Cronica

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DAVID HIDALGO JIMÉNEZ @DavidsCreator Redacción online Me pregunto cuántos hinchas cremas de mi edad, cuántos futbolistas de Universitario o periodistas de mi generación han tenido la fortuna de verlo, de tocarlo, de darle la mano, o de conversar con él alguna vez. Este año cumplí 40 y puedo decir que tuve algo más que la suerte de conocer al gran Lolo Fernández . A inicios de los ochenta, en el estadio de Breña que lleva su nombre, jugaba en la categoría minicalichín de Universitario. Mi viejo, mis abuelos y tíos, me habían contado interminables historias del gran “Cañonero”. Ellos lo vieron inflar redes, pero yo lo conocí cuando tenía 11 años. Antes del primer encuentro, lo más cerca que había tenido al ídolo fue a través de las fotos y recuerdos que se mostraban en aquel salón de trofeos que está (no sé si seguirá) debajo de la tribuna oficial del viejo estadio. Pero fue un sábado de entrenamiento en la cancha auxiliar cuando vi que un viejito nos observaba desde un costado del campo. El hombre atravesó la reja, caminó despacio con la ayuda de un bastón y se acercó al grupo de niños de la categoría 72: “Chicos, saluden a Lolo”, nos dijo Fernando Cuéllar, nuestro entrenador por aquel 1983. Ese señor con cara de abuelito pícaro y engreidor no solo nos dio la mano a cada uno, con esa gran sonrisa imborrable, también se dio tiempo para sentarse al borde de aquella piscina —cuyas aguas siempre estaban cubiertas por una capa verde oscura— y se puso a conversar con nosotros. Difícil recordar de qué nos hablaba, posiblemente nos aconsejaba y hasta nos habría contado episodios de su brillante carrera; lo que sí recuerdo es que yo no podía salir del asombro al ver en persona a un ídolo que nunca pensé conocer. Esas charlas se repitieron un par de veces.

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DAVID HIDALGO JIMÉNEZ @DavidsCreatorRedacción online

Me pregunto cuántos hinchas cremas de mi edad, cuántos futbolistas de Universitario o periodistas de mi generación han tenido la fortuna de verlo, de tocarlo, de darle la mano, o de conversar con él alguna vez. Este año cumplí 40 y puedo decir que tuve algo más que la suerte de conocer al gran Lolo Fernández.

A inicios de los ochenta, en el estadio de Breña que lleva su nombre, jugaba en la categoría minicalichín de Universitario. Mi viejo, mis abuelos y tíos, me habían contado interminables historias del gran “Cañonero”. Ellos lo vieron inflar redes, pero yo lo conocí cuando tenía 11 años.

Antes del primer encuentro, lo más cerca que había tenido al ídolo fue a través de las fotos y recuerdos que se mostraban en aquel salón de trofeos que está (no sé si seguirá) debajo de la tribuna oficial del viejo estadio. Pero fue un sábado de entrenamiento en la cancha auxiliar cuando vi que un viejito nos observaba desde un costado del campo.

El hombre atravesó la reja, caminó despacio con la ayuda de un bastón y se acercó al grupo de niños de la categoría 72: “Chicos, saluden a Lolo”, nos dijo Fernando Cuéllar, nuestro entrenador por aquel 1983.

Ese señor con cara de abuelito pícaro y engreidor no solo nos dio la mano a cada uno, con esa gran sonrisa imborrable, también se dio tiempo para sentarse al borde de aquella piscina —cuyas aguas siempre estaban cubiertas por una capa verde oscura— y se puso a conversar con nosotros.

Difícil recordar de qué nos hablaba, posiblemente nos aconsejaba y hasta nos habría contado episodios de su brillante carrera; lo que sí recuerdo es que yo no podía salir del asombro al ver en persona a un ídolo que nunca pensé conocer. Esas charlas se repitieron un par de veces.

El episodio máximo se dio una tarde de domingo de aquel mismo año cuando fuimos escogidos para jugar un clásico en homenaje a Lolo Fernández en el estadio de Odriozola. Al escribir estas líneas vuelvo a sentir la indescriptible emoción de hace 29 años cuando 11 niños vestidos impecablemente con el uniforme de la “U” entramos en fila india hacia la tribuna oficial y recibimos por primera vez la inolvidable ovación de un estadio lleno. Llegamos a la parte central de la tribuna y uno a uno le dimos la mano a Lolo, quien estaba rodeado por muchas personas, entre ellas Augusto Ferrando y el cómico Tulio Loza.

No se imaginan lo que era estar en una cancha con el uniforme de la “U”, girar hacia el palco y saber que estábamos ante la mirada del ídolo, más aun con la tribuna rugiente al ver entrar a otros niños con la camiseta de Alianza Lima. Teníamos 11 años pero jugamos como si fuese el último partido de nuestras vidas, y esa victoria se fue al cielo con él. Gracias, Lolo.