El entierro del Señor de Orgaz, obra de teatro
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El entierro del Señor de Orgaz Por Juan Francisco Díaz Hidalgo
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El Entierro del Señor de Orgaz
Personajes
El Greco
Felipe II
Secretario de Felipe II
Jerónima de las Cuevas
Fray Hortensio Paravicino
El párroco de Santo Tomé
Un amigo del pintor
Un cliente
Acto I Cliente. —Dios le guarde maese Doménico.
El Greco. —Que Él os valga, monseñor ¿Qué os trae por mi taller?
Cliente. —¿Os acordáis de aquella capilla de la que os hablé en días no muy lejanos?
El Greco (aparte). «¡Cómo no! pues no se puso pesado…»
—Sí monseñor y ¡qué bien me la describió vuesa merced!
Cliente. — Pues querría que me pintase usted una santa Catalina. Ya sabe usted de mi
devoción a esta santa.
El Greco (frotándose las manos) y ¿cuál es el presupuesto con el que contamos?
El cliente (dudando un poco). —Cinco ducados.
Al Greco se le muda la cara. Apenas le llega para pinceles, óleos y lienzos.
El Greco. —¿Y para el marco?
El cliente. —No, no… con marco ya incluido.
El Greco. —¿No oye usted voces?
Cliente. — Pues no…
El Greco. — ¡Sííí! Ya oigo. Me llaman. Tengo que salir… Lo siento… Quedad con Dios.
(Se va corriendo).
El cliente queda confundido con un palmo de narices.
Narrador
El entierro del Señor de Orgaz Por Juan Francisco Díaz Hidalgo
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Después de esta escena el Greco decide mudarse se de país. Roma no ha resultado ser
el lugar propicio para hacer fortuna.
Un amigo pintor. —Así que quieres dejarnos. ¿Dónde vas a estar mejor que en Roma?
¡La cuna del Arte!
—Pues ya ves… quiero cambiar la cuna por una cama más confortable.
Amigo pintor—Pero… ¡Doménico!
El Greco. —Dime amigo.
Amigo pintor. —¿Es que no sabes que el buen rey Felipe II de España está haciendo un
fastuoso monasterio?
El Greco. —¿Dónde?
Amigo pintor. —En Madrid. En las afueras. En el camino que lleva a Ávila
El Greco. —¿Olvidas acaso que soy de Creta? Tu eres de Toledo y sabrás donde queda
eso de Ávila pero a mi lo mismo me da Madrid que Ávila.
Amigo pintor. —Bueno no nos perdamos en minucias. El caso es que Felipe está
haciendo un complejo palacio-monasterio-iglesia. Vamos, algo que quita el hipo.
El Greco. —¡Ya veo lo que quieres decirme! Si hay iglesia, hay monasterio y hay
palacio… necesitarán ¡cientos de cuadros!
Amigo pintor —¡Ya te digo!
El Greco. —Pues ¡Vive Dios, que allí iré!
Nuestro buen Doménico Theotocópuli ya se dirige a España. En su cabeza bullen mil
ideas para proponer al cristiano monarca: sagradas familias, Cristos, apóstoles,
Magdalenas, martirios, degüellos, decapitaciones…
El Greco en su taller dándole vueltas a la cabeza. Pensando cómo acceder a Felipe II
«Ya sé: un san Mauricio. Seguro que Felipe quedará admirado de mi magistral uso de
los colores venecianos. Y qué decir de mi técnica para los pliegues de los ropajes, mis
cielos nubosos y, por supuesto, mis alargadas figuras, ¡Cómo me gustan esos talles
delgados y esos cuellos de cisne…! »
Su mujer interrumpe sus pensamientos.
Jerónima de las Cuevas. —¿Domi?
El Greco. —Dime cariño y no me llames así.
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Jerónima. —¿Cómo quieres que te llame? ¿Theotocopouli?
El Greco. —No mujer, con Doménico me vale.
Jerónima. —Ya. Demasiado largo Domi.
El Greco (suspirando). —Bueno, dime ¿qué quieeeres?
Jerónima Estaba pensando… (se rasca la cabeza) ¿Por qué no le regalas un cuadro a
Felipe? Así tendrás mejor entrada en el palacio… como si fuera una tarjeta de visita.
El Greco —¡Pues claro! ¡Qué buena idea! Vales un Potosí
Jerónima —¿Y eso qué es?
El Greco —¿No sabes acaso que en el Perú hay un sitio del que no hacen más que sacar
plata y plata y más plata?
Jerónima —Bueno, gracias. Ya veo que es un piropo.
El Greco se pone a trabajar y pronto tiene ya realizado un cuadro estupendo.
El Greco (mirando el cuadro) —Lo llamaré El sueño de Felipe II.
Jerónima –A mí me gusta más la Santa Liga.
El Greco —Pero si aún no se ha inventado el fútbol…
Jerónima —No entiendo tu sentido del humor griego Doménico Theotocopouli.
El Greco (tiernamente) —¿Ya no soy tu Domi? Lo llamaré como tu quieras. No sea que
el niño nos salga con un antojo. «¡Dios mío una liga como antojo!»
Acto II
Escena primera
Felipe II está escribiendo cuando un criado interrumpe su trabajo para anunciarle la
llegada del cuadro del Greco.
Mayordomo de FelipeII ( con solemnidad) —Majestad. Da vuecencia su permiso.
Felipe —Sí, mi fiel vasallo. Podéis pasar. (Levantando la vista de la mesa) ¿Qué te trae
por aquí lejos de tus quehaceres?
Mayordomo —Os traigo un regalo.
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Felipe —¡Ole, ole! ¡Me encantan los regalos! ¿Qué es? Cristobalillo.
Mayordomo ¡Ah! Sorpresa…
Felipe sale corriendo hacia el pasillo y ve el cuadro envuelto.
Felipe —Un cuadro hacedlo pasar aquí dentro, que hay más luz para así lo mirar mejor.
El cuadro en todo su esplendor es contemplado por el mayordomo y Felipe II.
Mayordomo —Se llama la Santa Liga. Seguramente por la unión que buscamos con el
Papa para la guerra contra el turco.
Felipe (murmura escéptico) —Sí, eso si que es un buen sueño. Y ¿Quién lo envía?
Mayordomo —Un Griego, procedente de Creta y que ha estado en Roma pintando
cuadros para unos y otros. Tiene buenas recomendaciones.
Felipe —Pero ¡será buen cristiano! A ver si va a ser un ortodoxo de esos.
Mayordomo —Viene recomendado por Fray Hortensio Paravicino.
Felipe —¡Qué bien escribe ese fraile! Bien, enviadle un billete de agradecimiento y
decidle que puede venir a verme cuando quiera. Ya sabes que no salgo de la oficina.
¡Siempre con tanto trabajo!
Escena segunda
El Greco —Fray Hortensio. ¡Qué buen día hace hoy en Toledo! Y qué bien huele la
calle.
Fray —Muy contento os veo, a fe mía. ¿Cuál es el motivo de tanta alegría Doménico?
El Greco —Ya he terminado el cuadro del san Mauricio y mañana lo llevaré a Felipe II.
Fray —¡Vive Dios y su Santo Nombre! ¡Qué maravilla! (observando el cuadro)
Greco —¿Os gusta?
Fray —¿A vos qué os parece? ¡Qué colorido! ¡Qué pligues! ¡Qué romanos! Y ¡qué
decapitaciones!
Greco —Me alegro de que os guste. Pero… observo ese entrecejo levemente cejijunto
y el morrillo un poco torcidillo…
Fray —Es que es muy novedoso. Vuesa merced ha colocado el martirio de san Mauricio
ahí, en una esquinita… y los romanos (¡menudos romanos!) ocupan el cuadro. Toda
una novedad. A mí me gusta, a la vista está, pero me temo que el concilio de Trento
recomendaba otra cosa.
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Greco —Lo sé Fray Hortensio. Pero soy un Pintor, así con mayúscula, no un pintor
cualquiera de esos con minúsculas. Si he de pasar a la posteridad no puedo hacer lo
que me manden unos curillas que se han juntado a parlotear de arte sin saber que es
el Arte. Y ya estoy harto…
Fray —No os enfadéis. Seguro que a Felipe le gusta. Ya sabéis que es muy sabio. Ha
recopilado los mejores libros en su biblioteca, sin importarle Trento, Erasmo,
musulmán o judío…
Greco —Ciertamente, buen amigo. Y me han dicho que los tiene con el lomo hacia
dentro… ¿Será para que nadie vaya a cotillear lo que le gusta al Rey?
Fray —Felipe II manda en el mundo, Dios lo ampara.
Escena tercera
Real Alcázar. Felipe II en el escritorio dándole a la pluma.
Mayordomo (entra en la estancia del Rey y anuncia en voz alta) —¡Majestad! El pintor
Doménico Tehotocopuli.
Felipe (sobriamente)—Oh, mi querido Doménico. Por fin me traéis el encargo. Mi san
Mauricio. ¿Por cierto que tiempo hace hoy ¿Tengo tanto trabajo que no he podido salir
a que se me oreen las barbas
Greco —Oh, majestad serenísima, es cierto, trabajáis demasiado, tenéis los ojos
colorados… Pero volviendo a su pregunta: ha amanecido con tiempo fresco, pero hay
nueves de evolución diurna, las temperaturas alcanzarán su punto más alto a
mediodía, y no hay que destacar que las tormentas de la sierra se extiendan a la capital
al atardecer.
Felipe (asombrado y con la boca abierta mira al mayordomo).
Mayordomo (cambiando de tema)—Ah sí… El cuadro. ¡Aquí está¡
Felipe —¡Virgen santísima! ¡qué maravilla! ¡Qué colorido tan veneciano! ¡Qué pliegues
en los vestidos! ¡Qué cabeza tan bien cortada! Y también hay romanos…
Greco –Verá su majestad, que he dispuesto el tema del cuadro en dos partes, tal y
como tengo a gala realizar.
Felipe —Verdaderamente es un cuadro magnífico. Lo pondré en la sala Capitular del
monasterio.
Greco (mudándosele el color) —Pero… ¿No lo pondréis en la Iglesia?
Felipe (cordial) —Venid amigo (le pasa un brazo por el hombro) El concilio de Trento
no me dejaría poner este espléndido cuadro en la iglesia. Me gusta pero no podré usar
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de vuestros servicios en la Iglesia. No os desaniméis, hombre. Tendréis mi apoyo.
Quedad en Toledo y tendréis buena vida. Ya sé que pronto seréis padre. Me
complaceré de teneos cerca.
Greco —Siempre al servicio de su majestad.
Felipe —Id con Dios.
Greco —Con Él quedad vos.
Acto tercero Así nuestro buen Pintor (con mayúsculas) se afincará en Toledo y su hijo Jorge Manuel
Theotocopuli le ayudara en sus trabajos. Pero todavía nos falta un encargo. El encargo
que más fama le daría, su obra cumbre.
Estamos en Toledo y un párroco llega al taller del Greco. Viene con un contrato debajo
del brazo (bueno, es un decir).
Andrés Núñez (abriendo la puerta) —¡A la paz de Dios!
Greco —Adelante vuesa merced. Pase, pase.
Andrés —Soy Andrés Núñez de Madrid. Párroco de la iglesia de Santo Tomé. Traigo un
encargo que quizá pueda ser tomado por usted, si sus numerosos trabajos lo permiten.
Greco —Ya me habló mi buen amigo Fray Hortensio que recibiría vuestra visita.
Cuénteme usted algo más de su encargo. (dice para sí) «como mida menos de un
metro salgo corriendo de nuevo».
Andrés —Pues verá Domenico.
Greco —Es Doméeenico
Andrés —Perdone, no se me dan bien los idiomas. Doméeenico. Tenemos una pared
de 4 metros 60 cm x 3 metros 60cm y es ahí donde irá la pintura.
Greco (pensando) «caramba, pues ahí si que puedo poner un buen cuadro».
—Entonces ¿Qué medida ha pensado que estaría bien?
Andrés —No, no… Esa es la medida de la pintura. Toda la pared.
Greco (hablando al cielo) «¡Gracias Dios mío!»
Andrés —Lo veo preocupado ¿no ve factible, por la magnitud de la pintura, incluirlo en
su plan de trabajo?»
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Greco —Querido párroco, por la iglesia de Santo Tomé, además de que vienen
recomendados por Fray Hortensio, dejaré todo por atenderles. ¿Cuándo quiere que
me ponga en marcha?
Andrés —Bueno, bueno… Primero quiero que firmemos un contrato en el que quede
claro el tema que se ha de desarrollar.
Greco «ya sabía yo que había trampa» —Dígame vuesa merced. Pero sentémonos en
esa mesa y tomemos un refrigerio. ¡Jerónima!
Andrés (dice para sí mismo) «Caramba este hombre ha debido estar con los indios
americanos, el grito de Jerónimo es común entre los apaches. Creo que eso me dijo
Fray Bartolomé que anduvo por las indias». —¿Por qué profiere ese grito maese
Doméeenico?
Greco —Bueno, pues llamo a mi mujer para que traiga algo de vino.
Andrés —¡Aaah! «¡vaya plancha!»
Greco —Dígame, dígame.
Andrés —Hace muchos años, en el 1313, ocurrió un milagro muy sonado con un
ilustre personaje, benefactor de nuestra amada iglesia de Santo Tomé. Cuando el
Señor de Orgaz, don Gonzalo Ruiz de Toledo, de la estirpe de los Paleólogos, falleció,
ocurrió algo admirable.
Jerónima —Aquí traigo el vino.
Greco —Gracias, vales un…
Jerónima (interrumpiéndolo) Potosí. Que ya me lo he aprendido.
Greco (dirigíendose de nuevo a Andrés) —Pero siga vuesa merced, pardiez.
Andrés —Pues se abrieron los cielos y bajaron San Agustín y San Esteban, con sus
vestidos y todo, hasta donde estaba el cuerpo del Señor de Orgaz, lo cogieron entre los
dos y le dieron sepultura ante el asombro de todos los que estaban allí.
En cuanto al asunto de los dineros, no hay problema ya que el Señor de Orgaz dejó
dinero suficiente, por lo que ganará sus buenos ducados
Greco —En verdad que es admirable cuanto decís padre. Pues no se hable más. Creo
que este es el comienzo de una franca amistad. ¿Dónde hay que firmar?
Andrés —¿Aceptáis pintar entonces este tema?
Greco —Los cielos rompiéndose son mi especialidad. Verá que pintura más maja les
dejo en la iglesia. Todo el mundo querrá ir a oír misa allí.
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Andrés —Qué feliz me hace usted. Estoy seguro de que hará un buen trabajo maese
Doménico.
Acto final Es la presentación de la obra terminada. Todos están reunidos allí, Andrés Núñez de
Madrid, Fray Hortensio Paravicino, los insignes vecinos de Toledo, Antonio de
Covarruvias, el conde de Benavente, Jerónima, Jorge Manuel y algunos más que
pasaban por allí.
El Greco —Como verán ustedes he reflejado a la crema y la nata de la sociedad
toledana, aquí, en la parte de abajo. Allí arriba, como no podía ser de otra manera,
está Felipe II…
»Pero… tomemos todos un vino español para celebrar la inauguración. ¡Jerónimaaa!
Narrador
El Greco, ante el asombro de los allí congregados, va describiendo su obra. Los
personajes que allí aparecen, la iconografía, la composición, la luz…