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Director: Sergio Simpson Managua, Nicaragua. Febrero 2009 Narradores de los pueblos Augusto Zelaya: ¡Y vamos hacia el norte! (Matagalpa) B o letín Cu l tu r a l P u er to C a be z as Dexter Hooker Kain Bluefields Pedro A ve llán Ce nten o Siuna Apuntes sobre La historia de los barrios Carlos Lazo - Matagalpa

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Director: Sergio Simpson Managua, Nicaragua. Febrero 2009

Narradores de los pueblos

Augusto Zelaya: ¡Y vamos hacia el norte!(Matagalpa)

Boletín Cultural

Puerto CabezasDexter Hooker Kain

Bluefields

Pedro Avellán Centeno

Siuna

Apuntes sobre

La historia de los barrios

Carlos Lazo - Matagalpa

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Augusto ZelayaPronto saldrá de imprenta su libro: ¡Y vamos hacia el norte!. El siguiente es un episodio donde nos narra las enseñanzas de Pancho Lanzas, y la gira del autor, acompañado por el personaje, explorando Yucapuca y Saraguas-ca, la ruta del general Augusto C. Sandino, en San Rafael del Norte. En el libro, Augusto, cuyo nombre se lo debe al guerrillero, expone sus lazos familiares con Blanca Aráuz, esposa de Sandino, y lo que contaban en su seno; también su vivencia en el norte de Nicaragua de donde es originario. Testimonio que evidencia la sabiduría rural y muestra riquezas nacionales.

Pancho Lanzas me enseñó a usar y a afilar bien el machete y las hachas de labra y de media la-bra… a seguir a las bestias en los llanos de Saraguasca….a reconocer los ruidos y los sonidos del campo….a distinguir la carne buena y la leña buena...a distinguir lo bueno y lo malo de la vida....Me enseñó a no tratar de arrancar la escobalisa con las manos, porque esa es tarea impo-sible…Me enseñó a distinguir el vuelo de los pájaros…el rápido, fuerte y de largo alcance de las palomas de monte…el tararán, tararán, tararán del vuelo rítmico de los cenzontles y a distinguir cuándo éstos cantan porque están buscando hembra, o cuando están anunciando, o esperando lluvia… me enseñó a reconocer el planeado de los zopilotes cuando buscan, o hay un animal muerto…o el rápido y rítmico vuelo de corto alcance de los zanates…el coraje y valor de los furiosos güises y de las colchoneras que pueden sacar en carrera hasta al más avezado gavilán… el vuelo rasante y calculado de los pocoyos que, desde el comienzo de la “oración” hasta las cin-co de la mañana, son los reyes del suelo en los caminos donde buscan pequeños ratones y otros animalitos para comérselos...y que, cuando querés matar un pocoyo, tenés que escupir la hulera tres veces, pero con la espalda volteada hacia el pájaro; si no es así, el disparo te va a fallar y se te “ pican” los hules. Me enseñó el seguir y comprender a las urracas y cómo ellas te van ense-ñando si el camino que vas recorriendo está libre, o si hay alguien, o algo que te esté esperando más adelante… Pancho Lanzas me enseñó que el amor de los animales tiene sabor y que los pedos tienen colores y que el olor de la caraña se parece al olor de una buena mujer...y que las horas tienen sonidos…Y esto que era callado!!! Y buen marido y buen padre…Pero…cómo sabía y sabía!! Me enseñó que, si andás hambre y no hay comida cerca, podés comer los cogo-llos de zacate jaragua…y que esos cogollos te sacan de problemas; el de Jaragua es fuerte y más nutritivo…el de Parà y Guinea son más sabrosos, pero no te llenan igual y el de Gamalote es pura bazofia…Y me enseñó a no agarrar el zacate jaragua cuando vas a caballo porque te corta las manos…Me enseñó a preparar la pólvora con clorato de potasio que se compraba libre en la botica de Rafailito Castellón y carbón y arena y piedritas…Cuatro onzas de clorato, cuatro de carbón molido…Se molía con mucho cuidado sobre un pedazo de forro de una bolsa de cemen-to… se agregaba un puño de arena gruesa con algunas piedritas y, todo ésto bien “revolvido” se metía en una botella de Kola Shaler - que eran las mejores para estas cosas - se le ponía la me-cha que la conseguíamos fácil entre los que estaban haciendo la carretera a Matagalpa y se le remachaba con cera de abeja… Y ya estaba… Solamente era encenderla y tirarla en la poza ade-cuada… Al momento, los pescados salían dundos de la explosión y los podíamos agarrar en el número que quisiéramos… Me enseñó, Pancho, que el hombre jamás se debe arremangar la ca-misa cuando va entrando a una casa ajena… y que no debés quedar viendo fijo a las mujeres cuando van con sus maridos y debés tener ocupadas las manos y no ver de frente a la persona

Pancho Lanzas

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cuando estás haciendo un negocio porque, si no…te descubrís… Me descubrió el secreto de po-ner señales en el suelo para reconocer la hora del día.... a saber cuándo va a llover, según las señas de las hormigas. Me enseñó a encebar, como un sagrado rito, las cintas enormes para en-yugar los bueyes y las arciones de las monturas....Con paciencia de padre, me enseñó a hacer el lazo de los zurrones, que no es para cualquier trompudo...Una vez que los zurrones están monta-dos en la bestia de carga, el mecate lo tendés sobre la carga, medio a medio, quedando la mitad del mecate a cada lado de la carga... Digamos que estás al lado derecho de la bestia... tomás el mecate con la mano izquierda, cerca de la mitad del zurrón... y lo mantenés ...y con la mano de-recha tomás el mecate, como a vara y media de donde está la mano izquierda y pasás el mecate sobre tu cabeza hasta que casi se entrecrucen las manos. Te queda hecho un lazo que tienes que socar, según la necesidad. Los remates del amarre dependen de si tenés sobornal... Me enseñó el lazo de chancho para que no se te zafe y no se te sofoque ese mañoso animal....el lazo de cadena para poder soltar rápido a un animal embelequero… el lazo argentino que te permite socar tanto que podés hasta reventar un mecate…en fin...

En un día cualquiera, como yo vivía inquieto por conocer los lugares donde había peleado San-dino, quise conocer Yucapuca que era el lugar en el que Sandino había iniciado su lucha. Yo no conocía ese cerro…sólo Saraguasca. Pero, tanto me hablaban de Yucapuca que yo quería cono-cerlo…Yucapuca estaba al lado de la ruta normal de nuestros constantes viajes a Jinotega…¡Y no lo conocía!!! Un día, Pancho Lanzas me llevó a Yucapuca. Me confesó, raro en él, que no conocía tan bien el cerro Yucapuca como conocía Saraguasca. Para él, lo que fuera al occidente de la carretera que va a San Rafael, todo era conocido…al este, conocía muy poco. Salimos temprano de San Marcos…Pancho iba inquieto, no nervioso… Llegamos de mañanita a donde Don Juan Martínez, cerca de donde hoy es el túnel de salida del lago que se desagua hacia El Cacao. Allí tenía, Don Juan, una surtida pulpería en la que nos aperábamos de diversos artículos para la venta y para nuestro consumo. Pancho buscó a un su “cunucidito” de apellido Siles, co-nocedor de la zona, quien nos llevó al cerro subiendo por el callejón al sur de donde los mismos Siles, cerca de la finca del Doctor Reynaldo Pastora. Dejamos la bestia en que yo andaba a la orilla de la carretera…Cruzamos el caudaloso río San Gabriel por un arborizado paso con el agua arriba del pecho…La subida al cerro me pareció menos escarpada que las de Saraguasca. Si… Era cierto. Los dos cerros se parecían…Yucapuca un poco más tendido que Saraguasca…Igual de ventoso y el jodido frío como en Saraguasca... La media mañana muy lluviosa y fría como en Saraguasca…Raudas golondrinas, hoscos gavilanes como en Saraguasca…longos cer-co`e piedras y los arrayanes como en Saraguasca… nubecitas blancas y tan cerquititas como en Saraguasca…yeguas con potrillos, muletos cerriles como en Saraguasca…miones mojaditos y urracas ruidosas como en Saraguasca…Subimos hasta un sitio donde comienza una densa vege-tación con árboles grandes y agua que chorrea por todos lados. El chan nos dijo que allí era “el bonete” del cerro. Por todo ese bonete y con más fuerza al lado sur, Sandino aguantaba los ata-ques de la Guardia y de los marines…y nos enseñó varios lugares donde estuvieron por varios años los muñecos que Sandino y sus tropas armaban con varas y ropas y sombreros viejos y ri-fles descharchados para entretener a los atacantes mientras ellos se alejaban hacia otros puntos del cerro, o hacia otros sectores más alejados. El chan conocía ambos cerros y nos aseguraba que en Yucapuca había más armas que en Saraguasca; eso era lógico ya que Sandino combatió más en Yucapuca. Subimos hasta el mero cucurucho y pude apreciar a mi amigo Saraguasca visto desde encima de la zompeta de su hermano Yucapuca y de lejos… Al fondo…como rién-dose de mí, veía al Moropotente y a El Carao como diciéndome… ¿Cuándo vas a venir aquí. Jodido…?

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Tininiska

Según los sukias, las enfermedades son provocadas por los LASAS cuando la persona no cumple con las leyes naturales de salud “WAN KAINA KULKAIA”; o abusan de la naturaleza matando demasiados animales. Por ejemplo, al que ca-za demasiados venados, el “dueño” de éstos, llamado SWINTA, le roba su “lika” (retrato o figura), y se enferma.

El que comió una comida sobrada del día anterior, y estaba destapada, también se enferma porque este alimento fue jugado por los LASAS y no se debe haber comido.

También el que fue visto por AUBIA, el “dueño de la montaña”, se enferma. Es de notar que en Miskito no existe la palabra ENFERMEDAD, ya que antes se creía que todos los males eran provocados por los LASAS. El tratamiento de las enfermedades se orienta de acuerdo a la noción que tenga el sukia acerca de los orígenes del desequilibrio físico o mental.

Los sukias son personajes que forman parte de la cosmovisión mískita y, como médicos tradicionales, ocupaban el lugar más importante en la escala social de la comunidad; además, representaban a la religión.

Si el paciente fue al río y allí cogió el mal, se reúnen pequeñas piedrecitas de co-lores, las cuales se ponen al rojo vivo en el fuego. Luego las piedras se echan en un recipiente con agua, para que el paciente inhale el vapor que se forma. Las piedras provienen de los ríos lagunas, considerados como las moradas del LIWA o Dueño del agua, a quien se atribuye haber provocado la enfermedad.

Cada sukia tiene su propio estilo de practicar el ritual, por ejemplo: el que baila-

Es el compendio, en un primer tomo, de boletines de cultura indígena del Caribe nicaragüense publicados entre 1995 y 1999. En esta ocasión le damos a conocer los rituales de los sukias, médicos miskitos, recopila-do por Ana Rosa Fagoth y Avelino Cox Molina, investigadores y promo-tores de larga trayectoria y credibilidad.

LOS SUKIAS Y LOS RITUALES

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ba sobre el fuego, se trepaba a veces sobre una especie de subibaja que gira-ba, llamado UMAS.

Todavía se recuerda al sukia AMANS de Carrizal, trepado sobre un UMAS y girando sobre el fuego.

En la mayoría de los casos, durante la ceremonia, el sukia clavaba en la tie-rra tres bastones negros que representaban los tres LASAS principales: LI-WA, dueño del agua; AUBIA, dueño de la montaña; PRAHAKU, dueño del viento.

Los bastones se colocaban orientados hacia el Este, porque es de donde se levanta el sol, viene la ayuda. Durante el ritual y el tiempo que dura el tra-tamiento hay que cumplir con ciertas normas de comportamiento llamadas WAN KAINA KULKAIA. Ejemplo: a la hora de bañarse y consumir la di-eta, el paciente no debe ser visitado por personas que asistieron a los muer-tos.

En su cántico ritual los sukias tocaban a veces una flauta de carrizo de bam-bú, la que soplaban dentro de una jícara con agua. Este ritual se llama YA-BAKAIA. En algunas comunidades aún se conservan estas costumbres. El sukia es el encargado de levantar el alma de la cama (ISIGNI SAKAIA), e ir a dejarla al cementerio. Durante el ritual, los familiares del difunto le enví-an mensajes a través del sukia.

El ritual ATURA, SIHKRU o PURA YAPTI, también era dirigido o ejecu-tado por el sukia después de la muerte de alguien y pasado un tiempo, con-sistía en la celebración, encuentro y despedida del ISIGNI, después de un conversatorio entre los familiares y él.

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El trabajo de la chiclería no era cosa de juegos. Los chicleros picaban la corteza de los árbo-les de níspero para extraer la leche que se cocía hasta convertirla en cera, materia prima para procesar goma de mascar; chiclet decían los hombres, por tal razón la gente les llama-ba “chicleros”. Los nísperos eran deslechados mediante tajaduras cruzadas de manera obli-cua, sesgados a cada lado de la corteza, desde abajo, subiendo a punta de escalón y espue-las hasta el primer gancho. La leche deslizaba entre corte y corte, hasta bajar y caer por una boquilla a una bolsa ahulada, que con mucho cuidado se amarraba al pie, con la boca abier-ta, esperando tragarse toda la sangre que el árbol diera. A los días los chicleros recogían las bolsas llenas de leche para la cocida. Durante las vaqueadas del níspero, los chicleros iban también señalando la ruta del bálsamo, otro árbol generoso, que los hombres aprovechaban sacándole su aceite.

El bálsamo se trabajaba diferente al níspero. Una vez que se tenía definida la ruta, los balsa-meros iban de árbol en árbol, llevando antorchones de ocote para calentar la corteza –se ca-lienta al lado donde sale el sol– les decía Cundano Pérez a los hombres.

Aquella operación duraba días, luego se recogían harapos, chirrangos de ropa vieja, cual-quier miñango de tela o hilachas, preferiblemente de algodón, y las llevaban al pie de cada árbol para después pegarlas sobre la corteza quemada que, para entonces, ya destilaba el negro aceite.

Una vez prensados los harapos, había que esperar algunos días, para que éstos absorbieran el líquido. Luego se desprendía la tela y se llevaba a un tortol para sacarles hasta la última go-ta. Igual que le leche del níspero, el aceite de bálsamo se cocía y se echaba en latones. La cera y el aceite eran llevados a Siuna.

El aceite lo compraban los chinos embusteros al precio que les daba la gana; la cera se man-daba por lotes hasta Waspán, donde se había establecido una empresa acopiadora, dirigida por un norteamericano; el macho Kers. Cundano Pérez tenía buenas relaciones comerciales con el macho Kers, a pesar de un mal entendido con un cargamento que Antonino Arguedas, un intermediario de Cundano, no había entregado al macho, resultando serias disputas entre los hombres.

Cundano Pérez era hombre de carácter fuerte, heredado de su padre, el viejo Estanislao Pé-rez, hombre hecho al trabajo del campo y conocedor de los secretos de la montaña. Cundano era capaz de saber cuántos árboles había en las serranías con sólo echar el vistazo. Podía

Pedro Avellán CentenoSu novela Balastro, publicada en 2006 por el Centro Nicaragüense de Escritores, aun siendo ficción, devela la vivencia en el Triángulo Mine-ro, (Siuna, Rosita, Bonanza, del Caribe nicaragüense). Según Pedro: “es un drama de amor, una ilusión, un pensamiento y una realidad coagula-da de miseria, hambre, desesperación y subsistencia. Balastro es un grito desesperado, un pliego de denuncias que rompe sin miedo el si-lencio que daña la conciencia”.

Le dejo un fragmento, con intención de motivarlo a que compre la no-vela.

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contar de lejos los nísperos, cedros y caobas. Era capaz de saber a la distancia, si en algún árbol había alguna colmena, y decía sin equivocación si era jicote, tamagás, mariola o cual-quier otra. Además conocía las plantas y raíces para curar piquetes de culebras, y cualquier mal. El trabajo extenuante de los chicleros los obligaba a buscar el descanso temprano. Cada tarde regresaban abatidos por las pesadas faenas. Algunos colgaban sus hamacas de los hor-cones, otros zumbaban lonas en el suelo. Helcidelia María del Rosario de Fátima Contreras Ramírez, antes de acostarse, untaba ungüento balsámico en la espalda de Cundano, y le hacía ventosas para sacarle malos aires. Luego la mujer amamantaba al hijo, rezaba el padre nuestro y el líbranos señor, y como era devota de la Virgen María Auxiliadora, la que está chineando el muchachito, le rezaba a ella, especialmente las siete plegarias, pidiéndole al-gún milagro que la sacara de aquel infierno. Al rato se dejaba caer en el camarote, sintién-dose más cansada que una mula leñera. Se quedaba ahí, inmóvil, mirando las sombras que se destilaban de la luz amarilla y triste del candil y sentía el roce sutil y muerto de los pelos del cuero de vaca pinto y peludo. Finalmente, apagaba el candil y la noche más negra que la conciencia de Cundano, borraba la existencia de todo.

… Casi después de la medianoche, Helcidelia María se despertaba sobresaltada, espantada de miedo maligno. Apresurada encendía el candil y esculcaba la hamaca, buscando al niño, lo sacaba para cambiarlo porque estaba sucio. Luego, lo frotaba con ungüento y lo envolvía en mantas para meterlo nuevamente en la hamaca y quedarse junto a él, meciéndolo hasta dor-mirlo. Después apagaba el candil y se quedaba un rato más junto al tierno.

… La luna que empezada a salir se enredaba en las ramas de un papaturro de hojas gigantes, y apartaba con sus rayos las hojas de las zuitas para entrar al cuarto; el haz de luz parecía un hilo fino de oro, cortando con su filo la negra noche.

Cuando Helcidelia María se volvía a acostar, Cundano, quien había despertado, la hacía para sí, sintiendo el olor de la leche de su hembra. Se excitaba, Cundano, al rumiar en los pechos de Helcidelia, cargados de leche y se acomodaba para amamantarse, sintiendo emanar los ríos dulces de leche tibia, succionaba los pechos de su mujer como si ella fuese su vaca. Cun-dano excitado y con perversión se amamantaba de ella como si fuese su ternero.

Resultaba inútil la resistencia de Helcidelia. El hombre no tenía ninguna consideración, brus-camente sin remilgos, lleno de sosiego impudente, saciaba sus deseos carnales. Ella, lejos de sentirse mujer, lejos de sentirse amada, respetada, estimada, lejos de sentir algo idílico, se resignaba, porque estaba conciente que para Cundano, sólo era un instrumento sexual y una pieza de servicio en aquel campamento chiclero.

Así era cada noche, Cundano saciaba lujuriosamente sus deseos mundanos. Así, cada noche, Helcidelia María alimentaba un obcecado desprecio por el marido. Años atrás, Cundano había llegado a Campo Tres para conquistar su amor, ganándose la confianza de los Contreras, aho-ra Cundano se había convertido en su verdugo. Algunas madrugadas, entre el susurro sibilan-te y cansado, entre el rechinar de las varas del camarote y el ruido que hacía el cuero de vaca pinto y peludo, cuando Cundano consumaba el momento de la copula carnal, algunos de los chicleros se despertaban, y se quedaban en vela masturbándose, oyendo los resoplos del patrón sobre su hembra, deseando ávidos a la mujer, que de sobras sabían estaba prohibida para ellos. Los hombres escuchaban el tenue pujido que, entre empuje y empuje, dejaba escapar Helcidelia. Para ellos era exactamente oir pujar a la mujer del patrón, sin saber que los resoplos eran producto del dolor y maltrato al que era sometida. Así era poseída Helcide-lia María cada noche; noches que para ella se convertían en martirios...

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… salimos como mediados de Agosto rumbo a los cayos misquitos yo iba de che-queador o sea el que controla las libras de langosta decepcionado de cada buzo, la ruta era Bluefields, Laguna de Perlas de donde era la tripulación, Fatty iba de capi-tán skypó de cocinero y otros cuatro muchachos; llegamos a Puerto Cabezas donde comenzamos a recoger Buzos, hay que darles dinero adelantado para dejar con su familia, también yo era el financiero, después fuimos a Sandy Bay grande a reco-ger Buzos y a Dakura donde me encontré con Lindolfo dueño de su propio Barco y príncipe de ese pueblo, mandó a matar una vaca y bebimos tualbi toda la noche, al día siguiente nos cruzamos a los cayos con treinta buzos y treinta cayuqueros, nunca había visto unos arrecifes tan bonitos con un agua tan clara, comenzamos la faena de pesca como unas veinte millas al noreste de los cayos. Los Buzos se metí-an al agua con sus tanques, mascara, aletas, cuchillo, gancho y una malla en su hombro donde metían las langostas, vestido con una calzoneta o un calzoncillo vie-jo, su cayuquero en su cayuco le seguía dirigido por las burbujas que estos emitían del fondo del mar, si el mar estaba algo bravo no se podía trabajar porque no se miraban las burbujas y era tiempo caído para el Barco.

Éramos como setenta hombres en un barco de veinticinco metros de largo por cin-co de ancho, como toda profesión había buenos Buzos que se metían de las seis de la mañana hasta que se ponía el sol, y podía ver al mejor haciendo siete y hasta diez tiros por día al agua; en la tarde echaban cabeza de pescado con sangre alre-dedor del barco para atraer a los tiburones y barracudas, con decenas de estos pe-ces bravos nadando alrededor del Barco los mas temerarios se tiraban al agua con cuchillo en la boca como cualquier deporte de entretenimiento.

A los días el mar se puso bravo como el mediodía nadie podía trabajar, no se mira-ban las burbujas, pero el mejor buzo dijo que el venia a trabajar y nada ni nadie lo iba detener y se tiró al agua, su cayuquero lo pierde como las dos de la tarde, co-menzamos a buscarlo hasta la noche, yo estaba triste porque era jodedor y bulli-cioso, como las diez de la noche nos acostamos, unos tristes y otros apostando que sobreviviría, a las seis de la mañana estábamos desayunando y de repente apare-

Dexter Hooker Kain¿La Costa Atlántica es parte de Nicaragua? Libro testimonio de su vivencia entre 1979 y 1989, integrado a la lucha contra la dic-tadura de Somoza y las contradicciones con el gobierno sandi-nista. Sin intención de ofender, “sino, promover la tolerancia y discusiones entre los costeños, compartiendo una década (…) una retrospectiva que viví”.

Una de esas vivencias refiere la pesca de langotas. Nos detalla el trabajo que realizan los buzos y su experiencia en los Cayos Misquitos.

Los Cayos Misquitos

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Carlos Lazo

ció una mano en la orilla del barco que era de un hombre completamente desnudo con cuchillo en la boca y las aletas en los pies, algunos cobraron la apuesta, este hombre nadó y flotó más de dieciséis horas; desayunó una pana de comida, des-canso una hora, pidió equipo nuevo y volvió a sumergirse como si nada hubiera pasado impresionante pensé.

Pescando como veinticinco días, buena faena, trajimos como ocho mil libras, todos ganan de acuerdo a su producción, el Buzo cobra como cuatro cincuenta por libra, paga a su cayuquero como uno veinticinco dólar, la tripulación un porcentaje de la captura total de acuerdo a su categoría y se vende lo capturado como a nueve dó-lares en la planta, zarpamos de regreso a casa. Venía con una sonrisa acordándo-me de las audacias y bromas del viaje, como cuando Jabat un barbero de Laguna de Perlas le gritó, Jasón quién te autorizó usar brillantina? o cuando skype se bañó con un pedazo de yuca creyendo que era el jabón de traste con que se bañaba to-dos los días, un buen viaje de nuevos conocimientos.

Apuntes sobre la Historia de los barrios de Matagalpa, -según el au-tor- tiene el propósito de dar a conocer a las generaciones futuras, el heroísmo del pueblo que con sus propias manos ha construido su vivienda, su barrio, su ciudad. Lo importante es señalar los cam-bios que los pobladores lograron hacer en su comunidad a través de su participación. Demostrar con hechos que es el pueblo el que hace su propia historia.

Comparto un fragmento de la reseña de uno de los históricos, sur-gido en 1760.

Barrio Guanuca

Contar la historia del Barrio Guanuca no es asunto fácil, pues es muy variada y compleja. Sin duda alguna habrán muchas opiniones encontradas, varias versiones sobre los mismos datos; por eso con-sideramos el presente trabajo como un esbozo de dicha historia.

Guanuca fue fundado por unos frailes misioneros que trajeron indios caribes de las montañas del oriente de Matiguás y el Cerro Musún en 1760.

Guanuca nombre sumo que significa según el Ingeniero Alfonso Valle “Casa de Cenizas” o de “las casas quemadas”. No formó parte del pueblo indígena de los grupos de Matagalpa, estuvo asentado en las minitas y la cañada de los congos.

En 1970 Guanuca tuvo una participación beligerante en la guerra de liberación por lo que en los años 80 se quiso cambiar con el nombre del Comandante Carlos Fonseca pero se respetó su identi-dad.

Primeros pobladores:

Para 1926, en la esquina donde vive Quito Smith, vivía la Sra. Juana Palma y el Sr. Antonio Zeledón, contiguo a él vivía Don Ricardo Rocha; al otro lado del chuisle vivían la familia Pravia (le decían los ratones).

El barrio comenzaba en la casa de Don Miguel Lainez por el Sur y terminaba en la esquina de la fa-

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milia Trewin por el Norte. Eran casas aisladas, dispersas, con caminitos por dentro de los solares. En la esquina Lainez vivió Don Chuga Bello Somoza. En la esquina Norte de la misma manzana estaba la familia Maradiaga.

Sobre la calle principal que va hacia el Mercado Norte vivía la familia Polanco, la niña Carmela Ro-dríguez y la familia Trewin.

De la esquina de Amada Castro hacia el Este, quedaba y está aún la Colonia Conrado conocida tam-bién como la Crianza de los Cabros.

Desde la familia Trewin, hacia el río, comenzaba un camino por potreros que daba con el río en el que estaba la hielera, propiedad de la familia Orúe. Era una quinta ubicada al otro lado, allí tenían una rueda hidráulica que les permitía hacer hielo y paletas para el comercio local. El edificio ya no existe pero la hielera es un importante punto de referencia en la actualidad.

En esta esquina, terminaba la calle principal del barrio, había un ordeño de Don Agustín Rodríguez y Doña Isabel Mairena, donde llegaban varias familias con sus niños a beber leche fresca con pinoli-llo todas las mañanas.

Entre las familias más reconocidas en este barrio podemos mencionar: La familia Sancho, Prado Co-rrales, Rodríguez, Chacón, Conrado Smith y Pravia.

Donde está actualmente la Ermita Guadalupe había un puesto de vigilancia de la Guardia Nacional en tiempos de la guerra contra el General Sandino. El actual Mercado Norte se construyó donde había una zacatera propiedad Municipal (ejidal).

Al este del barrio estaban las pilas receptoras del agua potable, construidas por el alcalde Felipe Núñez. Los puentes construidos por este alcalde eran rústicos y se modernizaron en los años 60. Es-tos puentes eran: salida a Jinotega, Guanuca, Hospital San Vicente, Yaguare (cerca del Banco Cen-tral.)

Entre los personajes típicos podemos mencionar a:

Don Heliodoro Pérez; hombre muy hábil, comerciante, de mal genio, se dice que pocos le aguanta-ban.

El señor Nano Chacón: Obrero, intelectual, orador, tenía su biblioteca, vestía de saco, usaba sobre-todo al estilo inglés, sombrero Stelson y paraguas. Se paseaba por las tardes en el parque como to-do un catrín. Dicen los que lo conocieron que una vez los liberales le jugaron una broma y lo nom-braron candidato para Alcalde, él les llamó “Cafres” o “Carne de cañón”.

Pedro Bracamonte, conocido como “Pedro Cosita”, tenía buen gusto para vestir, elegante, delicado, solía llevarle flores a los artistas que participaban en eventos teatrales. Otro personaje era el Sr. Vi-cente Sancho, quien vive cerca del mercado norte y pertenece a las familias históricas.

En determinado momento de la historia, entre los años 60 y 1979, el Barrio Guanuca se convirtió en un lugar peligroso ya ue se ubicaron un sinnúmero de prostíbulos, estancos, mucha violencia, crí-menes, escándalos y hechos sangrientos que tuvo repercusión nacional y estas situaciones hizo que le llamara “Guanuca, donde la vida no vale nada”.

En la historia de la lucha contra la dictadura militar somocista, el barrio se convirtió en un importan-te bastión de la liberación de toda la ciudad.

Comunicación para el desarrollo

Idea, es una de las publicaciones del Centro de Comunicación y Estudios Sociales (CESOS), cuya misión es el estudio y la comunicación para contribuir al desarrollo humano. Realizamos investigaciones, videos, escribimos revistas y libros impresos y electrónicos, diseñamos publicidad y campañas de comunicación social. Andamos en todo lo que signifique criticar, motivar y proponer una vida mejor material y emocional-mente. Con oficina en Managua y Matagalpa, para movernos por todo Nicaragua.

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