Cicerón - La República

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Cicerón - La República

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    C L S I C O S D E L A

    C I E N C I A P O L T I C A

    2a Serie

    LA REPBLICA

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    LIBRO I

    I. [Slo por esta virtud pudo nuestra Patria] sentirse segura contra todo ataque. [Sin ella] no hubieran podido Cayo Duelio, Aulio Atilio o Lucio Mtelo librarla del terror cartagins, ni los dos Escipiones sofocar con su sangre el incendio de la Segunda Guerra Pnica apenas iniciado; ni, una vez reanimado con mayor violencia, lo hubiera debilitado Quinto Mximo o aplas-tado Quinto Marcelo; ni tampoco Publio Africano hubiera podido arrancarlo de las puertas mismas de esta urbe y obliga-do a retroceder hasta reducirlo en las murallas enemigas. Por su parte, Marco Catn, hombre nuevo y de familia annima , a quien todos los que nos ocupamos con los asuntos pblicos seguimos como gua y modelo de actividad y virtud, bien hubiera podido deleitarse viviendo ocioso en Tsculo, lugar saludable y cercano a Roma. Pero este hombre insensato que as lo llaman estos , prefiri, sin que ninguna necesidad le obligara a ello, luchar entre los oleajes y tempestades de la vida pblica hasta su extrema vejez, a vivir en aquella tranquilidad y en aquel dulcsimo ocio. No voy a hablar de los innumerables varones que, cada cual en su momento, fueron la salvacin de

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    esta ciudad: no los mencionar, toda vez que, por pertenecer a un tiempo no muy lejano del presente, su recuerdo persiste, y pudiera ocurrir que la omisin de alguno fuese motivo de queja por parte del propio olvidadq o de algn miembro de su familia. Slo he de afirmar que hay en la naturaleza del gnero humano una tal necesidad de virtud y un deseo tan ardiente de defender la salvacin comn que esta fuerza triunfa sobre todas las seducciones del placei y del ocio.

    II. Ahora bien, conviene saber que la virtud no es un arte que se puede poseer sin usarlo. Ciertamente, un arte se puede poseer sin practicarlo, toda vez que se puede conocer tericamente; pero la virtud consiste enteramente en su uso. Y ocurre que no hay uso de ella ms noble que el que se hace realizando en el

    . "obierno de la ciudad esas mismas cosas que los Filsofos hacen resonar en sus escuelas. Nada, por lo menos nada recto y honesto, han dicho los filsofos que no haya sido descubierto y proclamado por quienes han dado leyes a las ciudades. De dnJe, en efecto, nos viene el sentimiento del deber? De quines nos ha llegado Ja religin? De dnde el derecho de gentes o este que llamamos derecho civil? . De dnde la justi-ia, la lealtad y la equidad? De dnde el pudor, la conti-nencia, la aversin a lo torpe, el ansia de honra y de huiicctidcid? De dnde la fortaleza en los trabajos y en los peligros? Real-mente, de los hombres que, informados de estas ideas por la educacin, o las confirmaron por su conducta o las sancionaron por las leyes. Y hay ms, se dice que Jencrates , uno de los ms eminentes filsofos, habindosele preguntado acerca de lo que aprendan sus discpulos, contest, a hacer espontneamen-

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    te !D que la ley les obliga. Luego el ciudadano que obliga a todos los hombres, por el poder de su magistratura y por los castigos legales,, a hacer lo que los filsofos con sus discursos apenas pueden conseguir de unos pocos, debe ser estimado en mucho ms que los maestros que lo discuten. Porque hay alguna disertacin de estos preferible por su perfeccin a una Ciudad sabiamente ordenada merced a su derecho pblico y sus cos-tumbres? En verdad, creo que de igual modo que las urbes grandes y dominadores, como las llama Ennio , deben preferir-se a las aldeas y las plazas fuertes, los hombres que gobiernan estas urbes con su consejo y autoridad deben tenerse por muy superiores, incluso en sabidura, a los que se apartan de los negocios pblicos. Ahora bien, dado que nosotros sentimos como una fuerza irresistible la necesidad de acrecentar los recursos del gnero humano , y deseamos hacer la vida de los hombres ms rica y ms segura mediante nuestros consejos y nuestros esfuerzos, incitados a buscar estos bienes por la misma naturaleza, no nos desviemos del camino que ha sido siempre el de los mejores, y no escuchemos las seales que tocan a retirada, para que retrocedan hasta quienes marchan en cabeza.

    III. Contra estas razones tan fuertes y tan ilustres, nuestros adversarios hacen valer, en primer lugar, los duros trabajos que exige la defensa de la Repblica, lo cual para '.uhombre alerta y activo es un obstculo desdeable, y no solo en asuntos de tanta importancia, sino incluso en los de mediana como aficio-nes, los deberes o los negocios propios. A estos aaden los peligros que amenazan la vida y alegan el temor a la muerte, temor que es vergenza de los hombres valientes, pues para ellos es mayor desgracia ver cmo la naturaleza y la vejez los

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    CICERN LA REPBLICA

    V. En cuanto a los recursos de que se valen para excusarse,jL fin de poder disfrutar ms libremente del ocio, son, en verdad, inadmisibles. Dicen, por ejemplo, que la mayor parte de los hombres que se ocupan de los asuntos pblicos no son dignos de ningn respeto, por lo cual es humillante compararse con ellos, y deplorable y arriesgado tenerlos enfrente, sobre todo cuando la masa popular est excitada. Por consiguiente, no es propio de un sabio tomar las riendas, dado que no puede contener los movimientos desordenados e irracionales de la multitud; ni es de un hombre libre sufrir, en lucha con adversa-rios impuros y malvados, los golpes de los ultrajes o tener que ser testigo de injusticias intolerables para un sabio; como para los buenos, los valientes y los magnnimos pudiera haber causa ms justa para ayudar a la Repblica que la de no estar dispuesto a someterse a los malos y,no soportar que estos hagan presa en ella desgarrndola, cuando los filsofos, aunque lo qui ieran, no podran socorrerla.

    VI. Ahora bien, cmo es posible, una vez afirmado que el sabio no debe nunca participar en los asuntos de la Repblica , admitir que, si el momento y la necesidad le obliga, puede, excepcionalmente, hacerlo? Sin duda, nadie podr encontrarse en una situacin ms grave que aquella en que yo me encontr; y qu hubiera podido hacer entonces de no haber sido cnsul? Y cmo hubiera yo podido ser cnsul? de no haber seguido desde la niez una trayectoria en mi vida, merced a la cual llegu, a pesar de pertenecer al orden ecuestre por nacimiento, a la ms alta dignidad? As, pues, no hay posibilidad de servir a la Repblica si no se est en situacin apropiada, porque por muy grandes que sean los peligros que la amenacen, aquella

    posibilidad no se improvisa ni depende de nuestra voluntad. Lo que ms me ha sorprendido siempre de los discursos de los hombres sabios es que se declaren incapaces de gobernar una nave estando la mar en calma, por no haberlo prendido ni haberse cuidado de aprenderlo, y sin embargo, nos prometen ponerse al timn si las olas alcanzan su mayor altura. Dicen abiertamente, y lo estiman como una gloria, que no saben ni ensean nada acerca de las normas que rigen la constitucin o la gobernacin de la Repblica, y consideran que el conoci-miento de estas cosas no es propio de hombres doctos y sabios sino de quienes se ejercitan en su prctica. Cmo puede ser razonable prometer ayuda a la Repblica, si la necesidad lo impone, cuando no saben gobernarla en momentos libres de todo apremio, cosa que es mucho ms fcil? A mi juicio, el sabio, aun siendo verdad que no debe descender voluntariamen-te a ocuparse de los asuntos pblicos, si bien no puede desen-tenderse de ellos cuando las circunstancias obligan, no debe por nada descuidar la ciencia poltica, por cuanto es su deber adquirir de antemano todos los jonocimientos que acaso algn da tenga que utilizar.

    VII. He desarrollado con bastante extensin estos extremos, en razn a que me he propuesto y he emprendido la *area de escribir una discusin sobre la Repblica, y a fin de evitar que sea una obra vana, tuve que empezar por combatir la duda acerca de si se debe o no tomar parte en los negocios pblicos. Sin embargo, si hay personas que se sienten atradas por la autoridad de los filsofos, que por un momento atiendan y escuchen a los que gozan del mayor renombre y la mxima autoridad entre los hombres ms doctos; no importa que no hayan gobernado la Repblica por s mismos, pues estimo que sus abundantes

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    investigaciones y escritos sobre cuestiones pblicas bastan para afirmar que de algn modo desempearon funciones polticas. En cuanto a los siete que los griegos llamaron sabios, me doy cuenta de que casi todos se ocuparon de la Repblica. Y es que ninguna ocupacin hace que la virtud humana est ms cerca de la mente de los dioses, que la de fundar nuevos Estados o Ciudades o conservar los ya fundados.

    VIH. Por lo cual, dado que me fue posible realizaren el gobierno de la Repblica algo digno de memoria, y al mismo tiempo adquirir, no slo por la prctica sino tambin por mi deseo de aprender y ensear, [alguna autoridad en materia poltica, me considero capacitado para tratar del tema que me he propuesto, no menos que] los otros autores anteriores a m, toda vez que a los muy hbiles en las disputaciones no se les reconoce haber realizado nada, y los dignos d^ estima en la accin, fueron nulos en el arte de hablar. Mas no voy a establecer aqu una teora nueva inventada por m, slo voy a referir, recordndola, una discusin mantenida por los hombres que fueron en su tiempo los ms ilustres y ms sabios de nuestra ciudad, discusin que, durante varios das, nos expuso a ti y a m, cuando t prac todava muy joven, Publio Rutilio Rufo, con ocasin de nuestra estancia en Esmirna, y a mi entender, nada importante fue omitido relativo a los principios y reglas que han de observarse al tratar los negocios pblicos.

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    IX. Siendo cnsules Tuditano y Aquilio , y con motivo de las Ferias Latinas, Publio Africano el hijo de Paulo, decidi retirarse a sus jardines el tiempo que aquellas durasen, y unos cuantos de sus ms ntimos amigos le dijeron que iran a visitarle. Quinto Tubern, su sobrino, lleg antes que ninguno,

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    20 la misma manan? del primer diado fiesta , y Escipin lo acogi cordialmente, mostrando gran alegra al verle. Luego le pregunt: Cmo aqu, tan temprano, Tubern? Estas fiestas, en efecto, podan haberte proporcionado la mejor ocasin para proseguir tus estudios literarios.

    A lo que contest:

    Mis libros estn a mi disposicin en todo tiempo, pues nunca estn ocupados; pero encontrarte a ti ocioso es algo magnfico, sobre todo estando tan agitada la Repblica.

    Replic Escipin:

    Ciertamente, me has sorprendido sin hacer nada visible, pero mi pensamiento no conoce el sosiego.

    TUBERN. Sin embargo, conviene que relajes tambin tu pen-samiento; pues somos muchos los que hemos convenido en pasar contigo este tiempo de ocio, si con ello no se te molesta.

    ESCIPIN. Nada ms grato para m; as podremos tener ocasin :ir.2 ,"'r ms a nuestros estudios.

    X. TUBERN. Pues bien. Africano, puesto que en cierto modo me invitas y prometes oorresponderme, por qu no examina-mos primero, y antes que lleguen los otros, qu hay de ese otro sol que ha sido anunciado en el Senado? Son muchas y serias las personas que afirman haber visto dos soles" , as que ms acertado que no creer en l parece ser buscar la explicacin del hecho.

    ESCIPIN. Cunto dara yo por tener aqu con nosotros a nuestro amigo Panecio , que tanto inters pone en las investi-

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    gaciones de cualesquiera materias y mucho ms en las de estos prodigios celestes! Sin embargo, Tubern, he de decirte con toda franqueza, pues contigo siempre hablo para decir lo que pienso, que no estoy en todo de acuerdo con nuestro amigo respecto a este tipo de cuestiones, cuando habla acerca de cosas, de cuya naturaleza apenas podencos conjeturar algo, con tanta seguridad como si realmente las viera con los ojos o las tocara con las manos. Por tanto, juzgo ms sabio a Scrates que no prest ninguna atencin a tales cuestiones, y deca que las investigaciones relativas a los fenmenos naturales o eran su-periores a lo que la razn humana poda alcanzar o carecan en absoluto de toda relacin con la vida de los hombres.

    TUBERN. NO s, Africano, de dnde nos viene la afirmacin tradicional segn la cual Scrates nunca se mostr dispuesto a discutir acerca de estas cuestiones y slo se interes por la vida y las costumbres humanas. Qu autoridad, en efecto, podemos citar que haya hablado ms ampliamente de Scrates que Pla-tn? Pues bien, en muchos pasajes de los libros de este, Scra-tes, cuando disputa acerca de las costumbres, de las virtudes y de los negocios pblicos, se esfuerza por conjugar todo esto con los nmeros, la geometra y la armona universal, segn el mtodo de Pitgoras.

    ESCIPIN. As es, como dices; pero supongo, Tubern, que habrs odo decir que, slo despus de la muerte de Scrates, Platn estuvo primero en Egipto para estudiar, y despus, en Italia [y en Sicilia] para conocer los descubrimientos de Pitgo-ras, y que tuvo mucho trato con Arquitas de Tarento y con Timeo de Locri , y se procur los comentarios de Filoleo; y

    como en este tiempo el renombre de Pitgoras era muy grande en aquel pas, Platn frecuent a los pitagricos y se dedic al estudio de sus doctrinas. Y as, como l haba profesado un afecto nico a Scrates y deseaba atribuirle todos los mritos, entreteji el encanto y la sutileza del discurso socrtico con la oscuridad de Pitgoras y sus muchos y elevados conocimientos. XI. Apenas dichas estas palabras, Escipin vio llegar, sin espe-rarlo, a Lucio Fuvio, a quien salud con las mayores muestras de amistad; despus lo tom de la mano y lo sent en su propio lecho. Inmediatamente, lleg Publio Rutilio, a cuya generosi-dad debemos esta conversacin, y tambin fue saludado por Escipin que le seal asiento al lado de Tubern.

    Entonces dijo Fuvio: De qu se trata? Acaso nuestra llegada ha interrumpido vuestra conversacin? ESCIPIN. En modo alguno, pues la clase de cuestiones que hace un momento se dispona a examinar Tubern, t tambin acos-tumbras investigarlas. En cuanto a nuestro amigo Rutilio, muy a menudo ha conv^rr0^ fnnmero. incluso bajo las murallas de Numancia, en torno a los mismos temas. FILO. Y sobre qu asunto recaa la conversacin? ESCIPIN. Sobre esos dos soles que han aparecido, y grande es, Filo, mi curiosidad por orte lo que pienses de ello. XII. No acabo de decir esto, cuando un esclavo anunci la prxima llegada de Lelio que ya haba salido de su casa. Entonces Escipin se calz y se vbti, e inmediatamente sali

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    de su alcoba, y comenz a pasear por el prtico. Al poco tiempo lleg Leo a quien Escipin salud lo mismo que a sus acom-paantes Spurio Mummio, a quien amaba en sumo grado, Cayo Fannio y Quinto Scvola, yernos de Lelio, jvenes instruidos y en edad de podes asumir la cuestura . Despus de saludar a todos, Escipin dio una vuelta al prtico con ellos, cediendo a Lelio el lugar Jel centro; porque haba entre estos amigos una especie de parto establecjdo, segn el cual Lelio honraba a Escipin como a un dios en el campo de batalla, a causa de la suprema gloria alcanzada en la guerra mientras que, en la vida civil, Escipin reverenciaba a Lelio como a un padre en razn de su mayor edad. Despus, tras una conversacin muy breve y andando de ac para all, Escipin a quien la visita de estos amigos tanto le complaca y encantaba, expres su deseo, pues era invierno, de ir a sentarse en un lugar bien soleado del prado. Se disponan hacerlo, cuando Reg Mani Manilio, hombre prudente, apreciado y amado de todos los reunidos, el cual despus de ser saludado muy amistosamente por Escipin y los otros, se sent junto a Lelio. XIII.No creo que la llegada de esos amigos nos obligue a cambiar el tema de nuestra conversacin, aunque s hemos de tratarlo ms cuidadosamente y hablar del modo que correspon-de a los odos que nos escuchan.

    LELIO. Pero qu es lo que discutais o qu conversacin hemos interrumpido nosotros?

    FILO. Escipin acaba de preguntarme qu es lo que pienso acerca del hecho, generalmente admitido, de la aparicin de dos soles.

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    LELIO. Dices verdad, Filo? Hemos llegado ya a conocer las cosas que ataen a nuestras casas y a la Repblica lo bastante como para poder dedicamos a investigar lo que ocurre en el c i c i O .

    FILO. Acaso consideras que no afecta a nuestras casas saber lo que ocurre y se hace en esa gran casa? Nuestra casa no es slo este espacio amurallado, es el mundo entero que los dioses nos han dado como estancia y como patria compartida con ellos; por consiguiente, si ignoramos lo que ocurre en l, hemos de ignorar tambin otras muchas y grandes cosas" . Y en verdad, a m, como a ti ciertamente, lelio, y a todos los vidos de sabidura, el conocimiento y la pura contemplacin de este mundo me produce el mayor deleite. LELIO. NO tengo nada que oponer, y menos an estando como estamos en tiempo de fiestas. Pero podemos or algo acerca de la cuestin o hemes llegado demasiado tarde? FILO. Todava no hemos comenzado la discusin, y puesto que el tema est intacto, te cedera a ti, Lelio, gustosamente la palabra para que disertes sobre l. LELIO. Al contrario, es a ti a quien oiremos con el mayor gusto, a no ser que Manilio consider que es preciso llegar a un acuerdo entre los dos soles mediante un interdicto por el cual posean el cielo en comn, y sin embargo, cada uno posea su parte" .

    MANILIO. Lelio, insisten en burlarte de este arte en el que t mismo tanto sobresales y sin el cual nadie puede saber lo que es suyo y lo que es de otro? Pro dejemos esto para ms tarde; oigamos ahora a Filo, quien, por lo que veo, ha sido ya consul-

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    LA REPBLICA tado acerca de cuestiones muy superiores a las consultadas a Mucio o a m.

    XIV. FILO. Nada nuevo, ni nada pensado o descubierto por m mismo voy a deciros. Recuerdo, pues que Cayo Sulpicio Ga-llo , hombre doctsimo como sabis, hallndose casualmente en casa de Marco Marcelo, que haba sido cnsul con l, como se hablara de un fenmeno semejante a este, orden que se le trajera la esfera que el abuelo Je Marco Marcelo, cuando fue tomada Siracusa, sac de esta riqusima y bellsima ciudad, y que fue lo nico que se llev a su casa del inmenso botn recogido. Muchas veces o hablar de esta esfera a causa de la fama de Arqumedes, pero al verla no me produjo ninguna admiracin. Ms bella y conocida de la gente era otra, tambin construida por Arqumedes, que el mismo Marcelo coloc en el templo de la Virtud. Pero cuando Gallo, muy sabiamente, comenz a explicar la ordenacin de aquella mquina, com-prend que en el famoso sici'iano haba un ingenio superior al que parece que la naturaleza humana puede poseer. Gallo, pues, nos deca que el otro tipo de esfera slida y compacta era un invento antiguo, y que Tales de Mileto fue el primero que construy una, en la qi'e Eudoxo de Cnido , que se deca discpulo de Platn, represent ms tarde las constelaciones y las estrellas de la bveda celeste. Muchos aos despus, Ara-to , no versado en astronoma, pero con verdadera capacidad potica, tomando todo el plan y la construccin de Eudoxo, celebr y describi esta esfera en sus versos. Pero en el otro tipo de esfera se presentaban los movimientos del Sol y de la Luna, y tambin los de las cinco estrellas llamadas errantes o, por decirlo as, vagabundas, y en la esfera slida no se podan determinar. Y el invento de Arqumides era muy de admirar

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    porque haba encontrado el modo de representar mediante un giro de la esfera movimientos desiguales y rbitas diferentes. Cuando Gallo mova la esfera, ocurra que la Luna reemplazaba al Sol mediante rotaciones que se producan en el bronce en nmero igual a la de los das en el cielo; y as lo mismo en la esfera que en el cielo el Sol desapareca y la Luna se encontraba en sombra a causa de la Tierra, cuando el Sol fuera de la regin ... XV. ESCIPIN.... pues yo estimaba personalmente a este hom-bre y saba que mi padre Paulo Emilio le haba profesado la mayor estimacin y aprecio. Recuerdo que en mi mocedad, estbamos con mi padre, cnsul a la sazn, en Macedonia, en el campamento, cuando nuestro ejrcito se sinti sobrecogido por un terror religioso, al ver cmo la Luna llena y muy brillante en la noche serena desapareci sbitamente. Entonces Gallo, que era nuestro lugarteniente por aquellas fechas, un ao antes de ser elegido cnsul, no dud al otro da declarar pblicamente en el campamento que en aquello no haba ningn prodigio; y que lo ocurrido en aquella ocasin volvera a ocurrir siempre en tiempos determinados cada vez que ei 3c! estuviese colocado de manera que no pudiese alcanzar a la Luna con su luz.

    TUBERN. Quieres decir que Gallo haba logrado hacer com-prensible ia explicacin del fenmeno a aquellos hombres rsticos y que osaba decir estas cosas a ignorantes?

    ESCIPIN. As es la verdad, y ciertamente con gran... y ni hubo insolente ostentacin ni su discurso estuvo en desacuerdo con la dignidad de un hombre tan grave; realmente consigui una gran cosa, porque haba liberado aquellos turbados hombres de temores y vanas supersticiones.

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    XVI. Y algo parecido se cuenta haber ocurrido en la gran guerra que tan enconadamente se lucieron los atenienses y los lacede-monios, cuando el famoso Pericles, el primero de sus conciu-dadanos por su autoridad, su elocuencia y su sabidura, habindose oscurecido el Sol y hecha la tiniebla de repente, al ver a los atenienses con el nimo presa de un gran temor, les ense lo que l mismo aprendi de Anaxgoras de quien haba sido discpulo, a saber, que aquel fenmeno se produca en tiempos fijos y de modo necesario, cada vez que toda la Luna se encontraba colocada bajo la rbita del Sol, y que por consi-guiente,an cuando no ocurriese todos los interlunios, no poda ocurrir sino en tiempos de interlunio* . Exponiendo y explican-do el fenmeno racionalmente, logr librar al pueblo del miedo. Entonces era una nocin nueva y casi desconocida la de que el Sol se oscuieca por la interposicin de la Luna, lo que se dice haberlo observado primero Tales de Mileto. Pero poco despus nuestro Ennio ya lo conoca, pues escribi hacia el ao trescien-tos cincuenta de la fundacin de Roma en las nonas de Junio:

    ... La Luna y la noche ocultaron al Sol.

    Y en esta materia se ha llegado hoy a una perfeccin en los clculos y a ..-rnta habilidad que partiendo de este dato de Ennio que registran los Grandes. anales, se ha podido determinar hasta el eclipse de las nonas de julio bajo el reinado de Rmulo. Durante la oscuridad de este eclipse la naturaleza llev brusca-mente a Rmulo al fin humano de la muerte, pero se dice que la virtud lo elev al cielo.

    TUBERN. No te parece, Africano, que lo que hace poco creas 33

    ser de otra manera...? .

    ESCIPIN.... cosas que pueden ver los otros. Adems, qu puede haber entre los hombres que sea excelente para quien ha contemplado los reinos de los dioses? . O qu es duradero cuando se sabe lo que es la eternidad? Y finalmente, qu puede ser glorioso cuando se mide la pequenez de esta Tierra, en su totalidad primero, y despus en la parte de ella que habitan los hombres, y por ltimo, en la exigua parte de esta parte donde nosotros estamos, ignorados del todo por la mayora de las naciones, y esperamos, sin embargo, que nuestro nombre vuele y se expanda hasta los ms distantes lugares de la Tierra? Y en fin, qu son los campos, las casas, los ganados y los montones de oro y de plata para quien no los estima ni los llama bienes porque ve el fruto liviano que se obtiene de tales cosas, su escasa uiilidad, su posesin insegura y lo muy a menudo que las poseen sin me dida los hombres ms abominables? . Cuan afortunado debe ser considerado un hombre as, nico que puede verdaderamente decir que todas las cosas son suyas no segn el derecho quiritario, sino segn el de los sabios; no en virtud de un contrato civil, sino de la ley comn de la naturaleza, que prohibe que nada pertenezca a ningn hombre excepto a aquellos que saoen cmo han de tratarse y utilizarse! Solo este hombre considerar que nuestros mandos supremos y nuestros consulados deben ser clasificados entre las obligaciones que nos imponen, pero no entre los bienes deseables, y que si se aceptan ha de ser como en cumplimiento de un deber y por afn de lucro o gloria ; y finalmente slo este hombre puede decir de s mismo lo que Catn escribi que sola decir mi abuelo el Africano, que nunca haca ms que cuando no haca nada, ni

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    nunca estaba menos solo que cuando estaba solo. Y en efecto, quin puede creer, de verdad, que Dionisio hiciese ms cuan-do, maquinando toda claso de ardides, priv a sus conciudada-nos de la libertad de su compatriota Arqumedes cuando, pareciendo que no haca nada, haca esta esfera de la que hemos hablado hace poco? Y quin no cree que estn ms solos los que en el Foro en medio'd,; la multitud no tienen con quin hablar a gusto que aquellos que, sin ningn testigo, hablan consigo mismos, o participando de algn modo en una reunin de los hombres ms doctos, se deleitan con los descubrimientos y los escritos de ellos? Quin, en verdad, juzgara a alguien ms rico al que nada falta de lo que la naturaleza necesita? O quin ms poderoso que el que consigue todo lo que desea? O quin ms dichoso que el que se libera de todas las perturbacio-nes del alma? Qu riqueza es ms segura que la de quien solo posee, como suele decirse, lo que puede salvar consigo en un naufragio? Y qu poder, qu magistratura, qu reino puede ser preferido al del que desprecia todas las cosas humanas, consi-derndolas como inferiores a la sabidura, y no ocupa su enten-dimiento sino con lo eterno y lo divino, convencido de que, aun cuando a los otros se les denomine hombres, solo son aquellos que lograron la perf_"cin en los saberes propios de la Huma-nidad? En este sentido, me parec~ sobremanera afortunado de

    38 lo que de Platn, o acaso otro filsofo , se nos refiere, y es que, sorprendido en alta mar por fina pequea tempestad, fue arro-jado, con otros compaeros, a una playa desierta de un pas desconocido, de lo cual todos sintieron gran temor; pero l, segn se dice, advirti unas figuras geomtricas trazadas en la arena, y, apenas las hubo reconocido, dijo a sus compaeros con

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    voz fuerte que iuvieran buen nimo, porque haba visto huellas de hombres. Evidentemente, no dedujo su interpretacin de los campos cultivados, que tambin vea, sino de aquellos indicios de ciencia. Por estos motivos, siempre am por igual la ciencia, los hombres sabios y esos tus estudios.

    XVIII. LELIO. En verdad, Escipin, no me atrevo a replicarte en lo que dice, y ni a ti, a Filo o a Manilio ... de su familia fue aquel amigo nuestro digno de ser imitado, Aelio Sexto, egregio por el temple de su corazn y por su juicio , a quien as excelso por el temple de su corazn y por su juicio llam Ennio, no porque buscara lo que no poda encontrar, sino porque daba consejos a quienes le consultaban, librndolos de inquietudes y penas. Y, en la discusin contra los estudios de Gallo, siempre tena en sus labios las famosas palabras de Aquiles en Ii igenia .

    Observa los signos de los astrlogos en el cielo cuando la cabra o el escorpin de Jpiter o cualquier otro nombre de animal aparece de nuevo nadie mira lo que tiene a sus pies; todos escrutan los espacios celestes.

    Y este mismo hombre deca -se lo o con satisfaccin muchas veces- que el Zeto aquel de Pacuvio era demasiado enemigo de la ciencia; ms de su gusto era Neoptolemo de Ennio que deca querer filosofar, pero no en exceso; no le pareca bien dedicarse slo a la filosofa . Pero si los estudios de los griegos te deleitan en tal medida, hay otros ms liberales y de mayor difusin que podemos emplear lo mismo para nuestras relacio-nes en la vida propia que para el servicio de la Repblica. En

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    cuanto a esas artes vuestras, si valen para algo, slo valen para agudizar de algn modo y, como si dijsemos, aguijonear las disposiciones naturales de los jvenes a fin de que puedan ms fcilmente aprender cosas ms importantes.

    XIX. TUBERN. Estoy de acuerdo contigo, Lelio; pero te pre-gunto qu es lo que entienden por cosas importantes.

    LELIO. Voy a decrtelo con toda claridad, y acaso me gane tu repulsa, puesto que fuiste quien pregunt a Escipin acerca de estos fenmenos celestes; pero yo considero que son ms dignas de ser investigadas las cosas que ocurren ante nuestros ojos. / ^ en efecto, cul es la causa que lleva al nieto de Lucio Paulo, al Q sobrino de Emiliano, nacido en una nobilsima familia y en esta Repblica tan gloriosa a investigar cmo se han visto dos soles y no a averiguar por qu en una sola Repblica hay dos Senados y casi dos pueblos? . Porque, orno r eis, la muerte de Tiberio Graco, y ya anteriormente todo el sentido de su tribunado, dividi al pueblo en dos facciones. Y si los detractores de Escipin fueron guiados al comienzo por Publio Craso y Appio Claudio, despus de muertos estos, lo son por Meteio y Publio Mucio que mantienen una parte del Senado frente a vosotros; y en estos momentos en que nuestros aliados y los latinos estn sublevados contra nosotros, y han sido violados los tratados, y vemos como triunviros sediciosos no dejan de tramar ni un dial alguna sublevacin y cmo desesperan nuestros buenos y ricos ciudadanos, esos hombres no permitirn la intervencin del nico hombre que pueda conjurar estos peligros. Por esto, mis jvenes amigos, si me escuchis, ningn temor os producir este segundo Sol, pues solo puede ocurrir, o bien no ser posible su

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    existencia, o bien existir, como hemos visto, sin dao para nadie, o bien que nosotros no podamos saber nada de ello, o bien que podamos saberlo hasta el mximo, sin que por eso lleguemos a ser ni mejores ni ms felices. Pero el que tengamos un senado y un pueblo unidos, es una cosa hacedera, y es muy grave dao que no sea as; sabemos y vemos que la unidad no existe y que con ella seramos mejores y ms felices. XX. MUCIO. Qu piensas t, Lelio, que debemos aprender a fin de que podamos llevar a efecto lo que nos exiges?

    LELIO. Aquellas artes que pueden hacernos tiles al Estado; porque pienso que este es el beneficio ms noble de la sabidura, y tanto la prueba mayor como el mayor deber de la virtud. Por consiguiente, a fin de que estas fiestas las dediquemos a discu-siones que puedan ser de la mayor utilidad para la Repblica, solicitemos de Esripin que nos exponga cul es, a su entender, la mejor forma de Estado; despus de esto, investigaremos otras cuestionas cuyo conocimiento espero nos llevar a tratar del momento presente y nos explicar la razn de los conflictos que hoy nos acucian.

    XXI. Una vez que Filo, Manilio y Mucio hubieron aprobado sin reservas esta idea ... no es el modelo al que deseamos acercar la Repblica.

    Por tanto, si os parece bien, trae tu disertacin desde los cielos a estas cosas ms cercanas de nosotros 46

    LELIO. ... yo he deseado esto, porque lo ms justo es que sobre el Estado hable en primer lugar un procer de la Repblica; pero tambin porque he recordado que, con Panecio y en presencia

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    Y-CICERN

    LA REPBLICA

    Je Polibio, de todos los griegos acaso los dos ms versados en cuestiones polticas, solas conversar, recogiendo y mostrando muchas particularidades de forma de gobierno que nos trasmi-tieron nuestros antepasados para establecer que era la ms excelente de todas. As que, dado lo muy preparado que ests para esta discusin, si nos expones lo que piensas acerca del Estado, nos hars a todos, pues hablo tambin en nombre de nuestros amigos, un gran favor.

    XXII. ESCIPIN. En verdad, no puedo decir que haya ninguna materia en la que ponga ms ardor o ms diligencia mi pensa-miento que esta que ahora me propones, Lelio. Y en efecto, como quiera que yo he observado que todo artfice, cuando es excelente, no piensa, ni medita, ni atiende si no es para ser el mejor en su arte, no me mostrara yo, a quien padres y antepa-sados no han dejado otra inisih que cumplir que el cuidado y la administracin de la Repblica, ms indolente que cualquier artesano si dedicase al arte supremo menos actividad que ellos al ms humilde? Yo no me siento satisfecho de los escritos que acerca de este problema nos han dejado los hombres ms eminentes y sabios de. Grecia, pero tampoco me atrevo a pone, mis opiniones por encima de las de ellos. Por consiguiente, os pido que me escuchis como a quien ni es un ignorante total de la cultura griega ni la coloca por oncima de la nuestra en lo que atae a estas cuestiones. Escuchadme, pues, como a un romano que debe a los cuidados de su padre una educacin liberal y que desde la infancia ha amado ardientemente el saber; pero que ha sido instruido ms por la experiencia y las enseanzas familia-res que por los libros 47

    XXIII. FILO. Por Hrcules, Escipin, dudo que haya alguien quien aventaje a tus dotes naturales, y en cuanto a experiencia de los asuntos ms importantes de la Repblica fcilmente sobrepasas a cualquiera; por lo dems, sabemos cules fueron siempre tuj estudios. Por consiguiente, si como t dices, tam-bin has prestado atencin a la ciencia poltica, la mayor grati-tud ma sea para Lelio, porque espero que lo que nos digas ser ms fructuoso que todo lo que hay en los escritos de los griegos.

    EsciPIN.Pones una expectacin muy grande en mi discurso, con lo cual impones una pesadsima carga a quien va a disertar sobre cuestiones de tanta importancia.

    FILO. Por grande que sea nuestra expectacin t la superars como de costumbre; no hay miedo de que te falle la elocuencia tratndose de discutir acerca de la Repblica.

    XXIV. ESCIPIN. Har, como mejor pueda, lo que queris; y comenzar el desarrollo de mi exposicin fiel a una norma que, a m juicio, debemos observar siempre en toda discusin a fin de evitar el error, y es esta: si se est de acuerdo sobre c! nombre del asunto que se discute, conviene antes que nada explicar el significado de este nombre. En tanto no se haya logrado estar de acuerdo cr\ esto, no se puede empezar la discusin, porque nunca podremos entender lo que pertenece a la cosa que se discute si antes no se ha entendido lo que ella es. Por tanto, dado que vamos a investigar sobre la Repblica o el Estado, veamos primero qu es exactamente lo que estamos investigando.

    Aprobado por Lelio lo dicho por Escipin, este continu: y$J \ $ D ^

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    CICE RON

    Mas no voy yo, para tratar un tema tan claro y tan conocido, a remontarme a los elementos como suelen hacer los hombres doctos en estas materias, ni a comenzar por la primera unin del hombre y de la mujer para luego pasar a la decencia y al parentesco ; ni tampoco voy a definir una vez y otra en el sentido de los vocablos, sus variedades y sus distintas formas. Hablando como estoy con hombres inteligentes y que han partici-pado con gloria en asuntos internos y en las guerras de la Repblica ms grande entre las que existen, no obrar de modo que el tema de mi discusin sea ms claro que mi palabra. As, pues, yo no me he comprometido a agotar el tema como lo hara un maestro, ni prometo que en esta exposicin no vaya a omitir ningn detalle.

    LELIO. Por mi parte, espero de ti justamente el discurso que prometes. XXV. ESCIPIN. Pues bien, una Repblica es una propiedad del pueblo; pero un pueblo no es cualquier conjunto de hombres de cualquier modo agrupado, sino un conjunto numeroso de hom-bres asociados en virtud de la aceptacin de un mismo derecho y de una comunidad de intereses. La primera causa de un agrupamiento ?s no es tanto la debilidad como cierto instinto de asociacin n?tuial. El hombre, pues, no existe aislado ni vive errante sino que, por natuialeza, ni aun en medio de la mayor abundancia de todos los bienes [desea el aislamiento] ... En breve tiempo, de una multitud dispersa y vagabunda la concordia hizo una Ciudad, un Estado.

    XXVI:... como ciertas semillas; porque no se encuentra ningu-na convencin primera que haya dado origen a las dems

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    LA REPBLICA

    virtudes y a la misma Repblica. Estas agrupaciones, pues formadas por la causa que he expuesto, se establecieron prime-ramente en un lugar determinado para habitar en l, y cuando merced a la situacin natural y al trabajo de todos lo tuvieron fortificado, llamaron fortaleza o urbe a estos conjuntos de edificaciones entre las cuales se levantan templos y se abren lugares pblicos. As, pues, todo pueblo, es decir, todo conjunto de muchos hombres agrupados de la forma que he expuesto, toda Ciudad, que es una constitucin particular de un pueblo, toda Repblica que, como dije es la propiedad del pueblo, necesariamente han de ser gobernados por la autoridad de un cierto consejo deliberativo si aspiran a durar. Y este consejo ha de estar siempre referido en primer lugar a la misma causa productora de la Ciudad o Estado. Despus, la funcin de este consejo debe ser atribuida a un hombre solo o a algunos esco-gidos, o ser asumida por la multitud, por todos. Por consiguien-te, cuando la autoridad suprema est en las manos de un hombre solo, a este hombre lo denominamos rey, y Reino a esta forma de su Repblica. Cuando la autoridad est en las manos de algunas personas escogidas, se dice que la Ciudad o Estado est regida por la voluntad de la aristocracia. Y en fin, cuando la Ciudad es popular, pues as la llaman, todo el poder est en el pueblo. Cualquiera de estas tres formas de gobierno es, en mi

    ^rjinin, no dir perfecta o la mejor, pero s tolerable, en tanto que el vnculo que reuni primitivamente a los hombres en la sociedad de la Repblica conserve su vigor, si bien una de ellas puede ser superior a las otras. Porque lo mismo un rey justo y sabio que un grupo de ciudadanos selectos, o incluso el mismo pueblo, aun cuando esto sea lo menos aceptable, pueden cons-

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    CICERN LA REPBLICA

    tituir un gobierno de cierta estabilidad

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    XXXI. ... y cualquier Repblica e

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    CICERN

    XXXIII.... E'. cnanto a las otras Repblicas ellos creen que no deben drseles los nombres que ellas mismas se atribuyen. Pues por qu habra yo de dar el nombre de Jpiter Optimo a un hombre vido de poder o de autoridad nica, un hombre que domina sobre un pueblo oprimido? No habra de llamarle mejor tirano? Porque un tirano puede ser clemente tanto como un rey opresor; de modo que la diferencia existente entre los pueblos as gobernados es la que hay entre servir a un amo clemente o un amo cruel; pues, lo mismo en una situacin que otra, no pueden librarse de la servidumbre. Mas cmo pudo Esparta, en aquel tiempo en que se consideraba su constitucin poltica La ms excelente, lograr tener reyes buenos y justos, siendo as que estaba obligada a aceptar como rey a cualquier persona con tal que fuese de estirpe regia? En cuanto a los aristcratas, quin soportara a unos hombres que se haban atribuido tal ttulo, no por el consentimiento del pueblo, sino porque as libremente lo convinieron? Pues cmo se juzga si un hombre es el mejor si no es por su saber, por sus habilidades, por sus estudios? ...

    XXXIV. ...Si [la Ciudad] abandona al azar61 [la eleccin de sus gobernantes] se hundir tan presto como una nave a cuyo timn esi'jvieid un piloto designado por la suerte de entre los pasaje-ros, pero si un pueblo es libre, elige a quienes se ha de confiar.

    9 y, dado que l desea su propia conservacin, elige a los mejores, y as se tiene por seguro que la salud de los Estados o Ciudades est confiada a la prudencia de los mejores, y sobre todo por cuanto la naturaleza ha hecho no solo porque aquellos hombres superiores en virtud y en nimo gobiernen a los ms dbiles,

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    LA REPBLICA

    sino tambin que estos deseen obedecer a los hombres supe-riores. Pero esta forma de Estado insuperable dicen ellos que ha sido rechazada a causa de las opiniones errneas de los hom-bres, los cuales por ignorancia de la virtud, por muy pocos poseda, y en consecuencia, por muy pocos discernida y cono-cida, piensan que los hombres opulentos y ricos y los nacidos en el seno de una familia noble son los mejores. Cuando, a causa de este error del vulgo, el podero de unos pocos y no sus virtudes empieza a tener en sus manos la direccin de la Repblica, esos prohombres conservan obstinadamente el ttulo de "mejores", pero de hecho no lo son. Porque sin sabidura y sin un sentido justo para conducirse y dirigir a los dems, la riqueza, el nombre y el poder solo comportan bajeza y soberbia insolente, y no hay Estado o Ciudad de aspecto ms deforme que aquel en el que los ms ricos son considerados los mejores. Por el contrario, qu puede haber ms admirable que una repblica gobernada por la virtud cuando el que manda a los otros no es l mismo esclavo de ninguna concupiscencia, cuan-do no establece ni propone a sus conciudadanos nada a lo que l mismo no se sienta vinculado, pues no es posible que impon-ga al pueblo leyes a las que l mismo no obedezca toda ve7 que propone como una ley a sus conciudadanos su vida? Si un hombre solo pudiera ser bastante para atender a todo, no habra necesidad de ningn otro en el gobierno; y si pudiera el conjunto de todos los ciudadanos ver qu es lo mejor y estar de acuerdo en ello, nadie pedira gobernantes escogidos. La dificultad de llegar a un acuerdo sabio hizo que el poder pasara de un rey a muchas personas; y la ignorancia y la temeridad de los pueblos lo traspas de la multitud a unos pocos. De este modo, entre la

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    C i C K li O N

    debilidad de uno solo y la temeridad de lo? muchos ocuparon las aristocracias un lugar tal que, por ser intermedio, ningn otro puede ser ms moderado; y necesariamente, cuando las aristo-cracias atienden los negocios de la Repblica, los pueblos tienen que gozar de la mayor felicidad al estar libres de todo cuidado y de toda preocupacin, por cuanto han confiado su ocio a quienes tienen el deber de vigilarla y de obrar de modo que el pueblo no pueda creer que sus intereses son desatendidos por los proceres ". En cuanto a esta igualdad de derechos que tanto aman los pueblos libres no puede mantenerse [pues los mismos pueblos, aun los ms libres y ms enemigos de toda coaccin, reconocen en muchas personas mritos sobresalientes, y poseer, una gran capacidad para discernir valores y dignidades entre ellos], y lo que llamamos igualdad es la cosa ms injusta. Y en efecto, si le tributa igual honor al ms alto y al ms bajo, dado que en todo pueblo se encuentran ambos tipos de hombres, fatalmente la misma equidad viene a ser la mxima injusticia; y esto no puede ocurrir en las ciudades o Estados cuando gobiernan los mejores''. Estos argumentos y algunos otros del mismo gnero son, Lelio, aproximadamente los que pueden expo-ner quienes proclaman como la mejor esta forma de gobierno. XXXV. LELIO. Y qu piensas t mismo, Escipin? Cul de las tres formas consideras la mejor? ESCIPIN. Tienes derecho a preguntarme cul de las tres formas es para m la mejor, pues ninguna de ellas y por s misma apruebo, y prefiero a cualquiera de ellas la constituida por una combinacin de todas. Pero, si tuviera que aprobar una forma nica y simple, aprobara el Reino... el nombre de rey se nos

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    LA REPBLICA

    ofrece como e1 padre, pues, como este de sus hijos, el rey cuida de los ciudadanos, y ms diligencia pone en protegerlos que... ser sustentados por la atencin vigilante de un solo hombre bueno y eminente sobre todos . Mas los proceres se adelantan y prometen hacer lo mismo y mejor, por cuanto dicen que ha de haber ms sabidura en los consejos de unos cuantos que en el de uno solo, y por lo dems, la misma justicia y la misma rectitud. Y por ltimo, ah est el pueblo gritando a grandes voces que no quiere obedecer ni a uno ni a unos pocos, que hasta para los animales salvajes, nada hay ms dulce que la libertad, y que todos los que estn sujetos lo mismo al rey que a los proceres carecen de libertad. Por tanto, los reyes nos captan por el amor, los proceres por la sabidura y los pueblos por la libertad, y as ocurre que, al comparar estas formas de gobierno, se hace difcil decidir cul de ellas es la que se prefiere.

    LELIO. A S es; pero ser casi imposible aclarar las cuestiones que se plantearn luego, si dejas este extremo as, apenas esbozado.

    XXXVI. ESCIPIN. Imitemos, pues, a Ara tos, quien al empezar a tratar de cosas grandes, crr,y que deba empezar por Jpiter .

    LELIO. Por Jpiter? Y qu semejanza hay entre ef a discusin nuestra y el poema de aquel?

    ESCIPIN. Slo la de convenir a nuestra discusin empezar por aquel que, unnimemente, los doctos y los ignorantes convienen en que es rey de todos los dioses y los hombres.

    LELIO. Por qu?

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    C t CERN LA REPBLICA

    ESCIPIN. i Por qu imsginac que ser, sino por lo que tenemos ante los ojos? Acaso los proceres de las Repblicas hayan establecido por su utilidad para la vida humana la creencia de que existe en el cielo un solo rey que, como dice Homero, mueve todo el Olimpo con un movimiento de cabeza , y es a la vez rey y padre de todas las cosas, en lo cual tenemos una magnfica prueba y numerosos testimonios, si puede decirse muchos cuan-do lo son todas las cosas, de que las naciones han reconocido unnimente por los decretos de los prncipes, que nada es mejor que un rey, puesto que estn de acuerdo en que todos los dioses son gobernados por la providencia de uno solo. Pero si hemos llegado a la conclusin de que estas creencias descansan en el error de los ignorantes y deben clasificarse como fbulas, escuchemos al menos como a maestros a los hombres eruditos, a quienes pudiramos decir que han visto con sus ojos lo que nosotros apenas sabemos por nuestros odos.

    LELiO. Y quines son estos hombres?

    ESCIPIN. Son los que investigando intensamente la naturaleza han llegado a la certeza de que todo este mundo [est goberna-do] por [una sola] mente... XXXVII. ESCIPIN. ... Pero si quieres, Lelio, te proporcionar.' testigos que no son ni demasiado antiguos ni en modo alguno brbaros.

    LELIO. As los quiero.

    ESCIPIN. Sabes que han pasado menos de cuatrocientos aos desde que esta urbe estaba gobernada por reyes?

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    LELIO. Un poco menos, en efecto.

    ESCIPIN. Pues bien, son cuatrocientos aos para la vida de una urbe, de una Ciudad, un tiempo demasiado Largo?

    LELIO. En verdad, apenas significa la edad adulta.

    ESCIPIN. Luego hace cuatrocientos aos haba en Roma un rey. LELIO. Y soberbio, ciertamente .

    ESCIPIN. Y antes de l? LELIO. Haba un rey justsimo , y en sucesin ininterrumpida otros anteriores hasta llegar a Rmulo, que rein hace seiscien-tos aos.

    ESCIPIN. Por consiguiente, tampoco este es demasiado antiguo. LELIO. De ninguna manera, y Grecia ya estaba envejeciendo. ESCIPIN. Y dime ahora, Rmulo fue rey de un pueblo brba-ro? LELIO. Si los hombres, como die^n los griegos, slo pueden ser griegos o brbaros, me temo que fuera rey de un pueblo brbaro; pero si esta denominacin se refiere a las costumbres y no al lenguaje, no considero a los griegos menos brbaros que a los romanos.

    ESCIPIN. Sin embargo, a propsito de lo que tratamos, el objeto de nuestra investigacin no es la raza, sino las disposiciones espirituales propias. Y en efecto, si unos hombres prudentes y no antiguos quisieron tener reyes, me estoy sirviendo de testigos que no son ni de poca demasiado remota ni brbaros y salvajes.

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    CICERN LA REPBLICA

    XXXVITI. LELIO. Muy bien provisto de testimonios te veo, Escipin; pero a m, como a buen juez, las pruebas valen ms que los testigos.

    ESCIPIN. Entonces, Lelio, srvete de una prueba sacada por ti de tus propios sentimientos.

    LELIO. Qu sentimientos son esos? ESCIPIN. Los que has experimentado si alguna vez, por azar, te has sabido airado con alguien,

    LELIO. ESO me ha ocurrido ms a menudo de lo que hubiese deseado.

    ESCIPIN. Pues bien, cuando ests airado, permites que la ira mande tu espritu?

    LELIO. Ciertamente, no; entonces imito al famoso Arquitas de Tarento, quien, habiendo llegado a una casa de campo suya y encontrado todo dispuesto de forma distinta a como haba ordenado, dijo al administrador: "Desdichado, de no estar yo airado, ya te habra dado muerte a golpes".

    ESCIPIN. Muy bien. Luego Arquitas evidentemente conside-raba la ira divorciada de la razn como una verdadera sedicin en el alma, y deseaba que fuera aplacada por la reflexin. Aade a esto la avaricia, aade la pasin de mandar, aade el ansia de gloria, aade las concupiscencias; y vers que, si hay en el espritu de los hombres un poder regio, este tendr que ser el dominio de un elemento nico, sin duda alguna la reflexin, toda vez que esta es la parte ms excelente del espritu, y bajo

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    el dominio de la reflexin no hay lugar para concupiscencias, ni para la ira, ni para la temeridad.

    LELIO. As es.

    ESCIPIN. Luego apruebas una mente as dispuesta? LELIO. Nada puede ser ms valioso.

    ESCIPIN.Por consiguiente, aprobaras que las pasiones, que son innumerables, o la ira eliminarn la reflexin y dominaran sobre todo?

    LELIO. Nada ms miserable puedo concebir que una tal mente ni que un hombre regido por ella.

    ESCPIN. Luego entonces, deseas que todas las partes del alma estn sometidas a una autoridad soberana y gobernadas por la r flexin?

    LELIO. As lo deseo, sin duda.

    ESCIPIN. Y siendo as, cmo puedes tener dudas acerca de lo que piensas de la Repblica? En cualquier Repblica, si los negocios son repartidos entre muchos, es obligado entender que entonces no puede haber ninguna autoridad que mande, porque, si no es nico, el poder no puede existir.

    XXXIX. LELIO. Bien, pero permteme una pregunta: qu diferencia hay entre uno y muchos si en los muchos hay justicia? ESCIPIN. Como por lo que veo mis testigos no te producen apenas impresin, voy, pues, a continuar para probar lo que digo, utilizndote a ti mismo por testigo.

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    CICERN

    LELIO. A m? De qu modo?

    ESCIPIN. Hace poco, cuando estbamos en Formia, pude ad-vertir que tenas ordenado a los miembros de tu familia que solamente obedecieran las rdenes de una sola persona.

    LELIO. Sin duda, las de mi administrador.

    ESCIPIN. Y en tu casa de Roma, tienes a muchos al frente de tus asuntos?

    LELIO. No, no hay ms que uno.

    ESCIPIN. Hay alguien, fuera de ti, que gobierne tu casa? LELIO. Pues si es as, por qu no admites que en la Repblica el poder de uno solo, a condicin que sea justo, es el mejor? LELIO. Me llevas casi a darte l razn.

    XL. ESCIPIN. Ms te inclinaras a drmela si, dando de lado a ejemplos tales como los que un piloto o un mdico, si son compe-tentes en sus artes respectivas, convienen ms a la nave y al enfermo que muchos, paso a ejemplos de ms consideracin. LELIO. Qu ejemplos? ESCIPIN. Acaso no sabes que la crueldad y la soberbia de un hombre, de Tarquinio, fue lo que hizo odioso a nuestro pueblo el ttulo de rey?

    LELIO. S, lo s.

    ESCIPIN. Luego tambin debes saber ciertos hechos acerca de los cuales tendr que hablar ms a lo largo de mi discurso, a

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    LA REPBLICA

    sr.ber, que, una vez destronado Tarquinio, el pueblo se dio a extraos transportes de alegra por su ibertad; y fue entonces cuando hombres inocentes fueron enviados al exilio, y las propiedades de muchos ciudadanos saqueadas, y fue entonces cuando los cnsules fueron nombrados por un ao, las faces abatidas ante el pueblo y permitidas todas las apelaciones, y tambin cuando se produjeron las secesiones de la plebe, y finalmente, cuando casi todo se haca de manera que todas las cosas estaban en poder del pueblo.

    LELIO. As es, como dices. ESCIPIN. En verdad, as es en la paz y en el ocio; porque se puede permitir ciertas licencias cuando no se tiene nada que temer, como, por ejemplo, a bordo de una nave y a menudo tambin en una enfermedad leve. Pero como el navegante o el enfermo, cuando de pronto el mar se encrespa o la enfermedad se agrava, imploran la asistencia de un hombre, as tambin nuestro pueblo, si en tiempo de paz y en sus hogares impera y amenaza incluso a sus magistrados, y los rechaza, denuncia y provoca, en tiempo de guerra los obedecen como a un rey; la seguridad, en efecto, puede ms que el capricho. La verdad es que en las guerras muy duras nuestro pueblo ha querido que todo el poder estuviera en un homici sin colega, al que se denomina con una palabra que indica la fuerza de r.a poder. Se le llama "dictador" porque "se nombra" , pero en nuestros libros , como t bien sabes, Lelio se le llama amo del pueblo.

    LELIO. LO s.

    ESCIPIN. Sabiamente, pues, aquellos antiguos...

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    CICERN

    XLI. ... on verdad, cuando el pueblo se ve primado de un rey justo "el dolor de su prdida domina largo tiempo los corazo-nes", como dice Ennio, tras la muerte de un rey ptimo: ... al par que recuerdan entre ellos: Oh Rmulo, divino Rmulo: qu guardin de la patria, los dioses engendraron en ti! Oh padre! Oh progenitor! Oh sangre procedentes de los dioses!

    Nos los llamaban amos ni seores aquellos hombres a quienes haban obedecido, ni siquiera los llamaban reyes; los llamaban guardianes de la Patria, padres y dioses. Y no sin razn. Porque, qu aadan luego?

    T nos condujiste a la ribera de la luz . Pensaban que la vida, el honor y la gloria eran dones de la justicia de su rey. La misma voluntad hacia sus sucesores se hubiera mantenido de haber permanecido la imagen de los reyes, pero, como t sabes, la injusticia de uno caus la ruina completa de esta especie de Repblica.

    LELIO. LO s, y deseo conocer el curso ce estas mutaciones tanto en nuestra Repblica como en las demj XLII. ESCIPIN. Cuando haya expuesto todo mi parecer acerca de la especie de Repblica que considero la mejor, tendr que hablar con mayor detalle respecto de las mutaciones en las Repblicas, si bien creo que en la que he concebido es donde menos fcilmente pueden producirse. Pero la primera y ms cierta mutacin es la del poder real que perece inmediatamente,

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    LA REPBLICA

    pues apenas el rey comienza a ser injusto se ha convertido en tirano. La tirana es la peor de las formas de gobierno, a pesar de estar tan cerca de la mejor. Si los mejores la derriban, lo que sucede comnmente, se constituye entonces la segunda de las tres formas de Repblica, la cual es muy semejante a la realeza, dado que un consejo de prohombres prudentes velan por el bien del pueblo. Pero si el pueblo por s mismo es que mata o destierra al tirano, entonces, mientras conserva prudencia y razn, gobierna con mesura, y, halagado por su hazaa, se aplica a conservar la Repblica por l constituida. Por el contrario, cuando el pueblo usa de la violencia contra un rey justo y lo priva de su poder real, o bien, como a menudo ocurre, prueba la sangre de los proceres y somete a toda la repblica a sus apetitos, lbrate, Lelio, de pensar que puede haber mar o incen-dio tan violentos que no puedan ser ms fcilmente dominados que una multitud desafiante y desenfrenada, entonces ocurre lo que Platn ha descrito con magnificencia insuperable y que yo quisiera expresar en latn; la empresa es difcil, pero la intentar.

    XLIII. D'ce: "Cuando el pueblo, con sus fauces insaciables resecas por la sed de libertad, bebe con avidez, servida por malos servidores, la libertad, no moderadamente templada, sino demasiado pura entonces los magistrados y lo^ hombres principa-les si no son blandos y sumisos y si no sirven, prdigos, la libertad al pueblo, este los persigue, los incrimina y los acusa de dspotas, reyes y tiranos". Seguro estoy de que conoces bien este pasaje. LELIO. Cierto que me es muy conocido.

    ESCIPIN. Y contina: "Los que obedecen a 'os ciudadanos principales son perseguidos por este mismo pueblo que los

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    CICERN

    llama esclavos voluntarios; en cambio, quienes, en el ejercicio de una magistratura, procuran actuar como ciudadanos priva-dos, y aquellos de estos que pretenden borrar las diferencias entre un particular y un magistrado son colmados de alabanzas y cargados de honores; necesariamente, en una Repblica as la libertad impera en todo, de modo que la autoridad est ausente hasta del seno de la familia, llegando a afectar este mal incluso a los animales, y as ocurre que el padre teme a su hijo, el hijo desprecia al padre, todo pudor desaparece, y a fin de que la libertad sea total no existe diferencia alguna entre un ciudadano y un extranjero; el maestro teme a sus discpulos y los adula, y los discpulos desprecian a sus maestros; los jvenes asumen la gravedad de los ancianos y los ancianos se prestan a participar en los juegos de los jvenes para no serles odiosos y molestos; y de aqu se sigue que incluso los esclavos se conducen con la mayor libertad, que las mujeres tienen los mismos derechos que sus maridos, y en medio de tanta libertad, hasta los perros, los caballos y los asnos corren libres de tal modo que os hombres tienen que cederles el paso en las calles. El resultado final de esta mxima licencia es> q"e las mentes de los ciudadanos se vuelven ms irritantes y tan sensibles, que, si se hace uso de la fuerza del poder en un grado mnimo, se encolerizan y no pueden .oportarla; de donde se sigue que comienzan a despreciar tambin las leyes, a fin de librarse por completo de cualquier tipo de seor.

    XLIV. LELIO. Las palabras de Platn han sido reproducidas por ti con toda exactitud.

    ESCIPIN. Pues bien, y volviendo ahora a mi habitual modo de hablar, tambin l dice que, de esta licencia exagerada, que es

    LA REPBLICA

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    lo que un pueblo as entiende por libertad, brota y. como si dijramos, nace eL tirano. Porque, as como de poder excesivo er los proceres se deriva la destruccin de ellos, as la misma libertad pone en servidumbre a este pueblo extremadamente libre. Es lo que ocurre con todo lo excesivo, se trate del tiempo, del campo o de los cuerpos humanos; cuando las condiciones han sido demasiado favorables, se convierten en contrarias, lo cual sucede sobre todo en las Repblicas, donde la libertad excesiva lleva lo mismo a los pueblos que a los ciudadanos particulares a una excesiva servidumbre. As de una libertad sin lmite nace el tirano y la ms injusta y ms dura exclavitud. De este pueblo indmito, o mejor dicho, monstruoso, es elegido con frecuencia contra los proceres ya abatidos y expulsados de su rango, algn jefe audaz y corrompido que persigue insolen-temente a ciudadanos a menudo benemritos de la Repblica y halaga al pueblo haciendo donaciones gratuitas de los bienes ajenos y de los propios. A este hombre, por cuanto como simple particular no se siente libre de temores, se le dan poderes y se le renuevan; y adems, como Pisistrato en Atenas, va rodeado de guardas que lo defienden; y finalmente se erige en tirano de aquellos mismos que lo elevaron. Si, como ocurre con frecuer -cia, los buenos ciudadanos lo derriban, la Ciudad, el Estado, renace; pero si son los audaces Quienes hacen esto, lo que comienza es una tirana de otra clase trada por una fraccin. Y la misma situacin suele surgir a menudo del ms excelente gobierno aristocrtico cuando ciertos vicios han desviado a los proceres del camino recto. As la Repblica, el Estado, como si fuese una pelota, es arrebatada a los reyes por los tiranos, y a estos por los proceres o el pueblo, y de nuevo por fracciones o

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    por tiranos a los ltimos; ninguna forma simple de gobierno puede mantenerse por s misma durante mucho tiempo.

    XLV. Dado que as son los hechos, a mi juicio, el Reino es superior con mucho a las tres formas primarias de gobierno; pero es superior al Reino mismo la forma que resulte de com-binacin equilibrada y moldeada de las tres mejores formas de gobierno. Porque, en efecto, a mi parecer, conviene que haya en la Repblica una autoridad preeminente y real, que algn poder se reconozca y conceda a los proceres y que ciertas cuestiones correspondan al juicio y a la voluntad de la multitud. Esta constitucin implica ante todo, y en alto grado, una cierta igualdad, de la que los hombres libres difcilmente pueden carecer durante mucho tiempo, a lo cual se une su gran estabi-lidad, en tanto que las formas primarias degeneran fcilmente en las correspondientes formas malas, a saber, al rey sucede el tirano, a los proceres la faccin y al pueblo el desorden multi-tudinario y la confusin; y siendo frecuente que estas formas se cambien en otras nuevas, no ocurre as normalmente en una constitucin de la Repblica en la que se juntan y mezclan moderadamente aquellas tres formas,c i no es por grandes vicios de sus prohombres. No hay, pues, causas de revolucin all donde cada uno est colocado firmemente en su puesto propio y sin que haya nada debajo donde precipitarse y caer. XVI. Pero me temo, Lelio, y vosotros, mis muy queridos y sabios amigos, que podis pensar que mi discurso, si consumo demasiado tiempo en l, se parecer ms a la leccin de un profesor que a la exposicin de quien conversa con vosotros acerca de la cuestin que nos ocupa. Por consiguiente, voy a

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    L A R KPUBLI C A

    pasar a cosas que son conocidas de todo el mundo y que nosotros discutimos hace algn tiempo. As, pues, estimo, siento y afir-mo que ninguna de las Repblicas es comparable, tanto por la constitucin como por la distribucin de poderes o por la disciplina, a esta que nuestros padres recibieron de sus mayores y nos han trasmitido a nosotros. Y puesto que habis deseado orme hablar acerca de asuntos sabidos por vosotros, si os complace, os expondr la naturaleza de ella y os demostrar que es la mejor, tomando como modelo nuestra Repblica acomo-dar a l todo lo que haya que decir acerca de la forma ptima de la Ciudad, del Estado. Si puedo dominar y consigo realizar mi propsito habr cumplido plenamente, en mi opinin, la tarea que Lelio me fn confiado.

    LELIO. En verdad, esta tarea es tuya y solo tuya. Porque quin con ms autoridad que t hablara de las instituciones de nues-tros mayores siendo t descendiente de nuestros ms gloriosos antepasados? Quin de la mejor forma de Estado? Sin duda no tenemos esta forma ahora, pero si la tuvisemos, quin con ms mritos que t para gobernarla? O quin como t pucdp aconsejar y proveer para el porvenir, dado que t has visto todo el futuro ante ti a] liberar a nuestra urbe de sus dos terrores?72.

    SI

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    CICERN

    FRAGMENTOS DEL LIBRO I

    Y puesto que la patria nos reporta muchos beneficios y es nuestra madre mucho antes que la que nos dio la vida, le

    73 debemos ms gratitud que a nuestros propios padres . Cartago no hubiera tenido durante casi seiscientos aos tantas riquezas sin sus instituciones y su legislacin 74

    Todas las discusiones de los filsofos, aunque sean fuentes muy abundantes de ciencia y de virtud, si se las compara con las acciones y las obras de los legisladores, me temo que valgan ms para deleite de nuestro ocio que para utilidad de nuestros negocios .

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    LIBRO II

    I. Todos ardan en deseos por orle, y Escipin comenz a hablar de la siguiente forma:

    Lo que voy a decir es del viejo Catn que, como sabis, am de manera muy particular y admir tanto, y a quien por el consejo de mis dos padre? y por mi propia inclinacin me dediqu por completo desee la juventud; nunca pude sentirme saciado de su conversacin: tanta era su experiencia de la Repblica, que haba gobernado en la paz y en la guerra de modo insuperable y durante mucho tiempo, y tanta tambin su mesura en el decir, su encanto mezclado de dignidad, su extre-mada pasin por aprende" o ensear y la perfecta armona entre su vida y sus palabras.

    Catn sola decir que la constitucin de nuestra Ciudad era superior a la de las dems Ciudades porque en estas no haban tenido apenas ms que hombres singulares, cada uno de los cuales haba constituido la Repblica con sus leyes e institucio-nes; as, por ejemplo, Minos en Creta, Licurgo en Lacedemonia, >' en Atenas, con tantos cambios en su constitucin, primero

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