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Actas XIV Congreso AIH (Vol. III). Pedro ÁLVAREZ DE MIRANDA. El «Viage de un filósofo a Se... - El Viage de un filósofo a Selenópolis ( 1804) y su fuente francesa Pedro Álvarez de Miranda UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE MADRID LA OBRITA DE QUE voy a ocuparme en esta comunicación es un curioso relato fantástico, doblado de utopía, que vio la luz en Madrid en 1804. Solo a unos pocos estudiosos interesados por ese tipo de obras, ciertamente no muy abundantes en la literatura española (al menos en términos relativos), ha llamado la atención; y puesto que, siendo yo uno de ellos, puedo haber contribuido involuntariamente a que circulara acerca de dicho relato-por lo que ahora se verá-una información desorientadora, la redacción de estas páginas viene a suponer para mí algo así como la liquidación de una deuda personal varias veces aplazada. Comenzaré por dar una idea del contenido de la obra, y por exponer cuál ha sido hasta aquí su recepción crítica. El librito de que hablo es un pequeño volumen de 182 páginas, que lleva por título Viage de un filósofo a Selenópolis, corte desconocida de los habitantes de la Tierra. Escrito por él mismo y publicado por D. A.M. y E. Madrid: Por Gómez Fuentenebro y Compañía, 1804. El capítulo más llamativo de esta peculiar novela es sin duda el primero, que lleva por título «Relación del viaje del filósofo, que puede leerse como prólogo». Escrita en primera persona, el protagonista nos explica ahí que su afición por las cascadas o cataratas de agua le llevó a conocer las más impresionantes del mundo, las del Niágara. Cuando las está contemplando desde una montaña próxima se encuentra repentinamente con un vagel de estructura singular, cuyo fondo movible podía recibir alternativamente una forma convexa y cóncaba. El maderage era de corcho, el árbol de navío de caña, las velas de un texido muy tupido y superior por su finura a nuestras mejores telas, y todo el cordage de estos hilos llamados cabellos de ángel; el equipage tenía por remos unos avanicos enormes, y por áncora una especie de escaravajo con una cola tan larga como la de un cometa de la sexta clase, llena de innumerables vegigas (p. 11). En esta extraña nave se están embarcando «infinita multitud de personas, las más del bello sexo», y el filósofo decide seguirlas. En cuanto lo hace, la portentosa máquina 43 -t .. Centro Virtual Cervantes

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El Viage de un filósofo a Selenópolis ( 1804) y su fuente francesa

Pedro Álvarez de Miranda UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE MADRID

LA OBRITA DE QUE voy a ocuparme en esta comunicación es un curioso relato fantástico, doblado de utopía, que vio la luz en Madrid en 1804. Solo a unos pocos estudiosos interesados por ese tipo de obras, ciertamente no muy abundantes en la literatura española (al menos en términos relativos), ha llamado la atención; y puesto que, siendo yo uno de ellos, puedo haber contribuido involuntariamente a que circulara acerca de dicho relato-por lo que ahora se verá-una información desorientadora, la redacción de estas páginas viene a suponer para mí algo así como la liquidación de una deuda personal varias veces aplazada.

Comenzaré por dar una idea del contenido de la obra, y por exponer cuál ha sido hasta aquí su recepción crítica. El librito de que hablo es un pequeño volumen de 182 páginas, que lleva por título Viage de un filósofo a Selenópolis, corte desconocida de los habitantes de la Tierra. Escrito por él mismo y publicado por D. A.M. y E. Madrid: Por Gómez Fuentenebro y Compañía, 1804.

El capítulo más llamativo de esta peculiar novela es sin duda el primero, que lleva por título «Relación del viaje del filósofo, que puede leerse como prólogo». Escrita en primera persona, el protagonista nos explica ahí que su afición por las cascadas o cataratas de agua le llevó a conocer las más impresionantes del mundo, las del Niágara. Cuando las está contemplando desde una montaña próxima se encuentra repentinamente con

un vagel de estructura singular, cuyo fondo movible podía recibir alternativamente una forma convexa y cóncaba. El maderage era de corcho, el árbol de navío de caña, las velas de un texido muy tupido y superior por su finura a nuestras mejores telas, y todo el cordage de estos hilos llamados cabellos de ángel; el equipage tenía por remos unos avanicos enormes, y por áncora una especie de escaravajo con una cola tan larga como la de un cometa de la sexta clase, llena de innumerables vegigas (p. 11).

En esta extraña nave se están embarcando «infinita multitud de personas, las más del bello sexo», y el filósofo decide seguirlas. En cuanto lo hace, la portentosa máquina

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se eleva y conúenza un viaje que les conducirá hasta la Luna, donde, sin embargo, nuestro narrador sufre la decepción de comprobar que todo es «lo núsmo que en nuestra tierra» (p. 15). Desilusionado por encontrar allí los núsmos vicios y defectos que en nuestro planeta, y deseoso por tanto de volver a él, se encuentra con «un viejo venerable» llamado Arzames. Él también es extranjero en ese lugar, aunque habitante de la Luna, «pero---según le dice---del enúsferio opuesto a este en que nos encontramos, país que no se ve desde la tierra y al qua! llamamos nosotros América» (pp. 16-17). Arzames le explica que los dos continentes o henúsferios de la Luna están separados por inmensos océanos, y que él ha llegado a esa cara visible del satélite atravesándolo de parte a parte por su interior, bien protegido por unas «sábanas de anúanto» para no quemarse. Decepcionado él también de lo que allí ve, está decidido a regresar a su «América», e invita al filósofo a que le acompañe. Dicho y hecho:

Habiendo hecho los dos la provisión suficiente de vestidos para efectuar nuestro viage sin riesgo, dexamos con gusto estos pueblos ignorantes, nos arrojamos a un bolcán profundo y fuimos llevados en pocos instantes por una línea recta (pues la luna es una esfera perfecta) a los Antípodas, que el vulgo del país que nosotros dexamos ni aun se sospechaba que existiesen. En dos jornadas llegamos por unos canúnos cubiertos de planchas de hierro, anchos, cómodos y con filas de árboles útiles, a Selenópolis, capital del imperio de los Selenitas donde tenía su residencia el sabio Arzames (p. 21).

Como se ve, el conúenzo de la obra es de una imaginación desbocada, y los hechos se suceden a velocidad trepidante. Pero a partir de este punto, como suele ocurrir en tantas ficciones sinúlares, la acción se detiene, lo narrativo desaparece, y a lo que asistimos es a la descripción estática de una sociedad ideal, en este caso la sociedad selenítica, descripción entreverada de críticas indirectas--cuando no directísimas-a esta terrenal sociedad nuestra. Del viaje imaginario o fantástico hemos pasado a la utopía, con la fuerte carga crítica que el género comporta. En definitiva, se trata, como es bien sabido, de dos modalidades literarias que numerosas veces se han combinado en fecunda simbiosis.

Siguen, pues, dos capítulos dedicados a la educación de los selenitas, otros dos al «estado de la literatura en la nación Selenita», tres sobre los «usos, costumbres y opiniones» de sus habitantes, otro sobre las modas, otro sobre el «uso de la Medicina entre los Selenitas», etc. Tras de lo cual, el relato se liquida en un par de páginas, y de modo más bien decepcionante, pues nuestro protagonista descubre, y nos revela a los lectores, que todo cuanto ha vivido y descrito no ha sido sino producto de un sueño.

En definitiva, y pese a cierta indisimulable torpeza narrativa, hay algo en el Viage de un filósofo que llama poderosamente la atención: la original combinación de viaje a la luna y viaje a los antípodas, con el consiguiente paralelismo entre las dos caras de la Luna y los dos mundos de nuestra Tierra: el mundo «civilizado» occidental, sumido en maldades y corrupciones, es Europa, y tiene su correlato en la cara visible de la Luna; pero hay otro mundo diametralmente opuesto a él, un mundo feliz y perfecto, que está

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situado al otro lado del inmenso océano: en nuestro planeta sería América, la tierra de promisión, pero de lo que aquí se nos habla es de la América de la Luna, allá en su otra cara oculta e invisible: Selenópolis.

Ya en 1973 Juan Ignacio Perreras (155) apuntó la posibilidad de que las iniciales que aparecen en la portada de la obrita correspondieran a cierto olvidado escritor llamado Don Antonio Marqués y Espejo, atribución correcta a la que pude aportar un dato confirmatorio, como luego veremos. Entre tanto, se publicó el fundamental artículo de Momoe Z. Hafter sobre los viajes imaginarios del XVIII español, trabajo en el que el Viage de un filósofo recibía destacada atención. Y también se la presté yo, desde luego, en un extenso estudio sobre utopías y viajes imaginarios dieciochescos que vio la luz en 1981.

Tanto Hafter como yo creímos, de buena fe-por lo que a mí hace, no me explico ahora mi ingenuidad de entonces-, que el Viage de un filósofo era obra original española. Don A. M. y E. no solo no confesaba lo contrario, sino que había borrado cuidadosamente las pistas que condujeran a la desconfianza 1• La verdad es que si hoy consultamos las entradas que a Marqués y Espejo se le dedican en la Biblioteca de escritores de la provincia de Guadalajara de Juan Catalina García o en la Bibliografía de Aguilar Piñal nos damos cuenta de que había razones para la sospecha, pues abundan entre ellas las traducciones2

En cierta ocasión, leyendo la excelente historia literaria de las utopías de Raymond Trousson, supe de la existencia de una obra francesa de 1761 intitulada Le voyageur philosophe dans un país inconnu aux habitants de la Terre, a cargo de un «Mr. de Listonai» que era seudónimo de Daniel de Villeneuve. No solo por el título, sino sobre todo por el resumen que de ese relato hacía Trousson (136-137), se me hizo evidente---con la decepción y el disgusto que cabe imaginar-que la obra presuntamente escrita por nuestro Marqués y Espejo era, sin lugar a dudas, una traducción encubierta de dicha obra francesa. Mas como esta, por el momento, no me resultaba accesible, no volví sobre el tema.

Ahora bien, la información que brindaba Trousson tampoco escapó a la diligencia de otro investigador, Martín Jamieson, que se me adelantó publicando una brevísima nota elocuentemente titulada «El Viaje a Selenópolis, utopía francesa, no española», en la que muy justamente nos reprendía a Perreras, a Hafter y a un servidor por nuestra inadvertencia. Tiempo después, el propio Jamieson se explayó algo más sobre el asunto en un artículo, pero-y esto es decisivo para comprender mi actual propósito---sin haber podido ver la obra francesa.

Mientras tanto, el Viage de un filósofo había saltado, como obra española, a estudios algo más difundidos, como el muy meritorio libro de Joaquín Álvarez Barrientos sobre

1 Un reseñador coetáneo, J[osé] M[aría] de C[arnerero], también cayó en la trampa: opinó que la obra «no carece, baxo ciertos aspectos, de invención y originalidad» (Memorial literario. Biblioteca periódica de Ciencias y Artes, 1805, II, p. 100).

2 Marqués publicó asimismo un Diccionario feyjoniano, o Compendio metódico de varios conocimientos críticos, eruditos y curiosos utilísimos al pueblo (Madrid, 1802, 2 vols.), que es una miscelánea alfabética hecha a base de textos de Feijoo.

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la novela del XVIII, o el de Isabel Román Gutiérrez sobre la del XIX; e incluso a obras de consulta como el Diccionario de literatura española e hispanoamericana dirigido por Ricardo Gullón. Peor aún: el profesor Nil Santiáñez-Tió iniciaba precisamente con el relato de Marqués su recorrido por la ciencia ficción del XIX, considerando la obrita, una vez más, como española (y, dicho sea de paso, sin conocer no ya los trabajos de Jamieson, sino ni siquiera el de Hafter ni el mío).

Estas circunstancian alentaban el propósito de expiar aquella mi ingenuidad juvenil, pero ello no era posible sin conseguir una copia de la novela del muy olvidado Listonai o Villeneuve. Ahora que ya dispongo de ella3, se impone un examen comparativo de ambos textos, con el único propósito-bien modesto, desde luego-de dejar las cosas en su sitio, precisando, en lo posible, el alcance y demás circunstancias de la traducción.

Los estudios sobre traducciones han proliferado extraordinariamente en los últimos tiempos, y, por lo que a las del XVIII se refiere, sabemos del nulo o escaso respeto que los trasladadores tenían hacia el original. Cuando, como en el caso que estudiamos, la osadía llegó al extremo de escamotear la existencia misma de tal original, no puede extrañarnos que Marqués y Espejo hiciera de su capa-estoy por decir de su sotana, pues era presbítero-un sayo.

Así ocurre también en esta ocasión, y hemos de empezar destacando el hecho de que el librito que publicó Marqués y Espejo sea el resultado de una drástica selección operada sobre un original mucho más extenso. En efecto, Le voyageur philosophe dans un pais inconnu aux habitans de la Terre (Amsterdam, 1761) ocupa dos volúmenes de XXII+ 339 y 384 páginas, respectivamente. De todo ese conjunto, Marqués se quedó tan solo con una pequeña parte, como lo muestra el siguiente esquema:

Le voyageur philosophe

Tomel

Épitre a moi-meme

Discours préliminaire

Chap.I: Relation du Voyage.

Viage de un filósofo

Relación del Viage, que puede leerse como prólogo.

3 Gracias a la amabilidad de Elena V arela, que se ocupó de obtenerla para mí en la Biblioteca Nacional de París.

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EL VIAGE DE UN FILÓSOFO A SELENÓPOLIS (1804) . ..

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Chap.ll: Description succinte de Sélénopo-lis .

Chap.III: Connoissances Physiques a la portée du Peuple.

Chap.IV : Connoissances Métaphysiques a la portée du Peuple.

Chap. V: Vanité des Nations.

Chap.Vl: De l'Éducation Selenita.

Chap. Vil : État de la Littérature chez les Sélénites.

Chap. VIII: Coutumes, Usages et Opinions des Sélénites.

Tome ll

Chap. l : Des Loix et de la Jurisprudence.

Chap. ll: De la Médecine.

Chap. lll: Des Modes.

Chap. IV: Du Théátre. Chap. V: Du Despotisme. Chap. VI: Del' Analogie.

Chap. Vil: Traits de Morale.

Chap. VIII. Gallerie de Curiosités et de choses perdues sur la Terre, qui se

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Cap. I: Educación de los Selenitas. + Cap. II: Continuación del antecedente

sobre la educación de los Selenitas.

Cap. III : Estado de la literatura en la na-ción Selenita.+ Cap. IV: Prosigue el diálogo entre Arzames y el Filósofo sobre el estado de la Literatura en Selenópolis.

Cap. V: Usos, costumbres y opiniones de los Selenitas + Cap. VI: Continúa la descripción de los usos, costumbres y opiniones de los Selenitas. +

Cap. VII: Prosíguese con la descripción de los usos y costumbres de los Seleni-tas.

Cap. Vlll: Biblioteca particular del bello sexo selenítico, por la que se arregla su moral.

Cap. XI: Uso de la Medicina entre los Se-lenitas.

Cap. IX: De las modas, consideradas según su estado en el país de los Selenitas.

Cap. X: Rasgos de Moral.

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trouvent recueillies dans la Lune. Chap. IX: Essai sur les Animaux. Chap. X: Préjugés justifiés Chap. XI: Del' Attraction Intellectuelle.

Pour servir de supplement a la Philo-sophie de Newton.

Chap. XII: Livres a faire sur la Terre. Chap. XIII: Découvertes a faire sur la Te-

rre. Chap. XIV : Avertissement sur les quatre

Chapitres suivans. Chap.XV: Questions frivoles en apparen-

ce, et dont il seroit curieux et meme utile d'avoir la solution.

Chap. XVI: Questions sur lesquelles el n'y a que des conjectures, la plupart vrai-semblables, mais sans démonstration.

Chap. XVII: Questions Morales et Métaphysiques.

Chap. XVIII: Questions insolubles pour tout Étre borné a cinq sens, sur les-quelles il est libre a tout Philosophe d'adopter ou de se former un sisteme pour sa propre satisfaction, convaincu qu'il n'est pas donné a l'esprit humain de les résoudre.

Chap. XIX et Dernier: Fin du Voyage.

PEDRO ÁLV AREZ DE MIRANDA

Cap. XII y último: Fin del Viage del Filó-sofo.

Como se ve, el traductor descarta los dos textos introductorios, la «Épí'tre a moi-meme» y el «Discours prélirninaire», y convierte el primer capítulo, la «Relación del viage», en algo que «puede leerse como prólogo», lo que no deja de ser paradójico, pues es sin duda lo más narrativo, lo más «novelesco», de toda la obra. Después, aprovecha tres capítulos del tomo 1, que él fragmenta más, convirtiéndolos en siete: son los dedicados a la educación, a la literatura y a las costumbres, usos y opiniones de los Selenitas. Y otros tres del tomo U-más breves-, los dedicados a la medicina y a las modas y el titulado «Traits de Morale», capítulos que, dispuestos en otro orden, pasan a ser el noveno, el décimo y el undécimo de la versión española. Finalmente, el brevísimo capítulo final con el que el autor francés liquida el relato (un relato que, a decir verdad, había dejado de ser tal) también pasa al Viage de un filósofo. En conjunto, lo aprovechado para Ja traducción supera apenas el 20% del original francés, es decir, una quinta parte de él.

No es fácil explicar en todos los casos esas elecciones, ni esos descartes . Si podemos considerar que nuestro traductor, más «traditore» que nunca, hizo bien en despojar a la ficción de buena parte de la carga digresiva, ensayística y científico-

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filosófica que contiene, no se entiende en cambio por qué prescindió del capítulo segund~ue para él hubiera sido el primero-, o sea, de la descripción de Selenópolis, elemento esencial en toda utopía. El lector español, por tanto, no pudo conocer el característico diseño cuadriculado y altamente racional de la urbe ideada por Daniel de Villeneuve. Ahora bien, enseguida se internaba el autor francés en una dilatadísima explicación de los conocimientos físicos y metafísicos comunes entre los Selenitas, muy superiores por cierto a los de los terrícolas debido a que los compatriotas de Arzames, según explica este al atónito filósofo, habían conseguido dotarse de un sexto sentido inexistente entre los moradores de nuestro planeta. Marqués prescindió también de todo eso, y se diría que, arrastrado por la conocida obsesión pedagógica de la Ilustración española, decidió privilegiar el tema de la educación-no en vano es esta para Listonai «el objeto más importante de la Legislación» (p. 23)-, comenzando con el capítulo a ella dedicado su descripción de la sociedad selenítica. Optó después, como sabemos, por los capítulos sobre la literatura, las costumbres, las modas, la medicina, y esa selección dio como resultado, inevitablemente, una ficción utópica más pobre y limitada que la del original. Con todo, la misma disposición acumulativa de este género de obras, en las que la presentación de la sociedad ideal resulta de la mera yuxtaposición estática de secuencias descriptivas más o menos independientes, favorecía la traducción parcial y selectiva, sin que apenas se notaran los cortes ni las suturas.

En cuanto a la propensión digresiva, es común a Villeneuve y a Marqués y Espejo, y llega en este último al extremo de integrar en «SU» Viage de un filósofo un capítulo completamente postizo, el octavo, que lleva el título de «Biblioteca particular del bello sexo Selenítico, por la que se arregla su moral». Apoyándose en el contenido digamos «feminista» de la utopía que está traduciendo4

, y convencido de que aquella disposición lineal y acumulativa lo admite todo, Marqués no tiene reparo en endilgamos en este capítulo--el único, en toda la obra, que no es traducción de Villeneuve-tres textos procedentes de una supuesta biblioteca en que las mujeres de Selenópolis «han reunido los papeles más raros y propios de su sexo» (p. 118). Pero la verdadera razón de ser de ese capítulo es bastante más pedestre y oportunista. Resulta que, en enero de 1804, don Antonio Marqués y Espejo había solicitado permiso para publicar un periódico que iba a titularse Liceo general del bello sexo, de contenido misceláneo y dirigido al cada vez más abundante público lector femenino. Aunque en el expediente que sobre el asunto

4 «Con muy corta diferencia relativa a la constitución y a las funciones propias de cada sexo en particular-dice Arzames-, la educación de nuestras mugeres es la misma que la de los hombres. Llegamos a conocer el abuso de la ignorancia con que se criaban antes las niñas sobre ciertas materias cuya propiedad y exercicio son comunes a toda la humanidad. Se ha visto por experiencia que, comunicándolas las luces de que una falsa y miserable preocupación las había privado, la carrera de las ciencias y de las artes se ha extendido, y que la sociedad gana mucho en ello sin que pierda nada la economía doméstica, ramo perteneciente a esta bella mitad del mundo» (pp. 35-36). En vista de esto último, se comprenderán todas las reservas con que hablo, entrecomillando la palabra, de contenido «feminista»; el cual, por lo demás, queda definitivamente en entredicho en manos de Marqués, a juzgar por la «moral» que destila la mentada «Biblioteca».

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conserva el Archivo Histórico Nacional5 constan dos censuras favorables, el periódico, por alguna razón, no llegó a publicarse. En vista de lo cual, nuestro presbítero decidió embutir en la inconfesada traducción en que por esas mismas fechas trabajaba parte del material que tenía previsto ofrecer en el frustrado periódico; en concreto, dos de las tres cartas de mujeres que integran el referido capítulo figuran también entre los materiales previstos para los primeros números de aquel6• Todo lo cual resulta muy revelador de los no muy escrupulosos expedientes de que hubieron de servirse en la época ciertos profesionales de la pluma firmemente decididos a vivir de ella.

Por lo demás, cabe decir que la traducción de los capítulos de Villeneuve con que su robador transpirenaico decidió pergeñar la versión española sigue, en general, con bastante fidelidad el texto francés, con supresiones menores que unas veces pueden explicarse por corresponder a pasajes con referencias difícilmente comprensibles para el público no galo y otras por razones de prudencia doctrinal. Así, se suprime, por ejemplo, un pasaje relativo a la ausencia, en Selenópolis, de imágenes antropomórficas de la divinidad. Otras veces el traductor decidió introducir alguna modificación para adaptar el texto al público español. Por ejemplo, cuando Villeneuve, en su encendida defensa de la prosa frente a la versificación, menciona «la Henriade, l' Art poetique, Cinna, Athalie, le Misanthrope» como obras que merecerían ser prosificadas (1, p. 244 ), Marqués habla de «traducir en prosa la Araucana, la Raquel, Virginia, &c.» (p. 51).

No merece la pena, sin embargo, que nos detengamos más de la cuenta en mostrar las estrategias del poco escrupuloso Marqués. El interés debería desplazarse, si acaso, hacia la obra de Villeneuve, que sin embargo no parece haberlo despertado apenas entre los historiadores de una literatura que cuenta con muchas otras obras más estimables dentro del mismo género. Solo conozco una monografía dedicada a Le voyageur philosophe, el trabajo de Carmelina lmbroscio en que se subraya el carácter especular de la ficción: la Luna como espejo que nos devuelve una imagen simétrica de la Tierra. De ese espejo, roto en las manos de un oscuro plumífero que, casualmente, así se apellidaba, los lectores españoles solo llegaron a conocer unos cuantos fragmentos.

Por mi parte, lamento que esta pequeña historia haya sido la de una decepción. Si alguna enseñanza puede derivarse de ella, es sin duda la conveniencia de no olvidar nunca lo extendida que estuvo la práctica de la traducción encubierta e inconfesada en la producción literaria del XVIII, tanto en los géneros narrativos como en los dramáticos. Algunos, desde luego, ya hemos escarmentado, o al menos eso espero.

BIBLIOGRAFÍA

Aguilar Piñal, Francisco: Bibliografía de autores del siglo XVIII. Tomo V: L-M, Madrid, CSIC,

5 Consejos 5566 (59). 6 El expediente incluye el contenido de los seis primeros números. Los dos escritos a que me

refiero-presuntamente traducidos del griego por el autor-son la «Carta de Theano a Nicóstrata» y la «Carta de la Pithagórica Melissa a Cleareta»; ahora bien, abundan las variantes entre los textos impresos en el Viage y los del nonato Liceo, lo que indicaría una revisión o reelaboración de última hora.

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1989. Álvarez Barrientos, Joaquín: La novela del siglo XVIII, Madrid, Júcar, 1991. Álvarez de Miranda, Pedro: «Sobre utopías y viajes imaginarios en el siglo XVIII español»,

Homenaje a Gonzalo Torrente Ballester, Salamanca, 1981, pp. 351-382. Perreras, Juan Ignacio: Los orígenes de la novela decimonónica (1800-1830), Madrid, Tauros,

1973. García, Juan Catalina: Biblioteca de escritores de la provincia de Guadalajara, Madrid, 1899. Gullón, Ricardo: Diccionario de literatura española e hispanoamericana, Madrid, Alianza, 1993,

2 vols. Hafter, Monroe Z.: «Toward a History of Spanish Imaginary Voyages», Eighteenth-Century

Studies, VII (1975), pp. 265-283. lmbroscio, Carmelina: «Le voyageur philosophe (1761): alterita e specularita nel viaggio lunare

di Listonai (Daniel de Villeneuve)», en Nadia Minerva (ed.), La Luna allo specchio. Rappresentazioni, simbologie e metafore seleniche nella letteratura e nell'immaginario, Bolonia, Patron, 1990, pp. 57-67.

Jamieson, Martín: «El Viaje a Selenópolis, utopía francesa, no española», Romance Notes, XXVII (1987), p. 245.

--: «Una falsa utopía española: el Viaje a Selenópolis», Revue des Langues [Orán, Argelia], 10 (1992), pp. 11-24.

Román Gutiérrez, Isabel: Persona y forma: una historia interna de la novela española del siglo XIX, Sevilla, Alfar, 1988.

Santiáñez-Tió, Nil: «Nuevos mapas del Universo: modernidad y ciencia ficción en la literatura española del siglo XIX ( 1804-1905)», Revista Hispánica Moderna, XL VII (1994 ), pp. 269-288.

Trousson, Raymond: Voyages aux pays de nulle part. Histoire littéraire de la pensée utopique. Deuxieme édition revue et augmentée. Bruselas, Université Libre de Bruxelles, 1979. (Hay traducción española: Historia de la literatura utópica. Viajes a países inexistentes, Barcelona, Península, 1995.)

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