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E l teatro no es copia de la realidad, es la posibilidad de darle forma a una de sus máscaras. Así lo enunciamos en jerga quiteña cuando habla- mos de este festival que tiene tradición. Y cómo no, si de nacimiento está ligado a un espacio para- digmático de la cultura latinoamericana, princi- palmente; la Casa de las Américas, ese recinto cuasi sagrado porque para muchos, muchísimos escritores de nuestra América, ha sido un sueño obtener un Premio Casa o publicar con su sello. Su historia y trayectoria, a pesar de todos los bemoles de un país que ha vivido grandes crisis, se ha mantenido firme, erigiéndose como prueba de una política cultural que se ha sostenido a lo largo del tiempo. Casi paralelamente a este histórico proyecto, nació hace 50 años la revista icono del teatro latinoame- ricano: Conjunto , fundada por Manuel Galich y cuya dirección actual en este aniversario juntó a algunos de sus pares, director@s de revistas dedi- cadas a las artes escénicas, como El Apuntador –Genoveva Mora–, Paso de Gato –Jaime Chabaud– y A Teatro –Juan Pablo Ricaurte–, y a la investiga- dora y escritora colombiana Marina Lamus, para compartir e intercambiar experiencias y hacer de este encuentro una suerte de celebración a la pala- bra escrita, herramienta generosa que permite el registro de gran parte del mundo teatral en dis- tintos países; afirmar que es necesario y que vale la pena sostener estos proyectos que apuestan por la memoria escénica, portadora también de la historia de nuestros pueblos. El festejo incluyó premios y reconocimientos; Arístides Vargas recibió de las manos de maestro Roberto Fernando Retamar, el Premio El Gallo de la Habana, otorgado en el 2012, como afirmación al valor de su obra e ininterrumpida labor teatral. Galardón que en esta edición se lo adjudicó a Tea- tro de los Andes. El evento reunió obras nacionales y extranjeras, embajadoras del arte que mostraron una abanico de fábulas sostenidas por la decisión, la entrega y el deseo de sus personajes de construir un mundo que delata al mundo. Como mencionaba la directora de la muestra, la curaduría tuvo como eje y línea conceptual el tema del lenguaje, revertido en la escena como cruce miradas teatrales, visiones del mundo dis- tintas que se hermanan a la hora de colocarlas frente al público. Pero sobre todo, esta selec- ción nos colocó en la butaca como verdaderos espectador@s emancipados, asumiendo, sustan- cialmente, la noción enunciada por Ranciere en el sentido de que la esencia del teatro es acción, y es primordialmente, una comunidad que se cons- truye y se completa fuera del escenario, con un público que toma conciencia de su “estar” en el mundo a través de ese intercambio de energía, así lo decía Artaud; y de la constatación de que la acción dramática traspasa la frontera de la míme- sis para obrar e incidir en la “supuesta” pasividad del espectad@r. De hecho en esta fiesta teatral, en la que desafor- tunadamente quedaron fuera de mi posibilidad (no las pude ver) dos obras, una del reconocido grupo El Ciervo Encantado y otra del Teatro de las Estaciones; nos enfrentamos con trabajos como, El automóvil gris, en el cual casualmente no es la acción el motor de una propuesta que se 24 25 Mayo Teatral en diez escalas Genoveva Mora Toral Primus , Boa Companhia. Foto: Abel Carmenate

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El teatro no es copia de la realidad, es la posibilidad de darle forma a una de sus máscaras.

Así lo enunciamos en jerga quiteña cuando habla-mos de este festival que tiene tradición. Y cómo no, si de nacimiento está ligado a un espacio para-digmático de la cultura latinoamericana, princi-palmente; la Casa de las Américas, ese recinto cuasi sagrado porque para muchos, muchísimos escritores de nuestra América, ha sido un sueño obtener un Premio Casa o publicar con su sello. Su historia y trayectoria, a pesar de todos los bemoles de un país que ha vivido grandes crisis, se ha mantenido firme, erigiéndose como prueba de una política cultural que se ha sostenido a lo largo del tiempo.

Casi paralelamente a este histórico proyecto, nació hace 50 años la revista icono del teatro latinoame-ricano: Conjunto, fundada por Manuel Galich y cuya dirección actual en este aniversario juntó a algunos de sus pares, director@s de revistas dedi-cadas a las artes escénicas, como El Apuntador –Genoveva Mora–, Paso de Gato –Jaime Chabaud– y A Teatro –Juan Pablo Ricaurte–, y a la investiga-dora y escritora colombiana Marina Lamus, para compartir e intercambiar experiencias y hacer de este encuentro una suerte de celebración a la pala-bra escrita, herramienta generosa que permite el registro de gran parte del mundo teatral en dis-tintos países; afirmar que es necesario y que vale la pena sostener estos proyectos que apuestan por la memoria escénica, portadora también de la historia de nuestros pueblos.

El festejo incluyó premios y reconocimientos; Arístides Vargas recibió de las manos de maestro Roberto Fernando Retamar, el Premio El Gallo de la Habana, otorgado en el 2012, como afirmación al valor de su obra e ininterrumpida labor teatral. Galardón que en esta edición se lo adjudicó a Tea-tro de los Andes.

El evento reunió obras nacionales y extranjeras, embajadoras del arte que mostraron una abanico de fábulas sostenidas por la decisión, la entrega y el deseo de sus personajes de construir un mundo que delata al mundo.

Como mencionaba la directora de la muestra, la curaduría tuvo como eje y línea conceptual el tema del lenguaje, revertido en la escena como cruce miradas teatrales, visiones del mundo dis-tintas que se hermanan a la hora de colocarlas

frente al público. Pero sobre todo, esta selec-ción nos colocó en la butaca como verdaderos espectador@s emancipados, asumiendo, sustan-cialmente, la noción enunciada por Ranciere en el sentido de que la esencia del teatro es acción, y es primordialmente, una comunidad que se cons-truye y se completa fuera del escenario, con un público que toma conciencia de su “estar” en el mundo a través de ese intercambio de energía, así lo decía Artaud; y de la constatación de que la acción dramática traspasa la frontera de la míme-sis para obrar e incidir en la “supuesta” pasividad del espectad@r.

De hecho en esta fiesta teatral, en la que desafor-tunadamente quedaron fuera de mi posibilidad (no las pude ver) dos obras, una del reconocido grupo El Ciervo Encantado y otra del Teatro de las Estaciones; nos enfrentamos con trabajos como, El automóvil gris, en el cual casualmente no es la acción el motor de una propuesta que se

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sitúa en la frontera del teatro, y coloca a la ima-gen (cine) como coprotagonista de un trabajo que se sostiene en la voces de Irene Akiko y Fabrina Melon, quienes toman a cargo la modalidad de tradición japonesa llamada Benshi, para dar voz a esos personajes del cine mudo, aderezada con la acotaciones de un comentarista –Claudio Valdés Kuri–; un elenco que “pone la palabra en escena” acompañados de la música en vivo del pianista Ernesto Gómez Santana.Teatro de Ciertos Habi-tantes –México– enarboló la palabra, asignó al espectad@r una posición activa, nos mantuvo alertas y siempre pendientes de un desenlace “teatral”, expectativa que fue desvaneciéndose y simultáneamente transformándose en cues-tionamientos; una vez más, saltaron todas estas preguntas que la disciplina de las artes escéni-cas coloca en espectáculos como el mencionado, ¿hasta dónde es teatro… música, performance… etc.? y la respuesta no es más que otra pre-gunta: ¿realmente hace falta trazar esas fronteras cuando estamos frente a un trabajo que desafía y se sostiene con tanta rigurosidad en el escenario?

Importa que obras como esta nos hayan colo-cado en situación de extrañamiento, nos hayan arrancado de la comodidad de ciertos parámetros teatrales, de algunos principios que nos confieren seguridad a la hora de leer, como el distanciamiento o la empatía, y que hayan conseguido ampliar nuestra mirada más allá del teatro y permitido realizar también un “cruce” de lecturas, porque segura y saludablemente no todos leemos de manera unívoca.

Una puesta como Antigonón, un contingente épico, por ejemplo, me deslumbra, a mí ecua-toriana, por esa potencia actoral de las dos actrices: Daysi Forcade y Giselda Calero, espe-cialmente; que no únicamente dan cuenta del texto de Rogelio Orizondo, sino que evidencian una formación sólida, un modo de asumir el ofi-cio, una manera de jugársela en el escenario; como ocurre también con la dirección, que se empodera de la idea de estas dos estupendas muchachas que desde su tesis de graduación invitan a Carlos Díaz, y entregan este material; él conjuga ese impulso,seguramente cargado ya de una posición política, y lo transforma en manifiesto épico. Lo hace desde el desparpajo inteligente en el que la imagen, avasalladora y potente, sucumbe ante los cuerpos que la sostie-nen, porque desde ellos se “habla” y se denun-cia, desde ellos se “desnuda” una generación que no alcanza a encontrar la última capa de sentido a un momento histórico, a una sociedad inco-nexa como ¿voluntariamente? aparece la obra, porque… seguramente está más allá de la piel.

El lenguaje teatral es la herramienta básica y pri-mordial, que ciertamente puede ser descrito con alguna precisión, en cuanto contiene, manifiesta y proyecta al espectador; no obstante es una suerte de hallazgo, porque no cae del cielo sino que emerge en la búsqueda de un “modo” de decir y ser en escena.

El lenguaje es herramienta factible de variaciones aún viniendo de un mismo director, como ocurre en el caso de Diego Aramburo, cuyo Hamlet de los Andes emparenta en concepción con Romeo y Julieta, me refiero a tomar los textos clásicos y colocarlos en un presente, evidenciar su actuali-dad en “lenguajes” nacidos en otras geografías, en otra cultura, para transformarlos en historias, épica cuando se habla de este hijo andino que ha perdido al padre y su orfandad se agranda porque es también la de un pueblo entero. Y personal, el momento en que se apropia de un mito devenido paradigma del erotismo, del amor imposible –Romeo y Julieta–, para colocarlo en primera persona y hablar de un conflicto íntimo, que en el transcurso de ese tiempo escénico va convirtiéndose, además, en retrato de una generación que, desesperadamente se pierde y “blanquea” su historia. El lenguaje de la danza es el punto de partida y el sostén, es allí donde encuentra el gesto y radica la fuerza de la prota-gonista –Julieta–. Potestad, Colectivo Teatro del Margen.

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Enfoques del mundo y del teatro, la necesidad de recu-perar la memoria es un tema siempre pendiente, necesario y actual, para no dejar morir los recuerdos, para rescatar la historia no oficial. Para defen-der estos derechos y elevar la voz suben al escenario Memo-rial de silencios y margaritas y Potestad, interpretados con una especie de prudencia gestual, por Narciso Telles, dos monólogos asumidos con inmensa honestidad; asi-mismo la muy aplaudida Ins-trucciones para abrazar el aire, de Arístides Vargas, quien comparte esta necesidad suya, profunda y latente de hacer del teatro un discurso contestatario frente a un tipo de poder que ha insistido en el olvido; lo hace junto a su compañera de vida y de tablas, Charo Francés. Ellos regresan a la memoria de un suceso, símbolo de tantos y tan-tos más acaecidos bajo la dictadura argentina, consiguen que, desde la butaca, no solo nos per-turbemos sino que asumamos la obligación de no callar. Pues no hay peor cosa que el silencio, vivir en el silencio es aceptar una condena sin previo juicio.

Y ante esto mismo se rebela Roxana Pineda en su monólogo Hojas de papel volando, sustentado en la poesía de Patricia Ariza; con ella construye un discurso en el que entra en juego un lenguaje corporal tan potente como la voz, que empode-rada de su condición de mujer, le canta y le habla al mundo, pero sobre todo se habla a sí misma.

En esta diversidad de miradas convergen reali-dades que nos igualan, desafortunadamente con mayor frecuencia en el dolor. Sed aparece como retrato de una circunstancia, traducida más allá de esa necesidad física, amplía su significado para hablar de la urgente y al tiempo rezagada sed de igualdad de la mujer, que ha vivido y lo sigue haciendo bajo el yugo de un machismo ver-gonzoso. Interpretada por la Compañía Nacional de Danza de la República Dominicana, dirigida actualmente hoy por un ícono de la danza cubana, Marianela Boán, quien ha trabajado con el grupo para consolidar sus saberes y talentos, que a la

vista están en esta obra donde confluye virtuo-sismo e interpretación.

Para terminar esta lectura anotaré que si busca-mos una línea que conjugue en estas propuestas, que si podemos hablar de un denominador común de estos elencos, es la multidisciplinariedad refle-jada en varias puestas en escena. Actores como los de Boa Companha, por ejemplo, en Primus, destacan con un trabajo corporal intenso que se fusiona con la música producida por los mismos personajes en escena, logrando convertir a Informe para una academia en una adaptación que dibuja esta la jungla humana que nos constituye, a estos hombres-mono que, a veces, parecen involucionar en su afán por estar en el mundo y brillar.

De igual modo Matrimonio blanco arremete con una historia de retorcidos pactos matrimonia-les, donde destacan actrices y actores dueños de talento, moviéndose en un ficticio mundo de color, agresivo y por momentos incoherente; un mundo que da cabida al exceso y la procacidad gratuita con el objetivo final de encontrar un paraíso.

Mayo Teatral cumplió su cometido, convocó a la fiesta, obtuvo respuestas y tuvo cada día su momento de reflexión en los desmontajes de cada una de las obras, posibilidad enriquecedora que complementa el encuentro y permite conocer e indagar con un poco más de profundidad en los procesos y modos de creación. m

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