Karlovich - Un Nuevo Diccionario de Quichua Santiagueño

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    Un nuevo diccionario del Quichua

    Santiagueño 

    Atila Karlovich F. 

    Pedro Jesús Vega y Rosa Mafalda Abdala (Grupo

    Sunisapis). El Quichua Santiagueño: Simi Taqe,

    Imapaskuna / Diccionario y otras cosas más.Tucumán: Ediciones Centro de Estudios Regionales.

    2005 

    Si bien en los últimos años las publicaciones referentes al quichua santiagueño se han

    multiplicado, sigue siendo notoria la falta de material tanto científico como didáctico para

    satisfacer la creciente demanda. En cuanto a la lexicografía tenemos nada más que el

    diccionario de Domingo Bravo, una obra de méritos incuestionables que está por cumplir sumedio siglo. Los años que corrieron no desmerecen la obra pero sí hacen necesario un trabajo

    que tenga en cuenta los avances que beneficiaron a la quechuística en los últimos 30 años. Porotra parte el vocabulario que incluye Jorge Alderetes en su libro sobre el quichua (y que puede

    bajarse gratuitamente de internet) es una herramienta muy útil que está a la altura de los

    últimos logros pero no tiene las pretensiones de ser un diccionario.

    Se entiende por lo tanto que cuando el Grupo Sunisapis de Tucumán anunció la aparición de

    un nuevo diccionario con enfoques novedosos, las expectativas por parte del público

    interesado eran mayores. Lo que ahora tenemos en la mano es un libro de casi 350 páginas

    atractivamente editado por la Fundación Centro de Estudios Regionales. Sin duda se trata de

    una obra a la cual las buenas intenciones le sobran. Que sin embargo – y lo decimos de

    entrada – no cumple con las expectativas puestas en ella.

    Hay que destacar el esfuerzo que debe haber significado para los autores desprenderse de la‘signografía’ de Domingo Bravo. Sin duda se trata de un paso importante y necesario que

    podría haber ido en la dirección correcta si no se hubieran dejado llevar por la poco feliz

    revisión del alfabeto de la Academia Mayor del Cuzco aprobada por el III Congreso Mundial

    realizado en Salta en octubre del 2004 (y de cuya redacción participaron los autores del

    diccionario, Pedro Jesús Vega y Rosa Mafalda Abdala). Así, este trascendental paso no fue

    dado con consecuencia y coherencia, sumándose ahora, a las dificultades que ya había, los

    problemas de las velares/postvelares africadas, el de las semiconsonantes y el de la ‘r ’/ ‘rr ’.

    Parece casi paradójico que los autores, aparentemente sin comprender que están optando por

    una escritura etimológica, recomiendan la restitución de /h/ inicial en la escritura (hamuy por

    amuy) para los temas que en el protoquechua comienzan con ‘h’ y que la han perdido en el

    dialecto santiagueño,. Este criterio que podría ser interesante y muy atendible pero queimplica instancias a evaluar cuidadosamente para asegurar la coherencia del trabajo, es

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    arrojado por la borda cuando los autores violentan la pauta silábica de la lengua (diferente a la

    del castellano) o cuando incluyen préstamos (a los que confunden con ‘neologismos’) mal

    refonologizados.

    Los problemas, eso sí, comienzan en la tapa y terminan en la contratapa. A saber: El títuloSimi Taqe (por ‘Diccionario’) es un neologismo que usa el Ministerio de Educación del Perú,

    bastante acertado para el dialecto cuzqueño-boliviano que, sin embargo, en santiagueño no

    significa nada (y en todo el libro tampoco se lo explica). Taqe en cuzqueño-boliviano es

    ‘granero’, ‘depósito’ (de palabras en este caso), concepto que en el dialecto local – de ser

    necesario – se habría podido reemplazar por Simi Pirwa, expresión pandialectal que, por

    cierto, es el título del más reciente diccionario de quechua cuzqueño (Hancco Mamani 2005).

    La contratapa termina con un loable imperativo: ¡Kichuata ama qonqaychis! (‘¡No olviden el

    quichua!’). Sin intenciones de hacer de maestra ciruela, Vega y Abdala – gente que enseña el

    quichua – deberían saber que es qonqaychischu y que no hay discusión sobre esto. Y que, para

    ser coherentes con su propia escritura, deberían haber escrito el nombre de la lengua

    como kichwa. 

    Entre tapa y contratapa está la obra. Después de una introducción en la cual los autores

    buscan aclarar sus intenciones, el trabajo se inicia con una primera parte que llaman

    ‘Esquemas’, una suerte de esbozo gramatical. Si bien algunas de las tablas pueden ser de

    utilidad para los alumnos, el análisis no va mucho más allá de lo que ya había propuesto

    Bravo en 1956. La terminología empleada es por demás confusa y los ejemplos que dan en

    muchos casos hacen dudar de los conocimientos del idioma por parte de los autores: de las 20

    oraciones que proponen en las páginas 74 y 75 por ejemplo no llega a la media docena las que

    pueden considerarse como correctas. Cuando hablan de “sufijos preposicionales” y

    “conjuncionales” (no existiendo ni conjunciones ni preposiciones en el quichua) revelan un

    enfoque gramatical desde el castellano que no se puede describirse sino como ingenuo. Para

    colmo las tablas de clasificación de sufijos son caóticas y un mismo sufijo puede aparecer en

    varias de ellas.

    La segunda y tercera parte comprenden los ‘diccionarios’ (quichua-castellano y viceversa)

    propiamente dichos. Sin embargo no creemos que sea procedente llamar ‘diccionario’ a meros

    listados de vocablos, incompletos, a veces antojadizos, plagados de errores y imprecisiones.

    Es imposible enumerar aquí todas las falencias que hemos observado solo hojeando

    someramente. Pero veamos algún ejemplo: en la parte quichua-castellano se da el

    vocablo chaki que los autores traducen por ‘sed’. Esto no es correcto ya que chaki- no es otracosa que una raíz verbal que requiere de un sufijo nominalizador para convertirse en un

    sustantivo. Chakiy sería ‘sed’. Este error de confundir raíz verbal con sustantivo es recurrente

    en toda la obra y ejemplos como toqya por ‘reventón’, yarqa por ‘hambre’ y sama por

    ‘respiración’ abundan. Pero sigamos con nuestro ejemplo: el verbo chakiy (‘secarse’ ‘perder

    humedad’ ‘tener sed’) no figura en la lista (aunque sí su participio chakisqa ‘seco’). Del

    homónimo chaki, una raíz nominal que significa ‘pie’ aparentemente se olvidaron los autores

    y sólo ponen en la lista su derivado chakilu (‘patón’). Veamos otros errores escogidos al azar:

    ‘ordeñar’ es chaay o chaway, pero el diccionario consigna chaay o chanay. Mutki- es otra raíz

    verbal que habría que nominalizar primero y que los autores traducen por ‘olor’. No es

    así: mutkiy es ‘olfato’ y asnay vendría a ser ‘olor’. Chinkay es ‘perderse’ y no ‘perder’ como

    quieren los autores. ‘Perder’ es chinkachiy, vocablo que el diccionario parece desconocer.Para compensar consigna chinkakuy, derivación que no nos consta a nosotros.

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    En la cuarta parte, titulada ‘Imapaskuna’ (¿no será más bien ‘Imakunapas’?) se olvidan de que

    se trata de un diccionario de quichua santiagueño e introducen fonemas extraños a la lengua,

    incluyendo voces con rasgos de glotalización y aspiración característicos del quechua

    cuzqueño. Para colmo titulan una sección como “Las posvelares” (pag.233) y dan una breve

    explicación sobre los fonemas oclusivos que lo único que demuestra es que los autores no

    saben qué es un fonema ni qué significan punto y modo de articulación. Y así podríamosseguir aduciendo ejemplos de errores y descuidos como los de cambiarle el nombre al poeta y

    salamanquero atamishqueño José Antonio Sosa por Osvaldo Sosa y al estudioso boliviano

    Donato Gómez Bacarreza el apellido por Gómez Barrenechea.

    A esta altura tenemos razones de sobra para dudar de la pericia de los autores para encarar un

    trabajo de esta envergadura. Es duro decirlo, pero hacer un diccionario requiere de una

    preparación y un rigor profesional que no está al alcance de aficionados bienintencionados. Si

    hacemos esta crítica que puede parecer inmisericorde lo hacemos porque se trata de un

    diccionario y no de cualquier libro. Es que el diccionario por su naturaleza es de carácter

    autoritario: el que lo usa confía y necesita confiar en su autoridad. Por lo tanto no podemos

    dejar de advertir a potenciales usuarios sobre las manifiestas falencias de la obra,especialmente a los educadores. Las fundaciones y entidades que financian este tipo de obras

    pueden hacer con su dinero lo que les parezca más provechoso. Pero no podemos dejar de

    recomendarles que para la próxima vez se hagan asesorar por gente que realmente sabe y que

    se abstengan de apoyar iniciativas que sólo redundarán en perjuicio del quichua santiagueño.