El carisma congregacional

23

Click here to load reader

description

Perspectiva de la apropiación de los carismas en las comunidades educativas

Transcript of El carisma congregacional

Page 1: El carisma congregacional

[1]

El carisma congregacionalRuth María Ramasco de Monzón

I. Una riqueza común: el carisma y la formación de la comunidad educativa

Quienes nos hemos educado o trabajamos en una comunidad educativa originada a partir de la vida de una congregación o familia religiosa, escuchamos en repetidas ocasiones ciertos términos y frases que forman parte de lo que esa comunidad considera su “carisma”: la pedagogía preventiva, la predicación, la reparación, u otros. Generalmente, la comprensión que poseemos es que existen ciertos aspectos de la vida humana y ciertos aspectos del Misterio de Dios que dicha comunidad religiosa considera constitutivos de su forma de ser comunidad y de su tarea, y que dichos rasgos se encuentran asociados a la experiencia de vida de sus fundadores. Es verdad que las consideramos cercanas a nosotros, pero fundamentalmente pensamos que pertenecen a la congregación.

¿Qué pasaría si nos animáramos a pensarlo de otra manera? ¿Qué pasaría si nos animáramos a pensar que tales rasgos son efectivamente nuestros y no algo prestado, o lejano, o religioso? Imaginémoslo: la inmensa riqueza de la vida humana, la inmensa riqueza de la vida de Dios ofreciéndose a la vida de los hombres. Pero de muchas maneras y a través de personas a las que aproxima a su Misterio, cuyas vidas y actos se tornan una lectura del mismo. Y puesto que el Dios en quien creen es un Dios encarnado, la cercanía con Él es una forma de ahondamiento impensable en la vida de los hombres. Es como ser llevado hacia aquel centro donde el mismo Dios conoce la profundidad de las alegrías y los dolores humanos, y nos fuera permitido participar de su profundo impulso de donación, de su profunda oferta de salud, de la novedad de los lugares y moradas que Dios prepara para aquellos a los que ama.

Imaginemos que a algunos los aproxima al dolor de la niñez abandonada y les hace experimentar lo que Él quisiera que poseyeran, el amor con el que quiere amarlos; imaginemos que acerca a otros u otras a la tristeza honda de la prostitución o el abuso experimentado por los débiles, los hace partícipes del amor de un padre o una madre frente a sus hijos abusados y los impulsa a luchar hasta morir de cansancio para que sus hijos e hijas puedan volver a sonreír y confiar. O pensemos en aquellos que han descubierto el hambre de verdad que poseen los hombres, el dolor de sus confusiones y sus faltas de sentido, son llamados a participar en el hondísimo impulso de donación de la Verdad como abrazo y consuelo de Dios a los hombres. Imaginemos todo esto y nos acercaremos a lo que es un carisma. Y pensemos también que a partir de aquel o aquella que lo han descubierto por primera vez se congregan (unen) quienes hacen el mismo hallazgo y quieren participar en el mismo impulso de donación de Dios. Entonces se forma una familia, no una familia producida por la sangre y los genes, ni por la cultura o la raza, sino por participar en el mismo anhelo de donación del Espíritu de Dios; aquellos a los que no une tal o cual parentesco sino la misma experiencia de ingreso en el Misterio del hombre y de Dios: una familia religiosa.

Page 2: El carisma congregacional

[2]

Porque estas familias no surgen por una serie de ritos, sino por la atracción del impulso de donación de Dios al hombre.

Vamos a pensar ahora en dos aspectos fundamentales del carisma de las Hermanas Esclavas, entendidos en esa clave: el discernimiento y la reparación. No los veremos con la mirada superficial de quien atiende a curiosidades, sino con un interés fuerte y vivo: el interés por descubrir cuál es la corriente de donación del Espíritu al que nuestras comunidades pertenecen, del que nuestras comunidades viven, como si se tratara de una inmensa riqueza de la que pueden nutrirse, lo hagan efectivamente o no. Porque de eso se tratara: de la inmensa riqueza del don de salvación de nuestro Dios, tan amplia, tan honda, que sólo puede entregarse suscitando diversos caminos, diversas gracias, diversos rostros. Como si se tratara de una profunda fuente que corre por multitud de cursos de agua diferentes; pero la fuente es la misma y el don también lo es.

¿Para quién es esa agua? Para quienes tienen sed de ella. Por lo tanto, no ha sido entregada a una familia religiosa para que ésta sea su dueña y propietaria, sino para que lo administre, para que lo entregue. Más aún, para que busque a aquellos que lo necesitan y calme su sed. Si nosotros tenemos sed de él, entonces es nuestro. Si nuestros dolores tienen que ver con su sentido, entonces podemos acercarnos con nuestras copas y pedir que nos sea dado. No como un mendigo que pide las migajas que caen de las mesas de los ricos, sino como el hijo o la hija que va a recibir la vida y el amor que le envía su Padre.

Pero, ¿cómo? ¿No era acaso de los religiosos y religiosas? Sí y no. Ellas y ellos son quienes han sido llevados hacia ese amor que era de todos y para todos, para contribuir en su donación. Como una madre que pide a algunos de sus hijos que ayuden a preparar la casa porque tienen que llegar sus hermanos; como un padre que enseña su oficio a algunos de sus hijos porque hay que dar de comer a todos. Así es el amor de Dios: une a su amor a quienes llama, los asocia a su donación. Por eso, podemos establecer mil críticas a nuestros hermanos y hermanas que se han hecho religiosos. Podemos criticar sus injusticias, o su incomprensión de muchos aspectos de nuestra vida, o el abandono de sus responsabilidades, o su dureza cuando la encontráramos; pero no podemos decir que tales rasgos no tienen que ver con algo que no puede serles objetado: su decisión de entrega, su intención de amar a quienes el Padre ama.

Veremos ahora ese curso de agua salvífica que brota de las entrañas del Espíritu que ha conmovido el alma y la vida de Catalina Rodríguez. Lo veremos primero en un aspecto: como creador de comunidades, pues el don une, asocia, congrega. De manera que una comunidad educativa que ha surgido en relación a ese don debiera encontrar en él aquello que lo ayuda a ser comunidad. ¿Cómo pueden las comunidades educativas transformarse desde el discernimiento y la reparación?

Page 3: El carisma congregacional

[3]

A. El discernimiento

Una comunidad surgida desde el carisma de las Hermanas Esclavas dispone de la inmensa riqueza del don del discernimiento. Porque la Madre Catalina comprendió una verdad en su experiencia vital de cercanía con los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola: comprendió que los hombres y mujeres llevamos nuestra vida muchas veces sin atisbar el insondable amor que espera por nosotros, nos sostiene, nos interpela, nos abarca. Entendió que podemos vivir una vida entera confundidos y en la superficie, teniendo presente sólo las urgencias y los problemas, o las alegrías y placeres más cercanos. Comprendió también que quienes están solicitados por esos requerimientos, necesitan una mirada y un cuidado que les permita atender a lo que en realidad les está ocurriendo, no sólo en el detalle y en la anécdota corriente, sino en lo profundo, en lo interior. Descubrió que muchos hombres, que muchas mujeres, no pueden hacerlo porque requieren un ámbito donde puedan atender a ello y no al plomero, a la comida, a las tensiones del trabajo, a los horarios de los hijos, a las discusiones y conflictos laborales. Por eso su propuesta inicial de ayudar a atender a los que hacían Ejercicios.

No se trataba de hacer las camas o atender a la comida, aunque lo implicara: era más fuerte, más profundo. Ofrecer la cercanía del amor, que libera al hermano de la tarea, para que pueda centrarse en lo más importante de su vida. Como lo hacemos todos con aquellos a los que amamos. En nuestro lenguaje de cercanías y coloquios: “Dejá, yo lo hago, vos ocupate de lo tuyo”. O: “Yo te cubro, andá a hacer lo que tenés que hacer”. O: “Me ocupo yo de la cocina, vos estás necesitando descansar”. Eso que brota de nosotros frente a los que amamos, brotó también del corazón de Catalina, no sólo respecto de quienes le eran cercanos, sino de quienes no conocía y estaban atribulados o necesitados de silencios y preguntas. O también respecto de quienes no eran consideradas, en los hechos, seres humanos capaces de preguntas y profundidad: las mujeres.

Catalina descubrió, en la audición vigorosa del amor de Dios, que este amor anhelaba que los hombres y mujeres pudieran vivir sin el agobio de las confusiones, sin la tortura de un paso de los días sin nada que permita levantar la mirada o hacerla ingresar en lo profundo. Comprendió que necesitaban distinguir, pesar los acontecimientos de su vida, encontrar las claves de las decisiones más fuertes, penetrar en el sentido de sus dolores antes de que estos les destrozaran el psiquismo o el alma. En otras palabras: descubrió que los hombres necesitaban discernir.

Ahora bien, ¿qué puede tener esto que ver con nuestras comunidades educativas? Entendemos que esto se encuentra presente porque hacemos ejercicios, o porque en algunas regiones la comunidad se encarga de las casas de ejercicios. Pero, ¿en las comunidades educativas?

En las comunidades educativas el discernimiento está llamado a transformarse en una de las dinámicas privilegiadas de construcción de la comunidad. Lo veamos en propuestas y acciones concretas.

Page 4: El carisma congregacional

[4]

1. ¿No necesitamos discernir cuál es el proceso comunitario que estamos atravesando? Los cambios de directivos, la incorporación de maestros y profesores nuevos, la situación administrativa y financiera de los colegios, determinados perfiles de nuestras alumnas, exigen que la comunidad discierna. Pero este discernimiento, esta exigencia de claridad, necesita tener presente ciertas instancias imprescindibles. Señalamos algunas de ellas, con la seguridad de que cada comunidad descubrirá y conocerá las suyas.

a) La memoria de la comunidad (sus propuestas fundacionales, sus sujetos, sus acontecimientos), pues una comunidad sin memoria no conoce a veces dónde se han originado los problemas que padece, o los vacíos, o la mejor de sus prácticas educativas. Esta memoria no consiste en un acto egocéntrico o de culto desmedido a lo propio, sino en el necesario recuerdo de la propia historia que toda comunidad debe realizar para recobrar y cambiar el sentido de sus dolores, luchar por mantener su identidad, no desanimarse frente a las dificultades.

b) El reconocimiento del presente, con una adecuada búsqueda de equilibrio entre las certezas poseídas y las incertidumbres. Las comunidades, así como las personas, pierden a veces el contacto con sus certezas básicas: lo que somos; lo que es irrenunciable en nuestra vida, aunque no sepamos cómo hacerlo ahora; aquello que no podemos arrancar de nosotros sin morir. Es necesario preguntarse sobre lo que cada comunidad educativa es: ¿es una comunidad cuya riqueza mayor es la contención de los padres?; ¿se trata de una comunidad educativa de muy buena reputación pedagógica?; ¿es un colegio anclado en el recuerdo de personas que ya no están y de cuya impronta no podemos aún desprendernos? Es necesario asirnos con toda el alma a nuestras certezas, aún cuando a veces se nos oculte el modo en que podemos seguir manteniéndola. ¿Qué representan en este momento nuestras incertidumbres fundamentales? ¿La situación financiera, la ausencia de docentes estables, el aumento de matrícula o su pérdida, la dificultad para encontrar cuerpos de directivos estables? ¿Cómo dialogan nuestras certezas con nuestras incertidumbres? Porque a veces convertimos en incertidumbres radicales lo que sólo es una certeza que necesita volver a encontrar su cauce. O a veces una comunidad se extravía escuchando cantos de sirenas: la última novedad, los problemas que son de otros y no nuestros, los interrogantes que otros creen que debiéramos tener.

2. ¿No es necesario discernir y pesar la complicada trama de competencias específicas y pastoral educativa? Algunos puntos a tener en cuenta en ella:

a) La relación entre el asesoramiento en áreas específicas y la decisión desde el proyecto educativo: la complejidad de las comunidades educativas hoy exige una casi necesaria acción de asesoramiento en áreas específicas. No sólo la contable y

Page 5: El carisma congregacional

[5]

legal, que forma parte hace ya mucho de su organización interna, sino también las áreas relacionadas con diversos aspectos específicos de la vida educativa o social (asesoramiento en recursos humanos, coberturas de los seguros escolares, riesgo de las inversiones, legislaciones laborales, etc.). Todas ellas vuelven necesario discernir cómo llevar adelante un proyecto educativo realista, capaz de no perder de vista que es eso lo que sigue siendo primordialmente.

b) La difícil tarea de selección de su personal, pues ella exige tanto idoneidad profesional como capacidad de compromiso con el proyecto de cada comunidad. ¿Cómo conjugar ambos elementos? ¿Qué hacer con las dificultades graves y las conducciones equivocadas o ineficaces? ¿Cómo convocar a los maestros, profesores, administrativos, a una asunción de una tarea que los entusiasme y, a la vez, que les permita vivir con dignidad?

c) ¿Cómo formar una comunidad educativa, con un mundo atravesado por tantas necesidades económicas y tantas tareas puestas sobre espaldas que ya no saben cómo llevarán tantas? ¿Cómo distinguir cuál es el mayor obstáculo que una comunidad posee para consolidarse, o cuál es su mayor fuerza? ¿Qué gestos necesitamos hacer? ¿Qué gestos necesitamos erradicar?

c) La dinámica de discernimiento de la vida de las alumnas como propuesta de riqueza que puedan llevar a su vida toda. ¿Cómo acompañarlas en un proceso de hondura de su vida que no signifique un abandono de su edad y de la alegría de una joven o una niña? ¿Cómo ayudarlas con sus problemas, de manera que puedan atravesar la capa inicial con la que los cubren y llegar a sus cimientos? ¿Cómo ayudarlas a entrar y tomar contacto con la fuente más grande de su alegría?

Todos estos aspectos deben ser pesados, medidos, discernidos. Sin embargo, no simplemente al modo como eso podría ser hecho en otras comunidades: al modo del don que procede del mismo Dios. Pues es necesario distinguir cuál es la dinámica comunitaria que nos mueve en la dirección de la vida de Dios que se vuelca en la misma. No sólo qué falta en calidad educativa, sino cómo abrir las puertas de la comunidad a la paz y el impulso que procede del amor de Dios. ¿Cuáles son los procesos que desencadena el mismo Espíritu?

Quizás quienes se encuentran a distancia existencial del cristianismo, o quienes se encuentran dentro de él, pero la preocupación y responsabilidad ocupan toda la seriedad de su tarea, temen abrirse a consideraciones que puedan alejarlos de la solución de los problemas concretos. Muchos piensan, a veces con inmensa razón, que quienes hablan demasiado de Dios, descuidan irresponsablemente su trabajo. En muchas, muchísimas ocasiones, hay que aceptar la veracidad de esta crítica. Sin embargo, es a ellos también a los que hay que es preciso hacer una afirmación contundente: la razón de ser de estas comunidades educativas es el amor de Jesús el Cristo

Page 6: El carisma congregacional

[6]

buscando a los hombres y mujeres que pertenecen a ellas o que se aproximan a sus puertas. Por lo tanto, si tuviera la mejor de las administraciones, la mejor calidad educativa, el mejor porcentaje de ingreso universitario del medio, la mejor salida laboral, y, sin embargo, no lograra entregar el entusiasmo del amor de Dios a los suyos, sería como “campana que no suena o címbalo que no retiñe”. ¿Quiere decir que no hay que preocuparse por todo lo anterior? De ninguna manera. Quiere decir que, además de entregar toda la honestidad de una administración responsable, la idoneidad de una conducción seria, la formación disciplinar y didáctica de su cuerpo docente; además de centrar la mirada en ello, hay que preguntarse cómo vive y crece esa comunidad en la hondura del Misterio de Dios. ¿Qué palabras debe aún escuchar? ¿Cuál es el evangelio que aún no le ha sido predicado? ¿Cuál es la profundidad que sus alumnas aún desconocen? ¿Hacia dónde la está llamando el Espíritu, que abre caminos para que ella pueda ingresar en ellos? Hermoso y difícil carisma del discernimiento, al que tantas veces nuestras comunidades han experimentado como la espada que atravesó al corazón de la Virgen.

Así como la Madre Catalina pensó en trabajar, ayudando a formar ese clima que propiciara el discernimiento, la distinción, la lucidez sobre la propia vida, una comunidad originada en el carisma de las Hermanas Esclavas está llamada a favorecer, propiciar, incitar a esa mirada lúcida que pesa el ahora y descubre en él lo más importante, como aquel que compró un campo y lo cavó sin importar el cansancio, porque en él se encontraba un tesoro escondido.

B. La reparación

Pensemos ahora en aquel otro aspecto de la experiencia de humanidad que le fue dado a la Madre Catalina: la reparación. Pensemos en ello en el sentido más vigoroso de nuestros dolores y nuestras pérdidas, en el sentido más radical de las ofensas que hemos recibido, en los procesos más agudos de indignidad de los que hemos tenido que aprender a salir. Nuestra vida duele y es frágil, y su dolor y fragilidad no es un problema de un momento, sino de algo que perdura en el tiempo y permanece. Hay aspectos de lo que somos que han recibido agravios que aún ahora no sabemos manejar, o los agravios que hemos realizado a otros han dejado en nuestra vida una pena íntima y dura. Catalina Rodríguez comprendió que el impulso de donación que brotaba del Espíritu buscaba también todos los dolores, todas las indignidades, para curarlas, no en un sentido superficial, no como si no hubieran ocurrido, sino llevándolas hacia allí donde se devolvían hacia Dios y se volvían fecundas en Él. Comprendió también que participar de ese impulso implicaba compartir un doble movimiento: el movimiento del amor que levanta, vuelve a poner de pie, consuela, y el movimiento en el que un corazón humano advierte el rostro del mismo Dios en los dolores y desamparos de los hombres y se vuelve hacia Él para devolverle su amor. Carisma de la reparación.

Page 7: El carisma congregacional

[7]

Ahora bien, esto no consiste, no puede consistir sólo en una experiencia de interioridad. Porque todos los que hemos tenido que levantarnos en la vida sabemos que, después de las decisiones profundas, vienen aquellas decisiones y acontecimientos que tenemos sólidamente ensamblados a nuestras decisiones anteriores. Es un largo camino el que va desde la decisión de salud hasta la salud, desde la decisión de una vida buena hasta su constitución, desde el surgimiento de la esperanza hasta su realidad en nuestra vida. Por ende, quien se asocia a la obra reparadora del amor no se involucra sólo en el impacto inicial sino en el largo proceso que ello supone. No se conforma con sentimientos o lágrimas sino que espera y lucha por una vida nueva.

La dinámica de la reparación se hace presente como una dinámica compleja.

1. Ausculta respetuosamente los dolores desde la oferta de salvación: no se inmiscuye morbosamente en el ámbito privado de los miembros de su comunidad, ni siquiera cuando se trata de niñas o jóvenes.

2. Convoca a la libertad de quienes sufren, pues sin ella ningún ofrecimiento se vuelve constitutivo de una vida.

3. Fortalece la capacidad de lucha y de resolución de conflictos y dificultades: pues no desea que los hombres y mujeres se sientan víctimas de su propia vida y dueñas de ella.

4. Entrega el sentido de esperanza y de futuro, no en abstracto, sino como formulación siempre posible de proyectos.

5. Enseña a construir lo nuevo sin excluir los fracasos y los dolores que no podrán ser erradicados de la vida ni de la memoria.

6. No cree que la reparación se realiza sólo como mirada nueva sobre el pasado sino como capacidad de construcción de futuro.

La dinámica de la reparación es un ofrecimiento de vida que no niega el peso de los errores cometidos, ni del daño recibido. Tampoco afirma que no importe lo que hayamos hecho o hayamos padecido, ni propone un perdón superficial; ni clausura la explicación del mal dentro de la enfermedad, quitando todo sentido a nuestra posibilidad de elección. No: sostiene que el daño realizado o el daño recibido no constituyen la verdad definitiva de nuestra vida, sostiene que el rostro que se refleja en las pupilas del amor de Dios es el nuestro, un rostro nuevo y fuerte, un rostro amado e inocente. No con la inocencia de quien no se ha equivocado o no ha pecado nunca (incluso gravemente): con la inocencia de quien cree en el amor que lo busca más que en su pecado; no con una historia de agravios recibidos que ha dejado de existir mágicamente: con una historia de dolor que se ha transformado en la fuente de una compasión poderosa y real.

Esta dinámica convoca a producir ámbitos vivos, comunidades vivas, donde cada ser humano experimente que tal cosa es posible, que nadie está obligado a identificarse para siempre con lo peor que le ha ocurrido ni con lo peor que ha realizado. Y experimenta ello porque la comunidad

Page 8: El carisma congregacional

[8]

lo mira desde el amor que viene a buscarlo. No sólo una persona: una comunidad entera. La reparación se ofrece primero como mirada para que sea ésta quien desencadene el difícil ejercicio de la libertad.

¿No parece lo que uno vive en un ejercicio espiritual? ¿Cómo puede esto ser vivido en una comunidad educativa? ¿Qué significa una comunidad educativa vivida desde la clave de la reparación? Significa muchas cosas. Mencionamos algunas de ellas.

1. Una comunidad educativa que tiene la conciencia nítida y fuerte de una verdad dolorosa: las comunidades educativas poseen heridas y malestares profundos. Algunas padecen la desconfianza en la intención de sus actores, la invisibilidad de las tareas esforzadas, los privilegios de algunos, las decisiones arbitrarias e inconsultas… Otras comunidades no logran recuperarse del traslado o la muerte de alguna religiosa, o de alguna mala administración que las han dejado sin capacidad de trabajo.

2. Una comunidad que aparta a sus alumnas del exhibicionismo de los problemas y del dolor, de la búsqueda de privilegios y permisos especiales, y las lleva con delicadeza a un nuevo compromiso con su vida y sus problemas.

3. Una comunidad educativa que se anima a realizar una oferta de vida más allá de los fracasos: los fracasos de la historia institucional, los fracasos en la gestión, los fracasos administrativos, los fracasos docentes, los fracasos educativos y vitales de sus alumnas. Esto quiere decir que, al pensar cualquier problema, lo mira lúcidamente, sin pensar que la desesperación tiene que ser la última palabra. Maestras fuertes para pelear por la posibilidad de desesperación de sus niñas; administrativos fuertes para buscar planes lúcidos de restricción sin considerar que tienen derecho a pisotear la esperanza; directivos que no renieguen de los padecimientos de sus docentes, sino que encuentren en ellos y su contención una vía para la cohesión comunitaria; profesores de adolescentes que sepan que su aula está atravesada por el abandono parental de los jóvenes y propongan el saber como un camino de independencia y de superación de dificultades.

4. Una comunidad educativa que no se satisface con la contención afectiva de los problemas, sino que ofrece proyectos y posibilidad de futuro. Porque, aunque la presencia y el afecto sean importantes en toda vida humana, una comunidad no propicia la reparación si no ofrece algo con lo que la vida pueda seguir. Por ende, la propuesta educativa y la exigencia de calidad no constituyen algo añadido a la reparación: se integran a ella como propuesta de reparación.

5. Una comunidad educativa que asume prioridades de reparación: ¿cuál es la reparación que debe convocar en este momento las fuerzas de cada comunidad? A veces se trata de las acciones de conducción, pues puede haber cuerpos docentes que no experimentan confianza, pues se han experimentado avasallados en su tarea; a veces, es al revés, y son

Page 9: El carisma congregacional

[9]

los directivos quienes tienen que ser reparados en la desconfianza que se ha tenido en ellos.

6. Una comunidad que conoce que la reparación no se puede realizar sin que la vida de sus miembros y de la comunidad como un todo no se abran hacia aquellos que los necesitan.

¡Ojalá el inmenso don que posee la congregación de las Hermanas Esclavas encuentre nuevas formas de expresión, nuevas formas de vida! Pues, al entregárselo a ellas, nos era entregado a todos nosotros, a nuestros dolores, a nuestros fracasos, a nuestra necesidad de profundidad. Somos nosotros quienes debemos experimentarnos como sus destinatarios y sus hijos e hijas. Somos nosotros también quienes debemos agradecer a quienes, con sus vidas, lo han depositado en nuestras manos y en las de nuestras comunidades educativas.

Page 10: El carisma congregacional

[10]

El carisma congregacional

II. El carisma como riqueza ofrecida a la sociedad

Ahora, sólo una serie de consideraciones que nos permita ver nuevamente la inmensa riqueza de la que nuestras comunidades disponen. Pues, así como se experimenta muchas veces como una riqueza que pertenece a la vida religiosa, otras veces parece quedar encerrada en los límites de las obras de la misma. Y, sin embargo, es de todos, no en una abstracta universalidad, sino como don que se ofrece a las concretas comunidades eclesiales y sociopolíticas en las que se encuentra. No sólo una riqueza ofrecida a una congregación, no sólo ofrecida a las comunidades educativas: en ellas y a través de ellas, ofrecida a la Iglesia y a la sociedad.

Ninguno de nosotros puede negar hasta qué punto una de las dificultades de la acción educativa en nuestras sociedades proviene del exceso de problemas sociales que las instituciones educativas cargan sobre sus espaldas. El hambre de los nuestros, la violencia, el robo, el desempleo, la imposibilidad de asumir un compromiso económico. O los problemas que generan marcas en las culturas institucionales: el autoritarismo presente en la vida social y política, la negativa a la libertad y su ejercicio, el hábito de los sistemas de privilegios, el clientelismo. Por supuesto que nadie desea una realidad educativa de espaldas a los problemas sociales, pero sí instituciones que no deban sólo padecer la conflictividad social sino ir hacia ella con propuestas.

Mirado desde el impulso del Espíritu, pensemos con más hondura, con más generosidad: nuestro pueblo sufre, nuestra sociedad sufre. No podemos escuchar ese dolor sólo desde nuestro propio corazón: lo escuchemos desde el corazón de Dios, porque el nuestro es demasiado pequeño para recibir tanto dolor y corresponderle. Respondamos a ese dolor desde el impulso del carisma, pues es la respuesta de amor de la que disponemos. No consideremos tampoco que en nuestro carisma se encuentra la solución a todos los problemas, pero sí una forma de contribución a su respuesta. Tal como son los carismas en la vida eclesial: ninguno abarca todas las formas posibles de donación de Dios a la vida de los hombres, pero todos son un ofrecimiento real de vida.

¿Cómo podemos ofrecerlo al dolor de los hombres y mujeres de nuestro pueblo, de nuestras sociedades? Somos comunidades educativas. ¿Cómo podremos irrigar con él la vida social sin perder nuestra identidad de tales? No teman: nadie dice que debemos dejar de educar. Sólo que debemos propiciar acciones e iniciativas donde el carisma se vuelva riqueza poseída por los nuestros.

La desesperación, la ausencia de reconocimiento, la falta de un salario que nos permita vivir en paz, desasosiega nuestra entrega. Pues bien, sigamos luchando por ello. Pero no por eso olvidemos ese inmenso clamor de los hombres que quiere vida y dignidad. Eduquemos sus dolores, su furia, su desesperada falta de paz. El mundo nos ha convencido que debemos

Page 11: El carisma congregacional

[11]

descansar, estar tranquilos, ocuparnos de nosotros mismos. Puede ser que tenga razón frente a numerosos olvidos irresponsables respecto de la propia vida. Pero no por ello debemos olvidarnos del dolor de los nuestros. Es verdad también que una institución no puede proponerse un montón de actividades sin solucionar sus problemas básicos de administración y financiamiento. Pero no puede pensar en ello sin pensar, a la vez, la tarea que tiene entre manos. Por eso, pese a todo y contando con todas las dificultadas, con conciencia de que debe pasar por las mediaciones de los cronogramas institucionales y los recursos, nos animamos a proponer. Porque, si la vida no se entrega, ¿para qué vale? O, dicho de otra manera, ¿cuál es el descanso que anhelamos: diez horas de sueño o la mirada encendida de esperanza de uno de los nuestros? En esas preguntas se resuelve la divisoria de aguas de nuestra vida.

A. Vida social y discernimiento

Comencemos con algunos interrogantes que pueden hacernos palpar la sed y el hambre de los nuestros. Pues es el amor hacia ellos el único camino real que nos permitirá compartir nuestra riqueza. Así como cuando llevamos hacia nuestra boca un alimento y encontramos los ojos de alguna de nuestras hijas mirándolo. ¿Acaso no se lo damos o lo partimos para que sea de ambas? Miremos entonces los ojos de los nuestros. Los miremos en sus irreflexiones, en sus decisiones a tontas y a locas, en los caminos sin salida, en las enemistades que continúan para siempre, en la falta de paz. Los miremos desde allí y nos preguntemos.

1. ¿Consideramos que nuestra vida pública necesitan el ejercicio del discernimiento? ¿Auscultar la vida común, pesarla, preguntar sobre lo más importante?

2. ¿Pensamos que ese ejercicio requiere la presencia de criterios que no pueden provenir del último programa televisivo visto, de nuestros sentimientos inmediatos, de nuestros rencores insuperables?

3. ¿Nos es presente que la necesidad de criterios económicos, políticos, sociales, históricos, etc. no anula la búsqueda de criterios que provienen del amor del mismo Dios ofreciéndose en la historia y a través de los hombres?

4. ¿Cómo podremos responder a esa necesidad si nos educamos y vivimos sin detenernos a pensar?

5. ¿No experimentan, en demasiadas oportunidades, que el designio de salvación de Dios parece ser algo sin importancia, perdido entre las cosas antiguas, las represiones y las supersticiones, en vez de tratarse de lo más importante en la vida de los hombres?

Page 12: El carisma congregacional

[12]

Discernimiento, necesidad de un discernimiento profundo.

¿No podríamos ofrecer a nuestros pueblos, a nuestras instituciones, a nuestra sociedad, personas formadas en el ejercicio del discernimiento? Profesionales o personas sencillas, pero que poseyeran en el interior de su alma la certeza de que no puede obrarse sin un pensamiento que busca la profundidad, que no teme ver las cosas como son, ni tomar las decisiones que deben ser tomadas, ni aceptar las consecuencias y restricciones de lo que ve. ¿No representaría una inmensa contribución a nuestra vida común?

¿No podríamos, además, contribuir al sistema educativo de nuestra sociedad con un proyecto o múltiples proyectos de comunidades educativas que disciernen? ¿No podríamos preguntarnos qué es imprescindible en todo discernimiento, qué es primero, qué es superfluo? ¿Sería posible mostrar que la aptitud crítica pedida y recomendada en los planteos contemporáneos es necesaria, pero insuficiente si no es capaz de alcanzar el ofrecimiento salvífico que toda situación posee?

Para ello, debemos esforzarnos en extraer de la riqueza del carisma el inmenso desafío de humanidad que posee, construir las categorías didácticas que pueden originarse en él, transformarlo en propuesta de gestión institucional, transformarlo en propuesta que anime los grupos juveniles, pero también las responsabilidades institucionales adultas.

¿No podríamos también animarnos a proyectar nuestro hábito institucional en actividades que se extienden más allá de los límites de nuestras aulas? Hay muchas áreas que requieren propuestas; hay muchas acciones que pueden efectuarse.

a) Talleres sobre toma de decisiones juveniles: no implicados en los problemas ya dados, sino en su capacidad de decidir, cualquiera fuera la situación, desde la simple hasta la más compleja.

b) Jornadas de juegos infantiles acompañados de una instancia de reflexión sobre sus conductas en los mismos.

c) Organización de mesas de debates abiertas sobre temas que exigen discernimiento.

d) Tardes de actividades comunes productivas con conversación (una especie de réplica a nuestras tardes de “mate con cuero” como decimos en Argentina: con trabajo, sin conversar sobre la vida de los otros sino sobre lo que nos es común)

e) Barrios que piensan y deciden, como ofrecimientos de talleres de organización vecinal para abordar problemas concretos.

Sólo son algunas ideas; seguramente las comunidades educativas tendrán mejores. Pero es necesario, según cuál sea la realidad en la que estén insertas las comunidades educativas, que cada una decida hacia dónde puede orientarse la acción en la cual comparten la inmensa riqueza

Page 13: El carisma congregacional

[13]

que administran. Sin renunciar a la acción educativa que les es propia, pueden sin embargo educar en el discernimiento.

B. Vida social y reparación

Todos sabemos que los tejidos sociales a los que pertenecemos poseen dificultades y escisiones profundas. De ahí que no puede resultarnos tan extraño pensar que gran parte de nuestros conflictos provienen de heridas que jamás se han reparado, de destrucciones que han quedado así, de un rencor que no parece poder acabar nunca. Se trata de una vida social que necesita ser reparada. Ahora bien, no se repara sólo con indemnizaciones por los daños sufridos, por muy necesario que esto sea. Se requiere una profunda, una inmensa labor de reparación.

Ahora bien, ¿no es ésta una tarea demasiado grande? ¿Algo que excede totalmente nuestras posibilidades? Efectivamente es así. Nadie dice que nos toca todo: pero sí que nos toca contribuir. Porque quizás es eso lo importante. No plantear cosas tan elevadas y mesiánicas, hacer tan sólo de la mejor manera, de la más creativa manera, aquello que está en nuestras manos. Si en nuestras manos está el carisma de la reparación, entonces, simplemente, con toda la sencillez que nos caracteriza, debemos contribuir a la vida social desde él.

En primer lugar, consideremos como contribución a la vida social las acciones dirigidas a la contención del conflictivo mundo adulto de los padres de nuestras alumnas. Dejemos de luchar por la molestia que significan los padres enojados o los indiferentes o los que quieren intervenir en todo. Produzcamos estructuras que diseñen un espacio para ellos y responsables institucionales de algo así como una gestión de adultos padres en las comunidades educativas. Lo queramos o no, su atención debe profesionalizarse. ¿No existe esa profesionalización? La produzcamos. Pues no podemos anular el hecho de que enseñamos a alumnos que poseen tutela adulta. Adultos alterados, adultos muchas veces desesperados, adultos violentos, adultos quebrados, y también adultos buenos, generosos, comprometidos con sus hijos. Pensemos con toda nuestra lucidez institucional si no necesitamos algo que supere los consejos de padres o los profesores o directivos de buena voluntad. Algo orientado a responsabilizarnos, como comunidad educativa, de su mundo de dificultades. ¿Otra tarea más? No, no otra tarea más: encauzar una tarea que hacemos, tan desordenadamente a veces, tan desde la molestia, que consume más esfuerzos que una tarea asumida y centrada. Se trata de una ecuación más simple: los padres de nuestras alumnas necesitan ayuda; si ellos no encuentran algún camino, nuestras alumnas cargarán sus problemas sobre sí; sus problemas estarán en nuestras aulas, como gritos, como indisciplina, como falta de rendimiento.

O lo pensemos desde otra mirada: instituciones que reciben el mundo adulto allí donde se encuentra una posibilidad de reparación de sus vidas, pues estas instituciones cobijan su poquito

Page 14: El carisma congregacional

[14]

de esperanza, su poquito de amor verdadero, sus hijos. Necesitamos inventar formas que los abarquen: mediaciones de conflictos, propuestas de talleres sobre padres desempleados o madres sostenes de hogar, los menores sin tutela cotidiana y su escolaridad, etc. No sólo escuelas para padres, no sólo la comprensión de los hijos: entremos en sus dolores profundos y sin reparar y busquemos ofrecerles un espacio para que vea sus dificultades desde proyectos o posibilidades. Al hacerlo, nos estamos haciendo cargo, como comunidad educativa, de una parte de la sociedad en sus problemas.

Esos adultos tantas veces insoportables necesitan ser recibidos en nuestras casas, necesitan que alguien se ocupe de ellos, que alguien les anime a reparar su vida. “¡Pero si a nosotros nos toca educar a sus hijos, no a ellos! “ Quién sabe: tal vez el amor de Dios, que conoce el límite de nuestra entrega, que conoce también la seriedad de nuestra responsabilidad, nos ha colocado allí donde no podemos negar su presencia. Pues nuestras alumnas los aman.

En segundo lugar, consideremos como acción de responsabilidad social la entrega de jóvenes educados en otro sentido de la vida y del fracaso. Nuestra sociedad padece el dolor de una sensación intolerable de fracaso, de vidas que no logran pararse nunca más, de instituciones que se destruyen porque preferimos que mueran antes de luchar. Jóvenes que posean anclada su alma en la certeza de un amor que resucita lo que somos; jóvenes capaces de considerar que el fracaso no es la realidad última de su vida; jóvenes capaces de estrategias de lucha lúcidas, pensadas, generosamente compartidas: estos jóvenes, así educados, representarían un inmenso capital social. Tenemos que convencerlos de que este sentido del dolor y la dificultad debe ser compartido, debe transformarse en irrigación generosa de un tejido social atravesado tantas veces por la catástrofe y la desesperación; debemos convencerlos de que su sello como hijos e hijas de estas comunidades educativas consiste en transformarse en generadores de esperanza en la vida familiar, en las instituciones, en la vida social y política.

Pero esto no puede llevarse a cabo sólo como un vago sentimiento de superación posible de las dificultades. Necesitan encontrar razones y estrategias, caminos viables que les sirvan cuando ya no tengan la presencia de una institución que los contenga. Necesitamos que experimenten que también ellas pueden crear ámbitos de reparación en las instituciones o lugares sociales donde se desarrolle su acción. De manera que allí donde se encuentre una alumna salida de las casas de las Hermanas Esclavas, allí hay alguien cuya mirada sobre la realidad propicia una esperanza viva y fuerte; que allí donde hay dos o más ex – alumnas se encuentra la semilla de una casa de reparación para los que comparten su vida. Sin esa convicción experimentada en lo más profundo de su corazón joven, sin una tarea a realizar durante toda su vida, el paso por los colegios puede acabar después de su cena de egresadas.

La fuerza de construcción de la vida social debe ser propuesta como tarea. Pues nuestras alumnas nos necesitan para siempre. No nuestra compañía, ni siquiera venir a nuestra casa: necesita que lo que les entreguemos sea algo que pueda acompañarlas siempre. Si lográramos acompañarlas con la propuesta de un talante de humanidad que puede impregnar su profesión, sus decisiones de

Page 15: El carisma congregacional

[15]

pareja, su vida familiar, entonces jamás dejarán de estar en nuestra casa. Al contrario, transformarán el mundo con sus manos que reparan.

En tercer lugar, también es posible preguntarnos si no existe algún problema de nuestra vida social y política que nos es particularmente cercano. Cercano como comunidad educativa, cercano espacialmente, o por el momento que nos toca vivir, o por los problemas que hemos debido atravesar. Instituciones que han padecido, en los dolores de su cuerpo docente, el problema de la soledad de la mujer (viudez, separación, abandono) y se han vuelto particularmente sensibles a ello; instituciones que han experimentado la muerte de algunos de los suyos por la inseguridad en el tránsito o por la delincuencia sin más; instituciones que han conocido el dolor de la pérdida de ambos progenitores por parte de alguna de sus alumnas…mil problemas más. Transformemos en iniciativas de reparación social los dolores que hemos padecido: tardes de apoyo a las mujeres solas, investigación de la transgresión y formación de grupos de jóvenes que manejan, casas de tránsito para los jóvenes sin padre, proyecto de tutelas. Si no podemos sostenerlo con nuestros recursos, busquemos quienes puedan ayudarnos.

Elaboremos como comunidades iniciativas de reparación que tengan que ver con nuestro entorno. No es necesario que sea más de una, no es necesario que sea impactante: una contribución al barrio en el que vivimos, una contribución a las otras instituciones de nuestro entorno. Actividades que seguramente muchos colegios realizan, pero a veces como si se tratara de un peso extra. No es extra, pero lo que sí resulta inexcusable es que debe ser experimentado como responsabilidad educativa. O, en un sentido más profundo, como responsabilidad de compartir la riqueza que poseemos.

Quizás muchos puedan pensar que todo esto es demasiado ambicioso o pretencioso. No creemos que sea así. Creemos que muchos pierden la fuerza y el entusiasmo porque la tarea se ha vuelto demasiado pequeña, demasiado encerrada dentro de la educación, demasiado proporcional a nuestra formación profesional y nuestros tiempos. Es verdad que la entrega y la tarea debe ser un inmenso acto de humanización y respeto por nuestros límites y posibilidades. Pero es verdad también que el inmenso dolor de los hombres, las inmensas escisiones de nuestras sociedades, requieren de una esperanza que transforme nuestro amor en fuego. ¿Qué muchos estamos cómodos así como estamos? Seguramente. ¿Qué siempre están los que no van a hacer nada y serán un peso muerto sobre los hombros y después pretenderán los laureles? Sin duda. ¿Qué estamos cansados? También, a veces de un modo insoportable. ¿Qué queremos descansar, vivir sin problemas, empezar de nuevo? ¿A dónde podremos ir, si nos está llamando su Amor?

Una tarea nos ha sido confiada; más aún, una parte del amor de Dios hacia los hombres está en nuestras manos, quemándolas, transformándolas. Y un inmenso llamado de amor a los hombres resuena en nuestra alma, como si Dios abriera el tejido de su corazón y nos permitiera entrar allí donde sus entrañas escuchan el dolor y derraman su gracia. Ante este llamado, sólo es posible una respuesta: estirar las alas y emprender el vuelo. ¿Somos pequeños e insignificantes? Eso no importa: volamos con la fuerza del soplo de su Don.