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  • 8/3/2019 Corpus Excepcin cultural

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    CONSIGNA

    Lea los siguientes textos.

    Ms ganancias, menos cultura

    La bsqueda del mximo beneficio inmediato pone en peligro la produccin de las obras

    ms nobles de la humanidad. Es la supremaca de un poder comercial que impone sus

    intereses en contra del arte universal.

    Pierre Bourdieu.

    Socilogo, profesor del Colegio de Francia.

    Es posible todava, y ser posible por mucho tiempo hablar de producciones culturales y de cultura?

    A los que hacen el nuevo mundo de la comunicacin y que son hechos por l, les gusta referirse al

    problema de la velocidad, los flujos de informacin y las transacciones que se vuelven cada vez ms

    rpidos, y sin duda tienen razn en parte cuando piensan en la circulacin de la informacin y la

    rotacin de los productos. Dicho esto, la lgica de la velocidad y la del lucro que se renen en labsqueda de la mxima ganancia en el corto plazo (con el rating en el caso de la televisin, el xito de

    venta en el del libro -y muy evidentemente, el diario-, el nmero de entradas vendidas en el de la

    pelcula) me parecen incompatibles con la idea de cultura. Cuando, como deca Ernst Gombrich, se

    destruyen las condiciones ecolgicas del arte, el arte y la cultura no tardan en morir.

    Como prueba, podra limitarme a mencionar lo ocurrido con el cine italiano, que fue uno de los mejores

    del mundo y que solo sobreviva a travs de un pequeo puado de cineastas, o con el cine alemn, o

    con el cine de Europa oriental. O la crisis que sufri en partes el cine de autor, por falta de circuitos de

    difusin. Sin hablar de la censura que pueden imponer los distribuidores a determinados filmes -el ms

    conocido es el de Pierre Carles-. O tambin el destino de alguna cadena radio cultural, hoy en

    liquidacin en nombre de la modernidad, el rating y las connivencias mediticas.

    Arte o mercanca?

    Pero no se puede comprender realmente lo que significa la reduccin de la cultura al estado de

    producto comercial si no se recuerda cmo se constituyeron los universos de produccin de las obras

    que consideramos como universales en el campo de las artes plsticas, la literatura o el cine. Todas

    las obras que se exponen en los museos, todos las pelculas que se conservan en las cinematecas,

    son producto de universos sociales que se constituyeron poco a poco independizndose de las leyes

    del mundo ordinario y, en particular, de la lgica de la ganancia.

    Para que lo entiendan mejor, he aqu un ejemplo: el pintor del Quattrocento -se sabe por la lectura de

    los contratos- deba luchar contra quienes le encargaban obras para que stas dejaran de ser tratadas

    como un simple producto, valuado segn la superficie pintada y al precio de los colores empleados;

    debi luchar para obtener el derecho a la firma, es decir el derecho a ser tratado como autor, y

    tambin por eso que, desde fecha bastante reciente, se llaman derechos de autor (Beethoven todava

    luchaba por este derecho); debi luchar por la rareza, la unicidad, la calidad; debi luchar, con lacolaboracin de los crticos, los bigrafos, los profesores de historia del arte, etctera, para imponerse

    como artista, como creador.

    Es todo esto lo que est amenazado hoy a travs de la reduccin de la obra a un producto y una

    mercanca. Las luchas actuales de los cineastas por el final cuty contra la pretensin del productor de

    tener el derecho final sobre la obra, son el equivalente exacto de las luchas del pintor del

    Quattrocento. Los pintores necesitaron casi cinco siglos para conseguir el derecho de elegir los

    colores empleados, la manera de emplearlos y finalmente el derecho a elegir el tema, especialmente

    al hacerlo desaparecer con el arte abstracto, para gran escndalo del burgus que encargaba la obra.

    Del mismo modo, para tener un cine de autor se requiere un universo social, pequeas salas y

    cinematecas que proyecten los clsicos y frecuentadas por los estudiantes, cineclubes animados por

    profesores de filosofa, cinfilos formados en la frecuentacin de dichas salas, crticos sagaces que

    escriban en los Cahiers du cinma, cineastas que hayan aprendido su oficio viendo pelculas de lascuales pudieran hablar en estos Cahiers; en pocas palabras, todo un medio social en el cual

    determinado cine tiene valor, es reconocido.

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    Son estos universos sociales los que hoy estn amenazados por la irrupcin del cine comercial y la

    dominacin de los grandes difusores, con los cuales deben contar los productores, excepto cuando

    ellos mismos son difusores: resultado de una larga evolucin, hoy han entrado en un proceso de

    involucin. En ellos se produce un retroceso: de la obra al producto, del autor al ingeniero o al

    tcnico que utiliza recursos tcnicos, los famosos efectos especiales, y estrellas, ambos sumamente

    costosos, para manipular o satisfacer las pulsiones primarias del espectador (a menudo anticipadas

    gracias a las investigaciones de otros tcnicos, los especialistas en marketing).Reintroducir el reino de lo comercial en universos que se han constituido, poco a poco, contra l, es

    poner en peligro las obras ms nobles de la humanidad, el arte, la literatura e incluso la ciencia.

    No creo que alguien pueda querer esto realmente. Recuerdo la clebre frmula platnica: Nadie es

    malvado voluntariamente. Si es cierto que las fuerzas de la tecnologa aliadas con las fuerzas de la

    economa, la ley del lucro y la competencia, ponen en peligro la cultura, qu hacer para contrarrestar

    ese movimiento? Qu se puede hacer para favorecer las oportunidades de aquellos que slo pueden

    existir en el largo plazo, aquellos que, como los pintores impresionistas de antao, trabajan para un

    mercado pstumo?

    Buscar la mxima ganancia inmediata no es necesariamente obedecer a la lgica del inters bien

    entendido, cuando se trata de libros, pelculas o pinturas: identificar la bsqueda de la mxima

    ganancia con la bsqueda del mximo pblico es exponerse a perder el pblico actual sin conquistar

    otro, a perder el pblico relativamente restringido de gente que lee mucho, frecuenta mucho losmuseos, los teatros y los cines, sin ganar a cambio nuevos lectores o espectadores ocasionales.

    Una inversin rentable

    Si se sabe que, al menos en todos los pases desarrollados, la duracin de la escolarizacin sigue

    creciendo, as como el nivel de instruccin medio, corno crecen tambin todas las prcticas

    estrechamente relacionadas con el nivel de instruccin (frecuentacin de los museos y los teatros,

    lectura, etctera), se puede pensar que una poltica de inversin econmica en los productores y los

    productos llamados de calidad, al menos en el corto plazo, podra ser rentable, incluso

    econmicamente (siempre que se cuente con los servicios de un sistema educativo eficaz).

    De este modo, la eleccin no es entre la mundializacin -es decir la sumisin a las leyes del

    comercio y, por lo tanto, al reino de lo comercial, que siempre es lo contrario de lo que se

    entiende universalmente por cultura- y la defensa de las culturas nacionales o de tal o cual forma

    de nacionalismo o localismo cultural.

    Los productos kitsch de la mundializacin comercial, el jean o la Coca-Cola, la soap operao

    el filme comercial espectacular y con efectos especiales, o incluso la world fiction cuyos autores

    pueden ser italianos o ingleses, se oponen en todos los sentidos a los productos de la internacional

    literaria, artstica y cinematogrfica, cuyo centro est en todas partes y en ninguna, aun cuando

    haya estado durante mucho tiempo y quiz todava est en Pars, sede de una tradicin nacional

    de internacionalismo artstico, al mismo tiempo que en Londres y Nueva York. As como Joyce,

    Faulkner, Kafka, Beckett y Gombrowicz, productos puros de Irlanda, Estados Unidos,

    Checoslovaquia y Polonia fueron hechos en Pars, igual nmero de cineastas contemporneos

    como Kaurismaki, Manuel de Oliveira, Satyajit Ray, Kieslowski, Woody Allen, Kiarostami y tantos

    otros no existiran como existen sin esta internacional literaria, artstica y cinematogrfica cuya

    sede social est ubicada en Pars. Sin duda porque es all donde, por razones estrictamentehistricas, se constituy hace mucho y ha logrado sobrevivir el microcosmos de productores,

    crticos y receptores sagaces necesario para su supervivencia.

    Repito, hacen falta muchos siglos para producir productores que produzcan para mercados

    pstumos. Es plantear mal los problemas oponer, como a menudo se hace, una mundializacin y

    un mundialismo que supuestamente estn del lado del poder econmico y comercial, y tambin del

    progreso y la modernidad, a un nacionalismo apegado a formas arcaicas de conservacin de la

    soberana. En realidad, se trata de una lucha entre un poder comercial que intenta extender a todo

    el universo los intereses particulares del comercio y de los que lo dominan, y una resistencia

    cultural, basada en la defensa de las obras universales producidas por la internacional

    desnacionalizada de los creadores.

    Quiero terminar con una ancdota histrica que tambin tiene que ver con la velocidad y que

    expresa correctamente lo que deban ser, en mi opinin, las relaciones que podra tener un arte

    liberado de las presiones del comercio con los poderes temporales. Se cuenta que Miguel Angel

    mantena tan poco las formas protocolares en sus relaciones con el papa Julio II, quien le

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    encargaba sus obras, que ste se vea obligado a sentarse muy rpidamente para evitar que

    Miguel Angel se sentara antes que l.

    En un sentido, se podra decir que intent perpetuar aqu, muy modestamente, pero de manera

    fiel, la tradicin, inaugurada por Miguel Angel, de distancia con respecto a los poderes y muy

    especialmente a estos nuevos poderes que son las fuerzas conjugadas del dinero y los medios.

    Clarn, 24/11/99 - Traduc. de Elisa Camelli - Copyright Clarny Le Monde, 1999.

    El mercado hace cultura

    Una produccin cultural no comercial y de elite lleva a exclusiones y privilegios. La ley de la

    oferta y la demanda no es perfecta pero registra los gustos del pblico y tiende a la

    democratizacin de la cultura.

    Vincent Tournier

    Profesor de Ciencias Polticas del Instituto de Estudios Polticos de Grenoble.

    Pierre Bourdieu atac de nuevo. Como ocurre despus de cada intervencin del augusto socilogo en

    el debate pblico, viene a la mente una misma y lacerante pregunta: no hay ninguna esperanza deque una brizna de sabidura, de prudencia y de modestia se deslice en un discurso ahora tan gastado

    que no es ms que la caricatura de s mismo? No se puede esperar que alguna adecuacin renueve

    y temple un pensamiento temiblemente dogmtico?

    Si hemos de creer en las declaraciones de nuestros funcionarios polticos, el discurso de Bourdieu no

    es algo aislado y corre serios riesgos de ser retomado por otros mientras se avecinan las prximas

    negociaciones de la Organizacin Mundial del Comercio.

    Un complejo de superioridad se lee desde el comienzo del manifiesto. Dirigirse as a los amos del

    mundo, no es considerarse un poco como uno de sus pares? Y qu decir del deseo proclamado de

    inscribirse en la lnea de Scrates? La referencia de Bourdieu a la Antigedad griega no es fortuita: si

    le gusta hacerse pasar por el portavoz de las masas oprimidas es porque su ideal filosfico sigue

    marcado por el mito platnico de la caverna. Toda su reflexin sociolgica se basa en una conviccin

    simple: el socilogo autntico es aquel que logr salir de la sombra para ver la Luz y la Verdad, pero

    que no consigue hacerse entender por los otros prisioneros, ms habituados a la oscuridad. Para

    quien lo dude todava: s, la demagogia y el populismo pueden coexistir con el elitismo ms estricto.

    Qu quieren los nuevos amos del mundo? Simplemente transformar la cultura en una mercanca

    como las dems, es decir aplicarle las mismas reglas que a cualquier otro producto, suprimiendo los

    tradicionales sistemas de proteccin: porcentajes y subvenciones pblicas. Que esto en Francia sea

    considerado chocante es lgico: tradicionalmente la cultura se concibi como un instrumento poltico al

    servicio del Estado. Si la mundializacin de los intercambios comerciales, volvi obsoleto el modelo

    nacional-elitista, tambin dio a los intelectuales franceses la oportunidad de subirse prestamente a un

    nuevo caballito de batalla, la excepcin cultural gracias a la cual pudieron mantener la vivacidad de

    una lucha anticapitalista y antiamericana que decididamente tena dificultades en conservar su

    legitimidad desde la cada del sistema sovitico.

    Bourdieu cree que el mercado llevara a una extraordinaria uniformizacin, especialmente en la

    televisin. Y no ve que, al decir esto, admite que el sistema de porcentajes de la programacin paranada impidi cierta convergencia de los productos culturales. Ambas cosas, por lo tanto, no tienen

    nada que ver, e incluso es probable que todas las medidas de proteccin imaginables no puedan

    impedir la uniformizacin, que slo es expresin de las preferencias promedio del gran pblico.

    Se puede entender que, para alguien como Bourdieu, los gustos del pblico masivo estn muy lejos

    del ideal del arte como medio de lucha contra la burguesa. Pero es este argumento suficiente para

    justificar que se mantenga en estas condiciones un sistema cuya nica finalidad objetiva es preservar

    un medio social concebido para y por las elites cultivadas?

    La denuncia fcil

    Bourdieu tiene mucha razn en subrayar que el cine italiano ya no es lo que era. Pero se contenta con

    una denuncia fcil contra el mercado. El rigor sociolgico no lo debera incitar a interrogarse mslargamente sobre las causas de este cambio?

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    Y el xito de la cultura estadounidense contempornea? Aqu tambin, la explicacin del mercado es

    demasiado fcil: despus de todo, nadie est obligado a ver las pelculas estadounidenses. Si la gente

    corre a las salas, no es porque encuentra en ellas algo que le atrae?

    Mal que le pese a nuestro orgullo nacional, hay que admitir que es del otro lado del Atlntico donde

    hoy se define la creacin cultural cuya denuncia ahora ritualizada raya en la ms despreciable de las

    xenofobias. Si series como ER o Los expedientes secretos X han sabido encontrar un pblico tan

    masivo, no es slo porque son productos surgidos de la bsqueda de la mxima ganancia, sinoporque, por razones todava no estudiadas, la sociedad estadounidense logra expresar con una fuerza

    notable los valores y las referencias universales, tocando problemticas y registros simblicos en los

    cuales todo el mundo o casi todo el mundo se reconoce.

    Titanic, Rescatando al soldado Ryan, La guerra de las galaxias , evidentemente no tienen nada

    que ver entre s. Lo que no quita que sean portadoras de valores y cuestionamientos universales. Su

    xito no tiene que ver ms que con la capacidad de sus creadores para armonizar con talento los

    ingredientes positivos y negativos de la experiencia humana: amor y odio, bien y mal, lo trgico y lo

    cmico, guerra y paz.

    Qu tenemos para proponer en Francia? Las aventuras de Astrix y Oblix? Germinal? La cultura

    francesa tiene dificultades para dirigirse al resto del mundo porque no logra (ya?) arrancarse de

    razonamientos y valores que no tienen significacin fuera de Francia.

    En el fondo, como todos los utopistas elitistas, Bourdieu tiene sed de absoluto y de perfeccin: nopuede imaginar que un sistema poltico tenga defectos. Pero, en el campo poltico, como en el cultural,

    aunque el modelo liberal diste de ser perfecto, siempre es mejor que los dems. Bourdieu no dice que

    el modelo estatista de la cultura, es decir el rechazo de la lgica del mercado, lleva fatalmente a volver

    a poner la produccin cultural en manos de las comisiones de expertos, nicas autorizadas a decir qu

    artista merece ser ayudado o reconocido. Simplemente preconiza la preservacin de un mundo que,

    en el fondo, es un lugar de exclusin social, de privilegios y prebendas. Un mundo al cual el

    contribuyente promedio no tiene acceso pero que es obligado a financiar. Pero quin puede creer

    todava seriamente que esta cultura de las elites participa en la democratizacin de la cultura?

    Copyright Le Mondey Clarn, 1999 - Traduccin de Elisa Carnelli

    Carta de Coscia

    Buenos Aires, 7 de setiembre de 2004.-

    Seor Director General del

    Festival Internacional de Cine de San Sebastin

    Don Mikel Olaciregui

    Estimado Mikel:

    El pasado viernes 3 recibimos la informacin que detalla la lista de losmiembros del jurado de la edicin N 52 del Festival de San Sebastin que

    Ud. dirige.

    El sbado 31 de julio de 2004 sali publicada en el diario argentino "La

    Nacin" una nota titulada "Razones contra la excepcin cultural" firmada

    por el escritor peruano Mario Vargas Llosa. La misma reafirma las reiteradas

    opiniones reaccionarias y neoliberales del ex candidato y perpetuo

    defensor de los intereses que han sumido a millones

    de latinoamericanos en la pobreza y la exclusin.

    Adjunto la nota mencionada que por s sola reafirma mis argumentos, y por

    ello no pude menos que sorprenderme ante la designacin del Sr. Vargas

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    Llosa como presidente del jurado del Festival de San Sebastin.

    La activa militancia del Sr. Vargas Llosa en contra de la Excepcin

    Cultural y de su producto ms deseado, la diversidad cultural, no puede sino

    contrastar con la difcil lucha por sobrevivir de las cinematografas

    europeas e iberoamericanas.

    Basta con leer el artculo para comprender que su rol como jurado de

    nuestra produccin audiovisual equivale a poner al zorro para que cuide el

    gallinero.

    Sin los subsidios ni la excepcin que Vargas Llosa tanto critica, el

    Festival de San Sebastin no contara con las tres pelculas argentinas en

    competencia que el Sr. Llosa, por otra parte, deber juzgar desde su

    inmerecido aunque honroso cargo.

    Expreso desde ya mi ms sincera preocupacin y recomiendo, para compensarlos argumentos falaces y tramposos del Sr. Vargas Llosa, la lectura de la

    Revista Races, y especialmente el reportaje a Manuel Prez Estremera que

    reinvidica "el tema de la excepcin cultural y su necesidad para las

    industrias culturales europeas".

    Es sorprendente que el presidente del jurado de un festival realizado con

    fondos resultado de polticas pblicas sea el enemigo ms acrrimo de esas

    polticas y de los funcionarios que garantizan la realizacin y la

    presencia de tantas pelculas (incluidos veinte filmes argentinos) que reafirman

    al

    prximo Festival de San Sebastin como el gran evento europeo

    e iberoamericano de la diversidad cultural.

    An no ha comenzado el querido festival y ya el presidente de su jurado

    califica de alharaca que Francia y Espaa (al igual que Argentina) hayan

    adoptado la poltica de excepcin cultural, tratando de burcratas a

    quienes han promovido esa valiente decisin.

    Define como libertad de "abrir puertas y ventanas" al escandaloso

    "dumping" que excluye nuestros productos audiovisuales de nuestros

    propios mercados.

    Mi sorpresa es an mayor ante semejante desprecio a las polticas pblicas

    y a las personas que hacen posible un festival como el que Ud. dirige.

    No poda dejar de sealar todo lo antedicho sin reconocer que tanto para

    m como para la institucin que presido, lo esencial es reconocer el valor y

    la importancia de nuestra colaboracin creativa y constructiva con el cine

    espaol, su industria y el magnfico evento donostiarro que Ud. conduce.

    Valoramos tambin el lugar que desde su direccin se lo ha dado a nuestro

    cine. Tome entonces estas lneas como la apasionada y sincera opinin de unrealizador (que hoy preside el INCAA) comprometido con la fructfera

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    promocin de nuestro cine y sus artistas.

    Sin otro particular, aprovecho para saludarlo con mi ms sincero afecto.

    Jorge Coscia

    PresidenteINCAA

    Razones contra la excepcin cultural

    Por Mario Vargas Llosa

    Para LA NACION

    LONDRES

    Dos son los argumentos principales que utilizan los defensores de la

    excepcin cultural, a saber:

    1) Que los bienes y productos culturales son distintos a los bienes y

    productos industriales y comerciales y que por lo mismo no pueden ser

    librados a las fuerzas del mercado porque, si lo son, los productos

    bastardos, inautnticos, chabacanos y vulgares terminan desplazando en la

    opinin pblica (es decir, entre los consumidores) a los ms valiosos y

    originales, a las autnticas creaciones artsticas. El resultado sera el

    empobrecimiento y la degradacin de los valores estticos en lacolectividad. Dependiendo slo del mercado, gneros como la poesa, el

    teatro, la danza, etc., podran desaparecer. Por tanto, los productos

    culturales requieren ser exceptuados del craso comercialismo del mercado y

    sometidos a un rgimen especial.

    2) Los productos culturales deben ser objeto de un cuidado especial por

    parte del Estado porque de ellos depende, de manera primordial, la

    identidad de un pueblo, es decir, su alma, su espritu, aquello que lo singulariza

    entre los otros y constituye el denominador comn entre sus ciudadanos: sus

    patrones estticos, su identificacin con una tradicin y una manera de ser,

    sentir, creer, soar, en suma el aglutinante moral, intelectual y espiritual de lasociedad. Librada al mercantilismo codicioso y amoral, esta identidad cultural de

    la nacin se vera fatalmente mancillada, deteriorada, por la invasin de

    productos culturales forneos -seudoculturales, ms bien-,

    impuestos por medio de la publicidad y con toda la prepotencia de las

    transnacionales que, a la corta o a la larga, perpetraran una verdadera

    colonizacin del pas, destruyendo su identidad y reemplazndola por la

    del colonizador. Si un pas quiere conservar su alma, y no convertirse en un

    zombie, debe preservar sus productos culturales de la aniquiladora

    globalizacin.

    No pongo en duda las buenas intenciones de los polticos que, convariantes ms de forma que de fondo, esgrimen estos argumentos en favor de la

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    excepcin cultural; pero afirmo que, si los aceptamos y llevamos a su

    conclusin natural la lgica implcita en ellos, estamos afirmando que la

    cultura y la libertad son incompatibles y que la nica manera de

    garantizar a un pas una vida cultural rica, autntica y de la que todos los

    ciudadanos participen es resucitando el despotismo ilustrado y practicando la

    msletal de las doctrinas para la libertad de un pueblo: el nacionalismo cultural.

    Advirtase lo profundamente antidemocrtico que es el primero de estos

    argumentos. Si se respeta la libertad del hombre y la mujer comunes y

    corrientes, la cultura est perdida, porque, a la hora de elegir entre los

    bienes culturales, aqullos eligen siempre la bazofia: leerEl cdigo daVinci, de Don Brown, en lugar de Cervantes, e ir a verSpider Man en vez de

    La mala educacin. As, pues, como el pblico en general es tan poco sutil

    y riguroso a la hora de elegir los libros, las pelculas, los espectculos,

    y sus gustos en materia de esttica son execrables, es preciso orientarlo en

    la buena direccin, imponindole, de una manera discreta y que no parezcaabusiva, la buena eleccin. Cmo? Penalizando a los malos productos

    artsticos con impuestos y aranceles que los encarezcan, por ejemplo, o

    fijando cupos, subsidios y rentas que privilegien a las genuinas

    creaciones y releguen a las mediocres o nulas. Y quines sern los encargados

    de llevar a cabo esa delicadsima discriminacin entre el arte integrrimo y la

    basura? Los burcratas? Los parlamentos? Comisiones de artistas eximios

    designadas por los ministerios? El despotismo ilustrado versin siglo veintiuno,

    pues.

    El otro argumento conlleva consecuencias igualmente nefastas. La sola idea

    de identidad cultural de un pas, de una nacin, adems de ser una ficcin

    confusa, conduce inevitablemente a justificar la censura, el dirigismo

    cultural, y la subordinacin de la vida intelectual y artstica a una

    doctrina poltica: el nacionalismo. La cultura de un pas como Francia o

    como Espaa no puede resumirse en un canon o tabla de valores y de ideas

    de las que todas las obras artsticas e intelectuales producidas en su seno

    seran expresin y sustento coherente. Por el contrario, la riqueza

    cultural de esos dos pases est en su diversidad contradictoria, en la existencia,

    en ellos, de tradiciones, corrientes y creadores y pensadores reidos entre s, que

    representan visiones del mundo y del arte que se repelen la una a la otra, y en el

    universalismo que esas obras alcanzaron en sus momentos ms altos gracias aque fueron concebidas sin el cors de un horizonte localista o nacional y -como

    ocurre con el Quijote, con Baudelaire, con el Tirant lo Blanch, con Proust, con el

    Greco y Goya y Velzquez y La Tour, Toulouse Lautrec, Matisse, Gauguin, y

    tantos otros- fueron por ello mismo entronizadas como representaciones estticas

    donde podan reconocerse los seres humanos de cualquier tiempo o cultura.

    Esas obras no hubieran sido posibles dentro de las fronteras nacionales

    que presupone la nocin aberrante de una identidad cultural colectiva. Ni

    siquiera la lengua puede ser considerada un campo de concentracin para la

    vida cultural, porque, por fortuna -y, gracias a la globalizacin, este

    proceso se ir extendiendo cada vez ms- casi todas las lenguas desbordanlas fronteras o varias lenguas conviven dentro de una nacin, y hay entre

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    artistas una movilidad que les permite cada vez ms elegir su propia

    tradicin y su propio pas espiritual, de modo que querer convertir a una

    lengua en una sea de identidad cultural de un pueblo es tambin otro

    artificio ideolgico. Si la misma idea de nacin -un concepto decimonnico

    que ha perdido estabilidad y aparece cada vez ms diluido a medida que las

    naciones se van integrando en grandes mancomunidades- resulta en nuestrosdas bastante relativo, la de una cultura que expresara la esencia, la

    verdad anmica, metafsica, de un pas, es una superchera de ndole

    poltica que, en verdad, tiene muy poco que ver con la verdadera cultura y

    s, en cambio, con aquel "espritu de la tribu" que, segn Popper, es el

    gran lastre para alcanzar la modernidad.

    Francia y Espaa han avanzado ya demasiado en lo relativo a la cultura

    democrtica para que sus ciudadanos, que a veces se dejan seducir por la

    demagogia y el chovinismo escondidos en los espejismos de la excepcin

    cultural, acepten lo que seran las consecuencias prcticas de semejante

    propuesta: una vida cultural regimentada por burcratas o artistas y

    escritores instrumentales, en la que todo lo extranjero sera consideradoun desvalor y todo lo nacional el valor esttico supremo. De manera que, en

    trminos prcticos, probablemente toda la alharaca que en estos dos pases

    rodea a la poltica de la excepcin cultural slo desemboque en que unos

    cuantos artistas reciban los subsidios que piden y, con el pretexto de

    proteger los bienes culturales, los burcratas perpetren ms derroches que

    los consabidos. Poca cosa, a fin de cuentas, si toda la excepcin cultural

    no pasa de eso, y en ambos pases se respeta la libertad, el Estado no se

    mete a sustituir a los consumidores a la hora de elegir los productos

    culturales, y stos siguen sometidos al juego de la oferta y la demanda

    con las mnimas interferencias posibles.

    Es verdad que los productos culturales son distintos a los otros. Pero lo

    son porque, a diferencia de una gaseosa o una heladera, en vez de

    desplazar en el mercado a sus competidores, les abren la puerta, los promueven.

    Una obra de teatro, un libro, un pintor que tienen xito son la mejor propaganda

    para el arte dramtico, la literatura y la pintura y crean unas curiosidades y

    apetitos -unas adiccciones- que benefician a los otros artistas y escritores. El

    mercado no determina

    la calidad, sino la popularidad de un producto, y ya sabemos que ambas cosas no

    siempre coinciden, aunque algunas veces s. Lo que el mercado muestra es el

    estado cultural de un pas, lo que el hombre y la mujer del comn prefieren, y loque rechazan, en ejercicio de un derecho que ningun gobierno democrtico

    puede objetar ni recortar.

    Querer acabar con el mercado para los bienes culturales porque el pblico no

    sabe elegir es confundir el efecto con la causa, liquidar al mensajero porque

    trae noticias que nos disgustan.

    Desde luego que sera preferible que los consumidores tuvieran a veces

    mejor gusto a la hora de elegir un libro, un espectculo, una pelcula, un

    concierto, y que dieran en sus vidas mayor presencia a la cultura. Puede

    un gobierno hacer algo al respecto? Muchsimo. Es la educacin, no los

    subsidios, lo que puede crear un pblico ms culto. Pero no slo losmaestros ensean a leer, a or buena msica, a discriminar entre lo que es

  • 8/3/2019 Corpus Excepcin cultural

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    arte y lo que es caricatura. Tambin las familias, los medios de

    comunicacin, el entorno social en que cada ciudadano se forma. Y, qu

    duda cabe, la preservacin del patrimonio es una responsabilidad central del

    Estado.

    Pero, incluso en este campo, es indispensable que los gobiernos

    involucren a la sociedad civil mediante polticas tributarias que estimulenel mecenazgo y la accin cultural. El mayor nmero, no slo los

    funcionarios, debe decidir dnde canalizar los recursos pblicos y privados

    para promover la cultura.

    Pero la obligacin primordial de un gobierno en este mbito es crear

    condiciones que estimulen el desarrollo y la creatividad cultural y la

    primera de ellas es la libertad, en el ms ancho sentido de la palabra. No

    slo la libertad de opinar y crear sin interferencias ni censuras, sino

    tambin abrir las puertas y ventanas para que todos los productos

    culturales del mundo circulen libremente, porque la cultura de verdad no es nunca

    nacional sino universal, y las culturas, para serlo, necesitan estarcontinuamente en cotejo, pugna y mestizaje con las otras culturas del

    mundo.

    Esa es la nica manera de que se renueven sin cesar. La idea de "proteger"

    a la cultura es ya peligrosa. Las culturas se defienden solas, no necesitan

    para eso a los funcionarios, por ms que stos sean cultos y

    bienintencionados.

    Buenos Aires, 31 de julio de 2004