio de1968, en El Tiempo, Mara Victoria Aramendia, en la nota (iLa pintura de Rojas,indica: (ila misma plenitud americana, tan dificil de hallar infortunadamente enla pintura de estas latitudes, palpita en estos cuadros cuyo inters radica, fun-damentalmente en la incontenible fuerza que privndoles de una ordenacinlgica les confiere la poderosa atraccin que de ellos se desprende. (Ver estosarticulos en Jorge GARctA USTA, Visitas al patio de Celia, Medelln: EditorialLealn,1994).

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    distintiva que reclama la impureza del recuerdo y el mpetu de la vi-da como nutrientes de un nuevo lirismo. En esa poesa voluptuosa,pero sobre todo carnal y enraizada, se rompe la cuerda de la clau-dicacin neorromntica de la poesa colombiana -en la cual pare-ca haber encallado el ltimo y residual piedracelismo-, como locertificaba el sorprendido testimonio de Garca Mrquez el 14 demarzo de 1950:

    Poesa desbordada, en bruto, la de Rojas Herazo no se da-ba entre nosotros desde que las generaciones literarias inaugu-raron el lirismo de cintas rosadas y pretendieron imponerlocomo cdigo de esttica. Rojas la rescat del subsuelo, la libe-r de esa falsa atmsfera de evasin que la vena asfixiando ydonde el hombre pareca haber reemplazado sus hormonaspor refinados jugos vegetales y se enfrentaba a una muerteinofensiva y complaciente. Rojas Herazo volvi a descubrir alhombre6.

    6 Gabriel GARctA MARQUEZ, *Rojas Herazo. El Heraldo, Barran-quilla, 14 de marzo de 1950. Rojas Herazo es el nico escritor colombiano yuno de los pocos universales sobre quienes Garca Mrquez ha escrito dos no-tas de prensa, dedicadas en su integridad al autor y a su obra. E111 de junio de1952, en El Heraldo, de Barranquilla, escribe la columna Rostro en la sole-dad, en la que seala: *Con sta van por lo menos diez veces que comienzouna nota sobre Rostro en la Soledad, el libro de poemas que acaba de publicarHctor Rojas Herazo. Desde el tercer intento habra desistido de la empresa,de no ser sta -si es que ha de ser sta la definitiva- una nota que me estoydebiendo a m mismo desde mucho antes de que Rojas Herazo publicara su li-bro; desde cuando padec la tremenda y comprometedora experiencia de co-nocerlo. Entonces -hace seis, siete aos- habra podido escribir, vociferarsobre el libro que aquel inquietante amigo haba de publicar alguna vez. Y creo

  • Prlogo-,

    XIX

    Lo que se advertir en adelante, de principio a fin, en esta poe-sa, es la irreductible idea del retorno al hombre, al cuerpo y a latierra, como ejes de la poesa. Como lo seal Juan G. Cobo Bor-da, a propsito de los poemas de Rojas Herazo aparecidos en Mito,era la poesa que, por fm, tocaba la realidad; era la realidad.

    Desde 1956 se revela en su poesa una de las ideas obsesivas desu universo narrativo, la coexistencia de la abuela y de la casa comosmbolos de arraigo contra la destruccin del tiempo y la adversidadsocial: Somos de este patio enlutado / donde mataron una casa / yaventaron sus puertas, su quicio y sus ventanas.

    Los poemas Responso por la muerte de un burcrata y Pre-ludios a la babel derrotada producen, con un estilo envolvente deplegaria y celebracin, un acercamiento fundamental al gran mun-do de la ciudad y al microcosmos de la oficina, y preludian muchosmomentos de Celia se pudre: el burcrata, vctima y victimario de lanueva efusin nacional, soporta, acorralado, el submundo urban07

    w que habra podido hacerlo incluso aunque en esa ocasin Rojas Herazo nohubiera pensado en la posibilidad de escribir un poema. Todo esto que aho-ra viene en el libro estaba desde entonces en l. Slo que quizs un poco msconfuso e indefinido. y acaso a eso se hayan debido los tropiezos que he en-contrado para comentar Rostro en la soledad: porque yo tengo la pretensin dehaber participado un poco de su soledad y de haber penetrado en ella antes deRojas Herazo -a golpes, a rasguos, a gritos- hubiera abierto esta brechapor donde ahora se precipita una torrentera de caliente y babeante poesao>.Garca Mrquez sostiene, adems, que La casa entre los robleso>, incluido enRostro en la soledad, es uno de los poemas ms gloriosos que se han escritoentre nosotroso>.

    7 El poeta Jaime Jararnillo Escobar indica sobre el poema Responso porla muerte de un burcratao> que se trata de un sobresaliente ejemplo de lo ur-bano en la poesa colombianao> y que Rojas Herazo, a travs de una descrip-

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    que se precipita sobre l, royndolo diariamente, alejndolo de suesencia, hasta convertirlo ya no en estrepitoso propietario del pro-greso sino en infeliz habitante de su nada.

    La saga de Cedrn

    Su aspiracin de ndole religiosa de acoger la tcnica del monlogoy todas las formas de la introspeccin narrativa para hallarse des-nudo y sin muros con el hombre-lector, haciendo de la obra un tu-teo existencial, aparece ya en Respirando el verano, una de las tresnovelas que introducen la modernidad narrativa en Colombia, allado de La hojarasca, de Gabriel Garca Mrquez, y La casa grande,de lvaro Cepeda Samudio, y acaso la ms ambiciosa de las tres.En ella Cedrn ya es el solar original y Celia -la madre del padeci-miento--, la familia y el patio se confunden en una trama desespe-ranzada, en cuyo teln de fondo fulge la ms orgullosa e invencibleincomunicacin entre los seres, raz de toda locura, toda violencia ytoda muerte. La novela muestra parte del desacuerdo esencial de lacomunidad humana: es otra forma de entender el Caribe, ya no des-de la vigorosa arquetipia del realismo mgico como racimo de ma-gias y desilusiones histricas, sino como mapa del sufrimiento en lapropia raz del ser singular, del ser como espejo de encuentros y de-sencuentros de las culturas engendradoras. La capacidad de premo-nicin no parece dada slo por algn desvo sobrenatural de la he-

    U:'" cin muy sabia y muy potica, penetra hasta ms all, o sea hasta el centrode la piedra. Aquel burcrata, perseguido por su nmina, nos conmueve por-que refleja en la vida urbana un triste destino para el hombre, ese que quiz so-mos nosotros mismos, pero esta vez por lo menos no podemos reconocemos.

  • Prlogo

    XXI

    rencia O por un privilegio inexplicable del mito sino tambin por unalarga, morosa 'f amorosa relacin con seres, atmsferas y objetos.

    Respirando el verano, pensada durante ms de veinte aos, peroescrita en algo ms de tres meses, es el inicio de la saga novelstica,aunque a lo largo de los dos perodos ms notables de su obra pe-riodstica, Roj~s Herazo haya ensayado relatos sobre personajes ypaisajes que, despus, penetrarn en la ficcin novelstica. Orientadapor una estructura fragmentaria, en la que ya Rojas Herazo, atradogozosamente por el monlogo moderno y las audacias liberadorasdel cine, propone su necesidad de un lector ms activo y expone sunocin del tiempo como duracin arbitraria y subjetiva, la novela en-sea la interioridad turbulenta de una familia, cuyo centro es Celia,en quien reposan el orden, la autoridad y la resistencia de la aven-tura familiar. Cada destino es la asuncin de un desconcierto: laambigedad del afecto, la incertidumbre del sexo, la soledad irre-basable, crean un conjunto humano de aplazados y desunidos queencuentran en el rencor y el silencio, ms que en la rebelin ex-plcita, las formas del desacuerdo y tal vez la nica posibilidad derelacin. Una certera y apesadumbrada metfora de la nacin, des-de el microcosmos familiar y los espectros pueblerinos.

    La novela describe las patticas incomprensiones humanas, queindican la limitacin de todo vnculo, la imposibilidad o el desgastede todo amor, el precio existencial de las desobediencias a las nor-mas del origen. El verano se erige como un smbolo de lo seco, in-contenible e incierto, y agrega ms indefensin en la atmsfera a loya indefenso en el espritu. Y Cedrn, el pequeo pueblo signado yano por el pecado sino por la incomunicacin original, se erige en elespacio del abandono orgulloso, del tiempo detenido, en el lugar delas quimeras y en un lugar del Caribe colombiano donde el realismomgico no encuentra una realizacin lineal, pues en la novelstica

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    XXII

    de Rojas Herazo la tcnica de narracin, siempre orientada hacia lainterioridad monologante y a la impugnacin de las conductas, noprivilegia lo excntrico sino lo existencial, no el magnfico dato ex-teriorista sino el inolvidable choque de las conductas, las habitacio-nes y expediciones del espritu desconsolado.

    En 1967, Rojas Herazo gana el Premio Nacional de Novela Esso,con En noviembre llega el arzobispo, novela a la que haba dedicadocerca de cinco aos de trabajo. La novela genera un fenmeno queno tena muchos precedentes en la atencin del pblico nacional: sevenden ms de cincuenta mil ejemplares en un pas de precaria in-dustria editorial y se producen varios debates en la prensa nacional.El autorretrato que Rojas Herazo publica en la revista Lmpara al-canza a mostrar a qu clase de terrible pas tena que enfrentarse elartista colombiano moderno.

    Desde la conspiracin capitalina hasta la incomprensin pro-vinciana, desde el pnico gramaticalista hasta la impudicia religio-sa y la desfiguracin histrica, los ataques son encubiertos8 y, en lamayora de los casos, pueriles, pero son muchos ms los reconoci-mientos que la novela alcanza, hasta convertirse en una de las obrasms notables de la narrativa latinoamericana9.

    8 Gustavo lvarez Gardeazbal seala, a propsito de En noviembre lle-ga el arzobispo, que era la primera vez que la realidad nacional se vea llevadaala novela en tal forma. Era la primera vez que el mundo ntimo de los perso-najes se unificaba al comportamiento externo y paisajista de que est inunda-da nuestra narrativa*. Y sostiene que a esa novela se aplic una cortina de si-lencio y una crtica parroquial que no se utiliz para otras novelas de su clasey momento*. (Gustavo ALVAREZ GARDEAZABAL, Un desagravio a RojasHerazo*, Nueva Frontera, No. 68, Bogot: 1976).

    9 El poeta espaol Luis Rosales, ganador del Premio Cervantes, ha se-alado los atributos del lenguaje de Rojas Herazo en esta novela, apuntando

  • Prlogo

    XXIII

    Despus de la publicacin en Espaa de En noviembre llega elarzobispo, el novelista Jos Manuel Caballero Bonald sostuvo queRojas Herazo haba producido casi en silencio y a [mes de los se-senta uno de los paradigmas novelsticos ms decididamente bri-llantes de nuestra comn literatura ltirna10.

    w que se trata de un estilo presencial, y por este carcter la narracin no essucesiva sino simultnea, Todo lo sucedido alguna vez sigue presente, ya con-vertido en odio, y est en el corazn amordazndolo. Cuanto recuerdan lospersonajes no mueve su conducta, pero presiona su actitud, y el pasado se fijavolviendo a acontecer, La tcnica narrativa de esta novela tiene grandes coin-cidencias con Celia se pudre, que llega a extremar la desconexin temporal y elaparente caos de los espacios de los captulos. El articulo de Rosales, La no-vela de una agonia, sirvi de prlogo a la edicin espaola de En noviembrellega el arzobispo.

    1 O Jos Manuel CABALLERO BONALD, Las maravillas de la realidad,Nueva Estafeta, Madrid, enero de 1982. Segn el crtico argentino Juan CarlosCuruchet, en un artculo publicado cinco aos despus de aparecida la nove-la, En noviembre llega el arzobispo no ha alcanzado hasta hoy la difusin quetan notoriamente se merece debido a dos causas fundamentales: haber sidopremiada en un concurso imperialista (Premio Literario Esso, 1967) Y habersido publicada por una editorial prcticamente desconocida (Lerner, Bogot,1967> (vase Al margen de una novela de Rojas Herazo, Cuadernos Hispano-americanos, No. 272, Madrid, 1973). En realidad, la novela fue un suceso edi-torial en Colombia y promovi una de las polmicas ms esclarecedoras sobre lasituacin del escritor en sociedades atrasadas como Colombia durante los aossesenta. Pero lo ms notable es que, hasta ese momento, se trataba de una delas novelas de mayor tiraje en el pas, por encima, incluso, de toda la obra deGarca Mrquez anterior a Cien aos de soledad. ste, en verdad, haba conse-guido ediciones muy precarias de sus libros dentro de Colombia y la mismaCien aos de soledad iba a ser publicada por una pequea editorial mexicanacuando apareci la oferta de Suramericana. En Colombia, la prensa nacionalse ocup durante varios meses de En noviembre llega el arzobispo. La ausencia

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    XXIV

    La saga de Cedrn contina, la visin de la familia y de Celia seampla en una comarca situada en la orilla del mundo, oprimidapor la ardenta del clima y la imposibilidad del desarrollo, pero so-bre todo por las irradiaciones tcitas o manifiestas, amenazantes yenloquecedoras del terror.

    El miedo -sentimiento central en la novelstica rojasheraciana-viene a reforzar la tragedia primigenia de la incomunicacin entrelos habitantes de Cedrny se tiende sobre el pueblo como un man-to, lo arropa todo, todo lo signa, lo empequeece y esconde su ori-gen: es un olor, una amenaza, una frase, una presencia.

    Los generales arbitrarios de la guerra civil de Respirando el ve-rano han sido sustituidos por el cacique del pueblo, Leocadio Men-dieta, ese brbaro feudal que extorsiona campesinos y saquea a lapoblacin cedronita, y encarna, sin saberlo muy bien, el mal, y a suvez tambin sufre sus regresiones y sus desvaros: uno de sus hijos seahorca y su mujer (a la que haba comprado como a una yegua) lorespeta: tanto que lo siente como un extrao que, con paciente cir-cularidad, la viola, y al que jams podr tutear, ancdota simblicade todo el mal social generado por un hombre a quien el poder ena-jena y deshumaniza: ni siquiera en el acto ms realizador de la inti-midad alcanza a sentir el amor del otro. El tirano sufre, pues, la peorde las soledades. El miedo que produce ha terminado cerrndoseen torno de l como un vasto anillo, un crculo destructor, una su-

    8'ii" de una edicin de mayor penetracin internacional -que slo se har enEspaa en 1982- se debe a factores exgenos, no a la calidad de la obra; sedebe a la falta de promocin comercial de la obra y a la aparicin de la tiranapublicitaria, orientada desde los predios del boom latinoamericano de narrati-va, que, adems, mantuvo fuera de circulacin internacional durante un buentiempo, obras de escritores como Borges, Onetti, Rulfo y Guirnaraes Rosa.

  • Prlogo

    xxv

    cesin de vacos, de la que slo despierta en el instante del gransuceso, la muerte. Rojas Herazo no traza un retrato unilateral y acu-satorio del cacique, no lo convierte en nota tpica; fiel a su estilo deenfrentar todas las dimensiones del ser y la vida y (de hacerse per-donar sus descubrimientos)!!, la visin narrativa de Mendieta sederiva tambin de la compasin integral del demiurgo por sus cria-turas, inocentes o crueles, pero siempre complejas y fantasmales.

    Parece la novela de una agona, la de Mendieta, enfermo y enespera de la muerte, pero es tambin la agona de un grupo humanoque hereda terrores ancestrales, se complace en la incomprensin, yni siquiera entiende las dimensiones autnticas del placer fisico. Lasancianas se relamen las encas de sus dentaduras postizas en buscade placer o celebran la sinuosa sensualidad de sus ventosidades; loshombres copulan apresurados y lejanos; las solteronas orinan con-tra el polvo que slo entonces se humedece; los nios se masturbanen una especie de coro elegaco; la llegada del arzobispo es la finaly anodina ilusin: una prosa en que la escatologa, poseda por lainocencia de la bsqueda cultural, alcanza una forma jubilosa y me-ditativa y descifra que el cuerpo y sus dominios, siempre en oposi-cin a la normatividad del pecado religioso, ofrecen milagros y re-fugios y dan al ser la oportunidad de probar por un instante en qu

    11 El crtico John Brushwood, profesor de la Universidad de Kansas, hasealado que Rojas Herazo no buscaba efectos hiperestsicos sino que talesimgenes correspondan a su manera de observar. Los lectores de Rojas He-razo aprenden que el autor emplea no solamente el sentido ptico sino todoslos sentidos, logrando unos resultados extraordinarios con el olfativo') (vase lanota En diciembre lleg Celia: tres novelas de Hctor Rojas Herazo~, publi-cada en la revista de la Asociacin de Colombianistas Norteamericanos queedta Tercer Mundo Edtores y reproducida en Jorge GARCA USTA, op. cit.

  • JORGE GARCtA USTA

    XXVI

    consiste la vida, constreida siempre por la autoridad, el dinero y lasangre. El sexo, glorioso o perturbado, no es la nica intimidad in-mune al terror social y a la manipulacin poltica de Mendieta, peropermite -slo como la palabra pblica- el ejercicio de los instin-tos y la realizacin momentnea del ser.

    El nico grupo que a su manera se rebela contra la impalpablepero fIrme idolatra del miedo impuesto por un omnipresente Men-dieta es un grupo de conversadores (un comerciante de origen ra-be, un militar apcrifo de la guerra civil y otros dos conversadoresprofesionales) que utilizan el humor como irreverencia liberadora yhablan en pblico. Usan la palabra en un pueblo de rumiantes y so-litarios: son capaces de hablar, de cuestionar el pasado y el presente,y son capaces de rer, desorden supremo en el marasmo lugareo.De ellos parecen emerger los signos de un nuevo tiempo, que se ini-cia con el festejo carnavalizado de la muerte del dspota pueblerino.Pero otros seres siguen atrapados en la rutina del miedo y retornana la repeticin de los hbitos y al paladeo de la monotona.

    Rojas Herazo, como lo sostienen sus amigos los poetas espao-les Luis Rosales y Flix Grande, es un orbe sin lmites, y es hoy unode los escritores ms estudiados del mundo hispanoamericano. Ho-menajes a su obra organizados en los ltimos aos por universida-des y centros de estudios literarios, colombianos y norteamerica-nos; numerosos artculos de prensa, en peridicos que van desde ElEspectador y El Tiempo, de Colombia, hasta El Pas y ABC, de Espa-a; ensayos de revistas acadmicas, tesis de doctorados en univer-sidades de Bogot, Toronto y Washington, y hasta comentarios deescritores como Ernesto Sbato y Juan Carlos Onetti12, destacan un

    12 Sbato dirigi un mensaje para un homenaje a la obra de Rojas He-razo organizado en 1983 por el alcalde de Cartagena, Manuel Domingo Rojas,

  • Prlogo

    XXVII

    incontenible inters crtico, que ha anulado el ya aejo cerco edi-torial13.

    ~ el grupo En Tono Menor. En l considera al colombiano uno de los ms

    grandes escritores latinoamericanos de este siglo~. Onetti, en su nota Reflexio-

    nes de un congresista) (Confesiones de un lector. Alfaguara, Madrid, 1995), afIr-

    ma que Rojas Herazo es un novelista admirable.

    13 Una enumeracin bastante incompleta de crticos y e~critores colom-

    bianos y extranjeros que se han ocupado de la obra de Rojas Herazo en los

    ltimos aos incluye a Gustavo Ibarra Merlano, Aleyda Roldn de Micolta,

    Guillermo Cano, Gustavo Alvarez Gardeazbal, Juan Manuel Roca, 6scar

    Collazos, Ramiro de la ,Espriella, Germn Vargas, Ignacio Ramrez, Carlos W

    Villalba, Mario Rivero, Alvaro Marn, Daro Jaramillo Agudelo, Henry Luque Muoz, Rmulo Bustos, Alfonso Crdenas, Azalea Garca, Marino Troncoso, ES

    Luz Mery Giraldo, Jos Stevenson, Antonio Cruz Crdenas, Jos Martnez, Z

    Francisco Gil Tovar y Mara Eugenia Trujillo, junto con los espaoles Luis Ro- -1

    sales, Flix Grande, J, M. Caballero Bonald, Elisa Ramn, Ramn Freixas, ~

    Cristbal Sarrias, los norteamericanos Seymour Menton, Raymond Williams, O

    Ben Heller,John S. Brushwood, y los argentinos BIas Matamoro,Juan Carlos

    Curutchet y J. L. Castillo Puche. Las universidades de Cartagena y Jorge Ta- g

    deo Lozano, seccional del Caribe, la del Valle y la de Antioquia, junto al Ban- ~

    co de la Repblica, han promovido o exaltado la obra de Rojas Herazo. Varios W

    grupos literarios y revistas colombianas han realizado encuentros o nmeros ?

    es,peciales de sus publicaciones sobre la obra de Rojas Herazo, como En Tono ~

    Menor, de Cartagena, y Golpe de Dados, de Bogot. La revista Ophelia, de Po-

    payn, hizo un encuentro nacional dedicado a su poesa y public un libro con

    poemas y ensayos. Los diarios El Heraldo, de Barranquilla, Vanguardia Liberal,

    de Bucaramanga, El Universal y El Peridico, ambos de Cartagena, han dedica-

    do grandes espacios o nmeros completos de sus publicaciones dominicales a

    la obra de Rojas Herazo. En Cartagena y Magangu se cre la Fundacin Cul-

    tural Hctor Rojas Herazo, que ha organizado incontables encuentros y con-

    ferencias sobre su obra. En Sincelejo, un grupo de escritores ha realizado va-

    rias jornadas para estudiar, comentar y publicar su obra. La especializacin en

    Literatura del Caribe de la Universidad del Atlntico tiene la obra de Rojas

  • JORGE GARCtA USTA

    XXVIII

    Algunos comentaristas del interior colombiano, como Hernan-do Tllez, el mago de la gracia galicada, no entendieron, hace msde treinta aos, qu pasaba con l. Sus dos oficios, pintar y escribir,que l siempre ha entendido como devociones sistemticas del ta-ller, parecan desbordar el marco en el que los re~tores del buengusto nacional haban decidido delimitar y arrinconar la expresivi-dad individual. No se preocupen por eso, deca, tranquilizador ydefensivo, Rojas Herazo. Yo no soy ortopedista, no soy ingeniero,no soy sinfonista, no construyo calles ni arreglo carros. Yo slo hagodos cosas: unas las pinto y otras las escribo.

    Celia se pudre es la culminacin eminente de una obra esttica,pensada, vivida y madurada a lo largo de casi cincuenta aos deintenso trabajo creativol4, de reflexiones sobre la historia y el hom-bre colombianos, de incomprensiones y contiendas contra un me-dio menudo y desarmado; en sntesis, la vida corriente de todo grancreador en cualquier poca, pero acentuada en las marismas litera-rias del tercer mundo. De all el vasto repertorio de sus miradas y en-foques, su lenguaje multiforme, la estructura fragmentaria e irra-diante de la novela. Con ella, su autor, inmune (y por ello acosado)a los guios de la obscenidad contempornea que les reclama a losautores novelitas semestrales, expone, en forma sucesiva, su idea

    w Herazo como uno de los nombres centrales de la literatura de la regin. Enuno de los detalles humanos ms significativos, por el afecto encarnado, los es-tudiantes de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad de Cartage-na bautizaron con el nombre de Hctor Rojas Herazo el pequeo patio dondeellos conversan, estudian y realizan lecturas de poesa y recitales de msica.

    14 La crtica Azalea Garca la considera una de las obras fundamentalesde la narrativa actual en Hispanoamrica. En su tesis de doctorado en la Uni-versidad de Toronto, La narrativa de ficcin de Hctor Rojas Herazo (1962-1985)~, Garca destaca el uso de las tcnicas cinemticas en Celia se pudre.

  • Prlogo

    XXIX

    de la historia, su nueva y fmal utilizacin del mito, su nocin bur-lona del progreso, la pegagoga de su sarcasmo, su problemticaconcepcin de los valores y el destino humanos.

    Autoconfesin cifrada, pero tambin vasto proceso de reflexinsobre una naci~n casi inexplicada y tan exigente en su comprensincomo la propia estructura novelstica que el autor propone comometfora de la locura y tambin de la grandeza nacional. Grande-za esencial que nunca est en los grandes campeones del discursosino en el hroe comn y corriente15 que lee el peridico mientrasdefeca y adems sufre, copula, ama, come, bebe, juega, re y mue-re y memora, sigue memorando, y que no ocupa los espacios de lagran discusin pblica sino la angustiosa y crucial intimidad cotidia-na, donde a veces es posible el amor, esa rfaga de desamparo queconfirma tanto el poder como la inermidad del origen, ese enigmaprimordial que rebasa toda definicin pero resulta el nico consue-lo ante las atrocidades de la historia.

    De la misma manera como cada escena halla su contraparteque la explica o vuelve a tensionar el relato para buscar otra escenaque pueda explicarla o resolverla (tal el ritmo irresoluto de la vida,talla metfora que el autor ensaya en su novela, partiendo de sucreencia absoluta en la vida como misterio por padecer ms que co-mo problema por entender, de modo que el lector padece, tambin,el tiempo de la novela como misterio vital), de esa misma maneraincontables claves, episodios y formas de su obra periodstica, nu-

    15 El hroe comn y corriente no es un antihroe, aunque contenga ele-mentos de antiheroicidad; es una redefmicin del hroe situado ante la pocacontempornea, en pleno derrumbe de los viejos valores que daban sostn a laheroicidad tradicional. De a11i que su espacio sea, ahora, el mundo cotidiano y,dentro de l, los lugares ntimos, como la casa.

  • JORGE GARCtA USTA

    XXX

    merosas imgenes de su obra potica y no pocos personajes, carac-terizaciones y peripecias de su obra narrativa encuentran en Celia sepudre su resolucin fmal.

    La novela es la historia de un viaje en que el protagonista, an-clado en una infancia memoriosa, rema, rema siempre, a bordo delbarco de su infancia (que es tambin la infancia de la herencia cul-tural), el Lura, o se desdobla, en dramas semejantes de bsqueda desosiego o justificacin, en una expedicin en busca del Pjaro Ma-cu, o en el pintor que descifra o vaticina en sus lienzos y muralesel destino comunitario. El protagonista, vstago de la ensoacinagraria (del paraso inicial, que es tambin ruina realizadora) yaho-ra prisionero de la quimera urbana, se pudre en un vasto ministerio,mientras su abuela, refugio y consuelo final ante la desdicha y laincomprensin humana, se pudre en l. Pudrirse en los trminos dela ficcin rojasheraziana es -adems de ir muriendo da a da, aunen la aparente plenitud fisica- ir adquiriendo una nueva condicinde la vida mediante la profundizacin del trnsito a la muerte: ad-quirir en la memoria la ilusin de la eternidad, habitar perpetua-mente en otra memoria, vivir para siempre en el nico lugar posible:el recuerdo.

    En parte, el viaje sigue el procedimiento mtico. Desprendido(o arrancado) del tero vital, que es solar natal, mujer de los prin-cipios y ruina bsica al mismo tiempo, el hombre se marcha, inde-fenso (desterrado), a vivir sus das; las herencias del recuerdo seagolpan e integran su memoria, la fidelidad al recuerdo es el nicosanto y sea que le permitir regresar al nicho del origen, y el ni-co instrumento que le permitir sobrevivir al oleaje torrencial deuna nacin, desde su desamparo cotidiano, y le har posible sopor-tar, tambin desde la memoria, las guerras intiles y demenciales, laaparicin de la ciudad deslumbrante y monstruosa, la inutilidad

  • Prlogo

    XXXI

    opresiva de las leyes, el hechizo y el castigo del sexo, las sucesivasmentiras encarnadas en el poder poltico, la enajenacin cientfica,la falsedad cultural, y el desafio desmedido e impiadoso, existenteen el sistema de incomunicacin humana que forma la raz de todafamilia.

    Desde ese trnsito que cubre el recuerdo del siglo XIX o puedehundirse en el siglo XVIII, y se prolonga sobre su soledad contem-pornea -heredera de otros cdigos de la soledad familiar-, ro-da y jadeante, sigue buscando a (buscndose con) Celia, que lo lla-ma, que le pide que le traiga sus calillitas de Ambalema (la peticinmenesterosa y primordial que antecedi y defini el viaje y que con-figura la complicidad de la pudricin). Fuera del tiempo, fuera yade la historia, lejanos ambos de mediaciones formales, de externi-dades impuestas, desencarnados pero vivos slo por la vehemenciade la memoria, en ella se encuentran: regresan al consuelo y al amorque siguen otorgando las experiencias comunes del comn origen.La splica concluye, las memorias logran la comunin y el reen-cuentro defmitivos. El viaje parece haber terminado.

    N o se trata, desde luego, de un documento de la nostalgia, nadams lejano de esta mezcla de piedad y sarcasmo, de lujo barroco yperfeccin coloquial, de desmesura pictrica y permanente estruc-turacin cinematogrfica de los tiempos y modos de la novela. Lanovela acusa a la tontera y la crueldad humanas convertidas en ofi-cina, parlamento, discurso, fraude, presidio, simulacin cultural, dog-matismo religioso, provincianismo mental. Teora personal sobre lacondicin humana, historia de todos los tiempos y smbolos que hanconstruido, deformado y liberado la nacin, Celia se pudre es, tam-bin, una gran burla de la mentira como modo ostentoso de relaciny una denuncia de todas las formas de poder y alienacin que enga-an y enloquecen al hombre, destruyendo sus riquezas primarias, y

  • JORGE GARCtA USTA

    XXXII

    el predio sagrado de su elementalidad, la claridad de sus instintos yel ejercicio de su compasin, en donde estara la nica posibilidadde salvacin.

    La novela es un alto categrico en la tradicin del realismo li-neal, de las narrativas que enfatizan la externidad episdica y los re-latos horizontales. Celia se pudre alberga gran cantidad de lenguajes,apenas sometibles al rigor de los tiempos narrados, a la compleji-dad y verosimilitud de los personajes, pero asimismo a la matem-tica y artes anal cordura con la que el autor desordena y ordena suestrategia narrativa, sus saltos temporales, sus cortes escnicos, acomps mismo con el vrtigo del mundo narrado. No siempre eselenguaje identifica a su portavoz, casi nunca el autor acompaa conguas obvias al lector en la selva de su ficcin. All, el autor apela, enforma definitiva, a la cocreacin del lector (anloga splica de Celiaa su nieto, el burcrata) desprendida directamente de los canales dela memoria: la memoria de los hechos descritos como estrategia na-rrativa y la memoria del lector que ha estado sometido a ese vivir yjadear o sufrir y copular o alucinar y guerrear o morir y pudrirse ynacer.

    La memoria (la vida, el nimo, la necesidad de aventura) dellector tiene que ser capaz de entender qu inconfesa intencin, qutrozo de trama, qu angustia vital, qu inquietante destino, qu pa-labra trunca, qu otra memoria desperdigada pero viva y ansiosa,est flotando y viviendo en cada pgina, participando del viaje. Poreso se trata de una novela como experiencia vital, ante cuya lectura-vida lo que se propone es refundar el lector: desafiar allectorcillo deocasin y descubrir lectores que quieran, a travs de los recursosdel arte de la novela, sumergirse en una experiencia totalizadora.

    En Celia se pudre, el lenguaje vuelve a alcanzar el lugar de im-perioso protagonista de la aventura novelstica. Los propagandistas

  • Prlogo

    XXXIII

    de la deshidratacin verbal no se sentirn a gusto en este palacio deexperimentaciones, en el que la palabra logra, en medio del vrtigode las mutaciones temporales, una elaboracin preciosa pero sus-tantiva. Barroco se ha llamado, no siempre con precisin y no siem-pre como reconocimiento fidedigno de un estilo, con frecuencia aRojas Herazo, por la orquestacin de sus frases y sus excelsos me-canismos descriptivos, pero en Celia se pudre esa raz barroca se am-pla y se disuelve en un nudo de experimentaciones: la totalidad delmundo que se pretende capturar le impone al implacable demiur-go cambios capitulares de modos de narrar, enfoques y ritmos.

    Una vez ms predomina como unidad narrativa la escena (in-cluso en sus modos ms breves y alucinatorios, como episodios su-cintos que se concatenan en otra ilusin de biografia de un tema, unpersonaje o una circunstancia), otra de las insistencias modernas deRojas Herazo, que le permite desarrollar, a travs de una fragmen-tacin medida y minuciosa del tiempo, claramente impuesta por lostrminos azarosos pero imperativos del recuerdo, una estructuratensional e inacabada; una suerte de cadena trunca de relatos, enapariencia desasidos de toda lgica narrativa, que insisten en impo-nerle al lector una inmersin total en la aventura novelstica e inclu-so el redes cubrimiento de las riquezas de su memoria individual.

    Lo que parece un cuerpo gigantesco y abrumador de persona-jes, peripecias y tiempos, obedece matemticamente al espritu dela obra, a su carcter testamental, a su conmovedora intencin deconsuelo, y a una ntida y muchas veces sonriente impugnacin delfacilismo de gran parte de la narrativa actual.

    Si el lector quiere no slo penetrar en la novela sino 'adems en-tenderla, en esa especie de casern gtico* de que hablaba el cr-tico argentino-espaol BIas Matamoro, tiene que comprenderlacomo una xperiencia vital y absorbente de su vida, como una in-

  • JORGE GARCtA USTA

    XXXIV

    versin monumental de energa, como una apuesta primordial. Eltiempo de creacin y de padecimiento del autor de esta novela pa-rece revertirse en una suerte de jubilosa y fraterna venganza sobreel lector, que tiene que entender, de entrada, que no se trata de unaobra literaria, de un episodio rutinario de bibliofagia, sino de unformidable suceso vital.

    Para Rojas Herazo, la novela contempornea puede rebelarsecontra las peticiones de brevedad motivadas en que los hombres es-tn ocupados y hay trenes desbordando el firmamento. Esas obje-ciones sobre el tiempo de la novela podran provenir aceptablementede colegiales embobados por el artificio audiovisual, no de hombresque en los productos artsticos pretenden hallar experiencias funda-mentales. La novela es un tiempo propio, autnomo, como todo elarte: una experiencia capital, como el nacimiento, el amor, el sexo oel carnaval. Es furia, rebelin, coito, documento, habitacin interior,dilogo con los endriagos y, sobre todo, puente hacia el lector, ya nohipcrita en este caso, sino semejante desvalido, menesteroso y pa-deciente hermano. Pasajero. El lector de Celia se pudre se concibetambin como otro pasajero del viaje fundamental de la obra. Ade-ms de leer el libro, tendr que remar en l. El Lura espera por l.Su Celia personal tambin.

    ~

  • A la nia Rochi

  • Porque la vida est escritaexclusivamente con polvo.

    Stephen Spender

    Dejemos ascender todos los venenosque nos acechan en el fango.

    Robert Graves

  • P orque no era tanto lo pesado de ese levantarse y, bostezan-do, estirarse lo ms posible y despus abrir la ventana y respi-

    rar -primero fuerte y luego dulce extasiadamente- aquel color deescama gelatinosa del cielo contra la lnea de los montes. Ese color.y todava los diferentes rumores, entre los cuales se destaca esa es-pecie de sosegada asf1xia (se siente tan intil y estpidamente solo eindefenso cuando los oye) que tienen los hijos durmiendo, la mujerdurmiendo. Los sigue oyendo, pero ahora solamente a ella, lejana-mente. Braceando inmvil entre sus sbanas, sus olas, tratando dellegar y salvarse en alguna orilla. Porque despus, ms que sentirla, laha adivinado, en tareas distintas y en diferentes sitios de la casa, unpoco ubicua, apenas canturreando, mientras l vuelve a silbar des-pus de afeitarse y an no ha decidido abrir el peridico y sentarseen el inodoro. Y ahora ella le est poniendo el pan y la cacerola conlos huevos batidos sobre el mantel. Todava con los ojos rojizos desueo, un poco abotagados, movindose entre las cosas con el im-perceptible balanceo de quien camina por un piso no suficiente-mente fIrme, en el mar. Y hasta la vda, s seor, puede ser muy bue-na teniendo que llamar al plomero para que termine de una vez conel goteo de esa canilla y las calificaciones del viernes, t sabes, nosiempre pueden venir excelentes cuando, la noche anterior, el mu-chacho le ha presentado el parte. Lo del uno en conducta no im-porta, hasta puede indicar cierto saludable avispamiento, pero ya

  • HCTOR ROJAS HERAZO

    42

    importa un poco ms el dos y medio en matemticas. Sobre todoeste dos en literatura, t, quin iba creerlo, el nieto de un hombretan ledo, es insufrible. Y mucho peor este dos en geografia. Le hacomprado un mapa, qu pasa? Toca ponerse adusto, enfundarseen aquel disfraz de padre enfadado. No sabe, acaso, que la men-sualidad se ha encarecido insoportablemente este ao? O no cono-ce el precio verdaderamente escandaloso de las matrculas? Sienteel deseo, la urgida necesidad, de tornarse ms dramtico, de apro-vechar tan inmejorable coyuntura para darse gusto con el alza delos vveres y echar pestes del gobierno y denunciar a gritos el in-contenible apetito de la mafia financiera. Desahogarse de una vez,por l y por todos los sufridos padres de familia de este resignadopas. Por un momento se olvida de los matices de su vindicativameditacin para saborear, en conjunto, el orgullo de pertenecer auna cofrada de mrtires. Pero cada uno de aquellos temas resultatan irruptivo y apetitoso que no sabe dnde elegir. Est confuso. Yaha elegido, sin embargo. Est derrochando el sudor de su padre, seoye decir sin mucha conviccin, defraudado de antemano, un pocoaltisonante. Es injusto, pues. Tambin con su madre. La est sea-lando patticamente, tratando de aprovecharla como cmplice. Ella,por la noche, a pesar del cansancio (no es para tanto; clmate, nome metas en tu festn, le estn reprochando tiernamente el gesto ylos ojos de ella), lo ayuda en sus tareas. Qu pasa entonces? Se haido entusiasmando tanto con el regao que ahora tiene que mirar unhijo, casi esculido por el azoro, tan culpable de no haberse aprendi-do sus lecciones, de haber chachareado un poco ms de la cuenta yde no conocer el origen divino de las letras de cambio o la consig-na para evitar un desahucio del paraso. Oye borbotar sus palabrasmuy lejos, retornadas de otro que est todava ms lejos, dentro ofuera de l mismo.

  • Celia se pudre

    43

    Aquello que tiene delante promete cambiar con el brillo de unosojos dorados, con algunas incoherentes excusas, con un rubor quese le extiende hasta las orejas, con ese cuello que se ha alargado unpoco desmesuradamente las ltimas semanas. De pronto adivina,casi atrapa (ha visto cruzar un relmpago, la silueta furtiva) al hom-bre que se esconde en ese nio. Lo ve erguirse un instante con sucompleta carga de estupor y sufrimiento, lo ve terminado y hastacon las huellas y cicatrices de una perezosa molienda. El hombrefuturo est a punto de llorar. La madre, somiendo amargamente, loayuda, lo ampara un instante de ese y de todos los instantes quean le quedan sobre la tierra. Tambin titilan un poco sus ojos. Am-bos, ella y su hijo, dejan de ser familiares y cercanos y se funden enun smbolo duro, inescrutable, que -al aislarse defensivamente, alrechazar todo abusivo manejo de la situacin- desarma su insulsopalabrero. Record al amigo. Para qu tanta bulla con las tales ca-lificaciones?, de qu sirven a fm de cuentas? Si eres listo, no nece-sitas ninguna baratija. De qu te sirvi tu diploma de bachiller contan formidables calificaciones, por ejemplo? Para tenerlo ah colga-do (sealaba un punto del aire, en la bulliciosa cafetera, como si se-alara el diploma en la pared de su casa) ponindose cada vez msmohoso, eso es todo. Le haba entrado, muy profundo, una dudaque le retorci los intestinos y le arm el deseo de desgaitarse yvomitar una aplastad ora justificacin, viendo el ceo despectivo,dirimitorio, casi iracundo a fuerza de interrogativa burla, detrs delos lentes del amigo, sobre el vaso de cerveza. Ahora vuelve esa mis-ma duda y lo afloja. Est a punto de ceder. Sin embargo, que la pr-xima semana traiga un parte decoroso, con voz de padre que espo-lea y hace caracolear su regao. El muchacho, doblegada la cabeza,lo sigue prometiendo. Tambin conoce su papel, emplea sus trucosy distribuye astutamente su sumisin, la temible y demoledora fuer-

  • HCTOR ROJAS HERAZO

    44

    .za de su sumisin, al igual que la madre. Pero demasiado caro, pen-s, tiene que pagar el pobre su desatencin en el aula. Nada podrcompensarlo de esta humillacin -or este sermn barato, aguan-tar esta psima interpretacin de un padre severo-, nada en lo msmnimo. Se siente agredido por una arrasadora autocompasin atravs del hijo. Se aprieta y se soba la nariz. Se ve a s mismo rega-ado por su madre en una infancia lejana, mientras contempla, sindetectar bien lo que contempla, el patio de un colegio lleno de ta-marindos. Y otra vez, demasiado ntidamente, est siguiendo losademanes del negro que pareca un futbolista con su camisa a ra-yas, regando los tulipanes y los lirios bajo la ventana del economa-to.Recuerda la opaca y sin embargo desesperada defensa que lehizo el rector y los verdes desconocidos ojos de la madre en aquelrostro de alumbre, rechazador, irreconocible, bajo las aplastadasalas de un peinado que no le haba visto nunca. Cambia de posturaen la silla. Intenta, como si ya empezara a olvidar o a desdear o acansarse con ese libreto abrumador, mantenerse digno, incluso ad-monitorio. Se agrieta por muchos lados a la vez. Siente que sus dostestigos tambin se estn agrietando. Aquello le sienta peor que mal.Definitivamente no est hecho para estas lides caseras. Hace unaseal de disgusto, de caminante que necesita aire y claridad, que nole estorben el paso, que le quiten bultos o basuras de encima. El mu-chacho empieza a retirarse mientras l observa -con paciente fije-za, casi bestializado por el exceso de atencin- sus cuerdudas pan-torrillas, el abatimiento de sus hombros, su forma de entrar en elcuarto, la libreta de calificaciones olvidada en su mano derecha,como si entrara al exilio. Maldijo, en lo ms profundo de s mismo,a quienes haban fraguado aquellas calificaciones, a quienes lo ha-ban humillado a l en aquel nio, a quienes lo haban obligado adescubrir y lamer aquellos tempranas smbolos de la derrota y la

  • Celia se pudre

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    soledad en el cuerpo de su hijo. Los maldijo en su corazn y sintialgn alivio.

    Entonces, claro, tena que ser entonces, oy el violn (siemprecon la misma arredradora puntualidad) que, en algn apartamen-to del mismo edificio, atormentaba el desconocido aprendiz. Era lapena ms intil. Como descuartizar el aire -por nada, sin raznninguna, por la simple mana de ejercer la destruccin- con me-tdicos navajazos. y despus, la sevicia. Pasaban y repasaban unarco sobre cuerdas clamantes, puros nervios sin piel. Entre la "ll0-che, las peticiones de auxilio. Aquel violn se multiplicaba, enton-ces, en miles y miles de violines sufrientes. El universo entero, derodillas, pidiendo perdn, se atragantaba con el suplicio de todossus violines: en los rincones de las sacristas; sobre escritorios y pa-sadizos de abandonadas oficinas; revolcndose de dolor y atacn-dose unos a otros, con locura de escorpiones en flamas, sobre le-chos en que seguan quejndose muecos despedazados en lo msprofundo de teatros polvorientos. Violines enterrados en vida, llo-rando solos, siempre llorando, devorados por bichos de mltiplesojos e incontables tenazas; violines chirriquiticos, nonatos, puroaserrn, que pedan resucitar en las maderas de carcomidos ata-des o disolver sus clavijas en el cido de todos los retratos que cre-yeron alcanzar su salvacin escondindose en bales y escaparatesdesaparecidos. Un cambio en los gemidos, y sufra una visin de fa-mlicas mujeres emasculando a dentelladas, en ~troces alegros, acanes antiqusimos, sin rostro y de muones suplicantes, que huanentre rojos crepsculos. Esos mismos canes reaparecan despus(las seales para reconocerlos se relacionaban con la intensidad delas crispaturas en el coro de los violines condenados) en forma denios muertos, con bucles de oro sobre cuellos de encaje, sentadosen sus tumbas, entre cruces y verjas de hierro que viajaban en la

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    niebla. Entonces oa estrujadas espumas y descifraba ntidos gritosde socorro entre ciudades hundidas en un agua morada. Y tambin,ya en la cumbre de su insaciado delirio, das sbitos, milagrosos,nicamente habitados por amantes que se entrelazaban frente aarenas azules para ser engullidos por lentas cascadas de baba enque uas, brazos y ojos sin pestaas resbalaban en perezososabis-mos. Sbitamente el aire, ese vilipendiado tramo de la imaginaciny de la noche, quedaba sin justificacin, vaco. El aprendiz se habadetenido. El violn, tiritando por el reciente suplicio y el futuro pavor,solitario e indefenso (lo vea sin saber dnde estaba, se condola fu-riosamente de su terror en ese instante, alcanzaba incluso a comu-nicarse con l y darle algn consuelo) tomaba al sarcfago que tenasu misma forma. y su memoria de oyente, todava en lucha con losaprensivos desperdicios, se iba, lenta, fatigosamente, incorporandoa los inmediatos, pacficos, amados ruidos de la casa.

    Ella atraves la luz de la ventana. Fue un lujo de colores. Aho-ra extenda la sbana frente a ella. Por un instante, de perfil, alz losbrazos, en un ruego extrao, rpido, sobre la cal de un muro. Aho-ra extenda y alisaba esa sbana sobre la cama. Su figura, flexible,maciza, se recoga y ensanchaba ritmicamente. Canturreaba. Casipoda decir que era alegre y hasta afirmar que la amaba o que po-da amarla que, para el caso, poda ser o dar lo mismo. Lo acompa-aba, todava?, lo haba sufrido, qu ms poda pedirse? A msde aquel callado herosmo de vivir y tolerarse a s misma, todavaencontraba tiempo y disponibilidad para tolerarlo a l, a otra vidaen su vida. Y haba recorrido, feliz con sus nuevas zapatillas y suviejo sombrero, un sendero color azcar y le haba sealado (recor-daba ese dedo un poco ajado, con la huella de su trasteo en la coci-na, saliendo, reiterativo, de entre los otros dedos de aquella manoque, alguna vez, tuvo el mismo color y la misma tersura de la orqu-

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    dea que prensara a su hombro -sonriendo con deliciosa, con in-creble lozana- en aquel baile remoto) un puntito muy blanco,casi invisible, en el azul de una tarde y haba llorado y parido y aca-riciado un gato y segua viviendo. Oy su murmullo, su palpitantezureo, animando la cocina. Las cosas estaban ms a gusto al com-ps de su presencia, sintindola respirar. Las ollas, las cacerolas y elchorro del lavabo parecan estar en lo suyo, haber encontrado sujusta actividad y su justo sitio, cuando ella los manipulaba. Igualcon el jabn, el fregador y las toallas. Saba manejar la intimidad.Con idntico alborozo limpiaba los minutos de tedio y grosera quelimpiaba el piso de manchas y basuritas. l no saba en qu radica-ba el amor, as, a secas, de que otros le hablaban. Tal vez ni siquie-ra lo necesitaba. Se haba acostumbrado, en cambio, a desentraary respetar este conjunto de sensaciones. Eso que todos los das (talvez el amor poda ser la costumbre -modeladora, aparentementeinalterable, casi abusiva por lo que exiga en codiciosa intirnidad-que iba siendo cotidianamente enriquecida por mnimos pero suce-sivos asombros o, tal vez, poda consistir en esa fantasa de eterni-dad -siempre vivir aqu con ella, en este mismo sitio, siempre--que le produca el timbre de los cubiertos en los platos o cuandoella, acercndose misteriosamente, le regalaba el verdadero perfu-me y hasta el verdadero significado de su cuerpo con slo extender-le una fruta acabada de pelar poda ser comprobado, respirado,manoseado, expiado y ennoblecido, en un atroz y secreto agradeci-miento, por todos sus sentidos.

    y siguen hablando del turpial. Un poco triste, el pobre. Por esoya no puede cantar de corrido. La viajera debe ser, tal vez cambin-dole el alpiste. S, tal vez con eso y del saldo de los vveres en la tien-da. Pero haba sido -la mujer insiste, sigue con su turpial entre lossesos, lo sigue oyendo en sus mejores das-:-, te acuerdas?, un lin-

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    do pjaro. No tanto un lindo pjaro, aclara l, sino un pjaro quecantaba muy lindo. Al principio, retobado, sin ganas, resentido de

    .verse prisionero, ni se distingua casi en la esquina de la jaula. y des-'1.pus, jqu trinos aqullos! Como el dilogo de muchas flautas. Se es-tremeca la casa, algo suceda, llegaban visitantes en la brisa. y todopor aquel trocito de plumas rojinegras. El gorjeo sala de muchoslugares al mismo tiempo. Una vez se detuvo a observarlo en plenocanto, balancendose en el liviano trapecio, en el centro de su jaula.Haca grgaras con las notas y despus, mirando hacia arriba, ha-cia el cielo que pareca pintado en la ventana, expulsaba unas lneasvibrantes, visibles, embebidas de una intensa y victoriosa dulzura.Se haba quedado all, inmvil, conmovido, asistiendo al milagro deque en un ser tan breve pudieran hospedarse tan ricas y poderosasresonancias. De eso haban hablado al atardecer, sentdos frente afrente en sus mecedores, como cuando eran novios, en el pretil dela casa de ella, en Cedrn. y lo oyeron de nuevo cuando estabanhablando. No, esa cortadita en la mejilla no vale la pena, rnija. Peroella ha trado el frasco de alcohol (se ha deslizado entre los muebles,decidida, resuelta, hundindose un instante en su reino de agujas,botones y frasquitos de yodo y mertiolate, regresando con su tro-feo) se lo unta primero en su dedo y despus lo aplica all, justo don-de escuece un poquito, apenas un tan casi poquito que ya es casinada, hasta sabroso. y ahora se contempla reflejado en su ojo dere-cho como si su rostro, ilusorio por lo reducido, estuviera tostndo-se en una brasa circular. Alcanza a distinguir all hasta el punto detiza en que se ha convertido el pauelo. Recuerda entonces que de-be recordar algo. Nada serio debe ser desde que se olvida tan fcil-mente. Basura, si acaso. Despus de todo, por el simple hecho delevantarse ms temprano no tiene derecho a ningn perdn (nosabe de qu o de quin, pero siempre est en trance de solicitar o de

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    recibir o de otorgar un perdn),lo sabe perfectamente. Pero as ytodo est mejor, tan muchsimo mejor que ya ni siquiera recuerdala cortadita en la mejilla.

    Ahora baja la escalera, se inclina y recoge un pedazo de papelque, por su brillo tal vez, le ha llamado la atencin (recoger cual-quier cosa, en cualquier sitio, ese trozo de papel o de pan, o esa ali-maita reseca. Sobarla o estrujarla un poco, hablarle un momento,besarla tal vez. En todo caso algn acuerdo, alguna sea, darle co-mo un ltimo adis; que no se hunda sin una caricia o rescoldo dealguien en la pavorosa disolucin) en uno de los peldaos. Hay casiuna splica o una disculpa de ella mientras la observa, casi urgin-dolo a que la reconozca, con su boca, sus ojos y sus narices masti-cables, de fruta plenamente madura, mientras l contina sintiendo,en algn lugar de su estmago, aquel rezago fecal, nunca comple-tamente expulsable. Ya hasta puede palmearle los tobillos -cmoeludir otra vez, ahora mismo, este hecho inevitable, tan de ella, tande l, de mirarse sbita, intensamente (ahora de abajo hacia arriba,ya la inversa), como si estuvieran a punto de despedirse y empren-der un amargo, largusimo viaje por separado y del cual ni pueden ...ni deben ni es necesario regresar?- y ella le dice algo en la cumbrede la escalera (de aquel arrecife donde se cumple el adis) tal vez so-bre el posible olvido de las. gafas o del paquete de cigarrillos o delfrasquito con las gotas de sucaril y l est respondiendo algo yaprevisto y, sin embargo, extrao y dolorosamente nuevo, palpn-dose, comprobando su previsin o su olvido en los bolsillos. Por-que de morir tenemos, aquel cura. De morir, es cierto. Y, mientrastanto, qu hacer con todo ese montn de cosas mientras se muere.Desarruga el papelito que ha levantado del peldao. Lee algo, arcoiris, as se llama, Lavandera Arco Iris. Y Jehov le prometi al vie-jo barbn (al indisfrazable John Huston, embreando la madera del

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    arca entre el resople y balanceo de unos elefantes domsticos y mi-rando a su prole de orangutanes, jirafas y marsopas con ojos de ta-tarabuelo dipsmano) que no habra ms diluvio. Quien se atengaa semejantes promesas. Para comenzar, pues ah tenemos la agua-cerada de ayer no ms. Mira que nada menos que siete barrios inun-dados, centenares de ratas en las avenidas, vomitadas por las alcanta-rillas, cosas as, repetidas hasta el cansancio por la tele, por la radio,por los altavoces, por los vagos de esquina, por los compaeros deoficina. Los altavoces exigan cooperacin a todos los ciudadanos(el seorpresidentedelarepblica aprovech la oportunidad paradenunciar una confabulacin internacional contra la patria y anali-zar el deterioro que una oposicin sistemtica haba creado en labalanza de pagos a propsito de una bonanza del caf y conden(aqu el payaso se puso muy serio en su comedia televisiva, ama-gando a muchos lados a la vez con temblorosas ondulaciones) la di-famacin a que ltimamente le haban sometido sus enemigos es-critos y hablados, pblicos y privados, abusando, como siempre, desu ejemplar y democrtica tolerancia) para evitar que se ahogaranms nios y nadaran ms ratas, pendejadas. Jehov no cumple su pa-labra, arco iris, te aseguro que no la cumple.

    Pero mis hijos estn ahora en esa ventana del segundo piso, mi-rones pensativos, despidindome. Tener, repito, compasin de mmismo. Ten compasin de m, te lo ruego, le suplico a algo que vivey se permite cambiar de postura, un poco molesto por haber sidoinvocado sin preparacin, sin rito ninguno, en lo ms profundo demis tripas, donde tal vez se ensucie y alimente de mi alma. Los ni-os continan mirndome seriamente, sonriendo (quines sernestos seres extraos, con facciones y miradas extraas, que se hanmetido en mi casa, en mi intimidad, llamndose mis hijos?; de dn-de han venido y qu hacen a mi lado?; por qu me envejecen y me

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    atropellan sin exigir, en silencio?; por qu me piden amor o com-prensin o, siquiera, aproximacin, sin pedrmela en ningn mo-mento, y me golpean con sus ojos, mientras yo, creyendo que losamo, convencido de que los amo, los atropello y me desconozco alno entenderlo s, al no tener los instrumentos para entenderlos, y, ensilencio, les suplico que nunca se vayan, que no me dejen solo y queme amen, que horrible e inexplicablemente me amen a pesar detodo?), repitiendo, remedando el adis con sus manos y sus ojos.Qu hacer? No es lluvia, pues. Son tiritas de seda que ~llos hanlanzado y lo que l est viendo ahora ocurri hace tanto, tantsimotiempo, que bien pudo no haberle ocurrido o haberle ocurrido acualquier otro. A aquel ojeroso doncel, por ejemplo, que amanecafumando colillas y jugando veintiuna junto a una mujer abundosay triste, que no jugaba ni fumaba y que lo nico que suplicaba eraesperarlo pacientemente, mientras l ganaba o perda sumas irriso-rias, para acostarse con l, acariciar sus mejillas y sus manos (con lamisma pesarosa, por lo tozuda, por lo atrozmente gratuita, manse-dumbre de una bestia lamiendo una cazuela llena de alimentos perohermticamente sellada) y vigilar su sueo en el silencio. Y, sin em-bargo, me ocurre, me est ocurriendo en este preciso momento y yaempieza a formar parte del recuerdo (que ha de borrarse sin ruido,sin compasin, sin batalla) de esta presente, incolora, indescifrablemaana de junio. Algn da se irn esos nios de esa ventana, seborrarn del todo, sern apenas brisa en las ramas de un parque,mientras yo camino pisando las hojas en un sendero de ese parqueo duermo simplemente bajo la tierra. Se vuelve a poner en guardiacontra sus elementales pero devastadores sentimientos, quiere ha-cer algn chiste, a costa de su alma o de su orfandad o de cualquierotra cosa que le llegue oportunamente. Echar mano de algo que lodefienda de s mismo. Pero se sorprende de su incapacidad para

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    eludirse y seguir pensando en el misterio de la familia. Sus compo-nentes arden un instante, cualquier instante, sentados, por ejemplo,en sus sillas, ante la mesa del comedor. Se ha cumplido la cita. Ocantan en voz baja o abren esa puerta o cuchichean en los rincones,mientras juegan al escondido. Ren porque uno de ellos ha tropeza-do y cado o llora el otro por una sajadura en un codo. Estn en laedad de las cicatrices, piensa. Regresan orejones, y como ms altos y huesudos, de la peluquera. Uno de ellos ha visto una flor, una 1.brusca y esplndida flor, en el hocico de un perro, alIado de una se-ora que espera el cambio de luces de un semforo, cosas as. Peroun da ya no sern, se habrn ido sbitamente, sin despedirse, mire !usted, as no ms, idos. Se aterra de aquella monstruosa simplici- :

    dad. Y ahora estn ah, en esa nica ventana, cumpliendo la cita.Estn creciendo, alejndose cada vez ms (mientras me piden la

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    moneda para comprar un cartucho de helado o el permiso para ir I1al estadio, o limpia alguno de ellos, en el lavabo, ensimismado, fer- .;voroso, las m~nc~~s de su pa~taln, estn,cercados por el fragor dela nada. Algo illVlslble, henchido de lento lInplacable furor, los des-hace sin ser odo, aqu, ante mis propios ojos -jDios mio, estma- Igo mo, alma ma!- y yo no puedo auxiliarlos porque tambin yo 1

    estoy braceando sin poder salvarme) y un da uno de ellos, quiz elms tierno y pensativo de los cuatro, ese que ahora me est mirandocon sus ojos de caballito de guiol, apretar los dientes y los puoscon un slido destructivo deseo, parado ante un espejo, con el men-tn embadurnado antes de afeitarse. Los cuatro nios -sus hijos,sus entraables desconocidos e inexplicables hijos- lo siguen mi-rando, pues l ha vuelto la cabeza varias veces. Estn fijos y tristes,inventados por la misma tristeza que inventa la ventana y el aire cru-zado por las vagas, y ya antiqusimas y olvidadas, pelusillas de seda.y la mano de ella, tan insegura y voltil como las otras, quiz ms

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    pequea y tmida que las otras, dicindole adis. Y ellos, en algunaocasin, tambin le dijeron adis, le recordaron (lo hacen en estemomento) que seguiran all esperando su regreso, que lo amabany que algn da moriran.

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  • N o era a ninguna hora determinada. En cualquier momentopoda llegar aquello. Inclusive en los momentos de mayor aje-

    treo. Cuando se estaba a la bsqueda de un dato importante, im-portantsimo, recalcaba, sin tomarse el trabajo de hacerlo con pala-bras, alguno de los funcionarios. Y aquello se instalaba all, en el vastosaln lleno de escritorios. Algunas veces casi poda tocarse, verlobrillar sobre las cabezas inclinadas o en los ojos soadores (dejabande or, se ensimismaban, descifraban algo en los lejanos rboles delparque, en las nubes que erraban, sucias y leves, al fondo de las ven-tanas) de los estadgrafos o los contabilistas que fumaban. O en lassecretarias que, sbitamente, aflojaban la guardia de sus faccionesbajo la pintura quedando, envejecidas y tristes, con su carga de pe-sar desnuda en cada rostro.

    Aquello llegaba y se instalaba sin ningn anuncio. Entonces elrayito de sol que entraba por la ventana del doctor Iduarte -el vi-gesimosegundo funcionario en importancia, dentro de la complejacomisin que investigaba el origen de los esputos morados en lasaves de corral- se iba convirtiendo en un largo vibrante venablo,que terminaba hundindose en algn posible costado de la oficina.La oficina en cruz, as era. Destilando sangre, sangre invisible. Seoan sus gotas. Y el cuchicheo que sala de gavetas, vitrinas y rinco-nes. Era aquello. l quedaba postrado. Tena que dejar a un lado lospapeles, con sus respectivas e imponentes sandeces para ser con-

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    sultadas personal o telefnicamente, y despreocuparse por enterode su trabajo. Slo tena sentido para aquello. Oa esos ruidos, lentos,sigilosos, esculcadores, de las horas mordiendo los pupitres, idnti-cas a aquellas fijas y obsesivas tres horas de cada tarde en la escue-lita pblica de Cedrn. Entonces el olor de todos los condiscpulosse haca slido y unnime, sin ningn resquicio de aire. Olor a cabe-llos tostados de sol, a dientes con sarro y saliva reseca en las comi-suras, a sudor fermentado, a rezagbs de flatulencia y ventoseo es-condidos en los fondillos, entre empellas y sobacos o entre nalgasapretadas y molidas contra la madera de las banquetas. Un olor tancompacto y animal que poda partirse con las manos, elegir una ra-cin y deglutirla. Se miraba con los odos y se respiraba, se tentabalo respirado, con los ojos. El calor era una grasa del tiempo, un pa-cfico miedo a las paredes descascaradas, al tablero, a los trocitosde lpiz y a los libros abiertos, deteriorados, con las pginas vilipen-diadas por el manoseo, que resistan en silencio. El maestro -unanciano de risuea pesadumbre, resignado a la progresiva obtura-cin de sus venas- diriga la resistencia con la tiza en alto, frente ala mesa de tinteros azules. Orden, les exigan sus canas a los rufia-nillos; esperamos que cada uno de ustedes cumpla con su deber, lesrecordaba el nico botn de su saco; la tierra perdurar y el hom-bre perdurar sobre ella, les prometan sus extremidades pecosas,reptadas por gruesas venas, pugnando por erguirse y triunfar delrecinto amarillo. Pero sus ojos decan otra cosa, haban desertado, noestaban all con sus dems facciones, lo haban abandonado. Sloquedaba, como un smbolo banal o como el testimonio de un debery hasta de un hbito o una obsesin invencibles, su mano errabun-da y morena trazando cualquier nadera gramatical en el tablero osu palmeta sobre el basurero de cuadernos y libros de calificacio-nes apilonados en la mesa derrengada; o sus narices, oliendo mansa-

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    mente lo que haba muerto (de s mismo y de los otros, del da) yya empezaba a corromperse con el asedio de la tarde.

    Ratas de eternidad, eso eran. Horas roedoras, diseminadas enminutos y segundos roedores, deslizndose entr~ los das; trepan-do por las medias, los pantalones o las faldas de los oficinistas, en-gullndolos. Entonces los vea tal y como eran en realidad: enca-denados a sus bancos (se aferraba, sin poder evitarlo, a la vieja ysocorrida metfora en que un musculoso Ben-Hur jadeaba resig-nadamente) como galeotes. Slo que no remos sino estilgrafos,infolios, mquinas de escribir o calcular; pero remando, remandosiempre, remando duramente. Con tambor y todo. Aun cuando na-da hiciesen, aun cuando fuesen simples espectros o detentadores dela incuria. A veces llegaba uno de aquellos misteriosos dignatariosdel sptimo piso y ordenaba una aceleracin. Se oa el tambor: ve-locidad de ataque, de batalla plena, de abordaje, segn fuera. Y tre-pidaban las paredes, se le senta a la oficina un bamboleo de barcoacezando, como si estuvieran a bordo del Lura o en la caverna delbao turco. El mar debajo, a los costados. Y ellos adentro, encade-nados, remando a lo que dieran sus muchos temores a ser despedi-dos. Y aquello instalado all, victorioso y agobiador, invisible pero jomnmodo y resplandeciente. Se oan voces. Pronto, lo mspron-to posible ese documento, ms rpido, a ver, el subsecretario de laprefectura de la subsecretara general lo est esperando. Es urgen-te, urgentsimo, se ha dado cuenta?, para que este funcionario lolleve a otro eminentsimo funcionario que, usted sabe, ha de elevar-lo, pero para qu perder mi precioso tiempo explicndole?, a po-testad o sacramento pblico, por ejemplo.

    Haba un crucifijo, con la cabeza ladeada, que sempiternamen-te pareca contemplarse en el espejo, convexo, repulido y casi us-torio de la calva del doctor Estroncio, el jefe de los galeotes, el im-

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    pasible y reverendo eunuco que manejaba las diferentes velocida-des del buque. y el retrato de una seora, que nadie supo nuncaquin era. Una mujer madura, de ojos autoritarios pero decepcio-nados, en el centro de un rostro que adelgazaba una especie de te-naz y hasta depravado sentido de la caridad. Esa frente, de aquellono caba la menor duda, haba acariciado por muchos aos la rea-lizacin de alguna insensatez evanglica. Pareca una protesta vi-viente contra cualquier ayuntamiento carnal, y sus prpados, desdela cumbre de una botonadura viril, despreciaban, asqueados, lascaricias masculinas. y un Corazn de Jess, protegido por un vidrioentre su marco dorado, con el corazn exactamente afuera, sobre elpecho, y las manos abiertas. Tena el aspecto de un muchacho queignora el crecimiento de sus barbas y a quien le diera pena que lehubieran colocado tamao artefacto en semejante lugar. Este obje-to (pareca explicar a quien lo mirase con alguna participacin ensu rubor) me lo han puesto aqu sin consultarme, pero qu le va-mos a hacer -continuaba defendindose con sus ojos resignados,pueriles, dulcsimos- si en todas las litografias se han confabula-do para hacerme lo mismo? y un retrato de Antonio Ricaurte (tam-poco se supo nunca por qu de l, precisamente) en el momento dedirigir una pistola descomunal (la pistola, en efecto, era muy gran-de) contra un barril en que descansaba su rodilla izquierda y que elbuen enterado en historia patria deba presumir lleno de plvora.Su perfIl, desconfiado pero henchido por un irreprimible fanatismo(el mismo del terrorista o del escolar que mira a muchos lados an-tes de cometer su atentado o su pilatuna) pareca expelido por untremendo esfuerzo de sus cabellos.

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    La ventana de la oficina pareca un cuadro vivo, donde llamea-ban en la brisa rboles, edificios y nubes. Soaba, entonces, con losincontables pero siempre importantsimos informes que deba es-tampar de su puo y letra y donde deban quedar pormenorizadosen pulcros legajos (en esto el doctor Estroncio era sencillamenteimplacable, pues el ms simple amago de incorreccin o desaseo, encualquiera de sus casillas o renglones, era castigado con la estrictarepeticin de todo el folio) el nmero de consumidores, por kilme-tro cuadrado, de las infusiones de hojas de guanbana para los ma-lestares hepticos o el dato preciso de los micifuses que, cada dosaos, moran de pechiche matronal, arrechera pelmbrica o cleratesticular o de otras alarmantes (pero no tan vistosas ni ruidosas)epidemias en los tejados, callejones y tinacos de la capital o el depos'ibles usuarios de los solideo s que, cada semana de cada ao,desechaban -no pudiendo permitirse el estado, ni menos la supre-ma jerarqua, semejante derroche de tela bendita, segn antiguaspero nunca atendidas prevenciones de algunos ministros del ramo-los diferentes sacristanes, gerentes y maromeros que regentaban lasarquidicesis, comisaras, planetarios y salchicheras y hasta el n-mero exacto y la precisa ubicacin de los mltiples expendios consus consabidos estipendios de rosarios y estampillas para chequesespreos y miniaturas totmicas y hasta de diferentes exvotos quehaban sido abandonados, en plena y flagrante produccin, por ar- 1tistas de brocha gorda y delgada, notarios, senescales, novelistas, re-guladores de trnsito, crticos de teatro y hasta por mimetizados,aunque distinguidos, tenaces y aun fllantrpicos usureros. Tambindeban estar minuciosamente registrados en los pulcros legajos elcolor de las puertas y cortinas y el dimetro de los escritorios -nu-merando, as mismo, los respectivos diplomas, medallas de lata, decartn o de cobre, cruces de Bacat, tapas de gaseosas y distincio-

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    nes de cualquier ndole a que se hubiesen hecho acreedores en elejercicio de su profesin- en las oficinas de los alienistas, xenfo-bos, vendedores de chicharrones y moluscos al por mayor y al pormenor, hacedores de horscopos, libretistas de radio y televisin,elegantes sodomitas de la modistera, la poltica qla vanguardia li-teraria, comedores de copra y trazadores de urbes. Todo esto, lgi-camente, para poner orden en las estadsticas, mantener la confian-za general en el gobierno y detectar, en el momento justo de iniciarsu modlica curacin, los puntos enfermos en el organismo pre-supuestal. Para controlar, en suma, el impulso del centro hacia laperiferia con que la sangre estatal estaba dispuesta a irrigar -as lohaba afirmado textual, severa y casi brutalmente elseorpresi-dentedelarepblica en su ltima alocucin- aun las ms lejanas, yaparentemente abandonadas y anmicas, regiones de la patria.

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    Haba tambin un retrato enorme, entre un liso y estrecho mar-co de nquel, que ocupaba gran parte del espacio en la pared delfondo. Muchas personas reunidas en un patio, de pie o sentadas enla grama o en unas sillas. Detrs del grupo se elevaban unas edifi-caciones de tipo claustral y en el puro centro, destacndose sobreun fondo de apacibles colinas, la escultura de algo que pareca unamusa. Siempre le interes aquel ser indefinible. Algn enigma per-sonal, que jams podra estar en capacidad de descifrar por s mis-mo, pareca haber encontrado all su consagracin o su refugio. Lacabeza de la estatua, rematada por dos trenzas arcaicas, se incli-naba sobre el lado izquierdo; los ojos, embelesados en una idea, enun sueo fijo, contemplaban una ctara o un libro (aqu la hume-dad y las polillas se haban encargado del conjeturable elemento) al

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    fmal de sus brazos; un dulce viento rizaba sus muslos con pequeasolas de mrmol. Detrs, en la colina que la persistencia de una gote-ra haba convertido en una gran oruga, se insinuaban sombras arb-reas y quimricos senderos. Delante y a los costados de la estatua,toda la fauna burocrtica: caras de batracio s y pjaros, de lobos, re-nacuajos e inclasificables insectos, se apagaban y encendan sor-presivamente sobre cuellos entiezados, corbatas listadas, chalinas,corbatines de punto y enaguas espumosas. Llamaba su atencin unrostro defmitivamente castrense, de violentos bigotes, sobre un cha-leco cruzado por una leontina. Era el de un esplndido perro de caza,enteramente satisfecho de las presas que le haban tocado en suerte.y un hombrecillo idntico a Jos Mart: con sus mismos ojos melan-clicos bajo la nobleza frontal y hasta con sus mismos pantalones,estrechos y arrugados, de pap que se acaba de levantar de un me-cedor, sobre sus zapatos de cmico.

    Le gustaba aquel retrato comunal. Cuando amenguaba el pesode aquello sobre la oficina, se iba de asueto, largo rato, por entre susarcadas y rostros y sus senderos en la montaa, a or fenecidos cu-chicheos y roce de esqueletos enfundados en telas removindose enlos pretritos asientos. Haba descubierto, adems, un minuciosoplacer, consistente en reducirse imaginativamente a tal extremoque poda, en contemplativo embeleso, girar en torno a "su" musa.Entonces saba que los brazos, el valo impasible y las trenzas de lavetusta doncella eran, de veras, recorridos por un aire, entre fne-bre y dichoso, que aumentaba su misterio. Alguna vez oy al doc-tor Estroncio a su espalda, con un tono amable y correccional almismo tiempo, refirindose a sus ojos arrugados por la minuciosacuriosidad: (iSe le ha perdido alguna pulga en ese retrato?). No pu-do emitir nada parecido a una respuesta, slo ese carraspear dos otres veces que lo mismo remedaba una excusa o un balbuceo. Qu

  • Celia se pudre

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    iba a decir, cmo explicarse? No era, de veras, de un indefensablebobo el estar all, gastando tan largo rato en contemplar una insul-sa fotografia, cuando era esperado para el remate de inaplazables ygloriosas tareas? Fue, pues, y se sent en su silla frente al escrito-rio, como un nio regaado por su maestro. Lleg a aprenderse dememoria las facciones de todos y cada uno de los componentesdel grupo fotogrfico. Se topaba con ellos, en el sueo o en la sim-ple evocacin, en una atmsfera lunar -distorsionados y casi di-ferentes, distantes, solitarios-, haciendo distradas gesticulacio-nes, mientras erraban por plazas, colinas y senderos que no habavisto nunca. Terminaron, como el asunto del Lura, por convertirseen criaturas de su memoria. Por ejemplo aquella flaca mujer, forra-da por superpuestos tringulos de seda negra, exactamente comose forra el bastn de un paraguas. Lo miraba con una ternura car-gada de insaciable amenaza, taladrndolo. Daba la impresin dehaber sido frustrada en el curso de una innominable ambicin, unparricidio tal vez. Pareca, asimismo, una mujer que, despus de unlargo y paciente trabajo de conviccin, hubiera devorado a su espo-so, fragmentndolo (con su total anuencia y cooperacin y todavavivo y lcido) en suculentas chuletas. Y haba un toro, con bigotesagudos como pitones, que acumulaba un bramido en su traje decorte abacial. Le inflamaba las narices y le endureca las quijadasuna ira que se deba, intrnsecamente, a la potencia de sus ijares, almpetu destructivo de que haban sido dotados sus riones. Tenaun alfiler con una perla incrustado en su corbata como un estoque.y un joven, devorado por una abstnica lubricidad, que haca des-cansar su mano, fma, voltil, sobre sus bronquios de enfermo. Tam-bin una mujer, de senos protuberante s, que ergua su rostr