EL LORO DE FLAUBERT

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ADOLFO CASTAÑO(*) la biografía, la guía alfabética, la no- vela conyugal y la traducci6n. O sea una de esas novelas coquetas y salta- rinas, que combinan insolencia y buen humor. El equivalente novelado del pastel de carne: pasta narrativa ama- sada con harina del tlaubertiano cos- tal, levadurair6nica, sigilosas nueces conceptuales finamente picadas y re- lleno biográfico y autobiográfico ma- rinado en mala leche. Dicen que Barnes cotorrea sin hacer ruido como El idiota de Sartre. Puede ser. En todo caso, sigiloso como un tahur, les re- parte a los lectores las cartas de Flau- bert, les hace creerse inteligentes- es un maestro de la seducci6n al absur- do-, luego se va limpio, y nos deja en ascuas, incómodos, con el sentimien- to de que la novela s610 es buena a costa de nuestra bobería y de que las cotorras somos nosotros ("¡Loulou e'est moi!", exclama irritada la mente al terminar). Desde luego, esta obra incendiaria trae su dispositivo contra comentarios siniestros. Incluye un examen escolar concebido para repro- bar a los lectores. La querella del fondo en la forma, la' discusi6n itinerante del vino y de los odres, de la primacía del huevo conceptual sobre la gallina de su es- tructura se resuelve en Barnes a través de una novela que adopta una multi- EL LORO DE FLAUBERT ¿Cuál fue el perico en que se ins- piro Flaubert para escribir su "Cora- zón simple"? En El loro de Flaubert de Julián Barnes(l) la sencilla semilla de esta pregunta se eleva, crece y pro- paga hasta ramificarse por toda la obra del padre Gustave, Bames o su narrador -un perico en busca de otro-, se desplaza con gracia y comodidad por las ramas del árbol Flaubert en busca de ese fantasma emplumado. La busca del cotorro -figura ironica de la cabeza vacía del escritor que re- pite lo que oye- se transforma en el camino en la búsqueda del Gustave perdido, esa Penélope de los moder- nos. Híbrido hilarante de lechuza sa- bihonda y de papagayo rezong6n, Barnes se comporta como todo un zo- rro y rodea la madriguera tlaubertina con la meticulosa sagacidad del caza- dor hambriento. No en balde se llama Julián como el santo cazador hospita- lario que ampara su bautizo y que, de entre las almas simples creadas por este autor, es uno de los que más he- r6icamente resisten la tentaci6n de una prematura santidad. Se adivina que la novela ha sido compuesta como un ejercicio de periquerfa y parodia Bajo la apariencia inofensiva de la amenidad familiar, encubre alfileres d.etodo género: la filología, la medi- cina, la crítica de pintura, la gastrono- mía, el bestiario, el examen escolar, &critor mexicano: Tercer Mundo Editores, anunci6 para este año la pllblicaci6n de sus ensayos sobre Alfonso Reyes. Act1lalmeate es subdirector del Fondo de Cnlt1lra Econ6mica de México, en donde ha sido DIO de sns m's firmes y brillantes editores. Forma parte de la direcci6n de la Revista GACETA, de México, desde "ce m's de 10 años, y del grapo de colaboradores de la Revista Literaria GRADIV A (Bogo~) desde 1987. (1) Julih Banes, E/loro de FI4ubert. Traduc- ci6J1 de AntoJlio MllIri. Ed. Angrama. Barcelo- u, 1986. 86

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ADOLFO CASTAÑO(*)

la biografía, la guía alfabética, la no-vela conyugal y la traducci6n. O seauna de esas novelas coquetas y salta-rinas, que combinan insolencia y buenhumor. El equivalente novelado delpastel de carne: pasta narrativa ama-sada con harina del tlaubertiano cos-tal, levadurair6nica, sigilosas nuecesconceptuales finamente picadas y re-lleno biográfico y autobiográfico ma-rinado en mala leche. Dicen queBarnes cotorrea sin hacer ruido comoEl idiota de Sartre. Puede ser. En todo

caso, sigiloso como un tahur, les re-parte a los lectores las cartas de Flau-bert, les hace creerse inteligentes- esun maestro de la seducci6n al absur-do-, luego se va limpio, y nos deja enascuas, incómodos, con el sentimien-to de que la novela s610 es buena acosta de nuestra bobería y de que lascotorras somos nosotros ("¡Louloue'est moi!", exclama irritada la menteal terminar). Desde luego, esta obraincendiaria trae su dispositivo contracomentarios siniestros. Incluye unexamen escolar concebido para repro-bar a los lectores.

La querella del fondo en la forma,la' discusi6n itinerante del vino y delos odres, de la primacía del huevoconceptual sobre la gallina de su es-tructura se resuelve en Barnes a travésde una novela que adopta una multi-

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¿Cuál fue el perico en que se ins-piro Flaubert para escribir su "Cora-zón simple"? En El loro de Flaubertde Julián Barnes(l) la sencilla semillade esta pregunta se eleva, crece y pro-paga hasta ramificarse por toda laobra del padre Gustave, Bames o sunarrador -un perico en busca de otro-,se desplaza con gracia y comodidadpor las ramas del árbol Flaubert enbusca de ese fantasma emplumado.La busca del cotorro -figura ironicade la cabeza vacía del escritor que re-pite lo que oye- se transforma en elcamino en la búsqueda del Gustaveperdido, esa Penélope de los moder-nos. Híbrido hilarante de lechuza sa-bihonda y de papagayo rezong6n,Barnes se comporta como todo un zo-rro y rodea la madriguera tlaubertinacon la meticulosa sagacidad del caza-dor hambriento. No en balde se llamaJulián como el santo cazador hospita-lario que ampara su bautizo y que, deentre las almas simples creadas poreste autor, es uno de los que más he-r6icamente resisten la tentaci6n deuna prematura santidad. Se adivinaque la novela ha sido compuesta comoun ejercicio de periquerfa y parodiaBajo la apariencia inofensiva de laamenidad familiar, encubre alfileresd.e todo género: la filología, la medi-cina, la crítica de pintura, la gastrono-mía, el bestiario, el examen escolar,

• &critor mexicano: Tercer Mundo Editores,anunci6 para este año la pllblicaci6n de susensayos sobre Alfonso Reyes. Act1lalmeate essubdirector del Fondo de Cnlt1lra Econ6mica deMéxico, en donde ha sido DIO de sns m's firmesy brillantes editores. Forma parte de la direcci6nde la Revista GACETA, de México, desde "cem's de 10 años, y del grapo de colaboradores dela Revista Literaria GRADIV A (Bogo~) desde1987.(1) Julih Banes, E/loro de FI4ubert. Traduc-ci6J1 de AntoJlio MllIri. Ed. Angrama. Barcelo-u, 1986.

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plicidad de formas referidas a una plu-ralidad de temas. Pinta la biografía deun hombre concebida no como unaingenua narraci6n lineal sujeta a la te-diosa cadena de las causas y de losefectos, sino co~o la presentaci6n,por así decir, simultánea de sus inte-reses y obsesiones registrados a travésde formas literarias específicas. Losactos quedan, desde luego, relativiza-dos, suspendidos en la soluci6n de laspotencias y facultades entre las queflotan. Tal vez sea una manera sospe-chosa de escribir una biografía; es, entodo caso, un procedimiento suma-mente eficaz para captar en toda suplenitud a un hombre que deneg6 lavida y que, en cierto modo, transfor-

m6 esa denegaci6n -ipsissima yerba,en la materia de su tránsito cotidiano.

Roger Martín du Gard confiesa enuna de sus cartas que si Madame Bo-vary puede hartar por su implacablepureza formal, La Correspondenciade Flaubert es un libro tan perdurablecomo los ensayos de Montaigne. Bar-nes no ignora este lugar común. Por lovisto, la literatura moderna está con-denada a trepar una enredadera alre-dedor de las grandes obras clásicas.En resumidas cuentas, El loro deFlaubert seria una correspondenciacon la Correspondencia, la repetici6ndesesperada de los grandes lugares eideas Oaubertianas como una puertahacia la obra, de modo que la escritura

de una pequeña guía se transforma enla creaci6n de un país prestado. Dichode otro modo, la única t1?anera decomprender a un gran hombre es po-nerse sus pantuflas, comer con su cu-chara, revivir sus amores y,literalmente, transformarse en suamante escribiendo el mon610go quehubiese sostenido su mujer. La tenta-tiva desaforada de resurrecci6n de lasmomias y de los animales disecadostransporta a este Orfeo ir6nico a losinfiernos mismos del presente. El lec-tor termina cayendo en la cuenta deque Gustave Flaubert está aquí; s610es cuesti6n de buscarlo en el lugaradecuado. "Hubo una vez un loro quedecía 'hubo una vez ... '"

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