Kleist, Sobre el teatro de marionetas

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    o 146 agosto de 2011 issn 0120-0062 bo got, colombia pginas 165 - 182

    LeCtURA eJeMPLAR .

    Introduccin y edicin

    Universidad Nacional de Colombia

    Introduccin

    La tarde del 21 de noviembre de 1811 dos pistoletazos violaron lacalma de la isla de los pavos reales (Pfauneninsel) en el Wannsee, alas aueras de Berln. Heinrich von Kleist haba disparado con su con-sentimiento sobre su amiga Adolne-Henriette Vogel, quien al parecersufra un cncer terminal, y despus se haba suicidado l mismo. Enel epitao de su tumba se puede leer: Nun, o Unsterblichkeit, bistdu ganz mein (Por n, oh, inmortalidad, eres toda ma), una frasesacada de su obra patritica El prncipe von Homburg, y que tiene unamortifcante resonancia romntica.

    Bernd Heinrich Wilhelm von Kleist naci el 18 de octubre de1777 en la ciudad de Frankfurt an der Oder, en Prusia. Vena de unaamilia de militares y l mismo prob la carrera militar durante un

    tiempo. Pele en las guerras napolenicas del lado del ejrcito prusia-no y combin su vida de escritor con la de activista poltico y patriota.Pese a su corta existencia, la obra literaria de Kleist es de referenciaobligatoria dentro de la dramaturgia alemana de principios del siglo. Son conocidas sus obras de teatro Amphytrion, El cntaro roto,La amilia Schroenstein, Pentesilea yEl prncipe von Homburg. Perono lo son menos sus relatos. Michael Kohlhaas, una novela corta quese desarrolla en el siglo , mereci el encomio de Kaa. En uno delos escritos que aqu se editan, el formidable Sobre el teatro de mario-netas, se puede ver bien por qu Kaa admiraba a Kleist.

    De la vida atormentada de Kleist se ha dicho mucho: que sucum-bi a la crisis poltica y espiritual de su poca (particularmente, a esaagnica desesperacin que provoc Napolen en los que creyeron veren la Revolucin francesa el inicio de una completa nueva era), que no

    pudo ver en escena ninguna de sus obras y que sus proyectos comoeditor de revistas racasaron varias veces. Pero de todas esas historiashay una que tuvo mucha resonancia durante el postromanticismo, yque bien pudiera llevar el ttulo de leyenda metafsica. Se trata de laconocida crisis kantiana de Kleist.

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    El estudio de la Crtica de la razn pura sumi al joven Kleist enuna profunda crisis espiritual, tal como ha quedado testimoniado pordos cartas escritas entre 1800 y 1801, la una a su hermana y la otra a suamada, y que se han convertido en documentos de mucho valor parael estudio del romanticismo literario en Alemania. Se sabe por esos

    documentos que el impacto de la lectura de Kant ue tan poderoso enel joven poeta prusiano que tuvo muchsimo que ver con su decisinde viajar por Europa, ms especcamente a Pars, en donde planededicarse a la difusin de la doctrina kantiana, a la sazn conocidaprcticamente slo en Alemania, con la excepcin de algunos redu-cidos crculos de eruditos y acadmicos. A ese ervor por la obra deKant se sumara su entusiasmo por Rousseau; entusiasmo muy de-

    nitivo como se sabe para el orecimiento del antirracionalismo queperme tanto el ambiente intelectual de principios del siglo .Pero, en qu consisti exactamente la crisis kantiana? La con-

    mocin que la flosoa de Kant produjo en Kleist puede ser vista ala luz de dos expresiones que hicieron carrera desde la dcada de losochenta del siglo en Alemania y que resumen por s mismas elimpacto que esta obra caus en el medio intelectual y acadmico dela poca. Una de esas expresiones la prori el lsofo y testa ju-do Moses Mendelssohn (1729-1786). Mendelssohn llam a Kant el

    Alleszermalmer (el demoledor de todo), al referirse al hecho deque el trabajo crtico de Kant no dejaba en pie un solo artculo de eque pudiera ser ratifcado por la va de la argumentacin racional. Laotra expresin fue acuada por el lsofo protoromntico FriedrichHeinrich Jacobi (1743-1819), a quien se le ocurri decir que el idealis-mo trascendental kantiano es decir, la doctrina que sostiene que esimposible un acceso a la realidad en s y que nuestro conocimiento deella debe estar connado al mbito de la fenomenalidad conduce for-zosamente a un nihilismo. Para Jacobi, el idealismo nos conna alsubjetivismo y ste termina por hacernos perder todo acceso a la reali-dad. A esa prdida de la realidad la denomin nihilismo, e introdujocon ello un trmino que tendra una importantsima evolucin en laflosoa de los siglos y.

    En una de las cartas mencionadas escribe Kleist:Ya desde nio me haba apropiado yo del pensamiento de que la

    pereccin sera el fn de la creacin. Crea que despus de la muerte

    avanzaramos a partir del escaln de la perfeccin que alcanzaramosjunto con esta estrella hacia otros ms lejanos y que podramos hacer

    uso all del tesoro de las verdades que habamos coleccionado en esta

    vida. A partir de ese pensamiento se orm lentamente una religin

    propia y el esfuerzo por no quedar estancado en ningn momento, porprogresar incansablemente en grados superiores de formacin, lleg a

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    ser el nico principio de mi actividad. La formacin, la educacin, mepareci ser la nica meta digna de ese esfuerzo y la verdad el nico reino

    digno de poseerse.

    Pero la flosoa kantiana nos lleva a concluir que todo esto es unailusin subjetiva.

    No podemos decidir contina Kleist si lo que llamamos verdades verdaderamente la verdad, o si slo es algo que as nos parece. Si loltimo es el caso, entonces la verdad que nosotros aqu recolectamos,no es nada ms despus de la muerte, y todo esfuerzo por adquirir una

    propiedad que tambin nos siga a la tumba es una tarea vana Desde

    que entr a mi alma esa conviccin, a saber, que por ninguna parte se ha

    de hallar la verdad, no he vuelto a tocar un solo libro. Me pase ociosoen mi habitacin, me sent inactivo a la ventana abierta y sal a caminar

    sin rumbo. Un desasosiego interior me empuj a los estancos y a loscafs; me dediqu a visitar el teatro y a ir a conciertos con el n de dis-traerme; y, sin embargo, el nico pensamiento que ocupaba mi almaen ese tumulto exterior y al que ella le daba vueltas con una angustia ar-diente era ste: tu nica meta, tu meta suprema, se ha hundido. (Citadoen Cassirer161)1

    Dicil es suponer que una crisis semejante pueda llevar a alguienal suicidio. Al respecto es tal vez ms aceptable la sentencia de Camussegn la cual, aunque el suicidio sea el problema losco existen-cial por excelencia, no es probable que haya suicidio debido a causasflosfcas. Y es til creer que Kleist es un ejemplo de ello. Si Kleistapropi de forma tan dramtica la losofa kantiana, tendramos queesperar que tambin haya sabido concluir de ella que una vez se hadesvanecido la substancialidad metasica del mundo y la de nuestropropio ser tiene que volver a nosotros la conciencia de la libertad.

    Pero, igualmente, si una mente tan sensible fue capaz de tan dra-mtica interiorizacin del pensamiento kantiano, podemos tambinsuponer que esta ltima reexin acerca de la libertad, ms que unconsuelo, podra signicar un vrtigo. Y algo as no es que haga mscil la vida. Pero la hace posible.

    Aceptemos, pues, que no hay suicidio losco, as sea el serhumano (el animal philosophicum) el nico animal que, en estrictosentido, se suicida (no es acaso tambin el hombre el nico animal

    1 Para una vinculacin de la crisis kantiana de Kleist con el dictamen de nihilismo

    proferido por Jacobi, vase Mller-Lauter (1975). Stefan Zweig rinde un bellsimo

    homenaje a Kleist en el tercer captulo del exquisito La lucha contra el demonio

    (Hlderlin, Kleist, Nietzsche).

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    que re?). Sea de ello lo que fuere, algunos aos despus de haberseoperado en Kleist la crisis kantiana, abandon l su plan de vidade ser apstol del kantismo y se dedic de lleno a la produccin desu propia obra literaria. Y aunque en buena parte de ella tambin sepuedan apreciar personajes atormentados e incapaces de solventar en

    la prctica las conclusiones sin sentido a las que llevan los quebraderosde cabeza metafsicos, es tambin de destacar la deliciosa soltura conla que Kleist domin el arte de la irona. La seleccin de textos bre-ves que presentamos al lector para la seccin Lecturas ejemplares deIdeas y Valores est guiada por ese nico criterio. La crisis kantianade Kleist y su presunto vnculo, digamos, causal, con la ltima y de-nitiva decisin de su vida, debe quedar en lo que no puede ms que ser:

    una leyenda romntica, un melodrama metafsico e improbable.Presentamos aqu dos piezas maestras de la prosa corta: Sobre elteatro de marionetas, en la bellsima traduccin que publicara Antoniode Zubiaurre en la revista Eco (n. 27, julio de 1962), ySobre la pau-latina consolidacin de los pensamientos a travs de la conversacin ,traducida por quien suscribe estas lneas, y que puede ser consideradacon razn como una de las joyas infortunadamente inconclusa de lacrtica a la llamada losofa de la reexin. Le siguen a estos dos tex-tos, el fragmento Sobre la refexin, traducido por Ernesto Volkening

    y tambin publicado en la legendaria Eco (n. 145, mayo de 1972), dosdeliciosas bulas (Los perros y el ave y la Fbula sin moraleja), ascomo esa picante burla que titul El nuevo (y eliz) Werther, tambinvertidas por m al espaol.

    Bibliograa

    Cassirer, E. Heinrich von Kleist und die Kantische Philosophie. Idee und Gestalt.

    Darmstadt: Wissenschaliche Buchgesellscha, 1971.

    Kleist, H. von. Smtliche Erzhlungen und andere Prosa. Stuttgart: Reclam, 1984.

    Mller-Lauter, W. Nihilismus als Konsequenz des Idealismus. Denken im Schatten

    des Nihilismus, Schwan, A. (ed.). Darmstadt: Wissenschaliche Buchgesellscha,

    1975. 113-163.

    Zweig, S. La lucha contra el demonio (Hlderlin, Kleist, Nietzsche). Verdaguer, J. (trad.).

    Barcelona: El Acantilado, 1999.

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    Sobre el teatro de las marionetas

    Hallndome en 1801 en X., donde pas el invierno, una noche meencontr en unos jardines pblicos con el seor C., quien desde hacapoco estaba en la ciudad como primer bailarn de la pera, en la quegozaba del ms grande favor del pblico.

    Djele que me sorprenda haberle encontrado varias veces en elteatrillo de marionetas que en la plaza del mercado haban armadopor entonces y que diverta a la plebe con pequeas piezas burlescas,entreveradas de canto y danza.

    Me asegur que las pantomimas le placan mucho, y di a en-tender con sufciente claridad que un bailarn que desee una buena

    ormacin podra aprender de ellas bastantes cosas.Como aquella declaracin, por el modo en que la hizo, me pa-reci algo ms que una simple ocurrencia, decid sentarme un ratocon l para indagar las razones en las que pudiera apoyar tan curiosaafrmacin.

    l me pregunt si, en efecto, no haba encontrado muy graciososalgunos movimientos de danza de aquellas marionetas, en especial lasde menor tamao.

    No pude negar ese detalle. Un grupo de cuatro campesinos que

    bailaban en corro con un comps muy rpido, no lo hubiera pintadoms lindo el propio Teniers.

    Pregunt acerca del mecanismo de las fguras y cmo era posiblemanejar sus miembros y sus dems partes segn exiga el ritmo de losmovimientos o la danza, sin tener en los dedos miles de hilos.

    Contest que no deba imaginarme que cada miembro tuviera

    que ser sostenido y accionado por el maquinista durante los dierentesmomentos de la danza.

    Cada movimiento, dijo, tena un punto de gravitacin; bastaba

    con gobernarlo en el interior de la gura. Los miembros, que no eranotra cosa que pndulos, seguan la accin de un modo mecnico sintener que hacer nada por s mismos.

    Aadi que ese movimiento era muy fcil, que siempre que elpunto de gravedad se mova en lnea recta, los miembros describanya lneas curvas, y que a menudo, y sacudido de manera puramentecasual, el conjunto del mueco comenzaba una especie de movimien-to rtmico semejante a la danza.

    Esta observacin, as lo cre, arrojaba ya alguna luz sobre el placerque, segn l declarara, hallaba en el teatro de marionetas. Mas, entanto, me encontraba todava muy lejos de suponer las consecuenciasque el bailarn iba a sacar ms tarde de todo aquello.

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    Preguntle si crea que el maquinista que accionaba los muecosdebera ser tambin bailarn o, por lo menos, tener alguna idea de lobello en la danza.

    Repuso que si un asunto era fcil en su aspecto mecnico, no re-sultaba de ello que se pudiera practicar sin sensibilidad alguna.

    La lnea que el punto de gravedad tiene que describir sera muysencilla, a su entender, y recta en los ms de los casos. Cuando fue-ra curva, la ley de esa curvatura parece sera, a lo menos, de primergrado, o, a lo ms, de segundo; y en este ltimo caso slo podra serelptica, forma de movimiento enteramente natural a los extremos delcuerpo humano, por razn de las articulaciones, y cuya ejecucin noreclamara, pues, del maquinista ningn arte especial.

    Esa lnea, empero, constitua, desde otro aspecto, algo muy miste-rioso. Era nada menos que el camino del alma del bailarn, y l dudabaque la tal lnea pudiera ser hallada de otro modo que trasladndose elpropio maquinista al centro de gravedad de la marioneta, o sea, conotras palabras, danzando.

    Yo respond que me haban hablado de ese ofcio como de cosabastante falta de espritu, algo como el dar vueltas a la manivela quehace sonar un organillo.

    De ninguna manera contest l; por el contrario, los movimien-

    tos de los dedos del maquinista se comportan con un cierto articio,en relacin al movimiento de las guras, algo as como los nmeroscon respecto a los logaritmos o la asntota con respecto a la hiprbole.

    Pero, por otro lado, crea l que esa ltima fraccin de espritu deque haba hablado poda hacerse desaparecer de las marionetas, quesu baile poda llevarse enteramente al dominio de las fuerzas mec-nicas y producirlo, como yo me imaginara, mediante una manivela.

    Maniest mi sorpresa al ver la atencin que l conceda a aquelgnero de espectculo derivado de un arte bello e inventado para la

    masa ignara. No slo pareca considerar a ese gnero en condicionesde obtener un superior desarrollo; daba la impresin de estarse ocu-pando ya en tal propsito.

    Sonri, y dijo se atreva a sostener que si un mecnico llegara aconstruirle una marioneta segn las exigencias que le habra de se-alar, ejecutara con ella una danza que ni l ni algn otro diestrobailarn de su tiempo, sin exceptuar al mismo Vestris, seran capacesde igualar.

    Ha odo usted hablar pregunt al notar que me haba quedadosilencioso y diriga la vista al suelo, ha odo usted hablar de esas pier-nas mecnicas que construyen los tcnicos ingleses para los inelicesque han quedado mutilados?

    Dije que no, que no haba sabido de semejante cosa.

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    Lo lamento respondi porque si le digo a usted que esos pobrespueden bailar con sus piernas articiales, tengo casi el temor de queno me vaya a creer. Bueno, bailar; el margen de sus movimientoses, en verdad, limitado, pero aquellos que les son dables se realizancon una calma, una suavidad y una gracia que llenan de asombro acualquier espritu reexivo.

    Declar bromeando que, de ese modo, haba dado ya con elhombre que buscaba, pues el artista capaz de construir tan curiososmiembros, podra tambin, sin duda alguna, fabricarle una marionetaentera y de acuerdo con sus exigencias especiales.

    Cmo pregunt yo al notar que, un poco cortado, se haba que-dado con la vista baja, cmo son, pues, esas condiciones que piensa

    usted proponer a la habilidad del artista?Nada respondi l que no exista ya en esos muecos, armona,movilidad, ligereza, slo que todo ello en grado ms alto y, parti-cularmente una distribucin ms natural de los centros de gravedad.

    Y qu ventaja tendra tal marioneta en comparacin con los bai-larines vivientes?

    Ventaja? Ante todo, mi dilecto amigo, una de ndole negativa, yes sta: que el mueco no hara jams nada aectado. Porque la aecta-cin, como usted sabe, aparece cuando el alma (vis motrix) se halla en

    cualquier otro punto distinto del centro de gravedad del movimien-to. Ahora bien, como el maquinista mal puede gobernar otro puntoque se por medio del alambre o el hilo, ocurre que todos los demsmiembros, como tiene que ser, se hallan muertos, son simples pn-dulos y siguen la sola ley de la gravitacin, excelente cualidad que envano se busca entre la gran mayora de nuestros bailarines.

    Fjese usted tan slo en la A. continu diciendo cuando hacela Dafne y, perseguida por Apolo, se vuelve a mirarle. El alma la tieneentonces en las vrtebras de la cintura; se dobla como si fuera a rom-

    perse, igual que una nyade de la escuela de Bernini. Fjese en el jovenF. cuando en el papel de Paris se halla ante las tres diosas y entrega aVenus la manzana. El alma la tiene da susto el contemplarlo en elcodo. Semejantes faltas agreg como para terminar son inevitablesdesde que comimos la ruta del rbol de la ciencia. El Paraso estahora cerrado, y el querubn a nuestra espalda; tenemos que hacer elviaje alrededor del mundo y ver si por acaso el Edn tiene del lado deatrs algn acceso.

    Re. Sin embargo pensaba el espritu no puede errar all dondeno hay espritu. Mas not que l tena an cosas por decir y le rogucontinuara.

    Adems dijo esos muecos tienen la ventaja de ser antigrvidos.Ellos no saben nada de la inercia de la materia, propiedad que entre

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    todas se opone con mayor empeo a la danza. No lo saben porque lafuerza que a ellos los eleva en los aires es superior a la que los ata a latierra. Cunto dara nuestra buena G. por pesar sesenta libras menosy porque un peso igual a se viniera a ayudarle en sus entrechats ypiruetas? Los muecos necesitan el suelo nicamente en la orma queles hace falta a los elfos: parapasar rozndolo y para dar nueva vida,mediante la resistencia momentnea, al impulso de los miembros; no-sotros lo necesitamos para reposarsobre l y para reponernos de lafatiga de la danza, un momento que, evidentemente, no es danza ycon el cual no cabe emprender otra cosa que, en lo posible, hacerlodesaparecer.

    Le dije entonces que por hbilmente que deendiese su paradjica

    causa, jams me hara creer que en un hombre articulado, una gura me-cnica, pudiera haber ms gracia que en la estructura del cuerpo humano.Replic que, decididamente, el hombre no poda ni siquiera al-

    canzar, en tal respecto, al monigote articulado. Slo un dios podra,sobre ese campo, medirse con la materia. Y aqu est el punto dondese juntan los dos extremos del anillo que forma el mundo.

    Mi asombro era mayor cada vez y no saba qu decir a tan extra-as aseveraciones.

    Pareca, repuso al tiempo que tomaba una pulgarada de rap, que yo

    no haba ledo con atencin el tercer captulo del primer libro de Moiss,y con quien no conoce este primer perodo de la formacin humana,mal puede hablarse sobre los siguientes, cuanto menos sobre el ltimo.

    Yo dije saber muy bien los desrdenes que ocasiona la concienciasobre la gracia natural del hombre. Un joven conocido mo, a causade una simple observacin, haba perdido su inocencia, sin que nuncajams volviera a encontrar aquel paraso y pese a todos los esfuerzosimaginables. El caso ocurri ante mis propios ojos. Pero aad quconsecuencias puede usted sacar de ello?

    Me pregunt cmo ue el caso a que me reera.Hace unos tres aos comenc a relatar estaba bandome en

    compaa de un muchacho por cuya gura se extenda por entoncesuna maravillosa gracia. Tendra como diecisis aos y slo muy leja-namente, convocadas por el favor de las mujeres, podan apreciarseen l las primeras huellas de la vanidad. Casualmente, haca poco quehabamos visto en Pars el mancebo que se saca una espina del pie.El vaciado de la estatua es conocido y se halla en la mayor parte de

    las colecciones alemanas. Una mirada que ech a un gran espejo enel momento de poner el pie en el taburete para secrselo, le hizo re-cordar. Sonri y me dijo del descubrimiento que haba realizado. Enverdad, y en aquel preciso instante, yo tambin haba hecho el mismodescubrimiento. Mas, fuera por probar la seguridad de la gracia que lo

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    habitaba, fuera por acudir con algn pequeo remedio a su vanidad,me re y le contest que, sin duda, estaba viendo visiones. Se sonroj ylevant el pie por segunda vez para que me convenciera. Pero el inten-to, como bien poda preverse, fracas. Alz el pie la tercera, la cuartavez, lo alz, a lo buen seguro, hasta diez veces. En vano!; era incapazde reproducir el mismo movimiento. Ms an, en los movimientosque haca se encerraba un algo de tal comicidad que a duras penaslogr contener la carcajada.

    Desde aquel da, desde aquel mismo instante, se produjo en eljoven una incomprensible transormacin. Das enteros permanecaahora ante el espejo. Y los encantos, uno tras otro, le iban abando-nando. Un poder invisible e inasible pareca tenderse, al igual que una

    malla de hierro, sobre el suelto juego de sus actitudes, y pasado un aoya no se descubra en l vestigio alguno de aquel amable agrado queantes diera gozo a los ojos de cuantas personas le rodeaban. Todavavive alguien que fue testigo de ese extrao y desdichado caso y que lopodra confrmar palaba por palabra tal como acabo de reerirlo.

    Con este motivo dijo afablemente el seor C. voy a contarle otrahistoria que, como usted fcilmente entender, tiene que ver tambincon esto. Durante mi viaje a Rusia, hallbame una vez en una ncadel seor de G., hidalgo de Livonia, cuyos hijos, a la sazn, se ejercita-

    ban intensamente en la esgrima. Especialmente el mayor, que acababade volver de la Universidad, presuma de virtuoso en aquel arte. Unamaana, hallndome en su cuarto, me ofreci un orete. Luchamos.Pero result que yo le aventajaba. La pasin que pona contribuy aofuscarle; casi todos mis golpes le tocaban, y su orete termin porsalir lanzado a un rincn. Medio en broma, medio dolido, declar,recogiendo el orete, que haba encontrado por n su maestro; perotodos en el mundo hallan el suyo, y por ello quera presentarme aho-ra al mo, a mi maestro de esgrima. Los hermanos lanzaron sonoras

    risotadas y gritaron: Afuera, afuera! Bajemos al patio!. Y tomndo-me de la mano me condujeron hasta donde haba un oso que el seorde G., el padre de ellos, haba ordenado amaestrar.

    El oso, cuando asombrado llegu hasta l, se encontraba ergui-do sobre las patas traseras y con el lomo recostado en un poste, alque estaba amarrado; tena alzada y pronta la zarpa derecha y memiraba a los ojos. Esta era su posicin de combate. Yo no saba si es-taba soando o despierto, al hallarme frente a semejante adversario.

    Ataque usted, ataque!, dijo el seor de G., y trate de tocarlo. Untanto repuesto de mi asombro, acomet al oso con el orete; l hizoun ligersimo movimiento con la zarpa y par el golpe. Trat de en-gaarle con ntas; el oso no se inmutaba. Me lanc de nuevo sobre lcon repentina y segura destreza; un pecho humano hubiera resultado

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    infaliblemente tocado. El oso hizo un ligersimo movimiento con lazarpa y par el golpe. Me encontraba casi en la misma situacin que eljoven seor de G. La seriedad del oso contribua a sacarme de quicio.Golpes y ntas se alternaban, me corra el sudor. En vano! No era sloque el oso parase mis golpes como el mejor esgrimidor del mundo; alas ntas, cosa en que ningn esgrimidor del mundo le poda imitar,ni siquiera reaccionaba. Con los ojos jos en los mos, como si en ellospudiera leerme el alma, estaba all de pie, la zarpa levantada y pronta,y cuando mis golpes no iban en serio, l no se inmutaba. Cree ustedesta historia? termin diciendo el seor C..

    Totalmente! exclam con gozosa aprobacin, se la creera a cual-quier extrao, tan verdica parece, cuanto ms, escuchada de usted.

    Pues bien, mi dilecto amigo dijo el seor C. ya est usted en po-sesin de todo lo necesario para entenderme. Vemos que, en la medidaen que en el mundo orgnico es ms oscura y dbil la reexin, tantoms radiante y dominadora se presenta de continuo la gracia. En eec-to, as como la interseccin de dos lneas a un lado de un punto, vuelvea presentarse sbitamente al otro lado despus de atravesar por el in-nito, o lo mismo que la imagen del espejo cncavo, tras de habersealejado hasta el innito, aparece de repente ante nosotros, del mismomodo, cuando el conocimiento ha pasado, por decirlo as, a travs de

    un innito, comparece de nuevo la gracia. Y sta se presenta a la vezcon su mxima pureza en la gura humana que no posee concienciaalguna o en la que la tiene innita, es decir, en el mueco articuladoo en el dios.

    Por consiguiente dije yo un poco distrado tendramos quevolver a comer del rbol de la ciencia para caer de nuevo en el estado

    de inocencia original?Pues, s respondi ese es el ltimo captulo de la historia del mundo.

    (Traduccin de Antonio de Zubiaurre)

    Sobre la paulatina consolidacin de los pensamientosa travs de la conversacin

    Si quieres saber algo y no lo puedes encontrar por medio de lameditacin, te aconsejo, querido mo, amigo circunspecto, que ha-bles sobre ello con el primer conocido con el que tropieces. No tiene

    que tratarse en absoluto de una cabeza brillante, ni tampoco, digo yo,debe ser as que t le preguntes sobre el asunto. No! En lugar de ellodebes t mismo, ante todo, charlarle. Ya te veo abriendo grandes ojosy replicndome que hace muchos aos te han dado el consejo de no

    hablar de nada ms que de aquellas cosas que t ya comprendes. Pero

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    en ese entonces hablabas probablemente con la pretensin de instruira los otros; lo que quiero que hables con el comprensible propsito deinstruirte a ti mismo. Es posible que quizs de ese modo ambas reglasde la inteligencia estn bien una junta a la otra, cada una de ellas paradiferentes casos. El francs dice: lapptit vient en mangeant. Y esasentencia de la experiencia permanece siendo cierta si se la parodia yse dice: lidee vient en parlant.

    Con recuencia me hallo sentado a mi escritorio sobre algunasactas y averiguo en un enrevesado pleito el punto de vista desde el cualse podra juzgarlo bien. Entonces acostumbro ver a la luz, como sifuera bajo el punto ms luminoso, con mi ms ntimo ser aferrado alesfuerzo por lograr claridad. O tambin, cuando se me presenta una

    tarea algebraica, busco el punto nodal de la ecuacin, el que expresalas relaciones dadas y a partir del cual resulta posteriormente cilla solucin mediante el clculo. Y he ah que cuando hablo con mihermana sobre ello, que est sentada detrs de m y trabaja, me enterode lo que quizs no hubiera descubierto despus de horas de muchopensar. No es como si ella, en estricto sentido, me lo dijera; pues ellani conoce el cdigo ni ha estudiado a Euler o a Kstner. Tampoco escomo si ella me condujera a travs de preguntas ingeniosas al puntorelevante, aunque eso pueda ser as muchas veces. Lo que pasa es que,

    puesto que yo tengo una idea oscura que se halla en alguna lejana co-nexin con aquello que busco, entonces la mente, por slo atrevermea dar con esa oscura idea el toque inicial, mientras la conversacinavanza, y debido a la necesidad de encontrarle al inicio una conclu-sin, transporta aquella idea confusa a la ms completa claridad. Demanera que el conocimiento, para mi sorpresa, queda concluido conel perodo de la conversacin. Mezclo tonos inarticulados, estiro laspalabras conectoras, utilizo tambin una aposicin ah donde no seranecesaria y me sirvo de otros articios que extienden la conversacin

    con el objeto de fabricar mi idea en los talleres de la razn y ganar eltiempo respectivo.

    En esos momentos no hay nada para m ms saludable que unmovimiento de mi hermana, como si ella quisiera interrumpirme,pues mi mente que est ya de todas maneras bastante exigida seexcita an ms por ese intento de arrebatarle el habla desde el exte-rior, en cuya posesin ella se encuentra, as como un gran general setensiona an un grado ms cuando lo acosan las circunstancias. En

    ese sentido, me doy cuenta de lo til que pudo ser para Molire su sir-vienta cada vez que l, tal como lo reconoce, le conaba a ella un juicioque pudiera inormar al suyo. Aunque es sta sin duda una modestiaque no creo que estuviera sinceramente en su uero interno.

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    Para aquel que habla hay una uente de entusiasmo en un rostrohumano que tiene enfrente; y una mirada que nos anuncia como cap-tado un pensamiento que es expresado hasta la mitad, nos ofrece confrecuencia la expresin para la otra mitad. Creo que muchos grandesoradores, en el momento en que abren la boca, todava no saben loque dirn. Pero la conviccin de que ellos ya generaran para s lanecesaria cantidad de pensamientos a partir de las circunstancias yde la excitacin de su mente, que resulta de ellas, los hace tan osadoscomo para poner aortunadamente el punto de partida. Esto me hacepensar en aquel rayo fulgurante de Mirabeau con el que acab conel maestro de ceremonias que, despus de levantarse la ltima sesinmonrquica del rey el 23 de junio aquella sesin en la que se hubo

    ordenado la disolucin de los estados generales, retorn a la sala enla que an permanecan los estados y pregunt a los presentes si elloshaban entendido la orden del rey. S respondi Mirabeau he-mos entendido la orden del rey. Estoy seguro que l, en ese comienzohumano, no pensaba an en la bayoneta con la que concluy: S, miseor repiti la hemos entendido. Se ve que l todava no sabeen ese momento lo que quiere. Pero continu, y repentinamentebrot en l un cmulo de ideas espantosas qu le da a usted dere-cho a darnos aqu rdenes? Nosotros somos los representantes de la

    nacin. Eso era justamente lo que necesitaba! Y, para agitarse inme-diatamente en la cspide del atrevimiento, prosigui: La nacin dalas rdenes. La nacin no recibe rdenes. Y es justo en ese momentoque l encuentra lo que expresa la completa resistencia frente a la quesu alma se enfrenta bien equipada; y dice: Para que le quede bien cla-ro a usted. Dgale a su rey que nosotros no dejremos nuestros puestossino bajo la fuerza de las bayonetas. Despus de lo cual, satisfechoconsigo mismo, tom asiento.

    Si uno piensa en el maestro de ceremonias en aquella escena, no

    puede menos que imaginarlo en una absoluta bancarrota espiritual;as como en virtud de una ley semejante, segn la cual al aproximarseun cuerpo sin carga elctrica a la atmsfera de un cuerpo electriza-do, se despierta de repente en el primero la carga elctrica contraria.Y tal como en el caso del cuerpo electrizado, y gracias a una accinrecproca, el grado de electricidad que est en su interior se refuerza,de la misma manera el coraje de nuestro orador se transorma en elms temerario entusiasmo mientras aniquila a su oponente. Quizs

    haya sido la simple contraccin de un labio superior o un ambiguojuego en la manga lo que provoc el derrocamiento del orden de todaslas cosas en Francia. Se lee que tan pronto se hubo alejado el maestrode ceremonias, Mirabeau se puso de pie y propuso: (1) que los esta-dos generales se constituyeran como Asamblea Nacional y, al mismo

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    tiempo, (2) como inviolables. Pues gracias al hecho de que l, igualque una botella de Kleist, ya se haba vaciado, retorn nuevamente ala neutralidad y despus de volver de la temeridad dio lugar al temorrente a la autoridad y a la precaucin. Esta es una muy llamativa coin-

    cidencia entre los fenmenos del mundo fsico y los del mundo moral;coincidencia sta que, si se la quisiera seguir, se vericara aun en lascircunstancias ms ortuitas. Pero dejo ah mi comparacin y vuelvoal asunto que me importa.

    En su bula Les animaux malades de la peste, en la que el zorroest obligado a hacer una apologa del len sin saber de dnde debetomar el contenido, Lafontaine ofrece tambin un notable ejemplo depaulatina consolidacin del pensamiento a partir de un comienzo al

    que uno se ve abocado por necesidad. La bula es conocida. La pestese ha ensaado con el reino animal. El len rene a los ms grandesanimales y les revela que para calmar al cielo se ha de sacrifcar a algunavctima. Muchos pecadores habra en la poblacin y la muerte de los

    ms grandes tendra que salvar al resto del hundimiento. Por eso de-beran reconocerle a l sinceramente sus faltas. l mismo, por su parte,conesa que, agobiado por el hambre, acab con varias ovejas, e inclusocon el perro, cuando se le acerc demasiado. Es ms, habra de recono -cer que en momentos de apetito devor tambin al pastor. Si nadie se

    reconoce culpable de debilidades ms grandes, l estara dispuesto amorir. Seor dice el zorro, que quiere desviar de s la tormenta esusted muy generoso. Su noble celo lo lleva a usted muy lejos. Qu signi-ca acaso estrangular a una oveja, o a un perro, esa bestia indigna? Y, encuanto al pastor contina, pues se es el punto crucial se podradecir aunque l no sabe an qu se podra decir que l merecatodo mal. Para buena fortuna; y con eso ya se encuentra metido en elenredo: por tanto mala frase que, sin embargo le da tiempo de loscientos de personas de esas y es apenas en ese momento que encuen-

    tra el pensamiento que lo saca de la urgencia es que se forma sobrelos animales un imperio quimrico. Y entonces demuestra que el asno,el ms sanguinario de todos, pues se come toda la hierba, es la vctimams adecuada. Despus de lo cual todos saltan sobre l y lo despedazan.

    Un discurso como se es un verdadero pensar en voz alta. Lasseries de las representaciones y sus designaciones avanzan paralela-mente y los actos mentales se hacen congruentes unos con otros. Ellenguaje no es un grillo, algo as como una traba pegada a la rueda del

    espritu, sino que es ms bien como una segunda rueda, jada al mis-mo eje y que se desplaza paralela con l. Otra cosa muy distinta es laque ocurre cuando el espritu ya tiene listos los pensamientos antes deldiscurso. Pues en este caso tiene que detenerse l en su mera bsquedade expresin, y ese asunto, en lugar de excitarlo, no produce en l otro

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    efecto que el de distender su excitacin. Por eso no debe concluirse delhecho de que una idea sea expresada de un modo confuso el que ellatambin haya sido pensada de un modo confuso. Antes bien, podraocurrir con facilidad que las ms confusamente expresadas sean justolas ms claramente pensadas. En una reunin social, en la que poruna animada conversacin entra a actuar una continua ecundacinde los espritus, se ve con frecuencia gente que, si no fuera por ello,permanecera callada, ya que siente no dominar la lengua, pero querepentinamente se enciende con un movimiento brusco, arrebata lapalabra y trae al mundo algo completamente incomprensible. Talespersonas parecen incluso indicar por medio de un movimiento ges-tual bochornoso que ellos mismos no saben bien lo que quieren decir.

    Es muy probable que esa gente haya pensado algo verdaderamenteacertado y muy claro. Pero el intercambio repentino, el trnsito quehace su espritu del pensamiento a la expresin, suprime toda su exci-tacin; y resulta que sta es tan necesaria para el mantenimiento delpensamiento, como indispensable fue para su produccin. En estoscasos, es tanto ms imprescindible que el lenguaje est fcilmente ala mano, para que aquello que hemos pensado al mismo tiempo y,sin embargo, no podemos brindar desde nosotros inmediatamente,pueda al menos seguirse sucesivamente tan rpido como se pueda.

    Adems, aquel que habla por lo regular ms rpido que su oponente, ycon la misma claridad, tendr una ventaja sobre ste, ya que conducems tropas que l al campo de batalla.

    Cun necesaria es una cierta excitacin de la mente para por lomenos volver a engendrar las ideas que ya hemos tenido, es algo que seve frecuentemente cuando son sometidas a examen cabezas despeja-das e informadas y a ellas les son presentadas, sin previa introduccin,preguntas del siguiente tenor: qu es el Estado? O: qu es la pro-piedad? Y cosas por el estilo. Si esos jvenes se hubieran encontrado

    en compaa de gente que estuviera conversando desde hace rato so-bre el Estado, o sobre la propiedad, habran seguramente encontradocon facilidad la denicin a travs de la comparacin, el anlisis yel ensamblaje de los conceptos. Pero en este caso, en el que falta porcompleto una preparacin semejante de la mente, se los ve quedarseparalizados y slo un examinador incomprensivo sacar de ah comoconclusin que ellos no saben Pues no es que nosotros sepamos; esante todo un cierto estado nuestro el que sabe. Slo espritus com-

    pletamente ordinarios, gente que aprendi ayer de memoria lo quees el Estado, pero que maana ya lo habr olvidado, tendr en unasituacin as la respuesta a la mano. No hay quizs una peor ocasinen general para uno mostrarse por su lado ms aventajado que jus-tamente un examen pblico. Se da por descontado que mostrarse

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    permanentemente es, de suyo, chocante y que hiere la sensibilidad;y que, adems, irrita demasiado que un mercachie erudito de esossometa a examen nuestros conocimientos para comprarnos, o paraabandonarnos de nuevo, ya sea que se trate de cinco o seis. Es muydifcil tocar una mente humana para extraer de ella con astucia susonido ms propio. Desafna ella tan cil en manos torpes que aunel ms versado en el arte de ayudar a parir pensamientos como lollamara Kant an aqu, a causa de su desconocimiento de su prema-turo recin nacido, podra cometer disparates. Por lo dems, lo queen la mayora de los casos permite a esa gente joven, aun a los msignorantes, arrojar buenos resultados, es la circunstancia de que lasmentes de los examinadores, cuando la prueba tiene lugar en pblico,

    estn ellas mismas muy prevenidas como para poder emitir un juiciolibre. Pues no slo suelen sentir ellas la indecencia de todo el procedi-miento. De hecho, uno no exigira a alguien, sin ninguna vergenza,que desocupe frente a nosotros su monedero, y mucho menos su alma.En realidad aqu tiene que pasar el propio entendimiento de los exa-minadores por una peligrosa inspeccin y ojal agradecer a Dios queellos mismos puedan salir airosos del examen, sin haberse expuestodemasiado, o quizs ms ignominiosamente de lo que se ha expuestoaquel joven que lleg a la universidad y que ellos examinan.

    H. v. K.(Continuar)

    (Traduccin de Luis Eduardo Hoyos)

    Sobre la refexin

    Una paradojaPregnase a los cuatro vientos lo provechoso de la reexin; en

    particular de aquella, fra y laboriosa, que precede a la accin. Si fue-ra espaol, italiano o francs, holgara decir ms. Siendo, empero,alemn, me propongo echarle a mi hijo, sobre todo cuando tuviesevocacin para las armas, un da este sermn:

    Has de saber que ms conviene reexionar despus que antes deactuar. Si la reexin entra en juego antes o en el instante mismo enque uno se decida, solo parece turbar, inhibir y suprimir la energa re-querida para obrar que emana de la sublime emocin. En cambio, una

    vez concluida la accin, s puede hacerse de ella el uso para el cual lefue dado al hombre la facultad del raciocinio, o sea para darse cuentade lo que en su procedimiento haya sido defciente y rgil y regularla esera emotiva con miras a otros casos uturos. La vida misma esun duelo con el destino, y granos de un mismo costal son la accin

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    y la lucha cuerpo a cuerpo en la palestra. El atleta en el instante enque tiene abrazado a su contrincante mal puede proceder conforme acosa distinta de las inspiraciones del momento, y aquel que primero sepreguntase qu msculos convenga usar y cules miembros poner en

    movimiento, de seguro llevara la de perder, y sucumbira. Pero des-pus, cuando haya triunfado o quede tendido en la arena, bien puedereexionar sobre la llave que le permiti vencer al adversario, o quzancadilla hubiera debido echarle para tenerse de pie. El que no tieneabrazada la vida como aquel atleta, ni dotado de mil brazos sientetodas las convulsiones de la lid, todas las resistencias, presiones y mo-dos de reaccionar, jams lograr su propsito en una conversacin, ymucho menos en una batalla.

    (Traduccin de Ernesto Volkening)

    Fbulas

    Los perros y el aveDos honestos perros gallineros que haban llegado a convertirse

    en astutas cabezas en la escuela del hambre, y que atrapaban todolo que se dejara ver sobre esta tierra, tropezaron con un ave. El ave,

    azarada, pues no se hallaba en su elemento, retrocedi saltando aquy all. Y los perros ya se sentan triunfales. Pero muy pronto, acosadade manera tan intensa, el ave movi sus alas y se agit en el aire. Yentonces quedaron ah parados como dos ostras nuestros hroes delacierto, con el rabo entre las piernas y mirndola con la boca abierta.

    Es chistoso cuando te elevas en el aire ver a los sabios quedarseparados y mirarte.

    Fbula sin moralejaAy, si slo te tuviera!, dijo el hombre a un caballo que, ensillado

    y con el freno puesto, se encontraba parado frente a l, pero que no sequera dejar montar. Si slo te tuviera tal como t, mal criado hijode la naturaleza, saliste de los bosques! Ya te querra conducir a miantojo, ligeramente, como a un pjaro, por montaas y valles. Y a ti ya m nos ira muy bien entonces. Pero he ah que te han enseado artesde las que yo, parado desnudo frente a ti, no tengo la menor idea. Y

    pensar que tendra que llevarte a la pista de equitacin (Dios me libre)si quisiramos entendernos.H. v. K.

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    El nuevo (y eliz) WertherEn L, en Francia, haba un joven auxiliar de comerciante,

    Charles C, que amaba a escondidas a la esposa de su patrn, unrico hombre de negocios, pero algo entrado en aos, llamado DVirtuoso y probo como era, tan pronto como conoci el joven a lamujer, no acometi ningn intento por ser respondido en su amor; ytanto menos cuanto lo ligaban a su patrn lazos de agradecimiento yveneracin. La mujer, que senta compasin con el estado del mucha-cho, pues amenazaba con deteriorar su salud, le pidi a su marido,apelando a mltiples pretextos, que alejara al joven de la casa. El ma-rido aplaz por varios das un viaje que haba destinado para el joven,hasta que por fn declar a su mujer que no poda prescindir de l en

    su despacho.Un buen da, el seor D realiz con su mujer un viaje para vi-sitar a un amigo en el campo, y dej al joven C en su casa con elobjeto de que se ocupara de los negocios. Al caer la noche, cuando yatodos dorman, emprendi el joven quin sabe impulsado por qusensaciones un paseo por el jardn. Al pasar por el dormitorio de lamujer tan apreciada, se detuvo en calma, gir la perilla de la puerta yabri la habitacin. Su corazn se hinch ante la presencia de la camaen la que ella sola descansar. Sobresaltado, cometi en poco tiempo,

    despus de algo de lucha consigo mismo, y pensando que nadie lo vea,la estupidez de desnudarse y acostarse en la cama de la seora. Muyentrada ya la noche, cuando l ya dorma apacible y sosegadamentedesde haca algunas horas, regres el matrimonio inesperadamentea la casa por qu razn, es algo que no importa aqu en absoluto.

    Al entrar el viejo con su mujer a la alcoba, encuentran al jovenC, quien asustado por el ruido que ellos produjeron, se hallabamedio erguido en la cama. Vergenza y confusin lo invaden en esemomento. Y mientras la pareja se devuelve, consternada, a la habi-

    tacin de al lado, de donde haba llegado, y desaparece, el joven selevanta y se viste. Entonces camina de puntillas hacia su habitaciny, cansado de su vida, escribe una breve carta en la que explica a lamujer toda la situacin. Despus toma una pistola que haba colgada a

    la pared y se dispara en el pecho.Aqu parece llegar a su n la historia. Pero, bastante extrao, ste

    es apenas su comienzo. Pues en lugar de matarlo a l, a quien el mis-mo muchacho lo haba apuntado, el disparo alcanz al viejo, que se

    hallaba en la habitacin contigua. Pocas horas despus el seor Dfalleci, sin que el arte de todos los mdicos a los que haban llama-do fuera suciente para salvarlo. Cinco das despus, cuando el seorD ya haca rato haba sido enterrado, despert el joven C El tiro,que no alcanz a ser de peligro mortal, pas rozando sus pulmones.

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    Y, quin podra describir de buen modo su dolor o su alegra (cmodecirlo), cuando l se entera de lo ocurrido y se halla en los brazos dela mujer amada, por la cual se quera quitar la vida? Pasado un ao secas el joven con la mujer y todava en 1801 vivan juntos. Su familia,me cuenta un conocido, consta de trece hijos.

    (Traduccin de Luis Eduardo Hoyos)