Hojas separadas

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HOJAS SEPARADAS

POEMAS

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LOS ENEMIGOS

Pablo Neruda

Ellos aquí trajeron los fusiles repletos

de pólvora, ellos mandaron el acerbo

exterminio,

ellos aquí encontraron un pueblo que cantaba, un pueblo por deber y por amor reunido, y la delgada niña cayó con su bandera, y el joven sonriente rodó a su lado herido, y el estupor del pueblo vio caer a los muertos

con furia y con dolor.

Entonces, en el sitio

donde cayeron los asesinados, bajaron las banderas a empaparse de sangre

para alzarse de nuevo frente a los asesinos.

Por esos muertos, nuestros muertos, pido castigo.

Para los que de sangre salpicaron la patria, pido castigo.

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Para el verdugo que mandó esta muerte, pido castigo.

Para el traidor que ascendió sobre el crimen, pido castigo.

Para el que dio la orden de agonía, pido castigo.

Para los que defendieron este crimen, pido castigo.

No quiero que me den la mano

empapada con nuestra sangre. Pido castigo. No los quiero de embajadores, tampoco en su casa tranquilos, los quiero ver aquí juzgados

en esta plaza, en este sitio.

Quiero castigo.

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EDITORIAL

Mario Benedetti

La nación es una manzana

una roja invitante manzana

y no sabemos quién la morderá

la nación es una corneta

una ronca gastada corneta

y no sabemos quién la sonará

la nación es una langosta

una atlética horrible langosta

y no sabemos quién la matará

oh nosotros estamos por la Reforma

o sea ahogar las cornetas en su tinta

y comer las manzanas con su cáscara

e invitar las langostas al té de los domingos

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claro que estamos por la reforma

o -en otras palabras- contra la Reforma

y ya que el prestigioso colega nos recuerda

que el once por ciento de nuestros lactantes

son comunistas y útiles cretinos

nuestro próximo slogan tendría que ser

démosles biberones con arsénico

así estaremos moralmente preparados

para regar con método y talvez con piedad

la tierra de los hombres de buena voluntad.

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ES EN VANO Lucía Sánchez Saornil

Para Eugenio Montes, piloto ultraísta

Detrás de nosotros dejamos un rastro de cadáveres. A cuántos los quisiéramos resucitar y darles su sol y su cantar y su sonrisa Nada hay que pueda ponerlos en pie De algunos nos hemos traído el perfume pero ellos van en sus cajas negras río abajo.

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JUSTICIA

Langston Hughes

Que la justicia es una diosa ciega

Es algo que nosotros los negros entendemos:

Su vendaje oculta dos llagas purulentas

Que una vez quizá fueron ojos.

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LA VIDA

Patricia Ariza

El chaleco antibalas no sirve

la pistola nueve milímetros no sirve

el colt caballito 48 no sirve

la miniuzi es chatarra vieja

lo único que sirve es la vida, hermano.

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¡QUÉ PENA!

León Felipe

¡Qué pena si este camino fuera de muchísimas leguas

y siempre se repitieran

los mismos pueblos, las mismas ventas, los mismos rebaños, las mismas recuas!

¡Qué pena si esta vida tuviera

–esta vida nuestra–

mil años de existencia!

¿Quién la haría hasta el fin llevadera?

¿Quién la soportaría toda sin protesta?

¿Quién lee diez siglos en la Historia y no la cierra

al ver las mismas cosas siempre con distinta fecha?

Los mismos hombres, las mismas guerras, los mismos tiranos, las mismas cadenas, los mismos farsantes, las mismas sectas

¡y los mismos, los mismos poetas!

¡Qué pena, que sea así todo siempre, siempre de la misma manera!

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POEMA Jack Kerouac

Exijo que la raza humana deje de multiplicar su especie y se humille lo advierto Y como castigo & recompensa por hacer este alegato sé que renaceré el último ser humano Todos los demás muertos y yo una anciana errando por la tierra gimiendo en cuevas durmiendo sobre harapos Y a veces charlo, a veces rezo, a veces lloro, como & guiso en mi pequeña cocina del rincón "En cierto modo siempre lo supe" digo Y una mañana no me levanto de los harapos

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UNA CANCIÓN SOBRE EL FIN DEL MUNDO

Czeslaw Milosz

En el día del fin del mundo

Una abeja circunda un trébol, Un pescador remienda una red resplandeciente. Felices saltan delfines en el mar, Por canaletas jóvenes gorriones juegan

Y la serpiente tiene piel de oro, como siempre debe ser.

El día del fin del mundo

Las mujeres caminan por los campos bajo sus paraguas, Un borracho se vuelve somnoliento en el borde de un prado, Vendedores ambulantes de vegetales gritan en la calle

Y un bote de vela amarilla se acerca a la isla, La voz de un violín perdura en el aire

Y conduce hacia una noche estrellada.

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Y aquellos que esperaban rayos y truenos

Están decepcionados. Y los que esperaban señales y trompetas de arcángeles

No creen lo que está sucediendo ahora. Mientras el sol y la luna estén arriba, Mientras la abeja visite la rosa, Mientras niños rosados nazcan

Nadie cree lo que está sucediendo ahora.

Sólo un viejo de cabello blanco, quien podría ser un profeta

Pero no es un profeta, porque está muy ocupado, Repite mientras empaca sus tomates:

No habrá otro fin del mundo, No habrá otro fin del mundo.

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SOBREVIVIENTE

Roger McGough

Cada día,

Pienso en morir.

En la enfermedad, el hambre,

la violencia, el terrorismo, la guerra,

el fin del mundo.

Eso ayuda

a distraerme.

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DOLORES DE PARTO

Fadwa Tuqan

El viento sopla polen en la noche

a través de ruinas de campos y hogares. La Tierra se estremece con el amor, con el dolor de dar a luz, pero el conquistador quiere que creamos

historias de sumisión y rendición. ¡Oh Aurora árabe!

Dile al usurpador de nuestra tierra

que el alumbramiento es una fuerza desconocida para él, el dolor del cuerpo de una madre, que la tierra cicatrizada

inaugura la vida

en el momento del alba

cuando la rosa de sangre

florece en la herida.

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POEMA 10 Lawrence Ferlinghetti

podría decir que quizás ella era más feliz que todos esa vieja solitaria del chal en el tren de vagones naranja con el pequeño pájaro manso en su pañuelo al que le canturreaba todo el tiempo mia mascotta mia mascotta y ni uno de los excursionistas de domingo con sus botellas y sus canastas le ponía atención y el vagón chirriaba a través de los maizales tan lentamente que las mariposas entraban y salían

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ADVERTENCIA Paul Éluard

La noche antes de su muerte

Fue la más corta de su vida

La idea de vivir aún

Quemaba en su pulso la sangre

Lo asqueaba el peso de su cuerpo

Su fuerza lo hacía gemir

Y fue en el fondo de este horror Que él empezó a sonreírse

No tenía un camarada

Pero millones y millones

Para vengarlo lo sabía

Y para él se alzó la aurora.

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EL COSMONAUTA

Nicolás Guillén

El cosmonauta, sin saberlo, arruina el negocio del mito

de Dios sentado atento y fijo

en un butacón inmenso. ¿Qué se han hecho los Tronos y Potencias?

¿Dónde están los Castigos y Obediencias?

¿Y San Crescencio y San Bitongo?

¿Y San Cirilo Zangandongo?

¿Y el fumazo del incienso?

¿Y la fulígine de la mirra?

¿Y las estrellitas pegadas

al cristal ahumado nocturno?

¿Y los arcángeles y los ángeles, y los serafines y los querubines, y las Dominaciones en sus escuadrones, y las vírgenes, y todos los demás animales afines?

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El cosmonauta

sigue su pauta.

Sube sube sube

sube sube sube

sube sube sube

sube sube sube

sube.

Deja atrás la última nube. Rompe el último velo. El Cielo. ¿El Cielo?

Frío.

El vasto cielo frío. Hay en efecto un butacón, pero está vacío.