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    Acta Poetica 27 (2)OTOO

    2006

    Palabras en el aire

    Perla Sneh

    Las palabras no son inocentes cuando hablamos del exterminio. Heredamos laspalabras de los muertos pero tambin las de los perpetradores y con ellas debe-mos hablar. Cmo hacerlo si el lenguaje declina su responsabilidad para volversejerga universitaria o intelectualismo vaco?

    Words are not innocent. We inherit the words of the dead but also those of theperpetrators and with these words we must keep on talking. How can we do thatwhen language declines his responsibility and becomes academic gibberish orempty intelectualism?

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    Perla SnehUniversidad de Buenos Aires, Repblica Argentina

    Palabras en el aire

    Ms que a nada, el hombre est abierto al aire

    Elas Canetti

    I. Las mejores intenciones

    Hablar, lo sabemos, es un dilema tico, pero saberlo no lo vuel-ve menos opaco. A la hora de las palabras hay quienes confanen un saber que permita, al abordar la generalidad de un con-cepto, proceder a su explicacin con miras a su resolucin.Hay quienes confan en una frrea, rigurosa, moral que vengaa poner orden en los acontecimientos. Hay quienes confanen la historia que, al incorporar un hecho a su dialctica, le da-

    ra aquella precisa, exacta, inscripcin que impedira su retorno.No hay por qu cuestionar tanta confianza, pero es mejor

    abstenerse de entusiasmarnos demasiado. A veces convienedisponernos a hablar y entonces, al escucharnos, enterarnos delo que decimos. Si en algo es pertinente una consideracinpsicoanaltica de la pregunta que nos convoca1es en el intento

    Acta Poetica 27 (2)OTOO

    2006

    1Este texto surge de la ponencia leda en la mesa de cierre del Primer Encuentro

    Internacional Anlisis de las Prcticas Sociales Genocidas Por qu hablar de

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    de ubicar a dnde van a parar las palabras. Hay cosas que retor-nan viene a decir el psicoanlisis y lo hacen en los luga-res ms imprevistos. Hablar nos ubica, entonces, en lo provi-

    sorio de una palabra que nunca sabe bien a dnde va; aunqueno por eso dejamos de decirla.Genocidio: el trmino tienta al vrtigo de la imagen, a la

    desmesura cuantitativa, a la impudicia de una cmara prdigaen materia cadavrica, a las estridencias ominosas de la infor-macin, de la esgrima ideolgica. Pero hablamos creo denuestros muertos, por qu nombrarlos con esa muerte indus-trial, sistemtica, acumulable, precisamente aquella que los

    despoja de su nombre?S, dije nuestrosmuertos: no se me escapa el problema que

    plantea esta difcil propiedad. Pero en todo caso, tambin sa-bemos a pesar de toda correccin poltica que los muertosno son todos iguales.

    En mi infancia, los muertos hablaban dish, a veces polacoo ruso, pero cada uno contaba la interminable y muda narra-

    cin del exterminio. Si algo defina esas lenguas que erande mis padres y tambin mas era esa rara aptitud para na-rrar la matanza, el crujido insomne de las consonantes, elacorde letnico de las vocales, el latido inquieto inquietantede las voces extranjeras.

    Con el tiempo, la lengua de los argentinos que es la may un poco la de mis padres, pero tambin la de mis hijosaprendi a decir campos de concentracin, traslado, so-

    lucin final por impulso propio: las palabras que haban con-tado la vida juda bajo el nazismo la muerte juda conta-ban ahora la agona argentina bajo la dictadura. Los muertosaprendieron a hablar castellano y las voces se fueron atra-

    genocidio hoy?, realizado en Buenos Aires entre el 10 y el 15 de noviembrede 2003 y convocado por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad deBuenos Aires junto con el Instituto de Artes y Ciencias de la Diversidad Cultural

    de la Universidad Nacional de Tres de Febrero.

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    gantando con las astillas de un destruido mito de inocenciaesencial.

    Qu hubo en el medio? Podemos decir: la historia. Pero

    quizs haya que decir tambin: los modos de una memoriaque va tramndose en torno a la lengua de los muertos.En 1945, 46, 47, la memoria de la Sho apenas figuraba;

    los juicios de Nrnberg, los ajustes de cuentas entre Estados(victoriosos o vencidos, pero soberanos) no tenan lugar paralos judos, ellos (quiero decir, nosotros) cuerpos escamo-teados al exterminio no pesaban en esamemoria. Pero re-cuerdos haba. En 1963 un Estado soberano emite una orden

    de detencin en hebreo y logra llevar a juicio a Adolf Eichmann.Para eso debi vulnerar el derecho de otro Estado, casualmenteel argentino, secuestrar a uno de sus ciudadanos, sacarlo clan-destinamente del pas y hacerlo comparecer ante una corte ex-tranjera. La historia al menos la nuestra guarda registrodel debate pblico, no poco virulento, mucho ms centrado enlos derechos del individuo que en los crmenes del asesino.

    Pero entonces, hoy, con todo lo que ha corrido bajo el puente,no podramos pensar que los problemas que plantea al dere-cho argentino el principio de extraterritorialidad que permi-tira la aplicacin de leyes penales extranjeras a ciudadanosargentinos por jueces de otros pases es un modo en que nosretorna el asunto Eichmann?

    Pero volvamos a si es que alguna vez nos fuimos de lalengua de los muertos. Decamos que las palabras que conta-

    ban la historia juda comenzaron a decir la experiencia argen-tina: el subversivodevino un enemigo interno, insidioso y, portanto, cuerpo prometido a la destruccin, como el judo bajoel nazismo. Tambin empezamos a hablar de una disporaar-gentina constituida en torno al exilio poltico, una disporaque pas a ser un distintivo nacional, una marca de fbrica.2

    2

    Bonasso 1994.

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    Y tambin, al igual que la Sho, algo de la historia argentinase abism en una crisis de representacin.

    Solucin final:la cosa estaba, como se dice, en el aire, en la

    materia misma de la palabra, materia cruzada por el rastrotransparente e indeleble de los que pasaron del estado deLuftmensch al deLuft,3ah donde las cenizas haban cavadosu tumba en las nubes,4en ese fulgor de molculas transparen-tes hendido por la estela de los cuerpos cayendo a un ro quenada devolver, que se quedar con todo.

    Hablar es agitar ese aire donde la cosa estaba, acelerar susmolculas; alborotarlo, tragarlo, expelerlo en un espasmo de

    tos o de risa, echarlo de menos, quedarse sin l. Ese aire don-de reverbera la huella evanescente de los cuerpos sustrados eslo que manoseamos con cada letra pronunciada. El aire, dirElas Canetti, esa cosa comn la nica cosa en comn quenos queda que nos envenenar, eventualmente, a todos, aunsin que lo notemos.

    En un homenaje a Hermann Broch, Canetti le atribuye5 lo

    que llama el arte de la respiracin, del que carecemos y que,segn l, Broch erige en poltica de escritura. Canetti aoraesa poltica que permite denunciar la asfixia varios aos an-tes de la construccin de la primera cmara de gas y pone lalucidez de su escritura a cuenta de lo que llama memoria res-piratoria, una peculiar memoria hecha de imgenes respirato-rias que, en contraposicin a las imgenes cromticas del pin-tor y dado el cercano parentesco entre respiracin y palabra,

    se realizan en la lengua.Hoy, lo irrespirable es imagen de esa memoria respiratoria

    que ahora nos alcanza y nos insufla el aire de los muertos. Noes raro, entonces, que nos quedemos sin aliento, porque en lo

    3Schwarz-Bart 1959.4Vase el poema Fuga de Muerte, de Paul Celan, en Celan 2002.5

    Canetti 1994.

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    irrespirable del aire que removemos, como dice Celan, cual-quier palabra que pronuncies / ests agradeciendo / la des-

    truccin.

    Advertencia para los vivos, que tambin hablan habla-mos. Pero entonces hay que decir que tampoco los vivosson somos todos iguales y que esa diferencia se labra enel lugar donde cada uno se encuentra cuando habla.

    Cmo habla el que habit el abismo y retorna a la minuciacotidiana? Cmo habla el sobreviviente si con l sobrevive elexterminio? Cmo habla el que no fue padre o hijo o herederodirecto de la matanza? Cmo habla alguien que no es (nunca

    lo fue, nunca podra serlo) uno deellospero que no sabra ubi-car un sujeto si se propusiera uno de nosotros? Aquel que no sequed en su casa (sencillamente porque casalo que se dicecasa no haba para nadie, aunque s hubiera frente de dondefaltar) pero no fue a ningn lado? O ese que somos nosotros,ahora, aqu sentados, nosotros, los impuntuales a la hora de lamatanza? O aquel que seguramente no era parte de ellos,

    pero que dio en adherir a un extrao nosotros como lo hicie-ron, por ejemplo, aquellos que al tanto por experiencia pro-pia o ajena de lo que ocurra en chupaderos y centros clan-destinos hablaban de nuestras Fuerzas Armadas en los dasprimeros de la desesperante empresa de Malvinas?

    Inquietante solicitacin de la lengua, inquietante solicita-cin de gestos, palabras y silencios que, desde deme dos alen algo andara,6tramaba la red de negaciones y compulsas

    que demandaba la convivencia con lo siniestro, la resbalosarampa que va de la pasividad al consentimiento, del silencio ala colaboracin.

    6 Expresiones comunes en los aos de la dictadura en la Argentina (1976-1983) que indicaban la indiferencia por momentos rayana en la complicidadante la desaparicin de personas (en algo andaran o por algo ser) como lairresponsable aceptacin de un ficticio bienestar financiero que desemboc en undesastre econmico para el pas (dme dos, expresin que solan repetir los ar-

    gentinos comprando electrodomsticos en Miami).

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    Modos y modos y modos de decir. El aire acecha, imposi-ble no irse de boca: cualquier vibracin, cualquier constela-cin de molculas, cualquier palabra ya es agradecer la des-

    truccin. Habr que preguntarse entonces cmo hacer parahablar menos? O habr que decir que hablamos y que noqueremos dejar de hacerlo aun si nuestras palabras conlle-van la envenenada gracia de la destruccin?

    II. Las peores palabras

    En qu yace la singularidad de cada uno de esos acontecimien-tos asesinos que denominamos genocidio? David Bankier,7his-toriador, estudioso de la Sho, propone: ni en el sufrimientode la vctima, ni en la pasividad del testigo, ni en la indiferen-cia del conciudadano, sino en la motivacin del perpetrador.Pero ac las cosas se oscurecen.

    En los testimonios aparecidos inmediatamente despus de

    la segunda Guerra Mundial, el perpetrador aparece como unafigura brutal, sdica, feroz. Diez aos ms tarde una vezjuzgado Eichmann y editada ya La banalidad del mal de H.Arendt el perpetrador se transforma en el burcrata que eli-mina trivialmente a sus vctimas. En los ltimos aos ha sur-gido una figura ms inquietante an, al menos para nosotros,los as llamados intelectuales.

    Un estudio hecho sobre el servicio de inteligencia del Reich

    (RSHA) revela que al menos el 20% de sus tres mil empleados,dedicados todos a la administracin de la muerte, no eran sdi-cos, pero tampoco meros burcratas. Estos empleados, en sumayora graduados universitarios, ante la pregunta sobre qulos motiv a dedicarse a estas tareas suelen invocar el ms ele-vado idealismo. Se trataba de abogados, historiadores, juristas,

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    Bankier 2002.

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    expertos en literatura, que eligieron participar en lo que consi-deraron una gran empresa de reestructuracin del mundo.Egresados de Medicina que tuvieron la oportunidad de no ser

    un mdico ms en un hospital y se fueron a hacer biologa alEste. Egresados de Filosofa que, en vez de discurrir sobre elEstado ideal, entraron en los campos de concentracin paraconstruir su propia Repblica ideal. Juristas que modelaban lafigura jurdica perfecta que corresponde a un pueblo de Herren(amos).8 Werner Best, asesor legal de la Gestapo, dedic supensamiento a sostener la divisa de toda una concepcin de lacultura poltica que floreci en los aos del ascenso del Reich:aprender a matar sin odio.9

    Podramos discutir aqu varias cosas, la denominacin deidealismo,10la nocin defiguradel perpetrador, el recurso ala prosopografa (biografa colectiva) necesaria para estable-cer estos motivos, pero me interesa ms detenerme en un deta-lle en apariencia menor: qu preguntas se hicieron para con-formar estos informes? Cmo fue posible esa conversacin?

    Es posible escuchar la cotidianidad de las palabras asesi-nas? Porque la hubo, hubo una pedagoga del horror, hubo pala-bras especficas para establecer modos y procedimientos, alcan-ces, manejos. Rige en esa habla la crisis de la representacin?Irrumpe all lo indecible? Cmo habla eso? La pregunta no esociosa, porque eso permanece ah aqu presente y mudo.Porque entre nosotros, en el aire que respiramos, resuenanlas palabras eficaces, las voces que no vacilaron; permanecen

    8Bankier 2002.9Ya en los comienzos del nazismo, la quema de libro de mayo de 1933 fue or-

    ganizada por la Liga Estudiantil Alemana (Deutsche Studentenschaft)semillerode los mencionados integrantes de la RSHA contra libros contrarios al espritualemn. Participaron rectores, profesores y estudiantes universitarios, juntos conlas SAy las Juventudes Hitlerianas.

    10Bankier 2002. Mas precisamente, Bankier lo llama idealismo nazi perver-so, nombre que por su referencia al concepto de perversin requerira una

    discusin que excede los mrgenes de este trabajo.

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    las miradas que no parpadearon. Con qu trminos se trama lapeor conversacin posible? Tambin ah hay un tortuoso, sofo-cante e improbable trabajo de la memoria: encontrar las pala-

    bras que algunos pudieron decir, hacer, saber, sin atragantarseal decirlo, hacerlo o saberlo.Intentar las peores preguntas, las ms irrespirables. Pero en-

    tonces habr que ser cuidadosos, el aire se vuelve malsano.Porque el habla cotidiana de los asesinos es slo un modo ex-tremo de relato escamoteado. Qu hay del relato de los inte-lectuales de la violencia? Los egresados de Filosofa, de Me-dicina, los expertos en literatura, con qu palabras hablaban?

    Qu lean? Qu elucubraban? Cunto aportaron a la ilus-tracin de la gente? Cunto a la trama sostenida en tornoa la idea de depuracin, la pureza, el orden de esa Argentinaque tantos coincidan en ello! haba que limpiar? Cuntoa la modernidad terminolgica que tanto advena exigenciade claridad como jerga de suplemento dominical? Cuntoaportan estos aportes a la memoria encorsetada en oferta de

    olvido colectivo?Ah!, pero cuestionar eso es cuestionarse uno mismo, es iren busca del propio rastro, la propia voz en el aire. Cmo ha-blar las peores palabras y no envenenarnos con ellas? Cmopensarnos nosotroscomo una voz en esa memoria que exigepolifona? Ese nosotros puede querer decir: los que no esta-mos muertos,es decir los que aun tenemos algo que decir.In-cluso si slo nos quedan esas palabras, las peores, las ms ve-

    nenosas o las ms envenenadas, para interrogarse por lamatanza o por la civilizacin por la improbable posibilidad deuna poltica que no se reduzca a la ferocidad binaria de unellosante un nosotros.

    Habr que buscar el modo de sostenerse en la falta de res-puesta, de arremeter cuando la razn abandona, de vacilar enla osada del intento. Habr que buscar el tono: yo sospecho

    que es en voz baja, porque hay que dosificar el aire, aprender

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    a respirar. Es preciso ser cuidadosos, mesurados. Porque reto-mar el relato de los muertos con la lengua de los vivos siem-pre puede dejarnos boqueando: se trata de hablar en ese aire

    denso. Y nadie sabe si no habr que respirar hondo y hundirsede una buena vez.

    REFERENCIAS

    BANKIER, David, 2002. La Sho y los genocidios del siglo XX,conferencia dictada el 7 de agosto de 2002 en la Fundacin Me-

    moria del Holocausto, Revista Fundacin Memoria del Holo-causto, 20, Buenos Aires.

    BONASSO, Miguel, 1994.Recuerdo de la muerte, Buenos Aires, Planeta.CANETTI, Elas, 1994. La conciencia de las palabras, 2 reimpre-

    sin, Mxico, FCE.CELAN, Paul, 2002. Obras completas, traduccin de Jos Luis Reina

    Palazn, prlogo Carlos Ortega, Madrid, Trotta.SCHWARZ-BART, Andr, 1959. El ltimo justo, Barcelona, Seix Barral.