de Tilarán-Liberia «¡Padre, que nadie vaya perdido!»

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1 Dios nos ha creado a su imagen y semejanza (cf Gn 1,26) y muy atinada- mente ha afirmado san Gregorio de Nacianceno: «el ser humano tiene el sello de lo Infinito, tiene que ver con Él». Lo que un día afirmó Jesús, «del Padre vine y al Padre voy» (Jn 16,28), vale para to- dos nosotros. Dios es nuestra Patria de origen y de destino. La patria es el lugar en don- de hemos nacido. Es la tierra natal a la que nos sentimos vinculados profunda e ínti - mamente. Ella marca nuestra identidad; de ella recibimos, de algún modo, nues- tra «forma de ser». Pues bien, creemos y afirma- mos que la Patria de cristianos y no cristianos, de todos, es la Santísima Trinidad. Es inevitable que lejos de ella experimentemos nostalgia, añoranza y deseos de volver. 2 En esta vuelta a casa, por muchos aspec- tos dura y exigente, no estamos solos. Dios, como lo hizo con Adán y Eva (todos somos ellos), nos busca y nos alcanza con 36 LA COLUMNA DE MONSEÑOR «¡Padre, que nadie vaya perdido!» Por: Mons. Victorino GIRARDI, mccj, obispo emérito de Tilarán-Liberia su misericordia y con su promesa de salvación en donde nos encontramos. Nos repite la pregunta: «Adán, Adán, ¿en dón- de estás?» y nos dirige la invitación de volver a casa. Como acompañó en el desierto al pueblo de Israel, su pueblo, en camino hacia la tierra prometida, hacia la tie- rra de libertad, así nos acompaña a nosotros. Dios nos sigue siempre y si nos desviamos, otra vez nos alcanza ahí en donde nos encontramos, en donde nos condujo el pecado, y de nuevo nos atrae. Lo expresó con fuerza el mismo Jesús: «Y yo, cuando sea levan- tado en alto sobre la tierra [en la cruz] atraeré a mí a todos los hombres» (Jn 12,32). Se alcanza aquí la máxima paradoja del amor de Dios manifestado en Cristo, que quiere a todos salvos. A saber, al rechazo de su amor, Cristo nos responde siempre con nuevas pruebas. Él siempre reacciona amando... Al beso de traición de Judas, Él responde con un beso de amigo. Cuánta sor- E sta súplica de Jesús al Padre (cf Jn 17,24) llena de confianza y a la vez de preocupación, siempre me ha impactado. Durante nuestro viaje a la eternidad, vamos experimentan- do que cuanto más avanzamos, más dejamos «cosas» y personas: familiares, ami- gos, salud, trabajo... todo. No estamos hechos para este mundo. Nos resuena dentro la muy citada afirmación de san Agustín: «Señor, nos hiciste para ti e inquieto e insatisfecho está nuestro corazón hasta que no descanse en ti». No es pesimismo el de este santo, sino sano realismo. Nada de este mundo puede llenar nuestro deseo, que es abierto al infinito. Lulú Esquila Misional diciembre 2019 «El ser humano tiene el sello de lo Infinito»

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1Dios nos ha creado a su imagen y semejanza (cf Gn 1,26) y muy atinada-mente ha afirmado san

Gregorio de Nacianceno: «el ser humano tiene el sello de lo Infinito, tiene que ver con Él».

Lo que un día afirmó Jesús, «del Padre vine y al Padre voy» (Jn 16,28), vale para to-dos nosotros. Dios es nuestra Patria de origen y de destino. La patria es el lugar en don-de hemos nacido. Es la tierra natal a la que nos sentimos vinculados profunda e ínti-mamente. Ella marca nuestra identidad; de ella recibimos, de algún modo, nues-tra «forma de ser». Pues bien, creemos y afirma-mos que la Patria de cristianos y no cristianos, de todos, es la Santísima Trinidad. Es inevitable que lejos de ella experimentemos nostalgia, añoranza y deseos de volver.

2En esta vuelta a casa, por muchos aspec-tos dura y exigente, no estamos solos. Dios, como lo hizo con Adán y Eva (todos somos ellos), nos busca y nos alcanza con

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«¡Padre,que nadie vaya perdido!»

Por: Mons. VictorinoGIRARDI, mccj,obispo emérito

de Tilarán-Liberia

su misericordia y con su promesa de salvación en donde nos encontramos. Nos repite la pregunta: «Adán, Adán, ¿en dón-de estás?» y nos dirige la invitación de volver a casa. Como acompañó en el desierto al pueblo de Israel, su pueblo, en camino hacia la tierra prometida, hacia la tie-rra de libertad, así nos acompaña a nosotros. Dios nos sigue siempre y si nos desviamos, otra vez nos alcanza ahí en

donde nos encontramos, en donde nos condujo el pecado, y de nuevo nos atrae. Lo expresó con fuerza el mismo Jesús: «Y yo, cuando sea levan-tado en alto sobre la tierra [en la cruz] atraeré a mí a todos los hombres» (Jn 12,32).

Se alcanza aquí la máxima paradoja del amor de Dios manifestado en Cristo, que quiere a todos salvos. A saber, al rechazo de su amor, Cristo nos responde siempre con nuevas pruebas. Él siempre reacciona amando... Al beso de traición de Judas, Él responde con un beso de amigo. Cuánta sor-

Esta súplica de Jesús al Padre (cf Jn 17,24) llena de confianza y a la vez de preocupación, siempre me ha impactado. Durante nuestro viaje a la eternidad, vamos experimentan-do que cuanto más avanzamos, más dejamos «cosas» y personas: familiares, ami-gos, salud, trabajo... todo. No estamos hechos para este mundo. Nos resuena dentro

la muy citada afirmación de san Agustín: «Señor, nos hiciste para ti e inquieto e insatisfecho está nuestro corazón hasta que no descanse en ti». No es pesimismo el de este santo, sino sano realismo. Nada de este mundo puede llenar nuestro deseo, que es abierto al infinito.

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ciencia es el núcleo más secreto y el sa-grario del hombre, en que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquella» (Gaudium et spes 16).

3Esto nos hace comprender que antes de que llegue el misionero a anunciar la Buena Noticia que es el Evangelio a un determinado grupo

humano, ya ha sido precedido por la ac-ción gratuita y salvífica de Dios. Varias ve-ces hemos recordado lo que afirmó Juan Pablo II cuando en 1992 llegó a Veracruz,

puerto por el cual entraron los primeros misioneros a México. Él dijo: «antes de que llegaran los misio-neros a estas tierras, Dios ya abrazaba con su amor de misericordia a los amerindios», porque creados por su amor, Él ya estaba presente con su gracia en su historia.

La verdad de un Dios Padre que quiere que to-dos se salven, y que alcanza con su propuesta de gracia, en lugar de frenar el compromiso misionero que Cristo dejó como mandato a los suyos, lo urge y fortalece. En efecto, si en toda religión, aunque con sus límites, a veces muy notables e incluso marcada por el error, hay por la acción de Dios, una «tensión» hacia la verdad, nos sentimos ur-gidos a ofrecerles a todos esa plenitud de verdad que es Cristo. La forma más grave de pobreza es no conocer a Jesús... quien lo conoce no puede guardar para sí esa suprema riqueza y esperanza

de la humanidad.Acojamos pues, esa

serie de expresiones que atraviesan la primera ex-hortación apostólica del papa Francisco, la Evan-gelii gaudium: «No nos de-jemos robar el entusiasmo misionero» (80); «no nos dejemos robar la alegría de la evangelización» (83); «no nos dejemos robar el Evangelio» (97); «no nos dejemos robar la fuerza mi-sionera» (109).

presa, pero también cuánto amor y compasión hay en aquella trágica pregunta: «Judas, ¿con un beso me traicionas?» (Lc 22,48). Y a los que lo crucifica-ban, Él responde perdonando y pidiendo al Padre por ellos. ¡No cabe pensar otro «extremo» al que pueda llegar su amor!

Estas breves observaciones nos recuerdan la afirmación cristiana: «Dios ha tomado una sola decisión, hacerlo todo en favor nuestro, pero nada sin contar con nosotros. Que seamos destinata-rios de tanto amor, a tal punto que Jesús, antes de morir, declare solemnemente: “Padre, quiero que los que me has dado estén conmigo ahí en donde yo esté” (Jn 17,24), no nos exime de nuestra res-ponsabilidad. Dios quiere que “todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1Tim 2,4), pero esta amorosa voluntad, puede ser insignificante y sin efecto, si el hombre no se abre a ella».

Como leemos en el Evan-gelio de san Juan, «el Verbo es la luz verdadera que ilumi-na a todo hombre que viene a este mundo» (Jn 1,9), pero Él tiene la posibilidad de no querer dejarse iluminar. ¡La acción salvífica de Dios es siempre una propuesta que espera una respuesta!

Dios, con su propuesta, alcanza lo íntimo de la con-ciencia. Como lo afirma el Concilio Vaticano II, «la con-

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«No nos dejemos robarel entusiasmo misionero»

«La Patria de cristianos y no cristianos,de todos, es la Santísima Trinidad. Es inevitable

que lejos de ella experimentemos nostalgia, añoranza y deseos de volver»