Inah correo culturas 83

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Mural de la iglesia de San Juan Bautista en el río Jordán que muestra el nacimiento de Jesucrist de las Culturas del Mundo CORREO Vol. IX, número 83, 15 de abril de 2011 Centro de Estudios sobre la Diversidad Cultural En este número: • Imperio Otomano, lecciones sobre Libia • Entrevista con Kamila Shamsie • El Tratado de Tordesillas • Recuperan objetos del ajuar funerario de Tutankamón • Celebra el judaísmo la fiesta de los panes ázimos Estambul

Transcript of Inah correo culturas 83

Mural de la iglesia de San Juan Bautista en el río Jordán que muestra el nacimiento de Jesucrist

d e l a s C u l t u r a s d e l M u n d o

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Vol. IX, número 83, 15 de abril de 2011 Centro de Estudios sobre la Diversidad Cultural

En este número:

• Imperio Otomano, lecciones sobre Libia

• Entrevista con Kamila Shamsie

• El Tratado de Tordesillas

• Recuperan objetos del ajuar funerario de Tutankamón

• Celebra el judaísmo la fiesta de los panes ázimos

Estambul

Correo de las Culturas del Mundo

DirectorLeonel Durán Solís

Editor en jefeMariano Flores Castro

Consejo editorialLourdes Arizpe

Luis BarjauRaffaela Cedraschi

José FierrosMariano Flores Castro

Alejandra Gómez ColoradoLinda Manzanilla

Carlos Montemayor †Salomón NahmadGerardo P. Taber

Benjamín Preciado (Colmex)Juan José Ramírez Bonilla (Colmex)

Silvia SeligsonRodolfo Stavenhagen (Colmex)

“Levantemos la mirada fuera de las fronteras de México para captar y analizar los nuevos desafíos que enfrentamos en la era de la globalización”.

Lourdes Arizpe

“ […] el pluralismo cultural constituye la respuesta política al hecho de la diversidad cultural. Inseparable de un contexto democrático, el pluralismo cultural es propicio a los intercambios culturales y al desarrollo de las capacidades creadoras que alimentan la vida pública.”

“La defensa de la diversidad cultural es un imperativo ético, inseparable del respeto de la dignidad de la persona humana.”

Declaración Universal sobre la Diversidad Cultural

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Imperio Otomano, lecciones sobre Libiapor Robert Fisk

Entre la furia del despertar árabe –para no mencionar nuestra propia crisis

en torno a Libia, que se profundiza–, la vieja Constantinopla es una tónica,

un recordatorio entre alminares y agua, palacios, museos, librerías, un viejo

parlamento y un millar de pescaderías, que ésta fue en verdad la única capital

unida que los árabes tuvieron jamás. Los sultanes llamaban a Beirut la joya de

la corona de los otomanos, pero dos días de caminar las calles de la moderna

Estambul –con decenas de miles de pasajeros abarrotando los viejos tranvías

en la calle Independencia– me hicieron entender por primera vez lo minúsculo

que era Líbano en el gran mapa otomano.

Tampoco se puede escapar de los otomanos. Allá en Taksim están las

grandiosas embajadas antiguas británica y estadunidense; debajo de ellas, los

grandes bancos de las potencias que se beneficiaron de las “capitulaciones”,

y el hotel Gran Bretaña con sus extravagantes candelabros, que fue efímero

hogar de Ataturk y Hemingway. De pronto me saca del ensueño una fotografía

de 1917, de dos soldados turcos otomanos. Están en el desierto –¿Palestina,

Siria, Arabia?– literalmente en harapos, con gorros como costales sobre

las caras atormentadas y los pantalones colgando hechos jirones sobre las

piernas. Resulta extraño ver uno de los primeros

aviones de hélice detrás de ellos. ¿Serían ésos los

adolescentes contra los que luchó Lawrence en

la revuelta árabe, precursora del tifón que ahora

engloba todo Medio Oriente?

En una librería cerca de la parada del tranvía

en Istiklal compré la Vida de Atarturk escrita por el

británico Andrew Mango hace más de diez años,

Historia

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Cultura ibérica. Finales S. III, inicios S. II a.C.

pero que conserva la frescura de la investigación original sobre el fundador de

la Turquía moderna. Sí, contiene las acostumbradas ambigüedades sobre las

masacres de armenios (“tema de acalorados debates”, claro), pero también

un recuento extraordinario de los principios de la carrera militar de Mustafá

Kemal, que cruzó furtivamente Alejandría para combatir al lado de los

rebeldes árabes contra Italia nada menos que en Libia. Y allí están los nombres

familiares: Tobruk, Bengasi, Zawiya.

Enver Pachá, figura mucho más oscura en la historia turca –nada más

pregunten a los armenios–, fue el comandante otomano en Cirenaica que

puso sitio a las fuerzas italianas en Bengasi y se dedicó a unir a las tribus

de los Senussi (sí, los mismos Senussi que esperan que ganemos su guerra

contra Kadafi) contra los italianos. Los Senussi, por cierto, fueron fundados

por un argelino llamado Muhammad Ibn Alí al-Senussi, quien se estableció en

Cirenaica en 1843. La historia de la tribu, que llega hasta el rey Idris (derrocado

por un tal coronel Kadafi en 1969), es descrita con agudeza cuando Mango

señala que “la solidaridad musulmana (en la guerra) era efectiva cuando se

complementaba con el interés propio y el instinto de autodefensa”.

Hay otros párrafos que podrían ser leídos por los David Cameron

de este mundo. En una línea espléndida Mango explica que “había que

mostrar a los árabes que el Estado otomano regenerado era capaz de

defenderlos”, en tanto el propio Mustafá Kemal dice de la campaña en

Libia: “en ese tiempo, me di cuenta de que era inútil”. Ciento ochenta

otomanos y 8 mil árabes pudieron rodear a 15 mil italianos, pero “los

guerreros tribales árabes iban y venían según los movía el espíritu”. La

principal preocupación de los jeques, según descubrió Mustafá Kemal, era

ganar tanto dinero como fuera posible, y mientras más durara la guerra,

más dinero se podían meter a la bolsa.

En algún momento Enver Pachá envió a un amigo del futuro Ataturk a

un oasis de los Senussi (Calo). Más tarde el amigo escribió: “En ese bendito

lugar no se permite salir ni a las niñas de tres años. Las mujeres viven y mueren

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donde nacieron. Tal es la costumbre local. Aunque en los campamentos

militares hay hombres y mujeres, no hemos podido ver el rostro de una

mujer en los tres meses pasados, pues todas están ocultas por pesados velos.

Vivimos como ascetas… Si salimos de aquí, nuestra próxima parada será sin

duda el paraíso”.

La historia da vuelcos extraños. El imperio otomano se alió con

Alemania tres años después –Ataturk se distinguió en Galípoli– y acabaría

derrumbándose cuando Alemania perdió la guerra. Y, sin embargo, ahora los

nietos y tataranietos de aquellos mismos turcos son vilipendiados en Alemania

por tener demasiados hijos, hablar poco alemán y sobrevivir con el seguro del

desempleo. Y el año pasado, la canciller Merkel afirmó que los esfuerzos por

construir una “sociedad multicultural” han fallado en Alemania, aseveración

apoyada por David Cameron, quien sabe tanto de migrantes turcos como de

historia libia.

Porque, en realidad, ésa es

una historia falsa. Alemania

nunca emprendió un expe-

rimento altruista de “mul-

ticulturalismo”. Los turcos

fueron allá a hacer los tra-

bajos que los alemanes no

querían. Los Gastarbeiter

fueron animados a ir a

Alemania a ofrecer mano de

obra barata, más que como

invitados de algún extraor-

dinario programa social de

mejoramiento intercultural,

del mismo modo en que los

primeros negros británicos

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Cultura ibérica. Finales S. III, inicios S. II a.C.

llegaron luego de la Segunda Guerra Mundial para ayudar a reconstruir Gran

Bretaña… no porque quisiéramos darles mejores hogares.

Ataturk, desde luego, quería que los turcos fueran europeos tanto como

Merkel y Cameron preferirían que todos los turcos se regresaran al imperio

otomano. Pero tal vez nuestros amos en Europa (Sarkozy tanto como Cameron)

harían bien en hojear una biografía de Ataturk en aquellos emocionantes días.

La guerra de los Balcanes obligó a los otomanos a abandonar Cirenaica y

aceptar la anexión italiana de Libia.

Enver Pachá se negó a aceptar ese hecho de la historia. Sostuvo que

era “peligroso” decir a los miembros de tribus árabes que la paz se había

“concluido”. Así pues, entregó a los Senussis a la sombría merced de los

italianos, cuyo régimen fascista posterior a la Primera Guerra los asolaría

durante dos décadas. Los paralelismos no son exactos, por supuesto. Pero

sería interesante saber –si Kadafi se sostiene como lapa en Libia– cómo vamos

a decirles a nuestros fieles “rebeldes” de Bengasi que la OTAN se ha quedado

sin fuelle y prefiere la paz que más guerra.

Fuente: © The Independent/La Jornada. Traducción: Jorge Anaya

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La frágil figura de una japonesa superviviente de la bomba atómica de Nagasaki

(1945) entrelaza la historia de dos familias a lo largo de seis décadas, en un

recorrido desde el epílogo de la Segunda Guerra Mundial hasta la India en vísperas

de la partición, el pulso nuclear con el nuevo Estado de Pakistán y la guerra contra

el terror que desencadenaron los ataques terroristas del 11-S. Más allá

de la mera narración épica de pasiones y pérdidas, lealtades y traiciones,

la escritora paquistaní Kamila Shamsie (Karachi, 1973) torna su novela

Sombras quemadas (Salamandra y Edicions 62) en una reflexión sobre

la identidad individual y el coste humano de las acciones emprendidas

por gobiernos legítimos en nombre de la exclusiva defensa de la propia

nación. Si la principal protagonista, Hiroko, es una mujer nipona con la huella

de la radiación grabada en su cuerpo de forma perenne, el relato acabará

conduciéndonos hasta la incomunicación de un reo sin nombre en una celda de

Guantánamo.

“No se trata de una conexión entre Nagasaki y el 11-S, sino entre las dos

ciudades después del drama.”

Integrante de un emergente grupo de jóvenes autores paquistaníes que escriben en

lengua inglesa, Shamsie ha recabado un ramillete de premios de las letras en el Reino

Unido y Pakistán desde su estreno literario con In The City by the Sea (1998).

Tanto esta obra como las tres que le sucedieron (Salt and Saffron, Kartography y

Broken Verses) se circunscriben al conocido universo de su tierra natal, diseccionando

las tensiones políticas, étnicas, sociales y en torno al enfoque de la religión musulmana.

“No imagino un día en el que no me sintiera paquistaní”, se autodefine esta

Con Kamila Shamsie

Entrevista

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Cultura ibérica. Finales S. III, inicios S. II a.C.

mujer cosmopolita,miembro de una familia de editores y literatos, nacida y criada

en Karachi antes de estudiar en Estados Unidos, vivir en Nueva York y finalmente

recalar en Londres, su residencia de los últimos cuatro años. Con Sombras quemadas,

finalista del Premio Orange en la categoría de ficción, Kamila Shamsie se atreve por

primera vez a extender las alas geográficas de su imaginación literaria, aunque la

cuestión paquistaní siga impregnando todas las costuras del libro.

PREGUNTA. ¿Qué le condujo a sumergirse en territorio desconocido y a elegir como

protagonista a una japonesa?

RESPUESTA. Mi idea original era escribir sobre la amenaza de confrontación nuclear

entre Pakistán y la India, y que mi personaje fuera paquistaní, aunque con una abuela

japonesa que le permitiera conocer a nivel personal lo que la bomba puede hacer.

Porque en mi país solo se habla de esa bomba como arma estratégica y nunca sobre

sus efectos. En los días previos a un ensayo nuclear de Pakistán en los noventa, un

grupo de japoneses supervivientes de la bomba atómica vinieron al país para suplicar

al Gobierno que no lo llevara a cabo. Fue una historia pequeña en los medios de

comunicación, pero para mí la idea de Japón seguía allí, inamovible, y finalmente me

decidí a encararla en el libro. Además, siempre he escrito sobre ámbitos que conozco

íntimamente y era tiempo de cambiar: no quiero ser vista como una autora que

siempre escribe el mismo libro.

P. La amenaza nuclear aparece de forma recurrente en el libro a través de esa espalda

de Hiroko, que lleva grabadas unas quemaduras en forma de pájaro de resultas de la

explosión atómica. ¿De dónde surge esa imagen?

R. Todo el libro proviene de esa primera imagen, inspirada en la descripción que John

Hersey hace en el libro Hiroshima (1946) de cómo la radiación imprimió los dibujos

de los kimonos en la piel de las japonesas. De ahí nació mi personaje.

P. La historia arranca en el Nagasaki de 1945 y concluye en la era posterior al 11-S

¿Qué nexo establece entre esos dos paisajes de destrucción? R. ElNagasaki de antes

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de la guerra era la única ciudad japonesa en contacto con Europa, cosmopolita, con

una decena de diarios en lengua inglesa, matrimonios mixtos, un club internacional...

Cuando estalló el conflicto, todos los extranjeros la abandonaron, pero los hijos de

parejas mixtas que se quedaron pasaron a convertirse en sospechosos.

Eso me llevó a pensar en el Nueva York posterior al 11 de septiembre, donde muchos

taxistas son paquistaníes y me explicaron los cambios de actitud de la gente antes y

después de los atentados. Estas personas, a menudo en situación precaria, se sienten

rechazadas y han vivido con el temor de ser detenidas o deportadas. No se trata de

una conexión entreNagasaki y el 11-S, sino entre las dos ciudades después del drama.

P. La historia, la política, los intereses estratégicos de las potencias, acaban colocando

a las dos familias protagonistas de su relato —una del Este, la otra occidental— en

posiciones antagónicas. ¿No sería ese el retrato de la supuesta guerra de civilizaciones?

R. No puedo creer en la guerra de civilizaciones cuandomi propia vida lo contradice,

como mujer nacida y criada en Pakistán, con una abuela alemana, que ha vivido en

Nueva York y ahora en Londres. Sobre todo a lo largo de la última década, musulmanes

y occidentales (aunque en realidad muchos musulmanes son occidentales) empiezan

a considerarse incompatibles, incluso enemigos. Pero el islam y la democracia no

son incompatibles, mire si no lo que está ocurriendo en Egipto o en Libia...

P. ¿Le preocupa la imagen que se proyecta de su propio país, los temores a una

talibanización de Pakistán, la llamada guerra contra el terrorismo en sus propias

fronteras? ¿Puede la literatura modificar esa percepción unidimensional?

R. La proyección de Pakistán en los medios solía reducirse a la confrontación con India y

ahora a la guerra de Afganistán... aparte de las noticias sobre el cricket, por supuesto.

Pakistán tiene músicos, artistas y escritores, no sólo produce terroristas. Los autores

paquistaníes no podemos cambiar el mundo, pero sí retratar la vida real y a gente real.

P. Usted misma ha expresado en sus columnas del diario The Guardian el temor a

un constreñimiento de los sectores liberales de la sociedad paquistaní, a raíz del

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Cultura ibérica. Finales S. III, inicios S. II a.C.

asesinato en enero de un político contrario a las leyes que penan la blasfemia (Salman

Taseer, gobernador de la provincia del Punjab) ¿Supone ese contexto una amenaza

para los autores y creadores de Pakistán?

R. Estuve en Karachi hace dos semanas y la gente estaba más deprimida que nunca

porque el autor de aquel asesinato había recibido el trato de héroe cuando fue

llevado ante los tribunales. Pero me quedo con la idea formulada por Doris Lessing

de que a lo largo de su vida había visto a Hitler, a Stalin, el régimen del apartheid...

y sin embargo todo aquello ya ha desaparecido. En Pakistán tuvimos el equivalente a

la actual revuelta en Oriente Próximo hace tres años, cuando la presión de los jueces

y de los medios forzó la caída de Pervez Musharraf. Ahora tenemos un gobierno

electo, aunque incompetente y corrupto. En cuanto a las tensiones religiosas,me

pregunto si pueden conducir a las nuevas generaciones de escritores paquistaníes

a no tocar según qué temas, porque el subconsciente está alerta de las amenazas

y puede conducirte a la autocensura. Pero no conozco la respuesta. Yo no tengo

ese dilema, vivo en Londres y escribo en inglés, por lo que sólo llego a un pequeño

porcentaje de los lectores de Pakistán, aunque es muy poderoso e influyente.

P. La protagonista de su libro se integra sin dificultad en el entono de cada país en

el que vive, pero al tiempo reniega de algo “tan insustancial y dañino como una

nación”. ¿Comparte esa opinión de su criatura literaria?

R. Admiro a Hiroko, pero no comparto esa sentencia porque Pakistán me importa

demasiado, inspira mis sentimientos más profundos, la crítica y el cariño. Siempre

que regreso a Karachi siento “esta es mi historia”. Aunque mi noción de patriotismo

no encaja con esa idea tan poderosa de la nación que te lleva a estar dispuesta a

matar y morir por ella. Hiroko es como me gustaría que fuéramos todos: se adapta a

las costumbres, aprende lenguas, pero no lo hace pensando en el concepto de nación

sino de comunidad.

Fuente: Babelia/El País

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El Programa Memoria del Mundo de la UNESCO se creó

en el año 1997 para preservar el patrimonio documental,

auténtica memoria del mundo y espejo de la diversidad

de lenguas, pueblos y culturas de nuestro planeta. La

creación del programa obedeció a la constatación de la

suma fragilidad de esa memoria y al hecho de que día tras

día desaparecen elementos importantes del patrimonio

documental que la componen.

El Tratado de Tordesillas de 7 de junio de 1494 lo constituyen

las capitulaciones entre los Reyes Católicos y el Rey Juan II

de Portugal por las que se establece una nueva línea de

demarcación entre ambas coronas, a trazar de polo a polo,

a 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde. La firma del Tratado se llevó a cabo

tras difíciles negociaciones diplomáticas entre embajadores y procuradores de ambos

reinos. Esta modificación de la línea de demarcación dividiendo el mundo entre

España y Portugal supuso el comienzo de la historia de Brasil, ya que su extremo

oriental queda dentro de la zona portuguesa.

Al ser un Tratado bilateral, existen dos originales, en versión castellana se conserva

en el Arquivo Nacional da Torre do Tombo ( Lisboa) y en versión portuguesa en el

Archivo General de Indias (Sevilla).

La inclusión del Tratado de Tordesillas en el Registro de la Memoria del Mundo

supondrá promocionar y difundir este valioso documento, constatar su importancia

como memoria histórica y promover su conservación, así como sensibilizar al público

sobre su protección.

Fuente: UNESCO/agencias

El Tratado de Tordesillas

Historia

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Cultura ibérica. Finales S. III, inicios S. II a.C.

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Recuperan objetos del ajuar funerario de Tutankamón

En un lento y penoso goteo van apareciendo los

objetos robados del Museo Egipcio de El Cairo

durante el robo del pasado enero, en la confusión de

los primeros pasos de la revolución en Egipto. Ahora

han regresado a su hogar en el museo la estatuilla

dorada del faraón cazando con arpón desde un

bote, la trompeta de bronce y el elemento central

de abanico sustraídos. La estatuilla era uno de los

objetos emblemáticos del saqueo del Museo Egipcio.

Los asaltantes la rompieron y en el suelo de las salas del tesoro de Tutankamón,

como se pudo ver en imágenes captadas por la televisión, quedaron, entre cristales

de las vitrinas, la barca en que se apoyaba la figura y los pies de ésta. La estatuilla,

cercenada de su base por los ladrones para facilitar su transporte, presenta serios

desperfectos, le falta un trozo de corona y parte de las piernas. Los técnicos del

museo se emplearán a fondo para restaurarla.

La trompeta en cambio está en excelentes condiciones —aunque no se sabe si

alguien habrá aprovechado la ocasión para soplarla ; el instrumento no requiere

restauración y podrá volver a exhibirse enseguida, según el director del museo, Tarek

El-Awady. En cambio el trozo de abanico está hecho unos zorros: un lado se ha roto

en 11 piezas; además, parte del objeto sigue perdido.

Con las tres piezas de Tutankamón se ha recuperado uno de los ushebti —estatuilla

funeraria— del conjunto sepulcral de Yuya y Tuya, otra de las colecciones del museo

más perjudicadas por el asalto. La figurita se encuentra en buen estado y podrá

también volver a ser expuesta de inmediato.

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En una maleta, en el metro

Las cuatro piezas del antiguo Egipto aparecieron en una maleta hallada por casualidad

en el metro de El Cairo por el arqueólogo Salah Mohamed mientras se dirigía al

trabajo. Una más de las rocambolescas historias vinculadas a la recuperación de

objetos del asalto al Museo Egipcio. El pasado febrero, un profesor de la Universidad

Americana de El Cairo entregó la estatua robada de Akenatón con corona azul y

base de alabastro que su sobrino, dijo, había encontrado cerca de un contenedor de

basura en la plaza Tahir.

Zahi Hawass, ministro de Antigüedades, aprovechó en una conferencia de prensa

con motivo de la recuperación de los objetos para advertir a los que se llevaron

piezas del museo que todas están registradas y nunca conseguirán venderlas. Añadió

que los que devuelvan las piezas no serán castigados. “Sólo queremos recuperar las

antigüedades”, recalcó.

Fuente: El País

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Celebra el judaísmo la fiesta de los panes ázimos

Jerusalén.- Con pan ázimo y sin nada de levadura en sus alimentos durante siete días

(ocho fuera de Israel), los judíos celebran a partir de esta noche la fiesta del Pesaj, la

misma que Jesús conmemoró en la Ultima Cena con sus discípulos.

De gran trascendencia en la historia judía por el sentido tanto religioso como étnico

que conlleva, se trata de una de las fiestas más antiguas conocidas, y está descrita en

las escrituras sagradas en el libro del Éxodo.

“Ese libro narra como fuimos liberados por Dios del Faraón que nos tenía

esclavizados y la orden de celebrar este episodio para la eternidad y como si nosotros

mismos hubiéramos estado allí”, explicó a Notimex el rabino Yaacov Hamu.

Una de las claves de esta celebración es el “Relato” que se transmite de padres

a hijos, conocido como “Hagada” y en la que la familia va describiendo los hechos

descritos en la Biblia e interpretaciones a la voluntad divina de parte de líderes

espirituales posteriores.

“Lo más importante es comunicarle a los niños el mensaje de libertad que nos llega

desde aquella noche, para que nuestro pueblo siga existiendo”, agregó el rabino

sobre esa mezcla anormal que confiere al judaísmo un carácter dual y simultáneo

como pueblo y como religión.

“En otros pueblos se puede ser de cualquier religión, al nuestro se accede

únicamente por la religión. Si eres judío de religión, automáticamente perteneces al

pueblo judío”, puntualizó.

Esa dualidad se origina precisamente en los hechos que se conmemoran en el Pesaj,

la salida de un grupo de personas de la esclavitud guiados por Moisés para aceptar

el monoteísmo en el Monte Sinaí, episodio que también forma parte del cristianismo

y que fue ampliamente llevado a todas las artes.

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De hecho, la última cena que Jesús celebró con sus discípulos, antes de la

crucifixión, no es otra que la Pascua judía, la misma que comenzarán a conmemorar

millones de personas de esta confesión en Israel y en todo el mundo.

La única diferencia es que por razones logísticas relacionadas con la luna y los

transportes en tiempos antiguos, en Israel se celebra durante siete días y en el resto

del mundo durante ocho.

Reunidos en familia, los judíos transmitirán el histórico legado a sus hijos alrededor

de una gran mesa y antes de una copiosa cena en la que destacan como elementos

simbólicos la lechuga, el huevo, el “jaroset” (mezcla de frutos trillados amasados en

bolas ultracalóricas) y el vinagre.

“La mezcla de elementos dulces y amargos en la mesa no es más que el recuerdo

de la amargura de la esclavitud y la dulzura de la libertad”, declaró Hamú.

Conocida también como Fiesta de la Primavera, por la estación en la que se celebra,

y también como Fiesta de la Libertad por lo que representa para la gestación étnica

del pueblo judío, el Pesaj está claramente marcado por la “matzá”, una fina galleta

cuadrada de tamaño variable que es empleada durante la fiesta como pan.

La Biblia ordena a los judíos que para recordar el éxodo deberán comer panes

ázimos, porque así los hicieron sus padres durante siete días al salir de Egipto con

premura y no disponer de levadura, un producto que sale estos días de cualquier

vivienda judía y comercio.

La industria y la tecnología modernas han sabido suplir la ausencia de ese producto

con todo tipo de sustitutos, como la harina de manzana, para ofrecer alimentos

alternativos a los fabricados con levadura, pero hasta hace unas décadas la situación

era muy distinta.

“Ahora hay tortas, bizcochos y galletas casi tan buenos como los normales, pero

antes nos contentábamos con fruta y frutos secos, quizás algún dulce de coco al

horno, pero poco más”, recordó Mazal Dahan, una mujer octogenaria criada en

Marruecos y que emigró a Israel en la década de los años 50.

“Hasta hay pan sin levadura en las cafeterías y restaurantes”, destacó sobre unos

pequeños panecillos desinflados que comenzaron a aflorar hace unos pocos años

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y que, para los más conservadores, su mera semejanza con el pan supone ya una

violación de la ley más estricta.

Para hacerse una idea de hasta dónde llega la observancia de eliminar cualquier resto

de levadura o producto leudado, basta con ver la profunda limpieza que una buena

parte de los judíos hacen de sus casas en las semanas que precede a esta fiesta.

Esta mañana (del 18 de abril), en un ritual centenario, muchos de ellos quemaban

en las calles pequeños restos de pan y pronunciaban una plegaria para declarar

que cualquier miga que hayan podido perder de vista durante la limpieza queda

invalidada como producto leudado y por tanto quedarían eximidos del pecado.

Estadísticas muestran que entre un 60 y un 70 por ciento de la población judía de

Israel se abstiene de comer pan leudado en la Pascua, un período en el que cientos

de miles de personas salen de excursión por todo el país abarrotando carreteras y

lugares de esparcimiento.

Otros más progresistas y laicos, cifrados en más del medio millón entre una

población de 7.3 millones, prefieren este año celebrar el Pesaj en el sentido más

metafórico de la fiesta, y aprovecharla para hacer un masivo éxodo al extranjero que

les haga olvidar las dificultades que conlleva la fiesta.

http://www.milenio.com/node/697561

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INSTITUTO NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA

DIRECTOR GENERALALFONSO DE MARIA Y CAMPOS CASTELLÓ

SECRETARIO TÉCNICOMIGUEL ÁNGEL ECHEGARAY

SECRETARIO ADMINISTRATIVOEUGENIO REZA SOSA

COORDINADORA NACIONAL DE MUSEOS Y EXPOSICIONESLOURDES HERRASTI

DIRECTOR DEL MUSEO NACIONAL DE LAS CULTURASY DEL CORREO DE LAS CULTURAS DEL MUNDO

LEONEL DURÁN SOLÍS

EDITORMARIANO FLORES CASTRO

[email protected]

ÉSTA ES UNA PUBLICACIÓN DELCENTRO DE ESTUDIOS SOBRE LA DIVERSIDAD CULTURAL (CEDICULT)

DEL MUSEO NACIONAL DE LAS CULTURAS

©TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS POR LOS RESPECTIVOS AUTORES DE LOS ARTÍCULOS, NOTAS Y FOTOGRAFÍAS.

MÉXICO, D.F., 15 DE ABRIL DE 2011.

Directorio