La era del dogma

Dogmático, dogmáticx, dog-ma, dog-má o relacionado a otras palabras: opinión, creencia, parecer, decisión, decreto, orden. Dogma, pienso, es como un pollo frito de una cadena de restaurantes de comida rápida, un determinado desodorante que atrapa por su aroma fresh o su forma fálica, la única canción que sé cantar con relativo éxito en un Ko-Sin que tiene por altares de tradición. Quiero decir, que dogma se escribe con “d”-“o”-“g”-“m”-“a” pero es una especia de eructo con “principios” de seguir un hábito alimenticio, constante y disciplinado; aun cuando de constante o disciplinado no se quiera, ni se tenga absolutamente nada.

Se anda uno escuchando por ahí, artefactos, muchos sin pies, ni cabeza; cosas extrañas que terminan por parecerse a un muñeco de alguna obra de teatro delirante que a algo más o menos consistente. Algunos llaman a sus “creaciones” ―o peor aún se andan repitiendo la creencia que dijo algo o alguien más― sus creencias y con base en ellas se echan andar; es como hacerse de una bicicleta con dos ruedas, una más grande que la otra, con asiento de paja, con un freno eléctrico y con una manivela hecha de sobros de instrumentos odontológicos ― como frenillos, ligas, guantes, espátulas, etc.― para andar sobre una superficie acuática. ¡Y afirman que logran andar sobre un lago con su sorprendente bicicleta! Incluso su creencia es tan poderosa que logran tener un poco de éxito, avanzan unos cuantos metros pero en cuanto puedan sacan sus flotadores.

Ya no satisfechos con lo que se meten a la boca, ni con sus eructos instructivos e ilustrativos, tan amorfos como sus bicicletas tipo collage; la expectativa es que sea contagioso. Todos haciendo fila, largas filas, para adquirir lo que las instrucciones le han dicho que deben hacer: el dogma.