Francisco Cajiao Los Buenos Maestros

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Francisco Cajiao Los buenos maestros El mejor maestro es el que logra que la totalidad de sus alumnos aprendan y avancen a pesar de las muchas circunstancias. 7:55 p.m. | 9 de febrero de 2015 Cuando se tiene la suerte de conocer de cerca muchos colegios, resulta más complicado decir cuáles son las cualidades más destacadas de aquellos que se dedican a la labor de trabajar con niños y jóvenes. La profesión del educador es una de las más complejas en relación con su función social, pues le corresponde garantizar en el día a día el derecho a la educación. La carta política señala que esta obligación le atañe a la familia, la sociedad y el Estado, pero al final es en el espacio escolar, y más precisamente en la relación con los maestros, donde se concreta la posibilidad de formar ciudadanos libres, propósito fundamental de la educación. Aunque la ley establece un amplio listado de fines que pretende abarcar todos los aspectos que debe cubrir el proceso educativo, una nación democrática debe orientar su esfuerzo a conseguir que cada niño y cada joven, sin importar su origen étnico, social o económico, pueda tener las mismas oportunidades de acceder a los bienes de la cultura y al ejercicio pleno de sus derechos y obligaciones como ciudadano. Solo en la medida en que todos puedan adquirir los mejores aprendizajes podrán construir su destino con mayores grados de libertad que aquellos a quienes las circunstancias todavía condenan a la ignorancia y la marginalidad social. A este propósito sirven los profesionales de la educación, y por eso requieren no solamente amplios conocimientos científicos sobre el aprendizaje, una cultura general suficiente para abrir el gusto de sus estudiantes por el conocimiento y una sólida formación en las áreas específicas en que se desempeñan, sino que además es

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Francisco Cajiao

Los buenos maestrosEl mejor maestro es el que logra que la totalidad de sus alumnos aprendan y avancen a pesar de las muchas circunstancias.

7:55 p.m. | 9 de febrero de 2015Cuando se tiene la suerte de conocer de cerca muchos colegios, resulta más complicado decir cuáles son las cualidades más destacadas de aquellos que se dedican a la labor de trabajar con niños y jóvenes.

La profesión del educador es una de las más complejas en relación con su función social, pues le corresponde garantizar en el día a día el derecho a la educación. La carta política señala que esta obligación le atañe a la familia, la sociedad y el Estado, pero al final es en el espacio escolar, y más precisamente en la relación con los maestros, donde se concreta la posibilidad de formar ciudadanos libres, propósito fundamental de la educación.

Aunque la ley establece un amplio listado de fines que pretende abarcar todos los aspectos que debe cubrir el proceso educativo, una nación democrática debe orientar su esfuerzo a conseguir que cada niño y cada joven, sin importar su origen étnico, social o económico, pueda tener las mismas oportunidades de acceder a los bienes de la cultura y al ejercicio pleno de sus derechos y obligaciones como ciudadano. Solo en la medida en que todos puedan adquirir los mejores aprendizajes podrán construir su destino con mayores grados de libertad que aquellos a quienes las circunstancias todavía condenan a la ignorancia y la marginalidad social.

A este propósito sirven los profesionales de la educación, y por eso requieren no solamente amplios conocimientos científicos sobre el aprendizaje, una cultura general suficiente para abrir el gusto de sus estudiantes por el conocimiento y una sólida formación en las áreas específicas en que se desempeñan, sino que además es imprescindible una profunda formación ética y política que les permita comprender la importancia de su rol y de su desempeño profesional.

De tiempo atrás observo con preocupación que carencias en estos dos últimos aspectos están afectando a los sectores más frágiles de la población joven del país. De nuevo se han disparado las tasas de repetición, con fuerte incidencia en el aumento de la deserción escolar. He sabido de profesores que no tienen inconveniente en reprobar porcentajes superiores a la mitad de sus estudiantes, y colegios donde los niños de transición y primero tienen tasas de repetición superiores al veinte por ciento.

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Nadie sensato puede considerar que el fracaso de altos porcentajes de estudiantes sea el resultado de la labor de un buen maestro. Es como si un médico se considerara muy bueno a pesar de que la mayoría de sus pacientes se murieran. Pero, además de que el fracaso de los estudiantes es un reflejo de la mala formación pedagógica de un educador, refleja una pobrísima conciencia ética y peor concepción política.

El mejor maestro es el que logra que la totalidad de sus alumnos aprendan y avancen a pesar de las muchas circunstancias adversas que afectan sus capacidades, tanto por sus limitaciones culturales y económicas como por sus bajos niveles de motivación. Todavía hay quienes creen que la calidad de un colegio se obtiene eliminando a todos los estudiantes que tienen dificultades, y ese, precisamente, es un problema tanto ético como político.

Todo fracaso en la infancia afecta profundamente la construcción de la autoestima y la posibilidad de ir superando gradualmente la falta de expectativas. Justamente por esto, quienes piensan que la razón del bajo rendimiento de los niños y los jóvenes es la pereza y la vagancia no logran entender que estas son también manifestaciones de la pobreza, de la desesperanza y de la sensación de que el estudio es inútil para mejorar la vida.

Cuando algunos maestros no entienden esto, terminan repitiendo eternamente el ciclo de perpetuación de la pobreza, pues consiguen que los chicos más frágiles abandonen la escuela y sus oportunidades de futuro.

Francisco [email protected]

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