Ilíada XIII-XXIV

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Mientras Zeus, convencido de que nadie se atreverá a intervenir en Troya,

mira hacia otros lugares, Poseidón sale de las profundidades de su morada

y, bajo el aspecto de Calcante, anima a los aqueos, especialmente a los dos

Áyax: “-¡Áyax! Vosotros salvaréis a los aqueos si os acordáis de vuestro

valor y no de la fuga horrenda. “ XIII

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Siguen empujando los troyanos, pero chocan contra la falange

enardecida de los aqueos. Junto a Héctor, destaca Deífobo. Poseidón

alerta entonces a Idomeneo, caudillo cretense.

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Bajo su aliento, Idomeneo protagoniza una recuperación. Tampoco

Zeus desea la aniquilación griega, sólo quiere honrar a Aquiles.

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Deífobo, temiendo un duelo singular con Idomeneo, va a buscar a Eneas, que

se enfrenta al cretense. Pide éste auxilio a los suyos y Eneas hace lo propio. Se

recrudece el combate.

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Mientras Menelao hiere a Héleno y Paris ejercita su arco, Polidamante advierte

a Héctor que, en el ala contraria de la batalla, los troyanos están en inferioridad

y necesitan ayuda.

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Corre Héctor en ayuda de los suyos y reprende a Paris, que le informa de

la muerte de algunos héroes principales y le demuestra su disposición

para la batalla.

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Áyax se opone al enardecido Héctor diciéndole que día vendrá en que suplicará

que sus caballos sean más veloces que el viento. Héctor le responde: «este día

será funesto para todos los argivos. Tú también serás muerto entre ellos si

tienes la osadía de aguardar mi larga pica».

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Néstor, al ver que los troyanos son superiores a los aqueos, se

entrevista con Agamenón, que, al saberse abandonado de Zeus,

propone regresar a la patria, si los enemigos no decaen. Le reprende

Ulises y Diomedes propone combatir, a pesar de estar todos heridos.

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Poseidón, disfrazado, acaba de convencerlo diciéndole que los dioses

no están del todo irritados con él. A continuación grita con tantísimo

coraje, que los aqueos sienten retumbar en el pecho nuevos deseos de

combatir

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Hera se alegra de ver actuar a su hermano y piensa que lo mejor “sería

ataviarse bien y encaminarse al Ida, por si Zeus, abrasándose en amor,

quería dormir a su lado y ella lograba derramar dulce y placentero

sueño sobre los párpados y el prudente espíritu del dios.” Consigue

engañar a Afrodita para que la dote de un encanto irresistible.

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Convence a Hipnos de que

adormezca a Zeus, a cambio

del matrimonio con Pasitea,

la más joven de las Gracias.

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La consecuencia es que el altitonante Zeus cae en las redes de su esposa: “Jamás la

pasión por una diosa o por una mujer se difundió por mi pecho, ni me avasalló

como ahora”

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Vuelven entonces los aqueos al combate, impulsados por Poseidón, y en el

transcurso de la batalla Héctor cae herido por una enorme piedra arrojada por

Áyax. Se interponen Eneas, Sarpedón, Polidamante y Glauco, mientras otros lo

llevan al río Janto a reanimarlo. En ausencia del héroe, atacan los aqueos con

mayor ímpetu.

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Y en eso despierta Zeus y, al ver a los aqueos victoriosos, se irrita

enormemente con Hera y la amenaza . La diosa niega haberle

dormido intencionadamente y, para congraciarse, acepta ir en busca

de Apolo para que ayude a los troyanos. XV

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Ares está a punto de intervenir en la batalla para vengar a su hijo

Ascálafo, pero Atenea lo detiene y le recuerda las órdenes de Zeus.

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Iris se encarga de recordárselas a Poseidón: «Yo saqué a la suerte -

protesta el dios del mar- habitar constantemente en el espumoso mar,

tocáronle a Hades las tinieblas sombrías, correspondió a Zeus el

anchuroso cielo en medio del éter y las nubes; pero la tierra y el alto

Olimpo son de todos. Por tanto, no procederé según decida Zeus». Pero

finalmente reflexiona y acata los mandatos.

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Apolo, a su vez, asiste, al maltrecho Héctor: «ordena a tus muchos caudillos

que guíen los veloces caballos hacia las cóncavas naves; y yo, marchando a su

frente, allanaré el camino a los corceles y pondré en fuga a los héroes aqueos».

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Los troyanos despojaban de las armas a los muertos, mientras que los

aqueos huían por todas partes y penetraban en el muro, constreñidos por

la necesidad. Y Héctor exhortaba a los troyanos, diciendo a voz en grito:

“Arrojaos a las naves y dejad los cruentos despojos. Al que yo encuentre

lejos de los bajeles, a11í mismo le daré muerte, y luego sus hermanos y

hermanas no le entregarán a las llamas, sino que lo despedazarán los

perros fuera de la ciudad.”

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Como las olas del vasto mar salvan el costado de una nave y caen sobre

ella, cuando el viento arrecia y las levanta a gran altura, así los troyanos

pasaron el muro, e, introduciendo los carros, peleaban junto a las popas

con lanzas de doble filo.

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Como un león enfurecido atacaba Héctor las naves. Sólo Áyax Telamonio era

capaz ya de impedir con sus últimas fuerzas que las quemaran.

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Interviene, por fin, Patroclo: “Aquiles, eres implacable. Jamás se apodere

de mí un rencor como el que guardas! ¡Despiadado! Si te abstienes de

combatir, envíame a mí con los demás mirmidones y permite que cubra mis

hombros con tu armadura para que los troyanos me confundan contigo y

los aqueos se reanimen.”

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No es posible guardar siempre la ira en el corazón, responde Aquiles. Cubre

tus hombros con mi magnífica armadura, ponte al frente de los belicosos

mirmidones y llévalos a la pelea; Patroclo, échate impetuosamente sobre ellos

y aparta de las naves esa peste. Retrocede, sin embargo, tan pronto como hayas

hecho brillar la luz de la salvación en las naves, y deja que se siga peleando en

la llanura.

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Y en cuanto los troyanos prenden fuego a la nave que Áyax defendía, Aquiles

ordena a Patroclo vestir sus armas, mientras él mismo reúne a los demás

mirmidones.

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-¡Mirmidones! A la vista tenéis la gran empresa del combate que tanto habéis

deseado Aquiles ruega a Zeus que los suyos aparten a los troyanos de las naves

y que Patroclo regrese a salvo. Pero Zeus sólo acepta una petición.

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Los mirmidones, siguiendo a Patroclo, atacan como avispas enojadas:

“-¡Mirmidones compañeros del Pelida Aquiles! Sed hombres, amigos, y

mostrad vuestro impetuoso valor. Conozca el poderoso Atrida Agamenón

la falta que cometió no honrando al mejor de los aqueos.”

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Huyen los troyanos despavoridos. Sarpedón, sin embargo, intenta alentarlos

enfrentándose a Patroclo. Zeus nada puede hacer para salvarlo. El hijo de Zeus

yerra su tiro, Patroclo no.

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Antes de morir, Sarpedón pide a Glauco que impida a los aqueos llevarse su

cadáver. Glauco ruega a Apolo que cure las heridas de su brazo para poder

cumplir la voluntad del héroe. Pronto Glauco incita a los principales guerreros

troyanos a combatir.

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La batalla por el cuerpo de Sarpedón es violenta: Héctor parte en dos la

cabeza de un adversario con una roca. Patroclo se arroja sobre la primera

línea troyana. Finalmente interviene Apolo, por orden de Zeus.

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Y Apolo, después de entregar Sarpedón a Hypnos y Thánatos,

contiene a Patroclo y alienta a Héctor.

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Luego, cuando el aqueo estaba en pleno furor de combate, el dios le golpea

en la espalda, le hace caer el casco, le rompe la pica, le desata la coraza…

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Y cuando el mirmidón se detiene atónito, Euforbo le clava en la espalda

su lanza. Aún así, el héroe no sucumbe. Pero es divisado por Héctor,(…)

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(…) que lo remata con su

pica, a la vez que se jacta.

Patroclo le recuerda que

muere por causa de Apolo

y de Euforbo. Héctor sólo

es su tercer ejecutor. Y

antes de morir, le predice

su futuro inmediato: “la

muerte y la parca cruel se

te acercan, y sucumbirás a

manos del eximio Aquiles

Eácida”.

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Apenas acabó de hablar, la muerte le

cubrió con su manto: el alma voló de

los miembros y descendió al Hades,

llorando su suerte porque dejaba un

cuerpo vigoroso y joven.

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XVII

Menelao acude inmediatamente a

proteger el cadáver de Patroclo.

Euforbo lo reclama y le amenaza con

matarlo si no se retira. Pero Menelao,

que no está dispuesto a ceder, lo

acribilla . Héctor aprovecha las dudas

del atrida y, si bien cede ante la

presencia de Áyax, consigue llevarse

las armas de Patroclo.

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Al ver Zeus desde lo alto que Héctor viste las

armas que pertenecieran a Aquiles, lamenta la

muerte que acecha al troyano, si bien le

concede aún una victoria.

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Acude Áyax para defender con

Menelao el cadáver de Patroclo.

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Y los troyanos ya se retiraban a Ilión cuando

Apolo animó a Eneas a intervenir en la lid.

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Finalmente Atenea socorre a Menelao, que consigue llevarse momentáneamente

el cadáver de Patroclo, mientras los dos Áyax contienen a los troyanos.

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Antíloco es, entre tanto, el encargado de dar la noticia a Aquiles: «Ay de mí,

hijo del aguerrido Peleo! Patroclo yace en el suelo, y troyanos y aqueos

combaten en torno del cadáver desnudo, pues Héctor, el de tremolante casco,

tiene la armadura».

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El héroe cogió ceniza con ambas manos, derramóla sobre su cabeza, afeó el

gracioso rostro y la negra ceniza manchó la divina túnica; después se tendió en

el polvo, ocupando un gran espacio, y con las manos se arrancaba los cabellos.

Emitió Aquiles un grito horrendo.

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Acude Tetis a consolar a su hijo. Maldice Aquiles la discordia y comunica a su

madre que, aunque le cueste a él mismo la muerte, ha de matar a Héctor para

vengar la muerte de Patroclo. Le pide su madre que espere a que le traiga una

nueva armadura construida por el mismísimo Hefesto.

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Mientras espera las armas, Iris transmite a Aquiles un mensaje de Hera: los

troyanos están a punto de arrebatar el cadáver de Patroclo a los extenuados

aqueos.

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Por tres veces irrumpe

Aquiles gritando con

furia terrible. Los

troyanos retroceden

confundidos, en tanto

que los aqueos

consiguen recuperar el

cadáver de Patroclo.

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Al anochecer , el troyano Polidamante propone en asamblea refugiarse en

Troya. Héctor se niega y, con la ayuda de Atenea, convence a los demás para

acampar y atacar de nuevo por la mañana.

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En el campamento aqueo , todos lloran la muerte de Patroclo. Aquiles jura

matar a Héctor ante su cadáver .

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Hefesto fabrica nuevas

armas para Aquiles, a

petición de Tetis: «Cinco

capas tenía el escudo, y

en la superior grabó el

dios muchas artísticas

figuras, con sabia

inteligencia».

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Vestido con la armadura que le había fabricado Hefesto, Aquiles recrudece su ira y

convoca a los aqueos dando grandes voces, mientras su madre Tetis rocía el cadáver

de Patroclo con ambrosía y néctar para que no se pudra,

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Anuncia Aquiles su intención de reanudar el combate. Los

aqueos se alegran enormemente de su reconciliación con el

atrida Agamenón.

El ansia del héroe por luchar es tanta que incluso quiere

partir en ayunas, pero Odiseo le intenta convencer de que

coma, acepte los ricos presentes de Agamenón y combata

después.

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Aquiles espera, pero no comerá hasta haber vengado la muerte de

su compañero. Cuando parte al campo de batalla, su caballo Janto,

inspirado por Hera, le predice una muerte próxima.

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Zeus, en asamblea extraordinaria, declara que se mantendrá imparcial. Los

demás pueden favorecer a quien deseen, puesto que nadie podrá calmar la

cólera de Aquiles. Los dioses se disponen a combatir. XX

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Pero, efectivamente, no era necesaria la intervención de ningún dios.

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Eneas, inspirado por Apolo, intenta detenerlo.

Aquiles le advierte de que no tiene nada que ganar

en caso de victoria, pues el reino será de un hijo de

Príamo, y sí mucho que perder.

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Eneas lanza primero, pero el escudo fabricado con Hefesto detiene el proyectil.

Aquiles atraviesa el de Eneas y lo habría matado, a no ser porque Poseidón lo

libra, conocedor de que Zeus le ha reservado ser el salvador del linaje troyano.

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Al disiparse la niebla de sus

ojos, Aquiles reconoce que

Eneas es un elegido de los

dioses. Prosigue matando a

cuanto troyano se le cruza,

mientras que Héctor se

mantiene alejado, por orden

de Apolo.

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Furioso porque no consigue alcanzar con sus lanzas a Héctor, Aquiles siembra

de cadáveres el río Escamandro y no atiende a las súplicas de ningún troyano,

ni siquiera a las de un dios, el propio río.

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Lucha entonces Escamandro contra el héroe, lanzándole olas y torbellinos.

Aquiles está agotado, pero le asisten Atenea y Poseidón, que le incitan a

proseguir y a encerrar en Ilión a todos los troyanos.

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Ataca el río con furia, pero finalmente Hera ordena a su hijo Hefesto que

intervenga. El río no quiere enfrentarse al dios, que con su fuego está decidido

a secar el cauce.

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Combaten incluso los dioses. Atenea hiera a Ares y también a Afrodita, cuando

ésta acude a socorrerlo. Poseidón hiere a Ártemis.

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Y los griegos hubiesen entrado en Ilión, si Apolo no hubiese inspirado a

Agenor, que acertó con su lanza a Aquiles. Éste persigue luego a Apolo,

que había adoptado la forma del troyano, y mientras aparta al pelida del

campo de batalla, los de Héctor se refugian tras los muros.

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Aquiles, después de descubrir el engaño del dios y de maldecirlo, corre

de nuevo hacia las puertas de Ilión. El anciano Príamo, al verlo llegar, se

lamenta.

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Y suplica a su hijo Héctor que no se enfrente él solo con Aquiles, que

entre en la ciudad, para proteger en el interior a troyanos y troyanas.

También Hécuba le ruega entrar, porque si muere en el campo de batalla,

Aquiles entregará su cadáver a perros y aves.

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Pero Héctor se siente responsable del desastre que ha sufrido su ejército,

pues él mismo había ordenado pernoctar en el campo de batalla. Así que

desecha cualquier otra opción que el enfrentamiento personal con

Aquiles.

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Y cuando Aquiles lo divisa, vuela enardecido cual gavilán, en tanto que

Héctor huye como una tímida paloma en torno de la muralla de Troya.

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Tras la cuarta vuelta, Zeus coge la balanza de oro y ve que el destino

condena a Héctor, cuyo peso desciende hasta el Hades.

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Apolo le retira entonces su ayuda, mientras

que Atenea lo engaña adoptando la figura de

su hermano Deífobo e infundiéndole coraje.

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Héctor encara, pues, a Aquiles y le propone que, sea quien sea el

vencedor, permita a los suyos honrar el cadáver. Aquiles rechaza la

propuesta, sabedor, por Atenea, de que le espera la victoria.

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Dispara Aquiles y yerra el tiro, pero Atenea le devuelve la lanza.

También arroja Héctor su dardo y acierta en el escudo de Aquiles,

aunque no logra atravesarlo.

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Y al intentar hablar con

Deífobo, ve que éste ha

desaparecido y comprende

que Atenea lo ha engañado.

Desenvaina entonces la

espada y corre hacia el

pelida.

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Aquiles conoce perfectamente la coraza que lleva Héctor, porque es la

que él mismo le había dejado a Patroclo. El único punto descubierto es

el cuello: ahí le clava la pica.

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En su agonía, Héctor

presagia a Aquiles la

muerte a manos de Paris.

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Aquiles despoja el cadáver, le horada los tendones de detrás de ambos

pies desde el tobillo hasta el talón, le introduce correas de piel de buey,

y lo ata al carro. Luego sube y pica a los caballos para que arranquen y

vuelen gozosos.

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La madre, al verlo, se arranca los cabellos y, arrojando de sí el blanco velo,

prorrumpe en desgarrador llanto. El padre suspira amargamente, mientras que

a su alrededor el pueblo gime y se lamenta.

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Andrómaca lamenta su suerte y el destino

que le espera a su hijo huérfano.

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Mientras tanto, Aquiles recibe en sueños la visita de Patroclo, cuya sombra le

recuerda cómo se criaron juntos en casa de Peleo: Patroclo había matado por ira

en un trance de juego al hijo de Anfidamante y había sido acogido como

escudero de Aquiles. Le dice asimismo cómo debe enterrarlo.

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Al día siguiente, Aquiles prepara una pira magnífica para su escudero, en la que

quema también los cuerpos de doce hijos de troyanos ilustres, aunque no el de

Héctor, que se propone entregar a los perros.

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A continuación celebra unos juegos con magníficos premios para los cinco

primeros jinetes. Vence Diomedes con su velocísimo carro dorado.

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En el pugilato, Epeo vence a Euríalo y en la lucha, Aquiles declara

un empate entre Áyax y Ulises.

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En la carrera de velocidad, Ulises se impone a Áyax Oileo con ayuda de

Atenea, que da más ligereza a aquél y hace resbalar a éste con el estiércol de los

bueyes.

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Aquiles suspende el

combate armado entre

Áyax y Diomedes, si bien

da el primer premio a éste.

El telamonio gana después

el lanzamiento de peso.

Meriones es vencedor en

arco. Agamenón recibe el

premio de la jabalina por

reconocimiento expreso,

sin que llegue a lanzar.

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Aquiles, al aparecer la aurora, arrastra el cadáver de Héctor hasta dar tres

vueltas alrededor del túmulo de Patroclo. Mas Apolo impide que se

lastime y finalmente los dioses se compadecen.

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Los dioses se apiadan finalmente de Héctor y Zeus

encarga a Tetis que convenza a su hijo para que acepte

un rescate y devuelva el cadáver.

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A su vez ordena a Príamo, por medio de Iris, que vaya con

magníficos presentes a la tienda de Aquiles para rescatar el

cuerpo de Héctor. Le acompañará sólo un heraldo y Hermes

los protegerá.

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Entra Príamo y, echándose a los pies de Aquiles, le dirige la súplica más

conmovedora : “Respeta a los dioses, oh Aquiles y compadécete de mí

recordando a tu padre... Me he atrevido a lo que nadie hizo en la tierra:

a llevarme a los labios la mano de aquel que ha matado a mis hijos”

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Aquiles entrega finalmente el cadáver y los dos

ancianos lo conducen sin demora a Troya.

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Se Celebran con toda solemnidad las honras fúnebres de

Héctor, que era el principal sostén de Troya.

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