El mito de la conmemoración · 2020. 9. 14. · Me parece estar viendo, enfrente de la puerta...

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1 El mito de la conmemoración Miguel Ángel Burgos Gómez 1. Puebla: imágenes en sepia. No lo olvidemos: un libro es escrito por quien lo lee.- Michel Maffesoli Me parece estar viendo, enfrente de la puerta principal del Edificio Carolino, un camión- cisterna del H. Cuerpo de Bomberos volcada a mitad de la calle. Trepado encima del tanque Daniel Heredia, un compañero de la preparatoria, golpeaba la lámina con un zapapico como si estuviera abriendo una zanja en el piso. Eran como las dos de la tarde del 14 de octubre de 1964. En la mañana de ese día, cuando íbamos saliendo de la clase de Química, llegaron al primer patio de ese edificio central de la Universidad un grupo de estudiantes conocidos como “los activistas”, iban acompañados por unos señores de aspecto campesino. Nos invitaron a entrar a un salón al fondo del recinto y ahí denunciaron con vehemencia la represión de una marcha de protesta contra la ley de pasteurización obligatoria de la leche. Esta ley, aprobada en el mes de agosto por el Congreso del Estado, establecía que la leche “bronca” debería pasar por un proceso de pasteurización industrial. Todos los productores en pequeño pasaban a depender de empresas establecidas a propósito. Nada de lecheros en bicicleta vendiendo “fiado” a las puertas del hogar. Nada de rancheros con sus camionetas repartiendo su producto casa por casa. La “Ley sobre Producción, Introducción, Transporte, Pasteurización y Comercio de la Leche” se promulgaba en nombre de una alimentación saludable y de calidad para los consumidores. Un día antes, en la tarde, habían sido detenidos los líderes y el asesor jurídico de la Unión de Pequeños Productores e Introductores de Lechey junto con ellos el líder local de la Central Campesina Independiente, Bruno Martínez y Ramón Danzós Palomino líder nacional de la misma.

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El mito de la conmemoración

Miguel Ángel Burgos Gómez

1. Puebla: imágenes en sepia.

No lo olvidemos: un libro es escrito por quien lo lee.- Michel Maffesoli

Me parece estar viendo, enfrente de la puerta principal del Edificio Carolino, un camión-

cisterna del H. Cuerpo de Bomberos volcada a mitad de la calle. Trepado encima del tanque

Daniel Heredia, un compañero de la preparatoria, golpeaba la lámina con un zapapico como

si estuviera abriendo una zanja en el piso. Eran como las dos de la tarde del 14 de octubre

de 1964.

En la mañana de ese día, cuando íbamos saliendo de la clase de Química, llegaron al

primer patio de ese edificio central de la Universidad un grupo de estudiantes conocidos

como “los activistas”, iban acompañados por unos señores de aspecto campesino. Nos

invitaron a entrar a un salón al fondo del recinto y ahí denunciaron con vehemencia la

represión de una marcha de protesta contra la ley de pasteurización obligatoria de la leche.

Esta ley, aprobada en el mes de agosto por el Congreso del Estado, establecía que la leche

“bronca” debería pasar por un proceso de pasteurización industrial. Todos los productores

en pequeño pasaban a depender de empresas establecidas a propósito. Nada de lecheros en

bicicleta vendiendo “fiado” a las puertas del hogar. Nada de rancheros con sus camionetas

repartiendo su producto casa por casa. La “Ley sobre Producción, Introducción, Transporte,

Pasteurización y Comercio de la Leche” se promulgaba en nombre de una alimentación

saludable y de calidad para los consumidores.

Un día antes, en la tarde, habían sido detenidos los líderes y el asesor jurídico de la

“Unión de Pequeños Productores e Introductores de Leche” y junto con ellos el líder local

de la Central Campesina Independiente, Bruno Martínez y Ramón Danzós Palomino líder

nacional de la misma.

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Con la curiosidad y el entusiasmo –más que conocimiento de causa– que caracteriza

a los jóvenes, un buen grupo de estudiantes preparatorianos salimos detrás de ellos y nos

enfilamos por la 5 de mayo rumbo a Inspección de Policía situada en la 7 norte y 12

poniente en donde, nos dijeron, estaban los detenidos.

Marchábamos a la altura de la plazuela de San Luis, en 5 de mayo y 10 oriente,

cuando en la retaguardia de la manifestación, que no era de más de 200 o 300 personas, se

escuchó el rugido de las motocicletas del escuadrón de la Dirección de Tránsito. Venía

abriendo paso a los policías uniformados quienes portando cascos y macanas empezaron a

golpear y perseguir a los manifestantes.

Entre asustados y enojados regresamos apresuradamente al edificio Carolino de

donde –pensaba yo– no debíamos haber salido. En menos de una hora se concentraron

cientos de estudiantes y otras personas, lecheros y vendedores ambulantes. Llegaron más

jóvenes de la Escuela de Derecho, que entonces estaba en la 8 oriente y también de la

Escuela de Medicina. El Gobierno del Estado de Puebla tenía su sede en el edifico de la

esquina de la 2 Norte y la entonces Maximino Ávila Camacho y hoy Palafox y Mendoza a

una cuadra del Carolino. Ahí empezó una batalla campal entre estudiantes y policías.

Echando mano de toda su fuerza pública el gobierno del General Antonio Nava

Castillo enfrento a los manifestantes en esa calle y otras aledañas. Su Secretario Particular

Urbano Deloya, un joven abogado recién egresado de la UAP y el Contralor General del

gobierno del estado Coronel Luis Sánchez Domínguez dirigieron la acción sobre el terreno.

No sólo la policía y los agentes de tránsito sino también los miembros del Cuerpo de

Bomberos fueron lanzados al combate pensando, equivocadamente, que sus mangueras

para pequeños incendios servirían para disolver manifestaciones con chorros de agua.

Esas fuerzas públicas fueron reducidas a la impotencia por varios grupos de

estudiantes temerarios. “Va a intervenir el Ejercito” —pensé. Pero no fue así; en cambio

para cuando la cisterna de los bomberos era destruida, circulaban por la calle y en el

vestíbulo y corredores del Carolino estudiantes portando como botín de combate

impermeables, chamarras, macanas y cascos de bombero y policía. También se hicieron de

una que otra arma de fuego, fusiles, algunos sin parque, del tipo de esos que seguramente se

habían usado en 1910 para asaltar la casa de los Hermanos Serdán. La gresca terminó

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cuando los estudiantes capturaron a uno de los mariscales de campo del gobierno: al

Contralor Sánchez Domínguez retenido en el primer patio junto con otros agentes del

orden. A cambio de su liberación, negociada por el Doctor Julio Glockner Lozada, se

terminó el enfrentamiento, que de todos modos el gobierno ya había perdido en la calle.

También fueron liberados ese mismo día los demás detenidos y el Gobernador destituyó a

algunos mandos de su equipo. No bastó.

En la noche de ese 14 de octubre se reunió el Consejo Universitario presidido por el

Rector Manuel Lara y Parra y acordó pedir la renuncia del Gobernador:

“…en sesión extraordinaria celebrada el día de ayer y en atención a los graves

acontecimientos…en que el Gobierno del Estado de Puebla…ordenó disolver una

pacífica manifestación de protesta de un sector de la sociedad poblana a la que se

solidarizó un grupo de estudiantes, por la justicia de su causa,…acordó,

constituyéndose en sesión permanente, elevar a las autoridades federales, al Congreso

del Estado y a la opinión pública del país, su más enérgica protesta, solicitando como

lo hace ante el Congreso de la Unión, la inmediata destitución del titular del Poder

Ejecutivo del Estado y la consignación ante las autoridades correspondientes de

quienes resulten responsables…”

Así rezaba un párrafo del desplegado publicado en el diario local “El Sol de Puebla”

firmado por el Honorable Consejo Universitario de la Universidad Autónoma de Puebla

con fecha 15 de octubre de 1964.

Ese día se detonó una movilización social que hasta la fecha no ha tenido igual en el

Estado de Puebla. No sólo la Universidad entro en paro, sino todo el sistema escolar

primario y secundario, En los siguientes días se desplegaron por todo el el territorio

poblano las brigadas de estudiantes que convocaban a protestar en diversas ciudades y en la

capital. En algunos casos las mismas autoridades de pequeños poblados pedían la presencia

de los estudiantes. Las fuerzas federales observaban sin intervenir. Digamos que se hacían

de la vista gorda.

El mismo día 15 se manifestaron 25,000; el 18 de octubre 70,000 y el 23 se

calcularon cerca de 200, 000 personas que abarrotaban no sólo el zócalo, sino las calles que

van desde el Paseo Bravo hasta el Edificio Carolino. En ese tiempo la ciudad de puebla

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contaba con 300,000 habitantes aproximadamente. Si entonces 200,000 se manifestaron en

la calle, hoy, que tiene de 3 millones como zona metropolitana –dice el INEGI– el

equivalente sería una movilización de 2 millones de personas en las calles de la ciudad.

Pensar en algo semejante es poco menos que una fantasía.

Se adhirieron a la espiral de agitación social, con especial entusiasmo, los locatarios

de los mercados y cientos de vendedores ambulantes. También se unieron los taxistas, los

choferes de autobuses, los pequeños comercios y hasta las prostitutas del ghetto de la “zona

roja”, llamada también “de tolerancia”. Todos colaboraban ofreciendo servicios gratuitos

para las brigadas estudiantiles. Los lecheros resultaron ser una insuperable red de

comunicación, pues a diario llegaban a las puertas de los hogares con su mercancía, pero

también con volantes informativos y panfletos de agitación.

Me asombraba la manera en que los ciudadanos de a pie y los automovilistas

depositaban dinero en las alcancías que portaban los estudiantes al recorrer las calles. No

sólo monedas, sino billetes de 50 y 100 pesos de los de entonces. Me consta.

Me parece estar viendo el comedor gratuito y público que se estableció en el 3er

patio del Carolino. Llegaban ahí diariamente cientos de litros de leche, canastos con pan,

huevo, tortillas, frutas, verduras y cárnicos donados por los vendedores y productores. Un

grupo de mujeres se encargaba de cocinar todo el día y ahí llegaban estudiantes y

ciudadanos —los que quisieran— a desayunar, comer y cenar. En un balcón del edificio

central un altavoz trasmitía música e información a las personas que todo el tiempo

montaban guardia en el exterior.

Significativa también fue la experiencia de un grupo de estudiantes de la escuela de

Física que, aprovechando el momento, por primera vez instalaron una emisora de radio

rudimentaria, construida por ellos mismos y a la que llamaron XERUAP. Tenía potencia de

unos cuantos watts en la frecuencia 915. Aunque pocos llegaron a escucharla, pero

trasmitieron música y algunas noticias de los acontecimientos en curso.

El Gobernador Nava Castillo trato de atemperar los ánimos y negociar una tregua,

echó atrás la ley de pasteurización obligatoria y trato de cooptar a los dirigentes de la

Federación Estudiantil Poblana (FEP) encabezada por el estudiante de derecho Oscar

Walles Morales. Este dirigente suspendió unilateralmente una manifestación convocada

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para el día 26 y, en un gesto típico de la época, denunció a la prensa la presencia en el

movimiento de agitadores profesionales. Se refería como tales al Ingeniero Luis Rivera

Terrazas, profesor de Físico-Matemáticas, al abogado Isauro Gonzales Méndez, Secretario

General de la Universidad y a los estudiantes Ramón Beltrán López de Medicina; Manuel

Guzmán Pérez de Contaduría y a Juan José Barrientos y Nicandro Juárez de la Escuela de

Derecho. Con esto, el día 27 quedó al descubierto la negociación subrepticia entre el

Gobernador y la FEP.

La respuesta fue contundente. Walles Morales fue sacado en vilo de sus oficinas en

el segundo piso del Carolino y conducido en medio de una valla vociferante que se extendía

desde los pasillos del edificio universitario hasta el zócalo. Acto seguido los Consejeros

Universitarios estudiantes y los Presidentes de las Sociedades de Alumnos de las diferentes

escuelas se constituyeron en el llamado Directorio Estudiantil Universitario publicando una

carta abierta en los diarios locales que, entre otras cosas, declaraba:

“con fecha 27 del presente mes de octubre desaparece la Federación

Estudiantil Poblana en virtud de haberse comprobado que varios de sus

miembros tenían relaciones directas con el Gobierno del General Antonio Nava

Castillo, traicionando así nuestra lucha limpia y justa […] Se aportarán las

pruebas suficientes ante el Consejo Universitario, con el fin de que reciban estos

indignos estudiantes el castigo que merecen; estudiantes entre los que se

encuentran varios elementos expulsados de la Universidad Nacional Autónoma

de México por sus actividades en contra de los intereses estudiantiles y

populares”

Al mismo tiempo el Rector Lara y Parra, en un desplegado público aparte, denunció

la traición de Walles y negó la acusación de servir a intereses sectarios.

Ese mismo día se constituyó la Coalición de Organizaciones Populares que

agrupaba a 75 organizaciones bajo la asesoría del bufete jurídico del Directorio Estudiantil.

En medio de una efervescencia incontenible, los dirigentes convocaron a una

manifestación para el día 30 que amenazaba con superar a la anterior. En la madrugada de

ese día, en un sospechoso episodio, fueron golpeados unos estudiantes que realizaban

“pintas” en algunas paredes de la ciudad y la agitación se multiplicó. El Directorio

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Estudiantil culpó a la policía judicial del Estado. En la mañana que siguió el Ejército

Mexicano salió a patrullar la ciudad. La primera plana del diario El Sol de Puebla decía:

“La ciudad bajo vigilancia militar” “no se permitirán reuniones de más de 5

personas” “31 estudiantes heridos; 3 de ellos graves” “Salió una comisión a

entrevistarse con el subsecretario de Gobernación”.

Se referían a Luis Echeverría Álvarez, encargado del despacho, en ausencia de

Gustavo Díaz Ordaz que ya era Presidente electo y estaba a punto de tomar posesión el 1 de

diciembre. Echeverría dialogaba con la dirigencia y monitoreaba el conflicto. En esas

condiciones, la Universidad suspendió la convocatoria a la manifestación. Unas horas

después se difundió la noticia de que el Gobernador había pedido licencia para dejar el

cargo.

Entonces, la población se desbordó en las calles entre las tanquetas y los soldados

que observaban impasibles. En la universidad, los estudiantes fueron por el Rector Lara y

Parra hasta sus oficinas y lo pasearon en hombros por los pasillos y hasta la calle, como si

fuera un torero en tarde triunfal. Al mismo tiempo una multitud inmensa –llegada desde

todos los puntos de la ciudad– se concentró en el Carolino, la marea humana desfilaba

entrando por la puerta principal y saliendo por la puerta posterior de la 6 sur, como si

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visitaran una catedral. El desfile terminó a la 1 de la mañana del día siguiente. Toda la

ciudad era una fiesta.

En la mañana de ese día siguiente, la misma multitud que pedía la destitución de

Nava Castillo recibió entre vítores y aplausos al Gobernador interino Aarón Merino

Fernández que hasta el día anterior ejercía la gubernatura del entonces Territorio de

Quintana Roo. Por la misma calle, en la que se enfrentaron policías y estudiantes 15 días

antes, caminó el nuevo funcionario para hacer su entrada triunfal a la Universidad

Autónoma de Puebla. De manera atípica este episodio rebelde tuvo un final feliz. La

sociedad poblana era una olla de presión, el descontento era auténtico, pero se rumoraba

que a este desenlace contribuyó una añeja enemistad entre el General Nava Castillo y el

Presidente electo Gustavo Díaz Ordaz

En los meses siguientes la universidad y la dirigencia estudiantil se convirtieron en

una especie de bufete, jurídico, político y de gestoría al que acudían innumerables grupos

organizados de la población a quejarse y a solicitar apoyo para solucionar variados

conflictos con las autoridades. Huelgas, corrupción de funcionarios, despojo de tierras, etc.

No sólo quejas, también peticiones de obras y mejoras en los servicios públicos. La

admiración y la simpatía por los estudiantes llegaban a su punto más alto. “La

Universidad se había convertido en una fuerza política capaz de canalizar, negociar,

irritar o suavizar conflictos en la sociedad civil” Así nació la leyenda de la “universidad

popular”.

En el mes de noviembre el Directorio Estudiantil entregó al flamante Gobernador un

pliego de 48 peticiones –documento de antología– que trataba de sintetizar las demandas de

las varias organizaciones que participaron en la movilización. Asuntos de cese de

funcionarios, cobro de impuestos, edificios para las secundarias, la construcción de la

Ciudad Universitaria y hasta la compra de un nuevo camión-cisterna para el H. Cuerpo de

bomberos que así repondría al destruido el 14 de octubre durante la refriega. Este fue el

contexto social y político en el que se logró la fundación tanto de la Escuela de Filosofía y

Letras como de la Escuela de Economía.

En el punto 12 del susodicho pliego se lee: “Que el gobierno del Estado preste todas

las facilidades que estén de su parte para la creación de las escuelas de: Economía,

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Filosofía y Letras, Ingeniería Textil, Ingeniería Mecánica, Agronomía y Veterinaria y

Artes.”

Sólo las dos primeras contaban con promotores de tiempo atrás y en ese momento

dispuestos a asumir las tareas de su organización. El Consejo nombro sendas comisiones

para ocuparse de la elaboración de sus planes de estudios y de localizar y contratar

profesores. Para Filosofía y Letras se designó a los directores de las preparatorias diurna y

nocturna “Benito Juárez” el Profesor Enrique Aguirre Carrasco y el médico Francisco

Arellano Ocampo respectivamente, así también al Ingeniero Luis Rivera Terrazas,

Consejero Profesor de la Escuela de Físico-Matemáticas.

Para la Escuela de Economía se nombró al C.P. Félix Cortés, Director de la Escuela

de Contaduría y al estudiante Manuel Guzmán Pérez, miembro del Directorio Estudiantil y

Presidente de la Sociedad de Alumnos de la misma escuela, quien, aprovechando la euforia

del movimiento, había organizado la Asociación Pro Fundación de la Escuela de Economía.

Nos apuntamos en esta asociación un grupo de estudiantes preparatorianos junto con

algunos abogados y contadores.

El 5 de abril de 1965 el Consejo Universitario aprobó el funcionamiento de ambas

escuelas con sus planes de estudio diseñados por las comisiones respectivas que tuvieron

como referencia a sus homónimas de la UNAM. Se crearon plazas de tiempo completo para

sus profesores. El sueldo de estos parecía una desmesura comparado con el de hora-clase

con el que se sostenía el resto de la planta de docentes universitarios –con la excepción de

Físico-Matemáticas. Este contraste, manejado políticamente, habría de ser motivo y

pretexto para la descalificación agresiva de las nuevas escuelas en los conflictos que

vinieron después. La Escuela de Economía se estrenó participando de lleno en estas

desavenencias, tal vez por su matrícula inicial de cerca de 200 estudiantes, la mayoría

politizados en el conflicto del año anterior.

A diferencia de la Escuela de Economía la matrícula de Filosofía y Letras fue

exigua a excepción del Colegio de Psicología en la que se inscribieron 127 alumnos, a

Historia sólo llegaron a 10, otros tantos a Filosofía y únicamente 8 al Colegio de Letras

Españolas.

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No había pasado ni un año de aquel agitado octubre de 64, cuando un grupo de

consejeros universitarios propició la salida del Rector Lara y Parra. El mismo que fue

alzado en hombros por los estudiantes, ahora se le exigía que permaneciera 8 horas diarias

en la oficina de rectoría o que renunciara, siendo que el sueldo de rector era honorario y

vivía de su consultorio. La universidad se dividió. En abril de ese 1965 una turba de

estudiantes de Medicina atacó en el primer patio del edificio Carolino a otro grupo de

estudiantes de la Escuela de Economía afines a los profesores Aguirre y Arellano,

directores de la Preparatoria y fundadores de Filosofía y Letras. Así se abrió el paso para

que en septiembre de 1965 subiera a la rectoría el médico José F. Garibay. Vinieron dos

años de violentos conflictos intestinos. En marzo de 1966 un ataque perpetrado, otra vez,

por estudiantes de Medicina, contra la escuela Preparatoria, ya establecida en su nuevo

edificio de la colonia San Manuel, tuvo el propósito de destituir al Director Arellano

Ocampo.

Este episodio desató una huelga de 5 escuelas, incluida la nueva Escuela de

Economía. La huelga se desarrollaba con manifestaciones diarias en el centro de la ciudad y

con el secuestro de decenas de autobuses del servicio público urbano. En el clímax de la

huelga unas “pintas” en las paredes dela Escuela de Medicina sirvieron para azuzar a sus

estudiantes que se dirigieron al Edificio Carolino, sede de las huelguistas escuelas de

Economía, Ciencias Químicas y Físico-Matemáticas. Golpearon a varios estudiantes y

destruyeron mobiliario y equipo de oficina y de laboratorio. En protesta los profesores de

Físico- Matemáticas renunciaron en un desplegado público. La renuncia les fue aceptada de

inmediato y la escuela se cerró por varios años. El Sol de Puebla publicaba la noticia:

“Renuncian profesores rojillos de la Universidad”.

La huelga terminó con una batalla campal por la posesión del Edificio Carolino

cuya puerta principal fue destruida lanzado como ariete un camión del transporte público.

La puerta de acceso al gimnasio universitario fue quemada. El 3 de mayo el Consejo

Universitario expulsó a los tres miembros de la comisión fundadora de la Escuela de

Filosofía y Letras por su participación en la huelga. También son expulsados el director y la

consejera profesora de Ciencias Químicas y un numeroso grupo de estudiantes. El conflicto

no se resolvió, las manifestaciones continuaron, y como medio de protesta, durante algunos

días las clases de las preparatorias se impartieron en el Zócalo.

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El 26 de Julio del 1966, en otra batalla campal con cohetones y bombas molotov,

quedó parcialmente inhabilitado el edificio recientemente inaugurado de la Escuela

Preparatoria en San Manuel. Los estudiantes de la misma prácticamente fueron deportados

al Edificio de la Escuela de Medicina donde tomaban clases en condiciones de

hacinamiento. La planta de profesores fue diezmada para colocar otros catedráticos afines a

la Rectoría.

Un año después, en Julio de 1967 renuncia Garibay Ávalos a la Rectoría al perder el

control sobre el Directorio estudiantil después de unas agitadas elecciones —así era el

poder decisivo de la organización. Le sucede –en un acuerdo de compromiso entre los

bandos en pugna– una Junta Administrativa de cuatro miembros. Esa junta se integró con el

filósofo Joaquín Sánchez McGregor, Director de la Escuela de Filosofía y Letras, el

ingeniero Antonio Osorio, el abogado Amado Camarillo y el médico Rolando Revilla

quienes gobernaron la Universidad poblana hasta 1970.

A pesar de los oficios de la Junta Administrativa –por cierto, figura no reconocida

en la Ley Orgánica de la Universidad– los conflictos no cesaron y el 10 de julio de 1968, al

calor –para variar– de las elecciones para designar al Presidente del Directorio Estudiantil,

muere en una balacera un joven preparatoriano. Varios estudiantes son encarcelados por

este motivo. Ante esta desastrosa situación, el Consejo Universitario decreta la desaparición

del Directorio Estudiantil.

En cuatro años quedó hecho trizas lo “popular” de la Universidad poblana. La

ambición por el control de la Rectoría y el Directorio crecieron a la par del peso político de

la Universidad, peso político que se originara en los acontecimientos de octubre del 64. Así,

demandas legítimas dieron lugar a enfrentamientos atizados con malicia política. La

corrupción, el dinero y las prebendas ablandaron a los dirigentes. El gobierno haciendo

alarde de una tolerancia desmedida, pasó a alentar la impunidad en hechos de sospechosa

factura. Tal fue el caso de la destrucción e incendio de la llamada “zona de tolerancia” de la

90 poniente que en un acto vandálico en los primeros meses del 68 ejecutaron una pandilla

de jóvenes. La prensa dijo que eran estudiantes de la Universidad. Las prostitutas, que en el

64 habían apoyado sin restricciones al movimiento estudiantil, fueron vejadas y sus escasos

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bienes quemados y destruidos. De la imagen del estudiante “heroico” se pasó a la del

estudiante vándalo y del dirigente corrupto.

Un mes después de que fuera suprimida la organización estudiantil en la universidad

poblana, se desencadenó el capítulo mexicano del legendario movimiento de 1968. En la

capital del país se inicia la revuelta estudiantil que culmina trágicamente el 2 de octubre.

Los estudiantes poblanos participan en el 68 mexicano llevando a cuestas un lastre

negativo. Como suele decirse hoy: el “capital político” de la universidad fue derrochado y

desgastado por conflictos intestinos y deslavado por ríos de corrupción.

Después del intermedio de la huelga del 68, los conflictos intestinos regresaron.

Pero esa es otra historia: la de cómo la UAP se volvió “crítica” y “democrática” en el

contexto nacional de las secuelas del 68.

2. 20 años después

“el historiador no es un tipo determinado de persona, sino que cada persona es un tipo determinado de historiador”

Paráfrasis

En 1985, durante el rectorado del historiador Alfonso Vélez Pliego, algunos profesores

tuvimos la idea de publicar un tabloide que dedicara cada número a un episodio relevante –

según nosotros– de la historia de la universidad. Usando material de archivo hicimos

trabajo de aficionados y complementamos sus contenidos con artículos de opinión y temas

de la actualidad de entonces. Con el beneplácito de la “clase política” que rodeaba al

Rector, en noviembre de 1985 se presentó el número 0 del dicho tabloide que tuvo el

pomposo nombre de “2010 Nueva Universidad”i. 2010 era una referencia a una novela de

ciencia ficción que por entonces escribió Arthur C. Clarke y el agregado “nueva

universidad” fue una invitación a otear como sería

–a 25 años de distancia hacia el futuro– nuestra

universidad en el emblemático 2010. Escogimos

como Director a José Luis Victoria Toscano, un

querido amigo ya desaparecido, quien se encargó

de escribir los editoriales

Ese noviembre de 1985, en la Pinacoteca

Universitaria, hoy Casa de las Bóvedas,

presidieron la mesa de honor el mencionado Rector en funciones Alfonso Vélez Pliego, el

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Dr. Lara y Parra, el del 64 y el ingeniero Rivera Terrazas emblema de la universidad

“democrática, crítica y popular” de los 70.

Así empezó la publicación, que resultó esporádica, rudimentaria, artesanal y, a la

postre, precaria en recursos. Pero algo quedó de la intención de convocar y dialogar con los

personajes que habían sido protagonistas de los 20 años anteriores a 1985 en la

Universidad. Algo también quedo de la pluma de muchos universitarios que colaboraron

con la publicación durante más de 4 años en 12 números historiográficos y 5 extras de

temas de debate de aquellos años 80. Todo esto con el propósito de abrir una discusión

escrita sobre la Universidad.

El equipo que lo producía prácticamente, estaba formado por 3 economistas, 2

historiadores, 1 contador y 1 arquitecto. El Consejo Editorial, que como sabemos la

mayoría de la veces jugaba un papel honorario en las publicaciones, estaba conformado por

archivos vivientes –por así decirlo– 11 personajes de la historia universitaria de los cuales

7 ya se han marchado. Algunos de ellos colaboraron con sus artículos y proporcionaron

acceso a sus archivos personales.

El interés inicial de muchos se redujo al entusiasmo de unos pocos cuando se hicieron

patentes las aspiraciones encontradas de algunos colaboradores de Vélez Pliego para

sucederlo en la rectoría. Sin embargo, el equipo de producción siguió con la publicación

hasta fines de 1989 en medio de un conflicto más que culminó con la salida de la rectoría

del desaparecido Samuel Malpica Uribe, justo en el año de la caída del muro de Berlín.

Se dedicó el primer número al año 1956 de la Autonomía Universitaria y así

sucesivamente al 1961 de la Reforma Universitaria; al 1964 ya reseñado, 1965 dedicado a

la fundación de las escuelas de Economía y Filosofía y Letras. De estos dos últimos se

toman los datos de la primera parte de este ensayo; otro a 1968, por obvias razones, 1970 a

la fundación de la Preparatoria Popular “Emiliano Zapata” y otro a la fundación de los

sindicatos universitarios en 1975 etc.

En el 4º número el Dr. Arellano Ocampo, que desde su llegada a la Dirección de la

Escuela Preparatoria en 1962 había promovido con tres propuestas fallidas la creación de

Filosofía y Letras, 21 años después escribía:

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“Fue necesario esperar hasta 1964 para que al fin se nombrara a una Comisión

para la creación de Filosofía y Letras[…] no era posible crear todos los colegios

existentes en la UNAM por lo que solo serían 4: Filosofía, Letras Españolas,

Psicología e Historia […] en Puebla sólo contábamos con el Doctor Ángel Altieri

para Filosofía, el Maestro Carlos Colchero para Letras y el Doctor Vicente

Suarez Soto para Psicología…por tanto se hacía necesario invitar a personas con

experiencia de otras universidades…Así vinieron a reforzar el Maestro en

Filosofía Joaquín Sánchez Mcgregor y el profesor José Luis Balcarcel en esa

especialidad y Pablo García Cisneros en Psicología y también el Doctor José

Luis Centeno, destacado psiquiatra poblano y finalmente el maestro Juan Brom

en Historia…Finalmente se elige Director de la Escuela al Maestro Joaquín

Sánchez McGregor.”

Esta cita da cuenta de la precariedad cultural e intelectual de Puebla a mediados de

los 60 del siglo XX. Mientras en la universidad alemana, por ejemplo, la Filosofía y la

Historia brillaban desde los siglos XVIII y XIX, aquí se tenía que recurrir a la importación

de profesores de la ciudad de México.

Ese mismo 1986 y en el mismo número de 2010 el Ingeniero Rivera Terrazas

escribió:

“…en torno al plan de estudios y programas del Colegio de Filosofía…recuerdo

que había una idea central que fue ampliamente discutida con el Prof. Joaquín

Sánchez McGregor la que en resumen consistía en darle a la carrera de filosofía

un contenido científico acorde con los tiempos que nos ha tocado en suerte vivir.

[…] la idea nos llevó a incluir…asignaturas tales como Fundamentos de

Matemática; Historia de la Ciencia y la Tecnología en primer año; Fundamentos

de la Física en el segundo y finalmente, en el tercero, Lógica Matemática y

Fundamentos de la Biología. […] ante problemas como el infinito, la causalidad,

la lógica, el determinismo, la evolución etc. ¿qué puede decir un joven estudiante

de filosofía sin el recurso de los conocimientos científicos actuales? […] el total

de horas no representaba una carga excesiva que actuara en detrimento de la

preparación básica de los alumnos de esta carrera […] el que posteriormente

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hayan suprimido las materias científicas del programa filosófico…de ninguna

manera puede ser considerado como un avance y debe ser rediscutido”

Durante años Rivera Terrazas llamó la atención sobre este giro que hasta la fecha no

se ha considerado.

En septiembre de 1968, en el punto más grave de aquellos agitados tiempos, el

Maestro Sánchez McGregor, miembro del grupo Hiperión formado por discípulos de José

Gaos –traductor de Heidegger– pronunciaba las siguientes palabras a tres años de la

fundación de la Escuela de Filosofía y Letras:

“¿Por qué nos hacían falta? (los cuatro Colegios) Porque tales carreras

trasmiten el mensaje humanista, sin el cual carece la sociedad de una dirección

correcta y de la posibilidad de transformar la información en valores

formativos, sentando además las premisas para que el alumno realice la más

apasionante de todas las indagaciones: la del ser humano […] nuestra joven

escuela de Filosofía y Letras recoge la mejor herencia del Colegio Carolino y del

Colegio del Estado (y) procura darles un nuevo sentido a los valores hoy en crisis

a sabiendas de que sin ellos puede sobrevenir el colapso de la cultura e incluso

del género humano”.

Cada uno de los números del tabloide 2010 señaló un hito que era significativo en 1985.

Y cada uno a su vez tuvo, en su momento, su ración conmemorativa. Poco a poco se fueron

apagando los recuerdos vivos de cada uno de ellos. ¿A quién puede interesarle que la

autonomía universitaria cumpla 60 años este 2016? ¿Qué significado tiene eso?

Después del episodio editorial del tabloide 2010 se puso de moda “rescatar” la historia

de la Universidad Autónoma de Puebla. No que no hubiera antecedentes, sino que se volvió

algo que alentó nuevas publicaciones al respecto. Por ejemplo, durante la gestión del C.P.

Alfonso Yáñez Delgado en el Archivo Histórico Universitario la gaceta oficial se dedicó a

publicar material escrito y gráfico sobre el tema. También se han publicado algunos libros y

ensayos.

Con motivo de que el 2015 se cumplieron 50 años de la fundación de la Escuela de

Filosofía y Letras, hoy Facultad, se organizaron conferencias, mesas redondas, encuentros,

publicaciones y demás. Un llamado Memorial a 50 años de la Fundación se propuso, como

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su nombre lo indica, reunir a personas para evocar vivencias de su paso por esta institución.

Muchos participaron en una especie de catarsis abriendo la llave de los recuerdos y las

añoranzas para contar anécdotas. Uno no podía estar en todas las mesas escuchando

fragmentos inconexos.

Ni siquiera la Historia Cultural puede historiar las miles de horas pasadas por miles de

estudiantes y cientos de maestros en las aulas a lo largo de 50 años. A quien le importa. Así

como los mapas son una abstracción del espacio, las historias son un “mapeo” del tiempo y

de la temporalidad del ser humano. Del tiempo vivido. Y justamente porque el mapa

geográfico es una abstracción, no puede cubrir la tierra con precisión 1a1. O tendría que

convertirse en la tierra misma.

En los 50 años que lleva de funcionar la hoy Facultad de Filosofía y Letras, de los

cuatro colegios originales se fugó el de Psicología. También otros proyectos posteriores

incubados y arropados por Filosofía y Letras se fueron de su seno: la hoy licenciatura en

Lenguas Modernas —fundada con el nombre de Licenciatura en Lingüística Aplicada a la

Enseñanza de Lenguas Extranjeras— y también el posgrado en Ciencias del Lenguaje. Por

otro lado el posgrado en Ciencias Sociales, el primero en establecerse en la BUAP,

permanece congelado con todo y registro oficial. Nadie habló de todo esto. Celebrar un

cumpleaños es posible, conmemorar, en el sentido de recordar al unísono, es una aporía. Ya

sé que los diccionarios insisten en definir “conmemorar” como “Recordar solemnemente

algo o a alguien, en especial con un acto o un monumento.”(RAE), pero insisto en que cada

quien recuerda sus experiencias, lo demás se nos hace saber de algún modo, uno de esos

modos es la ciencia histórica.

3. La ciencia histórica y la conmemoración.

“Para tener una nueva visión del pasado es necesario, previamente, tener una nueva visión del

futuro”.- Theodore Zeldin

“La crítica de la fiebre conmemorativa, desarrollada desde los años 1980, nos alerta

sobre un doble peligro: considerar que la historia no es más que un recuerdo de los

acontecimientos pasados, y simultáneamente una reserva cómoda para justificar ciertas

opiniones respecto a la actualidad (…) de todas formas los historiadores tienen que ocupar

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el espacio de las conmemoraciones, aunque estén insatisfechos con su contenido. Para estar

más cerca de la sociedad, tienen que hacerse oír” escribió Patrick Boucheronii.(2015)

En la conmemoración de los 50 años de la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP

los historiadores estuvieron cerca, pero no los oí. Tal vez porque no tuvo o no tiene la

menor importancia o porque todos estuvieron satisfechos con su contenido.

Guardando las proporciones, y pasando al otro extremo de las dimensiones, en un libro

escrito por Steve Pincus: 1688, la primera revolución moderna, (2013)iii

dicho autor,

historiador de la Universidad de Yale, dedica el primer capítulo que titula “El

desmantelamiento de una revolución” a este asunto. Escribe que:

“Muchos británicos del siglo XVIII no sólo creían que la revolución de 1668-1669

señalaba un momento crucial en su historia, sino que, además consideraban que era un

ejemplo para el resto del mundo. A comienzos del siglo, Molesworth pensaba que ‘ningún

hombre podía ser un sincero amante de la libertad, ni ser un sincero exponente de los

principios de la revolución, si no estaba a favor de ampliar y comunicar esa bendición a

toda la gente” (op cit. 25)

Más adelante continúa:

“Hacia la década de 1980, concluía Barry Price, el autor de un informe

gubernamental sobre el tricentenario, la revolución era un periodo relativamente

desconocido en nuestra historia (y) recordaba que en sus días de estudiante ‘1668 era un

agujero negro en nuestro programa de estudios de historia.’ […] La revolución gloriosa,

opinaba Patricia Morrison del Daily Telegraph era un acontecimiento ‘poco

taquillero’…Al final el tricentenario de la revolución de 1668 pasó casi inadvertido”

La frase de la Morrison es reveladora: hay un mercado de historias, se compran y se

venden. Pero además, resulta curioso que la dicha revolución gloriosa esté marcada por el

hecho de que un grupo de ingleses poderosos propiciaran una invasión extranjera para

imponer como rey al holandés Guillermo de Orange, con quien habían guerreado apenas

unos años antes. Es como si los mexicanos celebráramos como revolución gloriosa al

imperio de Maximiliano si este hubiera tenido éxito y con él aquellos que lo invitaron.

Pero volviendo al libro de Pincus; el autor haciendo gala de una acuciosa investigación,

muestra que la revolución del 1668 en Inglaterra fue una revolución violenta, disgregadora

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y que trasformó profundamente todos los órdenes de la vida política y social. En suma fue

la primera revolución moderna. Frente a otras interpretaciones historiográficas señala que

su trabajo está ubicado tomando en cuenta el contexto continental europeo y el del resto del

mundo.

Sin embargo, lo más interesante a mi modo de ver para el tema que nos ocupa, es

cuando en el segundo capítulo titulado que titula “Replantearse las revoluciones” señala

que frente a las teorías dominantes que han insistido en que una revolución enfrenta a los

revolucionarios con un régimen que se resiste a la modernización, él dice:

“sugiero que las revoluciones se producen sólo cuando los Estados se han

embarcado en ambiciosos programas de modernización estatal…pero hay profundos

desacuerdos sobre el rumbo adecuado de la innovación estatal. […] La modernización

estatal, en cuanto objetivo y proceso políticos, es un prerrequisito necesario para la

revolución […] los movimientos sociales no provocan una revolución a menos que la

modernización estatal ya se haya puesto en marcha” (66)

Pincus se refiere a diversos casos europeos en el mismo siglo XVII y cita a Tocqueville:

“La experiencia nos enseña que el momento más peligroso para un mal gobierno es cuando este

intenta enmendarse” Más adelante insiste “Las revoluciones del siglo XX siguieron el mismo patrón

que las de los siglos XVII y XVIII.”

Se refiere a Rusia, Turquía, China a Irán e incluso a Cuba y otros más. Y como ahora está

de moda y da “cache” entre los historiadores mexicanos reivindicar la figura de Porfirio Díaz citaré:

“El presidente de México, Porfirio Díaz, había iniciado una serie de reformas que el historiador

Friederich Katz ha bautizado el ‘porfiriano camino a la modernidad’. Díaz modernizó el ejército

mexicano a la manera prusiana, convirtiéndolo en una carrera accesible a los talentos” Dice Pincus

y podría agregar un largo etcétera. Entre otros la construcción de la red ferroviaria mexicana. Pero

no hay que olvidar que Nicolás II de Rusia también mandó construir la portentosa vía del ferrocarril

transiberiano y aun así. Claro, también hay quien “añora” a la dinastía Romanoff.

Mientras que Pincus relata cómo se fue desvaneciendo la tradición celebratoria de la

revolución inglesa, a una distancia de 300 años, pienso que a propósito de Rusia, va a ser

complicado para su gobierno “conmemorar” el año próximo el centenario de la revolución

bolchevique. Si bien Rusia no pasó por un proceso semejante y traumático como fue la

“desnazificación” en la Alemania de posguerra, sin embargo resultan provocadores, tanto un caso

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como otro, para reflexionar sobre el sentido fallido de la “conmemoración” como dispositivo

político. Ahí hay algo más que no se ve o no se quiere ver.

El multicitado Pincus se pregunta en la página 27 de la 1200 que dedica a la revolución

inglesa: “¿Por qué la revolución de 1668-69 se desvaneció en la imaginación popular? ¿Por qué un

acontecimiento que en un tiempo fue casi universalmente considerado la piedra de toque de la

identidad británica se convirtió en un oscuro hecho sólo familiar a los anticuarios cultos?”

Tal vez porque la imaginación popular no está en ningún lado, o porque la identidad

británica o nacional es una entelequia. Entelequia que, con sus derivados, sirve para ocultar el

carácter histórico de lo que llamamos estado-nación.

Sugiero que asumamos –aunque sea como tanteo teórico- que la ciencia histórica, en un

sentido muchas veces involuntario, es una productora de mitos, generalmente para uso oficial. Así

podríamos entender satisfactoriamente el asunto de la “conmemoración” como reforzamiento de un

patrón cultural. Creo que el término se ha usado como sustituto laico del sentido del rito religioso.

Para que las piezas embonen, habría que desechar el significado del término “mito” como sinónimo

de lo falso o de la mentira. El mito debería ser considerado justamente un patrón cultural que incide

en cada individuo social para definir sus comportamientos cotidianos. Como un relato canónico, es

decir como un generador de reglas y las reglas –escritas y no escritas- son cursos de acción

organizados. Así la narrativa que está detrás de las reglas se proyecta hacía el futuro por obvias

razones. La conmemoración, como el rito, son dispositivos regulatorios, incitadores, admonitorios o

simplemente, pacificadores e inocuos, según el caso y los intereses del que promueve. Como dice

Robert Cover en Nomos and Narrative: “No existe conjunto de instituciones o prescripciones

legales independientes de las narraciones que lo instauran y le confieren significado. Por cada

Constitución hay una epopeya, por cada decálogo una Escritura.” (2003)iv

La dimensión de la importancia del relato es lo de menos. Pienso en el modelo fractal. Si

genera comportamientos canónicos es un mito. Cuando evoco mis recuerdos de 1964 en la primera

parte de este ensayo no conmemoro, evoco desde 2016, pero no invito a un ritual, no pretendo re-

presentar una epopeya ni revivir glorias pasadas, sino relatar experiencias personales ubicadas en un

acontecimiento social que dio origen a un mito de corta duración y de poca amplitud. Hago el papel

de anticuario, algo como descubrir una vieja fotografía en el cajón del abuelo. Pero viví el

acontecimiento y sus conmemoraciones; ya después, su desmantelamiento, su reducción a la

insignificancia y escuché los reproches y frustraciones por la “traición a los ideales y principios”,

actitud típica de quienes no vivieron esa historia. Tal es el ciclo de las revoluciones modernas,

incluido el intento de escribirle historias “taquilleras”, repito, guardando las proporciones.

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Ahí dejo las cosas sobre este tanteo teórico. Los científicos sociales podrían descorazonarse

o acaso indignarse al vislumbrar los vericuetos que conducen a que sus descubrimientos “objetivos”

se conviertan en otros tantos medios de la propaganda o de la mercadotecnia política. Pero así es la

modernidad: no hay vuelta de hoja.

Junio de 2016

i Colección depositada en el Archivo Histórico de la BUAP. ii Patrick Boucheron: “Los historiadores deben ser indisciplinados” en Historia Global Online http://goo.gl/wa4oPK. Consultado 7 de junio de 2016. iii Steve Pincus (2013) 1688. La primera revolución moderna. Barcelona. Acantilado iv Citado por Jerome Bruner en La fábrica de historias (2003) México. FCE. P. 28