El Viejo Mundo y El Nuevo - J. H. Elliott (c)

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Sección: Humanidades J. H. Elliott: El Viejo Mundo y el Nuevo (1492-1650), El Libro de Bolsillo Alianza- Editorial Madrid

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Sección: Humanidades

J. H. Elliott:

El Viejo Mundo y el Nuevo (1492-1650),

El Libro de BolsilloAlianza- Editorial

Madrid

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04G71Título original : The Old World and the New 1492-1650Traductor: Rafael Sánchez Mantero

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40.y4•o

® Cambridge University Press, 1970• Ed. cast.: Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1972

Calle Milán, 38; ' 200 0045Cubierta: Daniel GilDepósito legal: M. 24.242 - 1972Papel fabricado por Torras Hostench, S. A.Impreso en Ediciones Castilla, Maestro Alonso , 21. MadridPrinted in Spain

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Prefacio

El impacto del Nuevo Mundo en la Europa del si-glo xvi y comienzos del xvii es un tema extenso y am-bicioso que podría ser discutido indistintamente en unlibro muy amplio o en uno muy reducido. Mientras es-taba reflexionando sobre ello, recibí la generosa invita-ción de The Queen's University de Belfast para dictarlas conferencias Wiles de 1969. Uno de los principalespropósitos de estas conferencias es el de fomentar la dis-cusión sobre amplios acontecimientos que están relacio-nados con la historia general de la civilización. El im-pacto del Nuevo Mundo sobre el Viejo en la primeracenturia y media después del descubrimiento de Améri-ca parecía perfectamente ajustado a esta clase de trata-miento. Este libro, el texto de mis cuatro conferencias,es, por lo tanto, muy reducido.

Las exigencias de tiempo y espacio significaban inevi-tablemente que mi acercamiento al tema había de sereminentemente selectivo. Algunos aspectos habían deser omitidos, o podían ser sólo ligeramente tocados; así

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pues, decidí limitarme casi exclusivamente al mundo ibé-rico de la América central y meridional, a expensas delmundo anglofrancés del norte. Aunque esto es sin dudalamentable, la fecha final de 1650 hace que el olvido dela América del Norte sea menos serio de lo que sería sihubiese tenido que examinar todo el siglo xvii. Mientrasescribía las conferencias, me di cuenta de que lo que seganara en unidad y coherencia del tema podía servir dealguna manera para compensar la omisión de lo muchoque necesariamente habría sido incluido en un amplio yextenso volumen. La misma consideración ha guiado lapreparación de las conferencias para su publicación. Poreso parecía más sensato dejarlas en la forma en la queoriginalmente fueron dadas que alterar su equilibrio gene-ral extendiéndolas en un libro de medidas convencio-nales.

Uno de los aspectos más atractivos de las conferenciasWiles es la especial medida de invitar a Belfast a un de-terminado número de huéspedes que se unen a los miem-bros del claustro académico de The Queen's Universityen las discusiones vespertinas que siguen a cada confe-rencia. Las discusiones en esta ocasión fueron al mismotiempo vivas e interesantes, y he hecho todo lo posiblepor reflejar el contenido de nuestras conversaciones cuan-do preparaba las conferencias para su publicación. Deseodejar aquí constancia de mi gratitud a las FundacionesAstor, Leverhulme y Rockefeller por la generosa ayudaprestada para viajar e investigar en la América Latina,lo cual fue lo primero que abrió mis ojos hacia las posi-bilidades históricas que podían hallarse en el estudio delas declaraciones entre el Viejo Mundo y el Nuevo. Miagradecimiento también a Mr. Thomas R. Adams y alpersonal de la biblioteca John Carter Brown, en Provi-dence, Rhode Island, por su amabilidad y ayuda durantela brevísima exploración de una colección que está bri-llantemente enfocada hacia el tema de este libro. Y porencima de todo, mi agradecimiento a Mrs. Janet Boydy a los administradores de la Fundación Wiles por faci-litarme la inspiración y la excusa para escribir este libro,

prefacio 11

y a mis amigos y colegas de The Queen's University deBelfast, por procurar que esta tentativa tuviese lugar enlas condiciones más favorables y gratas.

King's College, Londres.

J. H. E.

Diciembre, 1969.

Deseo agradecer al Dr. Rafael Sánchez Mantero, de laUniversidad de Sevilla, su excelente traducción al espa-ñol de la versión original inglesa.

J. H. E., 1972.

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1. El impacto incierto

Cerca de trescientos años después del primer viaje deColón, el Abate Raynal, ese vehemente indagador de lasverdades de otros hombres, ofreció un premio al ensayoque respondiera mejor a las siguientes cuestiones: el des-cubrimiento de América, ¿ha sido útil o perjudicial parael género humano?; si ha sido útil, ¿cómo puede sermejor aprovechada esta utilidad?, y si ha sido perjudi-cial, ¿cómo puede disminuirse este perjuicio? Corneliusde Pauw había descrito hacía poco tiempo el descubri-miento del Nuevo Mundo como el acontecimiento máscalamitoso en la historia de la humanidad t, pero Raynal

no quería arriesgarse tanto.

Ningún acontecimiento -comenzaba cautelosamente su vasta

y laboriosa Philosophical and Political History of the Settlements

and Trade of the Europeans in the East and West Indies- ha

sido tan interesante para el género humano en general, y paralos habitantes de Europa en particular, como el descubrimiento

del Nuevo Mundo y el paso hacia la India por el Cabo de Buena

Esperanza'.

Fue la robusta franqueza escocesa de Adam Smith,

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cuya visión del impacto de los descubrimientos fue gene-ralmente favorable, la que convirtió esta simple opiniónen una sentencia histórica ex cathedra:

' El descubrimiento de América y el del paso hacia las IndiasOrientales a través del Cabo de Buena Esperanza son los dosacontecimientos más grandes y más importantes registrados enla historia del género humano'_

¿Pero en dónde residía precisamente su importancia?Tal como los candidatos al premio ensayístico de Raynaladvirtieron, se trataba sin duda de una cuestión poco fá-cil de decidir. De los ocho ensayos que han llegado anuestras manos, cuatro adoptaron una visión optimistade las consecuencias del descubrimiento de América, quedescansa en último término en las ventajas comercialesresultantes. Pero tanto optimistas como pesimistas ten-dieron a divagar inciertamente a través de tres siglos dehistoria europea, buscando ansiosamente datos dispersosque pudiesen ser utilizados para sus fines establecidos deantemano. Al final, quizá no fuese sorprendente que losniveles no fueron considerados lo suficientemente eleva-dos y no se concediese ningún premio 4.

La formulación de las preguntas de Raynal tendían sinduda a promover la especulación filosófica y la afirmacióndogmática, más que la rigurosa investigación histórica.Sin embargo, esta cuestión fue menos fácilmente eludidaen 1792, cuando la Académie Francaise pidió a los con-cursantes que examinaran la influencia de América en la«política, comercio y costumbres de Europa». Resultadifícil no simpatizar con las ideas del anónimo ganadordel premio. «Cuán vasto e inagotable es el tema», se la-mentaba. «Mientras más se estudia más aumenta.» Sinembargo, consiguió cubrir una gran parte del terreno ensus ochenta y seis páginas. Como se podía haber espera-do, estaba más satisfecho de la influencia política y eco-nómica de América sobre Europa que de su influenciamoral, la cual estimaba perniciosa. No obstante, se mos-traba consciente del peligro que encerraba esta empresa:el peligro de atribuir todos los cambios importantes de

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la historia moderna europea al descubrimiento de Amé-rica. También hizo un original intento, en un lenguajeque puede resultar familiar a nuestra propia generación,de sopesar los beneficios y las pérdidas del descubrimien-to y de la colonización:

Si aquellos europeos que dedicaron sus vidas a desarrollar losrecursos de América hubiesen, por el contrario, sido empleadosen Europa en desmontar los bosques y construir carreteras, puen-tes y canales, ¿no hubiese encontrado Europa en su propio senolos objetos que venían del otro mundo, o sus equivalentes?¿Y qué cantidad de productos no hubiesen salido del suelo deEuropa si se la hubiese cultivado en toda su capacidad?

En un campo en donde hay tantas variables, y dondelo cualitativo y lo cuantitativo están tan íntimamente en-trelazados, ni incluso las modernas artes de la historiaeconométrica pueden hacer mucho para ayudarnos a fijarlos costos y los beneficios relativos implicados en el des-cubrimiento y la explotación de América por Europa.No obstante, la imposibilidad de una precisa mediciónno puede ser suficiente para disuadirnos del estudio deun tema que ha sido contemplado, al menos desde finalesdel siglo xviii, como vital para la historia de Europa ydel mundo moderno.

Este tema de tanto interés e importancia ha disfruta-do de un variado tratamiento por la historiografía delimpacto de América en Europa. La polémica del si-glo XVIII daba a entender que los que perticipaban enella se preocupaban más de confirmar y defender suspropios prejuicios sobre la naturaleza del hombre y dela sociedad, que de obtener una cuidadosa perspectivahistórica sobre la contribución del Nuevo Mundo al des-arrollo económico y cultural de Europa °. Hasta que

Humboldt no publicó su Cosmos en 1845, no fueron re-

cogidas adecuadamente en una gran síntesis geográficae histórica las reacciones de los primeros europeos, y es-pecialmente de los españoles, ante el extraño mundo deAmérica, ya que esta obra intentaba considerar en ciertamanera lo que la aparición del Nuevo Mundo había sig-

nificado para el Viejo.

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La historiografía del siglo xix no mostró gran interéspor seguir las líneas de investigación insinuadas porHumboldt. El descubrimiento y la colonización del Nue-vo Mundo fueron incorporados en esencia a una concep-ción europocéntrica de la historia, mediante la cual fue-ron descritos como parte de aquel épico proceso por elque el europeo del Renacimiento se hizo, en primer lu-gar, consciente del mundo y del hombre, y después, gra-dualmente, fue imponiendo su propio dominio sobre lasrazas recién descubiertas del recién descubierto mundo.En esta forma de concebir la historia europea -que es-taba demasiado identificada con la historia universal-había una tendencia a resaltar especialmente los motivos,los métodos y las realizaciones de los exploradores yconquistadores. El impacto de Europa en el mundo (quefue contemplado como un impacto transformador, y enúltimo término beneficioso) parecía un tema de mayor

interés e importancia que el impacto del mundo enEuropa.

La historiografía europea del siglo xx ha tendido aseguir una línea similar , aunque desde un punto de vistamuy diferente. El retroceso del imperialismo europeo hallevado a una reconsideración -con frecuencia muy ri-gurosa- del legado de Europa. Al mismo tiempo, el des-arrollo de la antropología y de la arqueología ha llevadoa una reconsideración -algunas veces muy favorable-del pasado pre-europeo de las antiguas sociedades colo-niales. Si los historiadores europeos escribieron una vezcon la confianza que les daba un innato sentido de supe-rioridad europea, ahora escriben abrumados por la con-ciencia de la Europa culpable.

No es casual que algunos de los más importantes tra-bajos históricos de nuestra época -preocupada comoestá por el problema de lo europeo y de lo no europeo,de lo blanco y de lo negro- hayan sido dedicados al es-tudio de las consecuencias sociales, demográficas y socio-lógicas de la expansión ultramarina de Europa en lassociedades no europeas. Quizá las futuras generacionesdetectarán en nuestra preocupación por estos temas al-

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EIt ott, 2

El impacto incierto 17

cuna afinidad entre los historiadores del siglo xviii y losdel siglo xx, ya que Raynal y sus amigos estaban tambiénpreocupados por su sentido de culpabilidad y por la duda.Su irresolución al evaluar las consecuencias del descubri-miento y la conquista de América radicaba precisamenteen el dilema que planteaba el intento de reconciliar laevolución del progreso económico y técnico desde finalesdel siglo xv con la evolución de los sufrimientos sopor-tados por las sociedades sometidas. La profundidad de supreocupación con respecto a la gran cuestión moral desu época, la cuestión de la esclavitud, contribuyó a crearuna situación que guarda cierto paralelismo con la dehoy; pues si su preocupación los estimulaba a hacer pre-

guntas históricas, también los tentaba a contestar conrespuestas ahistóricas.

El concurso de 1792, convocado por la Académie Fran-

caise, mostraba que una de aquellas preguntas correspon-día al impacto de la expansión ultramarina en la mismaEuropa; y no es sorprendente encontrar hoy un renova-

do interés por la misma cuestión . Si de nuevo Europa

se hace consciente de la ambivalencia de sus relacionescon el mundo exterior, también se hace consciente de laposibilidad de verse a sí misma, en una perspectiva di-ferente, como parte de una comunidad universal del gé-nero humano cuya existencia ha ejercido sus propias in-fluencias transformadoras y sutiles en la historia deEuropa. Esta consciencia es saludable, aunque contieneun elemento de narcisismo al que el siglo xviii sucum-bió indulgentemente. Más aún, en lo que concierne a surelación con América, este elemento estará particular-mente bien representado, porque entre ambas ha habidosiempre una especial relación, en el sentido de que Amé-rica ha sido la obra peculiar de Europa, cosa que no fue-ron ni Asia ni Africa. América y Europa fueron siempreinseparables, sus destinos se encontraron.

El papel que juega el mito americano en el desarrollointelectual y espiritual de Europa se ha convertido enun lugar común de los estudios históricos. A comienzosde este siglo, el notable trabajo de Gabriel Chinard so-

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bre América y el sueño exótico de la literatura francesa'revelaba al detalle el proceso mediante el cual un ideali-zado Nuevo Mundo contribuía a sustentar las esperanzasy las aspiraciones del Viejo hasta el momento en queEuropa estuviese dispuesta a aceptar y a actuar de acuer-do con el mensaje americano de renovación y revolu-ción. El trabajo de Chinard fue complementado y amplia-do por el estudio de Atkinson sobre la literatura geográ-fica y las ideas francesas' y, más recientemente, por elexamen minucioso que Antonello Gerbi ha hecho de lapolémica del siglo xviii sobre América como un mundocorrupto o inocente'. Un libro posterior sobresale entrela creciente literatura sobre Europa y el sueño america-no: The Invention of America, escrito por un distingui-do filósofo de la historia, el mexicano Edmundo O'Gor-man, quien ha afirmado ingeniosamente que América nofue descubierta, sino inventada por los europeos del si-glo xvi to

Al lado de estas contribuciones al estudio del mito deAmérica en el pensamiento europeo, se ha dedicado unacreciente atención, especialmente en el mundo hispánico,a los escritos de los cronistas, de los misioneros y de losfuncionarios españoles como protagonistas de la hazañaamericana. Todavía hay que dedicar una mayor atenciónal estudio de los textos, pero se conoce ya lo suficientecomo para confirmar la justeza del veredicto ligeramentecondescendiente de Humboldt:

Si examinamos cuidadosamente los trabajos originales de losprimeros historiadores de la Conquista, nos asombraremos deencontrar en un autor español del siglo xvi los gérmenes de tanimportantes verdades físicas ".

Queda todavía mucho por hacer en el campo de la in-vestigación de los textos españoles, así como por supues-to en el campo de la literatura del siglo xvi sobre eldescubrimiento y la exploración. Pero los más sustancio-sos resultados de esta investigación sobre los textos hande proceder de un inteligente intento de colocar el pro-blema en el más amplio contexto de la información y de

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las ideas. El estudio de los textos puede revelarnos mu-chas cosas que todavía necesitamos conocer sobre lassociedades no europeas, facilitando el material esencialpara la «etnohistoria», que establece los resultados delos estudios etnográficos frente a los documentos históri-cos europeos. También puede facilitarnos datos de inte-rés sobre la sociedad europea: sobre las ideas, actitudesv prejuicios que elaboraron el bagaje mental de los eu-ropeos de comienzos de la Edad Moderna en sus viajesa través del mundo. ¿Qué fue lo que vieron o lo quedejaron de ver? ¿Por qué reaccionaron de la forma quelo hicieron? El reciente libro de Margaret Hodgen, EarlyAnthropology in the Sixteenth and Seventeenth Centu-ries 12, una obra importante e innovadora, intenta suge-rir respuestas a algunas de estas preguntas.

El interés de este selecto grupo de libros permanecevigente no sólo porque son excelentes, sino por la líneacomún seguida por sus autores. Todos ellos han buscadode alguna manera la relación entre la respuesta europeaal mundo no europeo y la historia general de la civiliza-ción y de las ideas europeas. Aquí es donde las oportu-nidades más prometedoras tienen que ser encontradas;y aquí también donde más falta hace alguna forma deresumen y de síntesis, ya que la literatura sobre el des-cubrimiento y la colonización del Nuevo Mundo es ahoraenorme, aunque también, en algunos aspectos, fragmen-taria y dispersa, como si formara parte por sí misma deuna especialidad de los estudios históricos.

Lo que falta en inglés es un intento de enlazar la exploracióncon el conjunto de la historia europea ".

Esta carencia proporciona cierta justificación al intentode sintetizar en un breve compendio el estado de la cues-tión sobre el impacto provocado por el descubrimiento yla colonización de América en la Europa de los comien-zos de la Edad Moderna. Tal propósito debe conducirclaramente hacia diferentes tipos de investigación, ya queAmérica incide en la Europa del siglo xv i y de comienzos

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del xvii en múltiples aspectos. Su descubimiento tuvo

soimportantes consecuencias intelectuales, puesto pusoa los europeos en contacto con nuevas tierras y nuevasgentes, y como consecuencia puso también en duda unbuen número de prejuicios europeos sobre la geografía,la teología, la historia y la naturaleza del hombre. Tam-

érica constituyó un desafío económico para Eu-bié Amnropa, puesto que puso de manifiesto ser, al mismo tiempo,una fuente de abastecimiento de productos y de materiasde las que existía una demanda en Europa, y un prome-tedor campo de expansión para los negocios empresaria-les europeos. Finalmente, la adquisición por parte de losestados europeos de territorios y recursos en Américaestaba destinada a tener importantes repercusiones po-

líticas, puesto que afectó sus mutuas relaciones al pro-ducir cambios en la balanza de poderes.

Cualquier examen de la historia europea a la luz deuna influencia externa lleva consigo la tentación de en-contrar los rastros de esta influencia en todas partes.Pero la falta de influencia suele ser, al menos, tan reve-ladora como su existencia; y si, curiosamente, algunoscampos del pensamiento no habían sido tocados por laexperiencia de América cien años o más después de sudescubrimiento, ello puede ser también indicativo del ca-rácter de la civilización europea. Desde 1492 el NuevoMundo ha estado siempre presente en la historia de Eu-ropa, aunque esta presencia se ha hecho notar de distin-ta forma en épocas diferentes. Por esta razón Américay Europa no deben estar sujetas a un divorcio historio-gráfico, a pesar de que su interrelación es un tanto vagaantes de finales del siglo xvii. Sus respectivas historiasdeben constituir de hecho una continua interconexión de

dos temas distintos.Uno de estos temas está representado por el propósito

de Europa de imponer su propia imagen, sus propias as-piraciones y sus propios valores al recién descubiertomundo, junto con las consecuencias que para ese mundotuvo la actuación europea. El otro trata sobre la formaen que la acentuación de la conciencia del carácter, de

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las oportunidades y de los retos del Nuevo Mundo deAmérica contribuyó a configurar y transformar al ViejoMundo, que a su vez se esforzaba en configurar y trans-formar al Nuevo. El primero de estos temas ha recibidotradicionalmente mayor atención que el segundo, aunqueen último término los dos son igualmente importantes ydeben permanecer inseparables. Sin embargo, en este mo-mento el segundo está necesitando mayor atención his-tórica que el primero. Desde 1650 aproximadamente, lashistorias de Europa y América han estado aceptablemen-te integradas. Pero el significado de América para Europaen el silo xvl y comienzos del xvii todavía está espe-rando un estudio completo.

Es un hecho sorprendente -escribió el abogado parisino Estien-ne Pasquier a comienzos de la década (le 1560- el que nuestrosautores clásicos no conozcan a toda esa América a la que llama-mos Nuevas Tierras ".

Con esas palabras captó en parte la importancia deAmérica para la Europa de su tiempo. Aparecía un fe-nómeno totalmente nuevo, bastante diferente de la expe-riencia acumulada por Europa y de sus normales previ-siones. Los europeos sabían algo, desde luego vago ydisperso. de Africa y de Asia; pero de América y de sushabitantes no sabían nada. Esto era lo que diferenciabala actitud de los europeos del siglo xvI con respecto aAmérica de la de los portugueses del siglo xv con respec-to a Africa. La naturaleza de los africanos era conocida,al menos en sus líneas generales. La de los americanos,no. La realidad de la existencia de América y su gradualaparición como una entidad de derecho propio, más quetemo una prolongación de Asia, constituyó un desafío atodo un conjunto de tradicionales prejuicios, creencias yactitudes. La grandeza de este desafío nos da la explica-ción de uno de los hechos más sorprendentes de la his-toria intelectual del siglo xvt: la aparente lentitud de

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Europa para hacer el adecuado reajuste mental a fin de

encajar a América dentro de su campo de visión.

A primera vista, la existencia de un lapso de tiempoentre el descubrimiento de América y la asimilación detal descubrimiento por Europa no aparece perfectamentedelimitada. Pero al menos existe una clara evidencia dela emoción que las noticias del desembarco de Colónprovocaron en Europa. «¡Levantad el espíritu..., escuchadel nuevo descubrimiento! », escribió el humanista italianoPedro Mártir al conde de Tendilla y al arzobispo de Gra-nada el 13 de septiembre de 1493. Cristóbal Colón, co-mentaba, «ha regresado sano y salvo: dice que ha encon-trado cosas admirables: ostenta el oro como prueba delas minas de aquellas regiones». Y a continuación PedroMártir contaba cómo(Colón había encontrado hombresque iban desnudos y vivían de lo que les proporcionabala naturaleza. Tenían reyes; peleaban entre sí con palosv con arcos y flechas; y aunque estaban desnudos, rivali-zaban por el poder y se casaban. Adoraban a los cuerposcelestiales, pero la exacta naturaleza de sus creencias re-ligiosas era todavía desconocida 13. El hecho de que laprimera carta de Colón fuese impresa y publicada nueveveces en 1493 y hubiese alcanzado alrededor de las vein-te ediciones en 15001fi revela que la emoción de PedroMártir era ampliamente compartida. Las frecuentes im-presiones de esta carta y de las crónicas de los posterioresexploradores y conquistadores; las quince ediciones de lacolección de viajes de Francanzano Montalboddo, Paesi

Novamente Retrovati, publicada por primera vez en Ve-necia en 1507; la gran compilación de los viajes de Ra-musio de mediados de siglo; todo ello testifica la grancuriosidad e interés alcanzados por las noticias de losdescubrimientos en la Europa del siglo xvl 17.

De forma parecida, no es difícil encontrar en los auto-res del siglo xvi afirmaciones resonantes acerca de la

magnitud y significacifón de los acontecimientos que seestaban desarrollando ante sus ojos . Guicciardini prodi-

gaba alabanzas sobre los españoles y los portugueses, y

especialmente sobre Colón, por la pericia y valor «que

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han proporcionado a nuestra época las noticias de cosastan grandes e inesperadas» 18. Juan Luis Vives, que nacióel mismo año del descubrimiento de América, escribió en1531 en la dedicatoria a Juan III de Portugal de su obraDe Disciplinis: «verdaderamente, el mundo ha sido abier-to a la especie humana» 19. Ocho años más tarde, en1539, el filósofo de Padua Lazzaro Buonamico introdujoun tema que sería desarrollado posteriormente, en la dé-cada de 1570, por el escritor francés Louis Le Roy y quellegaría a ser un lugar común en la historiografía eu-ropea:

No creáis que existe ninguna cosa más honrosa para nosotroso para la época que nos precedió que la invención de la im-prenta y el descubrimiento del Nuevo Mundo; dos cosas de lasque siempre pensé que podían ser comparadas no sólo a la Anti-güedad, sino a la inmortalidad

Y en 1552 Gómara, en la dedicatoria a Carlos V de suHistoria General de las Indias, escribió seguramente lamás famosa, y sin duda la más sucinta, de las definicio-nes del significado de 1492:

La mayor cosa después de la creación del mundo, sacando laencarnación y muerte del que lo creó, es el descubrimiento de lasIndias

Sin embargo, frente a estas muestras de reconocimien-to deben tenerse en cuenta las no menos sorprendentesmuestras de desconocimiento de la importancia tanto deldescubrimiento de América como de su descubridor. Lareputación histórica de Colón es una cuestión que toda-vía no ha recibido toda la atención que merece u; no obs-tante, el tratamiento que los escritores del siglo xvi handado a Colón muestra en parte la dificultad con la quetropezaron para alcanzar su propósito desde cualquierperspectiva histórica. Salvo una o dos excepciones, mos-traron poco interés por su personalidad y por su vida, yalgunos de ellos ni siquiera pudieron escribir correcta-mente su nombre. Cuando murió en Valladolid, el cro-nista de la ciudad olvidó recoger el acontecimiento 3. Pa-

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recía como si Colón hubiese de ser condenado al olvido,en parte quizá porque no supo adaptarse al tipo de hé-roe del siglo xvi, y en parte porque el verdadero signi-ficado de su hazaña era difícil de captar.

Hubo siempre, sin embargo, unos pocos espíritus, es-pecialmente en su nativa Italia, que estuvieron dispuestosa dar a Colón su verdadera valía. La determinación de suhijo Hernando de perpetuar su memoria y la publicaciónen Venecia en 1571 de su famosa biografía 24 contribuye-ron a elevar su nombre ante el mundo. El pretendido ho-menaje de Sir Francis Bacon al descubridor de América,al incluir su estatua en una galería de su Nueva Atlantis,dedicada a las estatuas «de los principales inventores»,no fue muy original. El italiano Benzoni, en su obra

Historia del Nuevo Mundo, publicada en 1565, decía

que si Colón «hubiese vívido en tiempos de los griegoso de los romanos o de otra nación liberal se le hubieseerigido una estatua». La misma idea había sido expresa-rla pocos años antes por un compatriota de Colón, Ra-musio, quien probablemente la tomó de su amigo españolGonzalo Fernández de Oviedo. Recordando las famosasestatuas de la antigüedad clásica, Oviedo insistía en queColón, «primer descubridor e inventor destas Indias»,era todavía más merecedor de tal homenaje:

Como animoso e sabio nauta e valeroso capitán, nos enseñóeste Nuevo Mundo tan colmado de oro que se podrían haberfecho millares de tales estatuas con el que ha ido a España ycontinuamente se lleva. Pero más dino es de fama y gloria porhaber traído la fe católica donde estamos'".

Oro y conversión: éstos fueron los dos logros más in-mediatos y evidentes de América y los más fácilmenteasociados al nombre del descubridor. Sólo gradualmentecomenzó a adquirir Colón la categoría de héroe. Figurócomo principal protagonista en un buen número de poe-mas épicos italianos escritos en las dos últimas décadasdel siglo xvi; y por fin en 1614 apareció como héroe enun drama español, con la publicación de la extraordinaria

obra de teatro de Lope de Vega, El Nuevo Mundo des-

1. El impacto incierto 25

cubierto por Cristóbal Colón. Lope muestra un autén-

tico sentido histórico con respecto al papel desempeñadopor Colón, cuando pone en boca de Fernándo el Católicouna frase afirmando la tradicional teoría cosmográfica deun mundo tripartito y burlándose de la posibilidad deque pudiese existir una parte del mundo por descubrirtodavía. Al mismo tiempo, su visión de un Colón soña-dor, despreciado por el mundo, fue el comienzo de suhistoria como héroe romántico que se convierte en elsímbolo del insaciable espíritu descubridor del hombre.En el siglo xvi hubo ya insinuaciones de esta romantiza-ción de Colón. Sin embargo, era encajado con mayor fre-cuencia dentro de una interpretación providencialista dela historia, que lo describía como un instrumento divinodestinado a difundir el Evangelio; e incluso en este casoera frecuente encontrarlo relegado a un segundo lugarpor la más heroica figura de Ilernán Cortés. Pero ni si-quiera las conversiones de infieles fueron suficientes paraasegurar un puesto firme a Colón en la conciencia europea,ni a Cortés, ni incluso al Nuevo Mundo. En algunoscírculos, especialmente en algunos círculos humanistas yreligiosos, y en las comunidades mercantiles de algunasciudades importantes de Europa existía un gran interés,aunque parcial y con frecuencia especializado, por eltema de América. Pero parece como si los lectores eu-ropeos no hubiesen mostrado ningún interés abrumadorpor el recién descubierto mundo de América.

La evidencia de esta afirmación carece, por desgracia,del firme fundamento estadístico que debiera poseer.Hasta el presente, la información más amplia sobre elgusto de los lectores del siglo xvi procede de Francia,donde el estudio de Atlcinson sobre la literatura geo-gráfica señala que entre 1480 y 1609 fueron dedica-dos a los turcos y a Asia cuatro veces más libros quea América, y que la proporción de libros sobre Asia au-mentó en la década final del período citado'. Sólo tene-mos una ligera impresión de lo que ocurrió en otros lu-gares de Europa. En Inglaterra hay pocas señales de in-terés literario antes de la década de 1550, fecha a partir

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de la cual las nuevas relaciones anglo-españolas provoca-ron un estímulo tardío. En Italia, el considerable interésprovocado durante la primera fase de los descubrimien.tos no parece haber sido mantenido más allá del final dela activa participación italiana alrededor de 1520. Excep-to aquellos que tenían un interés profesional por la em-presa, los autores españoles eran extrañamente reticentesen lo que respectaba al Nuevo Mundo durante el sigloque siguió al descubrimiento. Hasta la publicación en1569 de la primera parte de la Araucana de Ercilla, lospoemas épicos contaban las hazañas de las armas espa-ñolas en Italia y Africa pero ignoraban -ante la deses-peración de Bernal Díaz- las no menos heroicas empre-sas de las armas españolas en las Indias. Este olvido enla nación donde menos podía esperarse no tiene fácil ex-plicación. Puede ser debido a que ni los conquistadores,de origen relativamente humilde, ni sus salvajes oponen-tes tuviesen la talla requerida por los héroes épicos n.

Pero incluso si existiesen más estudios estadísticos no

sería fácil interpretar sus conclusiones. Este es un campoen el que el propósito de sacar conclusiones cualitativasde datos cuantitativos es más peligroso que de ordinario.Una investigación ha revelado al menos sesenta referen-cias de América en treinta y nueve libros y manuscritospolacos de los siglos xvi y xvii. El número no deja deser sorprendente, pero en un examen más detenido seobserva que el Nuevo Mundo aparece sólo en un sentidolimitado -bien como un símbolo de lo exótico, o biencomo un testimonio de las realizaciones de la iglesiatriunfante- y que los polacos del siglo xvi no teníanmucho interés por América'. Contrariamente, se puedeargumentar que los cambios cualitativos introducidos en

el pensamiento europeo por las noticias del Nuevo Mun-do y de sus habitantes sobrepasa con mucho la cantidadde información de que disponía el lector. Montaigne sacó

gran parte de su información de la Historia de las Indias

de Gómara; pero la lectura que efectuó de este libro, enla traducción francesa publicada en 1584, tuvo profun-

1. El impacto incierto 27

das consecuencias para su actitud ante la cuestión de laconquista y de la colonización Z9.

A pesar de todo ello, son sorprendentes las lagunas ylos absolutos silencios en los múltiples lugares en dondepodían esperarse lógicamente referencias del Nuevo Mun-do. ¿Cómo buscar explicación a la total falta de alusiónal Nuevo Mundo en tantas memorias y crónicas, inclusoen las mismas memorias de Carlos V? ¿Cómo explicarseel permanente propósito de describir el mundo hasta lasdos últimas décadas del siglo xvi como si se tratase toda-vía del mundo conocido por Estrabón, Ptolomeo y Pom-ponio Mela? ¿Cómo explicarse la repetida publicaciónpor parte de los editores, y la persistente utilización porparte de las escuelas, de las cosmografías, que como yase sabía habían quedado anticuadas con los descubrimien-tos? 3° ¿Cómo explicar que un hombre tan culto y tancurioso como Bodin haya hecho tan poco uso de la enor-me información que estaba al alcance de su mano sobrelos habitantes del Nuevo Mundo en sus escritos sobrefilosofía política y social?

La resistencia de los cosmógrafos o de los filósofos aincorporar a su trabajo la nueva información que lesproporcionaba el descubrimiento de América no es másque un ejemplo del amplio problema que origina la pro-yección del Nuevo Mundo sobre el Viejo. Ya se tratede una cuestión de geografía de América, de su flora yde su fauna, o de la naturaleza de sus habitantes, la ac-titud europea parece repetirse constantemente. Es comosi al llegar a cierto punto la capacidad mental se hubiesecerrado; como si con tanto que ver, recoger y compren-der de repente, el esfuerzo fuese excesivo para los eu-ropeos y se retirasen a la penumbra de su limitado mun-do tradicional.

Sin embargo, no es muy original esta actitud del si-glo x-vi. La Europa medieval encontró extremadamentedificultosas la comprensión y la captación del fenómenodel islam; y la historia del intento de llevar a cabo esteentendimiento es una intrincada historia en donde seregistra la interacción de prejuicios, problemas e irrdi-

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28 El Viejo Mundo y el Nuevo

ferencias, y en donde no existe una línea clara de progre-

sión, sino más bien una serie de avances y retrocesos 31.

No hay que sorprenderse por ello, ya que el intento deuna sociedad por comprender a otra lleva consigo nece-sariamente la revalorización de ella misma. El profesorPeter Winch escribe en su ensayo titulado «Understand-ing a Primitive Society»:

El estudio serio de otra forma de vida significa necesariamente

el propósito de ensanchar la nuestra , y no sólo incluir a la otra

forma dentro de los límites ya existentes de la nuestra, porque el

problema de ésta en su forma presente es que ex hypothesi ex-

cluye a cualquier otra 2-.

Este proceso ha de ser necesariamente muy penoso, yaque trae aparejados muchos prejuicios tradicionales eideas heredadas. Es, por tanto, comprensible que loseuropeos del siglo xvi ignoraran el reto o fracasasen enel intento. Existía, después de todo, una más fácil salida,claramente enunciada en 1528 por cl humanista españolHernán Pérez de Oliva, cuando escribió que Colón orga-nizó su segundo viaje para «mezclar cl mundo y dar aaquellas tierras extrañas la forma de la nuestra» 33.

«Dar a aquellas tierras extrañas la forma de la nues-tra.» Aquí es donde se revela ese innato sentido de su-perioridad que siempre ha sido el peor enemigo de lacomprensión. ¿Cómo podemos esperar que una Europatan consciente de su propia infalibilidad, de su privile-giada posición ante los designios de Dios, realice el es-fuerzo de entenderse con otro mundo que no es el suyo?Sin embargo, esta Europa no era la Europa de una «erade ignorancia» 3'S. Por el contrario, era la Europa del Re-nacimiento, la Europa del «descubrimiento del mundo ydel hombre». Si las ideas y las actitudes del Renacimien-to jugaban un papel importante -aunque pudiera serengañoso determinar qué papel exactamente-- en el pro-ceso de alentar a los europeos a organizar viajes descu-bridores y a extender horizontes tanto geográficos como

mentales, ¿no podríamos haber esperado un nuevo tipo

de disposición para responder a la nueva información y

1. El impacto incierto 29

al nuevo estímulo provocado por el recién descubiertomundo? 35

Después de estas premisas, no aparece necesariamenteesta conclusión. El Renacimiento suponía en algunos as-

pectos, al menos en su primera etapa, una cerrazón másque una apertura del pensamiento. La veneración por laantigüedad se hizo más servil; la autoridad adquirió nue-vas fuerzas frente a la experiencia. Los límites y el con-tenido de las disciplinas tradicionales, como la cosmogra-fía o la filosofía, habían sido claramente señalados deacuerdo con los textos de la antigüedad clásica, los cualesadquirieron aún mayor grado de autoridad cuando fueronreproducidos en letra impresa por primera vez. Así pues,las nuevas informaciones procedentes de fuentes extrañas

eran susceptibles de ser en el peor de los casos increí-bles v en el mejor desatinadas cuando se oponían al co-nocimiento acumulado durante siglos. Teniendo en cuen-ta este respeto a la autoridad, era poco probable quehubiese una indebida precipitación en aceptar la realidaddel Nuevo Mundo, y mucho menos en los círculos aca-

démicos.También es posible que una sociedad que está luchan-

do, tal como lo estaba haciendo la cristiandad bajome-dieval, con grandes problemas espirituales, intelectualesy políticos. esté demasiado preocupada con sus crisis internas para dedicar más atención de la necesaria a unfenómeno localizado en la periferia de sus intereses. Pue-de que sea demasiado esperar que una sociedad comoésta realice un reajuste más amplio que lleve consigo la

asimilación de un cúmulo de experiencias extrañas total-mente nuevas. Contra esto, sin embargo, se puede obje-

tar que una sociedad que está en movimiento y presenta

síntomas de insatisfacción es más susceptible de absorber

nuevas impresiones y experiencias que una sociedad está-tica, satisfecha de sí misma y segura de su propia supe-rioridad 3". El grado de éxito o de fracaso en la actitudde la Europa del siglo xvi con respecto a las Indias pue-de en cierto modo compararse a otra actitud en una situa-ción no muv distinta del todo: la actitud de los chinos

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30 0 4 6 í El Viejo Mundo y el Nuevo

de la dinastía Tang con respecto a las tierras tropicalesconquistadas en el sur del Nam-Viet, la cual ha sido re-cientemente examinada por el profesor Edward Schafer,en su brillante libro The Vermilion Bird 37. Sus investi-

gaciones sugieren que las dificultades de los funcionarioschinos del siglo xvit y la de los españoles del xvi al va-lorar y describir un territorio extraño no eran del tododesiguales, y que la naturaleza de su actitud era muy pa-recida. Los chinos, como los españoles, observaban yescribían asiduamente sus observaciones, pero eran, enpalabras del profesor Schafer, «prisioneros de su léxicoecológico» -". Sus mentes y su imaginación estaban con-dicionadas de antemano, de tal manera que veían lo queesperaban ver e ignoraban o rechazaban aquellos aspec-tos de la vida de los territorios del sur para los que noestaban preparados. Encontraron bárbaros y primitivos(porque esperaban encontrarlos) a sus habitantes. Sinduda la tendencia a pensar en clichés es el eterno mar-chamo de la mente oficial; no obstante, aunque lenta-mente, aquel medio desconocido estimuló la capacidadde percepción de algunos chinos en las tierras del sur yenriqueció su literatura y su pensamiento.

No existía ningún equivalente europeo a la respuestapoética de los chinos a su nuevo mundo, pero al finalAmérica amplió los horizontes mentales de Europa enotros y quizá más importantes aspectos. En ambos casos,sin embargo, hubo la misma inseguridad inicial y la mis-ma lentitud en la respuesta. Dada la enorme adaptaciónmental que era necesario hacer, la respuesta de la Euro-pa del siglo xvi quizá no fuera después de todo tan lentacomo pueda parecer algunas veces. Ni mucho menos tanlenta como podía haberse desprendido de la historia dela cristiandad durante el milenio anterior. La Europa decomienzos de la Edad Moderna se muestra más rápidaen responder a la experiencia del Nuevo Mundo de Amé-rica que la Europa medieval a la experiencia del mundoislámico. Esto parecía indicar que las lecciones enseñadaspor las Indias fueron más fácilmente aprendidas, o queEuropa en este momento estaba más dispuesta a ir a la

1 . El impacto incierto 31

escuela. Probablemente había una combinación de am-bas posibilidades. Sin duda, se puede sentir impacienciaante la lentitud del proceso educacional, ante las dudas ylos pasos atrás, y ante las lagunas que existían cuandolas lecciones fueron aprendidas. Pero también hay algode conmovedor en el intento de estos europeos del si-glo xvi de asimilar las tierras y las gentes que les habíansido reveladas tan inesperadamente al otro lado del At-

lántico.Los obstáculos que se opusieron a la incorporación del

Nuevo Mundo al horizonte intelectual de Europa fueronformidables. Hubo obstáculos de tiempo y de espacio,de herencia, de entorno y de lenguaje; y se necesitaronmuchos esfuerzos de diferentes niveles para que fuesensalvados. Por lo menos, había implicadas cuatro etapasdiferentes, cada una de las cuales entrañaba su propia di-ficultad. La primera de todas era la etapa de observación,definida por Humboldt cuando escribió: «Ver... no esobservar, sino comparar y clasificar» 39. La segunda etapaera la descripción, detallando lo desconocido de tal for-ma que pudiera ser captado por los que no lo hubiesenvisto. La tercera era la propagación, la difusión de nue-va información, de nuevas imágenes y de nuevas ideas,de tal manera que llegasen a formar parte del bagajemental comúnmente aceptado. Y la cuarta era la de lacomprensión, la habilidad de llegar a asimilar lo inespe-rado y lo desconocido para contemplarlos como fenóme-no existente por derecho propio y (lo más difícil detodo) para extender las fronteras del pensamiento tradi-cional con el objeto de incluirlos dentro de ellas.

Si se pregunta qué fue lo que los europeos vieron alllegar al otro lado del Atlántico v cómo lo vieron, la res-puesta dependerá de la clase de europeo de que se trate.Su punto de vista estará afectado por su formación y porsus intereses profesionales. Soldados, eclesiásticos, co-merciantes y funcionarios experimentados en leves: esasson las clases de hombres de las que dependemos parala mayor parte de las observaciones de primera manosobre el Nuevo Mundo y sus habitantes. Cada clase tenía

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32El Viejo Mundo y el Nuevo

su propia visión y sus propias limitaciones; y sería inte-resante contar con un estudio sistemático sobre la ex-tensión y la naturaleza de la visión de cada grupo profe-sional y sobre la forma en que ésta pudiera ser mitigadao alterada en casos particulares por una educación hu-

manística.Juan de Betanzos fue un funcionario español en las

Indias que superó muchas de las limitaciones de su clasey logró un grado inusitado de compenetración con la so-ciedad quéchua al conseguir aprender su lengua. En ladedicatoria de su historia de las Indias, escrita en 1551,hablaba de las dificultades que había encontrado para or-denar su trabajo. Había una gran cantidad de informa-ción contradictoria, y él se preocupaba por descubrir

cuán diferentemente los conquistadores hablan dello y muy le.¡os de lo que los indios usaron; y esto creo yo ser, porqueentonces no tanto se empleaban en sabello, cuanto en sujetarla tierra y adquirir; y también porque, nuevos en el trato de losindios, no sabrían inquirillo y preguntallo, faltándoles la inteli-gencia de la lengua, y los indios, recelándose, no sabrían (lit

entera relación '.

Las preocupaciones profesionales de los conquistado-res, y la dificultad para llevar a cabo cualquier forma dediálogo efectivo con los indios son razones más que sufi-cientes para comprender las deficiencias de sus descrip-ciones del Nuevo Mundo y de sus habitantes. Es un gol-pe de fortuna que la conquista de México haya impulsadoa escribir sobre ello a dos soldados cronistas tan perspi-caces como Cortés y Bernal Díaz. En las relaciones deCortés es posible palpar la etapa de observación -en elsentido de la palabra empleado por Humboldt-, en suesfuerzo para llevar lo exótico al rango de lo familiar,cuando describe a los templos aztecas como mezquitaso al comparar la plaza del mercado de Tenochtitlán conla de Salamanca 41. Sin embargo, existen evidentes limi-taciones en la capacidad observadora de Cortés, particu-larmente cuando lleva a cabo la descripción del extraor-dinario paisaje por donde caminaba su ejército invasor.

1. El impacto incierto 33

Esta incapacidad para describir y comunicar las carac-terísticas físicas del Nuevo Mundo no es privativa deCortés. Naturalmente, esta incapacidad no es en modoalguno completa. El italiano Verrazano comunica unaclara impresión de la costa de Norteamérica repleta deespesos bosques 4`; el pastor calvinista francés Jean deLéry describe brillantemente las exóticas flora y faunadel Brasil 43; el inglés Arthur Barlowe transmite las imá-genes y los olores de los árboles y de las flores duranteel primer viaje de Roanoke 44; el mismo Colón muestraa veces un gusto acentuado por la descripción realista,afinque en otras ocasiones el paisaje idealizado por laimaginación europea se interpone entre él y el escenarioamericano Qs. Sin embargo, suele ocurrir que la aparien-cia física del Nuevo Mundo es totalmente ignorada o des-crita con la fraseología más insípida y convencional. Esteligero tratamiento de la naturaleza contrasta notablemen-te con las muy precisas y detalladas descripciones de losindígenas. Es como si el paisaje americano fuese un telónde fondo ante el cual las extrañas y siempre fascinantesgentes del Nuevo Mundo estuviesen obedientementeagrupadas.

Esta aparente deficiencia en la observación de la na-turaleza puede reflejar una falta de interés por ella y porel paisaje entre los europeos del siglo xvi, y especial-mente entre los del mundo mediterráneo. Puede reflejartambién la fuerza de las convencionales tradiciones lite-rarias. El afortunado soldado español Alonso Enríquezde Guzmán, que embarcó hacia el Nuevo Mundo en1534, afirma decididamente en su autobiografía: «No oscontaré tanto de lo que vi como de lo que me pasó, por-que... este libro no es syno de mis acaescimientos» 46.Por desgracia, lo hizo tal como lo anunció.

Incluso cuando los europeos tenían el deseo de mirary los ojos dispuestos para ver, no existen garantías deque la imagen que se presentaba ante ellos -ya fuerade personas o de lugares- respondiese necesariamentea la realidad. Los determinantes de esta visión eran latradición, la experiencia y la curiosidad. Incluso un fun-

Elliott, 3

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34 El Viejo Mundo y el Nuevo

cionario de la corona española, al que se suponía bastan-

te sensato , Alonso de Suazo, convierte a La Española en1518 en una isla encantada, en donde el discurrir de los

tán trazados con arenas de oro ys esarroyos y sus caucedonde la naturaleza ofrece sus frutos con maravillosaabundancia ^'. Bernal Díaz, en muchos aspectos tan ape-gado a la tierra y tan perspicaz observador, contemplala conquista de México a través del prisma de los roman-ces de caballería. Verrazano describe brillantemente alos indios de Rhode Island, con su pelo negro, su pielbronceada y sus ojos negros y vivos. Pero, ¿eran real-mente sus caras tan «gentiles y nobles como las de las

48estatuas clásicas» , o era ésta la reacción de un hombrecon una formación humanista florentina que se habíacreado a sí mismo una imagen mental del Nuevo Mundoinspirada en la Edad de Oro de la antigüedad?

Es difícil rechazar la impresión de que los europeosdel siglo xvi, como los chinos en las tierras del sur,veían con demasiada frecuencia lo que querían ver. Y ellono debía ser razón para sorprenderse o para burlarse, yaque muy bien puede ser consecuencia de que la mentehumana tiene una innata necesidad de apoyarse en losobjetos que les son familiares y en las imágenes-tipo paraadaptarse al choque con lo desconocido. La verdaderaprueba viene después, con la capacidad de abandonar ellazo de unión entre lo desconocido y lo conocido. Algu-nos europeos, y especialmente aquellos que permanecie-ron mucho tiempo en las Indias, pasaron con éxito estaprueba. Ellos mismos fueron dándose cuenta cada vezmás de la enorme diferencia existente entre la imagen yla realidad, y esto les obligó a abandonar gradualmentesus ideas prefabricadas y sus prejuicios heredados. Amé-rica era un mundo nuevo y un mundo diferente; y estehecho se impuso con una fuerza abrumadora sobre losque llegaron a conocerlo. Fray Tomás de Mercado escri-bió en su libro de consejos a los comerciantes de Sevilla:

Todo es diferentíssimo, el talento de la gente natural , la díspo-

sición de larepública, el modo de gobernar, y aun la capacidad

para ser governados'.

1, El impacto incierto 35

Pero, ¿cómo comunicar este hecho diferencial, la par-ticularidad de América, a aquellos que no la habían vis-to? El problema de la descripción condujo a los escrito-res y cronistas a la desesperación. Había demasiada di-versidad, demasiadas cosas que describir, se lamentabaconstantemente Fernández de Oviedo.

Ni yo tampoco sabré describir -escribió de un pájaro de vis-toso plumaje- ni dar a entender su lindeza e extremada plumade todas las que en mi vida he visto.

O también de un extraño árbol:

Porque es más para verle pintado de mano de Berruguete uotro excelente pintor como él, o aquel Leonardo de Vince, oAndrea Manteña, famosos pintores que yo conocí en Italia °J.

Pero la patente imposibilidad de la tarea representabapor sí misma un desafío que podía extender las fronterasde la percepción. Al esforzarse ellos mismos por comuni-car algunas cosas que habían visto a su alrededor y leshabían entusiasmado, los cronistas españoles de Indiaslograron ocasionalmente hacer descripciones de sobreco-gedora intimidad y brillantez. ¿Cuál puede ser más vivaque aquella de Las Casas cuando se describía a sí mismoleyendo maitines «en un breviario de letra menuda» ala luz de las luciérnagas de La Española? 51

Hay ocasiones en las que los cronistas se ven notable-mente constreñidos por la incapacidad de su vocabulario.Resulta muy curioso, por ejemplo, que la gama de colo-res que eran capaces de identificar los europeos del si-glo xvi fuera estrictamente reducida. Una y otra vez losviajeros manifiestan su asombro ante el verdor de Amé-rica, pero no pasan de ahí. Sólo en ciertos casos, como elde Sir Walter Raleigh, en Guyana, la paleta se hace va-riada.

Vimos pájaros de todos los colores , algunos encarnados, otrosde color carmesí, naranja, púrpura , verde, celeste , y de otrasmuchas clases, puros y mezclados... Q

También Jean de Léry puede dar una idea de la bri-llantez del plumaje de los pájaros del Brasil. Pero Léry

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El Viejo Mundo y el Nuevo36

posee una rara habilidad para ponerse en el lugar de uneuropeo que nunca ha cruzado el Atlántico y que no tie-ne más remedio que conocer el Nuevo Mundo según losrelatos de los viajeros. Enseña a sus lectores, por ejemplo,a imaginarse a un salvaje brasileño:

Imagine en su mente a un hombre desnudo, bien formado y

bien proporcionado , con todos los vello sc uerpo p intado...,

arranca-su d

e

dos.... sus labios y mejillas aguje r eados ,

muslos y piernas pintados de negro.

Pero incluso Léry cae en la misma dificultad al final:

Sus gestos y su semblante son tan diferentes de los nuestros,o

q ue confieso dificultad

ap

arara

reflejarlos endel verdadero placerude

enn un cuadro. . Así, pues, p

contemplarlos, tienen que ir a visitarlos a su propio país`.

Las pinturas, como Léry insinuaba, podían ayudar a laimaginación. Los artistas profesionales

que acompañaron

a algunas expediciones a las Indias -como John Wite,que participó en el viaje de Roanoke de 1585, yPost, que siguió al príncipe Juan Mauricio de Nassau alBrasil en 1637- podían haber captado algún aspecto delNuevo Mundo para aquellos que no lo conocían. Perolos problemas del artista eran parecidos a los del cronis-ta. Su formación y su experiencia europeas determinabanla naturaleza de su visión, y las técnicas y la gama de co-lores con las que estaba familiarizado no eran del todo

adecuadas para representar los escenarios nuevos y a ve-ces exóticos que ahora tenían que recoger. Frans Post,formado en la sobria tradición holandesa y con un campode visión cuidadosamente concentrado a través del ladocontrario de un telescopio, logró captar una imagen fres-ca, aunque algo transformada, del Nuevo Mundo durante

su estancia en Brasil . Pero cuando volvió a Europa, losgustos y las maneras de ésta hicieron que la visión co-

menzase a marchitarse 54.Incluso cuando el observador describía con éxito una

determinada escena, ya fuera en un cuadro o en prosa,

no existían garantías de que su trabajo llegase al públi-

1. El impacto incierto 37

co europeo de forma adecuada o que simplemente llega-se. El capricho de los editores y la obsesión de los gobier-nos por el secreto motivaron que mucha de la observaciónsobre el Nuevo Mundo, que podía haber contribuido a en-sanchar los horizontes mentales de Europa, se quedara sinllegar a la imprenta. Las ilustraciones tuvieron que correruna suerte muy especial. Era muy difícil para el lectoreuropeo obtener un cuadro sobre la vida de los salvajestupinambá del Brasil cuando las ilustraciones del libroque trataba sobre ellos reflejaban escenas de la vida turcasimplemente porque el editor tenía que salir de ellascomo fuese. La técnica del grabado tampoco era lo sufi-cientemente avanzada, al menos hasta la segunda mitaddel siglo xvi, como para permitir una fiel reproduccióndel dibujo original. Y sobre todo la existencia de un inter-mediario entre el artista y su público podía variar y trans-formar demasiado fácilmente la imagen que se le habíaencargado reproducir. A los lectores que habían sacadosu imagen de los indios de América de los famosos gra-bados de De Bry se les podía perdonar que entendiesenque las selvas americanas estaban pobladas de hombresdesnudos, cuyos cuerpos, perfectamente proporcionados,los convertían en parientes cercanos de los antiguos grie-gos y romanos ss

A pesar de todos los problemas implicados en la pro-pagación de una veraz información sobre América, elproblema más grave de todos continuaba siendo el de lafalta de comprensión. Los gustos del lector europeo, ypor lo tanto del viajero europeo, se habían ido moldean-do a partir de las imágenes acumuladas por una sociedadque se había nutrido durante generaciones de cuentossobre lo fantástico y lo maravilloso. Cuando Colón viopor primera vez a los habitantes de las Indias, su reaccióninmediata fue la de comprender que no se trataba de nin-gún modo de monstruos ni de gente anormal. No se po-día pedir más a un hombre que pertenecía en parte almundo de Mandeville `.

Existía una tentación casi irresistible a contemplar lastierras recién descubiertas bajo el prisma de las islas en-

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38 El Viejo Mundo y el Nuevo

cantadas de la fantasía medieval 57. Pero no era sólo lofantástico lo que tendía a encajarse entre lo europeo yla realidad. Si lo desconocido había de ser relacionadocon algo más que con lo extraordinario y lo monstruoso,

esta relación debía hacerse por vía de los elementos mássólidamente establecidos de la herencia cultural europea.Efectivamente, eran las tradiciones cristiana y clásica lasque podían mostrar claramente los puntos de partida paracualquier evaluación del Nuevo Mundo y de sus habi-

tantes.En algunos aspectos, estas dos tradiciones podían ayu-

dar a los europeos a llegar a comprender a América.

na de ellas proporcionaba una pauta o norma, dis-C dtintade aquellas que se tomaban en la Europa del Rena-cimiento, mediante la cual se podía juzgar a la tierra ya los habitantes del Nuevo Mundo. Algunas de las cate-gorías más conocidas no podían aplicarse a la clasificaciónde los habitantes de las Antillas. Estas gentes no eranmonstruosas y la falta de vello hacía difícil su identifi-cación con los salvajes de la tradición medieval". Tam-poco eran negros o moros, las razas mejor conocidas porla cristiandad medieval. En estas circunstancias, era na-tural que los europeos detuviesen su mirada en sus pro-pias tradiciones y tratasen de valorar el desconcertantemundo de las Indias comparándolo con el Jardín delEdén o con la Edad de Oro de la antigüedad.

El respeto de los europeos bajomedievales por sus tra-diciones cristianas y clásicas tuvo consecuencias benefi-ciosas para su acercamiento al Nuevo Mundo, ya que estolos capacitó para que lo situasen en una determinadaperspectiva con relación a ellos mismos y para que loexaminasen con un interés tolerante. Pero en contra deesas posibles ventajas deben establecerse algunos clarosinconvenientes, los cuales, de alguna forma, hicieron latarea de asimilación apreciablemente más dura. El propiosentido de insatisfacción de la cristiandad del siglo xvhalló su expresión en el ansia de volver a una situaciónmás favorable. La vuelta debía ser al perdido paraíso

1. El impacto incierto 39

cristiano, o a la Edad de Oro de los antepasados, o a al-guna engañosa combinación de ambos. Con el descubri-mtento de las Indias y de sus habitantes, que iban desnu-dos y -en contra de la tradición bíblica- no por elloavergonzados, era demasiado fácil transmutar el mundoideal, de un mundo remoto en el tiempo, a un mundoremoto en el espacio. La Arcadia y el Edén podían loca-lizarse ahora en las lejanas orillas del Atlántico".

Este proceso de transmutación comenzó desde el mis-mo momento en que Colón avistó por primera vez lasislas del Caribe. Las alusiones sobre el paraíso y la Edadde Oro estuvieron presentes desde el primer momento.La inocencia, la simplicidad, la fertilidad y la abundancia-cualidades por las que suspiraba la Europa del Rena-cimiento y que parecían tan inasequibles- hicieron suaparición en los informes de Colón y de Vespucio y fue-ron ávidamante recogidas por sus entusiastas lectores.Estas cualidades provocaron la respuesta de dos mundosen particular, el religioso y el humanista. Era lógico quealgunos miembros de las órdenes religiosas, desesperadospor la corrupción de Europa, viesen una oportunidadpara restablecer la iglesia primitiva de los apóstoles enun mundo nuevo al que todavía no habían alcanzado losvicios europeos. De acuerdo con la tradición redentoristay apocalíptica de los religiosos, las cuestiones de un nue-vo mundo y del fin del mundo se unieron armoniosa-mente en la gran tarea de evangelizar a los incontablesmillones que no conocían nada acerca de la fe 60.

Tanto los humanistas como los religiosos proyectaronen América sus sueños irrealizados. En las Décadas dePedro Mártir -el primero que popularizó América y sumito-- las Indias ya habían sufrido su artificiosa trans-

mutación. Aquí había gente que vivía sin pesos ni me-didas y

sin pestífero dinero, el origen de innumerables bajezas. Así,pues, si no nos avergonzamos de confesar la verdad, ellos parecenvivir en un mundo de oro, del que los viejos escritores hablanmucho.., 61

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40 El Viejo Mundo y el Nuevo

Era un cuadro idílico, y los humanistas fueron los queen mayor grado contribuyeron a crearlo, puesto que lespermitió expresar su profundo descontento con la socie-dad europea y, como consecuencia, criticarla. Europa yAmérica se convirtieron en una antítesis, la antítesis dela inocencia y la corrupción. Y se daba el caso de que lacorrompida estaba destruyendo a la inocente. Pérez deOliva, en su recientemente descubierta Historia de la in-

vención de las Indias, escrita en 1528, hace que los caci-ques indios expresen sus promesas en frases que podíanhaber sido escritas para ellos por Livy '. Acentuando lafortaleza y la nobleza de su carácter, señala el contrasteentre la inocencia de los supuestos bárbaros y la barbariede sus civilizados conquistadores. Era una tesis que habíasido empleada casi en el mismo momento por otro hu-manista español, Antonio de Guevara, quien en su fa-mosa historia de El villano del Danubio piensa también enlos horrores de la conquista 63. Los descubrimientos deultramar, como Tomás Moro ha mostrado, pueden usar-se para sugerir preguntas fundamentales acerca de losvalores y las normas de una civilización que estaba, qui-zá, por encima de las reformas.

Pero al tratar al Nuevo Mundo de esta forma los hu-manistas estaban cerrando las puertas a la comprensiónde una civilización extraña. América no era como ellos laimaginaban, e incluso los más entusiastas tenían que acep-tar desde un primer momento que los habitantes de estemundo idílico podían también tener vicios y ser belico-sos, y hasta en ocasiones devorar a sus semejantes. Estono era en sí suficiente para apagar el utopismo, va quesiempre era posible crear una utopía al otro lado del At-lántico, si no existía ya. Por un momento, pareció comosi el sueño de los religiosos y de los humanistas encon-trase su realización en los pueblos de Vasco de Quirogaen Santa Fe, en México". Pero el sueño era un sueñoeuropeo, que tenía poco que ver con la realidad ameri-cana. A medida que esta realidad fue extendiéndose, elsueño comenzó a marchitarse.

2. El proceso de asimilación

El Nuevo Mundo , tal como fue concebido por los eu-

ropeos de finales de la Edad Media y comienzos del Renacimiento , no era más que una imagen mental. Los con-

quistadores , que habían sido impulsados por su afán de

riquezas, tierras e hidalguía , contemplaban con desencan-to cómo los funcionarios de la corona española les inva-dían su paraíso feudal . Los religiosos , que habían visto

en el Nuevo Mundo su nuevo Jerusalén, vieron aumentarprogresivamente su desaliento ante las recaídas espiritua-les y morales de los indígenas cautivos. La utopía de los

humanistas , como las Siete Ciudades de los exploradores,parecía cada vez más remota e irreal. Hacia la mitad delsiglo xvi, las discrepancias entre la imagen y la realidadno podían seguir siendo sistemáticamente ignoradas. Es-taban comenzando a surgir demasiadas evidencias.

Europa tardaría un siglo o más en asimilar estas evi-dencias. Se trataba de un proceso difícil y largo, que enmuchos aspectos aún estaba lejos de completarse hacia lamitad del siglo xvii, si aceptamos el criterio propuestopor el profesor Winch:

41

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42 El Viejo Mundo y el Nuevo

El estudio serio de otra forma de vida significa necesariamenteel propósito de ensanchar la nuestra, y no sólo incluir a la otraforma dentro de los límites ya existentes de la nuestra... '

Al aplicar estas palabras al problema general referentea la asimilación del Nuevo Mundo como conjunto, esta-mos en disposición de darnos cuenta de que la posibilidadde que la Europa del siglo xvr y comienzos del xvii loconsiguiese era solamente relativa. La mayor parte delesfuerzo se empleó en llevar las realidades conocidas deAmérica dentro de los límites mentales ya existentes.Pero incluso hacia la mitad del siglo xvii estos límitesapenas si habían comenzado a moverse.

Dadas las implicaciones de ciertos aspectos del descu-brimiento de América, éste puede parecer un resultadodesalentador después de ciento cincuenta años de esfuer-zo intelectual. Guicciardini, con su acostumbrada agude-za, advirtió estas implicaciones cuando escribió:

Esta empresa descubridora, no sólo ha hecho reconsiderar mu-chas afirmaciones de los escritores anteriores sobre cosas terrenas,

sino que ha provocado cierta inquietud entre los glosadores delas Sagradas Escrituras...

Pero aún a mediados del siglo xvii, las asombrosasposibilidades atisbadas ya a comienzos del xvi apenashabían comenzado a comprenderse. A pesar de los pro-blemas originados por el creciente conocimiento de Amé-rica, no se había organizado todavía ningún ataque sobrela validez histórica y cronológica de la versión bíblica dela creación del hombre y de su dispersión después deldiluvio. La filosofía política y social de Europa permane-ció todavía casi intacta, a pesar de los resultados de lasobservaciones e investigaciones etnográficas 3. Las posi-bilidades del relativismo como arma para combatir lasconcepciones religiosas, políticas y sociales, casi no ha-bían sido comprendidas aún.

Hasta la centuria posterior a 1650, las tradicionalesfronteras mentales no comenzaron a extenderse hasta lle-

2. El proceso de asimilación 43

gar a abarcar estos puntos cruciales. Antes, por tanto,tan sólo podemos encontrar poco más que esporádicassalidas fuera de esta empalizada, o dramáticos avancesque nunca llegaban a consolidarse suficientemente. Sinembargo, este aparente fallo no debe ocultarnos la mag-nitud del trabajo que estaba siendo emprendido durantelos años anteriores a esta fecha. Este esfuerzo era el pasoprevio esencial para poder romper el círculo cerrado. Porlo menos se habían insinuado nuevas posibilidades y es-taban ya preparadas nuevas líneas de avance.

Contemplar el proceso mediante el cual el siglo xvieuropeo llegó a captar las realidades de América es com-prender algo de la misma civilización europea del si-glo xvi, tanto en sus puntos fuertes como en sus puntosdébiles. Algunos de los elementos de la herencia culturaleuropea dificultaron la asimilación de nuevos hechos y denuevas impresiones, pero otros pueden haber ayudado aenfrentarse a un fenómeno de tal magnitud. Por ejem-plo, fue importante que la actitud europea con respectoal objetivo y a los propósitos del proceso cognoscitivopermitiese impulsar considerablemente la investigaciónespeculativa. Gregorio García, un dominico español quepublicó en 1607 una extensa relación de las numerosashipótesis que habían sido enunciadas para explicar losorígenes de los habitantes de América, observó que elconocimiento del hombre sobre un hecho dado derivabade una de entre cuatro fuentes distintas. Dos de esasfuentes eran infalibles: la fe divina, tal como fue revela-da por las Escrituras; y la ciencia, que explicaba un de-terminado fenómeno mediante su causa. Pero aquella queera conocida como fe humana, quedaba únicamente bajola autoridad de su fuente; y aquella que era conocida sólopor la opinión, debía ser considerada como incierta por-que se basaba en argumentos que podían muy bien serrefutados. La cuestión del origen de los indios america-nos caía dentro de esta última categoría porque no podíahaber ninguna prueba clara, el asunto no era discutidoen las Escrituras, y el problema era demasiado reciente

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como para que existiese un caudal convincente de opinio-nes autorizadas 4.

Si algunas cuestiones eran, por tanto , cuestiones dog-máticas en las que al hombre no le era dado intervenir,había otras sobre las que los cristianos podían opinarmás o menos a su discreción . Era importante también quela búsqueda de la sabiduría disfrutase de la sanción de laantigüedad clásica y de la doctrina cristiana . Al citar,consciente o inconscientemente , a Aristóteles , Cortés afir-maba grandilocuentemente en una carta a un rey orientalque «universal condición es de todos los hombres desearsaber ». Todo el movimiento europeo de exploración y dedescubrimiento estaba informado por este deseo de ver yde conocer ; y nadie ejemplificó mejor el dicho de Aristó-teles que el mismo Cortés al indagar en el misterio delos volcanes , al observar con fascinación las costumbresde los indios y, con sus propias palabras, al investigardiligentemente en los « secretos de estas partes» S.

Parte de esta curiosidad puede ser contemplada comoun deseo de obtener conocimientos para satisfacción pro-pia. El siglo xvi coleccionaba hechos de la misma mane-ra que coleccionaba objetos exóticos; a aquéllos los si-tuaba en una cosmografía , de la misma forma que a éstoslos colocaba en un estante . Pero también la curiosidadtenía su lugar en un más amplio panorama cristiano.A finales de siglo, José de Acosta , en su gran obra His-

toria Natural y Moral de las Indias , comparaba a loshombres con las hormigas , porque no podían ser atemo-rizados una vez que habían dejado establecidos los he-chos:

Y la alta y eterna sabiduría del Creador usa de esta naturalcuriosidad de los hombres para comunicar la luz de su santoEvangelio a gentes que todavía viven en las tinieblas obscurasde sus errores'.

Esta afirmación de que todo conocimiento estaba su-bordinado a unos propósitos más altos y establecidos porunos designios providenciales era crucial para la asimi-lación del Nuevo Mundo de América por la cristiandad

2. El proceso de asimilación 45

del siglo xvi. De nuevo aquí resulta reveladora una com-paración con el acercamiento chino a las tierras del sur,tal como lo describe el profesor Schafer:

Las gentes del norte -escribe-, enfrentadas con el extrañomundo del Nam-Viet, carecían de la ayuda de cualquier tipo devisión reconocida del mundo mediante la cual poder asimilarcon optimismo las poco agradables realidades del sur. El hombreIba del período Tang no podía acudir con complacencia a prin-cipios metafísicos, tales como «el orden», «la armonía», «la uní-dad en la diversidad» o incluso «la belleza» -todos ellos con-ceptos ajustados a nuestra propia tradición- para facilitar sudifícil comprensión'.

Los europeos del siglo xvi, por otra parte, aceptaroninstintivamente la idea de un mundo planeado, al queAmérica -aunque inesperada en su aparición- debíaser incorporada de alguna maneras. Todo lo que pudie-ra saberse sobre América debía tener su lugar en el es-quema universal. El conocimiento de las nuevas tierrasy de las nuevas gentes podía, como sugirió Acosta, con-tribuir a la gran tarea de la evangelización del género hu-mano. El conocimiento de su infinita diversidad, que pro-clamaban con espanto y admiración Fernández de Ovie-do y Las Casas, sólo podía servir para aumentar lacapacidad del hombre para darse cuenta de la omnipo-tencia de su divino creador. El conocimiento de las pro-piedades medicinales y terapéuticas de sus hierbas yplantas era una prueba más del cuidado de Dios por elbienestar de sus hijos; y en este sentido era especialmen-te reconfortante que el Nuevo Mundo, que había infligi-do a Europa la terrible enfermedad de la sífilis, facilitasetambién su remedio con el lignum vitae v. Con frecuen-cia, sin duda, las más estrictas consideraciones metafísicasquedaban relegadas, pero siempre quedaba en el fondola convicción de que el conocimiento tenía una aplica-ción.

Ambas aproximaciones al conocimiento, la curiosa y lautilitaria, tenían evidentes limitaciones como medios deensanchar los horizontes mentales de los europeos del si-glo xvi. Era de gran importancia que hubiesen aceptado

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el hecho de la diversidad del género humano y hubiesensido estimulados por la lectura de autores clásicos paraque desplegasen una viva curiosidad por las costumbresde gentes tan diferentes. Pero el instinto recopilador fo-mentó la tendencia hacia la acumulación indiscriminadade hechos etnográficos casuales, que hicieron difícil es-tablecer cualquier modelo coherente de ideas. En algunosaspectos, fue especialmente lamentable que el siglo xviposeyese un claro modelo clásico en la Historia Naturalde Plinio. La impresión, muchas veces confusa, creadapor la Historia de las Indias de Oviedo, es en parte re-flejo de un excesivo respeto por una autoridad cuyosmétodos eran aquellos que menos necesitaban los queiban en busca de la verdad en el siglo xvi 10.

La indiscriminada recopilación de hechos sólo servíapara amontonarlos juntos en una categoría indiferenciadade lo maravilloso o de lo exótico. Esto inevitablementereducía su efectividad como vehículos de intercambiocultural. Algunos fueron asimilados con éxito por mode-los preexistentes, mientras que otros que podían habersido más innovadores permanecieron como simples curio-sidades. Durero contemplaba admirado los tesoros deMoctezuma; pero aquellos objetos exóticos eran curiosi-dades para ser admiradas, no modelos a imitar. Al igualque las obras de artesanía de los «bárbaros», las creacio-nes artísticas de los pueblos de América no ejercían vir-tualmente ninguna influencia en el arte europeo del si-glo xvi. Simplemente eran colocadas en los estantes delos coleccionistas -mudos testimonios de las costumbresextrañas del hombre no europeo ".

Por otra parte, muchos de los productos naturales deAmérica eran fácilmente aceptados y asimilados, especial-mente aquellos que podían tener alguna utilidad práctica.Pero un acercamiento rigurosamente utilitario podía sertan limitado como una recopilación indiscriminada movi-da por la sola curiosidad. Recoger simplemente lo útil in-evitablemente significaba que mucho se omitía o se igno-raba. Todavía, en último lugar, existía el estímulo de las

2. El proceso de asimilación 47

consideraciones prácticas -la necesidad de explotar losrecursos de América y de gobernar y convertir a sus ha-bitantes- que obligaba a los europeos a ensanchar elcampo de su visión (muchas veces, a pesar suyo) y a or-ganizar y clasificar sus hallazgos dentro de una estructuracoherente de pensamiento.

Tanto funcionarios como misioneros se dieron cuentade que para hacer efectivo su trabajo necesitaban com-prender algo de las costumbres y de las tradiciones delas gentes confiadas a su cargo. Los funcionarios realesque llegaron de España estaban acostumbrados a pensaren términos legales e históricos, y era bastante naturalque aplicasen éstos al nuevo ámbito en donde desempe-ñaban su cargo. ¿Cómo podrían, por ejemplo, determinarlas obligaciones tributarias de un indio a su encomenderosin descubrir en primer lugar la cantidad de impuestosque acostumbraban a pagar a su primitivo señor antes dela conquista? Las visitas de funcionarios reales a las loca-lidades indias tendían, así pues, a convertirse en laborio-sas investigaciones sobre la historia, la posesión de latierra y las leyes de sucesión de las sociedades indígenas;y los informes de los más inteligentes y rigurosos de esosfuncionarios, como Alonso de Zorita en Nueva España 12,eran en realidad ensayos de antropología aplicada, capacesde ofrecer una gran cantidad de información sobre lascostumbres y la sociedad indias.

En los años inmediatamente posteriores a la conquis-ta, los misioneros estaban menos preocupados que losfuncionarios reales por la recopilación de datos. La pri-mera generación de misioneros, sostenida por su fe en lanatural inocencia y predisposición a la bondad de loshabitantes indígenas, entendió que sus mentes eran -enpalabras de Las Casas- tablas rasas 13 en donde la ver-dadera fe podía grabarse fácilmente. La amarga experien-cia demostró pronto lo contrario. En su Historia de lasIndias de Nueva España (1581), el dominico Fray DiegoDurán insistió en que no podía haber esperanza de abo-lir la idolatría entre los indios

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si no tenemos noticia de todos los modos de religión en quevivían... Y así erraron mucho los que, con buen celo, pero nocon mucha prudencia, quemaron y destruyeron al principio todaslas pinturas de antiguallas que tenían, pues nos dejaron tan sinluz, que delante de nuestros ojos idolatran y no los enten-

demos ".

Este reconocimiento de que una empresa misioneracon éxito era imposible sin una comprensión de la viday las formas de pensamiento indígenas fue al mismotiempo el estímulo y la justificación de los grandes estu-dios sobre la historia, religión y sociedad pre-colombinasemprendidos por los miembros de las órdenes religiosasen los últimos años del siglo xvi.

No sólo es útil, sino del todo necesario -escribió Acosta-,que los cristianos... sepan los errores y supersticiones de los an-

tiguos 15.

Las consideraciones estrictamente prácticas que pre-sidieron estas investigaciones de los misioneros habíande tener inevitablemente resultados limitados. Los reli-giosos no se interesaban por el estudio de la sociedad in-dígena para provecho propio, sino para incorporarla tanrápida y completamente como fuese posible a lo queOviedo llamaba «la república cristiana» . Dada su radi-cal determinación de extirpar las abominables prácticasidolátricas, era natural que el cariñoso acercamiento a lacivilización indígena se detuviese bruscamente en aque-llos puntos en donde los indios se hubiesen rendido aldiablo y a sus obras. La cristiandad, por ejemplo, evitóun desapasionado acercamiento al problema del caniba-lismo -aunque Las Casas, si no pudo disculparlo, mos-tró cierta satisfacción por el hecho de que el canibalismohabía tenido también sus practicantes en la antigua Ir-

landa ".Incluso si algunos elementos de la civilización indígena

se resistían a ser entendidos, el esfuerzo por adquirir unmás profundo conocimiento y una mayor comprensión deaquella civilización obligaba a los religiosos a emprenderunas investigaciones que los llevaban a enfrentarse con

12. El proceso de asimilación 49

las fronteras de las disciplinas y los métodos convencio-nales. Les era necesario aprender las lenguas indígenasy esto los condujo a compilar diccionarios y gramáticas,como la primera gramática del idioma quéchua, que fuepublicada en 1560 por el dominico Fray Domingo deSanto Tomás 18. La lengua los capacitaba para explorarla cultura y la religión indias. Pero después de haber ela-borado este instrumento con considerable dificultad, seencontraron con otro problema inesperado: el de la ve-racidad.

La naturaleza de este problema se halla expuesta en uninteresante intercambio de cartas entre Acosta y el tam-bién jesuita Juan de Tovar, quien le envió a aquél el ma-nuscrito de la historia de México. Acosta, al agradecerleel manuscrito, pidió a Tovar aclaración sobre tres cosasque le preocupaban. En primer lugar, ¿qué «certidum-bre o autoridad» tenía esta historia? Segundo, ¿cómoconsiguieron los indios preservar por tan largo tiempo,sin conocer el arte de la escritura, el recuerdo de tan di-ferentes acontecimientos? Tercero, ¿cómo se podía ga-rantizar la autenticidad de los discursos aztecas recogidospor Tovar, dado que «sin letras no parece posible conser-var oraciones largas, y en su género elegantes»? Tovar,en su respuesta, explicaba cómo se les enseñaba a losjóvenes aztecas a recordar y a transmitir a las generacio-nes venideras los grandes relatos de su historia naciopal,y cómo utilizaban documentos pictográficos como ayudade la memoria 19.

A los europeos, acostumbrados a los documentos es-critos, podía no inspirarles gran confianza la dependenciade la tradición oral, pero al menos la idea no les eracompletamente extraña. Fernández de Oviedo, al tratarla misma cuestión una generación antes que Acosta, recor-daba sagazmente a sus lectores que también los castella-nos tenían su historia oral en forma de grandes roman-ces =0. Había también un importante precedente clásicoen las historias de Herodoto, cuyos métodos y veracidaderan temas de animados debates en el siglo xvi 21. Hero-doto, cuando investigaba la historia de pueblos extran-

r.u ott, 4

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jeros y bárbaros, tomaba su información de la tradiciónoral. Así, era posible para los españoles del siglo xvIfiarse de la memoria popular al recoger las historias delos pueblos de América sin pensar que violentaban ex-cesivamente con ello su concepto de un adecuado métodohistórico. Pero su preocupación por la autenticidad de sutestimonio les indujo a perfilar y desarrollar sus técnicasde investigación; y en las manos de un experto comoBernardino de Sahagún el conjunto de testimonios oralesse convirtió en una obra de trabajo etnográfico de cam-po, altamente sofisticado.

El impacto de estos métodos en la Europa del siglo xvifue desgraciadamente escaso a causa de que muchos delos grandes estudios de la cultura y la sociedad indígenas

nno fueran publicados. Los trabajos de Durán y Sah gunno aparecen impresos hasta el siglo xix, y la historia deMéxico de Tovar, que originó las preguntas de Acosta,permanece aún sin publicar en nuestros días. Con dema-siada frecuencia Europa desconocía los métodos innova-dores y los nuevos hallazgos de aquellos que trabajabanentre los pueblos indígenas de América. Por tanto, nopuede sorprendernos que el testimonio de la directa in-fluencia sobre Europa de las técnicas innovadoras desarro-lladas en América sea escaso. Es también, por su propianaturaleza, difícil de interpretar. Casos de aparente in-

fluencia directa tienden a ser ambiguos. El ímpetu origi-

nal que hay detrás de cada nuevo punto de partida puedeser europeo o no serlo, aunque la experiencia americanapuede proporcionar perfectamente un estímulo adicional.

En el terreno de la filología, por ejemplo, parece queel interés académico de Garcilaso de la Vega por la co-rrecta pronunciación de las palabras quéchuas deriva desu procedencia del círculo de los savants de Córdoba, el

cual aprendió del historiador Antonio de Morales el em-pleo del testimonio literario, topográficosus estudios sobre las cosas antiguas de España. Peroel íntimo conocimiento que tenía Garcilaso del NuevoMundo y de su historia contribuyó a ensanchar los ho-rizontes de estos anticuarios. Cuando Bernardo Aldrete

2. El proceso de asitnilación 51

publicó en 1606 su historia de la lengua castellana utilizólos ejemplos del quéchua y del náhuatl para demostrarcómo la conquista militar puede promover la unidad lin-güística u.

La experiencia americana puede haber producido unimpacto más directo, aunque también limitado, sobre losmétodos de investigación gubernamental. La necesidadde obtener una auténtica información sobre un mundototalmente desconocido obligó a la corona española a ges-tionar la recopilación de testimonios en escala masiva.En este proceso el cuestionario se convirtió en un ins-trumento esencial del gobierno. Los funcionarios españo-les en las Indias fueron bombardeados con cuestionarios.Los más famosos (aunque no los primeros) fueron aque-llos redactados al comienzo de la década de 1570 poriniciativa del presidente del Consejo de Indias, Juan deOvando, destinados a obtener una gran cantidad de in-formación detallada sobre la geografía, el clima, la pro-ducción y los habitantes de las posesiones españolas enAmérica. No existía ninguna razón evidente para que unmétodo de investigación proyectado para el Nuevo Mun-do no pudiese ser aplicado también en el Viejo Mundo;así, en 1574, después de que Juan de Ovando fuese de-signado para ocupar la presidencia del Consejo de Ha-cienda, se inició en Castilla una investigación similar '.

La iniciativa de Ovando pone de manifiesto lo decisi-vo que puede resultar la acción de un simple individuoen un puesto clave, pero también refleja una mayor aspi-ración general de la época por ordenar y clasificar. A fi-nales del siglo xvi, como resultado de la gran cantidadde observaciones efectuadas durante las décadas prece-dentes, se estaba agudizando el problema de la clasifica-ción en cada uno de los campos del conocimiento'-4. Elconocimiento sobre América no era una excepción. Gran-des cantidades de datos mal clasificados sobre el NuevoMundo, encontraron ahora su camino hacia Europa; yhubo muchos manuscritos que circularon en privado oque fueron a parar al Consejo de Indias, que necesitabanser examinados y compulsados. Hacia 1570 existía la

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abrumadora necesidad de introducir un método en uncampo en donde la investigación estaba con demasiadafrecuencia falta de sistema y dependía de los esfuerzosindividuales de los entusiastas. Fernández de Oviedo ha-bía hecho esfuerzos heroicos en su época para abarcar latotalidad de los conocimientos sobre el Nuevo Mundoen una gran recopilación enciclopédica, pero una nuevageneración, más sofisticada, estaba comenzando a en-contrar inadecuados sus métodos. Constituye un símbolode su quehacer de aficionado el hecho de que Oviedoen cierta ocasión tomase todas las precauciones para elenvío con las mayores seguridades de una iguana vivadesde La Española a su amigo Rarnusio en Venecia, perose olvidase de obtener información adecuada sobre suscostumbres alimenticias. Le proporcionó al animal unbarril de tierra para su alimentación y la infortunada

criatura murió en el viaje .Alrededor de 1570 se manifestaba de muchas formas

la aspiración de alcanzar una mayor profesionalización yun más alto grado de sistematización. En 1565, el doc-tor sevillano Nicolás Monardes publicó su famoso estu diosobre las plantas medicinales de América, que apar

bajo el títuloJoyfull Newes out of the Newe Faunde

Worldeen la traducción inglesa de John Frampton de

1577. Casi al mismo tiempo, un naturalista boloñés,Ulisse Aldrovandi, creaba un jardín y museo botánicos,depara los cuales solicitaba constantemente ejemplaresAmérica. Preocupado por la falta de método en los librossobre América que llegaban hasta él, pidió al gran duquede Toscana permiso para dirigir una expedición científicaa las Indias en 1569. El permiso nunca llegó, peroaños más tarde Felipe II envió una expedición del tmuis-natura-mo tipo a América bajo la dirección del físico ylista español Dr. Francisco Hernández 26.

En 1571, el mismo año en que Hernández salió paraMéxico, la corona española creó un nuevo cargo, el decosmógrafo y cronista oficial de Indias, y designó paraocuparlo a Juan López de Velasco, un estrecho colabora-dor del presidente reformador del Consejo de Indias,

2. El proceso de asimilación 53

Juan de Ovando 27. Había una doble intención en la crea-ción de este cargo: proporcionar una exacta relación delas realizaciones españolas en América frente a las ca-lumnias extranjeras y reducir la vergonzosa ignoranciade los consejeros de Indias sobre las tierras que teníanbajo su jurisdicción. En la práctica, la historia oficial delas Indias tuvo que esperar hasta que un cronista poste-rior, Antonio de Herrera, publicase sus Décadas a co-mienzos del siglo xvii. Pero Velasco, cuyos propios in-tereses parecen haber sido más cosmográficos que histó-ricos, escribió entre 1571 y 1574 una Geografía y des-cripción universal de las Indias 28. Se trataba exactamentede la clase de trabajo que se necesitaba en aquel momen-to: una brillante, sucinta y lúcida síntesis de la informa-ción existente sobre la geografía, los fenómenos naturalesy las gentes de las Indias. Pero el trabajo de Velasco, aligual que las voluminosas notas botánicas de Hernández,era virtualmente desconocido por sus contemporáneos yno fue publicado completamente hasta 1894. Una vez másse privó a una importante contribución al conocimientode producir un beneficioso impacto por no haber sidopublicada.

Sin embargo, el trabajo de Velasco, aunque constituía

un tour de force, era esencialmente un compendio; yhasta que no se publicó en español, en 1590, la granHistoria Natural y Moral de las Indias de José de Acor-ta, no se culminó triunfalmente el proceso de integrar almundo americano en el contexto general del pensamientoeuropeo. Esta Historia era, como Acosta decía, una nue-va empresa. Muchos autores, escribió, habían descritolos aspectos nuevos y exóticos de las Indias de la mismaforma que otros habían descrito las hazañas de los con-quistadores españoles.

Mas hasta agora no he visto autor que trate de declarar lascausas y razón de tales novedades y extrañezas de la naturaleza...ni tampoco he topado libro cuyo argumento sea los hechos ehistoria de los mismos indios antiguos y naturales habitadores delNuevo Orbe 29.

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54El Viejo Mundo y el Nuevo

En efecto, estaba comprometido en la dificilísima

tarea de mostrar a los lectores europeos las especiale smis-

mo

características de América y de sus habitantes, ytiempo de acentuar la indesligable unidad del Viejo

ias contrapuestas de unidadortL easMundo y del Nuevo.y diversidad se reconciliaron en una síntsis que

pensamientomucho a la tendencia aristotélica del p

Acosta.Sin embargo, la síntesis de Acosta era la culminación

de un siglo de esfuerzo, en el curso del cual estaban sien-do asimilados lenta y dolorosamente en la concienciaeuropea tres diferentes aspectos del mundo americano.América, como una entidad en el espacio, había solicitadosu incorporación a la imagen mental europea del mundo

natural. Al hombre americano había que buscarle su lu-

gar entre los componentes del género humano. Y Améri-

ca, como una entidad en el tiempo, requería la i tegrTodnen la concepción europea del proceso fue el genioesto se consiguió a lo largo del siglo xvi, ysintetizador de Acosta el que llevó a feliz término la

gran empresa. de los europeos delLa aceptación gradual por parte

fenómeno natural y geográfico de América fue al mismotiempo obstaculizada y ayudada por su dependencia delas enseñanzas geográficas de la antigüedad clásica. Elreto a esta enseñanza fue vivamente expresado por elportugués Pedro Nunez, cuando escribió en su

Tratado

de la Esfera de 1537:

Nuevas islas ,nuevas tierras, nuevos mares, nuevos pueblos; y

lo que es mejor, un nuevo ciclo y nuevas estrellas '.

No era fácil romper con la tradicional concepción del

orbis terrarumcon sus tres masas de tierra: Europa,

Asia y Africa; ni tampoco con la idea de una inhabitablee innavegable zona tórrida en el hemisferio sur. SiOlaexperiencia destruyó la segunda de estas tesis muy pto, no destruyó en cambio la primera hasta que no se

atravesó el estrecho de Behring en 1728. Era, así pues,

2. El proceso de asimilación 55

bastante razonable que durante el siglo xvi continuasela inseguridad sobre si América formaba o no parte deAsia. Las Casas decidió finalmente que sí pertenecía 31,mientras que Fernández de Oviedo sospechaba que

la Tierra Firme destas Indias es una otra mitad del mundo, tangrande o por ventura mayor, que Asia, Africa y Europa... n

Efectivamente, algunas ideas cosmográficas que poce-dían de la antigüedad clásica fueron confirmadas por losdescubrimientos. Desde luego la lectura de Estrabón yla de Ptolomeo, junto con el testimonio proporcionadopor la experiencia portuguesa, hicieron posible que elflorentino Lorenzo Buenincontri lanzase la teoría de laexistencia de un cuarto continente en 1476 u. Pero otrasideas -sobre regiones inhabitables o zonas climáticas-tuvieron que ser abandonadas o modificadas profunda-mente. Tampoco las enseñanzas clásicas tuvieron granvalor a la hora de interpretar el fenómeno de una partedel mundo que había permanecido desconocida para ellas.En este punto, como Fernández de Oviedo nunca secansó de señalar, no había ninguna cosa que supliese laexperiencia personal.

Esto que he dicho no se puede aprender en Salamanca, ni enBoloña, ni en París...

La superioridad de la observación personal directasobre la autoridad tradicional se comprobó repetidamen-te en el nuevo medio americano. Y cada nueva ocasiónservía para quebrantar más esta autoridad.

Pero el hecho de que los fenómenos naturales delNuevo Mundo no figurasen en las tradicionales cosmo-grafías o en las historias naturales hizo muy difícil in-cluirlos dentro del círculo de la conciencia europea. Unrecurso empleado frecuentemente era el de la analogía ola comparación. Sin embargo, el método comparativotenía sus propios peligros y desventajas. Cuando Oviedoy Las Casas compararon a La Española con las dosfamosas islas de Inglaterra y Sicilia para probar que no

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era inferior a éstas en fertilidad, el resultado fue simple-mente que borraron las diferencias entre las tres 35. Acos-ta, que vio el peligro, previno especialmente contra lasuposición de que las especies americanas se diferencia-ban accidentalmente, pero no en esencia, de las de Eu-ropa. Las diferencias eran a veces tan grandes, decía, quereducir todas ellas a los tipos europeos era como llamarhuevo a una castaña 36

Para Acosta la naturaleza americana tenía sus propiascaracterísticas distintivas, como perteneciente a una dife-rente cuarta parte del mundo, pero al mismo tiempoparticipaba suficientemente de las características genera-les como para considerarla como una de las cuatro partesde un todo común. Aún más, esto era válido tanto parael hombre como para la naturaleza. «Son las cosas hu-manas entre sí muy semejantes», escribió para justificarsu decisión de dedicar uno de los siete libros de suHistoria Natural y Moral a la historia de los indios mexi-canos 37. Pero fue precisamente esta cuestión de la hu-manidad, o del grado de humanidad, de los pueblos deAmérica, lo que había sido la causa de tan agitado debatedurante el siglo xvi, puesto que el hombre americano,más aún que la entidad geográfica de América, habíaobligado a los europeos a una fundamental reconsidera-ción de las ideas y actitudes tradicionales.

En la época del descubrimiento de América exisía yaun buen número de categorías movibles en donde loseuropeos podían encajar a los diferentes pueblos delmundo 38. La doble herencia de la misma Europa -lajudeo-cristiana y la clásica- condujo a una clasificacióndual del género humano según la cual los pueblos eranjuzgados de acuerdo con su herencia religiosa o su gradode civilización. La división fundamental atendiendo a lacuestión religiosa era de cristianos y paganos. Pero loseuropeos del Renacimiento se apropiaron también de ladistinción entre griegos y bárbaros que figuraba en laliteratura clásica; y el bárbaro, además de pagano, eratambién grosero e inculto. Pueblos diferentes mostrabandistintos grados de barbarie, y estas distinciones eran

2. El proceso de asimilación 57

generalmente explicadas por medio de influencias astro-lógicas y de ambiente. Aristóteles había enseñado a loseuropeos a pensar en el hombre -e incluso en el másbárbaro- como una criatura naturalmente social, perose reconocía también que existían ciertos hombres tansalvajes o fieros como para vivir solitarios en las selvassin el beneficio de la religión o de las instituciones socia-les. Como Nabuchadnezzar, el prototipo del hombre sal-vaje, éstos representaban al hombre, más que en su formaprimitiva, en su forma degenerada, aunque las doctrinasclásicas de la Edad de Oro habían creado también lateoría de que el solitario habitante de la selva podía asi-mismo representar al hombre en un estado de primitivainocencia antes de que fuese corrompido por la so-ciedad 39.

Estas ideas generales sobre el hombre y la sociedadproporcionaba al menos un tosco punto de referencia quepodía ayudar a los europeos a llegar a comprender a lasgentes de América. Pero, inevitablemente, a lo largo delsiglo xvi el creciente conocimiento y comprensión delos habitantes indígenas de América y de las grandes di-ferencias entre ellos pusieron de manifiesto lo inadecuadode esta teoría intelectual, que hubo de ser modificada.Desde el principio se registraron grandes desacuerdos so-bre la naturaleza del hombre americano. En general, laimagen del indio inocente fue mantenida más fácilmentepor aquellos europeos que no habían llegado a ver a nin-guno. Los europeos que habían experimentado un largocontacto con él podían caer fácilmente en el otro extre-mo. Al comentar la alimentación de los indígenas de LaEspañola, que incluía raíces, serpientes y arañas, el doc-tor Chanca, que acompañó a Colón en su segundo viaje,señalaba:

Me parece es mayor su bestialidad que de ninguna bestia delmundo `.

Este tema de la bestialidad del indio, que alternabacon el tema de su primitiva inocencia, aparece en laliteratura que siguió al descubrimiento y a la coloniza-

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ción, aunque no está claro que incluso los más extremis-tas exponentes de la tesis de la bestialidad hayan idotan lejos como para negarle todo derecho a ser llamadohombre. Si no era un hombre, entonces era incapaz derecibir la fe, y era precisamente esta capacidad para laconversión en la que insistía Paulo III cuando proclamóen la bula Sublimis Deus de 1537 que «los indios eran

verdaderamente hombres» 41.La tradición cristiana definía al hombre de acuerdo

con su capacidad para recibir la Gracia divina; la tra-dición clásica lo definía de acuerdo con su capacidad deraciocinio. Se aceptaba generalmente, en especial des-pués de la Sublimis Deus, que los indígenas de Américasatisfacían suficientemente el criterio de estas dos tra-diciones como para incluirlos en el género humano. Peroel grado exacto según el cual satisfacían estos criterioscontinuaba siendo un tema de permanente debate. Lejosde estar peculiarmente capacitados para recibir la luzdel evangelio, como la primera generación de religiososhabía esperado ingenuamente, los indios manifestarontodos los síntomas de una absoluta inseguridad religio-sa. Católicos y protestantes coincidían en ello. Fernán-dez de Oviedo expresó los más graves recelos sobre lasinceridad de su conversión 42, y Jean de Léry encontróelocuente evidencia entre los tupinambá del Brasil so-bre la validez de la enseñanza calvinista.

Observad la inconstancia de esta pobre gente, un claro ejemplode la corrompida naturaleza del hombre '.

El grado de racionalidad que tenían los indios estabatan abierto a la discusión como el grado de su capacidadpara recibir la fe. Para Fernández de Oviedo se tratabaclaramente de seres inferiores, naturalmente holgazanese inclinados al vicio. Este autor encontró al mismo tiem-po pruebas de su inferioridad, no en su color -ya queel color poseía en el siglo xvi pocas de las desagradablessignificaciones que iba a adquirir más tarde 44-, sino enla medida y el grosor de sus cráneos, que indicaban una

2. El proceso de asimilación 59

deformación en aquella parte del cuerpo que propor-cionaba la medida de la capacidad racional del hombre asEsta creencia muestra la existencia, al menos entre loscolonos españoles, de una tosca teoría biológica quepodía usarse para apoyar la doctrina aristotélica deSepúlveda sobre la servidumbre natural de los indiosbasada en su inferioridad con respecto a los españolescomo seres racionales.

Debemos decir -declaró un experto anónimo, cuya opiniónfue manifestada a Felipe III por el procurador general de losmineros de Nueva España en 1600- que los indios son siervosde los españoles... por la doctrina de Aristóteles, lib. 1, Polí-tica, que dice que los que han menester ser regidos y gobernadospor otros pueden ser llamados siervos de aquéllos... Y por estola naturaleza hizo proporcionados los cuerpos de los indios, confuerzas bastantes para el trabajo del servicio personal; y de losespañoles, por el contrario, delicados y derechos y hábiles paratratar la policía y urbanidad... `°

Era fácil hacer la ecuación entre bestialidad, irracio-nalidad y barbarie; y aquellos que la hacían podíanacudir a la doctrina aristotélica para justificar la domi-nación española sobre los indios como natural y nece-saria. Por consiguiente, aquellos españoles que, comoVitoria, sintieron que la sangre se les helaba en susvenas cuando pensaban en el comportamiento de suscompatriotas en las Indias 47, fueron impulsados a re-considerar a un nivel nuevo y más profundo la clasifica-ción tradicional europea de los pueblos del mundo. Esteproceso de revalorización fue extraordinariamente impor-tante porque obligó gradualmente a los europeos a cam-biar de una definición política estrecha y primaria de«ciudadanía» al concepto más amplio de «civilización»,que no equivalía necesariamente a cristiandad 48.

Fray Tomás de Mercado, cuando escribía en la décadade 1560, llamaba a los negros y a los indios «bárbaros»porque «no se mueven jamás por razón, sino por pa-sión» 49. Para contradecir este argumento tradicional, eranecesario obtener pruebas de la racionalidad de los in-dios. La insistente búsqueda de estas pruebas contribuyó

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60 El Viejo Mundo y el Nuevo

a forjar la idea de lo que constituía un hombre civiliza-do. Las Casas, por ejemplo, señalaba que la arquitecturamexicana -«antiquísimos edificios de bóvedas y cuasipirámides»- « no es chico indicio de su prudencia ybuena policía» (una tesis rechazada por Sepúlveda, quienalegaba que también las abejas y las arañas podían pro-ducir artefactos que no podía imitar ningún hombre) 50.Pero los logros arquitectónicos constituían una sola entrelas muchas manifestaciones que demostraban su capaci-dad para la vida social y política y que impresionaronprofundamente a muchos europeos que observaban laescena americana.

Es evidente -escribió Vitoria en la década de 1530- quetienen cierto orden en sus cosas: que tienen ciudades. debida-mente regidas , matrimonios bien definidos , magistrados, señores,leyes, profesores , industrias , comercio; todo lo cual requiere usode razón. Además , tienen también una forma de religión...

Las implicaciones que esto tenía , como manifestó Vi-toria, -eran tan trascendentales que estaban destinadasa afectar a la concepción cristiana de las relaciones conel. mundo exterior . El raciocinio , medido por la capa-cidad de vivir en sociedad , era el criterio que se seguíapara establecer la ciudadanía de un individuo; y si estaciudadanía no estaba coronada como debía haberlo es-tado, por el cristianismo , ello podía constituir una des-gracia más que un crimen.

Hubieran estado -escribió Vitoria- tantos miles de años, sinculpa suya , fuera del estado de salvación , puesto que han na-cido en pecado y carecen del bautismo , y no tendrían uso derazón para investigar lo necesario para la salvación . Por lo quecreo que el hecho de que nos parezcan tan idiotas y romosproviene en su mayor parte de su mala y bárbara educación,pues también entre nosotros vemos que muchos hombres del cam-po bien poco se diferencian de los brutos animales'.

El argumento de Vitoria colocaba bajo una nuevaperspectiva al cristianismo y a la barbarie , aunque setrataba de una perspectiva que estaba profundamenteinfluenciada por las teorías greco -romanas sobre los hom-

2. El proceso de asimilación 61

bres como seres racionales e integrantes de una comuni-dad mundial. Los indios americanos , al mostrar su ca-pacidad para la vida social, señalaron su derecho a formarparte del club. Este no podía estar reservado solamentea los cristianos , ya que todos los hombres racionales eranciudadanos de «todo el orbe, que en cierta manera formauna república» 53. Si así era, ¿qué ocurría con la tradi-cional distinción entre cristianos y bárbaros? Inevitable-mente esta distinción comenzó a borrarse, y su significa-ción como una fuerza divisoria comenzó también a de-clinar.

En su Relación de los señores de la Nueva España, es-crita algo antes de 1570, Alonso de Zorita advierte, porejemplo, la discrepancia entre las descripciones laudato-rias de Cortés sobre las realizaciones de los aztecas y supersistente tendencia a llamarlos «bárbaros». El uso dela palabra barbarie en este contexto podía proceder, pen-saba, del hecho de que «comúnmente solemos llamar alos infieles bárbaros; y esto conforma con lo que dice elprofeta en el Salmo 144, ... a donde llamó bárbaros a losegipcios por ser idólatras». «Aunque alias», como obser-vó, «era gente muy sabia». También advirtió la tendenciade los griegos y romanos a describir como «bárbaros» atodas aquellas gentes cuyo lenguaje, costumbres y prácti-cas religiosas diferían de las suyas.

O llaman los españoles bárbaros a los indios por su gran sim-plicidad, y por ser como es de suyo gente sin doblez y sin ma-licia alguna..., pero en este sentido también se podría llamarbárbaros a los españoles , pues hoy en día, aun en las ciudadesmuy bien regidas, públicamente se venden espadillas , y caballitos,y pitillos de latón, y culebrillas de alambres, y palillos de cas-cabeles... Y pues esto hoy pasa entre nosotros y entre gente tansabia y en repúblicas bien ordenadas , de qué nos maravillamosde los indios , o por qué los llamamos bárbaros, pues es ciertoque es gente en común de mucha habilidad ... Muévanse por loque quisieren de lo dicho los que los llaman bárbaros , que porlo mismo nos lo podrían llamar a los españoles , y a otras nacio-nes tenidas por de mucha habilidad y prudencia'.

Aquí podemos ver ya la actitud mental que señaló pocomás tarde Montaigne cuando escribió estas famosas pa-

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62El Viejo Mundo y el Nuevo

labras: «cada uno llama barbarie a aquello que no es su

propia costumbre» ssEl examen de Zorita sobre la naturaleza de la barbarie

indica cómo la experiencia acerca de otros pueblos estabaobligando a los europeos a observarse a sí mismos bajouna luz nueva y a veces imprevista. Pero esto podía ha-ber sido mucho más difícil y podía no haber pasado nuncasi las propias tradiciones culturales de Europa no hubie-sen incluido algunos elementos y características que ter-minaron por crear una predisposición para reaccionar en

este sentido. Las tradiciones judeo-cristianas y las clásicaseran lo suficientemente distintas y lo suficientemente ricasy variadas por sí mismas como para haber mantenido unbuen número de ideas diferentes, e incluso incompatibles,en difícil coexistencia dentro de un simple campo delpensamiento. Algunas de estas ideas podíanhaberdurante un largo tiempo recesivas, y otrasPero una súbita convulsión externa, como el descubri-miento de los habitantes de América, podía trastornareste esquema caleidoscópíco y sacar a la luz otras buenao combinaciones de ideas. Había, por ej emp lo, una

base de autoridad en la Escritura para dar lugar al rela-

tivismo implícito en el tratamiento que Zorita daba a labarbarie, en el texto de un pasaje de los Corintios 1, 14,

10-11:

Tantas clases de idiomas hay, seguramente, en el mundo, y nin-guno de ellos carece de significado.

Pero si yo ignoro el valor de las palabras, seré como extran-jero para el que habla, y el que habla será como extranjero

para mí.

El descubrimiento de América, al cambiar y pulir laconcepción europea de la barbarie y de la ciudadanía, asícomo en otros muchos campos del pensamiento, fue im-portante no tanto a causa de dar origen a ideas total-mente nuevas como por obligar a los europeos a enfren-tarse cara a cara con ideas y problemas que debían serresueltos por sus propias tradiciones culturales. Pero aque-llas tradiciones demostraron ser bastante ricas como para

2. El proceso de asimilación 63

facilitarles las respuestas de, al menos , algunas de lasenigmáticas cuestiones planteadas por América. Su vene-ración por la antigüedad clásica los hizo conscientes dela existencia de otras civilizaciones superiores a la suya.El pensamiento cristiano y estoico les dio la idea de launidad fundamental del género humano. Aristóteles lesenseñó a pensar en el hombre como un ser esencialmentesocial. Y todo esto capacitó a algunos de ellos para con-templar a su propia sociedad desapasionadamente y parabuscar la naturaleza de la relación entre ellos mismos ylas otras gentes del mundo con bastante éxito.

En esta empresa la contribución de la doctrina aris-totélica demostró tener una crítica importancia . Aristó-teles pudo haber influido en los argumentos de Sepúlvedaen favor de la inferioridad natural de los indios; perotambién fue Aristóteles el que hizo posible que Vitoriasaliese en defensa de las prerrogativas inalienables de lassociedades paganas; y también fue el sistema aristotélicoel que hizo posible los dos intentos más serios del si-glo xvi de incorporar a América dentro de una visiónunificada del mundo, del hombre y de la historia; los deLas Casas y Acosta.

La monumental Apologética Historia de Las Casas, es-crita probablemente durante la década de 1550, consti-tuve una desconocida obra maestra -desconocida enparte porque es casi ilegible, y en parte porque tuvo queesperar hasta el siglo xx para ver la luz. Este abandonoes de lamentar porque, con todos sus fallos, esta obrarepresenta un intento extraordinariamente ambicioso yerudito de incluir a los habitantes del Nuevo Mundo den-tro del panorama general de la civilización humana. Parademostrar su tesis de que el indio es un ser completamen-te racional, perfectamente capacitado para gobernarse así mismo y para recibir el evangelio, Las Casas lo examinadesde el punto de vista moral y físico, de acuerdo con elcriterio establecido por Aristóteles. Los resultados de suanálisis de las sociedades indias pueden por tanto sercomparados con aquellos obtenidos por un análisis similarde las sociedades del Viejo Mundo, y especialmente (pero

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64 El Viejo Mundo y el Nuevo

de ningún modo exclusivamente) por la de los griegos yromanos. Por tanto, el estudio de Las Casas constituyeun gran ensayo de antropología cultural comparada, en

donde las costumbres sociales y religiosas de los griegos,

romanos y egipcios, antiguos galos y antiguos bretones,son examinadas paralelamente a las de los aztecas y losincas, generalmente con ventaja de las últimas.

Sin embargo, existía potencialmente un grave problemaque Las Casas tenía que abordar. El pudo levantar unformidable cúmulo de argumentos y ejemplos para abor-dar la absoluta racionalidad de aquellos indios que vivíanen estados organizados. ¿Pero qué decir respecto a aque-

llos que eran tan bárbaros que vivían como bestias en la

selva? Después de considerar varias razones posibles por

las que un hombre pudiese vivir fuera de la sociedad,como el asentamiento en nuevas tierras o la ausencia depeligro por parte de otros hombres o de fieras salvajes,Las Casas encontró la respuesta en la formulación de ladoctrina estoica de Cicerón de que «todas lashombres naciones cadamundo son hombres, y de ésta esuno dellos es una no más la definición, y queson racionales». Si esto era así -si el hombre era sinduda un ser racional-, entonces incluso el más bárbarode los hombres podía ser inducido por el camino adecua-do, con amor y mansedumbre, a vivir en compañía y

sociedad ".Este argumento implicaba la existencia de varios gra-

dos de barbarie y de ciudadanía; y Las Casas de hecho

concluyó su Historia analizando el significado de «bár-baro» y dividiendo a los bárbaros en varios tipos dife-rentes. El término «bárbaro» podía ser utilizado paradesignar a todas aquellas gentes que no profesasen la fe

cristiana, en cuyo caso los indios eran bárbaros. Pero

podía aplicarse también a la gente que estuviera tan fuerade sí como para comportarse como los animales; a aque-llos que rehusaron someterse a las leyes y a la vida social,

y a aquellos que desconocían el arte de escribir y de

hablar lenguas extrañas. Con cierta amplitud de criterio,

los indios podían ser incluidos en esta última categoría,

12. El proceso de asimilación 65

aunque, en lo que concernía a la lengua «tan bárbaroscomo ellos nos son, somos nosotros a ellos»'',

Acosta, en su De Procuranda Indorum Salute, escritaen 1576, tomó este proceso de clasificación en un estadiomás avanzado. Para Acosta la más alta categoría de bár-baros era aquella que incluía a los que vivían, como loschinos y los japoneses, en repúblicas estables y teníanmagistrados, ciudades y libros. En la categoría mediaestaban aquellos que desconocían el arte de la escrituray los «conocimientos filosóficos o civiles», como los mexi-canos y peruanos, pero poseían admirables formas degobierno. La tercera e inferior era aquella que incluía alas gentes que vivían «sin ley, sin rey, sin pactos, sinmagistrados ni república, que mudan la habitación, o sila tienen fija, más se asemeja a cuevas de fieras o cercasde animales» '.

Al adoptar clasificaciones de este tipo, Las Casas yAcosta estaban volviendo a plantear, sobre la base detodo el reciente testimonio de América, una cuestión quehabía fascinado y confundido a los europeos durante lar-go tiempo: aquella de la diversidad cultural ". ¿Cómopodían explicarse las diferencias entre los pueblos? Larespuesta tradicional, vuelta a formular en el siglo xvipor Bodin, acentuaba la importancia de la geografía y delclima. Pero cl estudio de los habitantes del Nuevo Mun-do contribuyó a centrar la atención sobre otras explica-ciones, tales como la importancia de la migración. Si loshabitantes de América eran descendientes de Noé, comoinsistía cl pensamiento ortodoxo que debían ser 60, estabaclaro que debían haber olvidado las virtudes sociales enel curso de su camino errante. Acosta, quien sosteníaque llegaron al Nuevo Mundo a través de Asia, creía quese habían vuelto cazadores durante su emigración. Des-pués, poco a poco, algunos de ellos se reunieron en al-gunas regiones de América, recobraron el hábito de lavida social y comenzaron a constituir estados b'.

Este argumento establecía una evolución desde la bar-barie hasta la ciudadanía. Y si esta evolución fue aplicadapor Acosta al hombre de América, la idea tenía también

Elliott, s

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66El Viejo Mundo y el Nuevo

relación con la historia de Europa, lo cual no pasó inad-vertido. Se conocía demasiado poco sobre otras socieda-des contemporáneas no europeas como para permitir com-paraciones muy elaboradas entre ellas y las de América.Sin embargo, se habían establecido muchas comparacio-nes entre las costumbres americanas y las de lash socie-dades europeas del pasado, y estas comparacionesrevelado algunas semejanzas sorprendentes. La deducciónlógica era que la evolución no se refería exclusivamentea América, y que los antepasados de los modernos eu-ropeos habían sido alguna vez como los actuales habi-tantes de América. Los indígenas de Florida, escribió

Las Casas, estaban todavía

en aquel primer estado rudo que estuvieron todas las otras na-ciones antes que hobieron quien las pudiese enseñar... Debernosconsiderar lo que nosotros éramos, y todas las otras nacionesdel mundo, antes que nos visitase Jesucristo

Y, como muestra de ello, los dibujos de John Whitede 1585 fueron utilizados como base para las represen-taciones imaginarias de los antiguos Píctos y de los anti-

guos Bretones 63.A finales del siglo xvii, pues, la experiencia de Amé-

rica había proporcionado a Europa un tímido bosquejoal menos de la teoría del desarrollo social. Pero esta teo-ría estaba incluida en el contexto general del pensamientohistórico, que era europeo en sus puntos de referenciay cristiano y providenciali.sta en su interpretación delproceso histórico. El criterio que se seguía para estable-cer el desarrollo de los pueblos no europeos continuabasiendo firmemente europocéntrico. Los habitantes delNuevo Mundo eran realmente nuevas gentes, decía Es-

tienne Pasquier cuando oyó hablar de los salvajes bra-sileños, si se comparaban sus «rudos modales» con la«ciudadanía de los nuestros» '4. Pero esta ciudadanía erael resultado del cristianismo, que debía constituir la ló-gica finalidad y culminación de cualquier historia delprogreso del hombre que partía de un estado bárbaro.

2, El proceso de asimilación 67

El Perú de Garcilaso de la Vega, por ejemplo, atraviesapor tres estadios de desarrollo histórico, claramentedefinidos. Antes de la llegada de los incas es una socie-dad bárbara y salvaje, donde los hombres viven comoanimales, en total oscuridad espiritual. El Imperio incaera el equivalente en el Nuevo Mundo del Imperio ro-mano, cuya existencia era el necesario precedente parala expansión del cristianismo. La llegada de los espa-ñoles blandiendo el Evangelio señaló el inicio de unaépoca nueva y gloriosa, que puede ser contemplada comola culminacón del sublime designio de Dios para con lasgentes del Perú'.

La visión cristiana y progresiva de la historia, soste-nida por un Garcilaso o un Acosta, contrastaba acusa-damente con el pesimismo histórico de aquellos que seaferraban a la teoría cíclica del auge y la caída de lascivilizaciones. La casi milagrosa cadena de acontecimien-tos que condujo al descubrimiento, conquista y conver-sión del Nuevo Mundo contribuyó a reforzar la teoríade la interpretación lineal y progresiva del proceso his-tórico, en contra de la cíclica, en el pensamiento delsiglo xvi ". Sin embargo, era perfectamente posible queesta interpretación lineal se saliese de su contexto cris-tiano. La idea del desarrollo humano desde el estado sal-vaje hasta la civilización podía sostenerse por sí misma yconstituir simplemente un proceso secular. La lección delcontraste entre los habitantes de América y los de Europano tenía por qué referirse en primer lugar al cristianismo.

Dejemos que cada uno considere -escribió Sir Francis Bacon-la inmensa diferencia existente entre la vida de los hombres enlos países más educados de Europa y entre la de cualquierregión salvaje y bárbara de las nuevas Indias, pues es tan grandeque se podría decir que un hombre es un dios para otro hom-bre no sólo en lo referente a la ayuda y los beneficios prestados,sino a causa de sus situaciones respectivas -el resultado de lasartes y no del suelo ni del clima",

Había suficientes pruebas en el siglo que siguió al des-cubrimiento de América para sostener la tesis de que el

1

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68 El Viejo Mundo y el Nuevo

cultivo de las artes era el determinante del progreso. Y siahora el progreso se convertía en una concebible posibi-lidad, ello era en parte debido a los mismos descubrimien.tos. El respeto por la antigüedad y la creencia de queexistía una Edad de Oro en el pasado lejano eran ideasque estaban ya debilitándose. El hecho real del descu-brimiento de América significaba que el mundo modernohabía alcanzado algo que no había sido alcanzado por laantigüedad; y reveló de una forma viva el valor de laexperiencia de primera mano, frente a la tradición here-dada. «Está la experiencia en contrario de la filosofía»,escribió Gómara en su Historia General de las Indias b8.Como esta experiencia era propia de la Edad Moderna, sehizo cada vez más necesario revisar las visiones admitidasdel proceso histórico. «La edad que llaman de oro -es-cribió Bodin-, si se la compara con la nuestra, pareceríade bronce...» La famosa postura de Bodin de rechazaruna Edad de Oro localizada en algún lugar del pasadoestaba inspirada en parte por los descubrimientos:

Nadie que contemple detenidamente este asunto puede dudarque los descubrimientos de nuestros contemporáneos, si han deser comparados con los descubrimientos de nuestros antepasados,deben ser colocados en primer lugar °'.

Así, pues, si el descubrimiento del Nuevo Mundoreforzó la interpretación providencialista cristiana de lahistoria como un movimiento progresivo que culminaríacon la evangelización de todo el género humano, de igualforma reforzó la interpretación más puramente secularde la historia como movimiento progresivo que culmina-ría con la civilización de todo el género humano. Losrecientes acontecimientos habían mostrado la superioridadde los europeos modernos, al menos en algunos aspec-tos, sobre los hombres de los tiempos clásicos. Pero tam-bién habían mostrado su superioridad con respecto a losbárbaros de una considerable porción del globo. Sin dudahabía algunos reparos.

2. El proceso de asimilación 69

No hay gente tan bárbara -escribió Acosta- que no tengaalgo bueno que alabar , ni la hay tan política y humana que notenga algo que enmendar`.

Algunos europeos, horrorizados por las atrocidades co-metidas en sus respectivos países, mantenían legítimasdudas acerca de la realidad o valor de su propia «civili-zación». Jean de Léry, a su vuelta a Francia, pensabacon nostalgia en los tiempos en que había permanecidoentre los salvajes del Brasil"; y estas alternativas atrac-ciones de la civilización y de la inocencia significaban quela idea de progreso vivía una vida difícil y precaria.

Sin embargo, las dudas, si no silenciadas, fueron man-tenidas en suspenso por el creciente orgullo provocadopor los logros de la Europa moderna. Al descubrir Amé-rica, Europa se había descubierto a sí misma. La con-quista militar , espiritual e intelectual del Nuevo Mundola hizo consciente de su propio poder y de su propio al-cance, al mismo tiempo que estaba llegando a ser cons-ciente, en palabras de Bodin, de que «sorprendentementetodos los hombres trabajan juntos en una república mun-dana, así como en una e igual ciudad-estado» 'Z. Pero estarepública mundana estaba concebida dentro de unas lí-neas europeas, y el Nuevo Mundo fue admitido en ellaen términos europeos. Este hecho impuso ciertos límitesobvios dentro de los cuales la asimilación de Américaactuaba como una experiencia transformadora para la mis-ma Europa. La Europa de 1600 confiaba en sí misma-más que la Europa de cien años antes-. Y una socie-dad que confía en sí misma no pregunta muchas cosas quepuedan dar lugar a respuestas embarazosas. Esta Europaestaba representada, no por el humanista con sus ilusio-nes y sus dudas, sino por el retrato del capitán españolVargas Machuca, que aparecía en la portada de su Des-cripción de las Indias de 1599 73 con una mano en suespada y con la otra asiendo un compás encima de unglobo terráqueo. Debajo aparecía escrito el siguientelema:

A la espada y el compás,más y más y más y más.

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70 El Viejo Mundo y el Nuevo

Alrededor de 1600, habiendo conquistado Américay habiéndola incorporado dentro de los límites de sumundo intelectual, los europeos podían contemplar a latierra con orgullo, conscientes de su propia superioridadespiritual y técnica, su capacidad militar y su podereconómico.

3. La nueva frontera

El ajuste del Nuevo Mundo dentro de los horizontesmentales de Europa constituyó un proceso lento y supusocierta alteración de las formas de pensamiento estableci-das. Pero la alteración causada por el descubrimientode América no se limitó solamente a la vida intelectual deEuropa. El Nuevo Mundo había de incorporarse tam-bién a los sistemas económico y político europeos, y erade esperar que también en estos campos Europa sufrieseuna transformación. Las consecuencias económicas v so-ciales que tiene el descubrimiento de América para Eu-ropa, aunque ambiguas e inseguras, están tan íntima-mente relacionadas con las consecuencias políticas quecualquier divorcio entre ellas está condenado a parecerartificial y engañoso. No obstante, esta inseguridad pue-de servir al menos para justificar la consagración tem-poral de una separación que disfruta de cierta sanciónen la tradición historiográfica europea, aunque , sin em-bargo, no se pueda, o no se deba al menos, estableceren último término ninguna línea divisoria.

Existe, por supuesto, una notoria escuela de pensa-

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72 El Viejo Mundo y el Nuevo

miento histórico que trata de explicar y de interpretarel desarrollo económico de la Europa moderna a travésde los descubrimientos ultramarinos. De nuevo es elsiglo XVIII el que proporciona las primeras teorías ge-neralizadas sobre una interpretación «americana» de lahistoria moderna de Europa. El abate Raynal afirmabaque el descubrimiento del Nuevo Mundo y del paso ala India a través del Cabo de Buena Esperanza

dieron origen a una revolución en el comercio y en el poderíode las naciones , y en las costumbres , industria y gobierno delmundo en general. Durante este período se establecieron nuevasconexiones con las más distantes regiones, entre las cuales no sehabía experimentado hasta entonces el intercambio de productos'.

Adam Smith debía tener presente este pasaje de Ray-nal, cuando escribió:

Al unir de alguna forma las más distantes partes del mundo,capacitándolas para satisfacer entre sí sus necesidades, para incre-mentar entre sí sus goces, y para fomentar sus respectivas in-dustrias, se iba a producir un resultado generalmente prove-

choso.

Tanto para Smith como para Raynal las consecuenciasque a largo plazo tenía el descubrimiento de Américapara el género humano en general no estaban claras; noobstante, uno de sus principales efectos, en lo que con-cernía a Europa, había sido el de

llevar al sistema mercantil a un grado de esplendor y de gloriaque no hubiese alcanzado de otra forma... Como consecuenciade aquellos descubrimientos, las ciudades comerciales de Europa,en vez de ser los abastecedores y transportistas de sólo una pe-queña parte del mundo..., se habían convertido ahora en losabastecedores de los numerosos y prósperos agricultores de Amé-rica, y en los transportistas , y en algunos casos también en losabastecedores de casi todas las diferentes naciones de Asia, Af: icay América'.

Cerca de setenta años más tarde, las valiosas conclu-siones de Smith y de Raynal fueron incorporadas a unavisión más apocalíptica de la trayectoria de la historiahumana:

3. La nueva frontera 73

El descubrimiento de América y el paso del Cabo abrieron unamplio campo a la floreciente burguesía . Los mercados de laIndia y de China, la colonización de América, el comercio conlas colonias y el aumento de los medios de intercambio y deproductos dieron en general un impulso al comercio , a la nave-gación y a la industria como no se había conocido hasta entonces,y por tanto dieron un gran impulso al elemento revolucionarioen su lucha para derribar a la sociedad feudal'.

Se trata, pues, de una interpretación de la historiamoderna de Europa en la que el descubrimiento y laexplotación de América juegan un papel esencial en lastransformaciones sociales y económicas. El descubrimien-to de América llega a estar íntimamente asociado con elauge del capitalismo europeo, y el Nuevo Mundo trans-forma gradualmente la vida económica del viejo conti-nente. Con Adam Smith y Karl Marx como sus sagradospatrocinadores, esta doctrina podía estar segura de serbien recibida en el siglo xx. Fue vuelta a formular debi-damente, con moderna terminología, por el profesorEarl J. Hamilton, en su famoso artículo de 1929 «Eltesoro americano y el florecimiento del capitalismo» ".Este ensayo analizaba los diversos estímulos que pro-vocaron el crecimiento del capitalismo en la Europa delsiglo xvi -el auge de las nacionalidades, las demandasde la guerra, el auge del protestantismo- y concluíaafirmando que el descubrimiento de América era el prin-cipal estímulo de la formación del capital europeo. Eldescubrimiento tuvo las siguientes consecuencias: esti-muló las industrias europeas, las cuales tenían que abas-tecer a América a cambio de sus productos; proporcionóa Europa la pita que ésta necesitaba para mantener sucomercio con Oriente -un comercio que contribuyóextraordinariamente a la formación de capital, a causade los grandes beneficios que proporcionaba a sus pro-motores; y provocó la revolución de los precios en Eu-ropa, la cual facilitó también la acumulación de capi-tal, va que los salarios permanecieron por debajo de losprecios.

El ensayo de I-lamilton pertenecía a la gran polémicaacerca del nacimiento del capitalismo; una polémica

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74 El Viejo Mundo y el Nuevo

que pone de manifiesto la continua preocupación porestablecer las razones que tuvo Europa para dominaral mundo. ¿Por qué se lanzó Europa, a finales de laEdad Media, por una nueva trayectoria histórica, con-virtiéndose en una civilización dedicada al desarrolloeconómico, al avance tecnológico y a la expansión mun-dial? Es posible que la respuesta esté en la mismaEuropa; que descanse en determinados hechos de lacivilización europea, aparecidos en los primeros tiemposde la Edad Moderna. Tales pueden ser la Reforma pro-testante y ese vago fenómeno que aparece en la historiaeuropea bajo el título de «individualismo renacentista».Sin embargo, existe la posibilidad de que la respuesta, enmayor o menor grado, esté fuera de Europa; de quealgún agente externo colocase a Europa en el camino deléxito y le ayudase a sostenerse cuando comenzó a fla-quear. Tal agente puede ser América.

El resultado del argumento de Hamilton caía dentrode las causas extrínsecas, y sus trabajos posteriores ten-dían a concretar su artículo de 1929, concentrando suteoría en un aspecto determinado de la contribución deAmérica al auge del capitalismo europeo: las aportacio-nes de oro y plata. Esta explicación monetaria del creci-miento económico de Europa ha caído en descrédito enlos últimos años, pero de ninguna manera puede consi-derarse muerta y enterrada; y si lo ha sido, ha vuelto aresucitar, y desde luego a rejuvenecer, gracias a la laborde Pierre Chaunu. Chaunu ha proporcionado nueva viday vigor a la explicación americana de la expansión eco-nómica de Europa, al ampliar la discusión sobre las apor-taciones de metal precioso encuadrándola en la panorá-mica del comercio trasatlántico 5.

Hamilton y Chaunu se limitaban en general a los as-pectos más técnicos de la contribución de América aldesarrollo económico de Europa, y se entregaron decidi-damente al mundo de las estadísticas, de los precios y delcomercio. Pero los autores del siglo XVIII habían mos-trado una buena disposición para extenderse sobre lacuestión de la influencia de América en las costumbres,

3. La nueva frontera 75

gobierno y opiniones de Europa, y este interés ha encon-trado también una acogida favorable en el presente siglo.Mr. H. M. Robertson, en el capítulo de su obra Aspectsof the Rise of Economic Individualism, dedicado al estu-dio de la influencia de los descubrimientos, afirmaba quela importancia de los descubrimientos «no se limitaba es-trictamente al aspecto material. La consiguiente expan-sión del comercio significaba necesariamente una ex-pansión de las ideas». La esencia de este argumento resideen que los descubrimientos significaban «un aumento deoportunidades»; en que «el sistema de los negocios cam-biaba con el ensanchamiento del horizonte económico»;y que de esas nuevas oportunidades surgió una clase deentrepreneurs con un espíritu capitalista y de individua-lismo económico, que actuaba como un disolvente de lasociedad tradicional 6.

El argumento de Robertson era solamente parte deuna crítica mucho más amplia de la teoría que relacio-naba directamente al capitalismo con el nacimiento delprotestantismo. Pero fue el historiador tejano WalterPrescott Webb quien puso al Nuevo Mundo en primerplano, al desarrollar una tesis que tenía por objetoestablecer una interpretación amplia de la historia mo-derna en función del Nuevo Mundo y de su impacto enEuropa, con un alcance mayor que el de una mera consi-deración de las consecuencias «materiales» del descu-brimiento de América.

La interpretación «americana» de la historia europea,puesta de manifiesto por Webb en The Great Frontier',es -y así se reconoce- más amplia que profunda. Res-peta, sin detenerse demasiado, al Renacimiento y a Lu-tero, aunque no así, sorprendentemente, a Calvino. Des-cribe al Renacimiento como liberador de la mente delhombre europeo, y a Lutero como liberador de su espí-ritu. Sobre esta base, al menos, Webb aceptaba la hi-pótesis de que ciertas manifestaciones de la civilizacióneuropea constituían el preludio de una nueva época his-tórica. Sin embargo, Colón, alegaba, «liberó al cuerpo alproporcionarle las oportunidades materiales para realizar

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76El Viejo Mundo y el Nuevo

estos tres tipos de libertad» 8. Al establecer la relaciónentre Colón y Lutero, Webb -consciente o inconsciente-mente- estaba en realidad repitiendo un pasaje escritopor el abate Raynal:

Lutero y Colón aparecieron; el universo entero tembló y todaEuropa se conmocionó... El primero de ellos despertó el enten-dimiento de todos los hombres, el otro fomentó sus actividades

Sin embargo, Webb llegó más lejos que sus predece-sores al considerar la hazaña de Colón como el eje deldesarrollo europeo. Y esto lo llevó a cabo apropiándosede la tesis de la frontera, originariamente expuesta porFrederick Jackson Turner, para explicar el proceso de lahistoria de América y aplicándolo a la historia de Europa.

De acuerdo con el argumento de Webb, Europa debíaser considerada como la metrópoli y América como sugran frontera. La apertura de la gran frontera por Colóntransformó el panorama de Europa, puesto que alteródecisivamente la relación entre los tres factores de po-blación, territorio y capital, de tal forma que creó condi-ciones muy favorables. En la Europa de 1500, una po-blación de cerca de 100 millones de habitantes ocupabauna extensión de 3.750.000 millas cuadradas de territo-rio, lo cual equivalía a una densidad de 26,7 habitantespor milla cuadrada. Con el descubrimiento de América-la apertura de la gran frontera- esos 100 millones dehabitantes adquirieron una extensión de territorio adi-cional de 20 millones de millas cuadradas, con las consi-guientes posibilidades de una densidad de poblacióndramáticamente reducida. Como consecuencia de la ex-plotación del Nuevo Mundo, la relativamente establepoblación de Europa se encontró de pronto con un exce-dente de territorios y de capital; y esta dramática altera-ción de la relación entre territorio, población y capital,produjo un auge económico en Europa durante cuatrosiglos, que finalizó con el cierre de la frontera alrededor

del año 1900.El período 1500-1900 es por consiguiente presentado

por Webb como una etapa única en la historia; la etapa

3. La nueva frontera 77

en la que la gran frontera de América modifica y trans-forma a la civilización occidental. Con el valor (y tam-bién con la capacidad para simplificar hasta el máximo)característico de los tejanos, trató de presentar el impactode la frontera americana como un fenómeno que modificólas instituciones, la economía y el pensamiento europeos.Se trataba de una empresa grandiosa que requería unosconocimientos de la historia europea que Webb no po-seía; e inevitablemente quedó sujeto a la crítica en ungran número de frentes. Sin embargo, continuó siendoel primer intento serio desde el siglo xviii de considerara la historia europea desde el punto de vista del impactoproducido por América. Este intento es de elogiar porsu valentía, aunque no tanto -desgraciadamente- porel éxito alcanzado 10

Webb, cuando se refería al impacto económico de Amé-rica, seguía los pasos de Adam Smith y de Earl J. Ha-milton, aunque adoptó una nueva terminología al descri-bir los beneficios materiales de América como «lluviasde primavera» para Europa. Los productos y metalespreciosos de América eran las principales lluvias de pri-mavera, las cuales dieron un impulso inmediato al capi-talismo europeo de los siglos xvi y xvii, mientras queel desarrollo de los recursos americanos a largo plazocrearon unas lluvias secundarias que contribuyeron a sos-tener ese capitalismo durante los siglos xviii y xix. Sinembargo, se refirió también a los beneficios no materiales,que H. M. Rohertson había tratado brevemente. Esosbeneficios pueden resumirse en su frase «dinamismo mo-derno», cuya génesis descubrió en el establecimiento dela frontera como clave de la historia europea desde laépoca de Colón.

Así, pues, en la Great Frontier de Webb se encuentraun extenso, y en algunos aspectos característico, resumende la mayor parte de los argumentos tradicionales sobreel impacto económico de América en Europa. Si nosfijamos en estos argumentos, encontraremos que todosellos no son más que variaciones sobre tres temas prin-cipales: los efectos estimulantes del metal precioso, del

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comercio y de las oportunidades. Es por lo tanto impor-tante examinar cada uno de estos tres temas para com-probar si la información que poseemos sobre ellos essuficiente para sostener la interpretación a la que handado lugar.

«Cuán riquísimo imperio es aqueste destas Indias»,escribió Fernández de Oviedo, en uno de esos momen-tos de lírica efusión que tenía periódicamente, sobrela riqueza de las tierras recién descubiertas 11. Esta ri-queza no se reducía exclusivamente a los metales pre-ciosos. La Europa del siglo xvi obtenía de Américacantidades considerables de perlas y esmeraldas, ademásde productos de mayor utilidad -como alimentos y co-lorantes- que constituían, en el lenguaje de Webb, unaimportante «lluvia de primavera», en el sentido de queabastecían al mercado europeo de productos que eran, obien desconocidos, o bien escasos hasta entonces. Noobstante, el oro y la plata del Nuevo Mundo eran losque inevitablemente atraían una mayor atención porparte de los europeos del siglo xvi. «No da aquella tie-rra pan, no da vino», escribió Pérez de Oliva en ladécada de 1520, «mas oro da mucho, en que el señoríoconsiste...» 12.

El oro significaba poder. Esta había sido siempre laactitud de los castellanos con respecto a la riqueza 13, yel descubrimiento de oro en las Indias parecía colmarsu viejo sueño. Sin embargo, el hallazgo de oro y, todavíamás, de plata, colmaba también una particular necesidadeuropea. La Europa medieval no se desenvolvió desde elpunto de vista monetario, aislada del resto del mundo.Por el contrario, sus reservas de oro y plata aumentabano disminuían de acuerdo con los movimientos mundiales,sobre los cuales no ejercía más que un pequeño control.Cuando el mundo musulmán emitía monedas de oro,como hizo entre el año 1000 y mediados del si-glo XIII, la cristiandad emitía plata; y cuando en losúltimos años de la Edad Media la carestía de plata delmundo musulmán fue saciada y sus monedas de este

3. La nueva frontera79

metal comenzaron a remplazar a las de oro, Europacomenzó a emitir grandes cantidades de monedas aurí-feras, mientras que sus reservas de plata disminuíanconsiderablemente. En esta complicada alternancia en-tre Europa y Asia, aquélla parece haber estado relati-vamente bien abastecida de oro en los últimos años delsiglo xv, pero las regiones mediterráneas especialmen-te conocieron una acusada escasez de plata 1a.

La afluencia de una corriente de metal precioso ame-ricano sobre Europa ha de ser incluida en este con-texto general; un contexto en el que la diferente alter-nancia de oro y plata en Europa y Asia provocó unacorriente de ambos metales en direcciones opuestas, agran escala. Entre 1500 y 1650 llegaron a Europa ofi-cialmente desde América alrededor de 181 toneladasde oro y 16.000 toneladas de plata 13, además de gran-des cantidades que debieron llegar por medio del con-trabando. Los intentos de relacionar estas cifras conlas de- las reservas de metales preciosos de Europa nohan tenido mucho éxito; sin embargo, es de suponerque la afluencia de tal cantidad de metales preciososhubo de tener importantes consecuencias, no sólo parael sistema monetario europeo, sino también para el ca-rácter de sus relaciones económicas con el resto delmundo.

Las primeras importaciones de metal precioso pro-cedentes de América fueron de oro, y sólo a partir dela década de 1531-40 la plata comenzó a registrar suespectacular escalada 16. Por consiguiente, durante lasprimeras décadas del siglo xvi llegó mayor cantidad deoro a Europa, precisamente cuando ésta estaba ya rela-tivamente bien surtida de este metal; y si hubo algúnperjudicado, fue el oro del Sahara que había contribuidoa sostener la vida económica de Europa durante los úl-timos años de la Edad Media 17. Solamente desde laseguda mitad del siglo xvi la producción de plata ame-ricana, al superar la de las minas del Tirol, comenzó asatisfacer la demanda de Europa, la cual padecía unagran escasez de este metal desde hacía tiempo. Una de

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las consecuencias de esta abundancia fue la de elevar elprecio del oro en relación con el de la plata -ya a co-mienzos del siglo xvii, la relación oro-plata excedía eluno por doce 18-. Otra de sus consecuencias fue la decapacitar a los europeos para adquirir grandes cantidadesde productos orientales de lujo, a cambio de los cualesAsia exigía que se le pagase en plata. Por desgracia, re-sulta imposible conocer con seguridad la proporción deplata americana que desde Europa se envió al Orientedurante la gran época de la plata del siglo xvi. Sin em-bargo, sí se sabe que durante el siglo xvii hubo un mo-mento en el que Asia llegó a estar saturada de plata pro-cedente de las minas americanas lv. Pero al menos hastaaquel momento la lluvia de plata americana permitió queEuropa comprase productos orientales, cosa que no hu-biese podido hacer de otra manera, con el consiguientebeneficio de una élite europea que anhelaba adquirir pro-ductos exóticos, y de aquellos miembros de la comunidadmercantil que podían comerciar con ellos.

Si es cierto que los metales preciosos del Nuevo Mundocontribuyeron a cambiar las relaciones económicas deEuropa con Asia, ¿hasta qué punto llegó también a es-timular el cambio económico y social dentro de la mismaEuropa? Los argumentos que se han esgrimido tradicio-nalmente son que la afluencia de la plata americana pro-vocó una revolución de los precios, que comenzó en Es-paña y se extendió gradualmente a otros lugares delcontinente; que esta revolución de precios acrecentó losbeneficios de los comerciantes v fabricantes, ya que losprecios se colocaron por delante de los costos y salariosy, consiguientemente, estimularon la formación de capitaly el crecimiento industrial; y que la situación inflacionariaprovocó un rápido cambio social, a causa de que algunosgrupos influyentes de la sociedad que vivían de ingresosrelativamente fijos se encontraron en una situación dedesventaja, comparados con aquellos sectores sociales losuficientemente dinámicos o lo suficientemente bien si-tuados como para aprovechar las oportunidades que lesofrecía la subida de precios.

3. La nueva frontera 81

Todos estos argumentos implican una serie de comple-jas cuestiones, que aún parecen esperar respuestas satis-factorias. La historia financiera de la Europa del siglo xvipuede justificar o no el emotivo título de «revolución delos precios», pero el hecho es que una sociedad que habíaestado habituada a una relativa estabilidad.de lbs preciosse encontró en el curso del siglo xvi con que los preciosse quintuplicaron y que este nuevo fenómeno le afectabay le trastornaba. El hecho de que los contemporáneosbuscasen las causas de este fenómeno en la plata ameri-cana coincidía con la tradición escolástica, la cual poníaen relación el nivel de los precios con la escasez o abun-dancia de los metales preciosos 20. Esta tradición fue am-pliada y confirmada por las experiencias de los conquis-tadores y colonizadores en el Nuevo Mundo. López deGómara, que está reconocido como uno de los primerosque advirtió la relación entre la plata americana y elnivel de los precios españoles en virtud de una afirmaciónque incluye en su manuscrito Anales del Emperador Car-los V 21, afirma en su obra La Historia General de lasIndias que, como consecuencia de la distribución del te-soro de Atahualpa entre los conquistadores del Perú, «seencarescieron las cosas con el mucho dinero» 27. Afirma-ciones de este tipo, difundidas por los mismos conquis-tadores y reproducidas en historias de la conquista, con-tribuyeron sin duda a popularizar, en España y fuera deella, la idea de una estrecha correlación entre la cantidadde plata en circulación y el nivel general de los precios.

Doce años antes de la famosa exposición de Bodinde 1568 sobre las causas de la elevación de los precios 2i,

el navarro Martín de Azpilicueta, perteneciente a laescuela de Salamanca, había puesto en relación de unaforma clara el elevado coste de la vida en España con laafluencia de la plata americana 24. Ya habían pasadoveinte años desde que Fernández de Oviedo había escritoque España era una de las más ricas provincias del mundoY que Dios le había conferido la gracia especial de lasriquezas adicionales de las Indias 25. Cuando Oviedo es-cribió estas palabras, la economía castellana estaba dis-

Euiott, 6

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frutando de los beneficios de un creciente comercio através del Atlántico. Pero cuando lo hizo Azpilicueta, lasituación económica estaba empezando a cambiar. Losprecios de los productos castellanos estaban aumentandomás rápidamente que los de los otros países, y la balanzacomercial de Castilla con otros países de Europa eramás desfavorable, ya que importaba más productos delos que exportaba y tenía que cubrir el déficit con la plataamericana. Este cambio gradual de las circunstancias eco-

nómicas se veía acompañado por una creciente desilusióncon respecto a las riquezas de América, que se manifes-taba en las continuas quejas de las Cortes de Castilla so-bre la subida de precios y en la creciente profusión decomentarios sobre los moralmente perniciosos efectos deesa riqueza 2ó. El mayor logro de Castilla era precisamen-te la fuente de su ruina. «Novus orbis victus vos vicit»-«Vencido por vosotros, os ha vencido, a su vez, elNuevo Mundo»-, escribió Justus Lipsius a un amigoespañol en 1603 27.

¿Pero qué fue lo que exactamente condujo a esta de-rrota? ¿Fue solamente el resultado de un proceso técni-co: la inundación de España con metales preciosos, que

hicieron elevar sus precios a un nivel superior al de losotros países europeos? ¿Fue, como sugirieron las Cortescastellanas en los años centrales del siglo, el resultado deuna excesiva desviación de los productos domésticos haciael mercado americano, con la consiguiente escasez y ele-vados precios en casa? ¿O se trataba esencialmente deun problema moral y psicológico: el resultado de unamalversación de las riquezas, alimentada por una codiciaque se satisfizo fácilmente?

Los que miran con otros ojos que los comunes -escribió Gar-cilaso de la Vega alrededor de 1612- las riquezas que el Perúha enviado al mundo viejo y derramándolas por todo él, dicenque antes le han dañado que aprovechado; porque dicen que lasriquezas comúnmente antes son causa de vicios que de virtudes,

porque sus poseedores los inclinan a la soberbia, a la ambición,

a la gula y lujuria ... De manera que concluyen con decir que

las riquezas del Nuevo Mundo , si bien se miran , no han a„men-

tado las cosas necesarias para la vida humana (que son el comer

3. La nueva frontera 83

y el vestir; y por ende provechosas), sino encareciéndolas y amu-jerando los hombres en las fuerzas del entendimiento , y en lasdel cuerpo, y en sus trajes y hábito y costumbres; y que con loque antes tenían vivían más contentos y eran temidos de todoel mundo '.

Estos diversos intentos de explicación de los contempo-ráneos no eran del todo contradictorios. Todos ellos po-dían basarse en antiguas tradiciones sobre mercancías yprecios, y en las consecuencias morales y sociales de lasexcesivas riquezas; y todos ellos podían verificarse dealguna forma, por medio de la observación empírica. Alacentuar la primera de estas interpretaciones -la expli-cación exclusivamente monetaria- el profesor Hamiltontrataba de adentrarse en un tema que tenía especial atrac-úvo en las circunstancias económicas de los años 1920 y1930. No obstante, las dificultades existentes para laaceptación de una interpretación esencialmente monetariade la fluctuación de precios, ya sea en España o en Eu-ropa, son extraordinarias y no se han reducido con losaños. No hay necesidad de volver de nuevo sobre lasdiversas objeciones que se han hecho a la explicación deHamilton sobre la elevación de precios en España 29, peroes indispensable mencionar las dificultades que se des-prenden de su principal argumento sobre la estrecha co-rrelación existente entre la fluctuación de los precios delos productos españoles y la llegada de los cargamentosde plata a Sevilla.

El destino de la plata americana , una vez que llegabaa Sevilla, continúa siendo tan misterioso como cuandoHamilton escribió su obra; sin embargo, es precisamenteen esta cuestión de su destino donde falla su argumento.¿Qué cantidad de plata de la que llegaba a Sevilla entrabarealmente en el circuito monetario español? Es difícilcreer que la proporción se mantuviese constante en rela-ción con las aportaciones de América, ya que solamentea causa de los envíos de plata a otros lugares de Europaestaba condenada a variar de acuerdo con los compro-misos de la política exterior de la corona española, y deacuerdo también con la capacidad de la misma España

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para satisfacer sus propias necesidades y las del mercadoamericano, sin tener que recurrir a los productos extran-jeros, los cuales tenía que pagar -al menos en parte-en plata. Un cálculo oficial, hecho en 1594, señalaba quede un promedio anual de aportaciones de Indias ele cercade diez millones de ducados, seis millones salían de Es-paña cada año: tres millones para sufragar los gastos dela corona en el extranjero y tres millones por cuenta delos particulares. En vez de inyectar diez millones de du-cados en el circuito monetario español, la cifra real, comomucho, fue la de cuatro millones solamente Z0.

La distribución de estos metales preciosos que perma-necieron en España -una España dividida en diferentestipos de economía regional- constituye también unacuestión sobre la que todavía no se tienen ideas muyclaras. Sin embargo, se ha llegado a determinar la dis-persión de metales preciosos en la Península hacia losaños 1570-1571; y, al menos, en estos años, la mayorproporción fue a parar a Valladolid, seguida por Sevillay Cádiz y después por Madrid ". La atracción ejercidapor Valladolid se debe, sobre todo, a su proximidad a lasferias de Medina del Campo, pero también a que cons-tituía un centro importante para el trabajo del oro y laplata. Con sus jueces y funcionarios, con sus nobles ycomerciantes, Valladolid se jactaba de poseer un impor-tante patriciado, el inventario de cuyas riquezas revelanla presencia de muchos objetos plata y oro en sus casas 3Z.Es posible que una parte del metal precioso que entróen la Península -y posiblemente una parte importante-no fuese utilizada para fabricar moneda, sino para fabri-car objetos de fina artesanía para mayor gloria del hom-bre y de Dios. Y pensándolo bien, ¿hasta qué punto hu-biese sido posible el arte barroco, que es un arte quedepende fundamentalmente de la ornamentación de oroy plata, sin el metal precioso de las Indias?

Si nos trasladamos desde España a otros lugares deEuropa, surgen parecidas dificultades ante cualquier in-tento de relacionar la afluencia de plata con el movimientode los precios. En términos generales, son bien conocidas

3. La nueva frontera 85

las diversas causas de la filtración de la plata desdeEspaña; sin embargo, el proceso no puede reconstruirsetodavía con precisión. Todas estas causas contribuyerona que los metales preciosos de las Indias se distribuyeranpor el continente 33: el gobierno al gastar dinero en elextranjero en armas, embajadas v subsidios a los aliados;la diferente relación bimetálica y una desfavorable balan-za comercial; el contrabando y la exportación legal demetal con licencias especiales,' las cuales comenzaron aconcederse con excesiva prodigalidad desde mediados dela década de 1560 3a. No obstante, no resulta fácil esta-blecer una clara relación de causa-efecto entre los moví-mientos de plata americana y la elevación de los preciosen Inglaterra, por ejemplo, o en Italia''.

Así, pues, la explicación de la revolución de los preciosdel siglo xvi desde el punto de vista de la plata ameri-cana deja evidentemente algunos puntos importantes sinresolver. Sería deseable conocer qué proporción de platadesapareció en el lejano continente asiático y qué propor-ción (le la que permaneció en Europa fue utilizada parafines no monetarios. Pero sobre todo sería deseable co-nocer, tanto para España como para Europa como con-junto, el grado de responsabilidad imputable al tesoroamericano en la distorsión de los precios frente a otrascausas monetarias -tales como los cambios en la rela-ción bimetálica, las devaluaciones y la política fiscal in-flacionista- y frente a otro tipo de causas «reales»,como las deficientes cosechas o (a la que hoy se le damayor importancia) al crecimiento de población.

Se puede concluir muy bien diciendo que la presenciade la plata americana contribuyó a mantener los preciosa un nivel generalmente elevado, incluso en el caso deque no hubiese sido el estímulo primordial que provocóel movimiento ascendente de los precios. Sin embargo,todavía continúa siendo necesario considerar la validezde algunas suposiciones sobre las consecuencias de lasituación inflacionista del siglo xvi. Hamilton afirmabaque cl capitalismo era estimulado por la diferencia entreprecios y salarios, y que esta diferencia hacía aumentar

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los beneficios de los empresarios. Sin embargo, todavíasigue siendo poco convincente la teoría de la inflaciónde beneficios industriales 36. Pero ésta es sólo una parte,y no la más importante, de una tesis más amplia, la cualestablece una estrecha relación entre la formación decapital y el ascenso de la burguesía y los beneficios eco-nómicos producidos por la explotación de las Indias. Losnegocios bien organizados en América podían, en efecto,producir enormes beneficios. Se dice que después de seisaños en Panamá Gaspar de Espinosa había regresado aEspaña en 1522 con la enorme fortuna de un millón depesos en oro". Pero, ¿qué hicieron estos hombres en-riquecidos con los beneficios conseguidos en las Indias?Parte de este dinero fue reinvertido en posteriores em-presas comerciales o financieras en España o en Améri-ca; otra parte se empleó en llenar los bolsillos de losfuncionarios reales; y otra fue malgastada. Pero una buenaparte se empleó inevitablemente en mejorar la posiciónde las familias de los comerciantes y en procurarles unaforma de vida semejante a la de la aristocracia. Un estu-dio de la numerosa dinastía de los Espinosa en el siglo xvipresenta a sesenta y nueve de sus miembros como hom-bres de negocios. De éstos, cuarenta y cuatro manteníancontactos comerciales con las Indias 36. Casi todos se pa-recían al arquetipo de capitalista que nos presenta Som-bart y se comportaba como él; sin embargo, la historiade la familia de los Espinosa termina con la renunciagradual de sus negocios y con la transformación de estos

empresarios en cómodos rentiers.Es probable que, por diversas razones de tipo local,

este proceso fuese demasiado frecuente y de consecuen-cias demasiado graves para la Castilla del siglo xvi. Noobstante, lo que Braudel ha llamado «la traición de laburguesía» 39 constituyó un fenómeno que no tuvo front-ras en Europa durante el siglo xvi, y pordifícil demostrar que la sociedad europea de finales deeste siglo era más «burguesa» en apariencia que la de suscomienzos. La elevación de los precios y la multiplica-ción de las oportunidades de obtener beneficios acentua-

3. La nueva frontera 87

ron las desigualdades que ya existían en esta sociedad.Sin embargo, la revolución de los precios del siglo xvino transformó la estructura social. Algunos personajesde la alta nobleza contrajeron cuantiosas deudas, peromuchos de ellos aprendieron a vivir sin preocupacionesexcesivas en una época en la que se podía conseguir uncrédito con facilidad. Algunos comerciantes, hombres denegocios, letrados y funcionarios reales hicieron dinero,situaron a sus respectivas familias e imitaron las costum-bres de la nobleza. La plata americana, adquirida de pri-mera o de segunda mano, podía haber facilitado el accesode nuevas familias a los estratos privilegiados de la so-ciedad, pero estos estratos las encerraron en su círculo,sin mostrar ninguna transformación en su acostumbradogénero de vida.

Así, pues, sería lícito mantener ciertas dudas acercadel papel de la plata americana como fuente principal delcambio dinámico de la Europa del siglo xvi. Pero eneste senitdo, ¿no juega un papel más destacado que laplata americana el mismo comercio con América? Europanecesitaba urgentemente la plata de las Indias, en partepara adquirir productos orientales y en parte para satis-facer las necesidades de su propia actividad económicaque había visto aumentada. Sin embargo, en ciertaforma, este aumento de su actividad económica era elmismo resultado directo de la apertura de un mercadoamericano nuevo y en expansión, el cual llegó a ejerceruna demanda creciente, en cantidad y en variedad, deproductos europeos. Por consiguiente, las necesidadesamericanas estimularon el crecimiento de las industriaseuropeas, desde aquellas que se dedicaban a la cons-trucción de barcos hasta las textiles, y este crecimientoeconómico de la Europa del siglo xvi estuvo íntimamenteligado a la expansión del comercio hispano-atlántico.

Esta es la tesis principal que han propugnado M. yMme. Chaunu, quienes han lanzado al océano de la histo-riografía una importante flotilla de volúmenes, fletadoscon una recia carga de hipótesis, estadísticas y hechos. Noshan proporcionado una lista monumental de nombres y

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de tonelajes de los barcos que cruzaron el Atlántico entreSevilla y las Indias durante siglo y medio; han estable.cido, con el más meticuloso detalle, el mecanismo delcomercio trasatlántico de entonces; y han elaborado unpatrón para este comercio, que sugiere la existencia deuna estrecha correlación con el movimiento de preciosde Amsterdam, y desde aquí, con el más amplio movi-miento de la economía europea 40. La naturaleza de estepatrón es hoy bien conocida. El período 1504-50 estáconsiderado como la primera gran época de la expansióneuropea -la época en la que comienza a moverse la fron-tera de América-; de la conquista, de la colonizacióny de la primera afluencia de metal precioso, que estimulóla inversión en la Península. Sigue un espacio de doceaños, en el que ha finalizado la conquista y la explotaciónsistemática de los recursos de las Indias no está todavíaa pleno rendimiento. Pero después de 1562 se intensificala demanda desde las colonias de productos europeos; seregistra un rápido incremento en la extracción de la plataque ha de pagar esos productos; y el comercio de Sevillase intensifica. A medida que llegaba a Sevilla más can-tidad de metal precioso, mayores disponibilidades teníanla corona española y los empresarios europeos, pero almismo tiempo mayores cantidades de dinero habían deser invertidas en los buques y en los cargamentos delcreciente comercio atlántico. Parece ser que alrededorde 1570, por ejemplo, cerca de la mitad del metal pre-cioso procedente de Indias que llegaba cada año estabasiendo empleado para sufragar los fletes del siguienteviaje trasatlántico 41. Por último, a principios del si-

glo XVII se alcanzó el punto de saturación. El mercadocolonial para los productos europeos había alcanzado loslímites de su expansión, y aproximadamente desde 1622,al decaer la demanda americana, la plata comenzó a llegara Sevilla en menores cantidades y el comercio atlánticode esta ciudad se hundió decisivamente, tanto en valorcomo en volumen, cayendo Europa entera en la depre-sión de mediados del siglo xvii.

Hay una elegancia y una simplicidad en esta expli-

3. La nueva frontera 89

catión de las fluctuaciones económicas europeas a tra-vés del comercio de Sevilla que hace extraordinariamenteatractiva la tesis de Chaunu. De la misma forma que laexpansión económica del siglo xviii ha de relacionarsecon el desarrollo de los imperios coloniales de los paísesdel norte, la anterior expansión de la Europa del xvidebe ser relacionada con el desarrollo del imperio colo-nial de España 42. Entre estas dos épocas de expansióntiene lugar la depresión del siglo xvii. Un argumentocomo éste parece absolutamente claro; pero los argu-mentos claros deben despertar una natural sospecha porparte del historiador, cuyas exploraciones del pasado lehan hecho consciente de la complejidad de la vida. Dejan-do aparte los problemas sobre el carácter de la docu-mentación utilizada por Chaunu, y de si ésta ha sidocompleta, y sobre la lamentable ausencia de informaciónsobre el contenido de los cargamentos 43, queda la cuestiónesencial del comercio atlántico con respecto a otras ra-mas del comercio europeo.

¿Existen razones tan aplastantes como para suponerque las fluctuaciones del sistema comercial hispano-atlán-tico afectaron a la economía europea más profundamenteque las fluctuaciones del comercio báltico, el cual excedíaen volumen al comercio de Sevilla? 44. Si existen, debentener su origen en la contribución que el comercio atlán-tico prestó a la reserva de metales preciosos de Europa.Esto nos hace volver a la interpretación esencialmentemonetaria de la expansión económica europea, la cualponía en relación el crecimiento o el estancamiento dela economía europea con el aumento de la producciónde las minas americanas y con las cantidades de metalprecioso que llegaron a Europa.

Es perfectamente posible dar una explicación de la«depresión del siglo xvii» en Europa (si es que se diotal fenómeno) a través del cambio de situación producidoal otro lado del Atlántico. Este cambio de situación pudoser la consecuencia de la creciente autosuficiencia econó-mica de las Indias españolas, alcanzada cuando los colo-nos estuvieron en condiciones de producir por sí mismos

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muchas de las mercancías que anteriormente habían te-nido que importar de Europa. Esto podía haber produ-cido un descenso en el embarque de mercancías en Sevi-lla, y como consecuencia un descenso en la cantidad deplata enviada a Europa para pagarlas. Hubiera podidohaber un cambio radical en la utilización de la plata deacuerdo con las necesidades de las Indias. Los virreyespudieron haber retenido más cantidad de metal con pro-pósitos administrativos y militares, y por otra parte, pudohaber sido enviada una mayor cantidad directamente aAsia, a través del Pacífico, a medida que los colonosse fueron aficionando a los lujos orientales. Otra posi-bilidad, que ha encontrado considerable apoyo, es la deque el descenso de los envíos de plata a Sevilla respondaa las crecientes dificultades por las que atravesó la eco-nomía minera de México y Perú. Llegó un momento enel que las vetas de plata que ofrecían mayores posibili.dades se agotaron y los problemas técnicos que implicabala extracción del metal se multiplicaron. Aumentarontambién los problemas relacionados con la producción yabastecimiento de mercurio, del que dependía el procesode refinamiento de la plata. Y sobre todo, existía undescenso catastrófico de la población india, que afectó ala mano de obra y socavó la base tradicional de la econo-mía colonial española.

Estas diversas posibilidades no se excluyen mutuamen-te en absoluto, y entre todas constituyen un cuadro dela situación de las Indias que tiene mayores visos deverosimilitud que una explicación mono-causal del cam-bio. Pero incluso si se reconoce que México y Perú re-gistraron profundos cambios entre los últimos años delsiglo xvi y mediados del xvii -cambios que por unau otra razón, los hicieron menos dependientes de la formade actuación europea- queda todavía el problema delgrado en el que estos cambios en las Indias pudieroninfluir en la crisis de Europa 4'.

Sería posible, por ejemplo, construir un esquema, bas-tante diferente y al mismo tiemplo aceptable, de lasrelaciones entre Europa y América, en el que se acen-

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3. La nueva frontera 91

tuasen las necesidades y las circunstancias que cambiaronen Europa , en vez de en las Indias. En este esquemadebería prestarse especial atención (como desde luego haprestado el mismo Chaunu) a la política fiscal de la coronaespañola. Al encontrar dificultades para pagar sus ejér-citos y sostener su prodigioso esfuerzo militar, ésta re-currió cada vez con mayor frecuencia a la confiscaciónde los envíos de plata destinados a particulares que llega-ban a Sevilla. Las consecuencias de estos repetidos se-cuestros eran las de crear inevitablemente un alto gradode inseguridad en el comercio de Sevilla, y las de darorigen a un ambiente de desconfianza entre los comer-ciantes europeos que embarcaban allí sus mercancías yentre sus agentes en las Indias que enviaban la plata aEuropa.

Pero existe también la posibilidad de una explicaciónmás amplia, que estaría en relación con la situación mo-netaria y con el estado general de la actividad económicaen la Europa del siglo xvii. ¿No sería que en el siglo xviiEuropa necesitó menos la plata americana que en el xvi?Un reciente estudio de las minas de plata de Zacatecasmuestra la necesidad de situar la historia de las minasen cl siglo xvii en el contexto de una economía europea,en la que el valor de la plata estaba descendiendo conrespecto al del oro'. Al escasear el oro y proliferar laplata, los europeos no se mostraron dispuestos a pagartanto por ésta; por consiguiente, las comunidades mine-ras del Nuevo Mundo tuvieron que sufrir las consecuen-cias. El descenso de la demanda europea a precios remu-nerativos pudo haber conducido, por tanto, a un descensode productividad de las minas americanas. Sin embargo,este descenso de la demanda no ha de ser relacionadoexclusivamente con el cambio que se produjo en la rela-ción oro-plata. De igual forma, puede muy bien ser co-nectado con una extensión y una mejora de las facilidadescrediticias en Europa. También puede relacionarse conun lento descenso del crecimiento económico de Europa,después de la febril actividad del siglo xvi -un procesoal que se le puede encontrar explicación en numerosas

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circunstancias: las deficientes cosechas, las devastacionesde la guerra, o el fin del gran incremento de la población.

Este esquema pondría una vez más a la situación in-trínseca de Europa como la causa principal del cambiosocial y económico. Pero también esta explicación resultainsatisfactoria si se tiene en cuenta que la maquinariafinanciera de la Europa del siglo xvi dependía angustio-samente de la llegada de una forma regular y segura dela flota que transportaba el metal precioso a Sevilla. Unretraso en la llegada era razón suficiente para provocaruna agobiante ansiedad en las cortes y en las casas co-merciales de Europa; y cuando llegaban noticias de quelos galeones estaban anclando en Sanlúcar, el mundo delas, finanzas internacionales respiraba profundamente.A causa precisamente de que se había establecido unaestrecha relación recíproca en el siglo xvi, ni el ViejoMundo ni el Nuevo podían ya vivir separadamente enel xvii. La actuación y la reacción de uno de ellos afec-taba inevitablemente al otro. Sin embargo, parece que seprodujo un cambio significativo en sus respectivas rela-ciones durante las primeras décadas del siglo xvii. Nin-guno de los dos necesitaba entonces, como había necesi-tado en el pasado, lo que el otro podía ofrecerle. LasIndias disminuyeron su demanda de productos europeosy Europa disminuyó su demanda de plata americana.Como resultado de ello, sus respectivas economías deja-ron de complementarse de una manera tan clara como lohabían hecho en años anteriores, y cuando ambas seencontraron en dificultades, ninguna de ellas pudo pro-porcionar a la otra la clase de ayuda que necesitaba parasalir de apuros.

Todo ello pone de manifiesto que una definición de lasrelaciones entre España y América a través de la plata odel comercio no es suficiente por sí sola. Debió existirtambién una cuestión de oportunidad. Si la explotaciónde los recursos del Nuevo Mundo durante el siglo xvIactuó como un estímulo de la actividad económica deEuropa, ello no es más que el indicio de una afortunadaconjunción de una serie de circunstancias favorables y de

3. La nueva frontera 93

unos hombres con fuerza de voluntad, iniciativa y capa-cidad para aprovecharlas. Aquí es donde la tesis de Webbde la «gran frontera» puede prestar alguna aportaciónvaliosa, ya que la principal característica de la gran fron-tera era la que «ofrecía un campo ilimitado para losnegocios y la inversión» 47. ¿Se podría decir entoncesque el descubrimiento del Nuevo Mundo dio a conoceruna serie de nuevas oportunidades económicas que sir-vieron de estímulo para que se produjese el cambio?

Una memoria dirigida al patriciado de la ciudad deCórdoba por el humanista Hernán Pérez de Oliva en1524 constituye una de las primeras y más claras valo-raciones de las oportunidades económicas creadas porel descubrimiento de América as. En ella censuraba alcabildo de la ciudad por no prestar atención suficienteal río Guadalquivir, que la comunicaba con el mar. Era,decía, incluso más importante entonces que en el pasadoimpulsar la navegación por esta gran vía fluvial, «porqueantes ocupáramos el fin del mundo, y ahora estamos enel medio, con mudanca de fortuna qual nunca otra sevido». Creía en el desplazamiento hacia occidente (le losimperios, y por eso estimó que la sede del poderío mun-dial llegaría a establecerse en España. «Vosotros puesseñores aparejaos ya a la gran fortuna de España, queviene. Hazed vuestro Río navegable, y abrireys caminopor donde vays a ser participante della, y por dondevenga a vuestras casas gran prosperidad.» En vez deSevilla, su antigua rival, sería Córdoba la que se apro-vechase de todas las ventajas, la que abastecería a loshabitantes de las Indias con los productos que necesita-sen, y la que recibiría como pago el oro de aquellas tie-rras. «De estas Islas han de venir tantos navíos cargadosde riquzas, y tantos yran, que pienso que señal han dehazer en las aguas del mar.»

Pérez de Oliva tenía quizá una extraña capacidad paraprever las grandes oportunidades que, tanto para su paíscomo para la ciudad en la que había nacido, había creadoel descubrimiento de América. Se había formado ya enla mente la imagen de las nuevas edificaciones que se

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94 El Viejo Mundo y el Nuevo

levantarían en Córdoba: una universidad , una chanci-

llería , una lonja de mercaderes y una casa de la monedaentre otras . Desgraciadamente , las autoridades de la ciu-dad de Córdoba no compartían la grandiosa visión deeste profeta. Sin embargo, en otros lugares, como enSevilla, los hombres no sólo captaron estas nuevas pers-pectivas, sino que se mostraron dispuestos a transformaresta visión en una realidad.

En los primeros años después del descubrimiento eralógico que existiesen dudas, sobre todo entre los círculosoficiales. José Pellicer escribió en 1640 que algunos pen-saban que era una equivocación que los españoles seimplicasen en el descubrimiento y colonización de lasIndias y alegasen que los reinos se hacían ricos con lalabor y el esfuerzo de sus habitantes, y no con el trabajoen unas minas de plata tan distantes '9. Sin embargo, enlo sucesivo, las necesidades financieras de la corona espa-ñola y el deseo de lucro de los particulares se unieronpara dar como resultado grandes inversiones de hom-bres, dinero y empresas en el desarrollo de las Indias.

Este proceso fue, al mismo tiempo, facilitado y esti-mulado por la visión comercial y la experiencia de al-gunos sectores importantes de la ciudad de Sevilla durantela época del descubrimiento de América. Se trataba deuna ciudad con un rico hinterland, y con un acceso almar relativamente fácil, que se había ya destacado comoun gran puerto internacional y como un gran centrocomercial, lo cual sirvió de atracción a un número con-siderable de extranjeros , entre los que se incluía unapoderosa colonia de genoveses. En este ambiente cosmo-polita era natural esperar cierto grado de apertura hacialas nuevas ideas y una aguda visión para captar las opor-tunidades de conseguir beneficios. Como contrapartida,las Canarias , las Indias occidentales y el continente ame-ricano parecían ofrecer tales promesas de oportunidadespara realizar inversiones rentables como para tentar in-cluso a aquellos sectores de la sociedad que no estabandedicados profesionalmente a las empresas comerciales.Tomás de Mercado explicó en la década de 1560 cómo

3. La nueva frontera 95

el descubrimiento de las Indias, realizado hacía cerca desesenta años , había ofrecido la oportunidad de adquirirgrandes riquezas, y «atrajo a algunos de los principalesa ser mercaderes, viendo en ello cuantísima ganancia».El resultado de ello fue una nueva movilidad social,«porque los caballeros por codicia o necesidad del dinerose han bajado (ya que no a tratar) a emparentar con tra-tantes; y los mercaderes con apetito de nobleza e hidal-guía han trabajado de subir, estableciendo y fundandobuenos mayorazgos» 50.

Si una de las consecuencias del descubrimiento y ex-plotación de las Indias fue la de crear una gran movili-dad social en la ciudad de Sevilla, otra fue la de promo-ver una todavía mayor movilidad geográfica en una po-blación que había mostrado durante siglos fuertes ten-dencias hacia el nomadismo. La nueva prosperidad deSevilla atrajo inevitablemente a comerciantes forasteros,como la familia de los Espinosa, que se trasladó desdeMedina de Rioseco a comienzos del siglo xvi para par-ticipar directamente en las lucrativas aventuras comer-ciales que ofrecían las Indias 51. Aunque la comunidadcomerciante de los genoveses contribuyó positivamenteal desarrollo de las Indias S2, se duda si esta contribuciónpuede compararse a la de los españoles -andaluces, vas-cos v burgaleses-, los cuales advirtieron las nuevasposibilidades de Sevilla como capital de un mundo tras-atlántico 53. Estos hombres se habían dado cuenta de quela frontera de Europa se había desplazado, y que estedesplazamiento había producido un cambio en el centrode gravedad económico. Pérez de Oliva había dicho algosemejante en su memorial a los regidores de Córdoba, yTomás de Mercado repitió el mismo argumento al refe-rirse a la ciudad de Sevilla: «Soliendo antes, Andalucíay Lusitania ser el extremo y fin de toda la tierra, des-cubiertas las Indias, es ya como medio» 54.

Sin embargo, no fueron los comerciantes los únicosque se dieron cuenta del atractivo de Sevilla. Esta ciudadactuó como un imán para la población de Castilla, pueslos inquietos, los ambiciosos y los hambrientos acudieron

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hacia el sur con la esperanza de participar, al menosindirectamente, de la prosperidad que habían producidolas Indias. El esplendor y la miseria de las bulliciosascalles de Sevilla -con una población de 100.000 o máshabitantes a finales del siglo xvi- proporcionaron el másimpresionante testimonio visual en toda Europa del im-pacto de América en la vida del siglo XVI ss

Muchos de los que llegaron a Sevilla tenían como metaesta ciudad; pero para muchos otros no constituía másque una salida hacia una nueva forma de vida y hacianuevas oportunidades en el otro lado del Atlántico. Pa-rece ser que cerca de 200.000 españoles emigraron aAmérica durante el siglo xvi. Actualmente se está reali-zando un trabajo muy interesante sobre su origen regio-nal; sin embargo, todavía queda mucho que decir sobreestos 200.000 emigrantes `6. ¿Qué motivos tenían paramarcharse? ¿Qué consecuencias tuvo esta emigraciónpara España? ¿Qué clase de contacto mantuvieron consus hogares y sus familias, y cuántos de ellos regresaron?

Tres cosas -escribió el francés Marc Lescabot en 1609- in-ducen a los hombres a buscar tierras lejanas y a abandonar sushogares. La primera, el deseo de encontrar algo mejor. La se-gunda, cuando una provincia se inunda de tanta gente que re-bosa... La tercera, divisiones, disputas y pleitos r.

La publicación de cuarenta y una cartas enviadas porlos colonos españoles de la ciudad mexicana de Pueblaa sus parientes en España nos proporciona una idea delcarácter y de los motivos de los emigrantes y de la fuerzaque los impulsó a buscar «algo mejor». Un estribilloconstante aparece en toda su correspondencia: ésta esuna buena tierra. ¡Venid! «Acá ganarades más en un mesa vuestro oficio que allá en un año...», escribe AlonsoRamiro a su cuñado. Diego de San Lorente, un sastreque había llegado a Puebla en 1564, pide a su esposa,cinco años más tarde, que vaya a reunirse con él con suhijo de diez años. «Acá nos podremos pasar muy a nues-tro plazer y con mucho contento vuestro, y estando vos,señora, conmigo, yo seré rico presto.» Juan de Robles

3. La nueva frontera 97

escribe a su hermano en Valladolid, en 1592: «No reparaen nada, que Dios nos ayudará , y esta tierra tan buena escomo la nuestra , pues que Dios nos a dado aquí másque allá, y podemos pasar mejor» 5`.

Se trataba de hombres emprendedores y de iniciativa,que deseaban arriesgarse en una nueva forma de vida, enun medio extraño , con el objeto de mejorar su situación.Algunos estaban buscando salir de su pobreza. Otros,como los siete hermanos de Santa Teresa 59 , quizá fueronllevados por el deseo de salir de los restringidos conven-cionalismos sociales de un país en donde la antigüedady la limpieza de sangre eran tan importantes . Aunque elnúmero de emigrantes establecido era relativamente re-ducido si se le compara con la población total de Castillao incluso con el número de españoles que dejaron supaís para servir en los ejércitos reales (probablementecerca de ocho mil cada año , durante el reinado de Feli-pe II) 60, las pérdidas de Castilla en cuanto a calidaddebieron ser considerables . Si, como parece probable, es-tos emigrantes superaban la media de inteligencia y capa-cidad , pudo haberse producido alguna pérdida en la cali-dad genética de la totalidad de la población. Pero comocontrapartida se dieron también importantes ventajaseconómicas y sociales. Muchos de los emigrantes enviabandinero a sus hogares. Otros, los famosos indianos y pe-ruleros, hicieron fortuna en Indias y regresaron a Espa-ña. El hermano de Santa Teresa , Lorenzo, volvió con-vertido en Don Lorenzo, y compró una propiedad enAvila con la plata que trajo del Nuevo Mundo 61. Partedel dinero procedente de Indias se consumió en tal can-tidad que sorprendía y escandalizaba incluso a una socie-dad ya acostumbrada a la vida ostentosa . Parte de él sededicaba a las obras de caridad y a establecer fundacio-nes re ligiosas , como el convento de San José en Avila,fundado por Santa Teresa. Parte servía para poner a flotea familias que se habían hundido económicamente; yparte se invertía de nuevo en empresas agrícolas o co-merciales.

Esta plata, tanto si caía en manos de aristócratas es-Elliott, 7

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9S El Viejo Mundo y el Nuevo

pañoles como si lo hacía en las de corsarios ingleses,constituía las «lluvias de primavera» de la gran fronterade Walter Prescott Webb. Su presencia significó unsustancioso aumento de las reservas monetarias de Eu-ropa en una época en que la escasez de capital líquidopodía provocar un brusco estancamiento de las empresascomerciales o industriales. No cabe duda que gran partede esta plata se «desperdició», si se entiende que elcrecimiento económico es la finalidad correcta de todasociedad honrada; y su impacto se puede valorar mejorteniendo más en cuenta los cambios de situación regis-trados en determinados particulares y en determinadasfamilias que los registrados en toda la sociedad. Peroesto mismo pone de manifiesto la importancia de lasIndias en la vida de la Europa del siglo xvi. La existen-cia del Nuevo Mundo proporcionó a los europeos másespacio para maniobrar. Ante todo, estimuló el movi-miento: movimiento de riquezas, de gentes y de ideas.Allí donde había movimiento, había oportunidades parala gente emprendedora, capaz y deseosa de correr ries-gos, que además operaban en un ambiente en donde eléxito llevaba al éxito. La verdadera proeza de crear nue-vas empresas importantes de la nada, al otro lado delAtlántico, produjo inevitablemente una nueva confianzaen la capacidad del hombre para moldear y controlar sumundo. No encontramos ninguna hacienda de azúcarcuando llegamos a las Indias, escribió Fernández deOviedo; sin embargo, «por nuestras manos e industriase han fecho en tan breve tiempo» 62. De la misma forma,Gómara se enorgullecía de cómo la Española y NuevaEspaña habían sido «mejoradas» gracias a los colonosespañoles 63

La apertura de una nueva frontera en la otra orilla delAtlántico creó, pues, nuevas oportunidades y un climaque alentó la confianza en las posibilidades de éxito. Lasoportunidades existieron, pero también existieron losparticulares que estaban dispuestos a aprovecharlas y es-taban capacitados para ello. Sin embargo, todavía quedala cuestión de por qué fue así. ¿Eran las necesidades de

173. La nueva frontera

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Europa, a comienzos del siglo xvi , suficientes por símismas como para hacer volver la atención hacia occi-dente, hacia el nuevo campo que se ofrecía para crearnuevas empresas? ¿O es que la sociedad europea impli-caba ya ciertas características que la capacitaban paracrear nuevas oportunidades y al mismo tiempo para apro-vecharse de ellas? Si se acepta cualquiera de estas dossuposiciones , la teoría de la frontera por sí sola no podríaser utilizada para explicar adecuadamente los grandescambios de la historia europea en los primeros tiemposde la Edad Moderna, y se haría necesario fijarse detenida-mente en la situación de la metrópoli tanto como en lade la frontera. Es probable que América acelerase elritmo del avance europeo. Y es posible , incluso, que esteavance no se hubiese producido sin América. Pero aunsi se acepta esta suposición extremista sería aconsejabletener presente la lapidaria afirmación de Braudel : « l'Ame-rique ne commande pas seule» '. América no es la únicaque manda.

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4. El mundo atlántico

La conquista de América por los españoles trajo apa-rejada inevitablemente una perspectiva de grandes cam-bios en el contexto de la vida política europea. El si-glo xvi presenció el nacimiento de los primeros grandesimperios oceánicos de la historia del mundo. Las fuentesde poder ya no residieron exclusivamente, como hastaentonces, en el mismo continente europeo, y el escenariodel conflicto entre sus estados se amplió para incluir alas tierras y los mares situados más allá de los tradiciona-les límites de Europa, de las columnas de Hércules. Comoconsecuencia de ello, era de esperar que se produjesenuna serie de cambios en diferentes aspectos, como en larelación entre las autoridades seculares y una Ilesia quepretendía detentar el dominio del universo; en' la distri-bución, del poder dentro de cada Estado v entre todosellos; y en las teorías sobre el poder y sobre las relacio-nes internacionales, una vez que éstas fueron estableci-das (le acuerdo con un orden mundial.

Sin embargo, el problema historiográfico al estudiar laEuropa del siglo xvi y comienzos del xvrr. tanto en lo

lo'

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político cuanto en lo que se refiere al desarrollo intelec-tual o al económico, reside en cómo separar los cambiosatribuibles al impacto de América de aquellos que yacomenzaban a perfilarse en el momento del descubrimien-to y de la conquista. La afirmación de Braudel de quel'Amerique ne commande pas seule' es aún más eviden.

te en el aspecto político que en el económico. Desdeluego, se puede argumentar que, al menos en lo que serefiere a las transformaciones políticas, América casi nomanda en el siglo xvi. En el supuesto de una Europaque ignorase totalmente la existencia de América, hubiesesido perfectamente comprensible que se diesen los si-guientes fenómenos: la negativa de los Estados a seguiraceptando cualquier tipo de subordinación a una auto-ridad eclesiástica supranacional; las tendencias as detistas de los príncipes del siglo xvi; y desarrollonuevas teorías e intentos de regular las relaciones entrelos Estados soberanos independientes. Incluso era com-prensible que se diese alguna forma de imperialismo. Elcreciente peligro que representaba para Europa el avancede los turcos otomanos planteó la necesidad de concen-trar todo el poder y todos los recursos en las manos deun solo dirigente, circunstancia que se vio favorecidapor los arreglos dinásticos y los acontecimientos de laépoca. Al principio América era ajena a esta empresaimperial, aunque al cabo de los años llegó a ejercer so-bre ella importantes influencias.

Contra estas realidades subyacentes del escenario po-lítico europeo, la conquista y colonización de Américaintrodujeron todo un abanico de posibilidades, de lascuales unas fueron aprovechadas y otras no. Esto sepuso de manifiesto especialmente en la esfera de lasrelaciones entre la Iglesia y el Estado. A primera vista,el descubrimiento de incontables millones de seres quevivían en una oscuridad espiritual parece que pudo haberofrecido a la Iglesia extraordinarias posibilidades de re-cuperar su prestigio y su autoridad. Para los apologistascatólicos del siglo xvi como el alemán Laurentius Su-rius, resultaba consolador el hecho de que en una época

103

en que la cruz estaba siendo ultrajada en Europa podíaser levantada triunfalmente en las nuevas tierras delotro lado del Atlántico 2. No obstante, los resultadosprácticos conseguidos por la Iglesia fueron, en muchosaspectos, decepcionantes; y por otra parte, el desarrollodel catolicismo y de la contrarreforma en Europa se vioafectado sin duda por el hecho de que algunos de losevangelizadores más entusiastas y efectivos de las órde-nes religiosas se fueron como misioneros a otros conti-nentes.

Incluso las bulas alejandrinas de 1493 nos parecen,restrospectivamente, más una hábil maniobra del regalis-mo de Fernando el Católico que una afirmación triunfalde la soberanía papal. Al aceptar la solemne obligaciónimpuesta a la corona española de convertir a sus nuevossúbditos de las Indias, Fernando y sus sucesores se lascompusieron para conseguir de Roma el mayor númeroposible de concesiones, con el objeto de verse asistidosen su tarea. Pero al mismo tiempo tuvieron buen cuidadode manifestar el más vivo reconocimiento al papa porlas bendiciones recibidas. En especial, se procuró que segarantizasen los básicos derechos de España en las In-dias, lo cual dependía exclusivamente de la autoridadpapal. «Por donación de la Santa Sede apostólica y otrosJustos y legítimos títulos, somos señor de las IndiasOccidentales, Islas y Tierra-Firme del mar Océano, des-cubiertas y por descubrir», comenzaba la ordenanza de1519, en la que se declaraba que las Indias eran una po-sesión inalienable de la corona de Castilla 3. Por consi-guiente, las bulas papales se consideraron sólo como unaratificación de los derechos que se habían ganado pormedio de la conquista; y la escolástica española, siguiendoa Vitoria, afirmaría que puesto que el papa no era dehecho dueño de toda la tierra, no estaba en posición deconceder una de sus partes a la corona española.

El progreso de las empresas misioneras dependía siem-pre de la buena disposición y en ocasiones de la efectivaayuda militar del poder secular, como reconoció Acostacuand.) señaló que para los misioneros el confiar en el

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favor de gente tan salvaje como aquélla, que ignoraba

las leyes de la Naturaleza, era como pretender entablaramistad con los jabalíes y los cocodrilos'. Así, pues, lacorona española se encontraba en una posición ideal paradictaminar el camino y los medios de la evangelización;y al hacerlo pudo actuar libremente dentro del ampliomarco legal que le confirió el papado, en virtud del título

de patronato. Ello le proporcionó una especial autoridadpara disponer sobre los asuntos eclesiásticos en sus po-

sesiones americanas; una autoridad cuyo único precedenteeuropeo había que buscarlo en la reciente conquista delreino de Granada'. El notable olvido de los asuntosamericanos en las discusiones del Concilio de Trento"refleja la incapacidad de Roma para ejercer cualquier tipode influencia independiente sobre la labor misionera enel Nuevo Mundo. El rey de Castilla, como dijo Gómaradespués de enumerar sus distintos poderes eclesiásticos,era «señor absoluto» de las Indias'.

Por tanto, aunque teóricamente la conquista de Amé-rica redundaba en una mayor gloria de Dios y de laIglesia de Roma, en la práctica realzaba la autoridad de lacorona española, tanto ante sus propios súbditos comoen sus relaciones con la Iglesia. Dicha corona había ad-quirido el control de enormes reservas nuevas de patro-nazgo y había llegado a comprometerse de una forma

especial en una misión divina que tenía por objeto laconversión de los pueblos paganos. Pero é sta era sola-mente una de las diversas formas mediante las que laadquisición de territorios ultramarinos servía para incre-mentar el poder y el prestigio de los príncipes seculares.Naturalmente, este proceso es más evidente en la penín-sula ibérica, ya que los españoles y los portugueses fueronlos primeros que establecieron un imperio ultramarino.Sin embargo, las oportunidades que estaban implícitasen el hecho de la colonización para la extensión del po-der real fueron sugeridas por Sir Humphrey Gilhert ensu respuesta a las protestas que le hacían de que estabaultrajando las libertades estatuidas de las ciudades anglo-irlandesas.

4, El mundo atlántico105

El príncipe -decía- detentaba un poder regular y absoluto,y aquello que no podía ser realizado por uno, yo lo haría ennombre de otro, en caso de necesidad

La conquista, ya fuera en Irlanda o en las Indias,ofrecía amplias oportunidades y una tentación constantede caer en el ejercicio del poder absoluto. A pesar deque una gran parte del pensamiento escolástico españoldel siglo xvi insistió en el derecho que tenían los Estadosy las instituciones paganas a una existencia autónoma, elhecho era que no existía ningún impedimento para quela corona española legislase según sus deseos en aquellosasuntos que concernían a las Indias.

Esta libertad de acción en el Nuevo Mundo contrastabaenormemente con las ]imitaciones que el poder real teníaen España. Se ha insinuado que la crisis de las libertadescastellanas a comienzos de la Edad Moderna no debe serdesligada del desarrollo de las prácticas absolutistas dela corona española en el gobierno de las Indias '. Esto noes fácil de comprobar, aunque sí puede sospecharse; peroal menos hay indicios de que la experiencia adquirida enlas Indias contribuyó a alentar las tendencias autoritariasentre los castellanos que permanecieron en Europa. Enuna carta enviada a Felipe II por cl gobernador de Milán-n 1 S 0 e puede encontrar garabateado este sugestivo.ot: cntari i:

Estos italianos, aunque no son indios, han de ser tratadoscomo tales, para que entiendan que nosotros los mandamos yno ellos a nosotros".

Hasta que la aristocracia y los funcionarios castellanosno comenzaron a mostrar la arrogancia que era de esperarde una raza que estaba levantando un imperio, era lacorona la que estaba en mejor situación para asegurarselos beneficios tangibles de éste. Disfrutaba de todos losderechos sobre la utilización del suelo y del subsuelo delas tierras recién conquistadas . Era la única que podíaautorizar nuevas expediciones de descubrimiento y deconquista . Detentaba el derecho a disponer de todos loscargos administrativos , judiciales y eclesiásticos en las

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106 El Viejo Mundo y el Nuevo

Indias. Y además había adquirido unas nuevas e im-portantes fuentes de ingresos. Para explotar estos re-cursos se vio obligada a construir una complicada ma-quinaria de gobierno, que podía tener evidentes deficien-cias, pero que sirvió para los propósitos para los que fuecreada a miles de kilómetros de distancia de España.Según Bacon,

Mendoza, que fue virrey del Perú, solía decir: Que el gobiernodel Perú era el mejor cargo que daba el rey de España, con elúnico inconveniente de que estaba , cíe alguna manera, demasiadocerca de Madrid ".

La experiencia española en las Indias parece confirmarla declaración de Walter Prescott Webb de que «lasposesiones en la frontera incrementaron al mismo tiempoel poder y el prestigio del rey» IZ. El prestigio, los recur-sos fiscales y administrativos y las grandes reservas de pa-tronazgo que se deducían de la posesión del imperio ul-tramarino constituyeron unas poderosas armas nuevaspara la corona española cuando ésta tuvo que enfrentarsecon elementos disidentes en su propio territorio. Almismo tiempo, el peligro de los conflictos domésticospudo ser reducido gracias a que la posesión de territoriosdistantes proporcionaba una salida a las energías de losrevoltosos. Esta era, como es sabido, una de las princi-pales funciones de las colonias de la antigua Roma. «Poreste medio -escribió Bodin- desalojaban a su país demendigos, revoltosos y holgazanes» 13. Este hecho no pasóinadvertido para aquellos que compararon la intranqui-lidad y el desorden que reinaba en sus respectivos países,con la tranquilidad que había en España.

Es sabido -escribió el hugonote La Popeliniére en 1582-que si los españoles no hubiesen enviado a las Indias descubiertaspor Colón a todos los delincuentes de su reino, y especialmentea aquellos que se negaron a volver a sus trabajos ordinarios,después de las guerras de Granada contra los moros éstos hubiesenalborotado al país o hubiesen dado lugar a algunas novedades enEspaña... "

4. El mundo atlántico 107

Creía que una gran empresa colonial podía sacar aFrancia de sus guerras civiles, de igual forma que Ri-chard Hakluyt creía que la colonización mejoraría lasalud del cuerpo político inglés al dar salida al excesode población que estaba siempre demasiado dispuesta ala sedición 15.

Estas suposiciones de los contemporáneos parecen bas-tante razonables . Era de suponer que se pondría menosentusiasmo en la lucha por conseguir mejores oportuni-dades y por la defensa de sus derechos si esto podía con-seguirse a menor precio por medio de la emigración alotro lado del Teic, si las tendencias autoritariasdel Estado de los siglos xvi y xvii pudieron haber ani-mado a los descontentos a emigrar , como contrapartidasu emigración pudo haber alentado la tendencia al auto-ritarismo en sus países de origen . La sumisión a la auto-ridad y un alto grado de conformidad social fueron qui-zá el precio que hubo que pagar en la patria para levantarun imperio ultramarino.

Resultaba paradójico que hubiese sido un rebelde pornaturaleza , Hernán Cortés, el primero que vio con cla-ridad las posibilidades de un imperio colonial comomedio de aumentar el prestigio y el poder de su prínci-pe. Era característico del genio de Cortés, no sólo quehubiese comprendido que la colonización era fundamentalpara el imperio , sino también que hubiese situado la caí-da de Moctezuma en una panorámica más amplia, rela-cionándola con el otro gran acontecimiento de aquel añotan denso de 1519: la elección de Carlos de Gante parael trono imperial. En el espacio de pocos meses , Carloshabía conseguido, no ya un imperio, sino dos; y segúnCortés podía titularse a sí mismo Emperador de NuevaEspaña, el antiguo reino de Moctezuma , « con título y nomenos mérito que el de Alemaña, que por la gracia deDios vuestra sacra majestad posee ». Con este objetoCortés había conseguido cuidadosamente de Moctezumauna «donación imperial», aunque convenientemente per-dió los papeles que reflejaban este singular acto de Es-tado. Este insólito aumento de títulos y de poder, tanto

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en México como en Alemania, no era para Cortés másque una clara revelación de la misión providencial parala que su rey estaba inexorablemente destinado. Esteestaba ahora en camino de convertirse en «monarca delmundo», y el rey de Francia y todos los demás príncipesse verían obligados a someterse a su poder imperial 16.

La visión de Cortés de una monarquía universal fuecompartida por eminentes figuras del círculo imperial.Pero ninguno de ellos pareció vislumbrar como aquél laforma en la que las posesiones ultramarinas de Carlospodían dar una nueva dimensión a la vieja idea imperial.La idea imperial de Carlos V, como el mismo Imperio,continuaba siendo obstinadamente europea. Carlos nomostró ningún interés por tomar el nuevo título de Em-perador de las Indias de Nueva España. Ni tampoco ha-lagó a los escolásticos españoles la idea de este imperio.Vitoria dedicó una parte de su obra De Indis a refutarla tesis de que el Emperador podía ser señor de todo elmundo, y Sepúlveda nunca utilizó el argumento imperialpara justificar el dominio español sobre los indios t'.

La falta de entusiasmo por la visión mundial del Im-perio que tenía Cortés puede significar una cierta estre-chez de miras por parte de Carlos y de los españoles de sugeneración. Sin embargo, también refleja la realidad delpoder en el mundo de Carlos V. Su imperio continuabasiendo un imperio europeo, ya que la fuente de su poderera sobre todo europea. Entre 1521 y 1544, las minasde los territorios hereditarios de los Habsburgo produ-cían casi cuatro veces más plata que toda América t8.Esta cifras no se invirtieron hasta los últimos años delreinado de Carlos, entre 1545 y el final de la década de1550. E incluso entonces se registraron grandes fluctua-ciones en los envíos a Sevilla, pues sólo después de 1550comenzaron a llegar verdaderas cantidades importantesde metal precioso, una vez que se logró apaciguar los dis-turbios en Perú. Es necesario, por otra parte, tener encuenta la proporción entre la plata que Carlos recibíade América y el total de sus ingresos, a medida queaumentaba la producción de plata. En 1554, por ejem-

4. El mundo atlántico 109

plo, las rentas americanas de la corona representaban so-lamente el 11 % del total de los ingresos de ésta 1°. A lolargo de los años, las cantidades enviadas a la corona des-de América representaban una cifra de 250.000 ducadosanuales aproximadamente -cifra que apenas hubiese sidosuficiente para compensar la crisis de las tradicionalesfuentes de ingreso dentro de España provocada por eldescenso del valor de la moneda.

No obstante, este planteamiento puede dar una falsaimpresión del verdadero significado que tuvo Américapara el Imperio de Carlos V. El imperialismo de Carlosfue posible gracias al déficit financiero y a que la atrac-ción ejercida por América y el señuelo de la plata ame-ricana proporcionaron a las grandes casas financieras unimportante aliciente para adelantar dinero al emperadoren tan grandes cantidades y a lo largo de tantos años.Así, el Nuevo Mundo contribuyó a sostener la primeragran aventura imperial europea del siglo xvi, aunque nofue quien la inició. Resulta imposible imaginar cuántotiempo hubiese continuado esta aventura sin la plata delas Indias; no obstante, sabemos que al final de la décadade 1540 y principios de la de 1550 se produjo un cambiodecisivo en el centro de gravedad económico del imperiode Carlos, desde los Países Bajos hasta la península ibé-rica. Desde 1553, los genoveses superaron a los alemanesy flamencos en la tarea de facilitar préstamos al empe-rador '0. Este cambio simbolizaba el eclipse del antiguomundo financiero de Amberes y Augsburgo, que se veíaremplazado por un nuevo vínculo financiero que enlazabaa Génova con Sevilla y con las minas de plata de Amé-rica. El hecho de que Carlos dependiese cada vez más delos recursos de España y de las Indias durante aquellostrascendentales últimos días de su reinado, revela quefue durante esta época cuando el Nuevo Mundo llegó aser decisivo para la continuación de su imperio en elViejo.

Sin embargo, al final el Nuevo Mundo, como todo lodemás, le falló. M. Chaunu nos ha enseñado que hay quesituar la abdicación imperial, las bancarrotas reales de

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los últimos años de la década de 1550 y la paz de Cateau-Cambrésis en el contexto general de un drástico hundi-miento del comercio trasatlántico 21. Pero tampoco aquíaparece claro si para explicar esta crisis debemos fijarnosantes en América que en Europa. Sin duda, ésta fue unaépoca de transición para el Nuevo Mundo, una vez quehabía dado fin la etapa de la fácil explotación. Pero tam-bién fue una época en la que las actividades de los cor-sarios franceses causaban la ruina del comercio trasatlán-tico de Sevilla y en la que las demandas financieras deCarlos aumentaban de una forma tan extravagante comosus deudas. En 1566 confiscó todo el metal precioso quellegó a Sevilla destinado a particulares. El desastrosoestado de sus finanzas estaba obligándole a matar a lagallina de los huevos de plata.

Al establecerse de nuevo la paz en Europa y al reco-brarse y extenderse el comercio trasatlántico despuésde 1562, el imperialismo de los Habsburgo se rehizo a símismo de una nueva forma, más adecuada a la época. Elimperio de Felipe II volvía a girar alrededor del eje deSevilla, en el sentido de que el crédito real fluctuaba deacuerdo con los envíos de plata americana y en partetambién con el movimiento más general del comerciotrasatlántico de Sevilla. En la segunda mitad del siglo xvIes lícito hablar -así como no lo es en la primera mitaddel siglo- de una economía atlántica v de un imperioatlántico. En este aspecto, el imperio de Felipe II y elde sus sucesores difiere fundamentalmente del de Car-los V. El imperio de Carlos fue siempre sólidamente con-tinental. El imperio de sus sucesores fue, casi a pesarde ellos mismos, marítimo y mundial.

Con todo, las implicaciones que esto tenía sólo fueronsiendo advertidas gradualmente por los contemporáneos,y parece ser que Felipe II nunca llegó a captarlas deltodo. Todavía seguían siendo Castilla e Italia las que,ante cualquier circunstancia, le continuaban proporcio-nando la mayor parte de sus rentas, aunque las Indias,con unas aportaciones anuales a la corona de alrededorde dos millones de ducados en la década de 1590, le

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proporcionaron entre una quinta y una cuarta parte deltotal de sus ingresos durante los últimos años de su rei-nado. No obstante, no resultaba fácil, especialmente des-de el corazón de Castilla, adaptarse a un mundo en elque el poderío naval constituía la clave de la defensa delimperio y en el que la plata beneficiaba más a quellos quesabían cómo utilizarla.

De cualquier forma, nada podía alterar el hecho de quetodo el panorama de la vida política internacional habíacomenzado a cambiar. «Vemos que oleadas de metal pre-cioso han inundado Europa por esta acción», escribióBacon, al examinar los resultados de la conquista de lasIndias. «Al mismo tiempo, es infinito el aumento delterritorio y del imperio, que ha producido la misma em-presa» 22. Todo ello estaba destinado a afectar la balanzade poderes, tanto dentro de la misma Europa como entreésta y su tradicional enemigo, el Islam. Es posible queEspaña, durante la primera mitad del siglo xvi , al estarcomprometida en la conquista de las Indias, no pudiesetomar una ofensiva sostenida contra los turcos y contrasus aliados en el norte de Africa y en el Mediterráneo.Sin embargo, en la segunda mitad del siglo las inversio-nes que se habían efectuado en el imperio ultramarinoestaban comenzando a producir sus frutos, incluso en laguerra contra el Islam. El Imperio Otomano se encon-tró ahora enfrentado con un Imperio Español que habíaconseguido una serie de triunfos recientes sobre pueblosdistantes y con grandes reservas nuevas de plata. Anteestas circunstancias, no podía sorprender mucho que unasociedad que tradicionalmente había mostrado muy pocacuriosidad por el mundo no islámico hubiese comenzadoen este momento a interesarse por las razones históricasde la expansión del poderío español 23. Alrededor de 1580se escribió para el sultán Murad III una Historia de lasIndias Occidentales. Su autor parece ser que se basó enlas traducciones italianas de Pedro Mártir, Fernándezde Oviedo y Gómara, y en la obra de Zárate, Historiade la conquista del Perú.

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En veinte años -escribir los españoles conquistaron todaslas islas y capturaron a cuarenta mil hombres y mataron a otrosmiles. Esperemos de Dios que alguna vez estos valiosos territo-rios sean conquistados por la familia del Islam y sean habitadospor musulmanes y lleguen a formar parte de los territorios oto-manos 24.

Esta esperanza parecía guardar escasa relación con larealidad, ya que la balanza de poderes en las décadasposteriores a Lepanto comenzó a inclinarse decisivamen-te contra el Islam.

Ya fuera para el Imperio Otomano o para los paísesde la cristiandad, el poderío de España aparecía como

el factor dominante de la vida internacional europea du-rante los ochenta años comprendidos entre 1560 y 1640.Ahora está claro, como lo estaba para los contemporá-neos, que este poderío estaba estrechamente relacionadocon la posesión que detentaba España de los ricos terri-torios ultramarinos. Sin embargo, la forma exacta enque esta relación afectaba al dictado y a la ejecución dela política exterior española es algo que continúa guar-dando ciertos ribetes de misterio. El intento más ambi-cioso de explicar el auge y la caída de la hegemoníaespañola en función de América es el de M. Chaunu, elcual ha intentado explicar con detalle cómo los momen-tos culminantes del imperialismo de Felipe II coincidie-ron con el período de mayor crecimiento del comercio

de Sevilla con las Indias y cómo, por el contrario, laretirada gradual de la guerra durante el reinado de Feli-

pe III coincidió con una serie de crecientes dificultadesen el sistema hispano-atlántico. Pero la correlación de

los movimientos del comercio indiano con los cambiosde la política exterior española constituye una tarea que

entraña muchos peligros, como el mismo M. Chaunu se-ría el primero en admitir. Para utilizar sus mismas pala-bras, «la correlación está clara, pero su exacto significado

es difícil de desentrañar» u. ¿Deja el comercio de ex-pandirse, por ejemplo, a causa de los trastornos causadospor la guerra, o finaliza la guerra porque el comercio

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tropieza con dificultades ? La respuesta parece estar enambos extremos.

En los sutiles argumentos de M. Chaunu parece habercierto peligro de caer en una interpretación excesiva-mente mecánica de las acciones políticas , al considerar-las como una especie de respuesta pavloviana a lasfluctuaciones comerciales , algunas de ellas de muy cortoalcance. Su interesante intento de relacionar la últimagran manifestación del imperialismo español -la inter-vención en Alemania en los comienzos de la guerra delos treinta años- con una breve reactivación de la pros-peridad de Sevilla entre 1616 y 1619 26 nos proporcionaun ejemplo instructivo . Pero éste sería más convincentesi los consejeros de Felipe III hubiesen mostrado algúnindicio de que sabían que las condiciones financieras eneste momento eran desusadamente favorables y que lasoportunidades de obtener créditos eran buenas . Sin em-bargo, no hay ningún reflejo de ello entre los documen-tos del Consejo de Hacienda , el cual debía estar en posi-ción de evaluar el clima financiero . Por el contrario, susinformes de estos años son más pesimistas que de cos-tumbre, incluso para un cuerpo profesional tan pesimistacomo éste. En un documento tras otro, el presidente delConsejo advertía al duque de Lerma que la situaciónfinanciera era excepcionalmente grave. Los ingresos deplata procedentes de las Indias que recibía la coronahabían descendido inesperadamente por debajo del millónde ducados al año, y el presidente insistía en que Españano estaba en condiciones de embarcarse en nuevos gastosimportantes en Alemania . A pesar de todo, la respuestareal fue terminante:

Estas provisiones son tan precisas que no puedo dejar de en-cargar al consejo no alce la mano dellas , pues lo de Alemaniano es[.í en estado que se pueda desamparar

Puede que hubiese muchas razones para que se llevasea cabo la intervención española en Alemania, pero estadecisión no respondía desde luego a ninguna valoración

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de las posibilidades financieras, teniendo en cuenta lasituación económica del momento.

Se podría alegar , por supuesto, que el último deter-minante de la política depende en menor grado de lasdecisiones de los ministros , lo mismo si son tomadassensatamente como si no, que de la complacencia y dela capacidad de los banqueros de adelantar más dineroa la corona española. Sin embargo, esto dependía demuchas circunstancias, entre las que la prosperidad delcomercio de Sevilla con las Indias no era necesariamente,o siempre, la más importante. Por ejemplo, una de lasrazones que explican la capacidad de Felipe II para lo-grar tan cuantiosos préstamos en la década de 1590 pa-rece haber sido la de que el estado de guerra redujo elcampo para la inversión y dejó a los comerciantes conun capital líquido, el cual se mostraron dispuestos a pres-tar a la corona con los elevados intereses imperantes 211.La hegemonía española fue posible, pues, gracias a uncúmulo de consideraciones y circunstancias que guardanuna diferente relación entre sí, en distintos períodos. Allado de las que son tangibles -poderosos ejércitos, gran-des posesiones territoriales y una amplia gama de in-gresos- había también otras que eran intangibles, comoel crédito y la confianza.

Con todo, el hecho es que la plata de las Indias fuela que dio cohesión y movimiento a la potente maquina-ria. Este hecho indiscutible impresionó, e incluso asom-bró, a los contemporáneos.

¿No consiguió el emperador Carlos del rey de Francia el reino

de Nápoles, el ducado de Milán y todos sus otros dominios de

Italia , Lombardía, Piamonte y Saboya con este gran tesoro? ¿No

cogió prisionero al papa con este tesoro?, ¿y no saqueó Roma?

Estas preguntas, citadas en el «Discourse of Western.Planting» de Hakluyt y sacadas de un memorial dirigidoa los condes de Emden ', ilustran la obsesionante preocu-pación de la época por la plata de las Indias, como la

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clave de la hegemonía española. Desde los días de Hak-luyt hasta los de Oliverio Cromwell, este tema se man-tuvo vigente y fue reproducido repetidamente.

No son sus grandes territorios los que la hacen tan poderosa-decía Sir Benjamin Rudyard en la Cámara de los Comunesen 1624-, pues es bien sabido que España es débil en hombresy estéril en productos naturales ... No, señor, son sus minas enlas Indias Occidentales las que administran el combustible paracolmar su deseo enormemente ambicioso de levantar una monar-quía universal'.

Las Indias, por consiguiente, podían incluirse bastan-te fácilmente dentro de la reconocida doctrina del Es-tado del siglo xvi, que establecía que el dinero era labase de la guerra. Pero de esto se sacaron algunas con-clusiones que ampliaron gradualmente los límites de loque se sabía sobre el carácter y el origen del poderíode la nación. Si se localizaba el origen del poderío deEspaña en sus posesiones trasatlánticas, la monarquíaespañola podía ser vencida más fácilmente en una acciónmarítima que en un ataque en su propio suelo. Si seinterceptaba la plata en su camino hacia Sevilla, el reyde España no tendría ya medios para sostener las cam-pañas de sus ejércitos.

Aunque los corsarios franceses se habían mostradoactivos en el Atlántico durante la primera mitad delsiglo 31, esta idea sólo fue transformándose en un amplioplan estratégico gradualmente. Parece que fue durantela década de 1550 cuando diversos intereses comenzarona coincidir sobre el tema central de las Indias y de surelación con la hegemonía española. La reanudación delconflicto entre Carlos V y Francia en 1552 fue seguidopor algunos atrevidos ataques de los corsarios francesesen el Caribe que alcanzaron el éxito. Tres años despuéslos proyectos coloniales franceses, que habían comenzadocon poca fortuna en el Canadá en la década de 1540, sereanudaron con la expedición de Villegaignon a Brasil,bajo el patrocinio del almirante Coligny 32.

Al mismo tiempo que se iba acrecentando en Francia

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el interés por el Nuevo Mundo, también se iba acre-centando en Inglaterra, la cual había entrado en la ór-bita española a raíz del matrimonio de María Tudor conFelipe. Los comerciantes ingleses comprometidos en elcomercio español estaban acumulando una serie de in-formaciones sobre América. Los nuevos acontecimientosfueron conocidos por un público más amplio gracias alas traducciones de Richard Eden, que incluían las tresprimeras Décadas de Pedro Mártir, en 1555`. Estasatrajeron la atención y estimularon la imaginación deunos hombres que se estaban obsesionando con las con-secuencias políticas y religiosas del aumento del poderíoespañol. Sir Peter Carew, que huyó a Rouen despuésdel fracaso del levantamiento de 1554, meditó durantesu exilio sobre las riquezas que España obtenía de lasIndias. La copia que poseía de la traducción de lasDécadas realizada por Eden registra sustanciosas anota-ciones en los capítulos referentes a la navegación entreEspaña y América. Otro exiliado, John Ponet, obtuvoseguramente de esta misma copia la información sobrela destrucción de los indios americanos con la que ilus-tró las consecuencias de la tiranía en su Short Treatise

of Politicke Power s°.Por consiguiente, casi al mismo tiempo, a ambos la-

dos del Canal parecidas preocupaciones estaban comen-zando a dar como resultado unas ideas similares, queejercerían una gran influencia en las relaciones interna-cionales durante los cien años, o más, que siguieron.Estas ideas se desarrollaron a través de un continuodiálogo entre franceses e ingleses, muchos de los cualesse encontraban unidos por lazos de amistad y religión,y muchos más todavía a causa de su odio contra España.En 1558, Enrique II estaba considerando un proyecto,inspirado probablemente por Coligny, mediante el cualllevaría a cabo un ataque contra el itsmo de Panamá yse apoderaría de los aprovisionamientos de plata dePerú v de Nueva España 35. Después del tratado de Ca-teau-Cambrésis, el interés de Coligny cambió hacia unproyecto de colonización de Florida; y por otra parte, la

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visita que efectuó Ribault a Inglaterra en 1563 paraasegurar su apoyo a este provetco sirvió para que losingleses acrecentasen su interés en las posibilidades deestablecerse en Norteamérica '.

De los acontecimientos de estos años y de las reaccio-nes que provocaron -la resonancia de la matanza deFlorida y del fracaso de Hawkins en San Juan de Ulúa-surgieron los diversos elementos del gran provecto pro-testante. Después del asesinato de Coligny, sus planesde ataque a España en las Indias fueron continuadospor Duplessis-Mornay y Guillermo de Orange. El pro-pósito de Duplessis-Mornay en 1584 de reducir la he-gemonía española constituye un vivo ejemplo de cómolos hombres de Estado estaban comenzando a compren-der, como ya lo habían comprendido los hombres demar, la importancia del poder marítimo v a ver las cosasdesde una perspectiva más amplia. Si los franceses to-maban Mallorca, decía, podrían interceptar la plata espa-ñola en su camino hacia Italia. Y si atacaban el itsmo dePanamá, podrían interceptarla en el lugar mismo de suorigen. Al mismo tiempo, tendrían una base para alcan-zar cl Pacífico, lo cual los convertiría en los dueños delcomercio de las especias de Oriente 37.

Los esfuerzos de Hawkins, Oxenham y Drake demos-traron que estos ambiciosos proyectos eran demasiadograndiosos para que pudieran llevarse a cabo. El poderíoespañol en el Nuevo Mundo era demasiado formidabley los convoyes de plata estaban demasiado bien prote-gidos para que las esperanzas de los protestantes de ata-car España «por el camino de las Indias» 'a pudiesenrealizarse durante el reinado de Felipe II. Tampocohabía ninguna posibilidad de establecer colonias y utili-zarlas como bases desde las que atacar a las Indias: sihabía que establecer colonias, se establecían por otrasrazones más poderosas, y bien alejadas de las regionesque estaban bajo el control físico de España. Sin embar-go, en la década de 1580 las incursiones inglesas comen-zaron a seguir un mismo derrotero 39. Los ataques enel Atlántico pudieron no haber estado lo suficientemente

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organizados como para adquirir la categoría de una ofen-siva sistemática, pero al menos se basaban en la comúnsuposición de que el imperio colonial de España era elorigen de su fuerza económica. Fue también esta supo-sición la que determinó la respuesta de Felipe II, puesel objetivo de la armada española era, en palabras delsecretario real, no menos «la seguridad de las Indias que

la restauración de Flandes» 4Ó.Solamente con lentitud y con una considerable inse-

guridad las ambiciones coloniales y oceánicas comenzarona imponerse sobre las causas más tradicionales de larivalidad de los Estados europeos occidentales. En losúltimos años del siglo xvi y a comienzos del xvii, elNuevo Mundo continuaba estando todavía en el bordede los conflictos europeos. Con todo, el hecho real deque estos conflictos se estaban extendiendo por las aguasdel Atlántico y del Caribe, e incluso del Pacífico, signi-ficaba que se estaban creando constantemente nuevasoportunidades de fricciones internacionales.

Este proceso se agravó por el hecho de que el. NuevoMundo estaba encontrando un lugar en las mitologíasnacionales. Para los castellanos, el descubrimiento y laposesión de las Indias constituían una clara y absolutaevidencia de que ellos formaban una raza escogida. Nopodía sorprender que una nación que se vio compro-metida en una gran misión civilizadora con respecto alos salvajes de América presumiese de establecer pautasque debían ser seguidas por el resto del género humano.Esta idea fue alentada por una antigua tradición muyarraigada sobre el sentido de la historia humana. A tra-vés de los primeros padres de la Iglesia y Otto deFreising, la Europa del siglo xvi había heredado la ideaclásica de que la hegemonía en el mundo y la civilizaciónse trasladaban gradualmente desde el este hacia el oes-te 41. Para un humanista español como Pérez de Olivala conclusión era clara. Los imperios de los persas y delos caldeos habían sido remplazados por los de Egipto,Grecia, Italia y Francia, y ahora por el de España. Aquípermanecería el centro del mundo, «do lo ataja el tnar,

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y será tan bien guardado que no puede huyr» 42. Perootros no se mostraban tan seguros. Edward Hayes, ensu relato de 1583, en el que describía el último viaje deHumphrey Gilbert, alegaba que «las tierras que estabanal norte de Florida las había reservado Dios para quefuesen sometidas a la civilización cristiana por la nacióninglesa». Esto, pensaba, se hizo «muy probable por larevolución causada por la religión y la palabra de Dios,las cuales, desde el principio, se han trasladado desdeel este hacia el oeste, donde parece que el proceso ter-mina» 43. En las últimas décadas del siglo xvi estabaclaro que los españoles no eran los únicos en el mundoque acariciaban la idea de una misión y un imperio enel oeste.

Al fomentar el deseo de obtener metales preciosos, departicipar en su comercio y de conseguir colonias, y alinvestir todo ello de un sentido de misión providencial,América jugó un papel importante en el sostenimientodel nacionalismo de los Estados del siglo xvi. Al mismotiempo, una serie de incidentes en el Nuevo Mundoproporcionaron unas imágenes nuevas en donde pudierongerminar los odios nacíonales y religiosos. Las atroci-dades de Drake afectaron a la mentalidad colectiva delos castellanos, de la misma forma que la matanza deFlorida, o los sucesos de San Juan de Ulúa, afectarona la mentalidad colectiva de la Inglaterra de Isabel. Sinembargo, en el fondo, los españoles ofrecieron muchosmás motivos de crítica que sus rivales. Aunque la le-yenda negra poseía en Europa una larga, si bien no muyrespetable, antigüedad, la actuación española en las In-dias le dio un nuevo y trágico relieve. Incluso en lasprimeras historias de la conquista, como en las Décadasde Pedro Mártir, había material suficiente para acusara los conquistadores; pero dos trabajos publicados enlas décadas centrales del siglo documentaron la actuaciónespañola de una forma sucinta. La breve relación de ladestrucción de las Indias de Las Casas, publicada porprimera vez en España en 1552, y la aguda historia delNuevo Mundo (Venecia, 1565), de Girolano Benzoni,

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contenían más munición de la que incluso hubiesen po-dido desear los enemigos más fanáticos de España. Am-bos libros comenzaron a captar a un público europeoen una época en la que el conflicto entre España y laspotencias del norte, y entre Roma y Ginebra, se estabanacercando a su punto culminante. Una edición en latíndel libro de Benzoni, publicada en Ginebra en 1578, fueseguida en 1579 por las traducciones al francés y al ale-mán. También en 1579 fue publicado en Ginebra unrelato de la matanza de Florida, y el libro de Las Casasfue traducido al holandés y al francés, y posteriormenteal inglés, en 1583. Así, pues, a comienzos de la décadade 1580 circulaba por el continente la información másespeluznante sobre la conducta de España en las Indias.Sólo hicieron falta las aterradoras ilustraciones de Teo-doro de Bry en la nueva edición del libro de Las Casas,a finales de siglo, para grabar en la conciencia europeauna imagen indeleble de las atrocidades españolas ^'.

Los hugonotes, los holandeses y los ingleses recibie-ron las obras de Benzoni y de Las Casas con alborozo.En la Apología de Guillermo de Orange de 1581, ladestrucción de veinte millones de indios fue debidamen-te puesta de manifiesto como prueba de la innata pro-pensión de los españoles a cometer actos de indeciblecrueldad`. Contra una propaganda de guerra en talescala, los cronistas oficiales de Indias españoles sólopodían ofrecer una débil resistencia. En aquellos añosde crisis europea se había estado forjando un arma queproporcionaría valiosos servicios a generaciones de ene-migos de España. Los sufrimientos de los indios apare-cieron incluso en la campaña de panfletos que los cata-lanes llevaron a cabo contra el gobierno tiránico deOlivares, en la revuelta de 1640', y fue precisamenteen Barcelona donde la obra de Las Casas fue reimpresapor primera vez en España, en 1646 y'.

Por primera vez en la historia europea, la actuacióncolonial de un poder imperial estaba siendo utilizadasistemáticamente contra él por sus enemigos. Sin em-bargo, esta severa propaganda de los enemigos extran-

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jeros debilitaba quizá , a la larga , menos la moral de losespañoles que las crecientes dudas de los mismos espa-ñoles sobre el valor que las Indias tenían para ellos. Lasquejas del siglo xvi sobre los elevados precios y las per-niciosas consecuencias morales de las riquezas repenti-nas dieron lugar a un creciente número de sabios e in-tuitivos comentarios sobre la naturaleza y el uso de lasriquezas. Existía una conciencia latente de que Españaapenas veía la plata americana y de que, en palabras deaquel español enconadamente anti-americano , Suárez deFigueroa, hablando de los genoveses, «las Indias destosson nuestra España» "s. Pero también hubo una fuertecorriente de sentimiento contraria al metal precioso 49,representada brillantemente por el trabajo del gran ar-bitrista González de Cellorigo.

Ha puesto tanto los ojos nuestra España -decía- en la con-tratación de las Indias, donde les viene el oro y la plata, que hadexado la comunicación de los Reynos sus vezinos; y si todoel oro, y plata, que sus naturales en el Nuevo Mundo han ha-llado, y van descubriendo le entrase no la harían tan rica, tanpoderosa, como sin ello ella sería `'.

Para González, la verdadera riqueza reside en el co-mnercio, la agricultura y la industria, y en las riquezasempleadas productivamente. Había muchos que estabande acuerdo con él. En el mismo año de 1600, Luis Vallede la Cerda, que abogaba por un sistema de erarios pú-blicos, insistía en que «Indias sin erarios, y con usuras,no es otro sino ruyna de nuestra grandeza y de la antiguamagestad de España». Gracias a las Indias, los océanosestaban llenos de «baxeles cargados de oro y plata»,que daban «materia y fuerzas a nuestros enemigos» 51

A las desgracias de Castilla se unió el hecho de que ladesilusión con respecto a los supuestos beneficios delimperio ultramarino llegó en una época en la que lascargas del Imperio estaban siendo cada vez más difícilesde sostener. Si las razones de la decadencia de Españaestán profundamente arraigadas en la misma España, yno en menor grado en su tradicional actitud con respecto

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al empleo de las riquezas, el fenómeno de la decadenciaha de ser situado además en el más amplio contexto delmundo atlántico como conjunto 5'. Entre 1621 y 1641el imperio atlántico español estaba comenzando a des-plomarse 53. Este derrumbamiento se explica en parte,en razón de la disminución de los envíos de plata pro_cedentes de las Indias y de la caída del comercio tras-atlántico de Sevilla. Pero esto ha de ser relacionado conla entrada de España en el conflicto internacional, des-pués del relativamente pacífico reinado de Felipe III, ycon el hecho de que España no aprendiese debidamentela lección de los últimos años del siglo xvi de que «elque posea el mar tendrá el dominio sobre la tierra» u.

A consecuencia de los cambios que se produjeron des-de los días de Felipe II el Nuevo Mundo se fue introdu-ciendo cada vez más en el conflicto europeo de las décadasde 1620 y 1630, y se registró una estrecha y constanterelación entre los acontecimientos que ocurrían en Amé-rica y en Europa durante los años finales de la hegemoníaespañola. En esos años fue cuando el tradicional con-flicto por la hegemonía europea adquirió al fin una ex-tensión genuinamente trasatlántica. El esquema del con-flicto atlántico estaba determinado por la compleja rela-ción triangular entre Castilla, Portugal y Holanda. Ladecisión española de reanudar la guerra con las Provin-cias Unidas en 1621 estuvo determinada, al menos en lamisma medida, por la preocupación por sus interesesultramarinos y por la esperanzadora resolución de aplas-tar una rebelión que ya había durado medio siglo. Sedecía que la renovación de la guerra en Europa reduciríalas oportunidades de los holandeses con respecto a aque-llas actividades ultramarinas que habían hecho tantodaño a los imperios coloniales de España y Portugal du-rante la Tregua de los Doce Años ss

La falacia de este argumento fue expuesta crudamenteen 1624, cuando la ofensiva holandesa, que anterior-mente había estado concentrada sobre Africa occidentaly sobre el imperio portugués del lejano Oriente, se di-rigió hacia Brasil. La expulsión de los holandeses de

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Bahía se convirtió de repente en un asunto de suma im-portancia para Olivares. Existían profundas razones po-líticas y económicas para que éste mostrase una granpreocupación. El desarrollo del Imperio Atlántico dePortugal, basado en la rápida expansión de la industriadel azúcar, estaba contribuyendo a compensarle de lapérdida de su comercio con el lejano Oriente en favorde los holandeses. Los portugueses habían sido derrota-dos en las Indias Orientales a pesar de la supuesta forta-leza de la monarquía hispánica, a la que se encontrabanunidos de no muy buen grado. Si también eran derro-tados en Brasil, la difícil unión de las coronas de Castillay de Portugal se encontraría todavía más debilitada. Alenviar una poderosa fuerza expedicionaria compuestapor españoles y portugueses para recuperar Bahía en1625, Olivares tenía puestas sus miras tanto en los in-tereses domésticos de la monarquía hispánica como en elazúcar brasileño y en los esclavos africanos `6.

Detenidos en Brasil, los holandeses fueron obligadosa retroceder hacia las aguas del Caribe, donde su hazañamás importante fue la captura que Piet Heyn llevó acabo de la flota que transportaba el metal precioso en1628. El sueño de Coligny, Guillermo de Orange yDuplessis-Mornay se había realizado al fin, y en un mo-mento de extraordinaria dificultad para España. La pér-dida de los esperados ingresos que transportaba la flotaen el momento en el que estaba comenzando a verse en-vuelto en la Guerra de Sucesión de Mantua obligó aOlivares a secuestrar un millón de ducados de plata, quellegó a Sevilla en 1629, destinado a particulares 57. Estesecuestro, por su parte, minó la confianza de la comuni-dad mercantil de Sevilla y redujo su inclinación y sucapacidad para volver a invertir en el comercio de lasIndias.

La plata que debía haber servido para financiar unatriunfal campaña en Italia sirvió, por el contrario, paracontribuir a financiar un nuevo ataque holandés a Bra-sil en 1630 58. Esta vez Olivares carecía de recursos paramovilizar una fuerza expedicionaria lo suficientemente

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poderosa como para arrojarlos de Pernambuco antes deque se hiciesen fuertes. La ocupación holandesa del nord-este de Brasil, a comienzos de la década de 1630, tuvoserias consecuencias para la política exterior de Españacon respecto a Europa, ya que Olivares se mostraba cadavez más ansioso de llegar a un acuerdo con las ProvinciasUnidas, a causa de la inminente perspectiva de una guerracon Francia. Su libertad de maniobra diplomática fue res-tringida drásticamente a causa del problema del Brasil,territorio que no podía comprometerse a ceder a los ho-landeses, ya que ello provocaría una inevitable reacciónen Portugal 5'.

Esta reacción podría ser extraordinariamente violentaa causa de la creciente fricción que se estaba produciendoen las relaciones entre Castilla y Portugal durante ladécada de 1630. El éxito de la infiltración de los comer-ciantes portugueses en la vida económica de las Indiasespañolas, a la que siguió su entrada en escena como ban-queros de la corona española en 1626-27, provocó el na-cimiento de una corriente antiportuguesa en España y enAmérica. Eran peor que los genoveses, escribía Pellicercuando catalogaba sus delitos 60. Los lazos de mutuo in-terés que habían contribuido a cimentar la unión de lascoronas en las décadas posteriores a 1580 habían ya casidesaparecido antes de la definitiva ruptura en diciembrede 1640. La defensa del Imperio brasileño de Portugalestaba demostrando ser un creciente problema de tipoeconómico, militar y diplomático para Castilla; y al mis-mo tiempo, ésta se mostraba cada vez más resentida acausa de la explotación portuguesa de sus riquezas ameri-canas. Los portugueses, por su parte, descubrieron quecada vez eran peor vistos en Hispanoamérica, al tiempoque se sentían amenazados con la pérdida de sus propiasposesiones en Brasil. Muchos de ellos pudieron pensarcon razón que difícilmente hubiesen estado peor con suspropios medios que lo estaban con el beneficio de laayuda de Castilla. Algunos, sin duda, vislumbraron lasposibilidades de un imperio atlántico-portugués indepen-diente, basado en Africa y Brasil, como sustituto del de-

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cadente imperio hispano-atlántico, basado en las Indiasv en Sevilla.

En 1639-40 la interacción de los acontecimientos delViejo Mundo y del Nuevo alcanzó su punto culminante,v esto fue lo que realmente destruyó a la monarquía his-pánica como gran potencia internacional. El esfuerzoimpuesto sobre los recursos de Castilla con motivo de laguerra con Francia obligó a Olivares a intervenir repe-tidamente en la vida comercial de Sevilla, de torma quealrededor de 1639 sus actividades fiscales habían parali-zado virtualmente el comercio con las Indias. La derrotanaval de la Batalla de las Dunas, en octubre de 1639, fueseguida por otra derrota naval en aguas brasileñas, enenero de 1640. España había perdido de una forma ma-nifiesta el control de los mares, y además durante el año1640 no llegó a Sevilla ninguna flota con metal precioso.En la primavera de 1640 los catalanes hicieron estallarla revuelta; en agosto los ejércitos españoles, carentesde dinero, sufrieron nuevas derrotas en Flandes; en di-ciembre, Portugal proclamó su independencia. Por otraparte, la desintegración del poderío español, tanto enel norte de Europa como en la misma península ibérica,dejó abiertas las puertas del Caribe a las incursionesinglesas, francesas y holandesas.

En la década de 1640, por tanto, después de un sigloy medio de tenaz resistencia, el monopolio ibérico delNuevo Mundo tocó su fin. Pero, ¿qué derecho tuvie-ron las potencias ibéricas para detentar tal monopolio?Si éste se basaba en la donación papa], los franceses ylos ingleses podían preguntar con razón que quién con-cedió a los papas las facultad de repartir el mundo deesa forma. La observación que Francisco I hizo al emba-jador imperial en 1540 de que le gustaría ver el testa-mento de Adán, constituía de hecho algo más que unainsolencia 61. El descubrimiento y la conquista de Amé-rica había planteado nuevos y difíciles problemas parala comunidad internacional europea, y especialmenteaquellos de los justos títulos de las tierras recién des-cubiertas. Francisco 1 insistía, y no carecía de razón, en

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que el sol brillaba tanto para él como para cualquierotro, y alegaba que los mares eran abiertos y que laposesión de los territorios se basaba en la ocupaciónefectiva. Pero en lo que se refería a España, este argu-mento no estaba abierto a la discusión. El Nuevo Mundofue ignorado en los tratados de paz de Cateau-Cambrésisy de Vervins, aunque en virtud del acuerdo verbal de1559 la paz de Cateau-Cambrésis no se extendía a lasaguas no europeas (o, como las posteriores generacionessolían decir, « más allá del límite»)`.

Así, pues, no se había hecho, ni incluso un siglodespués del descubrimiento, ningún progreso efectivo deincorporar el Nuevo Mundo al orden establecido de lasrelaciones internacionales. Sin embargo, esto estaba con-virtiéndose en algo cada vez más necesario, a medidaque aparecía claro que existían regiones en América queEspaña era incapaz de colonizar o de defender. Estaincapacidad que España mostraba en cl siglo xvii parasustentar sus protestas de exclusivo dominio fue la quele obligó a aceptar de facto la ocupación efectiva comosuficiente título para detentar las posesiones ultrama-rinas. Esta aceptación, implícita en el tratado de Müns-ter de 1648 y más explícitamente establecida en eltratado anglo-español de Madrid de 1670 63, era el in-evitable resultado de la derrota militar de España.

Sin embargo, una de las ironías de la situación era quela justificación teórica del monopolio español, basadaen la donación papal, hacía tiempo que había sido debi-litada por los mismos españoles. La no aceptación dela doctrina del poder directo del papa que mostraronVitoria, Suárez y otros importantes escolásticos del si-glo xvi había debilitado la postura española de tal ma-nera que era casi imposible que la rehiciesen con otrosargumentos ba. No estaba claro, por ejemplo, por quéVitoria proclamaba el derecho natural que tenía el hom-bre de comerciar y de establecerse en todas las partesdel mundo, y después procedía a negar este derechoa otras naciones, una vez que había sido ejercido por losespañoles en las Indias. En estas circunstancias , no pue-

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de sorprender que los españoles, como sus oponentes,hubiesen alegado cada vez con mayor insistencia , cuandose molestaban en alegar algo, el derecho de la prioridaden el descubrimiento y en la conquista.

No obstante, los estudiosos que habían desafiado latesis de la donación papal habían comenzado también aelaborar otro orden en el que podría basarse eventual-mente el problema de los derechos internacionales. Vi-toria había insistido en la autonomía de todos los pue-blos del mundo, incluso en el caso de que éstos fuesenpaganos, y había proclamado la existencia de una co-munidad internacional, de una república del mundo.Suárez alegaba que esta comunidad era una comunidadde Estados, cuyas relaciones debían ser reguladas por eljus gentium 65. Alfonso de Castro alegaba, alrededor de1550, que en virtud de las leyes de las naciones el marno podía estar reservado exclusivamente a ningún Es-tado en particular 66. Estas ideas, vueltas a formular yampliadas por Grocio, proporcionaron una estructuralegal y teórica para la práctica de las relaciones interna-cionales; una estructura que daba una cierta respuesta ala tan traída y llevada cuestión de los derechos sobreel comercio y el asentamiento en América. El NuevoMundo llegó de esta forma a incorporarse durante el si-glo xvtt al orden legal ideado para una Europa de Estadossoberanos.

A mediados del siglo xvtt, pues, las Indias constituíanalgo más que un campo para las empresas misioneras yque un patrimonio jurídico y territorial de las coronasde Castilla y de Portugal. A lo largo del siglo anteriorse habían ido integrando cada vez más en los sistemaspolítico, diplomático y económico vigentes a comienzosde la Europa Moderna, de la misma forma que se habíanido integrando en su sistema de pensamiento.

No hay más que un mundo -escribió el Inca Garcilaso-, yaunque llamamos Mundo Viejo y Mundo Nuevo, es por habersedescubierto éste nuevamente para nosotros, y no porque seandos, sino todo uno 67.

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Este mundo era, ante todo, un mundo europeo en elque las posesiones ultramarinas llegaron a estar conside,radas como partes esenciales de Europa, acrecentando elpoder militar y económico de sus naciones-estados riva-les. La conquista de América representaba un paso deci-sivo en este proceso al proporcionar a Europa una nuevaconfianza en su propia capacidad, nuevos territorios yfuentes de riquezas, y una nueva y más profunda con-ciencia de la compleja interrelación entre metal precio-so, población y comercio como bases del poder nacional.Ocasionalmente, a medida que se desarrollaba la conquis-ta y se recogían sus frutos, los europeos registrabanmomentos de duda. Ronsard, que sentía nostalgia por laprimitiva inocencia de la Edad de Oro, se preguntabasi los indios del Brasil no tendrían algún día motivospara arrepentirse de los beneficios de la civilización lleva-da a aquellas tierras por Villegaignon ". Montaigne, des-pués de leer la Historia de Gómara, se dio cuenta de lostremendos horrores de la conquista:

Tantas ciudades hermosas saqueadas y arrasadas; tantas nacio-nes destruidas y llevadas a la ruina; tan infinitos millones degente inocente de todo sexo, condición y edad, asesinada, des-truida y pasada por las armas; y la parte del mundo más ricay mejor, trastornada, arruinada y deformada por el tráfico delas perlas y de la pimienta... 69

Incluso La Popeliniére, el defensor de la colonización,tuvo un momento de vacilación muy significativo cuandoobservó cómo los europeos de su época habían arriesga-do sus vidas, sus riquezas, su honor y su conciencia

para turbar la tranquilidad de aquellos que, como hermanosnuestros en esta gran casa que es el mundo, solamente pedíanvivir el resto de sus días en paz y contento.

Sin embargo, las dudas y el sentido de culpabilidadfueron pasados por alto ante la firme convicción de losméritos superiores de la cristiandad y de la civilización.Una Europa convencida de nuevo de la maldad innata delhombre, y cada vez más consciente de la necesidad deuna poderosa organización estatal que reprimiese las

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fuerzas del desorden, tenía escasa inclinación a idealizarlas virtudes de las sociedades primitivas. Poco quedó dela América de la Edad de Oro, una vez que desaparecióla generación de los humanistas. La Europa de la Con-trarreforma y de la Guerra de los Treinta Años estabamás inclinada a detener su atención en las virtudes delas sociedades organizadas de los aztecas y de los incas.No obstante, la alabanza no era frecuente, y si se hacíaera de mala gana. Acosta creía que en algunos aspectoslos imperios americanos eran mejores «que muchas denuestras repúblicas»'". Botero, que había leído a Acosta,admiraba las realizaciones de México y Perú, pero sóloen aquellos aspectos que más se asemejaban a las reali-zaciones de Europa 72.

El Nuevo Mundo parecía que había sido aceptado yasimilado por una Europa cuyos triunfos sobre los pue-blos islámicos del Este y sobre los pueblos paganos delOeste le habían proporcionado una arrogante seguridadsobre sí misma. En el aspecto material había salido ga-nando con América; pero en los aspectos espiritual eintelectual había ganado menos. Sin embargo, incluso enéstos había enriquecido su experiencia de tal manera queEuropa ya no era la misma. Entre 1492 y 1650 los euro-peo, habían descubierto algo sobre el mundo que losrodeaba y bastante más sobre ellos mismos. Irónicamente,el impacto de este descubrimiento fue mitigado por lamagnitud y la dimensión de sus éxitos al otro lado delocéano. Estos éxitos acrecentaron la vanidad de Europa,o al menos de la Europa oficial de las naciones-estadossoberanos, las cuales daban una gran importancia a lasvirtudes de la estabilidad política y social y del acata-miento. Una Europa como ésta no estaba en condicionesde mostrarse excesivamente abierta a las nuevas impresio-nes y experiencias.

Pero existía otra Europa disidente, que todavía nohabía agotado las posibilidades del Nuevo Mundo surgidotan inesperadamente en la otra orilla del Atlántico. Setrataba de una Europa que consideraba a la libertad porencima de la autoridad, a la igualdad por encima de la

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130 El Viejo Mundo y el Nuevo Bibliografía seleccionada

jerarquía y a la inquietud por encima de la aceptación.Esta otra Europa continuaría recurriendo a América, deigual forma que había recurrido en tiempos de los huma-nistas, como una fuente de inspiración y esperanza. Puessi América alimentaba las ambiciones de Europa, tam-bién mantenía vivos sus sueños. Y quizá los sueños fue-sen siempre más importantes que las realidades en larelación del Viejo Mundo con el Nuevo.

Es muy probable que una bibliografía que tratara de cubrirdiversos aspectos del impacto que América ejerció sobre Europadurante el siglo xvi y principios del xvn se convirtiera en unabibliografía general de un siglo y medio de historia europea. Enconsecuencia, me he limitado a una selección rigurosamente per-sonal de aquellas obras que me han sido especialmente útilesen la preparación de este libro, citando siempre las ediciones(o, en algunos casos, las traducciones) con que he trabajado. Lasobras que en sí mismas, o bien por sus notas bibliográficas, cons-tituyen una introducción útil al tema general de la relación entreel Viejo y el Nuevo Mundo durante el período que nos ocupavan marcadas con un asterisco'.

Abreviatur s: BAE = Biblioteca de Autores Españoles; FC = Fondode Cultura Económica ; HS = Hakluvt Society.

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yos (México, 1937).- Sir Thomas More in New Spain ( Diamante III, The Hispanic

and Luso-Brazilian Councils, Londres, 1955).

Page 69: El Viejo Mundo y El Nuevo - J. H. Elliott (c)

Notas

1. El impacto incierto

' Cornelius de Pauw, Recherches Philosophiques sur les Ame-ricains, en (Euvres Philosophiques (París, 1794), tomo I, p. II.Publicado por vez primera en 1768.

2 Traducción inglesa (Dublín, 1776), 1, 1. Versión originalfrancesa publicada en 1770.

2 The tVealth of Nations (1776), ed. Edwin Cannan (reim-preso por University Paperbacks, Londres, 1961), II, 141.

Para el premio ensayístico de Raynal, véase Durand Echeve-rría, Mirage in the Wesi (1957, reimpreso en Princeton, 1968),p. 173, que incluye una lista de los títulos de los ensayos quehan sobrevivido. Véase también A. Feugére, L'Abbé Raynal (An-gouléme, 1922), pp. 343-6.

Discours composé en 1788, qui a remporté le prix sur laquestion: quelle a été l'influence de l'Amerique sur la politique,le commerce, et les mo urs de 1'Europe? (París, 1792), pp. 8y 77-8.

6 Para el debate del siglo xviii, véase especialmente A. Gerbi,La Disputa del Nuovo Mondo (Milán, 1955; traducción española,La disputa del Nuevo Mundo, México, 1960).

L'F_xotisme Américain dans la Littérature Francaise auXVIe Sikle (París, 1911) y L'Amérique et le Réve Exotique dansla Littérature Franfaise au XVIIe et au XVIIIe .Siécle (París,1913).

141

Page 70: El Viejo Mundo y El Nuevo - J. H. Elliott (c)

142 Notas

° Les Nouveaux Horizons de la Renaissance Francasse (París,1935).

° Véase más arriba, p. 11, nota 6.'° Bloomington, 1961.

Cosmos (tomo II, Londres, 1848), p. 295." Filadelfia, 1964." J. R. Hale, Renaissance Exploration (BBC Publications, Lon-

dres, 1968), p. 104.'° Les (Euvres d'Estienn e Pasquier, tomo II (Amsterdam,

1723), lib. III, carta III, p. 55.Epistolario de Pedro Mártir de Anglería, ed. José López

de Toro («Documentos inéditos para la historia de España», to-mos IX-XII, Madrid, 1953-7), tomo IX, carta CXXXIII, p. 242.

16 Para la difusión de noticias acerca del primer viaje de Co-lón, véanse S. E. Morison, Christopher Columbus, Mariner (Lon.dres, 1956), p. 108; Charles Verlinden y Florentino Pérez-Embid,Cristóbal Colón y el descubrimiento de América (Madrid, 1967),pp. 91-4; Howard Mumford Jones, O Strange New World (Nue-va York, 1964), pp. 1-2.

17 Para Montalboddo y Ramusio, véanse D. B. Quinn, «Explo-ration and the Expansion oí Europe», en el tomo 1 de los Rap-ports del XII Congreso Internacional de Ciencias Históricas (Vie-na, 1965), pp. 45-59, y G. B. Parks, The Contents and Sources ofRamusio's «Navigationi» (Nueva York, 1955). Pueden encontrarseinteresantes discusiones sobre la difusión de noticias de los des-cubrimientos en Les Aspects Internationaux de la DécouverteOcéanique aux XVe el XVIe Siécles («Actes du Cinquiéme Collo-que International d'Histoire Maritime»), ed. M. Mollat y P. Adam(París, 1966).

1B Storia d'Italia, ed. C. Panigada (Bari, 1929), II, 131 (lib. VI,cap. IX).

19 Mi agradecimiento por estas y otras referencias sobre Amé-rica en los trabajos de Vives al Dr. Abdón Salazar , del Departa-mento de Español del King's College de Londres.

x Citado por Elisabeth Feist Kirsch, Damiáo de Gois (LaHaya, 1967), p. 103. Véase también Louis Le Rov, De la Vicissi-tude ou Variété des Choses en l'Univers (3.a ed., París, 1579),fs. 98-99.

21 Francisco López de Gómara, Primera parte de la HistoriaGeneral de las Indias («Biblioteca de Autores Españoles»,tomo XXII, Madrid, 1852), p. 156.

No obstante , véase el valioso ensayo innovador de LeicesterBradner, «Columbus in Sixteenth-Century Poetry», en Essays Ho-noring Lawrence C. Wroth (Portland, Maine, 1951), pp. 15-30.

' Cesare de Lollis, Cristoloro Colombo nella Leggenda e nellaStoria (3" ed., Roma, 1923), p. 313.

' Vida del Almirante don Cristóbal Colón, ed. Ramón Igle-sia (Méjico, 1947). La tradicional atribución de la biografía a

Notas 143

Hernando Colón es rechazada por Alexandre Cioranescu en «Chris-tophe Colomb: Les Sources de sa Biographie», en el tomo de lasactas de la X Conferencia Internacional de Etudes Humanis-tes celebrada en Tours en 1966, y publicada bajo el título deLa Découverte de l'Amérique (París, 1968).

u The Works of Francis Bacon, ed. J. Spedding, III (Lon-dres, 1857), 165-6; Girolamo Benzoni, History of the New World(Hakluyt Society, 1. serie, tomo XXI, Londres, 1857), p. 35;G. B. Ramusio, Terzo Volume delle Navigationi et Viaggi (Ve-necia, 1556), f. 5; Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia Geñeraly Natural de las Indias («Biblioteca de Autores Españoles», to-mos CXVII-CXXI, Madrid, 1959), 1, 167.

26 Les Nouveaux Horizons, pp. 10-12.2 Para la literatura sobre el descubrimiento en general, véase

Boies Penrose, Travel and Discovery in the Renaissance, 1420-1620 (Cambridge, Mass., 1960), cap. 17 y bibliografía. Para elimpacto en la literatura en Inglaterra, R. R. Cawley, UnpathedWaters: studies in the influence of voyages on Elizabethan Lite-rature (Oxford, 1940), y A. L. Rowse, The Elizabethans andAmerica (Londres, 1959), cap. VIII. En Italia, Rosario Romeo,Le .Scoperte Americane nella Coscienza Italiana del Cincuecento(Milán-Nápoles, 1954). En España, Valentín de Pedro, Américaen las letras españoles del Siglo de Oro (Buenos Aires, 1954), yMarcos A. Morínigo, América en el teatro de Lope de Vega(Buenos Aires, 1946).

?° Tanusz Tazbir, «La Conquéte de l'Amérique á la Lumiérede 1'Opinion Polonaise», Acta Poloniae Historica, XVII (1968),5-22.' Pierre Villey, Les Livres d'Histoire Moderne Utilisés par

Montaigne (París, 1908), p. 77, y Gilbert Chinard, L'ExotismeAméricain, cap. IX.

Para la geografía del Renacimiento en general, véase Fran-Sois de Dainville, La Géographie des Humanistes (París, 1940).Un ejemplo fascinante de la falta de interés por el Nuevo Mundoen la enseñanza de la geografía en Nuremberg a comienzos delsiglo xvi nos lo proporciona E. P. Goldschmidt, «Not in Harris-se», en Essays Honoring Lawrence C. Wroth, pp. 129-41.31 Véase R. W. Southcrn, Western Views of Islam in theMiddle Ages (Cambridge, Mass., 1962).

En D. Z. Phillips, Religion and Understanding (Oxford,1967), p. 30.

M Historia de la invención de las Yndias (Bogotá, 1965),pp. 53-4.

La frase es de R. W. Southern, Western Views of Islam,cap. I.

u Esta cuestión es discutida por John Hale, «A World El-sewhere», en The Age of the Renaissance, ed. Denys Hay (Lon-dres, 1967), p. 339.

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144 Notas

Mi agradecimiento al Dr. Peter Burke, de la Universidadde Sussex, por mostrarme los ejemplos de receptividad y tesis.tencia a los cambios entre las tribus Ibo y Pakot, tal comoaparecen descritos en W. R. Bascom y M. J. Herskovits, Con-tinuity and Change in African Cultures (Chicago, 1959).

Berkeley, 1967. Mi agradecimiento al profesor J. H. Plumbpor darme a conocer este libro.

P. 42.Cosmos, II, 311.Crónicas peruanas de interés indígena , ed. F. Esteve Barba,

(«Biblioteca de Autores Españoles», tomo CCIX, Madrid, 1968), 7,Hernán Cortés, Cartas y documentos, ed. Mario Hernández.

Sánchez-Barba (Méjico, 1963), pp. 73 y 166.Viaje de 1524, en Les Francais en Amérique pendant la

Premibre Moitié du XVIe Siécle, ed. C. A. Julien, R. Herval,T. Beauchesne (París, 1946), pp. 51-76.

Histoire d'un Voyage fait en la Terre du Bresil (La Ro-chelle, 1578), pp. 170 y ss.

°' The Roanoke Voyages, 1584-1590, ed. D. B. Quinn (HakluytSociety, 2" serie, tomos CIV-V, Londres, 1955), 1, 94-5.

Véase especialmente L. Olschki, «What Columbus Saw enLanding in the West Indies», Proceedings of the American Phi-losophical Society, 84 (1941), 633-59.

Libro de la vida y costumbres de don Alonso Enríquez deGuzmán, ed. Hay-ward Keniston («Biblioteca de Autores Españo-les», tomo CXXVI, Madrid, 1960), p. 137.

Citado por M. Jiménez de la Espada, Relaciones geográficasde Indias. Perú (2" ed., «Biblioteca de Autores Españoles», to-mos CLXXXIII-CLXXXV, Madrid, 1965), I, 11.

la Les Francais en Amérique, ed. Julien, p. 64. Para la for-mación y educación de Verrazano, véase J. IIabert, «Jean deVerrazane: état de la question », La Découverte de l'Amérique,pp. 51-9.

49 Summa de Tratos y Contratos (Sevilla, 1571), p. 91.5' Historia General, 1, 158 y 175; II, 7.51 Bartolomé de las Casas, Apologética Historia Sumaria, ed. Ed-

mundo O'Gorman, 2 vols. (Méjico, 1967), 1, 16.52 The Discoverie of the Large, Rich and Bewtiful Empyre

of Guiana (Londres, 1596), p. 45.Voyage fait en la Terre du Bresil, pp. 176, 119-20, 127.Para \Vhite, véase la magnífica edición de The American

Drawings of John White, de Paul Hulton y D. B. Quinn (2 vols.,Londres, 1964). Para los métodos y técnicas de Post, véaseErik Larsen, Frans Post (Amsterdam-Río de Janeiro, 1962).

55 Mumford Jones, O .Strange New World, pp. 28-32; Atkin-son, Les Nouveaux Horizons, p. 6; Hans Staden, The TrueHistory of bis Captivity, ed. M. Letts (Londres, 1928), p. xvtt.

w Carta sobre el primer viaje, en The Journal of Christopher

Notas 145

Columbus, trad. inglesa Cccil Jane, ed. L. A. Vigneras (Londres,1960), p. 200. Para la agudeza y el realismo con los que Colónobservó a los indios del Caribe, véanse Olschki, «What Colum-bus Saw», y Margaret Hodgen, Early Anthropology, pp. 17-20." L. Olschki, Storia Letteraria delle Scoperte Geografiche(Florencia, 1937), pp. 39-40.

56 Véase Richard Bernheimer, Wild Men in the Middle Ages(Cambridge, Mass., 1952).

5' Para el primitivismo y el utopismo en el pensamiento eu-ropeo, véase especialmente H. Baudet, Paradise on Earth (NewHaven-Londres, 1965), pp. 34-5.

M. Bataillon, «Novo Mundo e fin do Mundo», Revista deHistória (Silo Paulo), núm. 18 (1954), pp. 343-51; Charles L. San-ford, The Quest for Paradise Europe and the American MoralImagination (Urbana, Ill., 1961), pp. 38-40; J. A. Maravall, «Lautopía político-religiosa de los franciscanos en Nueva España»,Estudios Americanos, 1 (1949), 199-227.

Decades, trad. Richard Eden (1555), en The Firsi ThreeEnglish Books on America, ed. Edward Arber (Birmingham,1885), p. 71.

Invención de las Yndias, pp. 94-95, 104-10. Véase tambiénL. Olschki, «Hernán Pérez de Oliva's `Ystoria de Colón'», His-panic American Historical Review, XXIII (1943), 165-96.

' Antonio de Guevara, El villano del Danubio y otros frag-mentos, ed. Américo Castro (Princeton, 1945).

a Silvio Zabala, Sir Thomas More in New Spain (Hispanicand Luso-Brazilian Councils, Londres, 1955); F. B. Warren, Vas-co de Quiroga and bis Pueblo-Hospitals of Santa Fe (Academv ofAmerican History, Washington, 1963).

2. El proceso de asimilación

Véase más arriba, p. 23.Storia d'Italia, ed. Panigada, II, p. 132 (lib. VI, cap. 1X).Este es uno de los puntos establecidos por John H. Rowe,

«Ethnology in the Sixtcenth Century». The Kroeber Anthropolo-gical Sociely Papers, núm. 30 (1964), 1-19. Este folleto me hasido muy útil para la elaboración de algunos de los aspectoscontenidos en este capítulo.

Origen de los indios del Nuevo Mundo y Indias Occiden-tales (Valencia, 1607), pp. 17-21.

Cortés, Cartas y documentos, pp. 478 y 202.6Historia Natural y Moral de las Indias, ed. Edmundo O'Gor-

man (2.a ed., Méjico, 1962), p. 112.The Vermilion Bird, p. 115.Para la idea de un mundo establecido en el pensamiento

Elliott, 10

Page 72: El Viejo Mundo y El Nuevo - J. H. Elliott (c)

146 Notas

occidental, véase Clarence J. Glacken, Traces on the Rhodian

Shore (Berkeley, 1967).Fernández de Oviedo, Historia General, 1, 53.

10 Para la reconocida influencia de Plinio en Oviedo, véase,por ejemplo, la historia General, II, 56.

11 Nicole Dacos, «Présents Américains á la Renaissance. L'As-similation de l'Exotisme», Gazette des Beaux-Arts, VIe période,

LXXII I (1969), 57-64.12 Traducción inglesa de Benjamin Keen, The Lords of New

Spain (Londres, 1965).1' Apologética Historia, II, 262." Diego Durán, Historia de las Indias de Nueva España,

ed. Angel M. Garibay (Méjico, 1967), 5-6.Historia Natural y Moral, p. 278.

1 ° Historia General, II, 29.17 Apologética Historia, II, 354.'° Crónicas peruanas, ed. F. Esteve Barba. p. x.19 Juan de Tovar, Historia de la venida de los yndios a po-

blar a México de las partes remotas de Occidente (c. 1583). Una

edición del manuscrito está siendo preparada actualmente en laBiblioteca John Carter Brown, Providence, Rhode Island. La co-rrespondencia entre Tovar y Acosta fue impresa como documen-to núm. 65 en Joaquín García Icazbalceta, Don Fray Juan de

Zumárraga (1881, nueva ed., Méjico, 1947, IV, 89-93).1V Historia General, 1, 114-115.

A. D. Momigliano, «The Place of Herodotus in the Historyof Ilistoriography», History, 43 (1958), 1-13.

Bernardo Aldrete, Del origen y principio de la lengua cas-

tellana (Roma, 1606), p. 144; José Durand, «Dos notas sobre el

Inca Garcilaso», Nueva Revista de Filología Hispánica, III (1949),

278-90; Eugenio Asensio, «Dos cartas desconocidas del Inca Gar-

cilaso », ¡bid., VII (1953), 583-93." Para Ovando y toda la cuestión de las Relaciones, véase la

extensa introducción (1881, reimpresa en la «Biblioteca de Auto-res Españoles», 1965, con una más amplia discusión crítica deJosé Urbano Martínez Carreras) de Jiménez de la Espada a lasRelaciones geográficas de las Indias. Perú. También Howard

F. Cline, «The Relaciones Geográficas of the Spanish Indies, 1577-

1586», Hispanic American Historical Review, XLIV (1964), 314-374, que incluye una traducción inglesa completa del cuestionarioimpreso de 1577.

' Para el problema general de la clasificación y del método

en el pensamiento del siglo xvi , véase Emile Callot, La Renaissan-

ce des Sciences de la Vie au XVIe Siécle (París, 1951).

Historia General, II, 35.Mario Cermentati, «Ulisse Aldrovandi e l'America», Annali

di Botanica , IV (Roma, 1906), 313-66.

Notas147

" Para la crónica de Indias, véase Rómulo D. Carbia, LaCrónica Oficial de las Indias Occidentales ( Buenos Aires, 1940).1B Geografía y descripción universal de las Indias, ed. JustoZaragoza (Madrid, 1894). Para Velasco, véanse también Carbia,pp. 144 y ss., y Gonzalo Menéndez-Pidal, Imagen del mundo ha-cia 1570 (Madrid, 1944), pp. 13-15.

1 Historia Natural y Moral, p. 13. La introducción de Ed-mundo O'Gorman a esta edición de Acosta sintetiza admirable-mente las intenciones y los logros del autor.

W Citado por Joaquim de Carvalho, Estudos sobre a culturaportuguesa do século XVI, 1 (Coimbra, 1947), 42.

" La prueba de esto está sintetizada en el Apéndice V de laedición de O'Gorman de la Apologética Historia.

Historia General, II, 86.Thomas Goldstein, «Geography in Fifteenth-century Flo-

rence», Merchanis and Scholars, cd. John Parker (Minneápolis,1965), p. 25.

" Historia General, 1, 39.u Historia General, 1, 78-82; Apologética Historia, 1, 95-103

Historia Natural y Moral, p. 203." Historia Natural y Moral, p. 319.» Rowe, «Etnographv and Ethnology».

Bernheimer, Wild Men, especialmente pp. 5-12 y 102.1 Select Documents illustrating the Four Voyages of Colum-

bus, ed. Cecil Jane (Hakluyt Society , 2 serie , tomo LXV, Lon-dres, 1930), 1, 71.

" Lewis Hanke, «Pope Paul III and the American Indians»,Harvard Theological Review, XXX (1937), 65-102. Véase tam-bién Lewis Hanke, Aristoile and the American Indians (Londres,1959), pp. 23-4, y las referencias que allí se dan para el signifi-cado de bestia.

Historia General, II, 115." Voyage fait en la Terre du Bresil, p. 278.

Hodgen, Early Anthropology, p. 214. Las diferencias de co-lor eran atribuidas a la permanencia durante mucho tiempo bajoel sol. El color negro poseía, no obstante, algunas desagradablessignificaciones , al menos para los ingleses del siglo xvt. VéaseWinthrop D. Jordan, White Over Black (Chapel Hill, 1968),cap. I.

Historia General, 1, III; Josefina Zoraida Vázquez, «Elindio americano y su circunstancia en la obra de Fernández deOviedo», Revista de Indias, año XVII, núms. 69-70 (1957),483-519.

Parecer de un hombre docto... cerca del servicio personalde los indios... presentado a la magestad católica por don Alonsode Oñate... (Madrid, 1600), f. 4. Memorándum impreso (11 fo-lios) en la Biblioteca John Carter Brown, Providence.

Carta de Francisco de Vitoria al padre Arcos (8 de no-

Page 73: El Viejo Mundo y El Nuevo - J. H. Elliott (c)

148 Notas

viembrc de 1534) en la Relectio de Indis de Vitoria, ed. L. Pe-reña y J. M. Pérez Prendes (Madrid, 1967), p. 137.

Para los conceptos de «ciudadanía» y «civilización», véanseRowe, «Ethnography and Ethnology», y C. la Popeliniére, RivistaSiorica Italiana, LXXIV (1962), 225-49.

" ° Summa de Tratos, p. 102.Las Casas, Apologética Historia, II, 531; Juan Ginés de

Sepúlveda, Demócrales Segundo, ed. Angel Losada (Madrid, 1951),

p. 36.51 Relectio de Indis, ed. L. Pereña y J. M. Pérez Prendes

(Madrid, 1967), p. 29.52 Ibid., p. 30.53 De Potestate Civil¡, en Obras de Francisco de Vitoria,

ed. Teófilo Urdanoz («Biblioteca de Autores Cristianos», tomo 198,Madrid, 1960), p. 191.

5' Alonso de Zorita, Breve y sumaria relación de los señoresde la Nueva España, ed. Joaquín Ramírez Cabañas (2.a ed., México, 1963), pp. 101-104.

55 Essais, livre 1, cap. XXXI («Des Cannibales») (Pléiade ed.,París, 1950), p. 243.

Apologética Historia, 1, 248 y 257.5' Ibidem, II, 637-54.

Trad. y ed. de Francisco Mateos (Madrid, 1952), pp. 46-8.59 Para la cuestión de la diversidad cultural, Hodgen, Early

Anthropology, cap. VI; Rowe, «Ethnography and Ethnology»;Glacken, Traces on the Rhodian Shore, parte III, cap. 9.

W Don Cameron Allcn, The Legend of Noab (Illinois Studiesin Language and Literaturc, tome XXXIII, núms. 3-4, Urbana,Illinois, 1949).

Historia Natural y Moral, pp. 323-4. También, pp. 63-4.Apologética Historia, 1, 260 y 546.

" Véase T. D. Kendrick, British Antiquity (Londres, 1950),pp. 123-5. El dr. Pctcr Burke hizo fijar mi atención amable-mente en esta referencia. El mismo punto es desarrollado porRowe, «Ethnography and Ethnology».

" Euvres, tomo II, lib. III, carta III, p. 55.Royal Commentaries of the Incas (trad. H. V. Livermore.

2 vols., Austin, Texas, 1966), 1, 30 y 40 y ss. (lib. 1, caps. IXy XV). Para la visión de Garcilaso del proceso histórico, véaseel ensayo de Carlos Daniel Valcárcel en Nuevos estudios sobreel Inca Garcilaso de la Vega (Lima, 1955).

' Esta es una de las cuestiones desarrolladas por José AntonioMaravall en el sugestivo capítulo sobre «La circunstancia deldescubrimiento de América» de su estudio sobre la idea del pro-greso, Antiguos y modernos (Madrid, 1966).

" Novum Organum (1620), «Aforismo», 129." Historia General de las indias, p. 160.

t Notas 149

Method for the Easy Comprehension of History, trad. Bea-trice Reynolds (Nueva York, 1945), pp. 296 y 301.

Historia Natural y Moral, p. 319.Voyage fait en la Terre du Bresil, p. 382.Method..., p. 301.Bernardo de Vargas Machuca, Milicia y descripción de las

Indias (Madrid, 1599).

3. La nueva frontera

1 A Philosophical and Political History (trad. inglesa, 1776),

Wealtb of Nations, lib. IV, cap. VII, parte III (ed. Cannan,Londres, 1961, II, 141-142).

3 Karl Marx y Friedrich Engels, «The Communist Manifesto»,Selected %Vorks (2 vols., Moscú, 1951), 1, 34.

' Earl J. Hamilton, El florecimiento del capitalismo ; otrosensayos de historia económica (Madrid, 1948), pp. 1-26.

5 H. y P. Chaunu, Sévihe et l'Atlantique (8 vols., París,1955-9).

Cambridge, 1933, pp. 176 y 177.' Londres, 1953.a Pág. 104.

A Philosophical and Political History, IV, 401.° Para las críticas de la teoría de Webb, véanse en par*icu-

lar la parte IV de The New World Looks al its History, ed.A. R. Lewis v T. F. McGann (Austin,.Texas, 1963), y el juicio,favorable en líneas generales , pero no por ello menos crítico, deGeoffrey Barraclough en el cap. X de su History in a ChangingWorld (Oxford. 1955).

Historia General, 1. 156.Fernando Pérez de Oliva, Las obras (Córdoba, 1586),

f. 135.73 Véase Pedro Corominas, El sentimiento de la riqueza en

Castilla (Madrid, 1917)." Véase Andrea- M. Watson, «Back to Gold-and Silver»,

Economic History Review, 2 serie, XX (1967), 1-34.i5 The Cambridge Economic History of Europe, IV (Cambrid-ge. 1967), 445.

Earl J. Hamilton, American Treasure and the Price Revo-lution in Spain, 1501-1650 (Cambridge, Mass., 1934), pp. 40-2.

Frank C. Spooner, L'Econornie Mondiale et les FrappesMonétaires en France, 1493-1680 ( París , 1956), pp. 10-13.

'B Cambridge Economic History of Europe, IV, 385 (y grá-fico 5, p. 459).

19 Spooner, L'Economie .Mondiale..., pp. 71-2.20 Marjorie Grice-Hutchinson, The School of Salamanca (Ox-

Page 74: El Viejo Mundo y El Nuevo - J. H. Elliott (c)

150 Notas

ford, 1952), p. 52; Pierre Vilar, Crecimiento y desarrollo (Bar-celona, 1964), pp. 181-2.

21 Hamilton, American Treasure, p. 292.Historia General de las Indias (1552), p. 231.La Response de Jean Bodin á M. de Malestroit, ed. Ilenri

Hauser (París, 1932), pp. 9-10. Es de señalar que Bodin utilizala experiencia de los españoles en América para apoyar su argu-mento de que es «l'abondance qui cause le mespris».

" Este importante pasaje puede ser encontrado, en su traduc.ción inglesa, en la p. 95 de la obra de Grice-Hutchinson, TheSchool of Salamanca.

Historia General, 1, 163.F. Morales Padrón, «L'Amérique dans la Littérature Es.

pagnole», La Découverte de l'Amérique, pp. 285-6.Alejandro Ramírez, Epistolario de justo Lipsio y los espa-

ñoles (Madrid, 1966), p. 372.26 «Segunda parte de los Comentarios reales de los incas»,

lib. I, cap. VII, Obras completas del Inca Garcilaso de la Vega,tomo III («BAE», Madrid, 1960), pp. 26-27.

Véase especialmente J. Nadal Oller, «La revolución de losprecios españoles en el siglo xvi», Hispania, XIX (1959), 503-29;también, J. 11. Ell:ott, La España imperial, 1469-1716 (Barcelona,1965), pp. 204-212, para un resumen general. El planteamientogeneral del problema sobre la revolución de los precios más con-vincente continúa siendo el de I. Hammarstriim, «The `Price Re-volution' of the Sixteenth Century: Some Sweedish Evidente»,Scandinavian Economic History Review, V (1957), 118-54.

b F. Ruiz Martín, Lettres Marchandes Echangées entre Flo-rente et Medina del Campo (París, 1965), p. XLIX.

31 José Gentil Da Silva, En Espagne (París, 1965), pp. 67 y ss." Bartolomé Bennassar, Valladolid au Siécle d'Or (París,

1967), p. 459.' El mapa de Alvaro Castillo, reproducido en la página 463

de The Cambridge Economic History of Europe, vol. IV, propor-ciona una buena idea general de la distribución de la plataamericana por Europa.

'" Ruiz Martín, Leitres Marchandes..., p. xxxvllI.35 Para Inglaterra, véase el interesante folleto de R. B. Outh-

waite, Inflation in Tudor and Early Stuart England (Londres,1969); para Italia, C. M. Cipolla, «La prétendue Révolutiondes Prix», Annales, X (1955), 513-16.

J. U. Nef, «Prices and Industrial Capitalism in France andEngland, 1540-1640», Economic History Review, VII (1937), 155-185; D. Felix, «Profit Inflation and Industrial Growth», Quar-terly Journal of Economics, LXX (1956), 441-63.

37 Guillermo Lohmann Villena, Les Espinosa (París, 1968),p. 167.

38 Ibid., p. 31.

1Notas 151

34 Fernand Braudel, La illédilerrane'e et le Monde Médite-rranéen ñ l'époque de Philippe II (París, 1949), p. 619 (trad.esp., México , 1953).

Seville et l'Atlantique . Tomos VIII ( I), VIII ( II, I) yVII[ (II, II ), que constituyen la partie interprétative de estaformidable obra.

" Da Silva, En Espagne, p. 65.Véase la reseña de H. G. Koenigsberger , English Historical

Review , 76 (1961), 675-81.Véanse las reseñas de Enrique Otte, Moneda y Crédito,

núm. 80 ( 1962 ), 137-41, y W . Brulez , Revue Belge de Philologieet d'Hístoire, XLII ( 1964 ), 568-92.

° A. P. Ushcr, «Spanísh Ships and Shipping in the Sixteenthand Seventeenth Centuries», Facts and Factors in Economic His-tory. Articles by Former Students of E. F. Gay ( Cambridge,Mass ., 1932 ), p. 210. Véase también Pierre Jeannin, «LesComptes du Sund comme Source pour la Construction d'IndicesGénéraux de I'Activité Economique en Europe », Revue Histo-rique, 231 (1964 ), 55-102, 307-40.

Sobre la base de los trabajos de Chaunu , Borah y otros,John Lynch proporciona en el t . II de su Spain Under theHahsburgs (Oxford, 1969 ) ( trad . esp., Barcelona , 1972), unavisión de la historia de España del siglo xvll en la que hacedestacar las condiciones cambiantes de las colonias españolas deAmérica como causa de la depresión en la metrópoli.

. P. J. Bakewell , Silver Mining and Society in Colonial Me-xico, Zacatecas 1546-1700 ( Cambridge, 1971).

The Great Frontier , p. 417.48 Obras, fols . 129-139.n Comercio Impedido ( memorándum impreso, fechado el 30 de

enero de 1640 ), p. 2 (Catalogado en el «British Museum») porComercio, pero no por el nombre de Pellicer).

Summa de Tratos, pp . 15-15 v." Lohmann Villena , Les Espinosa, p. 15.

Ruth Pikc , Enterprise and Adventure (Ithaca, Nueva York,1966).

m Enrique Otte, «Das Genuesische Untcrnehmertum und Ame-rika unter den Katholischen K6nigen» , Jahrbuch für Geschichtevon Staat , Wirtschaft und Gesellscbaft Lateinamerikas , II (1965),30-74.

Summa de Tratos, p. 15 v.Antonio Domínguez Ortiz, Orto y Ocaso de Sevilla ( Sevilla,

1946); Pike, Enterprise and Adventure , cap. II.Peter Boyd - Bowman, Indice geobiográlico de cuarenta mil po-

bladores españoles de América en el siglo XVI. I (Bogotá , 1964).Para la cifra de 200 .000, véase p. Ix.

.- Tbe History of New France ( 3 vols ., trad . y ed. Toronto,1907-14), 1, 295.

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152 Notas

Enrique Otte, «Cartas privadas de Puebla del siglo ;<V,»Jahrbuch für Geschichte von Staat, Wrtschaft und GesellschaftLateinamerikas, 111 (1966), 10-87.

Valcntín de Pedro, América en las letras españolas del Siglode Oro, cap. XVIII.

«, Debo este cálculo al doctor N. G. Parker del Chrisi's Colle-ge, Cambridge, el cual está investigando sobre la historia delejército español en los Países Bajos en los siglos xvi y xvit.

Valcntín de Pedro, pp. 267-8.Historia General, 1, 110.

63 Historia General de las Indias, pp. 177 y 184.a Fernand Braudel, Civilization Matérielle el Capitalisme (Pa-

rís), p. 352.

4. El mundo atlántico

Véase más arriba p. 94.Kurtze Chronick oder Beschreibung der vornembsten Hün-

dele und Geschichten... vom lar... 1500 biss auf des Jar 1568...(Cologne, 1568), p. 4 v.

3 Recopilación de leyes de los Reinos de las Indias (5.' ed.,Madrid, 1841), lib. 3, título 1, ley I. Luis Weckmann, Las bulasalejandrinas de 1493 y la teoría política del papado medieval(México, 1949), pp. 246 y ss., Verlindez y Pérez Embid, CristóbalColón, pp. 85-9; Richard Konetzke, Süd-und Miuelamerika, 1(Fisher Weltgeschichte, vol. 22, Frankfurt, 1965), 29-35.

De Procuranda Indorum Salute, ed. Mateos, p. 171.P. Tarsicio de Azcona, La elección y reforma del episcopado

español en tiempo de los Reyes Católicos (Madrid, 1960), cap. VII.F. Mateos, «Ecos de América en Trento», Revista de In-

dias, 22 (1945), 559-605.7 Historia General de las Indias, p. 291.

The Voyages and Colonising Enterprises of Sir HumphreyGilbert, ed. D. B. Quinn (Hakluyt Society, 2.1 serie , tomos 83-4,Londres, 1940), 1, 17.

J. H. Parry, The Spanisfi Theory of Empire in the SixteenthCentury (Cambridge, 1940), pp. 70-5.

10 H. G. Koenigsberger, The Government of Sicily tender Phi-hp II of Spain (Londres, 1951; edición corregida , The Practiceof Empire, Ithaca , 1969), p. 48.

Works, ed. Spedding, VII (Londres, 1859), 130-1.12 The Great Frontier, p. 147.13 The Six Bookes of a Commonweale (trad. Richard Knolles,

ed. K. D. McRac, Harvard Universitv Press, 1962), p. 656.Henri de la Popcliniére, Les Trois Mondes ( París , 1582),

discurso previo.'3 «Discourse of Western Planting» (1548), en E. G. R. Tay-

Notas 153

lar, The Original Writings and Correspondence of the Two Ri-chard Hakluyts (Hakluyt Society, 2.11 serie , tomo 77, Londres.1935), tomo II, documento 46. Véase también G. V. Scammell,«The New Worlds and Europe in the Sixteenth Century», TheHistorical lournal, XII (1969), 407.

° Hernán Cortés, Cartas y documentos, pp. 33, 229, 236;R. Konerzke, «Hernán Cortés como poblador de la Nueva Es-paña», Estudios Cartesianos (Madrid, 1948), pp. 341-81; V. Frankl,«imperio particular e imperio universal en las cartas de relaciónde Hernán Cortés», Cuadernos Hispanoamericanos (1963);J. H. Elliott, «The Mental Worid of Hernán Cortés», Transac-tions of the Royal Historical Society, 5 .P serie, 17 (1967), 41-58.

" De Indis, 1, 2, 2; Joseph Hóffner, Christentum und Men-schenwürde. Das Anliegen der Spanischen Kolonialethik im Gol-denerr Zeitalter (Trier, 1947), p. 219.

18 Juan Friede, Los Welser (Caracas-Madrid, 1961), p. 577,nota 6 del capítulo V.

19 John Lynch, Spain under the Habsburgs, 1 (Oxford, 1964),124 (trad. esp., Barcelona, 1970).

Ramón Carande, Carlos V y sus banqueros, III (Madrid,1967), 405. La idea de un cambio en el centro de gravedad eco-nómico en los años centrales del siglo xvi ha sido sugerida porF. B-audel, La Méditerranée, pp. 518-25, y desde entonces hasido desarrollada por el mismo Braudel y por otros autores. Véa-se también Pierre Chaunu, «Seville et la 'Belgique', 1555-1648»,Revue du Nord, XLII (1960), 259-92, especialmente 269-71.

.Seville el l'Atlantique, VIII (II, 1), 255-352.«Advertisement touching an Iioly Warre» (1622), Works,

VII, 20.'3 Ilistorians of the Middle East, ed. B. Lewis y P. M. Holt

(Londres, 1962), p. 184.Debo agradecer al doctor Thomas D. Goodrich la informa-

ción que me ha proporcionado sobre las fuentes utilizadas paracl Tarih-i Hind-i garbi, que él analiza en su tesis doctoral, aúnsin publicar, de la Universidad de Columbia, Sixteenth-CenturyOlloman Americana. También estoy muy agradecido a místerSaleh C zbaran por su juicio sobre este trabajo y por traducirpara mí este párrafo.

Seville el l'A!lantique, VIII ( II, II), 888.«Seville et la 'Belgique'...», p. 291.J. H. Elliott, The Revolt of the Catalans (Cambridge, 1963),

pp. 189-90.'a Henri Lapeyrc, Simón Ruiz el les Asientos de Philippe II

(París, 1953), p. 104.Original Writings, ed . Taylor, II, 243.L. F. Stock, Proceedings and Debates of the British Par-

liaments respecting North America, I (Washington, 1924), 62.

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154 Notas

" A. P. Newton, The Europeans Nations in the West Indies,1493-1688 (Londres, 1933, reimpreso en 1966), pp. 49 y ss.

Para los proyectos colonizadores franceses en el siglo xvtvéase especialmente C. A. Julien, Les Débuts de I'Expansion etde la Colonisation Frangaise (París, 1947).

G. B. Parks, Richard Hakluyt and the English Voyages(Nueva York, 1928), caps. 1 y II.

" Winthrop S. Hudson, John Ponet (Chicago, 1942), p. 84;Christina Garret, The Marian Exiles (Cambridge, 1938, reimpresoen 1966), pp. 105 y ss. Para Ponet sobre los españoles en lasIndias, véanse pp. 93-94 y ss., fol. VII y fol. VII v. del ShortTratise, reproducido en facsímil en el John Ponet de Hudson.

35 Newton, Europeans Nations in the West Indies, pp. 58-9.Quinn, Voyages of Gilbert, 1, 4-5; Rowse, The Elizabetáians

and America, p. 13.r Mémoires et Correspondance de Duplessis-Mornay, II (París,

1824), doc. XCVII.38 Palabras empleadas por el hugonote francés la Noue en una

carta de 17 de agosto de 1588 a sir Francis Walsingham, impresaen Henri Hauser, FranEois de la Noue (París, 1892), pp. 315-19.

" G. S. Graham, The Politics of Naval Supremacy (Cambrid-ge, 1965), pp. 10-12. Pero para la repetida falta de sistema, véaseK. R. Andrews, Drake's Voyages (Londres, 1967), p. 96.

Juan de Idiáquez, citado por John Lynch, Spain under theHabsburgs, 1, 315.

" John M. Headley, Luther's View of Church History (NewHaven, 1963), pp. 240-1; Glacken, Traces on the Rhodian Shore,pp. 276-8.

42 Pérez de Oliva, Obras, f. 134.Quinn, Voyages of Gilbert, II, 387-8. Véase también San-

ford, The Quest for Paradise, p. 51." Sverker Arnoldsson, La leyenda negra (Góteborg, 1960;,

para los orígenes europeos de la leyenda negra. Para su aspectoamericano , véanse especialmente Rómulo D. Carbia, Historia dela leyenda negra hispanoamericana (Madrid, 1944), y el suges-tivo artículo de Pierre Chaunu, «La Légende Noire Antihispani-que», Revue de Psych ologie des Peuples (Universidad de Caen,1964), pp. 188-223. Mi agradecimiento al doctor A. W. Lovettpor haberme comunicado la existencia de este artículo.

' Versión francesa (Leyden, 1581), p. 50.' Secrets Publichs ( Barcelona , 1641), artículo 2 ( las páginas

no están numeradas).° Ramón Menéndez Pidal, El padre Las Casas (Madrid, 1963),

p. 364.Y Cristóbal Suárez de Figueroa, El Passagero (1617, ed. Ma-

drid, 1914), p. 20.19 Véase Pierre Vilar, Crecimiento y desarrollo, pp. 175-207,

Notas 155

para un profundo estudio de la actitud española ante el metalprecioso.

5° Memorial de la política necesaria y útil restauración a larepública de España (Valladolid, 1600), p. 15 v.

a Desempeño del patrimonio de su magestad (Madrid, 1600),p. 157 v.

52 Estas palabras fueron escritas antes de la aparición deltomo 11 de la obra de John Lynch, Spain under the Habsburgs,la cual muestra una clara apreciación de este contexto más amplio.

5' Este colapso está documentado en Chaunu, Séville et l'Atlan-tique, tomo VIII, II, II), quinta parte, donde me he basadopara los párrafos que siguen.

' Suárez de Figueroa, El Passagero, p. 48.Este argumento fue utilizado, entre otros, por don Carlos

Coloma (A. Rodríguez Villar, Ambrosio Spínola, Madrid, 1904,p. 387).

a Para las relaciones de España, Portugal y las ProvinciasUnidas durante estos años , véanse C. R. Boxer, «Spaniards andPortuguese in the Iberian colonial world», Liber Amicorum Sal-vador de Madariaga ( Brujas , 1966), pp. 239-51, y del mismoautor, Salvador de Sá and the Struggle for Brazil and Angola,1602-1686 (Londres. 1952); The Dutch in Brazil, 1624-1654 (Lon-dres, 1957), y The Portuguese Seaborne Empire, 1415-1826(Londres, 1969), cap. V. Para el Atlántico portugués en general,F. Mauro, Le Portugal et l'Atlantique au XVIle siécle, 1570-1670(París, 1960).

" Antonio Domínguez Ortiz, Política y hacienda de Felipe IV(Madrid, 1960), pp. 287-9; Lynch, Spain under the Habsburgs,II, 74.

Newton, The Euro pean Nations, p. 153.Véase Fritz Dickmann, Der Westfélische Frieden (Münster,

1959), p. 261.°0 Comercio Impedido, p. 5.61 Julien, Les Débuts de l'Expansion..., pp. 145-7; Roland

Mousnier, Les XVIe Siécles (París, 1954), p. 136.62 Garret Mattingly, «No peace beyond what line?», Trans-

actions of the Royal Historical Society, 5' serie, 13 (1963),145-62.

w Newton, The European Nations, pp. 202 y 269-70.a J. H. Parry, The Age of Reconnaissance (Londres, 1963),

pp. 318-19.`5 HSffner, Christentum und Menschenwürde, p. 235.' Ibid., p. 253." «Primera parte de los Comentarios reales de los incas», lib. 1,

cap. I, Obras Completas del Inca Garcilaso de la Vega, tomo II(«BAE», Madrid, 1960), p. 7.

' Elizabeth Armstrong, Ronsard and the Age of Gold (Cam-bridge, 1968), pp. 27-8.

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156 Notas

69 «Des Coches », en The Essayes of Aiichael Lord of Montaig.ne, trad. de John Florio ( 1603 ) ( Londres , 1928 ), III, 144.

Les Trois Mondes, p. 38.Historia Natural y Moral, p. 280.Rosario Romeo, Le Scoperte Americane , pp. 103 y ss. Véase

Federico Chabod, «Giovanni Botero », Scritti sul Rinascimento(Turín, 1967), pp. 417- 24, para la utilización de la obra de Acostapor Botero.

Indice

Prefacio .................................................. 9

1. El impacto incierto . ................................ i3

2. El proceso de asimilación ........................ 41

3. La nueva frontera ................................. 71

4. El mundo atl ántico ................................. 101

Bibliografía seleccionada .............................. 131

Notas . .................................................... 141

157