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1.03.- Estado de la cuestión visigoda en la provincia de ciudad real a través de la excavación de un enterramiento de la Necrópolis del Santuario de la Virgen de la Sierra. (Villarrubia de los ojos, Ciudad real)
Honorio Javier Álvarez García, Jaime Moraleda Sierra y Luís Benítez De Lugo Enrich
1. ACTUACIONES ARQUEOLOGICAS EN PROYECTOS NO URBANISTICOS
ESTADO DE LA CUESTIÓN VISIGODA EN LA PROVINCIA DE CIUDAD REAL A TRAVÉS DE LA EXCAVACIÓN DE UN
ENTERRAMIENTO DE LA NECRÓPOLIS DEL SANTUARIO DE LA VIRGEN DE LA SIERRA.
(VILLARRUBIA DE LOS OJOS, CIUDAD REAL)
UPDATING VISIGOTHIC´S TIME IN CIUDAD REAL THROUGH INTERMENT EXCAVATION IN THE GRAVEYARD OF VIRGEN DE LA
SIERRA SANCTUARY. (VILLARRUBIA DE LOS OJOS, CIUDAD REAL)
Honorio Javier ÁLVAREZ GARCÍA Jaime MORALEDA SIERRA
Luís BENÍTEZ DE LUGO ENRICH Resumen En 2005 se ha desarrollado una intervención arqueológica de carácter puntual en el entorno del Santuario de la Virgen de la Sierra en Villarrubia de los Ojos (Ciudad Real), con la exhumación de un sarcófago de caliza de cronología visigoda. La tumba contenía una inhumación individual de un individuo masculino adulto. En el lugar se ubica una necrópolis rural, aún pendiente de investigación. Los análisis radiocarbónicos y antropológicos realizados, así como la tipología de la sepultura documentada, permite, en este momento, dar un paso más en el conocimiento de los hábitos funerarios de la Meseta Sur para este periodo histórico. Palabras clave Villarrubia de los Ojos, necrópolis, tumba, inhumación, sarcófago, tardo-romano, visigodo. Abstract During 2005 it has been developed an archaeological intervention of punctual character in the environment of Virgen de la Sierra Sanctuary (Villarrubia de los Ojos, Ciudad Real), with the exhumation of a sarchofagus made of limestone, with a Visigothic chronology. The tomb contained a male adult person. In this area a rural necropolis is located, still waiting for research. The C-14 and anthropologic analyses realized, as well as the typology of the grave, allow, nowadays, to give one more step in the knowledge of funeral habits of the Meseta Sur for this historical period. Key words Villarrubia de los Ojos, graveyard, tomb, inhumation, sarcophagus, Late Roman, Visigothic.
Actas de las II Jornadas de Arqueología de Castilla – La Mancha (Toledo, 2007)
1.03 Actuaciones Arqueológicas en proyectos no urbanísticas
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1. Introducción
En cumplimiento del artículo 44.1 de la Ley 16/85 de Patrimonio Histórico Español el día 5 de
Noviembre de 2004 se comunicó a la Consejería de Cultura de la Junta de Comunidades de
Castilla-La Mancha la aparición de estructuras arqueológicas no aparentes en superficie,
detectadas con motivo de la realización de unas obras de acondicionamiento en una zona
destinada para el aparcamiento de vehículos en el Santuario de la Virgen de la Sierra
(Villarrubia de los Ojos, Ciudad Real). El 25 de enero de 2005 la Administración competente
expidió la autorización necesaria para acometer la excavación arqueológica del lugar.
El tiempo transcurrido desde la aparición del hallazgo hasta el inicio de nuestra intervención
(más de dos meses) facilitó la remoción del enterramiento, la fractura de algunos huesos y, tal
vez, la sustracción del posible ajuar, por parte de desconocidos. En definitiva, aunque en un
principio esta tumba se encontró intacta, la investigación en realidad se ha llevado a cabo sobre
una tumba expoliada.
Una vez finalizado el estudio de la tumba estamos en condiciones de asegurar que se trata de
una estructura funeraria perteneciente a un colectivo mayor, que puede ser calificado como
necrópolis. De forma preliminar es posible inclinarse por una adscripción cultural visigoda, sin
que sea posible descartar también una cronología medieval más amplia para este yacimiento.
2. Panorama arqueológico de la provincia de Ciudad Real. Necrópolis, hallazgos,
excavaciones y materiales adscribibles al periodo visigodo
El análisis del mundo funerario de época visigoda en la provincia de Ciudad Real resulta
sumamente complejo. Ello se debe a la escasa información histórica existente sobre el periodo
visigodo. Los datos disponibles sobre esta época son aportados por contados hallazgos de
materiales constructivos o, en su mayor parte, por intervenciones arqueológicas realizadas en
tumbas aisladas y necrópolis. Algunas de ellas fueron llevadas a cabo con dudoso rigor
científico y falta de metodología; en otros casos, por efectuarse mediante el procedimiento de
urgencia, se excavó únicamente una parte muy reducida de la necrópolis. Conviene señalar que
la mayoría de los datos arqueológicos que poseemos del periodo hispanovisigodo en nuestra
región provienen de las necrópolis ubicadas en su territorio.
Antes de efectuar un recorrido por las diferentes áreas cementeriales y hallazgos funerarios
distribuidos por la provincia es necesario puntualizar la diferencia entre necrópolis propiamente
visigodas -en las que aparecen ajuares materiales y elementos indisolublemente unidos a esta
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adscripción cultural-, necrópolis tardorromanas -anteriores al siglo VII- y necrópolis
hispanovisigodas -pertenecientes a los siglos VII y VIII-. La división entre unas y otras resulta
muy complicada, atendiendo en algunos casos a la escasez de datos arqueológicos extraídos de
la excavación o, en otros, por la posibilidad de darse una continuidad en los tipos y usos que
impide realizar una adscripción concreta.
También resulta importante establecer una división entre necrópolis urbanas, que habitualmente
se ubicaban extramuros de la ciudad, y necrópolis rurales, que se ubicaron en las inmediaciones
de iglesias rurales, junto a pequeños núcleos de población o simplemente en las cercanías o
cruces de caminos. Junto a estas necrópolis existen toda una serie de hallazgos de inhumaciones
aisladas que estarían relacionadas con el tipo de organización social durante el periodo tratado y
su escasez demográfica.
Como norma general, y teniendo en cuenta alguna excepción, hasta el momento, en la provincia
de Ciudad Real, predominan los hallazgos aislados y las necrópolis rurales, ubicados
generalmente junto a cursos de agua, relacionados en algunos casos con iglesias o zonas de
culto indígena, aprovechando, en ocasiones, materiales constructivos de antiguas villae
tardorromanas.
Necrópolis
Comenzamos nuestro itinerario analizando la necrópolis visigoda de la ciudad de Oreto
(Granátula de Calatrava), sede episcopal de la Oretania, junto a Cástulo y Mentesa (GARCÉS y
ROMERO 2004: 308), en la que se han excavado un total de ciento cincuenta tumbas que “…
abarcan una secuencia ininterrumpida entre los siglos IV y principios del VIII”, según sus
autoras. Se trataría ésta de una necrópolis de carácter urbano, aunque también podría tratarse de
una necrópolis rural asociada a un “…edificio de carácter funerario” (GARCÉS y ROMERO,
2004: 308), en la que los ajuares son poco numerosos y la riqueza varía mucho. Sin duda, el
estudio de la necrópolis de este yacimiento podría arrojar luz acerca de la interpretación de otras
inhumaciones aisladas y necrópolis, al poder establecerse patrones de enterramientos asociados
a la secuencia cronológica.
De vital importancia para la comprensión de la génesis, ubicación, morfología y establecimiento
de la necrópolis del Santuario de la Virgen de la Sierra es la información que pueda aportarnos
la necrópolis visigoda de La Cruz del Cristo, en El Cristo del Espíritu Santo (Malagón), al ser
la más cercana físicamente a la anterior (29 kms. al oeste). En las campañas de 1990 y 1991 se
documentaron setenta y tres inhumaciones que caracterizaron una “…necrópolis de ámbito
rural” (FERNÁNDEZ, 2000), en la que se diferenciaba una zona de tumbas en torno a un
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templete, en la que los ajuares eran significativos, con una cronología del siglo VI, y una zona
junto a la anterior, sin ajuares, datada en el siglo VII.
La necrópolis visigoda de Las Eras, en Alhambra, excavada sobre un afloramiento de roca
arenisca, constituye el único ejemplo de necrópolis rupestre de este periodo excavada hasta el
momento en la provincia de Ciudad Real. Fueron sesenta y siete las tumbas inventariadas,
aunque “… con una extensión aproximada de 3000 m2, podría contener unas 200 tumbas”
(SERRANO y FERNÁNDEZ, 1990: 52; GARCÍA BUENO, 2006). Podemos hallarnos ante una
necrópolis urbana de grandes proporciones, si bien, atendiendo al escaso poblamiento de la
zona, podría ser calificada como necrópolis rural, ubicada junto a un importante núcleo urbano
con una significativa red de comunicaciones de época romana que se mantuvo en épocas
posteriores. Sus investigadores, atendiendo a los ajuares y estableciendo paralelismos con los
núcleos de Ercávica y Valeria, concretan para la necrópolis una cronología en torno a los siglos
VI y VII.
Al sur de ésta, y sin relación aparente con la misma, a mediados del siglo XX se extrajeron al
menos dos sarcófagos y toda una serie de enterramientos de cronología imprecisa, a caballo
entre el Bajo Imperio Romano y la Alta Edad Media. Las noticias de este hallazgo son escasas,
reduciéndose a publicaciones de prensa de la época y a fotografías conservadas en el museo
municipal de la localidad. Esta zona, denominada “Necrópolis Paleocristiana Arroyo de la
Poza”, puede calificarse, con reservas, como tardorromana.
Junto a las necrópolis anteriormente descritas, en las que se efectuaron excavaciones
sistemáticas, tenemos noticias de otros hallazgos que bien podrían ser calificados como
necrópolis, aunque la falta de un estudio metodológicamente correcto o el escaso tiempo
facilitado por los promotores desembocaran en simples hallazgos de un número concreto de
tumbas. El caso más llamativo en este sentido es el ocurrido en el denominado Campo o Loma
de las Sepulturas (en Puertollano), donde, en 1978, se llevó a cabo una excavación de urgencia.
El escaso tiempo facilitado al arqueólogo tuvo como consecuencia la excavación parcial de la
necrópolis, siendo sepultada posteriormente con el hormigón de cimentación de las
instalaciones de la empresa Repsol. Se excavaron un total de diez tumbas que aportaron ajuares
y que ofrecieron una adscripción cultural tardorromana (RIOS, MENASALVAS, MORENO y
REDONDO, 2003), afirmando otros autores que se situaría en una cronología en torno a los
siglos VI y VII (BELTRÁN, 1995: 145).
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Necrópolis tardorromana digna de mención lo constituye la hallada recientemente en Villanueva
de la Fuente, ubicada junto a un camino de acceso al núcleo urbano de la antigua Mentesa
Oretana. Se han excavado ocho enterramientos, que “…son tan sólo una parte muy reducida
de los muchos que se estima se encuentran en la zona” (ÁLVAREZ y BENÍTEZ DE LUGO,
2006). Los ajuares, pobremente representados, se reducen a un anillo de hierro y una pulsera de
bronce, arrojando los análisis de C-14 una cronología encuadrable entre los años 430-550 d. C.,
siglos V-VI.
Posiblemente también a etapa tardorromana pueda pertenecer la necrópolis o zona de
enterramientos del yacimiento de La Ontavia, localizada en el municipio de Terrinches en
cuyos alrededores y sobre unas termas, posiblemente de época bajoimperial, han sido
localizadas, hasta el momento, un total de dieciocho tumbas. En su mayor parte son de
mampostería, habiéndose registrado hasta la fecha treinta y cuatro individuos, con un escaso
ajuar de dos anillos de bronce que, por sus características, entroncan con otra pieza hallada en la
necrópolis cordobesa de El Ruedo, fechada entre los siglos VI-VII (CARMONA, 1998:
154,192). Basándonos, por tanto, en este paralelo, en la práctica inexistencia de ajuares y en las
afirmaciones de diversos autores (Beltrán, Serrano Anguita, Fernández Rodríguez, López
Fernández, Garcés Tarragona y Romero Salas), esta fase del yacimiento que nos ocupa podría
ofrecer una cronología en torno al siglo VII. Sin embargo estas afirmaciones no podrán ser
corroboradas o desechadas en tanto no se realicen análisis radiocarbónicos.
Escasa es la información obtenida sobre el hallazgo de varias sepulturas visigodas en las
inmediaciones de Porzuna en 1962, en el lugar conocido como Porzuna “La Vieja”. Allí se
excavaron varias tumbas, desconociéndose la cantidad, tipología y disposición de las mismas,
obteniéndose únicamente un ajuar “…compuesto por vasijas de cerámica y un broche de
cinturón con decoración de cabujones”, como queda reflejado en una escueta noticia publicada
en el Noticiario Arqueológico Hispano (1962). La necrópolis rural aparece junto al yacimiento
romano de Porzuna “La Vieja”, pudiendo señalarse también que, próximo al mismo, y según
fuentes orales, en el paraje de La Dehesa existen piedras labradas de una iglesia visigoda del
siglo VI. Algunos autores datan cronológicamente el yacimiento en torno a los siglos VI y VII
(BELTRÁN, 1995: 145).
De difícil encuadre cronológico es la denominada Necrópolis de la Tía Apelina, en Villanueva
de los Infantes, inventariada tras las prospecciones arqueológicas llevadas a cabo en el
municipio durante el año 2004. La necrópolis se encontraba expoliada, observándose tumbas
construidas con grandes lajas de arenisca. La inexistencia de ajuar y de otros datos hacen
inviable su encuadre cultural. No obstante, las tipologías observadas y la presencia de
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yacimientos directamente relacionados con la misma permitirían adscribirla al periodo visigodo.
Inhumaciones aisladas
Junto a las necrópolis de mayor o menor entidad se han registrado en la provincia toda una serie
de enterramientos aislados. Vienen a demostrar la debilidad demográfica y, en ocasiones, la
falta de medios económicos, reflejados en la pobreza de las tumbas y lo exiguo de los ajuares.
La realización de cartas arqueológicas en la mayoría de los municipios de la provincia ha
documentado enterramientos y necrópolis posiblemente de época visigoda, en los que una
investigación en profundidad podría revelar datos de interés. Sin embargo, la mayoría de ellas se
encuentran expoliadas o la información que pueden aportarnos es mínima. No por ello hay que
omitir el interés de los enterramientos registrados en Albaladejo (“Las Ánimas”), las tumbas
rupestres de Montiel (“Necrópolis del Toconar”, con dos tumbas, y “Torres”, con una) o las
de Santa Cruz de los Cáñamos (“Tumbas de El Villar”). En su mayoría pueden asociarse a
pequeños núcleos de hábitat (vicus) del periodo visigótico final (BELTRÁN, 1995: 145).
En Villamayor de Calatrava, en 1968, en dos tumbas de mampostería se localizó un ajuar
consistente en una jarra de cerámica que poseía una cronología adscibible a la segunda mitad
del siglo VII. “(…) Estamos ante unos hallazgos del mundo cultural hispano-visigodo y en
torno al siglo VII”, con posibilidad de existencia de más tumbas, “(...) una necrópolis y hasta
un poblado” (RODRÍGUEZ, 1973: 22).
En el término municipal de Fuencaliente, en el paraje de “Las Sacedillas”, en 1985, fueron
estudiadas dos tumbas de mampostería destacables por la importancia de su ajuar, compuesto
por una jarra de cerámica y seis anillos. Según los arqueólogos, se trataría “…de dos
enterramientos hispanorromanos (…) que se situarían entre el siglo VI y VII después de Cristo”
(LÓPEZ y FERNÁNDEZ, 1986: 302). A falta de una prospección intensiva de la zona se ha
clasificado como un hallazgo aislado, asociado probablemente a un poblado o villa.
De similares características sería la tumba excavada por los mismos autores en “El Llano”, en
el término municipal de Viso del Marqués, que fue igualmente datada entre los siglos VI y VII
(FERNÁNDEZ y LÓPEZ,1995: 347).
En el “Calar o Talar de la Vega” (Villanueva de la Fuente) se produjo el hallazgo de un
sarcófago en el que se pudieron documentar hasta ocho individuos, encontrándose como único
ajuar un anillo. Atendiendo a este elemento, a las cerámicas asociadas y a las características del
enterramiento se propone una datación que gira en torno al mundo tardo-romano o alto-
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medieval (BENÍTEZ DE LUGO y RODRÍGUEZ, 1999: 611-622), señalando que los restos
pueden relacionarse más con un hallazgo aislado que con una gran necrópolis.
El hallazgo de una tumba visigoda en el entorno de la Ermita de Nuestra Señora de Mairena
(Bocas de Zahora), en el término municipal de Puebla del Príncipe, se data, ante la dificultad
de establecer paralelismo alguno debido a la inexistencia de ajuar, entre los siglos IV y el VIII
d. C. (ESPADAS, 2000), afirmándose que en la zona podrían existir más enterramientos
asociados, probablemente, al yacimiento romano de Venta de los Ojuelos.
Otros hallazgos
Junto a las excavaciones realizadas en tumbas y necrópolis -elementos que más información
aportan sobre el periodo visigodo en la provincia de Ciudad Real-, en relación con este
momento histórico encontramos una serie de objetos dispersos, como cerámica, elementos de
adorno personal procedentes de Villanueva de la Fuente, Arenas de San Juan, Fontanarejo,
Alhambra y Porzuna, (CABALLERO, 1996: 91; FUENTES, 1986: 323-331), así como
elementos arquitectónicos “…columnas decoradas con motivos litúrgicos, pertenecientes quizá
a presbiterios de pequeñas iglesias o incluso basílicas, hoy por completo desaparecidas”
(CABALLERO, 1996: 91) y un buen número de sarcófagos de dudosa cronología, dispersos por
prácticamente toda la provincia (Albaladejo, Puebla del Príncipe, Santa Cruz de Mudela,
Villanueva de la Fuente, etc.).
Buenos ejemplos de elementos arquitectónicos son el yacimiento de “Los Torrejones”, en
Santa Cruz de los Cáñamos, donde se halló un edificio de planta hexagonal interpretado
arriesgadamente como mausoleo o baptisterio (BELTRÁN, 1995: 141). O la pilastra de mármol
de Daimiel y la placa con motivos vegetales de Villarrubia de los Ojos, que puede relacionarse
con la necrópolis hallada en el Santuario de la Virgen de la Sierra. O la columna hallada en el
paraje de Santa María, en Argamasilla de Alba, que pudiera pertenecer a “una Iglesia paleo-
cristiana del siglo V o VI” (BEÑO, 1973: 161).
3. Entorno, contexto histórico y caracterización de la necrópolis del Santuario de la Virgen
de la Sierra:
La necrópolis se encuentra junto al Santuario de la Virgen de la Sierra, edificado a media ladera
de la denominada “Sierra de la Virgen”. De interés evidente resulta el hecho de la existencia en
el propio santuario de un manantial de agua de excelente calidad, que conforma el posterior
“Arroyo de la Virgen”, cuya existencia marcó, sin duda, la implantación del centro de culto (del
que se tienen noticias ya en el siglo XIII) o, incluso, la existencia de asentamientos de población
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de épocas más remotas, entre los que sin duda se incluirían los fundadores de la necrópolis
hallada.
Abordar una aproximación histórica sobre el periodo visigodo en esta zona supone un
importante reto debido a la escasez de fuentes. En un contexto general, desde el siglo VI la
provincia de Ciudad Real se convirtió a la vez en una importante zona de paso y en lugar
estratégico situado entre los importantes centros de Toledo, Mérida y la Bética, especialmente
cuando Toledo se convirtió en capital del reino Visigodo. Fue ésta una época de continuas
guerras y disputas territoriales, que contribuyeron, más si cabe, a la decadencia económica y,
por qué no, social, de los territorios que actualmente conforman la provincia de Ciudad Real, en
un momento en que la densidad demográfica era sumamente débil (BELTRÁN, 1995: 144). El
período de paz, documentado desde las últimas campañas de Leovigildo hasta la llegada de los
contingentes musulmanes, no supuso una mejora de las condiciones socioeconómicas, como
demuestran la ausencia de cecas o hallazgos de numerario en la provincia (BARRAL, 1976:
147-158) y la demostrable escasez de comercio debido a la pobreza de la zona y a las plagas de
langosta que asolaron la región, damnificando tanto a agricultores como a ganaderos
(CABALLERO, 1998:332-333). La debilidad política del Reino Visigodo, unida a continuas y
perseverantes plagas, así como la escasez demográfica y las frecuentes hambrunas,
contribuyeron a la decadencia de una zona que fue presa fácil ante la invasión musulmana.
En el término municipal de Villarrubia de los Ojos existen una serie de asentamientos con
indicios claros de poblamiento en el periodo comprendido entre los siglos V a VIII. Muchos de
ellos tienen origen romano bajoimperial, manteniendo su existencia hasta los albores de la Edad
Moderna. Las fechas ofrecidas por los análisis radiocarbónicos de los restos óseos exhumados
del sarcófago del Santuario de la Virgen de la Sierra, indican la existencia de una comunidad
visigoda en un territorio ya conquistado por los musulmanes, que bien pudo mantenerse por
pactos con los nuevos moradores de la provincia de Ciudad Real tras la victoria de Tarik en la
Batalla de Guadalete (BELTRÁN, 1995:145).
Esta afirmación se apoya en la hipótesis sostenida por diversos autores sobre el posible origen
musulmán del actual municipio de Villarrubia de los Ojos: "…De origen musulmán y
reconquistado por Alfonso VII, a mediados del siglo XII y donado por éste a la Orden de Monte
Gaudio de Jerusalén o de Monfranc...” (BLÁZQUEZ, 1898:97).
Cercanos al Santuario de la Virgen de la Sierra, con una cronología similar a la necrópolis,
existen dos yacimientos mencionados por las fuentes, que pueden estar directamente
relacionados con el enclave. El primero de ellos es Jétar (Xetar o Gétor), situado a dos
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kilómetros y medio al sur de la ermita. Se encuentra directamente conectado por el “Camino de
Veladores”, topónimo que puede ser bastante esclarecedor. El segundo es Renales, emplazado
tres kilómetros al sudeste. Además de estos dos yacimientos conocidos desde antiguo existe un
conjunto mayor de enclaves recientemente documentados, que bien pudieran estar relacionados,
en uno u otro sentido, con la necrópolis. Destaca Cabezo de Renales, comunicado con la
necrópolis a través del denominado “Camino de la Virgen”, junto al cual se aprecia una
estructura fortificada en la que, junto a galbos cerámicos de la Edad del Bronce, se ha
recuperado también cerámica a torno. Es un lugar en donde fuentes orales afirman el hallazgo
de monedas datadas en el Bajo Imperio. Otros enclaves, como Rodeo del Moro, Manciporras
o El Plancho, son claros ejemplos de la continuidad del poblamiento de la zona entre la época
romana y la medieval (HERVÁS, 1889).
La mención escrita más antigua de la ermita del Santuario de la Virgen de la Sierra es de
mediados del siglo XIII. Aparece en la concordia sobre diezmos entre la Orden de Calatrava y el
Arzobispo de Toledo (1245), aunque se menciona con el nombre de Santa María del Monte.
La necrópolis del Santuario de la Virgen de la Sierra debe relacionarse con una pequeña aldea o
“vicus”, a un “fundi” señorial o, incluso, a “castella” (pequeñas agrupaciones urbanas
fortificadas) establecidas bien en el mismo lugar que la necrópolis, bien en lugares
relativamente alejados, pero conexos mediante caminos. Cabe, por tanto, la opción de que la
necrópolis pueda estar separada de la población de la que depende, para entre otras cosas, evitar
el ambiente insalubre que puede provocar una zona de enterramientos cercana al lugar de
hábitat. Dentro de esta línea argumental podría estar asociada a varios enclaves históricos
cercanos, como:
1. Jétar, Xetar o Gétor. Situado a dos kilómetros y medio al sur del Santuario, se
comunica con la necrópolis mediante el "Camino de Veladores". En el yacimiento
se encuentran evidencias materiales fechables desde la época romana hasta la Edad
Moderna. Según diversos autores poseía una fortaleza, que se conservó hasta bien
entrada la Edad Media (BLÁZQUEZ, 1898: 172). La identificación de este lugar
con la ermita es propuesta para fechas más tardías -siglo XIII- (CARRILLO DE
ALBORNOZ, 2002 y VILLEGAS, 1990); reducción espacial que es extrapolable
para los patrones de hábitat típicos del final del mundo antiguo.
2. Renales. Ubicado a tres kilómetros al sudeste. Se trata de un yacimiento romano
con proyecciones a la Edad Media.
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3. “Cabezuela de Renales”. El denominado “Camino de la Virgen” une la Cabezuela
de Renales con la Virgen de la Sierra.
A tenor de lo expuesto, la necrópolis de la Virgen de la Sierra puede estar relacionada
directamente con un ”vicus” enclavado junto a la misma, o a una “villae” o “castella” del lugar
de Jétar, (Xetar o Gétor), al que se accedía desde el Camino de Veladores. Las fuentes
medievales otorgan a este enclave un carácter defensivo, en el que sitúan un castillo cuyos
orígenes no podemos especificar.
Las poblaciones de época visigoda se ubican preferentemente en las cercanías de vías de
comunicación o en las vegas fluviales. En el caso que nos ocupa sería destacable la presencia de
dos vías de comunicación este-oeste, que se encontrarían íntimamente relacionadas tanto con la
necrópolis como con los yacimientos de Gétor, Renales y Cabezuela de Renales. Estas vías son
conocidas actualmente como “Sendilla de la Virgen” y “Vereda de Malagón”. Ambas, buscan
transitar por las zonas llanas cercanas a las vegas de los ríos Guadiana y Cigüela, formando
parte de vías históricas de origen remoto, jalonadas en su recorrido por diversos yacimientos
arqueológicos.
La “Vereda de Malagón” puede ejercer de nexo de unión entre dos necrópolis: la del Santuario
de la Virgen de la Sierra y la de la Cruz del Cristo de Malagón, separadas por una distancia de
29 km. Es destacable que estos caminos históricos sirven de unión entre dos importantes vías
históricas en sentido norte-sur, ya que, se conectan por el oeste con la “Cañada Real Soriana
Oriental” y, por el Este, con el denominado “Camino Real de Andalucía”.
Intervención arqueológica
El hallazgo puntual al que nos referiremos corresponde a la inhumación de un individuo en un
sepulcro de caliza, que había sido parcialmente desenterrado. Dicho sepulcro es un sarcófago de
piedra caliza local, cubierto por una lápida de muy rudimentaria factura, rota en múltiples
fragmentos. La rotura de la lápida no se debe a un acto de vandalismo o a una depredación
intencionada de la inhumación, si no más bien consecuencia de encontrarse muy próxima al
nivel de superficie y a lo deleznable de la materia prima con la que se fabricó.
Por desgracia, no puede decirse lo mismo del contenido del sepulcro. Éste sufrió una fuerte
alteración desde su descubrimiento hasta el momento en que el equipo de ANTHROPOS, S.L.
(www.anthroposclm.com) excavó la tumba con metodología arqueológica. Los restos humanos
fueron movidos y rotos antes de su estudio arqueológico, lo que hace difícil concretar algunas
de las interrogantes del enterramiento. Esta remoción de los restos óseos humanos parece
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haberse efectuado de modo intencionado, toda vez que las zonas más alteradas corresponden al
cráneo, a la cadera y a los fémures. El autor del desaguisado, a buen seguro con “mano experta”,
conocedora del tipo de ajuares que contienen las tumbas de cronología visigoda,
“principalmente anillos, pendientes y hebillas de cinturón” (ZEISS, 1933), centró su acción
expoliadora en aquellas zonas susceptibles de contener estos objetos asociados (cabeza y
cintura).
Nuestra intervención fue autorizada por la Administración competente sólo para la excavación
del sarcófago, sin afectar a otras tumbas del entorno ni realizar sondeos en el solar que
permitieran profundizar en el conocimiento de la necrópolis.
Pese a esta limitación, creemos segura la existencia de otras tumbas intactas en los alrededores
de la ahora estudiada. Otras han aparecido, en lugares próximos imprecisos, hace ya tiempo
(JEREZ, 2004). Asimismo, a dos metros escasos al sur de esta tumba tenemos la certeza de que
existe otra.
Tumba nº 1
El enterramiento en sarcófago denota el estatus y la capacidad económica de aquellos
individuos que pudieron permitirse este tipo de sepulcro, bastante costoso.
La tumba detectada se compone de dos partes: sarcófago y lápida. Ambos se construyeron a
partir de un bloque de caliza local, muy blanda, fácilmente deleznable y que probablemente fue
obtenida a partir de una cantera desconocida que se beneficiaba de los afloramientos que, en
dirección oeste, surgen al sur del Santuario (SÁNCHEZ, 1998).
El eje de la tumba se encuentra en una clara dirección Este/oeste. El conjunto está en un plano
horizontal, aunque muy ligeramente inclinado: la parte correspondiente a la cabeza (oeste) está
apenas 1 cm. más alta que la correspondiente a los pies. La cota superior de todo el conjunto se
encontraba a sólo 7 cms. del nivel de rasante.
En este punto conviene precisar que el nivel actual del terreno no coincide con el que había en el
momento de producirse el rito de inhumación del cadáver. El nivel de rasante actual es el
resultado de una nivelación realizada por medios mecánicos (retroexcavadora) en pasadas
décadas, con el objeto de adecuar la zona para el aparcamiento de vehículos. Con anterioridad
(según fuentes orales consultadas) la parcela, destinada al cultivo de olivar, era ligeramente
alomada. Al llevarse a cabo la referida nivelación del terreno la lápida del sarcófago quedó muy
cerca del nivel de rasante, pudiendo incluso verse afectada por los mencionados trabajos
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mecánicos, que sin duda contribuyeron a su destrucción (al menos parcial).
La lápida es un bloque de 1,8 m. de longitud, oscilando su espesor entre 10 y 15 cms. (debido a
la irregularidad de su superficie). Su anchura varía entre 50 y 70 cms.; el ancho decrece, según
avanzamos de cabeza a pies. Su mal estado de conservación impide determinar con precisión si
la lápida se trataba de un bloque único o si, por el contrario, estaba compuesta de una serie de
lajas individuales menores. El buen acabado de algunos fragmentos en sus bordes apunta hacia
la primera de estas posibilidades.
En los diversos fragmentos de la lápida recuperados no se observa testigo alguno de decoración
ni epigrafiado. El aspecto de esta lápida era bastante tosco, muy en consonancia con otros
paralelos excavados en el entorno provincial y regional (BENÍTEZ DE LUGO y RODRÍGUEZ,
1999; FERNÁNDEZ 2000; GARCÉS et al., 2000; GARCÉS y ROMERO, 2004;
SEPÚLVEDA, 1988).
El sarcófago, del tipo calificado como “de bañera” (FERNÁNDEZ, 2000), está también
elaborado con caliza local (SÁNCHEZ, 1998). Es muy frágil y deleznable, de tono blanquecino.
Las dimensiones exteriores del sarcófago son de 1,8 m. de longitud, 65 cm. de anchura en su
parte central, de 50 cm. en la zona de los pies y 45 cm. en la zona de la cabeza. En cuanto a la
altura, ésta varía de 45 a 50 cm. El grosor, tanto del fondo como de las paredes, oscila entre los
8 y los 15 cm.
En cuanto a la presencia/ausencia de elementos ornamentales hay que señalar que, al igual que
otros paralelos provinciales, éstos brillan por su ausencia, ya que no presenta epigrafías ni
motivos ornamentales de cualquier tipo (BENÍTEZ DE LUGO y RODRÍGUEZ, 1999;
FERNÁNDEZ, 2000; GARCÉS et al., 2000; GARCÉS y ROMERO, 2004).
En lo tocante a su aspecto es característica su tosquedad. Esa tosquedad se ve acentuada en la
parte correspondiente a los pies, ya que ésta corresponde a piezas individuales añadidas al
cuerpo principal del sarcófago. Estas piezas se añadieron al féretro porque, posiblemente, éste
ya estaba dañado cuando se produjo la inhumación. Se recortó y se le acoplaron nuevas piezas
rectangulares que suplían así la rotura de la pieza original.
No obstante, la reparación, reutilización y amortización de este tipo de sepulcros está
atestiguada en múltiples casos (ÁLVAREZ y BENÍTEZ DE LUGO, 2006). Por tanto, podría
tratarse de un sarcófago recuperado de una inhumación anterior, que se encontraba seriamente
dañado y que fue acondicionado para acoger a un nuevo cadáver. Esta idea incide, más si cabe,
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en el hecho de que el sarcófago se encuentra deteriorado, con múltiples fisuras en la roca caliza
de la que se compone. Fisuras que ya existían con anterioridad al descubrimiento de la tumba,
pues en el interior de algunas de estas fisuras se observan áridos (tierra) que se han ido
introduciendo con el transcurrir del tiempo.
Ante su deficiente estado de conservación, con la certeza de que su extracción sin la
participación de un restaurador/a cualificado supondría la desintegración del sarcófago, se optó
por mantenerlo in situ, enterrado, en espera de una consolidación previa a su extracción.
En cuanto al contenido del sarcófago, éste albergaba en su interior los restos óseos de un
individuo adulto, en posición de decúbito supino, orientado en posición oeste a Este (cabeza al
oeste y pies al Este), con las manos cruzadas sobre la cintura. La costumbre de colocar la
sepultura orientada al sol naciente está en relación con la idea del sol como símbolo del
renacimiento. El antebrazo derecho (cúbito y radio), debido a movimientos post-deposicionales,
se encontraba a lo largo del costado, pero en su posición primaria se encontraba flexionado
sobre la cintura, al igual que el izquierdo.
Éste es el patrón tipo para las inhumaciones características de cronología visigoda, tal y como se
ha observado en otras necrópolis similares excavadas en el ámbito meseteño (BENÍTEZ DE
LUGO y RODRÍGUEZ, 1999; CRIADO y VILLA, 1988; DOMÍNGUEZ, 1985; ESPADAS,
2000; FERNÁNDEZ, 2000; GARCÉS et al., 2000; GARCÉS y ROMERO 2004; GONZÁLEZ
1984; MORÍN y BARROSO, 2003; RODRÍGUEZ, 1983; SEPÚLVEDA, 1988; SERRANO y
FERNÁNDEZ, 1990).
Conviene destacar que la inhumación es de carácter individual, no observándose restos óseos de
ningún otro individuo. Esta aclaración es pertinente porque, en ocasiones, en este tipo de
sarcófagos se documentan inhumaciones de carácter múltiple, usándose estos sepulcros como
osarios para una misma línea familiar o de parentesco (BENÍTEZ DE LUGO y RODRÍGUEZ,
1999).
El estado de los restos óseos era bueno en el momento del descubrimiento de la tumba
(CAMPILLO y SUBIRÁ, 2004). Sin embargo, en el momento de iniciarse la excavación con
metodología arqueológica se observaron alteraciones que habían dañado el esqueleto del
cadáver. Las partes más dañadas correspondían al cráneo (especialmente faz y mandíbulas) y a
los huesos largos de las piernas (fémures y tibias), que se encontraban rotos y derivados de su
posición original en el momento del hallazgo, situándose ahora dispuestos anárquicamente (y
parcialmente fracturados) sobre el tórax del individuo. Conviene reseñar que la lápida del
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sepulcro pudo haberse reventado hace ya tiempo. Por tanto, el cadáver estaba alterado tanto por
causas antrópicas (expolio), ambientales (agua), como por bioturbaciones (posiblemente de
lagomorfos o cualquier otra especie de roedor).
Tras retirar los huesos revueltos y fragmentados, pudimos comprobar que bajo éstos existía
sedimento sin alterar que permitía ver restos del cadáver en posición de decúbito supino: partes
del cráneo, clavículas, varias vértebras, costillas, húmeros, cúbitos, radios, falanges, cadera,
peronés y pies; todos ellos situados en posición primaria (CAMPILLO y SUBIRÁ, 2004).
El análisis antropológico del individuo ha permitido definir con claridad que se trata de un
individuo de sexo masculino y edad madura (entre 40 y 50 años), en virtud de la combinación
de parámetros esqueléticos: grado de obliteración de las suturas craneales, calcificación de
algunos ligamentos torácicos, desgaste dentario y presencia de pequeñas lesiones degenerativas
articulares. Su morfología esquelética corresponde a una persona de estatura mediana (160,5
cm.) y complexión robusta, tanto a nivel de las extremidades superiores como de las inferiores.
Algunas alteraciones del tejido óseo superficial tibial sugieren la posibilidad de haber sufrido
contusiones en las piernas que han provocado diversos procesos de periostitis.
Pero uno de los datos más relevantes es que el individuo presenta una lesión de
politraumatismo que afecta a numerosas costillas del lado izquierdo. Presenta un estado de
consolidación en proceso que podría estar relacionado con la causa de su muerte, por
complicación de la misma lesión, afectando órganos vitales como los pulmones. Este
traumatismo viene dado por una caída -no un golpe-, bastante aparatosa, como bien podría ser
desde una caballería. Los traumatismos simples de este tipo con supervivencia están
ampliamente documentados (VIVES 1990; MESTRE y AGUSTÍ, 1995) en época medieval. Las
lesiones traumáticas con evolución desfavorable (ETXEBERRIA, 2003) debieron ser muy
frecuentes en la Antigüedad debido a los límites terapéuticos.
Nos encontramos, a tenor de ello, ante un hombre en edad madura, relativamente bien
alimentado y, por tanto, de un nivel económico medio-alto. Nivel económico que tiene su
reflejo en una capacidad adquisitiva plasmada en un sepulcro, a pesar de su tosquedad, costoso.
Y en un más que probable acceso a disponer de una caballería.
La matriz de tono pardo que albergaba el contenido del sepulcro ha sido cuidadosamente
limpiada y cribada, con el objeto de identificar e inventariar pequeños fragmentos de tejido
óseo, así como piezas dentales (CAMPILLO y VIVES, 1987). El cribado de este sedimento ha
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confirmado la inexistencia de cualquier elemento correspondiente al ajuar o vestimenta del
individuo allí inhumado.
Sólo se ha intervenido en la zona más próxima a la tumba, ya que el objetivo perseguido era el
de establecer un espacio mínimo que pudiera permitir la extracción del sarcófago, así como el
delimitar las dimensiones y características de la fosa de inhumación. El establecimiento de
sondeos, o la apertura en área de una cuadrícula mayor, hubiesen permitido confirmar, a buen
seguro, la existencia de más tumbas en la zona, ya que a simple vista parecen apreciarse
depresiones en el terreno que corresponderían con otros enterramientos. Más aún cuando en
décadas pasadas ya se recuperó un sarcófago, actualmente en paradero desconocido. No ha sido
posible localizar este sarcófago, lo cual hubiese sido de gran interés para establecer paralelismos
con el exhumado en esta campaña. A ello hay que sumar el hecho de que fuentes orales
consultadas insisten en la existencia de otras tumbas en el entorno, que fueron detectadas
cuando se llevó a cabo la explanación, ya comentada, de la parcela. Es seguro, pues, que nos
encontramos ante una zona de gran potencial y riqueza arqueológica.
Es posible reconstruir con enorme fidelidad el rito de inhumación. En el terreno arcilloso del
entorno se excavó una fosa rectangular. Posteriormente fue depositado en ella el sarcófago, que
fue a su vez calzado y asegurado con mampuestos medianos de cuarcita para asegurar su
inmovilidad. Más tarde se colmató la fosa con tierra del entorno. Desconocemos si se instaló
algún tipo de señalización sobre la tumba.
En esta época se ha abandonado ya por completo la práctica de la incineración de los difuntos,
típica del mundo romano altoimperial, en favor del rito de la inhumación, auspiciado por la
creencia en la resurrección de la carne. El ritual funerario aparece recogido en el Liber Ordinum
y en algunas normas sinodales, según los cuales, tras el fallecimiento del individuo, el cuerpo se
lavaba y vestía convenientemente. Después se conducía al difunto a la iglesia y de allí se
trasladaba al cementerio. Si el sepulcro era nuevo se procedía a su bendición. Seguidamente se
enterraba el cadáver, acto que ponía fin a la acción ritual.
Dentro de la fosa de inhumación no se ha recuperado material alguno de naturaleza
arqueológica que permita datar o establecer con seguridad una secuencia cronológica de la
tumba (ZEISS, 1933). Tan sólo hay que destacar la identificación de un pequeño fragmento de
tegulae, correspondiente a un borde sin pestaña. Ello podría acercarnos a una cronología
tardorromana o visigoda, si bien este simple fragmento es un elemento insuficiente para poder
confirmar esos extremos (CÁNOVAS, 2005), toda vez que podría tratarse de material
constructivo amortizado.
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En una prospección por los alrededores de la tumba se aprecia la presencia de materiales
cerámicos y constructivos de muy diversa cronología, pero entre los cuales se aprecian
materiales romanos (terra sigillata, tegulae) cerámica vidriada de difícil adscripción
cronológica en tonos verde y melado (RETUERCE, 1998); cerámica común y de cocina. Estos
materiales confirman la ocupación del entorno del solar desde época tardorromana al menos,
con proyecciones medievales y modernas, y cuyo resultado más visible es el propio santuario.
La antropización del lugar desde época antigua está doblemente atestiguada, en la tradición y en
la bibliografía. Pero podríamos añadir algunos elementos relevantes más, como son la existencia
de restos constructivos de carácter edilicio en caliza similar a la del sepulcro estudiado (el
descansadero de la Virgen sería un magnífico ejemplo de ello), la aparición de un sarcófago
similar en décadas pasadas, la existencia de figurillas de terracota alusivas a divinidades
protectoras “de filiación claramente romana” (JEREZ, 2004), junto a un largo etcétera de
indicios materiales arqueológicos que confirman este dato.
En definitiva, la adscripción crono-cultural del enterramiento gira en torno al mundo visigodo
tardío o alto-medieval. Esta adscripción se fundamenta en dos factores fundamentales de la
investigación arqueológica. En primera instancia, las características y ergología del
enterramiento, toda vez que se conocen bastantes ejemplos similares en la provincia fechados
con exactitud; algunos en zonas geográficas relativamente cercanas a Villarrubia de los Ojos,
como es el caso de la Necrópolis del Cristo (Malagón) -aunque conviene recordar que su
excavador propone una cronología que no excedería de la segunda mitad del siglo VII
(FERNÁNDEZ, 2000). Por otro lado, la datación del conjunto se basa en los resultados del
análisis radiocarbónico aplicado a los restos óseos, que arrojan una cronología situada a caballo
entre los siglos VIII y IX. El análisis fue efectuado por el Dr. Gilberto Calderoni, investigador
de la Universidad de “La Sapienza” (Roma).
Así pues, estamos ante contingentes de población que vivieron en los últimos momentos de la
época visigoda, cuando ese “viejo mundo” languidece (BELTRÁN, 1992). O bien ante
población hispanovisigoda no islamizada (al menos culturalmente, como así lo atestiguan sus
ritos de inhumación), que habitó la zona en el primer siglo de dominación musulmana. Periodo,
éste, de transición, que es poco conocido en la provincia de Ciudad Real, toda vez que el
proceso de arabización del territorio no ha dejado excesivas huellas, ni artefactuales ni
documentales en éste área de la región (IZQUIERDO, 1985).
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Tanto las ya comentadas características de la sepultura, junto a la ausencia de letras de cualquier
tipo, de ajuar, de signos de iconografía religiosa (más allá de la orientación solar de los restos) y
de decoración figurativa o refinada, pueden ser factores que respondan a unas constantes
culturales que perviven en estas comunidades rurales más allá del colapso del mundo visigodo,
derivado tanto de sus contradicciones y agotamiento interno como a la irrupción por estos pagos
del Islam (BELTRÁN, 1992).
Pero, al tiempo, esas características aluden a un mundo visigodo en el que la población general,
con un acentuado componente ruralizado (BELTRÁN, 1992; CABALLERO, 1998: 332-333)
era analfabeta, humilde (incapaz de costearse algo más que un tosco sepulcro) y sobrevivía de lo
que producía la tierra. En las tumbas las manifestaciones artísticas y los materiales de prestigio
(mármol) quedan reservadas para unos pocos (BENÍTEZ DE LUGO y ÁLVAREZ, 2004), que
sí podían contratar al autor de las mismas. Éstas no son, en absoluto, habituales en los
enterramientos comunes. Para estos casos quedan los elementos más toscos y menos refinados,
como es el caso que nos ocupa (BENÍTEZ DE LUGO, L. y RODRÍGUEZ, 1999).
Ya para concluir querríamos reseñar que este tipo de investigaciones se revelan de una
importancia de primer orden, toda vez que la, denostada en ocasiones, Arqueología de la Muerte
analiza todo tipo de restos funerarios y obtiene una información excepcional para el estudio de
las sociedades antiguas: estructura social, demografía, relaciones de parentesco, organización
familiar, costumbres de matrimonio, economía, religiosidad, etc. (FERNÁNDEZ y ALFONSO,
2002). Es por ello que se anticipa como necesarios el estudio y la investigación, al menos
parcial, de este tipo de áreas cementeriales rurales del periodo visigótico final (BELTRÁN,
1992: 145).
El análisis de los restos óseos puede conducirnos, como aquí ha quedado palmariamente
reflejado supra, a aspectos como la propia estructura física de los individuos, su dieta y las
enfermedades y patologías sufridas en vida. Estos factores tienen una fuerte incidencia en el
ámbito económico y social, puesto que permite conocer el tipo de alimentación, así como las
patologías más comunes, causas de la muerte, posibles usos medicinales, deformaciones,
rituales, etc. Desde el punto de vista social existen tres cualidades que se reflejan en el ritual
funerario de igual forma en casi todas las sociedades: edad, sexo y status (FERNÁNDEZ y
ALFONSO, 2002). Así, el status adquirido en vida por un individuo es reconocido por el grupo
al que pertenece. Queda, en alguna medida, reflejado en el ritual y tratamiento funerarios, a
pesar de que la ausencia de elementos de ajuar de prestigio dificulta, en este caso, este tipo de
interpretaciones relativas a la jerarquía, prestigio y posición dentro de la sociedad del individuo
inhumado. Cuestión ésta que se ve suplida por otros aspectos como localización de la tumba
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dentro de la necrópolis o disposición y elementos constructivos y ergológicos del sepulcro.
De esta forma, observando la variedad de personas sociales presentes en la necrópolis, es
posible rastrear, primero, e identificar, después, los principios organizativos de una sociedad.
En definitiva, ese es el objetivo último del arqueólogo: arrojar luz sobre la dinámica de las
sociedades en el pasado; sólo así éste podrá ser comprensible.
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Fig. 1
Fig. 2. Plano de situación
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Fig. 3. Enclaves y vías de comunicación relacionados con la zona de estudio
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Fig. 4. Estado del sarcófago antes de la intervención arqueológica. Obsérvese la alteración y derivación de parte de los restos óseos
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Fig. 5. Dibujo de planta del sarcófago