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LA GUERRA DEL RIF Y LA
POLÍTICA EN EL
PROTECTORADO ESPAÑOL
EN MARRUECOS
Alumno/a: Juan Manuel Garrido Anguís
Tutor/a: Prof. D. Salvador Cruz Artacho
Dpto.: Antropología, Geografía e Historia
Mayo, 2018
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UNIVERSIDAD DE JAÉN Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Trabajo Fin de Grado
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Índice.
1. Introducción………………………………………………………….. págs. 3-4
2. Antecedentes del conflicto del Rif en la primera década del siglo XX y política
española en Marruecos hasta el Protectorado de 1912…………………………. págs. 5-9
3. Período desde la firma del Protectorado hasta 1921……….....…… págs. 10-16
4. El Desastre de Annual…………………………………………….. págs. 17-22
5. Acontecimientos que siguieron al Desastre durante la presidencia de Maura
(1921-1922)………………………………………………………………….. págs. 23-36
6. Acontecimientos durante la presidencia de José Sánchez-Guerra... págs. 37-53
7. Acontecimientos durante la presidencia de Manuel García Prieto... págs. 54-68
8. Acontecimientos durante la Dictadura de Primo de Rivera hasta el final de la
guerra………………………………………………………………………… págs. 69-75
9. Conclusiones finales………………………………………………. págs. 76-77
10. Bibliografía…………………………………………………………… pág. 78
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1. Introducción.
Antes de introducirnos en el siglo XX, convendría recordar de manera escueta las
relaciones España-Marruecos referentes a la política exterior española hasta ese
momento. Como punto de partida estableceremos la herencia recibida por Carlos I de
España (más V de Alemania) y su hijo Felipe II de Isabel la Católica. Según esta, se
encomendaba la tarea de conservar las cinco plazas ubicadas en la costa norteafricana.
Más allá de esta, escasas eran las pretensiones conquistadoras en este territorio a
diferencia del período isabelino.
La llegada al poder de los Austrias y los Borbones tampoco supuso un auge a la
empresa norteafricana, auge que no llegará hasta el reinado de Carlos III, con la firmas
de diversos tratados de paz y acuerdos comerciales con el Imperio de Marruecos. Sin
embargo, esta política de acercamiento sufrirá un estancamiento tras su muerte, puesto
que la llegada de su hijo y heredero, Carlos IV, supuso un período de inactividad.
Respecto al período en la historia iniciado con la Revolución Francesa, la mayoría
de historiadores suelen convenir en situar el comienzo de la acción española en suelo
marroquí en el año 1859, año en que dará comienzo la conocida como Primera Guerra de
Marruecos. El ataque a un fuerte en las inmediaciones de Ceuta valió de pretexto para
declarar la guerra al sultanato marroquí. Es curioso ver como esta romántica campaña
consiguió aglutinar a los españoles en torno a una oleada de patriotismo y de exaltación
nacional, incluso a los sectores de izquierdas. Entre las motivaciones de humanización
del territorio (casi interpretado como un combate entre la civilización y la barbarie), de
toma de represalias contra los musulmanes que conquistaron nuestra península durante
más de ocho siglos, e incluso como justificación de amparo a los súbditos de la corona
española que vivían allí, sin duda cabe hacer hincapié en la motivación del gobierno de
O´Donnell como una campaña de prestigio nacional que favoreciera la política interior y
mantuviera ocupado al ejército.
Este africanismo romántico por parte de España, como se ha denominado, tiene
su inicio, como vemos, al finalizar esta guerra anacrónica y quijotesca para muchos
autores, concretamente en el año 1860. Este mismo año se firma el tratado de Madrid,
que junto con otros posteriores sirvieron para establecer el status quo entre Marruecos y
España, además de otras potencias europeas. Pues bien, esta primera etapa del africanismo
español en la Edad Contemporánea perdurará ininterrumpidamente hasta 1898, con el
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desastre de las colonias, a excepción del año 1893, en el que se produce otra campaña de
connotaciones patrióticas, la Guerra de Margallo. Aunque sí es verdad que en este caso
las hostilidades no tuvieron lugar contra el sultanato como la anterior guerra, sino contra
las cabilas que rodeaban Melilla.
A partir del desastre colonial de 1898, como he comentado, el africanismo
español, entendido como la reivindicación de los intereses coloniales y comerciales que
España tenía en suelo norteafricano, empieza a cambiar, incluso podríamos decir, en
algunos aspectos, desde 1893. A partir de entonces, la unanimidad ante el problema
marroquí que caracterizó el período anterior se rompe, ya que surgen grupos
antibelicistas, relacionados con el movimiento obrero, y que abogaban por una
penetración pacífica en Marruecos. A parte de por el obvio descontento de las clases más
humildes ante la movilización de los reservistas, ya que no eran económicamente tan
pudientes como las altas esferas de la sociedad, y por tanto, no podían eludir esta
responsabilidad con el redimido en metálico, se abogaba, especialmente desde el partido
Republicano Federal (con Pi y Margall a la cabeza) por la diplomacia como única vía de
comunicación. Desde estos sectores se consideraba a la guerra como algo
contraproducente, que solo alejaría a los pueblos español y marroquí, entre otras cosas,
ante la necesidad incipiente de comercio (especialmente tras la pérdida de Cuba y
Filipinas más adelante) de la burguesía fabril catalana fundamentalmente.
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2. Antecedentes del conflicto del Rif en la primera década del siglo XX y
política española en Marruecos hasta el Protectorado de 1912.
Ya desde finales del siglo XIX y principios del XX, las principales potencias
europeas pusieron sus ojos en el norte de África, motivadas por la pujanza que ya traía
Francia en Argelia. Ello preveía la ruptura del status quo que traían de años anteriores.
Pues bien, ante el previsible reparto de zonas de influencia, España acudió en inferioridad
de condiciones por la crisis económica que atravesaba tras el desastre colonial.
Sin embargo, ni el gobierno de Silvela ni el de Sagasta (en 1902) se atrevieron a
emprender acuerdos sobre este reparto, por el miedo a la posibilidad de suscitar la
enemistad de Francia o Inglaterra. No será hasta 1904, tras la Declaración franco-británica
y el Convenio Hispanofrancés, cuando el territorio de Marruecos quede dividido como
zona de influencia de España y Francia, que se comprometieron al desarrollo de la región
y al respeto de su independencia. Evidentemente, como he comentado, España por las
circunstancias internas se vio obligada a quedar relegada a un papel secundario y
dependiente de Francia e Inglaterra en el norte de África.
El territorio de influencia española comprendía unos 22.000 kilómetros al norte
de Marruecos encuadrados en su parte oriental por el río Maluya y en su occidental por
el río Lucus, abarcando dos grandes regiones, Yebala al oeste y el Rif al este. Se dividía
en cabilas (tribus) de ascendencia bereber y árabe predominantemente. También cabe
destacar la diferenciación entre comarcas denominadas como “Blad el Mahjzén”, donde
se respetaba la autoridad del sultán (especialmente concentradas en Yebala) y comarcas
denominadas “Blad es Siba”, donde nunca se había reconocido su autoridad
(especialmente en el centro de Marruecos y la zona española).
La zona montañosa del Rif albergaba a las cabilas más hostiles ante cualquier
foráneo, ya sea España o el propio sultán, lo que hacía complicado la penetración en esta
zona. Además, esta zona era mucha menos rica que Yebala, e incluso menos que la zona
de influencia francesa, con escasos yacimientos mineros de importancia.
Este reparto fue posible gracias a la profunda situación de inestabilidad del
imperio de Marruecos desde los últimos años del siglo XIX, motivado entre otros factores
por la rebelión en 1901 de un pretendiente a la corona, El Roghi Bu Hamara, haciéndose
pasar por el hermano del difunto y último sultán (Muley Hassan), y otra en 1907 liderada
por el verdadero hermano de este último, Muley Hafid.
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En este contexto se firma en 1906 el tratado de Algeciras (mayormente de
acuerdos comerciales y administrativos), el cual completado un año más tarde con una
entrevista con Eduardo VII de Inglaterra, ratificó la hegemonía francesa al norte de
África, frente a las pretensiones alemanas con respecto a Marruecos, y devolvió a España
al escenario internacional (renunciando a Gibraltar).
A partir de 1908, la situación en Marruecos se complicó aún más; en primer lugar,
derivado de las amenazas y planes ocultos de El Roghi se produjo la sublevación de
numerosas cabilas en su contra, pero que tampoco reconocían la autoridad del sultán,
provocando un estado de tensión latente en diversos territorios del Rif. En segundo lugar,
en la ciudad de Fez, el presente sultán, Muley Hafid (tras derrotar al hijo del anterior),
asesinó a El Roghi, lo que no trajo la paz, sino todo lo contrario. El gran fracaso de España
en esta situación vino aparejado al no acercamiento con El Roghi y a la escasa hostilidad
hacia este, ya que, en el Tratado de Algeciras se estableció la imparcialidad de España
respecto al conflicto interno marroquí, lo que a la postre acabó favoreciendo el
alejamiento tanto con el rebelde como con el sultán.
En este ambiente belicoso, se entiende la paralización de los trabajos mineros y
ferroviarios en las cabilas cercanas a Melilla, los cuales no fueron reanudados hasta el
verano de 1909, provocando el inicio de una nueva guerra. Concretamente, en julio de
este año, cuatro obreros perdieron la vida a manos de rebeldes mientras realizaban labores
de construcción de vías ferroviarias entre la ciudad melillense y la cabila de Beni Bu Ifrur
(de gran relevancia por sus minas).
Este hecho, que podría haber pasado desapercibido, supuso la mecha que iniciaría
la acción militar española, debido en gran medida a que su vecina, Francia, ya había
iniciado ocupaciones militares en su zona de influencia dos años atrás, lo que, de alguna
manera, legitimaba la intervención española en las inmediaciones de Melilla (algo que,
según muchos estudiosos del tema, era deseado por la metrópoli para avanzar por este
territorio). De esta manera, se iniciaba la denominada “Segunda Guerra de Melilla”, para
diferenciarla de la de 1893, la cual para muchos, marca el inicio de la Guerra del Rif, en
torno a la cual gira el presente trabajo.
El gobierno intentó enmascarar la intervención como una simple “acción policial”,
algo que evidentemente no caló y que provocó la crítica de la prensa, ya que, no era muy
normal enviar miles de reservistas a un simple control de fronteras.
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Ante el ataque a los trabajadores, la respuesta del gobernador militar de Melilla,
José Marina Vega, fue un ataque frontal en torno al monte Gurugú, sin embargo, contra
lo que se pretendía dar a entender desde el gobierno, se produjo un cruento combate el 27
de julio en una hondonada próxima a Melilla, donde los indígenas emboscaron a las tropas
lideradas por el general Pinto, y donde murieron más de 150 soldados (entre ellos
oficiales, tenientes generales y el propio general). Este despropósito pasaría a la historia
como el “desastre del Barranco del Lobo”. Tras este, Marina, cambió de táctica y atacó
por dos frentes, tomando el macizo del Gurugú y otras plazas como Nador o Zeluán, hasta
la retirada de los rebeldes en septiembre de 1909. Sin embargo, no será hasta finales de
octubre cuando se cierre el Gurugú y se aseguren las minas de la cabila de Beni Bu Ifrur.
A diferencia de los ocurrido en las campañas de 1859 y durante de la 1893, la
reacción de la sociedad española desde el principio de la guerra se caracterizó por una
oleada de protestas que dejaron episodios tan lamentables como el de la “Semana
Trágica”. Fueron los socialistas quienes movilizaron a la población mayormente (aunque
no los únicos), especialmente desde 1893 y 1898, clamando contra la excesiva
movilización de reservistas (para ser una operación policial), y al ya mencionado injusto
sistema de redención en metálico para evitar el servicio militar, con el famoso mensaje
de “o todos o ninguno”. No quiere decir lo anterior que no hubiera muestras de apoyo
patriótico, pero mucho más minoritarias que el apoyo a los reservistas y en contra de la
guerra.
Como decía, el descontento se hacía notar por todo el país, pero será en Barcelona
donde estalle la chispa de la huelga general y el motín, ante el embarque de reservistas
hacia Marruecos. Los incidentes comenzaron en el puerto de Barcelona el 18 de julio de
1909, pero no será hasta el 26 cuando se fijen la huelga general y el motín, que durará
hasta el 2 de agosto, alcanzado su punto más álgido durante el Desastre del Barranco del
Lobo. Esto vino de perlas al gobierno de Maura, que consiguió enmascarar en gran
medida los hechos acaecidos en Marruecos con los de la “Semana Roja”, como se dio a
conocer en muchos periódicos de la época. Y es que la represión por parte del gobierno
fue durísima, saldándose con más de 1700 detenidos, incluso 5 penas de muerte.
Una vez finalizado el conflicto, la situación tendió a estabilizarse en el interior de
la región rifeña. Diversas cabilas se sometieron al general Marina y a Melilla se le otorgó
el rango de Capitanía General, lo que implicó una dotación a esta ciudad de más de 20.000
hombres. Además, en enero de 1911 se produjo la visita del monarca, Alfonso XIII, y del
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presidente de gobierno, Canalejas, (junto a otros miembros del gobierno) a Melilla, lo que
evidenció la preocupación por parte del estado en dar visibilidad y apoyo a la empresa
marroquí.
Eso sí, la situación de relativa paz duró poco, ya que, en los meses venideros de
la marcha del rey se produjeron constantes ataques de los rifeños a las avanzadas
españolas, suscitando la rebelión en numerosas cabilas. Esto incluso provocó la marcha
de tropas españolas a plazas alejadas de Melilla, ante la pedida de auxilio de diversas
cabilas ante los rebeldes.
En estos momentos, se dejó notar la firme actitud de Canalejas ante los problemas
que llegaban desde África a partir de 1911. Uno de ellos tuvo lugar en la zona rifeña,
cuando en agosto de este año una Comisión Geográfica que se encontraba elaborando
planos en torno al río Kert sufrió un ataque en el que murieron algunos soldados, y tras el
cual se llevó a cabo una expedición de castigo de las tropas españolas que llegó hasta este
mismo río, donde se estabilizaron las posiciones (a unos 20 kilómetros de Melilla) y que
dio comienzo a la conocida como Guerra del Kert. Esta campaña duró hasta junio de
1912, tras la muerte de uno de los cabecillas de las harkas (pequeñas expediciones
militares rifeñas), El Mizzián, que conllevó la desorientación y disolución de estas.
Cabe mencionar que, para esta campaña, de nuevo fueron necesarios los envíos
de reservistas, y que de nuevo, suscitaron la agitación de la población española (con el
recuerdo del Barranco del Lobo muy reciente), especialmente intensa en Bilbao y
Valencia, ante lo cual Canalejas, incluso declaró la suspensión de los derechos
constitucionales.
Tampoco era fácil la situación en los alrededores de Ceuta, donde fue necesaria la
ocupación de la cabila de Anyera para asegurar las comunicaciones entre Ceuta y Tetuán.
Ni tampoco en el interior de Yebala, donde ni aquí se respetaba ya la autoridad del
sultanato.
Todo lo anterior, sumado a otras causas, y antes de producirse la campaña del
Kerk, llevó a Canalejas a establecer el desembarco en Larache y su posterior ocupación
en junio de 1911, y más adelante, la de Alcazarquivir (casi en el límite de la zona de
influencia francesa), a pesar de las quejas por parte de Francia.
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Estos acontecimientos evidenciaron la necesidad de establecer un contingente de
tropas permanente en la región de Yebala, cuyo mando se le asignó Fernández Silvestre,
que a partir de entonces, comenzó una etapa de estrecha relación con el gobernador del
sultán en Yebala, El Raisuni, algo muy beneficioso para los intereses españoles por la
inmensa influencia de este último sobre las cabilas de la región.
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3. Período desde la firma del Protectorado hasta 1921.
La arraigada inestabilidad del territorio marroquí unido a las compensaciones que
Francia exigía, tras la obligada cesión de 200.000 kilómetros cuadrados aproximadamente
a Alemania, dieron lugar a la formulación de un nuevo régimen administrativo de
Marruecos. Este fue concretado en el Convenio francoespañol firmado en noviembre de
1912, previo convenio entre Francia y Muley Hafid en marzo.
En este nuevo protectorado, España cedió a Francia algunos territorios en
compensación por los acontecimientos de 1911, pero sin desligarse demasiado del dibujo
establecido en 1904. De hecho, en el tratado no se habló de protectorado español, sino
que se siguió hablando de zona de influencia española, en la cual la metrópoli debía
asegurar la paz y tranquilidad, así como proponer candidatos para ser el Jalifa, autoridad
suprema de la zona delegada del sultán.
En diciembre de 1912, la zona de influencia se divide en dos Comandancias
Generales, la de Melilla y la de Ceuta, que coincidían a grandes rasgos con las regiones
del Rif y de Yebala respectivamente. Incluso, se creó la figura del Alto Comisario (que
coincidía con el Comandante General de Ceuta), al que estaban sometidas las autoridades
tanto militares como civiles. En marzo de 1913, también se creó la Comandancia General
de Larache, que tenía autonomía (igual que las otras dos) en la gestión del territorio, en
función de las grandes dificultades para la comunicación de los diferentes territorios del
protectorado.
Se puede ver, en definitiva, que el ejército tenía un papel fundamental en el nuevo
gobierno del protectorado. Y en esto, tiene mucho que ver el desastre colonial de 1898,
ya que, tras este, el ejército se encontraba ocioso y necesitaba una ocupación acorde a su
profesión; Marruecos suponía, la recuperación del prestigio perdido ese fatídico año;
incluso, los jóvenes militares buscaban en estas campañas el hacerse un nombre, y por
tanto, el ascenso.
En los tiempos venideros al Protectorado, la relaciones entre Silvestre y El Raisuni
eran totalmente opuestas a como lo fueron un año atrás, debido en gran parte al enorme
descontento por parte del primero respecto a las bárbaras formas con las que el segundo
trataba a sus enemigos y súbditos. Ello llevó a distintos enfrentamientos indirectos entre
ambos en algunos poblados (como la protección otorgada a una cabila amenazada por El
Raisuni). El caso es que, a pesar de las instancias del gobierno español a mantener las
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buenas relaciones con tan importante figura pública en Marruecos, El Raisuni acabó
marchando a un refugio de montaña (en Tazarut) y poniendo fin a las relaciones con
Silvestre y el gobierno español.
Desde entonces, El Raisuni promovió la rebelión contra la presencia española, que
comenzó a azuzar, especialmente, los alrededores de Tetuán (ocupada pacíficamente por
los españoles en febrero de 1913). Consecuentemente, el Alto Comisario Alfau, se vio
obligado a organizar una nueva campaña militar en suelo marroquí.
En esta campaña se ocupó Laucién, con el objeto de asegurar las comunicaciones
entre Tetuán y Larache, al mismo tiempo que se intentaba mejorar el eje Tánger-Larache,
ante los ataques de los rebeldes. Sin embargo, estas operaciones fueron de nuevo recibidas
con críticas negativas en la península, lo que llevaron a la dimisión de Alfau y a su
sustitución por el ya conocido general Marina.
A pesar de los intentos pacificadores de este último, el conflicto se alargaría hasta
1915, en el que el propio Silvestre admitió boicotear intentos de acercamiento entre
Marina y El Raisuni, tras lo cual ambos dirigentes españoles fueron sustituidos en sus
cargos, el primero por relevación de cargo y el segundo por presentar él mismo su
dimisión. Entraron en esta escena los generales Villalba y Gómez Jordana
respectivamente (ambos de Melilla), que vinieron a proseguir la línea de acción pacífica
de Marina, tras su buen hacer en la Comandancia General de esta ciudad.
Tras la llegada del nuevo Alto Comisario se consiguió llegar a acuerdos secretos
con El Raisuni, garantizándole su autoridad sobre cabilas que aún lo respetaran a cambio
de su reconocimiento de la influencia española. No obstante, recordemos que este último
era “descendiente de Mahoma”, de ahí su denominación de xerif, por lo que, su ambición
y su carácter no cambiaron demasiado, y siguió dificultando en alguna ocasión a los
intereses españoles. Una de ellas vino ocasionada, teniendo en cuenta que nos
encontramos dentro del período de la Gran Guerra, por los contactos establecidos entre
este y el gobierno alemán, que pretendía atacar los intereses franceses en suelo
norteafricano, lo que llevaron a su vez a Francia incluso a recelar de España (tras la firma
de los acuerdos secretos con El Raisuni de 1915).
A pesar de lo anterior, y algún que otro episodio de establecimiento de relaciones
entre Alemania y algún cabecilla rifeño para hostigar la zona de influencia francesa,
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escasas fueron las repercusiones de la 1º Guerra Mundial en la zona de influencia española
norteafricana.
En cambio, sí podemos decir que el fin de esta guerra, unido a la muerte de Gómez
Jordana y al inicio del gobierno de Romanones en España (diciembre de 1918), configuró
una nueva etapa en la política exterior sobre Marruecos. A priori, esta pretendía
caracterizarse por un modus operandi civilista y pacifista, para el cual se nombró al
general Dámaso Berenguer como nuevo Alto Comisario. Pero, paradójicamente, la
llegada de este nuevo cargo supuso el inicio de una nueva campaña militar, en 1919, ante
la complicada situación del protectorado, en su parte occidental sobre todo. En este
sentido, la campaña se centró en someter de una vez por todas a las cabilas cercanas a la
ciudad de Tetuán y en garantizar las buenas comunicaciones entre esta última ciudad y
Larache, disminuyendo con todo esto, la autoridad de El Raisuni. Estos dos primeros
objetivos se dieron por finalizados entre mayo y octubre de este mismo año con la toma
del Fondak, que aseguraba el paso entre estas dos plazas.
Sin embargo, estas consecuciones no significaban el dominio sobre las cabilas del
interior de la región, en las que el xerif todavía mantenía una gran repercusión. Ante ello,
se planteó la necesidad de tomar la ciudad de Xauén, por su situación privilegiada como
enlace entre Tetuán y la costa atlántica del protectorado. Con todo ello, las tropas del
general Berenguer se dispusieron a su toma, que se hizo efectiva en octubre de 1920.
Mientras todo esto ocurría en la zona occidental, el general Silvestre conseguía
ascender de nuevo y ocupar la Comandancia General de Melilla este mismo año, en una
región, la del Rif, donde comenzaba a expandirse el sentimiento entre las cabilas de una
unión más efectiva entre ellas contra la presencia española en la zona, tras el fracaso
alemán en la Gran Guerra y el fin de sus pretensiones de ayuda por parte de esta potencia.
A comienzos de su mandato la situación general en el Rif era de tranquilidad y
paz, donde incluso, el ferrocarril de las minas que fue objeto de ataque en 1909 funcionaba
con normalidad, gracias a la política seguida en esta región por los generales Gómez
Jordana y Aizpuru. Si bien es verdad, que hacia el interior de la región montañosa
(concretamente a partir de los límites del Kert), la autoridad española y la del sultanato
seguía sin ser respetada, y sin ello sería imposible una total pacificación del protectorado.
Fue por ello, en este ambiente de tranquilidad, que se decidió iniciar un plan para
la consecución de la pacificación de las zonas montañosas más rebeldes. Para empezar se
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avanzaría hacia la otra orilla del Kert, tomando la posición de Dar Drius, y a partir de esta
someter a la cabilas cercanas que rodeaban el monte Mauro, y especialmente la belicosa
cabila de Beni Said. Pue bien, desde que se ocupó Dar Drius en mayo de 1920, hasta que
se tomó la cima del monte Mauro en diciembre y se puso fin a la exitosa campaña pasaron
tan solo siete meses, para ser una gran cantidad de montañoso territorio. Incluso, se siguió
avanzando y tomando posiciones costeras y cercanas a la costa, como Afrau y Annual, en
cuestión de una quincena del mes de enero, con la idea de operar libremente sobre
Alhucemas.
Tampoco se encontraban ociosos en la región de Yebala, en la cual ante el
continuo asedio por parte de rebeldes a Xauén tras su toma, Berenguer decidió iniciar
nuevas operaciones para poner fin a estas hostilidades, centradas especialmente en
dominar la cabila de Gomara (antigua Yebala) y los alrededores del río Lau. Las
operaciones se iniciaron ya en abril de 1921 y finalizaron un mes más tarde.
Este gran avance de las tropas españolas acabaría viéndose truncado por la
actuación de la cabila de Beni Urriagel, liderada por Mohamed Abd el Krim. Este
personaje, que pasará a la historia española y marroquí, era hijo de una familia notoria en
la bahía de Alhucemas que estudió y trabajó en sus inicios de manera favorable para los
intereses españoles en Melilla, Tetuán, e incluso en Salamanca. Sin embargo, durante el
transcurso de la Gran Guerra se le acusó de confabulación con los alemanes contra los
franceses en el territorio norteafricano, lo que conllevó su encarcelamiento y posterior
pérdida de una pierna al intentar escapar de allí. Una vez salió de su prisión, se diferenció
definitivamente de España. Y si bien es verdad que fue destituido de importantes cargos
en Melilla, siguió conservando, por herencia familiar, una posición privilegiada en la
ciudad. De hecho, tras adquirir explotaciones mineras en la cabila de Beni Urriagel y la
muerte de su padre (1920) comenzó a aspirar a convertirse en el líder de esta cabila, cosa
que acabaría consiguiendo.
Retomando lo dicho a principio de párrafo, ante las amenazas de Abd el Krim de
hostilidad ante los españoles si cruzaban los límites del río Amekran, el general Silvestre,
en un primer momento y según redactó en una carta hacia Berenguer, decidió ir con pies
de plomo en la penetración por las cabilas de Beni Urriagel y Tensamán. No obstante, y
en contradicción con lo dicho previamente, unos días más tarde (junio de 1921) decidió
realizar la ocupación de la plaza de Abarrán, lo cual ha sido interpretado de distintas
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maneras por los historiadores: como firme respuesta a las amenazas del rifeño, como
intento de emular en las campañas de Berenguer contra El Raisuni, etc.
El caso es que la precariedad y rapidez con que se tomó una posición tan alejada
de cualquier plaza cercana (ubicada a 5 kilómetros de la vanguardia española) dio lugar
a que, unas horas más tarde de su toma, una harka rifeña la reconquistara (incluidas las
piezas de artillería que fueron necesarias para su primera ocupación).
Esta derrota supuso el primer lunar de la campaña de Silvestre desde que llegó a
la Comandancia General de Melilla, aunque no parecía lo suficientemente grave como
para, de nuevo, relevarlo de su puesto. Lo que sí ocasionó fue un cambio en la política a
seguir desde Melilla; suponía un cambio de estrategia, es decir, desechar por el momento
la idea de llegar rápidamente a Alhucemas por la de reforzar las líneas del frente ante una
posible acometida de las harkas enemigas.
Bajo este pretexto, a los pocos días de lo acontecido previamente, Silvestre tomó
la ciudad de Igueriben, situada cercana a Annual y permitiendo un reforzamiento en su
defensa. Quedaba así pues establecida una línea de defensa en un área de alrededor de
5.000 kilómetros, protegida por alrededor de 20.000-25.000 soldados (aunque de ellos
hay que descontar en torno a unos 4.000-6.000 heridos).
Haciendo un alto en el desarrollo del transcurso de la guerra, merece una mención
especial el papel de los oficiales durante la misma. Ya para empezar, se puede decir que
la mayor parte de la presencia de estos en suelo norteafricano era obligatoria, no
voluntaria, de ahí que su dedicación y profesionalidad no fueran las adecuadas. De hecho,
eran muy frecuentes las peticiones de traslado a la península por parte de estos. Su
comportamiento tampoco era el más adecuado, pasándose gran parte de su estancia
jugando, bebiendo, rodeados de lujos y recibiendo las frecuentes visitas de prostitutas.
Por supuesto, igualmente nefasto era su trato a la población indígena, algo de lo que
incluso Abd el Krim dio testimonio.
Respecto a la distribución y vida del resto del ejército español en el protectorado,
cabe destacar que su división por el territorio quedaba enmarcada en circunscripciones
(contando cada una de ellas con un cuerpo de Infantería), cuyo elemento central era un
campamento ubicado en una plaza importante que daba nombre a toda la circunscripción
y del que dependían todas las posiciones del resto de la circunscripción específica (en
cuanto a armas, munición, alimento, etc.).
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La defensa de estas posiciones se realizaba a través de los denominados “blocaos”,
nombre españolizado proveniente de la palabra “blok”, que significa tronco de árbol sin
labrar, pues se trataba de un fuerte de madera, en la mayoría de las casos, de uno o dos
pisos rodeados de un parapeto de sacos de tierra o cemento que defienda de las balas
enemigas, a cuyo alrededor se ubicaban una alambrada. Albergaban entre 30 y 100
soldados que debían permanecer allí bajo el sol abrasador y los duros inviernos entre uno
y dos meses, hasta que llegaban los relevos.
El ataque a estos los protagonizaban las ya mencionadas harkas, cuyo modo de
proceder consistía en ataques cortos y pocos efectivos, pero continuos, nunca ataques
abiertos a gran escala, especialmente a los convoyes que transportaban agua y víveres a
estos blocaos. Los “paqueos”, como denominaron los soldados españoles a estos
persistentes disparos, hacía una vida enérgica y agotadora, muy diferente a la que llevaban
los soldados de retaguardia, que acostumbraba a ser mucha más tranquila.
Precisamente, este sistema de disposición sobre el terreno en blocaos ha sido
achacado por muchos autores como la causa de la grave derrota que sufrirán los españoles
a finales de julio. Si bien es verdad, que analizando las circunstancias de ese verano
maldito para los intereses españoles en territorio marroquí, hay que decir que el
dificultoso terreno montañoso, la existencia de poquísimos caminos que unieran las
diferentes posiciones, la gran dificultad que lo anterior originaba en cuanto a la facilidad
de entablar comunicaciones, y los escasos recursos económicos (que no permitían la
mejora de las construcciones y de las vías de comunicación) obligaron al Comandante
General a emplear este sistema de posiciones aisladas y estáticas en la defensa de
vanguardia.
De hecho, este sistema había traído buenos resultados a Silvestre en las campañas
de 1920. Pero a la altura de julio de 1921 el equipamiento del que gozaba el ejército quedó
muy limitado por las dificultades económicas que acabo de mencionar: muchos de los
cañones, morteros, rifles de asalto y medios de transporte eran escasos o directamente
anticuados (algunos incluso procedían de las campañas antillanas de 1898).
Lo que también parece evidente, es que tras la pérdida de Abarrán, el elemento
moral de las tropas quizá entró en una fase de dudas, sobre todo después de las exitosas
y rápidas campañas previas de Silvestre, y porque el modo de actuar de este se basaba
más bien su carisma, en infundir valor y coraje a sus tropas que en la disciplina (sabemos
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que tenía una manga ancha en lo que a vicios y ociosidades de sus subordinados se refiere
en Melilla). Algo también aprovechado por supuesto por Abd el Krim, que aprovechó la
victoria en Abarrán para expandir su influencia por las cabilas, lanzando mensajes
derrotistas sobre los españoles.
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4. El Desastre de Annual.
Ya desde mediados de julio los harqueños comenzaron a hostigar la plaza de
Igueriben, sin dar demasiadas dificultades ni creando demasiadas bajas al principio. Por
ello, el general Silvestre no le dio demasiada importancia a estos ataques, como puede
evidenciarse en sus cartas enviadas a Berenguer. Sin embargo, el problema comenzó a
agravarse desde el día 17, cuando los rifeños protagonizaron otro ataque, esta vez
empleando piezas de artillería (algo nunca visto hasta entonces) y acometiendo como
bloque, con una gran uniformidad en este (algo también novedoso por parte de las harkas).
Incluso, en estos momentos se hacía imposible el traslado de convoyes con agua y víveres
hacia Igueriben.
En estos momentos, Silvestre sí que empezó a mostrar cierta preocupación, pero
no por ello tendió a alarmar la situación y tan solo pidió refuerzos y elementos sanitarios
que no llegarían como mínimo en semanas, es decir, no requirió ayuda inminente y pensó
que podría defender la situación con los pocos refuerzos que llegaban desde segunda línea
(Dar Drius y Nador).
La situación seguía día tras día complicándose, ya que a lo anterior hay que
sumarle la mella que empezaba a crear entre la tropa la escasez de agua y de víveres, ante
la gran dificultad de llevarlos allí desde Annual, con unos rifeños bien perpetrados entre
las lomas y caminos que circundaban Igueriben. Fueron diversos los intentos de trasladar
convoyes cubiertos por columnas de Regulares, incluso por la Caballería, desde Annual
para auxiliar la comprometida posición, pero resultaron fallidos y acabaron en retirada de
nuevo hacia Annual.
Estos sucesos, evidentemente, aumentaban considerablemente la moral de la
harka, y por ende, mermaban la de los combatientes en Igueriben, tras realizar sucesivos
relevos de tropas con la segunda línea extendiéndose las noticias de dificultades para
mantener el terreno, y en Annual, con las diversas retiradas después de las nefastas
incursiones hacia Igueriben. Esto evidencia, a nuestros ojos, que la situación era bastante
más alarmante de lo que Silvestre hacía ver.
De hecho, este elemento moral también se dejó sentir en el propio Silvestre.
Sabemos que era una persona que no solía arrugarse ante el peligro, y acostumbraba a
estar cerca del conflicto, sin embargo, a pesar de las crecientes complicaciones en
Igueriben, no partió desde Melilla hasta Annual hasta el día 21 de julio, apurando hasta
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el máximo su estancia en zona segura. Esto es algo que tiene lugar como consecuencia
directa tras la derrota sufrida en Aberrán un mes antes, lo que de alguna manera,
mermaron su bravo carácter y estado anímico. Ya no era aquel general con estrella.
Este mismo día se volvió a intentar un traslado de convoyes a Igueriben desde
Annual, esta vez protegido por tres columnas de más de 3.000 hombres. El principio del
recorrido no conllevó serias dificultades, pero conformes se iban adentrando en él, más
férrea era la resistencia rifeña, que incluso llegó a colocar una barricada de fuego que
imposibilitó el avance español.
Ante la pedregosa situación, unida a la negativa de Berenguer de enviar refuerzos
a Annual (bien por no saber captar la urgencia de la situación o por no querer verla),
llevaron a Silvestre a decretar la retirada y abandono de la posición de Igueriben, la cual
tuvo que acatar, aunque a regañadientes, el comandante Benítez. Por supuesto, la retirada
acabó siendo un verdadero desastre, con una horda de soldados españoles sin armas
corriendo despavoridos hacia Annual y siendo perseguidos por la harka enemiga, que con
su empuje había logrado romper las columnas españolas y llegar casi hasta el propio
poblado de Annual.
La huida se saldó con cientos de bajas (de hecho la mayor parte de la guarnición
de Igueriben pereció), y por primera vez, el testimonio y las peticiones urgentes de
Silvestre por telegrama llegaron hasta Madrid por la gravedad del asunto. Estas fueron
respondidas aceptando las peticiones de bombardeo y envío de naves de guerra, eso sí,
no sería inmediato, lo que enlazado con la escasa capacidad de munición y la baja moral
de la tropa tras los hechos acontecidos previamente, Silvestre se decidió a abandonar
Annual tras una reunión llevada a cabo la noche del 21 con sus oficiales.
Esta retirada comenzó de manera muy apresurada a la mañana siguiente, ante la
confusión de gran parte de la tropa que no había sido informada todavía de tales
intenciones. Ello originó, de nuevo, un desastre en la retirada. Estaba previsto un
ordenado repliegue hasta una línea de defensa ubicada a unos 20 kilómetros del lugar, y
para contener al enemigo mientras el grueso del núcleo central se retiraba se destinaron
unidades de harkas aliadas, de la Policía Indígenas y algunas peninsulares. Sin embargo,
esta línea de defensa fue rápidamente quebrada por el empuje de los rifeños, unido a
diversas deserciones de indígenas amigos que atacaron a los españoles y a que muchos
soldados no llegaron a su posición a tiempo por lo apresurado del movimiento de
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repliegue. Como cabe imaginar, todo esto provocó un retirada sin ningún tipo de control
y a la carrera por parte de las tropas españolas, ya que según los informes dados con
posterioridad, el general Silvestre y algunos de sus oficiales se suicidaron ante la llegada
de los rebeldes y negándose a abandonar la posición. Y la peor parte llegaría en el camino
hacia la línea de defensa, ya que los soldados españoles debían atravesar un estrecho
desfiladero, a cuyos flancos se había colocado el enemigo, y que por supuesto, comenzó
a disparar sin cuartel a toda una marabunta de gente y mulas apelotonadas en aquel
angosto paso.
El gran desorden y la confusión de la retirada originaron que las tropas no se
quedaran en la cabila de Ben Tieb, como estaba acordado, sino que siguieron corriendo
sin parar hasta Dar Drius, a unos 10 kilómetros de esta última. Esto supuso que diversas
cabilas, hasta entonces amistosas ante el avance español, se replantearan su lealtad, al ver
la frivolidad con que los españoles abandonaban las poblaciones a su suerte (quedando la
mayor parte de la circunscripción de Annual en manos de los rifeños), lo que hizo
aumentar el contingente de adeptos a Abd el Krim.
Es más, no solo se perdió esta circunscripción, sino también las cabeceras de Dar
Qebdani y Zoco el Telatza y sus respectivas circunscripciones en menos de un día.
Sabemos por los informes que la persecución de las tropas de Abd el Krim solo se realizó
hasta las afueras Annual, donde como era habitual, se detuvieron a saquear su botín.
Entonces, solo puede explicarse la pérdida de todo el territorio que se había capturado en
las campañas del Kert en función a la sublevación de la mayoría de cabilas de este
territorio, como he dicho anteriormente, que ante la lamentable imagen que dejó el
ejército español y tras años de vejaciones, decidieron levantarse contra la presencia
española.
De nuevo, como ya comenté unas páginas atrás, el escaso espíritu profesional y
militar de los oficiales españoles en Marruecos fue clave en la sorprendente pérdida de
estas posiciones tras la huida de Annual. De no haber sido por este factor, probablemente
muchas de las plazas hubieran resistido al empuje de las cabilas sublevadas.
Sabemos hoy, por la correspondencia entre el general Berenguer y el ministro de
la Guerra desde Madrid, que en la península no fueron plenamente conscientes de la
gravedad de lo acontecido en Annual hasta el mismo día de la retirada de esta posición.
Y entre este desconcierto, no partió el propio Berenguer hacia Melilla para observar de
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primera mano lo que en esa Comandancia ocurría hasta el día 23, llegando esa misma
noche a la ciudad y siendo testigo de la pavorosa situación que atravesaba; una inmensa
congregación de melillenses en el puerto con pretensiones de poner rumbo hacia tierras
seguras (peninsulares) evidenciaban el miedo y la incertidumbre que se respiraba por toda
Melilla ante los hechos acontecidos un día antes, ya que algunos oficiales que
consiguieron llegar hasta aquí dieron buena cuenta de ello.
Ante tan aciaga coyuntura, la llegada al día siguiente de tropas de refuerzos
procedente del Tercio ubicado en Ceuta supuso una holeada generalizada de esperanza
entre la población, que incluso vitoreó (y empezó a alistarse de manera voluntaria en
muchos casos) a esa compañía en su transcurrir desde el puerto a la sede de la
Comandancia. Además, estos refuerzos fueron completados por tropas peninsulares que
embarcaron el día 23 desde ciudades como Sevilla, Málaga, Algeciras, Cartagena o A
Coruña, tras dos reuniones mantenidas por el Consejo de Ministros junto con el monarca,
Alfonso XIII, a pesar de que, de cara a la opinión pública, intentaron suavizar la situación
para que no cundiera el pánico, como ya ocurrió durante el desastre de 1909.
Desde estos momentos, la misión prioritaria de Berenguer fue la de asegurar la
posición de Melilla, amenazada por cabilas circundantes, en cuya mayoría se habían
levantado contra los españoles tras los acontecimientos de Annual, como ya he dicho
anteriormente. A esta misión hay que sumarle el asedio que sufrían las plazas de Afrau y
Sidi Dris, prácticamente aisladas del resto de la Comandancia, ya que su principal vía de
comunicación era el ferrocarril que los unía con Melilla a través de los campamentos de
Zeluán, Nador y Monte Arruit, también atacados por los cabileños. Pero como acabo de
decir, Berenguer centró sus esfuerzos en la ciudad de Melilla, organizando los cerca de
20.000 soldados que se reunieron allí en los sucesivos días.
Haciendo un inciso, es curioso ver, desde una perspectiva actual, como Abd el
Krim, en su impetuoso avance podría incluso haber tomada Melilla, de no haberse
detenido a sus puertas. Entre las causas que expliquen esto, podría mencionarse la
tradición por parte de los rifeños de detenerse en cada posición que iban tomando para
saquear el botín, lo que evidentemente ralentizó en gran medida el avance; también podría
explicarse por el posible miedo del líder rifeño a las consecuencias internacionales que
sin duda hubieran seguido a la pérdida de una posesión española desde hacía varios siglos.
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Retomando con el desembarco de tropas desde la península, este a diferencia de
lo ocurrido en campañas anteriores, no acarreó una agitación masiva de la población en
contra de esta (recordemos el episodio negro de la Semana Trágica). A esto han influido
decisivamente que el embarque se realizó en unos momentos donde todavía no se habían
extendido los rumores en la península de la grave situación en el protectorado; también,
hábilmente, no se envió a los reservistas, que hubiera generado sin duda revueltas desde
todas sus ciudades de origen, sino a los que realizaban su primer o segundo año de servicio
militar; también fue decisivo el papel de la prensa, la cual en un primer momento mostró
su apoyo a los soldados que se retiraban de las posiciones perdidas, y a la cual se impuso
por parte del gobierno una censura en cuanto a la difusión de nuevas que llegaban desde
el protectorado; por último, la escasa o nula oposición que ejercieron a estas salidas de
soldados las fuerzas de izquierdas, sumidas en un proceso de crisis (especialmente los
republicanos).
Estas tropas que iban llegando a Melilla se ubicaron en su mayoría en las faldas
del monte Gurugú, que volvió a convertirse (tras de la campaña de 1909) en la línea del
frente más vulnerable de zona oriental del protectorado, ya que tras los sucesos ocurridos
este fatídico mes de julio, unidos a la definitiva pérdida de las sitiadas plazas de Afrau y
Sidi Dris, dejaron los límites de la presencia española en esta región en la propia ciudad
de Melilla, junto con las incomunicadas posiciones de Zeluán, Nador y Monte Arruit.
En los días venideros, también se acabaron perdiendo estas tres últimas. Nador,
que venía resistiendo el asedio con poco más de 160 hombres desde el día 24 de julio,
acabó rindiéndose a los rifeños el día 2 de agosto (a pesar de las consignas del general
Sanjurjo de resistir la posición hasta la llegada de refuerzos), tras acordar la entrega a los
atacantes de armas y municiones a cambio de una retirada segura.
En Zeluán, la situación era muy parecida a la anterior, sitiados desde el día 24,
acabaron claudicando tras una incursión de los rebeldes en el aeródromo de la plaza,
llevándose de éste numerosos prisioneros. Se realizó de nuevo a través de la entrega de
armas y munición, aunque en este caso la pérdida fue más grave, ya que también los
aviones ubicados aquí se destruyeron tras su entrega.
En cuanto a la situación en el último de estos tres poblados, el Monte Arruit, las
hostilidades comenzaron un día antes, el 23, momento en el que las fuerzas resistentes
eran poco más de 30 hombres más diversos soldados que huían de otras posiciones y eran
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obligados a quedarse defendiendo la posición. Sin embargo, esa misma noche, llegó al
campamento parte de la columna que se había retirado de Annual, dirigida por el general
Navarro, y que se hizo cargo de la situación al haberse retirado previamente hacia Melilla
el coronel que debía capitanear la situación. Esta defensa se hizo especialmente
complicada desde el día 29, momentos en el que se empiezan a recibir cañonazos que
ocasionaron numerosas bajas, hasta que finalmente el 9 de agosto se acuerda la retirada
de los oficiales a cambio, de nuevo, de la entrega de armamento y munición. Eso sí, otro
episodio negro de este desastre estaba a punto de sucederse, ya que, tras la entrega de
estas y la retirada de oficiales, los rifeños atacaron sin piedad a los soldados (desarmados)
que todavía permanecían allí. No pareció importarle demasiado este detalle a los altos
cargos que abandonaron Monte Arruit a su suerte.
Como ya dije, la orden prioritaria de asegurar Melilla fue la que detuvo a
Berenguer a la hora de enviar refuerzos a estas posiciones, a pesar de contar con más de
20.000 hombres en la ciudad. Pero no fue el único motivo, porque recordemos también,
que para socorrer la zona oriental del protectorado, desde la península se enviaron tropas
que no habían superado su segundo año de servicio en el mejor de los casos. Esto dio
lugar a que se reunieran en Melilla una gran cantidad de reclutas totalmente inexpertos
en cuanto a numerosos aspectos que implica la guerra real (táctica de combates y
maniobras, trabajo de Sección, servicios de campaña, etc.). Es más, no solo se mandaban
hombres poco cualificados para la batalla, sino también en muchos casos, con una gran
escasez de material tanto militar como sanitario y de elementos de transporte, como es un
clarísimo ejemplo de esto el 2º regimiento de artillería pesada, que llegó a suelo marroquí
sin pólvora, algo evidentemente clave para sus funciones.
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5. Acontecimientos que siguieron al Desastre durante la presidencia de
Maura (1921-1922).
Tras el asesinato de Eduardo Dato, la dimisión de Allendesalazar de la presidencia
del consejo de ministros junto con su gabinete, tras los desastrosos acontecimientos de
julio y agosto en el protectorado, y tras unas laboriosas jornadas de consultas por parte de
Alfonso XIII, se acabó confeccionando un gobierno de concentración, a cuya cabeza se
situará de nuevo Antonio Maura, con un gran prestigio político pues ya había abordado
esta tarea años atrás y en repetidas ocasiones.
Las primeras decisiones de este nuevo gobierno respecto a la política exterior
norteafricana fueron las de ratificar en el cargo al Alto Comisario Berenguer, a pesar de
su renuncia tras el Desastre, y abordar las llamadas operaciones del desquite, según el
plan que trazó Berenguer.
Este consistía en primer lugar, en asegurar definitivamente los alrededores de
Melilla (tras el envío de nuevas tropas y materiales), y para ello, ideó un avance
simultáneo desde la ciudad y desde la posición de Restinga hacia Nador, Zeluán,
Segangan y Atlaten, en ese orden. Una vez fortalecidas estas posiciones, avanzar a la
reconquista de las posiciones de Monte Arruit y Yazamen, llegando hasta dejar
restablecida la línea de frente establecida en la campaña del Kert de 1912, y establecer
contacto por la zona meridional con el protectorado francés (a través de la cabila de
Quebdana).
El nuevo gobierno no tuvo que atender únicamente a la zona oriental del
protectorado, sino que, para la Comandancia de Ceuta, Berenguer también pidió tropas
de refuerzos. A pesar de que en esta zona la situación era bien distinta, la influencia de El
Raisuni todavía se dejaba sentir en la cabila de Beni Arós, por lo que, tras las noticias de
éxito de los rifeños, estos también podrían amenazar con hostigar esta parte del
protectorado. Incluso se solicitaron refuerzos para Larache. En resumen, se decretó el
envío de más de 30.000 hombres al protectorado.
Ante todo este problema no se contó con el apoyo francés, que optó por una
política neutral en el asunto. Entre otros motivos porque no querían interferir en las
posibles repercusiones nacionalistas de los rifeños, y por ende, ponerlos en su contra;
tampoco querían generar una mala opinión pública en la península, ante las tarifas
comerciales que ese verano se estaban fijando con España; pero a su vez, culpaban a
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España del libre albedrío con que los alemanes agitaban a los rifeños en protectorado
español contra los intereses franceses, especialmente sensibles desde la Gran Guerra.
Tan incesante envío de tropas no vino acompañado, paradójicamente, con una
respuesta popular de oposición a ella. Aunque anteriormente he mencionado algunas
razones del apoyo con que contó esta campaña, ahora la situación había cambiado. Tras
la pérdida de Monte Arruit se hizo evidente la desastrosa política seguida en suelo
marroquí por parte del gobierno, ante lo que fueron necesarios otros motivos para
mantener calmada, incluso favorable, a la población ante estos reveses y sus consecuentes
envíos de tropas.
Uno de ellos fue la extraordinaria cohesión de los partidos políticos ante los
hechos de Marruecos. Ninguna fuerza de oposición utilizó este desastre para ocasionar
agitación popular y desgastar al gobierno, por el contrario, fuerzas liberales, e incluso el
propio Lerroux (republicano) apoyaron la acción del gobierno en este asunto. Tan solo el
Partido Comunista mostró una decidida campaña de protesta, pero con escasa repercusión
social. Esta unión no pudo ser vista por la población de otra manera que con entusiasmo.
Igualmente la prensa, a pesar de la censura, recordemos a la que estaba sujeta, favoreció
al mantenimiento de la idea de espíritu nacional frente a las vicisitudes que llegaban desde
África.
También fue clave la incorporación desde 1912 del soldado de cuota, el cual podía
reducir su servicio por la cantidad de 1.000-2.000 pesetas al año, pero obligaba (aquí lo
más importante) a realizar la instrucción y los servicios militares a los hijos de burgueses
junto con los hijos de jornaleros, lo que fue muy bien acogido entre las clases populares.
Incluso, se realizaban donaciones y suscripciones al ejército por parte de entidades
particulares y municipales, y promovidas por la Iglesia, la prensa, la reina Victoria y
algunos sindicatos.
En este ambiente de fervor generalizado por la reconquista de posiciones, sin
embargo, se pidió precaución desde el gobierno a Berenguer, que a pesar de tener ya a
finales de agosto todas las tropas que había pedido, estas no partieron de Melilla hasta el
12 de septiembre. Había que estar totalmente seguros del éxito de esta campaña, no podía
permitirse otro desastre de tales magnitudes como el anterior.
Las operaciones comenzaron como Berenguer lo había planeado hasta la
conquista de Nador. Sin embargo, el continuo fuego de artillería desde las faldas del
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Gurugú que llegaba incluso a los barrios más externos de Melilla, obligó a posponer la
toma de Zeluán para centrarse en tomar el macizo. En estas, se consiguió envolver el
monte por el sur, pero en el norte, la posición de Tizza quedó totalmente aislada a los
convoyes aliados, y se temía que ocurriera como en Igueriben. Ante ello, ya a finales de
septiembre, una gruesa columna, acompañada de caballería, acompañó al convoy, que
esta vez sí consiguió llegar a Tizza, no sin dejar cerca de medio millar de bajas españolas.
A partir de ahí, tres columnas comenzaron a tomar posiciones en torno al Gurugú, como
Atlaten, no sin recibir la férrea defensa de los rifeños, hasta el día 10 de octubre, cuando
este objetivo fue conseguido. Una vez asegurada la ciudad de Melilla, se reanudó la toma
de Zeluán, cuya consecución se realizó cuatro días más tarde, poniendo fin a la primera
gran fase de operaciones.
No solo la resistencia rifeña supuso un quebradero de cabeza para los españoles
estos meses, también el rescate de prisioneros se estancaría y no se resolvería por la vía
rápida. Sabemos que desde agosto, Abd el Krim, contaba con el general Navarro, entre
otros oficiales y soldados, como rehenes. Para su rescate pidió 4 millones de pesetas, algo
que en un primer momento, Berenguer y De la Cierva (ministro de la Guerra) no estaban
dispuestos a afrontar. Esta opinión cambió atendiendo al valor sentimental de los
prisioneros ante la opinión pública, y pese a estar ahora dispuestos al pago, se vieron
frenados, esta vez, por Maura, que no veía lícito realizar un pago de tales magnitudes a
unos rebeldes con los que se estaba combatiendo en esos momentos. Toda esta dilatada
situación favorecía a Abd el Krim, que había concentrado a todos estos en la Bahía de
Alhucemas, y que suponían, mientras los tuviera bajo su mano, una especie de
salvaguarda sobre esta posición.
Ya desde antes de haberse iniciado esta campaña de reconquista, el gabinete
anterior al de Maura ordenó la realización de un expediente que relatara las causas del
Desastre en la Comandancia de Melilla. Para la realización de este se nombró al general
Picasso, que partió hacia esta misma ciudad a finales de agosto. Sin embargo, hay que
decir que el gobierno (ya de Maura) excluyó en este proceso de investigación al alto
mando Berenguer, por ello, Picasso, comenzó con una ronda de declaraciones de oficiales
y soldados que habían huido de sus posiciones o habían sido prisioneros.
Resulta crucial en este punto aludir a los problemas internos del propio ejército
español, ya que sin su visión resulta imposible esclarecer lo acaecido en Melilla. El que
más resalta sin duda deriva de las Comisiones Informativas, antes Juntas de Defensa
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Militar. Estas organizaciones habían sido creadas en 1917 para evitar los ascensos
militares por influencias o partidismos, problema que el ejército arrastraba desde las
nefastas campañas antillanas de 1898. La solución propuesta era bien sencilla: estos
ascensos únicamente se podían lograr por antigüedad en el cargo. Pero a la luz de los
hechos posteriores, esta vendría a agravar la situación, ya que puso fin a la ambición de
los oficiales y jefes jóvenes a la hora de ascender por méritos propios.
De hecho, muchos fueron los que culparon a estas Comisiones de la escasa
profesionalidad y competencia de los oficiales cercanos a estas, así como de la
inexperiencia con que llegaban las tropas de la península. Es cierto, que ya incluso durante
el transcurso de las nuevas campañas de septiembre, se siguieron expedientando a
diversos oficiales pertenecientes a estas Comisiones. Ello originó una brecha entre estos
“junteros” y los denominados “africanistas”, que habían realizado carrera militar en el
ejército colonial del protectorado y optaban por el ascenso en base a los méritos de guerra.
Pero no solo esta división mermaba la cohesión del ejército. Otra brecha se creó
entre las tropas venidas desde la península y las que ya se encontraban en Marruecos
desde antes del Desastre. Las primeras acusaban a las segundas de su horrible actuación
que dio lugar al Desastre, mientras estas últimas criticaban y se burlaban de la escasa
preparación con que llegaban las primeras a suelo africano. Incluso había enfrentamientos
entre los oficiales peninsulares, que ansiosos por ocupar el puesto de Berenguer,
criticaban públicamente su actuación en el protectorado.
En esta tesitura estábamos a mediados de octubre de 1921, cuando desde el
gobierno se pide un informe a Berenguer para orientar su futura política en el
protectorado. En este a modo de resumen, el Alto Comisario ve crucial asegurar los
campos exteriores de Melilla como mínimo hasta el río Kert por la parte occidental y
hasta la zona de influencia francesa por la meridional. Respecto a la zona oeste del
protectorado, controlar un área de influencia que permita el libre transporte y las
comunicaciones entre importantes posiciones como las de Tetuán, Ceuta, Tánger,
Larache, etc. Entre las dos zonas, ocupar la costa, y a partir de ahí comenzar una política
de atracción de las cabilas interiores a esta.
Pero para poder llevar a cabo todo este minucioso plan en la zona norte de
Marruecos, veía necesario ejecutar la segunda parte de las operaciones que detalló en su
plan de agosto respecto a la zona oriental, y ocasionar un duro castigo hacia las tribus más
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belicosas, dando ejemplo al resto. También por estas fechas, Maura se decide a reabrir las
Cortes (cerradas desde junio de este año), segundo gran reto al que se enfrenta tras su
vuelta a la presidencia. Ello supuso dar al problema marroquí una nueva dimensión, donde
el resto de fuerzas políticas comenzaron a opinar y debatir, sobre todo, en lo referente a
quiénes achacar los malos resultados de la campaña de Annual. Por ejemplo, los
republicanos coincidieron en culpabilizar al régimen de la Restauración, imperante en
estos momentos, del Desastre, no obstante, los más radicales encabezados por Lerroux
defendían una labor continuista en el protectorado, mientras que otros consideraban más
apropiado el abandono del territorio. Los socialistas opinaron igual que estos últimos, es
decir, culparon al gobierno y defendían la retirada de Marruecos por la incapacidad
mostrada por este. Los liberales y conservadores (entre ellos Maura) optaron por esperar
al expediente Picasso para aludir responsabilidades.
En el Senado las cosas cambian, ya que aquí las opiniones dejan de ser partidistas,
en tanto en cuanto se convierten en individualistas. Por ejemplo, Miguel Primo de Rivera,
por aquel entonces Capitán General de Madrid, defendía el intercambio del protectorado
por Gibraltar con Inglaterra, ideas que de hecho le costaron el cargo. El general Weyler o
el senador Burgos y Mazo señalaron claramente a la acción gubernamental
(especialmente al ministro de la Guerra durante el Desastre, vizconde de Eza) como la
culpable del despropósito en Marruecos. De hecho, es curioso ver como en su defensa, el
vizconde de Eza se defendió de dichas acusaciones delegando las responsabilidades a
Berenguer a través de la entrega de correspondencia personal con este, algo que
evidentemente no sentó bien al Alto Comisario. Todo esto, a pesar de algunos personajes
que defendieron al ejército en estas sesiones, originó un empeoramiento de la situación y
de la imagen que atravesaba este último.
Analizando la utilidad de las sucesivas sesiones parlamentarias, desde que se
reabrieron en octubre hasta el mes de noviembre, cabe destacar que en definitiva fueron
inútiles en muchos aspectos. Esto es lógico si tenemos en cuenta que los líderes políticos
solían reunirse previamente a estas (dejando estas sesiones prácticamente superfluas), y
que las propuestas eran desoídas por Maura alegando encontrarse en plena guerra y
excusándose en la finalización del Expediente Picasso, dejando huérfanos todos los
planos futuros para el protectorado.
28 *1. El Ejército Español, 20 de diciembre de 1921, p. 1, col. 1.
Esto es algo de lo que también la prensa de la época dio fe, por ejemplo, el diario
El Ejército Español decía: “donde brilla la infecundidad parlamentaria es en el asunto
de Marruecos. La magnitud de éste, el interés nacional por el mismo habla adquirido
tales proporciones, que se esperaba un debate con conclusiones útiles. Se ha debatido
por todo y de todo, ha hablado todo el mundo, se han oído las posiciones más dispares,
y el resultado tampoco se advierte.”*1
Mientras todo esto ocurría en la península, en tierras africanas el panorama cambió
significativamente los planes de Berenguer. Un contingente de rebeldes rifeños
atravesaron la cabila de Gomara con la idea de establecer comunicaciones con los
sublevados de la zona occidental (previo contacto entre Abd el Krim y El Raisuni). No
obstante, en esta ocasión los refuerzos y la gran actuación de las fortificaciones de este
frente permitieron conservar las posiciones amenazadas (Tisguisas y Magán). Además,
que aquí no ocurrió como en la zona oriental, es decir, un levantamiento simultáneo de
las cabilas en contra de los españoles.
Una vez controlada la situación, se puso inicio a la segunda gran fase de las
operaciones de reconquista el día 24 de octubre. Ya por entonces, las fuerzas españolas
en Melilla eran de más de 60.000 soldados acompañados de unos materiales militares
óptimos para la consecución de los objetivos. Por ello, se consiguió llegar a orillas del
Kert y restablecer aquí, como años atrás, la línea del frente en muy poco tiempo. Tal era
la superioridad militar española que, incluso antes de finalizar las operaciones, Berenguer
partió hacia la capital meseteña convocado por el gobierno.
A su llegada presentó de nuevo su dimisión (ante la impopularidad de sus
actuaciones en determinados sectores de las Cortes). Sin embargo, la realidad con la que
se encontró en la calle fue bien distinta, levantando un gran entusiasmo por los lugares
por los que transcurría hasta su llegada a Madrid, donde incluso, el propio monarca se
dignó a recibirle. Y por supuesto, de nuevo se denegó su dimisión.
Después de varias jornadas de entrevistas, Berenguer acabó proponiendo al
gobierno la necesidad de un desembarco en Alhucemas una vez finalizada la presente
campaña, y a continuación, el establecimiento de enclaves en la costa, a partir de los
cuales ir atrayendo, bien pacíficamente bien por las armas, a las cabilas del interior.
29 *2. FRANCO, Comandante, Marruecos. Diario de una bandera del Tercio de Legionarios, (Sevilla, 1939, 1º ed. 1922), pp. 196-197.
Además de eso, Berenguer veía crucial el regreso de los indígenas a sus moradas,
pues tras su retirada ante las acometidas de las columnas españolas quedaba un vacío
poblacional que podía ser aprovechado por los rebeldes. Del mismo modo, era necesario
mejorar la influencia del sultán en Yebala, y sobre todo, comenzar a imponerla en el Rif.
Solo tras lograr todos estos objetivos se podría empezar a hablar de planes de futuro para
el protectorado, objetivos que vieron como la primera parte del plan, es decir, terminar
con las operaciones ideadas en agosto, llegaba a su fin a principios de diciembre.
Si bien es verdad que las cosas estaban saliendo como Berenguer quería, las
nuevas campañas iniciadas a finales de verano no hicieron más que empeorar las
divisiones internas del ejército, aunque no de manera directa. Uno de los episodios que
ahondaría todavía más en la ya dilatada brecha entre los ya denominados “junteros” y
“africanistas” fue la llegada a Zeluán y Monte Arruit durante el mes de octubre. Aquí, las
tropas españolas se encontraron con la esperpéntica situación de numerosos cadáveres de
soldados españoles completamente vejados, quemados y descuartizados, de lo que el
propio Francisco Franco, por aquel entonces comandante del Tercio, daría fe: “…el
camino que hemos seguido está jalonado de cadáveres en actitud de sufrimiento y en el
poblado de la casa de Laina nos ofrece uno de los espectáculos más horrendos de
crueldad”*2.
Ante tan dramática situación, el general Cabanellas dirigió toda su ira y frustración
contra las Comisiones Informativas, culpabilizándolas públicamente por el abandono de
ambas posiciones y el resultado que se encontró al llegar, Sin embargo, la presión ejercida
por estas al gobierno y a de la Cierva provocaron, aunque bajo las máscara de otra escusa,
la disolución de la Brigada de Caballería de Melilla, dirigida por Cabanellas.
Otro episodio que tampoco ayudó fue la expedientación a algunos mandos
junteros durante la incursión al Gurugú (antes de llegar a Zeluán y Monte Arruit). Pues
bien, como en el caso anterior, las presiones ejercidas por las Comisiones en la península
libraron a estos de responsabilidades. Hasta tal punto llegaba su influencia, que
conseguían que cargos ascendidos sin respetar el orden de antigüedad tuvieran que
renunciar a este ascenso, como un caso dado en Larache (capitán Fontes). Evidentemente,
estos casos provocaron el enfado y la indignación de determinados mandos del ejército,
y en la propia península.
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Tales fricciones acabaron por explotar definitivamente entre Comisiones y
Ministro de la Guerra a finales de diciembre, tras haber sustituido este último al general
Cavalcanti de la Comandancia de Melilla por el general Sanjurjo, a pesar de haber otros
con un grado superior a este, y por tanto, saltándose esa escala cerrada que defendían las
primeras. El resultado fue la acusación de las Comisiones al ministro de ser el principal
culpable de todas las penurias que sufría España en Marruecos.
Dejando a un lado las tensiones en el seno del ejército, y mirando ahora hacia las
circunstancias en las que se encontraban los rebeldes del Rif a finales de 1921, podemos
comenzar diciendo que los seguidores de Abd el Krim ahora contaban con más 20.000
armas y más de 100 cañones (aunque muchos de ellos inutilizados), procedentes de los
saqueos realizados tras sus victorias de julio y agosto. Junto a eso, el líder rifeño comenzó
una campaña propagandística “vendiendo” su revolución a las potencias europeas y al
sultán como un movimiento legítimo, en virtud a las tropelías y barbaries realizadas por
los españoles en suelo norteafricano, y por supuesto, se abrió al trato con cualquier
potencia que quisiera favorecer los intereses rifeños a cambio de las riquezas que el
territorio ofrecía. Aunque ciertamente, también es verdad que le resultó muy difícil
mantener cohesionadas a todas las cabilas que le mostraban su apoyo, pues muchas de
estas se dieron por satisfechas con el botín obtenido tras Annual y otras directamente no
respetaban su autoridad por encima de ellas.
Además, Abd el Krim consiguió una cosa muy importante desde la distancia, y
fue la de empezar a hacer mella en el gobierno español. Concretamente, lo hizo a través
de los prisioneros que todavía tenía bajo su poder. Recordemos, que Maura denegó el
pago exigido por el rifeño para su liberación, lo que indudablemente provocaría unas
consecuencias desde finales de noviembre. Estas básicamente fueron el paulatino
desencantamiento de la población española respecto a la campaña en Marruecos. Desde
el mes de diciembre, familiares de los prisioneros, intelectuales, fuerzas de izquierdas
como el PSOE o la UGT, diversas organizaciones de obreros y trabajadores y otras
asociaciones, comenzaron a clamar en contra del gobierno ante la urgente necesidad de
rescatar a los soldados presos en tierras extrapeninsulares, y en contra de la prohibición
por parte de este para reunir el rescate y abonarlo a los rebeldes. En definitiva, este hecho,
unido a otros como la lentitud en las operaciones militares o las inoperantes sesiones en
las Cortes, acabaron convirtiendo ese fervor patriótico que caracterizó a la población
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española desde finales de verano en una cada vez mayor crispación, desesperación y
oposición de gran parte de los españoles hacia la acción gubernamental.
Mirando ahora las relaciones franco-españolas durante la Guerra del Rif, y
especialmente desde 1921, podemos ver que se encontraban en un punto difícil. Hubo
diferentes motivos que tensaron las relaciones: los tratados arancelarios entre España y
Francia estaban desde hacía meses en estado de revisión, ante quejas por parte de ambas
partes (derivado de la introducción de vino español en Francia y del encarecimiento de
los productos exportados a España), hasta que en noviembre fueron rechazos; las críticas
por parte de determinada prensa francesa a la acción española en Marruecos y
contracrítica por parte de algunos medios españoles; recelos mostrados por Francia ante
el supuesto cobijo que deba España a agentes alemanes, como ya vimos; acusaciones de
España a Francia de dar armamento sin ningún tipo de impedimento a los rebeldes rifeños,
y de incluso, mantener conversaciones con los dos grandes líderes rebeldes (Abd el Krim
y El Raisuni). En definitiva, una serie de situaciones que acabarían enfrentando a los
intereses franceses y a los españoles.
Mirando más atrás, hacia 1912, podemos encontrar otro rincón en el que se
enconaban los intereses franceses, españoles y los propios ingleses. No era otro que el de
la ciudad de Tánger, pendiente de un estatuto propio desde entonces. Por supuesto, estas
dos primeras potencias se peleaban por conseguir una influencia exclusiva en la ciudad,
que significaba una posición clave en el comercio del Estrecho y en las comunicaciones
con el resto de posesiones peninsulares, además de una posición estratégica a la
retaguardia de la línea de frente de los españoles en la parte occidental de su protectorado.
Precisamente, esta indecisión a la hora de definir el régimen imperante en la ciudad y sus
alrededores significó un escenario más de enfrentamientos entre ambas potencias.
Estas circunstancias llegaron a su punto más álgido en los últimos meses de este
año, tras las diversas declaraciones de Berenguer (aunque después las negara), en las que
afirmaba que el modus operandi de los ingleses en sus colonias era mejor que el de los
franceses, que el sultán no estaba por encima del jalifa de la zona española (algo que por
supuesto ofendió a Muley Yussef, al no reconocer a este sus derechos sobre todo el
imperio), y que si Tánger cayera en manos francesas supondría un peligro para España.
Ante lo cual, el mariscal francés en Marruecos, Lyautey, explotó e instó a su gobierno a
romper relaciones con España ante la imposibilidad de generar un vínculo cooperativo.
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Incluso, pasó de esa actitud neutral en el conflicto entre españoles y rifeños a
criticar directamente los métodos utilizados por estos primeros en territorio norteafricano
y a no respetar la autoridad del jalifa, lo cual por supuesto trajo la indignación del
gobierno español.
El conflicto llegaba incluso a las Cámaras, desde donde se empezaban a emitir
juicios y afirmaciones que crispaban al país vecino en cada caso. Por ejemplo, el empleo
del término de protectorado español, que según los franceses iba en contra de lo acordado
en 1912; la compra de los franceses de cañones españoles a rebeldes; la afirmación del
propio presidente Maura de la nula autoridad del sultán en zona española, tras haberla
delegado en el jalifa.
Por supuesto, no se puede olvidar que todo esto también salpicaba a los ingleses,
presentes en el acuerdo de 1912 como ya vimos. El caso es que su actitud no se desvió
desde entonces en absoluto, a pesar de los intentos españoles por situarlos a su favor. Por
ello, los ingleses tampoco reconocían el protectorado español, sino una zona de influencia
española, como se avino este año. Tampoco se decantaron por ninguna parte en la guerra
hispano-rifeña. Ni siquiera cedieron ante las pretensiones, tanto españolas como
francesas, de acercar a estos su preeminencia en Tánger, y siguieron optando por una
administración internacional de la zona.
Tampoco atravesaba España una situación económica muy favorable a finales de
1921. El coste de la guerra superaba los 320 millones de pesetas desde el fatídico verano
del Desastre, que se sumaban a los millones que ya había de déficit en las arcas españolas
(en total, aproximadamente 1.000 millones).
A todas las peticiones que llegaban desde África de materiales sanitarios, mulos y
caballos, uniformes, alimentos, munición (especialmente de artillería), etc., como
dijimos, Maura no puso ninguna pega para revertir la penosa situación desde Annual, con
lo cual le tocó al ministro de Hacienda, Francesc Cambó (procedente de la Lliga
Regionalista), equilibrar el presupuesto anual del estado. Por ello, para poder paliar este
grave déficit se decidió a emitir Deuda Pública, lo cual fue todo un éxito, pues fue suscrita
en menos de un día, entre otras razones por el elevado interés y por los asumibles precios
para adquirirla. Eso sí, todo esto no era más que un parche, pues pasado un tiempo habría
que devolver este dinero además del interés con el que fue establecido, con lo cual la
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resolución del problema simplemente se está trasladando en el tiempo, además de
agravarlo.
Una vez tenemos clara la situación a finales de este año, nos introducimos en 1922.
Al comenzar el nuevo año muchas eran las tesituras sin resolver a las que tenía que
enfrentarse Maura y su equipo. La más evidente quizá sea el desarrollo de la propia
guerra, la cual dejamos en la línea del Kert, tras establecerse aquí las tropas españolas.
Pues bien, el consiguiente avance desde aquí hacia la cabila de Beni Said con la idea de
retomar las antiguas posiciones perdidas, junto al inicio del avance en la zona occidental
contra El Raisuni se truncó a principios de este año. La causa fue básicamente las adversas
condiciones meteorológicas, unida a otras como las ya mencionadas huidas de los
indígenas de sus tierras, el cautiverio de prisioneros o la propia fiereza de los rebeldes.
Otra de los problemas fue la profunda brecha que dejábamos en un estado muy
tenso entre las Comisiones y de la Cierva, además de los africanistas. El caso es que esta
disputa llevó al gabinete de Maura a proponer al rey una reforma de estas Juntas o
Comisiones, en la cual quedaran más sujetas a la autoridad del ministro de la Guerra. A
pesar de dudar Alfonso XIII en primera instancia sobre esta medida, tras ver el apoyo que
le profesaron a esta la opinión pública y la prensa, acabó firmándola y ratificando en el
poder a Maura junto a su gabinete el 16 de enero. No quiere esto decir que se anulara la
influencia de las Comisiones Informativas, ni mucho menos.
Por su parte, las relaciones con Francia seguían en un punto muerto. A pesar de
algunos intentos de retomar relaciones, la situación estaba completamente entroncada. No
ayudó a esta difícil coyuntura, por ejemplo, el nuevo arancel que promulgó el ministro de
la Hacienda en febrero, marcadamente proteccionista. Tampoco ayudaron los diferentes
intentos de los presidentes de gobierno en Francia (Briand primero y Poincaré después)
de resolver el asunto del régimen de Tánger de manera directa con Inglaterra, a espaldas
de España por tanto.
Pero el hecho que más agravó las diferencias entre franceses y españoles fue la
entrevista que mantuvieron tres delegados de Abd el Krim con las autoridades francesas,
en las cuales además de buscar apoyo a su revuelta, compraron armamento. Estos
emisarios (dos de ellos familiares del líder rifeño) partían de Orán (Argelia) el día 25 de
enero para llegar a Marsella. Por supuesto, las autoridades españolas exigieron la
retención de ellos una vez se encontraron en París a principios de febrero, exigencias que
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no sirvieron para nada, pues el 15 de febrero los emisarios se encontraban ya en Taurirt,
desde donde continuaron su labor en la región rifeña. Por supuesto, los representantes
franceses negaron haber mantenido ninguna entrevista oficial con los rifeños, e incluso
acusaron a los españoles de su nefasta e impetuosa labor en el norte marroquí, hechos que
evidencian como dije antes, la mala relación francoespañola.
Más problemas que acometer este nuevo año fueron la interminable estancia de
los prisioneros españoles bajo el yugo de los rifeños, la difícil nivelación del presupuesto
de estado para el vigente año, e incluso la discrepancia con el ministro de la Guerra por
parte de algunos miembros del alto mando, como el general Miland del Bosch. Estas
discrepancias venían originadas por la dimisión del general Weyler, tras la escasa
participación del Estado Mayor del Ejército en todas las operaciones que se estaban
desarrollando en Marruecos.
Por supuesto, todas estas circunstancias a inicios de 1922, unidas a la ya larga
duración de la guerra, comenzaron a hacer mella en la población española, cada vez más
cansada y menos cooperativa hacia esta, como ya dije anteriormente. Ya no se despedía
a los soldados que partían hacia África con entusiasmo, ahora se sucedían mítines y
reivindicaciones que propugnaban el fin de la guerra.
Como he dicho, la escasa paciencia de la población en estos momentos apremiaba
a una resolución inmediata del conflicto. El problema es que para la cual se crearían
desavenencias en el seno del gobierno, en cuanto a la acción militar en Marruecos y al
futuro del protectorado. Entre las distintas opiniones tenemos la del presidente Maura, el
cual defendía la inminente necesidad de un desembarco de tropas en Alhucemas para
poner fin, de una vez por todas, a las hostilidades de los rebeldes. A partir de ahí, mantener
únicamente las plazas costeras norteafricanas.
Otro punto de vista fue el de ministros como Cambó, que abogaban por la
finalización del conflicto para así poder destinar los gastos militares a otros planes
presupuestarios, como la ordenación ferroviaria o la ordenación bancaria. Una vez
calmada la situación, establecer una especie de velos que rodearan la región del macizo,
asegurando las dos regiones españolas en suelo marroquí ante un posible nuevo intento
de hostigamiento.
Finalmente, tenemos la idea que tenían al respecto Berenguer y de la Cierva, los
cuales optaban por seguir las campañas hasta el sometimiento de los dos grandes líderes
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rebeldes, Abd el Krim y El Raisuni, y hasta emplear un duro castigo a los indígenas que
habían sido hostiles. Además, creían necesario tomar distintas posesiones en el interior
de la región, puesto que limitarse únicamente a la presencia en zonas costeras sería una
temeridad.
Para poder llegar a un acuerdo entre las diferentes opiniones, se acordó una
reunión entre los ministros, Berenguer y demás autoridades militares implicadas en la
localidad malagueña de Pizarra (a medio camino entre Melilla y la capital). A modo de
resumen en lo allí acordado, se eliminó la idea de un desembarco inmediato en la bahía
de Alhucemas (al menos hasta que las condiciones meteorológicas mejorasen), y a la toma
de las antiguas posesiones españolas en el norte de Marruecos de antes de julio de 1921
de momento. Por tanto, el objetivo básico desde entonces respecto al problema marroquí
fue la preparación del desembarco y la defensa de las posiciones retomadas desde verano.
Entramos ahora, como vemos en un período de tranquilidad tanto en la Comandancia de
Melilla como en la de Ceuta, deteniéndose las operaciones militares por el momento como
digo.
En este período se preveían nuevas tomas de contacto con Abd el Krim, pidiéndole
la incuestionable liberación de prisioneros y su retirada del litoral ante el ataque por mar
y aire de las fuerzas españolas. También con El Raisuni, aumentando la oferta económica
para que pusiera fin a sus operaciones, sin mucha fe en esto último no obstante.
A pesar de los acuerdos alcanzados en Pizarra, no supuso esto poner una solución
final al problema marroquí. Para empezar, el ministro de Estado y el ministro de Marina
mostraron públicamente su disentir acerca de lo acordado respecto al protectorado, de
hecho, el primero acabaría dimitiendo. Tampoco estuvieron los franceses demasiado de
acuerdo con las decisiones que tomaban los españoles, interpretando estos acuerdos como
una violación de lo fijado en 1912 respecto a Marruecos.
Por supuesto, el hecho de alargar la estancia en Marruecos hasta la resolución del
desembarco también vino a incentivar todavía más el desaliento de la población española,
que esperaba con ansia, ahora más que nunca, la vuelta de los soldados a sus hogares.
Pero es que el desasosiego de la población incluso se agravó aún más con los diversos
impuestos que se crearon o se modificaron para paliar los altísimos gastos que la guerra
estaba ocasionando, o el Arancel creado, que claramente favorecía a la industria catalana.
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Tan desproporcionados eran estos proyectos presupuestarios de Cambó que algunos
ministros mostraron su incredulidad al conocerlos.
El caso es que una vez firmados estos acuerdos, Berenguer informó al
Comandante General de Melilla, el general Sanjurjo, del proceder a la hora del
desembarco. Concretamente se realizaría a finales de primavera, y la mayor parte del
contingente embarcaría desde la Comandancia de Ceuta, para no desarmar esta región tan
conflictiva.
Conforme avanzaba el segundo mes de este nuevo año, la realidad en Marruecos
era bien distinta a como se había imaginado para la aplicación de lo acordado en Pizarra.
Primero, porque la paralización de la movilidad de tropas en columnas en el frente oriental
provocó un bajón en la moral de estas, a la vez que la aumentaba en los enemigos.
Segundo, en el frente occidental El Raisuni volvía a las andadas tras poner fin a esos
intentos negociadores que mencionaba antes. Por esto, Berenguer improvisó algunos
avances no estipulados en la anterior conferencia, como fue el ataque a la cabila de Beni
Said en la zona oriental y la toma de plazas costeras de Yebala (como M´Ter) en la
occidental.
Esta inmovilización de avances en ambos frentes, unidos a las dilatadas cuestiones
de rescate de prisioneros y de repatriación de tropas españolas que ya habían cumplido
los años de servicio estipulados en la ley, a la reorganización de fuerzas liberales, que
clamaban por la restauración de las garantías constitucionales, y especialmente a la
irresolución del problema marroquí, llevaron a la dimisión de Maura el 7 de marzo de
1922.
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6. Acontecimientos durante la presidencia de José Sánchez-Guerra.
Una nueva etapa de consultas se iniciaba este mes de marzo entre las diferentes
fuerzas políticas y el rey, aunque de nuevo, este preferiría un gobierno de coalición
conservadora, a cuya cúspide se situará José Sánchez-Guerra, y sin integrar dentro del
nuevo gabinete a representantes liberales, a pesar de como dije, estar preparados a
diferencia del período anterior.
Ya desde la conferencia de Pizarra se acordó la entrega del rescate a Abd el Krim
por los prisioneros, no sin las discusiones internas en el gabinete anterior. Pero una vez
más, el líder rifeño rompió relaciones en este mes de marzo, lo cual fue un hábil
movimiento de este con la idea de retrasar todo lo posible el desembarco en Alhucemas.
Por supuesto, esta nueva ruptura de conversaciones supuso un nuevo hostigamiento a
través de cañonazos a las dos plazas de soberanía española, próximas a la bahía, el Peñón
de Vélez de la Gomera y el Peñón de Alhucemas, absolutamente claves para la operación
que se planeó en Pizarra.
Ya a finales de mes, Berenguer tras haber presentado su dimisión una vez se
concretó el cambio de gobierno, acudió a la península para entablar conversaciones con
el nuevo gabinete acerca del futuro del protectorado. En este contexto, se encontró con la
férrea oposición de la prensa madrileña a la guerra, que abogaban por un acercamiento de
amistad hacia los marroquís o directamente por un abandono de la zona, ante lo cual
estaba totalmente disgustado, especialmente por la información que estos diarios ofrecían
al enemigo respecto a futuros movimientos.
La resolución de las conversaciones dio un enorme giro a la política que se iba a
seguir en el protectorado desde entonces. Básicamente, el proyecto del desembarco en
Alhucemas y la acción militar en la zona oriental quedarían suprimidas, permitiendo el
ya comenzado ataque a la cabila de Beni Said como el último en esta zona. En su lugar
desde el nuevo gabinete se optó por un plan más pacífico de penetración en las cabilas no
sometidas y por una reanudación de las negociaciones con Abd el Krim. No obstante, sí
que se permitió la finalización por la vía armada de la campaña contra El Raisuni.
Es significativo ver como se renunciaba al esfuerzo que se venía haciendo desde
el nefasto verano de 1921 en pos de una acción más política. Este nuevo plan no vendría
más que a beneficiar a los rifeños, ya que se renunciaba oficialmente a emplear un severo
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escarmiento a los causantes del Desastre de Annual, en un contexto muy alejado de la
tranquilidad y estabilidad necesarias para establecer este tipo de proyectos pacíficos.
Este contexto era dificultado, en primer lugar, por la huida de los indígenas de sus
hogares tras el avance de las tropas hispanas, como ya comenté anteriormente, lo que
hacía casi imposible entablar contacto con los líderes de estas para imponer la autoridad
sobre ellos. En segundo lugar y sumado a lo anterior, a muchos de estos indígenas les era
imposible regresar a sus tierras por la amenaza de las cabilas más rebeldes (como los Beni
Urriagel). En tercer término, el propio temor de muchas de estas tribus al posible castigo
que los españoles emplearían hacia ellas al rendirse. En cuarto lugar, la tenencia de
numerosos fusiles, municiones y cañones por parte de muchas de estas cabilas no
sometidas. Por último y más importante, la gran notoriedad que ha adquirido la cabila de
la que procede Abd el Krim junto a su familia, Beni Urriagel, tras sus victorias en las
campañas veraniegas del pasado año, lo cual le había permitido influenciar a numerosas
cabilas y sumarlas a su causa o como mínimo mantenerlas en un estado de indecisión ante
el conflicto hispano-rifeño.
Para contrarrestar lo anterior, desde la Subinspección de Tropas y Asuntos
Indígenas se propusieron varios métodos: crear malestar y rencillas entre los distintos
líderes de las cabilas, de manera que no estuvieran unidos frente a los españoles y poder
influenciarles más fácilmente; promesas a estos mismos líderes de cargos
gubernamentales, así como el respeto de su vida personal; restableciendo las relaciones
entre ellos y los soldados españoles, haciendo ver que de alguna manera, lo pasado estaba
olvidado; respeto a sus tradiciones y costumbres religiosas; creación de centros de
enseñanza españoles; duras represalias a los cabecillas de las cabilas más belicosas, como
Beni Urriagel.
Sin embargo, no solo con este tipo de medidas se podría conseguir esa irradiación
pacífica, existían otros problemas de índole agrícola por ejemplo. En las distintas
Comandancias (especialmente la de Melilla) la mayor parte de las tierras ocupadas y
cultivadas por colonos estaban vacías, derivadas de la masiva huida de estas tras los
acontecimientos de julio de 1921, y tras lo cual ni siquiera una indemnización les llegó
por parte del gobierno para repoblarlas, ante lo cual decidieron en numerosos casos
marchar hacia la colonia francesa de Argelia, con unas mejores condiciones para
desarrollar su actividad.
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Tampoco las pobres comunicaciones, en muchos casos, dentro del propio
protectorado ayudaban a desarrollar la nueva política. Esto era especialmente
significativo en la zona occidental, donde todavía seguían si finalizarse, por falta de
fondos, numerosos tramos de ferrocarril, como el de Tánger-Fez o el de Tetuán-Tánger.
Por supuesto, la incesante labor insurreccional de Abd el Krim dificultaba de
enorme manera toda la labor colonizadora por parte de los españoles. Merece la pena
detenerse en este momento, y analizar brevemente el modelo que imprimió el líder rifeño
a lo que después él mismo denominaría “República del Rif”, que incluye básicamente la
cabila de Beni Urriagel y las cabilas próximas a esta en las que se había dejado sentir su
autoridad.
Este ha tenido diversas interpretaciones a los largo de historia: como un
movimiento antieuropeo caracterizado por una incesante lucha independentista y de
libertad. Eso sí, hay que desvincularla casi por completo del proceso histórico de unión
del país entero, pues entre sus intenciones al respecto solamente estaba la de unificar la
región rifeña frente a los invasores, no la de dar comienzo a un proyecto de nación
marroquí.
Otra teoría lo interpreta como un simple enfrentamiento entre este estado
musulmán del norte de Marruecos y el tradicional estado cristiano español, en otras
palabras, como una yihad o guerra santa. Por supuesto, esta teoría también ofrece sus
lagunas, pues con los franceses prácticamente no tuvieron, ni quisieron, problemas;
además, como ya mencioné, Abd el Krim mantuvo conversaciones con diferentes
representantes europeos, ofreciéndoles incluso las riquezas del Rif, y presentándose como
un líder moderno ante Europa.
Una interpretación menos seguida es la de un nuevo modelo modernizador del
territorio, incluso acercándolo a las actuales democracias, pues presentaban ciertos
organismos y modos de proceder característicos de una democracia, como la elección de
más de un caíd (especie de juez o gobernante) en algunas tribus. Esta visión sí que parece
más ficticia, pues sabemos que el modelo seguido por el líder bereber fue un verdadero
caudillaje desde la cabila principal, Beni Urriagel, hacia las circundantes; mandó asesinar
a numerosos individuos que se oponían a su régimen y asistían a los enemigos; se hizo
casi “entronizar” de por vida al mando de la harka. Vemos pues, elementos más propios
de una dictadura que de una democracia.
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En definitiva, la dicotomía entre estas y otras interpretaciones del movimiento
rifeño a principios de los años 20, son fruto entre otras cosas de las poquísimas fuentes
veraces al respecto, existiendo otras muchas indirectas de estudiosos del tema o de
allegados a la figura de Abd el Krim bastante subjetivas y en un tono propagandístico
muy evidente.
Lo que sí podemos extraer de todas ellas es que las aparentes paradojas que
cometía el líder rifeño, como proclamar la yihad y acto seguido iniciar conversaciones
con los franceses o nombrar caídes para luego asesinarlos si no respetaban su autoridad,
no venían a darse sino por un único patrón de actuación, el de acabar con la presencia de
los españoles en suelo marroquí. Nada de ideario nacionalista, demócrata o anticristiano,
simplemente actuaba en cada momento de acuerdo a esta máxima, adquirir prestigio
internacional que apoyara su lucha insurreccional. De hecho, entre sus adeptos, la mayoría
lo seguía no por creer en una idea superior a ellos, como la unión de las distintas cabilas
para formar una nueva nación, sino simplemente por el botín que obtenían tras las
victorias sobre las plazas españolas.
Retomando la situación en Marruecos a comienzos del gabinete de Sánchez-
Guerra, el general Berenguer acometió la única acción armada que fue aprobada por el
nuevo gobierno para la zona oriental. Concretamente, recordemos que se trataba de la
toma de la cabila de Beni Said, lo cual fue realizado satisfactoriamente para la treintena
de abril. Curioso también mencionar que para estas operaciones se emplearon tanques
FT-17 y Schneider CA1 (comprados a los franceses) por primera vez en territorio español
del norte de África, aunque más de uno acabó siendo abandonado por falta de combustible
y posteriormente destruido por los harkeños.
Una vez restablecida la línea del frente con la pacificación de Beni Said, tal y
como se estipuló desde el gobierno, se reanudaron los contactos con Abd el Krim,
prometiéndole una política cooperativa con él en el protectorado. Además, también como
se acordó, se viraron las miras en este momento hacia la zona occidental, con el gran
objetivo de acabar con la revuelta de El Raisuni, para lo cual incluso se trasladó al general
Sanjurjo desde Melilla hasta Larache, que venía a evidenciar ese vuelco militar desde la
parte oriental hacia la occidental.
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También en estos momentos, sabemos que se reabrieron las Cortes, coincidiendo
con los últimos coletazos de Maura en la presidencia. El caso es que otro de los grandes
objetivos del nuevo gabinete tras esta reapertura fue el de reducir sustancialmente los
gastos presupuestarios destinado a Marruecos. De hecho, entre abril y junio de este año
apenas llegaron a los 60 millones de pesetas, cifra bastante reducida si tenemos en cuenta
lo que se estaba destinando en los meses anteriores a la empresa norteafricana.
Este excesivo gasto, que ya venía siendo preocupante desde la propia firma con
los franceses en 1912, se debe a la gran militarización de la administración en Marruecos.
Esto el lógico si atendemos a la difícil situación con la que se encuentra España en su
protectorado, es decir, una zona que en su mayoría se encuentra habitada por tribus
belicosas que no reconocen ninguna autoridad, (ni la del sultán, ni por su puesto la
española) ante lo cual parece inevitable virar la acción civil por una acción más militar en
el territorio. Con esto también se consigue, de alguna manera, “mantener ocupado al
ejército”, ocioso tras las derrotas de 1898, y recuperar así su prestigio perdido. Por ello,
se optó más por encargar la administración del protectorado a autoridades militares, no
tanto a civiles.
Evidentemente, aunque lo anterior no hubiera sido así, las operaciones de
despliegue militar hubieran sido inevitables si tenemos en cuenta la férrea resistencia que
ofrecieron los indígenas, especialmente los rifeños, a la penetración de la influencia
española.
Tampoco ayudó a la Hacienda el hecho de la significativa pobreza de la zona que
lo tocó a España tras el reparto, algo lógico si recordamos la posición con la acudió
nuestro país a este reparto en referencia a la posición predominante que tuvieron Francia
e Inglaterra. Por ello, esta pobreza hizo casi imposible recuperar parte de la inversión
realizada en Marruecos a través de la explotación de estas tierras, algo que sí pudo
recuperar Francia, pues su zona era mucho más rica lógicamente.
Dejando a un lado el problema presupuestario, el nuevo gobierno tampoco se
libró, ni mucho menos, de las protestas generalizadas en el país en contra de la guerra,
que ya venían sintiéndose fuerte desde finales de 1921. No solo socialistas y republicanos
clamaban en su contra, ahora también lo hacían las fuerzas liberales a través de los
periódicos de la época y desde mítines públicos. Ello por supuesto acabó llegando incluso
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a la Cámaras, donde se admitió por parte del gabinete conservador la idea de acabar con
el énfasis militar enfocado al protectorado (ahora especialmente a la parte occidental).
Pero es que no exclusivamente el conflicto armado era motivo de oposición,
también lo era recordemos la dilatada cuestión de los prisioneros y la repatriación de
tropas que habían cumplido su servicio militar. Estos tres elementos juntos provocaron
una serie de oleadas de mítines, marchas y manifestaciones por todo el país a lo largo de
abril, que alcanzaron su punto más alto el primer día de mayo, coincidiendo con la fiesta
de los trabajadores. En ella, miles de personas promovidas por la UGT se manifestaron
en la práctica totalidad de las capitales de provincia, siendo el ejemplo más paradigmático
de esta manifestación los aproximadamente 50.000 obreros que se movilizaron en la
capital española.
Estos acontecimientos apremiaron todavía más al gobierno a terminar con la
resistencia de El Raisuni. Estas circunstancias, sumadas a unas mejoras generalizadas del
tiempo y de las comunicaciones en esta parte del protectorado, motivaron a reemprender
las campañas paralizadas aquí desde finales del año anterior.
Sin esperar más, a principios de mayo las tropas españolas comenzaron a tomar
plazas en la cabila de Beni Arós hasta llegar a la guarida de El Rausuni, Tazarut. El 12 de
mayo, día en que se tomó esta última plaza, se dieron por finalizadas las campañas en esta
beligerante cabila, a pesar de haber escapado el cabecilla de la instigación a las montañas
cercanas de Buhaxén.
No quiere esto decir que acabaran las hostilidades de una manera definitiva, en
absoluto. En el propio frente occidental la amenaza de El Rausuni (que todavía seguía en
libertad) motivaba constantes asedios a las cabilas de Beni Arós y de Buhaxén. En la
vanguardia del este los dos peñones españoles sufrían el acoso de los cañones harkeños
desde hacía meses, ante la preocupación de Abd el Krim por el posible desembarco en
Alhucemas de tropas españolas. El problema aquí resalta de la presencia de los cautivos
que los rifeños reunieron junto a la bahía, para que el posible contraataque desde ambas
posiciones quedara reducido a la nada. Podemos decir que Abd el Krim tenía en jaque al
ejército español en la bahía de Alhucemas en estos momentos.
Respecto a las relaciones con Francia, tampoco supuso la llegada del nuevo
gobierno una mejora, especialmente en estos momentos por la situación que atravesaba
la ciudad internacional de Tánger. Las posturas entre Francia e Inglaterra acerca de la
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política a seguir en un futuro respecto a Tánger parecían acercarse en algunos puntos.
Partiendo de esa inamovible posición internacional sin preeminencia de ninguna potencia
sobre la ciudad, los ingleses acabaron accediendo a una soberanía de Muley Yuseff
(cercano a los intereses franceses sobre el territorio marroquí) sobre Tánger, aunque no
directa.
Podemos observar cómo se estaban tomando una serie de decisiones que afectaban
a tres potencias sin contar con la opinión de una de ellas, España, que venía a subrayar,
una vez más, el papel secundario que tenía en suelo norteafricano. No le quedaba otra a
España que redundar en las posibles discrepancias franco-británicas con el objeto de
atraer todo lo posible la postura británica a sus intereses. Un ejemplo de esto serán las
construcciones que Francia emprendió sin el beneplácito de españoles o ingleses en
Tánger, algo que obviamente violaba el principio de internacionalidad, y que solo
beneficiaba a los intereses franceses. De hecho, a principios de verano las labores
iniciadas en el puerto de la ciudad por los franceses quedaron suspendidas.
No era fácil pues, la convivencia franco-española en el protectorado. Se seguía
acusando a la zona francesa de continuar vendiendo armas a los rebeldes rifeños y de
entablar conversaciones con sus representantes, a pesar de negarlo a ultranza las
autoridades francesas. Por supuesto, no gustaba nada el hecho de que los franceses
siguieran permaneciendo neutrales ante el conflicto hispano-rifeño, lo cual llevan hasta
el extremo de negarse a mantener reuniones con las autoridades españolas acerca de la
situación en el protectorado.
Eran los franceses muy cautelosos a la hora de prestar ayudas militares a España,
o lo que es lo mismo, no lo hacían, temerosos de que su ayuda pudiera influenciar
negativamente en la opinión de los indígenas que habitaban su protectorado o en la de los
propios rifeños. Por ello, el desembarco en Alhucemas, antes de ser suprimido, fue muy
mal recibido por Lyautey, al igual que la incorporación de pilotos franceses en el ejército
de aire español.
Las críticas de la prensa y la opinión pública de un país sobre el otro
incrementaban la ya delicada situación. Sobre este aspecto podemos poner un par de
ejemplos, como que el presidente de Francia menospreciara a mediados de abril, y una
vez más, al no protectorado español en Marruecos, sino la simple zona de influencia; o
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las acusaciones de los franceses sobre los españoles de intentar amedrentar la influencia
francesa en Tánger, a través de los tejemanejes de sus agentes allí presentes.
Ni siquiera las entrevistas mantenidas entre autoridades francesas y españolas
escapaban al recelo de unas hacia otras, o directamente se realizaban por azar del destino.
Me explico; una de las entrevistas mantenidas por Lyautey en Madrid a finales de marzo
se debió a una tormenta fortuita que obligó al mariscal a atracar de urgencia en Valencia,
con la consiguiente entrevista llevada como digo en la capital española, y a la que él no
quería acudir.
No es de extrañar, teniendo en cuenta todo lo anteriormente dicho, que incluso en
el plano financiero se excedieran los intereses franceses. Esta nación con el paso de los
años se fue apropiando de un número de acciones muy superior al que se le otorgó tras la
creación del Banco de Estado de Marruecos (tras los acuerdo de Algeciras), que facilitase
la circulación de crédito en Marruecos y cuyas acciones se dividieron a partes iguales
entre todas las naciones implicadas en ese acuerdo. También intentó restar influencia a la
moneda que se acuñaba en zona de influencia española, entre otros métodos,
prohibiéndola en su protectorado.
Dejando ya a un lado las relaciones con Francia a comienzos del nuevo gabinete,
continuaremos a finales del mes de mayo, donde se expusieron los nuevos presupuestos
del estado. Como ya dije previamente, supusieron una reducción muy significativa del
aporte económico a la empresa marroquí, pero no solo aquí, sino en todos los sectores,
puesto que el nuevo año económico se reduciría a nueve meses (llegando hasta marzo del
año siguiente), con lo cual, también se reduce el enchufe monetario a los ministerios.
Al contrario de lo que pueda pensar, el principal desgarro económico no llegaba
del apartado dedicado al protectorado, sino de los sueldos relativos a funcionarios,
especialmente por la excesiva cantidad de jefes y oficiales presentes en el ejército español.
Respecto al gasto relativo a la acción en Marruecos, esta reducción, como ya decía
anteriormente, refleja una fe ciega en solucionar el problema por la vía pacífica, sin la
necesidad de nuevas campañas militares. Teniendo claro esto, destacar una separación
entre unos fondos permanentes de en torno a unos 200 millones de pesetas (la mayoría
destinados a mantener un ejército de más de 60.000 soldados en Marruecos y su respectiva
munición) y unos temporales de 90 millones aproximadamente (de carácter
extraordinario) que podía volver a reembolsarse en el erario si no eran utilizados.
45
Sí es verdad que ya desde la elaboración de los nuevos presupuestos se tenía claro
que estos fondos temporales no se iban a recuperar. Irían destinados en su mayoría a la
repatriación de soldados de cuota, un clamor en todo el país como ya veíamos.
Evidentemente, este giro hacia una política más civil y pacífica no benefició en
nada al Alto Comisario. Las voces mediáticas clamaban por una sustitución de Berenguer
por un dirigente civil, en esa ansia de acabar con la política militar en Marruecos. En esta
tesitura ni siquiera el gobierno, a pesar de haberlo ratificado tiempo atrás tras su solicitud
de dimisión, presentó una sólida defensa de él tras estas demandas que llegaban desde los
medios de comunicación y de diversos partidos políticos.
Su figura se vio en muchos medios, inútil y cada vez más criticada, tras la
finalización de las campañas militares en ambos frentes. El punto final de su cargo no
tardaría en llegar, concretamente tras la exposición de las conclusiones extraídas del
expediente Picasso a finales de junio.
Este expediente, que contaba con más de 2.000 páginas, llegó a la península en
enero de este año (con el gabinete de Maura), y en abril, ya con el nuevo gabinete en el
poder, se puso en manos del Consejo Supremo de Guerra y Marina, previa vista de un
resumen de este por las distintas posiciones políticas.
Como decía, a finales de junio, concretamente el día 26, se presentan las
conclusiones extraídas tras su minucioso y largo estudio, en el cual culpabilizaron casi 40
personalidades más de las que ya había encima de la mesa respecto al Desastre de Annual.
A principios de julio, Berenguer realizó un viaje a la capital para tratar temas
referentes al protectorado, y aquí se entera de que su nombre está en esa lista, además de
haberse filtrado a la prensa. Con lo cual, al día siguiente presentó su dimisión en el cargo
de Alto Comisario, esta vez de manera irremediable y ante su inminente proceso judicial.
Un día después de este último juicio, se nombró al nuevo Alto Comisario en
Marruecos, el general Ricardo Burguete. Participó en las operaciones militares de Cuba,
Filipinas y Melilla (1893 y 1909), pero tenía una gran estima como un hombre contrario
a la acción militar en Marruecos, que pretendía variar el rumbo aquí establecido por un
rumbo pacifista. Ello le valió al principio la buena crítica de la prensa.
A grandes rasgos, la idea nueva idea que Burguete tenía para el protectorado
implicaba una reducción a lo mínimo indispensable de los contingentes de tropas
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presentes en las distintas posiciones, en cambio, aumentará la movilidad de las distintas
columnas sobre el territorio pacificado, dando sensación de autoridad y para mitigar las
ideas de posibles nuevas insurrecciones. Por supuesto, también veía básico promover la
autoridad del sultán y sus representantes de la zona española, especialmente en el Rif, y
acabar de una vez con la amenaza siempre latente de El Raisuni por medio de
conversaciones con el instigador.
También en el seno del ejército hubo variaciones, como la que implicaba a los
oficiales. Concretamente, se suprimían las sustituciones de oficiales de cuerpos
expedicionarios por oficiales de cuerpos eventuales (normalmente voluntarios), además
se estipuló la repatriación de todos los oficiales de unidades eventuales. Esto se interpreta
dentro de ese cambio hacia una política pacífica, donde los altos cargos militares, ya no
podrían acceder el ejército de manera voluntaria.
En este mes de julio se cumplía un año del Desastre, y desde entonces tan solo
uno de las casi 60 responsabilidades procesadas tenían una sentencia en firme. Esta
lentitud para enjuiciar a los distintos responsables militares del Desastre no enardecía a
la población únicamente porque el Consejo Supremo de Guerra y Marina se encargaba
del asunto incesablemente, al menos en apariencia.
No sería esta, por tanto, la principal preocupación de los españoles en estas fechas,
sino la definitiva repatriación de tropas, que ya había comenzado como comentaba
previamente, y la liberación de los cautivos en Marruecos. No podía ser de otra manera,
ya que ambas cuestiones se alargaban demasiados meses.
Este aniversario también puso de manifiesto las indudables peores condiciones
extraídas del protectorado español que del francés. Ambas coincidieron en una reducción
significativa del dinero destinado a estas zonas en 1922, pero las diferencias entre ambas
era enorme desde distintos ámbitos. Por supuesto, económicamente, Francia podía sacar
mucha más renta de su área, mucho más rica en recursos básicos de extracción, con una
agricultura más desarrollada (con numerosas explotaciones en manos francesas), y con
un mayor obtención de beneficios a través de los impuestos, por ello, la balanza inversión-
ingresos estaba mucho más equilibrada aquí que en la zona española.
Es más, en el propio ejército norteafricano ahorraba mucho más Francia que
España. Simplemente comentaré dos datos que alumbren este supuesto: de los más de
100.000 combatientes del ejército francés, menos de un cuarto eran soldados franceses;
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en cambio, de los más de 150.000 soldados del ejército español en África, más del 75%
eran soldados procedentes de la metrópoli. Obviamente, eran más caros de mantener los
soldados procedentes de la metrópoli que los indígenas, ahí el ahorro.
En segundo lugar y mucho más sencillo, el propio número de tropas variaba
significativamente entre ambas potencias. España, como acabo de decir, contaba con
alrededor de 150.000 hombres después del Desastre de Annual en el norte de Marruecos,
en cambio Francia apenas superaba los 100.000 soldados entre su parte del protectorado
(mayor que la española), Túnez y Argelia. Sí que es cierto, que a pesar del ahorro evidente
de tropas en una porción de territorio mucho mayor que la española, el mariscal Lyautey
se quejó en repetidas ocasiones a su gobierno por esto mismo.
Retomando la labor del nuevo Alto Comisario este verano de 1922, iniciará su
plan de movilidad constante de las tropas españolas, intimidando las cabilas por donde
pasan. Pero a partir de ahí, a principios de agosto decretó un bombardeo aéreo sobre las
posiciones harkeñas en la bahía de Alhucemas, para demostrar fuerza e intimidar a Abd
el Krim. Este hecho no pasó desapercibido entre el gobierno y los medios de
comunicación, que lo recibieron perplejos, ante la evidente muestra de poderío militar en
un plan, que en un principio, se elaboró para acabar precisamente con esta actividad
militar en el protectorado.
No aplicó este mismo método con El Raisuni, que forzó la reanudación de
conversaciones en lugar de someterlo por la vía armada. Esta última hubiera resultado al
final más sencillo quizás. La situación de El Raisuni, recordemos refugiado en las
montañas tras las operaciones de Berenguer en Beni Arós, era lamentable, con un
prestigio por los suelos entre los indígenas de la región. Pues bien, precisamente la
primera toma de contacto con el yebalí fue la que originó un resurgimiento de su figura,
recobrando fuerza y gran parte del prestigio perdido en las anteriores campañas. Esto se
debió fundamentalmente a la presteza con la que se quisieron zanjar las hostilidades en la
zona occidental del protectorado por parte del nuevo Comisario, interpretado como un
símbolo de debilidad española y de incesante necesidad de acabar el conflicto por parte
de los rebeldes yebalíes.
En estas nuevas negociaciones, en resumen, se estipuló la rendición de los
rebeldes, el reconocimiento de El Raisuni a la autoridad española en el protectorado, así
como al jalifa (aunque no se obligó a acudir en persona a mostrarle el reconocimiento
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pertinente). A cambio, obtendría numerosas concesiones, como el permiso para vivir en
su Tazarut, donde tenía ubicado su palacio (que sería reconstruido por cuenta española),
y un sueldo vitalicio a los jefes de la insurrección. Aquí ya se puede ver la diferencia entre
Burguete y Berenguer; el segundo hubiera obligado a El Raisuni a acudir en persona el
jalifa y presentarle sus respetos y mostrarle el acatamiento de su autoridad, no a través de
un simple documento como hizo. Por supuesto, no hubiera permitido de ningún modo su
incontrolado retiro a su refugio palaciego de Tazarut, desde donde en un comienzo
organizó y promovió la rebelión antiespañola.
En definitiva, y a pesar de algunas desavenencias entre Burguete y El Raisuni por
algunas peticiones de este último inconcebibles (engrandecido por lo que decía
previamente), se le otorgó un tiempo de dos treintenas para la firma del acuerdo de
rendición.
El primer verano de Burguete fue bastante tranquilo en lo que se refiere a la
oposición de la opinión pública española, algo que venía siendo crónico en los últimos
meses. No afectó en demasía el hecho de que a pesar de las promesas de un nuevo modelo
político en Marruecos, la primera línea de actuación de Burguete no varió en gran medida
la de Berenguer, y que seguía sin resolver el preocupante tema de los prisioneros (ante el
cual de nuevo prometió se resolvería en los futuros meses). Esto pudo ser en parte por el
hecho de que los más férreamente opuestos a la empresa norteafricana (sindicalistas y
obreros) se desligaron de esta problemática.
Llegando ya a finales de verano, se establecieron de manera oficial las reglas y
cambios que el nuevo protectorado tendría. Lo más obvio fue el cese de la acción militar
inmediata en todos aquellos lugares donde la situación garantizase la tranquilidad
necesaria para desarrollar el protectorado civil. También se estableció un mayor control
del Ministerio de la Guerra por parte del Ministerio de Exteriores (como se conoce hoy).
Por supuesto, la vuelta de las tropas de cupo que llevaban en África desde 1919.
Otras medidas fueron: la dependencia a partir de ahora de la sección de Asuntos
Indígenas respecto a Burguete; además, una nueva facultad del Alto Comisario, la de
reunir las tropas que necesitara oportunas para la implantación del nuevo protectorado
civil en todos los territorios.
A pesar de declararse esto último, el nuevo orden de actuación sobre el
protectorado partía del supuesto de que el contexto que envolvía Marruecos era favorable
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para la implantación civil. El objetivo era el de sustituir la acción militar española por el
gobierno del Jalifa en todas estas zonas, delegando la acción de la metrópoli a labores
más encaminadas a la vigía y al reconocimiento.
Este supuesto en realidad partía de visiones un poco ficticias. Sí se daba tal
situación de estabilidad en la zona occidental, tras recordemos, el pacto pendiente de
firma por parte de El Raisuni. Pero no era así en la oriental, donde la inestabilidad no
venía tanto de la línea de vanguardia, sino de las propias tribus internas.
Por un lado, los rápidos y continuos saqueos se sucedían a los convoyes que
viajaban de una posición a otra, ya que las simples patrullas de columnas españolas no
bastaban para detenerlos todos. Por otro lado, a pesar del cese de cañonazos sobre la bahía
de Alhucemas, Abd el Krim seguía llevando “la voz cantante” en las negociaciones por
los prisioneros. Sobre este último aspecto cabe puntualizar que desde principios de otoño,
Burguete ya contaba con el dinero del rescate, pero se resentía a pagarlo sin antes agotar
la vía del desmembramiento de la harka rifeña, tras los supuestos enfrentamientos internos
de esta tras el bombardeo emprendido por el Alto Comisario. No obstante, las disensiones
entre los abanderados cabileños y el autoproclamado emir realmente eran mínimas.
Teniendo en cuenta lo dicho, la implantación del protectorado civil comenzó a
principios de otoño de 1922, concretamente en los alrededores de las Comandancias
Generales de Ceuta y Larache. Para la zona oriental, el objetivo seguía siendo militar, a
pesar de las pretensiones civilistas. El general Burguete continuó las operaciones de
presión y avance entre el río Kert y la cabila de Beni Urriagel que ya había comenzado
en agosto. Es curioso ver como a pesar de las diferencias existentes entre Burguete y
Berenguer, la táctica de avance y conquista de plazas era muy similar entre ambos
Comisarios, que además coincidían en la necesidad de tener otra plaza asegurada
próxima, para poder mantener una asistencia de alimento, agua y transporte en un terreno
eminentemente difícil para el avance.
Tampoco es que le resultara fácil el avance por el territorio no sometido. Sabemos
que desde que empezó este nuevo año, se habían recuperado diversas vías ferroviarias,
como la que unía Batel con Nador, pasando por posiciones como Zeluán o Monte Arruit,
pero los ataques se sucedían en estos caminos por parte de los rebeldes, por lo que seguían
siendo sendas peligrosas. Eso en el mejor de los casos, ya que en otros como la
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Comandancia de Larache apenas contaban con vías de comunicación que las uniera con
el resto del protectorado.
Dicho esto, el lento avance sobre los beniurriagel seguía en marcha. Tras la toma
sin muchos problemas de posiciones como Tafersit, el gran objetivo planteado por
Burguete fue la toma de Tizzi Assa, a sus ojos importantísima como punto intermedio y
preparatorio en el futuro avance hacia Alhucemas.
Antes de ello, realizó un viaje a Madrid el 5 de octubre. Por estas fechas, la paz
con El Raisuni ya se había alcanzado, lo que apremió aún más al Comisario por llegar a
Alhucemas y pacificar todo el territorio. No obstante, su desazón no fue compartida por
el gobierno, que sólo lo autorizó a continuar las operaciones en los alrededores de Melilla.
Acatando las órdenes, a finales de octubre y noviembre se reanudaron los avances,
se ocupó la ansiada plaza de Tizzi Assa (no sin derramar gran cuantía de sangre) y otras
pertenecientes a las antiguas demarcaciones españolas de antes del Desastre de 1921,
como Afrau.
Detengámonos aquí, pues los días que rodearon a la toma de Tizzi Assa reabrieron
viejas heridas, aparentemente cerradas desde la llegada del nuevo Alto Comisario. Para
empezar, la toma de esta plaza no se llevó a cabo hasta dos días después de lo previsto
por varios motivos. Los más relevantes fueron la poca profesionalidad del coronel
encargado de tomar la plaza, que dio lugar a un gran desorden y caos en el avance de
tropas sobre esta última; también ayudó a esto el Comandante General de Melilla,
Lossada, que tampoco preparó correctamente el golpe, sin revisar previamente el lugar
sobre el que se desenvolvió el combate.
No acabaron ahí las numerosas bajas innecesarias y la desastrosa labor de los
mandos. Pocos días después de su apoderamiento, uno de los generales allí presentes, sin
ningún tipo de consentimiento previo, decidió por su cuenta tomar un paso de montaña
cercano a Tizzi Assa. Acabó siendo una masacre harkeña que se saldó con más de 100
víctimas españolas y que, por supuesto, finalizó en retirada.
Las consecuencias de los acontecimientos en torno a Tizzi Assa fueron
demoledores para la opinión pública en España. Echaban por la borda todos los avances
conseguidos por la vía política, sin sangre, lo que evidentemente restaba enteros a la
nueva labor civil del protectorado. Pero es que si eso no fuera suficiente, se acusó a las
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tropas metropolitanas de utilizar armas químicas, concretamente gases asfixiantes. No era
de extrañar si tenemos en cuenta que previamente ya se habían utilizado artefactos
explosivos e incendiarios en la Guerra del Rif. Ante tales hechos, los futuros avances que
tenía pensado acometer Burguete quedaron suprimidos por el gabinete de gobierno.
Ya adelantaba que previo al viaje de Burguete a la capital se firmaron los acuerdos
entre el xerif occidental y España. A parte de las pretensiones ya mencionadas, finalmente
el caudillo no debería rendir cuentas directamente el jalifa, sino que enviaría una comisión
formada por personas cercanas (caudillos cabileños) a reunirse con él en persona, y que
esperaban conseguir de este encuentro importantes empleos gubernamentales en sus
propias circunscripciones.
De esto se puede extraer que la figura del caudillo occidental no estaría
subordinada al jalifa y a los españoles, sino que sería un igual, un cooperador de ellos en
cualquier materia que necesitaran. Incluso, se atrevía a proponer a parientes suyos para
importantes cargos en la futura organización de Yebala.
Llegando al mes de noviembre, se reanudaron las Cámaras, aunque con tardanza,
pue deberían estar reabiertas desde el mes de octubre. Lo primero que se decretó tras su
reanudación fue la supresión de las antiguas Juntas de Defensa, decisión que no se toma
de la noche a la mañana ni tras un acontecimiento esporádico.
Es verdad que tras la llegada del gabinete de Sánchez-Guerra las tensiones entre
estas y el ministro de la Guerra parecieron rebajarse (recordemos estaban más sujetas a
este último desde principios de año); pero el principal problema venía desde el seno del
ejército, donde las disensiones y enfrentamientos entre africanistas y junteros eran
constantes, como ye he comentado en varias ocasiones, especialmente desde el Desastre
de Annual.
A lo largo de este año la situación se iba haciendo cada vez más insostenible.
Varios altos mandos de la Legión (por entonces conocida como Tercio de Extranjeros),
entre ellos el propio Franco, negaron en el mes de abril vía escrita la imposibilidad de
ascenso por méritos propios que establecían las Comisiones. No fueron los únicos, en
mayo los altos mandos del cuerpo de Regulares hicieron lo mismo.
Tampoco ayudaban a mejorar las relaciones profundamente fragmentadas
numerosos acontecimientos más o menos aislados, como los tejemanejes de las
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Comisiones para librar de alguna manera a sus adeptos del proceso de investigación de
Picasso, o como las acusaciones públicas de unos hacia otros en cuanto al Desastre. Un
ejemplo de esto último fue la entrevista concedida por el coronel Riquelme, juntero, que
tras ser destituido cargó duramente contra Sanjurjo (por aquel entonces Comandante
General de Melilla) y Berenguer, aludiendo a que se podía haber hecho más en el rescate
de Monte Arruit.
La profundidad máxima en esta división llegó en junio, cuando el propio monarca
se manifestó en Barcelona, aprovechando un acto oficial, en contra de las Comisiones
Informativas y en pos de acabar con el cisma reinante en el ejército español. Estas
palabras resonaron en todo el país, con la prensa y el gobierno teniendo claro que
significarían el fin de las Juntas.
A partir de entonces, las Comisiones fueron recibiendo revés tras revés: se volvió
a autorizar el ascenso por méritos; se anularon algunas condenadas estipuladas tiempo
atrás por los propios tribunales de las Juntas; y por el contrario, la defensa de estas hacia
sus adeptos, como el dirigente de la conquista de Tizza, un año atrás (dejando para ello
numerosas bajas españolas), no servían de nada, topándose con sentencias en firme en su
contra, como la estipulada por el máximo director del Consejo Supremo de Guerra y
Marina (que mantenía una distante relación con este último).
Finalmente, unos días antes de la nueva actuación de las Cámaras, el mandamás
del Tercio, Millán Astray, dio visibilidad pública a una serie de documentos (aún a riesgo
de incumplir el secreto de sumario) en los que las Comisiones presionaban y desplazaban
a miembros del Tercio de la empresa africana. Esta sería la gota que colmaría el vaso y
propiciaría la definitiva supresión, unos días después, de las Comisiones Informativas.
A parte del fin de las Juntas, el otro gran punto tratado en la reapertura de
mediados de noviembre fueron las deducciones extraídas tras el estudio durante todo el
verano del informe Picasso. Respecto a estas, no hubo unanimidad a la hora del otorgar
responsabilidades políticas al Desastre, en cambio tenemos tres grandes direcciones: por
un lado los conservadores, que como cabía esperar, únicamente achacaron
responsabilidades militares al Desastre, exculpándose ellos de toda culpa; otra opción fue
la defendida por el socialista Indalecio Prieto, que inculpaba a los gobiernos en su
conjunto de Maura y Allendesalazar (su antecesor); por último, la opinión seguida del
resto de facciones políticas (republicanos, liberales, regionalistas y monárquicos), que
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culpaban únicamente a las figuras de Allendesalazar y sus ministros de Exterior y de la
Guerra.
Por supuesto, las fuerzas de izquierdas, socialistas y republicanos, aprovecharon
también para culpabilizar a la figura del rey y en general, a todo el régimen impuesto en
España desde 1874. Esto no era nada nuevo, ya en 1921, se culpaba a Alfonso XIII de
Desastre, por su predilección del general Silvestre, que en buena medida provocó los
vertiginosos avances dirigidos por él que desembocaron en la pérdida de tantos territorios
a la postre. Y es que, según algunos telegramas sacados a luz por estas facciones, el rey
alentó al Comandante General a tomar diversas posiciones sin el beneplácito previo del
ministro de la Guerra y el Alto Comisario.
No había como vemos un único punto de vista respecto a los culpables, pero es
que tampoco lo había respecto a su castigo: las fuerzas de izquierdas mencionadas en el
párrafo anterior, abogaban por un proceso judicial hacia los acusados por el tema que se
está tratando; los liberales simplemente pedían el cese del cargo de los implicados; Maura,
en contra de la dirección tomada por los conservadores, también optó como los primeros
por una acusación ante el Senado, aunque las acusaciones no quebrantaran el Código
Penal.
En los sucesivos días, la tensión crecía a cada sesión, lo que implicaba un
retraimiento cada vez mayor del gabinete imperante. A su vez, la opinión pública se
consagró en torno a la obviedad de las responsabilidades políticas, y por ende, en contra
de los conservadores, que defendían lo contrario.
De hecho, el propio exministro Cambó acabó sumándose a la propuesta de Maura,
evidenciando la fractura que atravesaba en estos momentos el partido conservador. Ello
llevó a dos ministros a dimitir del cargo ante las acusaciones, en lo que a ojos de Maura,
significaba el fin del gobierno de Sánchez-Guerra.
En definitiva, el informe Picasso no sirvió más que para desprestigiar y aislar al
gobierno, hasta el punto de su desplome, cuando a principios de diciembre Sánchez-
Guerra presentaba su dimisión del cargo. En absoluto resolvió el asunto de las
responsabilidades políticas, solo lo enmarañó.
54 *3 El Sol. 7 de diciembre de 1922, p.1, col. 1.
7. Acontecimientos durante la presidencia de Manuel García Prieto.
Como ya adelantaba, tras la renuncia de Sánchez-Guerra se abre una vez más, un
período consultorio por parte de Alfonso XIII, bastante más efímero que los anteriores.
Recordemos que en este momento los conservadores se encontraban sumidos en una
profunda crisis y una gran división de pareceres, ante lo cual el único partido que se
presentaba verdaderamente unido como para hacer frente a la ardua tarea de gobernar era
el liberal. Con todo esto, el día 7 de diciembre de 1922 se nombraba a Manuel García
Prieto presidente del consejo de Ministros, presentando acto seguido su gabinete liberal.
La cuestión primordial de nuevo gabinete no había cambiado, seguía siendo el
tema de las responsabilidades políticas. El problema llega derivado de la mayoría
parlamentaria que tienen todavía los conservadores, con lo que para poder afrontar la
solución por la que optaban los liberales (anteriormente explicada) era necesario pactar
con estos primeros. Obviamente, no se decidieron a apoyar una opción que culpabilizaba
a los líderes conservadores del Desastre. Ante tal negativa, los liberales no tuvieron más
remedio que decidirse por convocar elecciones a los senadores y diputados, para así
conseguir una mayoría parlamentaria que no necesitara del apoyo conservador.
Esta decisión tomada por los liberales no dejó contentos a los medios de
comunicación, ya que la interpretaron como una dilatación en el tiempo del problema de
las responsabilidades, con el consiguiente aletargamiento y pérdida de importancia de
este. El periódico El Sol ya lo reflejaba: “Si, por el contrario, el próximo Gobierno se
desentiende de estas Cortes conservadoras, las cierra y disuelve y deja el proceso de las
responsabilidades a un Parlamento nuevo, también sospechará la opinión nacional que
este aplazamiento encubre el propósito de dejar ejercer al tiempo su virtud
adormecedora”. *3
Y efectivamente, pocos días después de declarar esto el nuevo gabinete, se
sucedieron en diversas capitales de provincia protestas multitudinarias que congregaron
a cientos de miles de personas clamando justicia a los culpables del Desastre.
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La llegada del nuevo gabinete liberal no supuso en absoluto una mejora en la
pacificación del protectorado civil que se quería implantar en todo el territorio. Para
empezar, en la zona oriental los ataques rifeños esporádicos se seguían sucediendo hacia
los convoyes, así como hacia las posiciones recientemente tomadas de Afrau y Tizzi Assa.
Incluso algún ataque protagonizado hacia estas plazas podía recordar a los nefastos
acontecimientos en Igueriben de 1921. Tampoco fructificaron las conversaciones con el
caudillo rifeño por la liberación de prisioneros, que seguía viendo el retraso de ello como
su única salvaguarda en Alhucemas, ni los intentos por minar la influencia de este mismo
entre las tribus rifeñas, a través de esa generación de disputas entre distintos jefes o a
través de la creación de un partido pro-español entre los rifeños.
Distinta eran las circunstancias en las diversas cabilas al sur del protectorado y en
contacto con la zona francesa, ya que aquí sí se consiguió desprestigiar a Abd el Krim,
aumentando en su lugar la figura de Abd el Malek, el líder del partido pro-español que
comentaba.
En la parte occidental, Burguete aprovechó la coyuntura de estabilidad lograda
tras la paz con El Raisuni para traer de vuelta a la península a miles de soldados de cuota.
Eso sí, esta situación era algo engañosa, pues la paz conseguida dependía sobre todo, de
las demandas y peticiones del líder occidental, en el momento en que no fueran
satisfechas, las tornas de volverían en contra de los intereses españoles otra vez.
A grosso modo, en diciembre de 1922 la implantación del protectorado civil en
las Comandancia de Ceuta y Larache avanzaba positivamente (a excepción de algunos
territorios), no así como en la de Melilla, donde aún predominaba sin duda el elemento
militar en toda la región.
A pesar de la evidencia de esto último ante los ojos de la práctica totalidad de alto
mandos de este sector, para el general Burguete la situación aquí no era ni mucho menos
grave. Diversas altas personalidades como el propio Comandante General de Melilla ya
venían informando al Alto Comisario de la precaria situación de Tizzi Assa, así como de
la endeblez de la línea de frente creada en torno a esta plaza y Afrau. Sin embargo,
Burguete, bien por no dar demasiada importancia a estas valoraciones, bien por hacer
sobresalir su impecable labor ante el gabinete, como decía, hizo llegar a las instituciones
gubernamentales una información algo ficticia en torno al protectorado.
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Tampoco eran muy fluidas ni sinceras las conversaciones que mantenía con el
gabinete anterior. Incluso, en su correspondencia, llegó a culpar al propio gobierno de
Sánchez-Guerra de entorpecer el desarrollo de la labor civil en el protectorado, por
ejemplo, a través de la ralentización que implicaron en la labor de repatriación, por la
escasez de recursos con que contaba Burguete en África, o por la negativa a realizar
nuevas incursiones que no fueran estrictamente necesarias.
Esto hasta cierto punto puede ser verdad, especialmente en lo relativo al último
punto, pero no deja de ser menos cierto que el Alto Comisario supuso un verdadero
escollo más en numerosas ocasiones, con respecto a la dirección que se quería dar al
protectorado. No tenemos que ir muy lejos, recordemos los bombardeos aéreos que este
decretó sobre la bahía de Alhucemas con el pretexto de atemorizar y desconcertar al
enemigo, algo que no fue muy bien recibido por el gobierno. Como tantas otras decisiones
tomadas por Burguete, no calló demasiado bien al gobierno el excesivo optimismo
(bastante ficticio como decía) con que trataba el problema marroquí, del que por supuesto
los medios de comunicación daban eco.
En efecto, este desbordado optimismo no se correspondía con una realidad bien
distinta, una vez iniciado el nuevo gobierno liberal: conversaciones con Abd el Krim
estériles, silencio absoluto en cuanto a nuevas operaciones de repatriación, acoso
constante en el frente Tizzi Assa- Afrau. En definitiva, la situación llevó a Burguete a
realizar un viaje a la capital a finales de diciembre llamado por el gobierno, tras el cual
sería sustituido en el cargo por Miguel Villanueva (ya a principios de enero). A los ojos
de García Prieto y compañía, se necesitaba una personalidad que imprimiera una labor
verdaderamente civil en el protectorado, y Burguete no era esa persona, como sí lo creían
de Villanueva.
En este período de seis meses que estuvo en el cargo, tampoco consiguió Burguete
una aproximación de posturas con los franceses. Los rifeños continuaban teniendo muy
sencillo el abastecimiento en la zona francesa, y por su parte, los franceses continuaban
molestos por la labor de agentes en la zona española contrarios a sus intereses (como Abd
el Malek, adversario francés en el transcurso de la 1º Guerra Mundial).
Igualmente, no ayudaba a esta labor la imparcialidad con que los franceses
trataban a los representantes de la República del Rif, que sin generar una política de apoyo
a ellos, tampoco les impedían el libre albedrío a la hora de, por ejemplo, embarcar desde
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Argelia dirección París para seguir generando propaganda de su reciente estado; o la nula
cooperación militar entre España y Francia en el protectorado.
Las relaciones entre el Alto Comisario y el mariscal de Francia fueron nefastas
durante este período. Lyautey no podía estar más disgustado de la labor del Alto
Comisario español: vio fantasmas donde no los había de una reunión entre Burguete y el
antiguo sultán, Muley Hafid, que incluso despertó la intranquilidad por una posible vuelta
de este como auto-proclamado nuevo sultán; acusó directamente al español de favorecer
las negociaciones Abd el Malek-Alemania, que venían perjudicando a Francia desde la
Gran Guerra; es más, no sólo se quedó en lo anterior, incluso llegó a pensar que España
tenía pensado agrandar sus límites del protectorado a costa de territorio francés, por ello
supuestamente cooperaban con Abd el Malek.
Si a estos puntos les sumamos otros que venían de antes, como la supremacía que
quería imprimir Francia del sultán Mulay Yusuf sobre todo Marruecos (por encima del
jalifa de Tetuán), o el problema de Tánger, se entiende perfectamente la gran dificultad
que tuvo Burguete para acercar posturas con los franceses. La propia prensa de ambos
países renovaba la rivalidad, y hacían casi imposible aunar puntos de vista, echando en
cara todas las actuaciones que acabo de comentar.
Retomando con la labor civil del nuevo gobierno liberal, teniendo claro que la
acción desempeñada por Burguete los meses anteriores (concretamente desde que se
estableció el protectorado civil en septiembre de 1922) no varió demasiado ni profundó
en las pretensiones civiles, procedieron a una readministración de determinados sectores
del protectorado. Tuvo lugar a mediados de enero de 1923, y en esencia pretendían una
subordinación más directa respecto a Villanueva de distintas instituciones militares y de
las Comandancias Generales.
Algunos de los puntos que se tocaron fueron: la supresión de la Comandancia
General de Larache, incluyendo sus territorios y atribuciones dentro de la de Ceuta
(logrando disminuir el número de tropas aquí presentes y de posiciones); eliminaron
algunos cargos militares, cuyas funciones quedaban desde ahora dirigidas directamente
por el Alto Comisario, como el General en Jefe del Ejército de África; dividieron el
ejército en dos grandes bloques, uno dirigido por el Comandante General de Melilla y
otro por el de Ceuta, y estos a su vez en supeditación directa con Villanueva.
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Por supuesto, esta gran modificación en el protectorado no dejó indiferente a
nadie. En este sentido, su implantación se topó con la oposición de numerosos cargos
militares en Marruecos. Por ejemplo, supusieron la dimisión del Comandante General de
Melilla, algo que evidenciaba lo complicado que suponía imponer criterios civiles sobre
el elemento militar predominante en el protectorado desde su implantación en 1912.
También en este mes de enero se concretó por fin el retorno de los más de 300
prisioneros que se encontraban en Alhucemas, que a cambio de los 4 millones de pesetas
acordados, además de otras disposiciones, llegaron a Melilla el día 27. Eso sí, no todo lo
que extrae de este hecho fue positivo, como pueda pensarse, ya que abrió una brecha entre
los ministros de Guerra (Alcalá-Zamora) y Estado (Santiago Alba), por la exclusión a la
que fue sometido este primero del proceso, que perduraría en el tiempo.
Es cierto que esta liberación supuso el fin a la única salvaguarda que Abd el Krim
tenía en Alhucemas, aunque no es menos cierto que le dotó de importantes fondos para
financiar su guerra, así como de prestigio ante el resto de cabilas. Poco pareció importar
este hecho a la península. Prensa, instituciones de distintas índole, incluso el propio rey,
felicitaron al gobierno por su encomiable y rauda actuación para poner fin al cautiverio
de estos soldados, que duraba ya año y medio.
Recordemos, el país estaba pendiente de unas nuevas elecciones, ante lo cual
durante este mes no cesaron las propagandas políticas de unos y otros partidos,
centrándose sus discursos en el tema de las responsabilidades políticas (tema por el que
fueron precisamente convocadas las elecciones), que continuaron hasta abril, momento
en que se celebrarán las elecciones.
Pese a las fuertes intenciones del gabinete de implantar de manera real el
protectorado civil, no le resultó fácil (y no únicamente por la oposición de cargos
militares, como comenté). Ya de entrada, el propio Villanueva nunca llegó a tomar
posesión del cargo alegando una tortuosa enfermedad, a pesar de haber sido elegido Alto
Comisario. Ello llevó al gobierno a la obligación de elegir a otra persona para el puesto
en febrero, que no sería otra que Luis Silvela.
Si veíamos anteriormente como la opinión pública recibió de grata manera a
Villanueva, no sería igual con Silvela. Desde la prensa se le achacó varias cosas, como su
nulo conocimiento del panorama en el protectorado o que su nombramiento vino a
producirse por “enchufismo”, es decir, que era una persona cercana a García Prieto.
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No solo la figura del Alto Comisario supuso un quebradero de cabeza, sino las
propias circunstancias en las que se encontraba el norte de Marruecos. Decía previamente
que el problema de los prisioneros se había resuelto, lo que no incidió en absoluto en los
continuos ataques que los rifeños acometían contra el frente oriental. Esto no suponía un
problema en el otro sector, pero la situación de relativa estabilidad se logró en base a la
presencia de tropas y cargos cercanos a El Raisuni, algo que no permitía bajar del todo la
guardia en este sector.
Igualmente y como ya comenté, las relaciones con Francia estaban muy lejos de
llegar a un punto común, algo que tampoco facilitaba el desarrollo del protectorado civil.
Ni siquiera vieron los franceses con buenos ojos esta nueva política aplicada desde enero
en el protectorado español, alegando mayores dificultades de actuación a consecuencia
de esta.
Otras dificultades venían del proceso de depuración de responsabilidades
políticas. Respecto a esto, el problema venía de que para el gobierno no parecía suficiente
con la creación del Consejo Supremo de Guerra y Marina, que estudiaba desde hacía
meses y establecía (desde este mismo mes) sentencias en firme. Por ello, en febrero se
nombró a una serie de jueces que estudiaran el posible mal uso de fondos públicos
destinados al protectorado.
Como puede intuirse, esta decisión no se toma aleatoriamente, sino que era
antecedida de un hecho que derivó a este nombramiento de nuevos jueces en el proceso.
Básicamente se trata de una apropiación indebida de alrededor de un millón de pesetas en
la ya suprimida, Comandancia de Larache, a finales del año anterior.
Ya en marzo, Alcalá-Zamora precedió a la creación de un ejército íntegramente
de voluntarios en África (recordemos que la única fuerza militar voluntaria en suelo
marroquí era la del Tercio). Para incentivar la incorporación a este, los soldados gozaban
de extras de tipo económico, de predilección a la hora de incorporarse más adelante en
otras fuerzas militares, además de no necesitar documentación alguna a la hora de
alistarse (seas español o extranjero). Tan solo las cinco poblaciones de posesión española
contaban con tropas que no fueran voluntarios o indígenas a partir de este momento.
También en este mes se complicó la situación de paz de la región occidental.
Como decía, esta dependía más bien de la voluntad de El Raisuni que de la de España, y
en efecto, una serie de exigencias de este vinieron a complicar la paz conseguida aquí,
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pues muchas de las fuerzas de este territorio aún continuaban siendo leales al cabecilla
yebalí. Más de 50.000 soldados españoles seguían presentes en la zona, a pesar de la
repatriación producida meses atrás, lo que evidenciaba la delicada situación que
atravesaba la engrandecida Comandancia de Ceuta.
Para este mes de marzo ya se habían reducido notablemente las incursiones rifeñas
al frente oriental, pese a lo cual, el número de soldados establecidos aquí apenas varió
respecto a 1922. El problema entonces era algo similar al de la zona occidental, un líder
problemático a los intereses españoles (obviamente hablo de Abd el Krim), el cual ha
adquirido un gran prestigio tras su provechosa operación con los rehenes españoles.
Incluso, los jefes de las cabilas lo empezaron a denominar desde entonces como “Mulay
al-mujahidin”, o lo que es lo mismo, “príncipe de los combatientes por la fe”.
Por último, otra gran dificultad con la que topó la integración civil del
protectorado fue la luz que arrojaron los presupuestos generales del año fiscal 1922-1923.
Al igual que el año anterior, las arcas públicas se encontraban en una situación de déficit
importante. De los más de quince millones de pesetas deficitarias, en torno a tres millones
y medio eran debidos a la empresa marroquí. Ni siquiera la fuerte presión fiscal a la que
fueron sometidos los españoles (sobre todo en productos básicos) consiguió paliar este
desequilibrio, situación que por supuesto incrementó el distanciamiento entre la
población española y la campaña.
Dejando a un lado las trabas a las que tuvieron que enfrentarse los liberales para
la consecución de ese protectorado civil, nos introducimos en una crisis, como algunos
medios de la época reflejaron, en el seno del gabinete. Ya lo adelantaba antes, y a
principios del mes de abril se empezaron a hacer públicas las grandes discrepancias entre
los ministros Alcalá-Zamora y Santiago Alba en lo concerniente al protectorado, como
no podía ser de otra manera.
A pesar de comenzar ambos con las mejores de las intenciones tras su
nombramiento, la diferencia de criterios entre ambos originaría diversos conflictos. La
historia comenzaba con el total secretismo con que el ministro de Estado llevó el asunto
de los rehenes (como ya comenté), que prosiguió con una paulatina variación en lo que
respecta a la información que llegaba desde las dos Comandancias (cada vez más
hermética en torno a Alba). Tampoco se pusieron de acuerdo respecto a la repatriación de
soldados, optando uno por realizarse esta en un número relevante, y optando el otro por
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una repatriación cautelosa y esperando a los informes remitidos por los Comandantes
Generales.
Este hecho no ayudó demasiado a los liberales respecto a la campaña
propagandística que se inició en abril (aunque comenzó meses antes de manera
extraoficial como ya mencioné) para esas elecciones pendientes a senadores y diputados.
De estas derivó un hecho lamentable que no fue pasado por alto por la población, y es
básicamente la utilización del problema marroquí en general (no solo las
responsabilidades políticas) como arma política de cada partido según sus intereses.
Claro, esto conllevó al incremento del desgaste que ya lastraba el régimen de la
Restauración borbónica.
También en abril se produjeron algunos avances significativos en el desarrollo del
protectorado civil. Primero, Alba aprobó el establecimiento de un funcionariado
permanente allí que permita una organización civil del territorio. El problema es que la
mayoría de estos tenían que ser autóctonos, puesto que en España apenas había personas
verdaderamente cualificadas en el contexto marroquí. Pocos días después, quedó fijado
el ejército permanente dirigido directamente por el jalifa, no por el Alto Comisario, e
integrado por soldados africanos en su totalidad.
Presentaba Silvela al término de este mes un nuevo designio de pacto con El
Raisuni, del cual se extrae que lo acordado meses atrás apenas había sido cumplido,
además del ya mencionado gran poder que adquiría el cabecilla. De entrada, la entrega de
armas de las antiguas tribus belicosas todavía no se había producido, al igual que el
retorno de estos a sus antiguos hogares, mientras que el xerif se equiparaba en esta región
prácticamente a la autoridad de Silvela y del jalifa. En resumen, la situación en la región
oeste apenas había progresado desde el primer acuerdo en septiembre de 1922.
Llegando ya al día 29 se celebraron finalmente las elecciones, que dieron como
fruto una victoria de los liberales, permitiéndoles además la representación mayoritaria
que deseaban y para la que habían convocada estas elecciones. Por supuesto, no cabe
olvidar que estos resultados se consiguieron a través de medidas fraudulentas y
consentidas por la otra gran conformación política, algo normal desde el establecimiento
del régimen bipartidista de la Restauración.
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De estas elecciones podemos extraer algunas conclusiones. En primer lugar, el
agotamiento y la poca fe la población en la dirección política de estos momentos, reflejado
en una gran disminución del porcentaje de gente que acudía a votar. Esto es evidente, ante
la sucesión casi faraónica entre un partido y otro (liberales y conservadores) en el poder
en este régimen totalmente manipulado. En segundo lugar, la exigencia popular de un
proceso de depuración de responsabilidades políticas del Desastre, evidenciado en el
mayor número de votos que obtienen los liberales (que defendían esta premisa). Incluso
los socialistas (que aún la exigían con más fervor) llegaron a ganar en la capital, algo que
pone de manifiesto claramente esta voluntad popular.
A pesar de su victoria, el partido liberal no presentó, ni mucho menos, un único
rumbo que tomar respecto a Marruecos. El hecho más esclarecedor al respecto fue la
dimisión presentada por Niceto Alcalá-Zamora a principios de mayo, que veía imposible
realizar su labor en el cargo ante la ceguera casi absoluta a la que lo tenía sujeto Santiago
Alba respecto al protectorado. No fue informado de las negociaciones que se mantenían
con el caudillo rifeño, ni en el fracaso de estas hasta varios días después. Tampoco
compartía las amplias concesiones que se acabaron dando al xerif yebalí en las últimas
negociaciones que con anterioridad destaqué. Esta última decisión tampoco agradó a
numerosos generales, que veían degradantes estas concesiones dadas al xerif, y que
incluso motivó la dimisión de algunos de ellos.
El fin de las negociaciones con Abd el Krim dio lugar a un nuevo empuje de la
harka rifeña sobre el frente oriental desde mediados de mayo. La situación era
especialmente complicada en la plaza de Tizzi Assa, que sufría contantes ataques para los
que fueron necesarios cientos de bajas de defensores de esta para su mantenimiento.
Podemos decir que este enclave era una especie de “ratonera sin salida”; sabemos que su
toma fue originada con la idea de Burguete de servir de avanzada para una posterior
incursión sobre Alhucemas, pero la idea de un protectorado civil paralizó cualquier tipo
de futuras incursiones militares. Ante esta situación, se convirtió en una posición de
defensa de la cual es imposible huir, ya que el efecto de la retirada sería demoledor en
cuanto a la moral de las tropas españolas, y enormemente alentador hacia los harkeños y
tribus cercanas. No se podía avanzar pero tampoco replegarse.
No quedó otra al gobierno que tomar medidas de alcance. Para ello, se nombró a
un nuevo Comandante General, Martínez Anido, que venía a sustituir al anterior tras su
renuncia al cargo. Este comenzó un plan militar para la pacificación de la zona más
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conflictiva de esta Comandancia, quedando el abandono de estas plazas descartado. Por
lo tanto, la única opción lógica parecía ser retomar esa idea de avance sobre la bahía. Las
operaciones comenzaron el día 5 de junio, y para el día siguiente ya consiguieron destruir
el perímetro rifeño en torno a Tizzi Assa y ocupar algunas plazas alrededor de esta para
su defensa. No obstante, no se dio la orden desde el gobierno central de proseguir el
avance hacia Alhucemas, algo que lamentaron profundamente los dirigentes de este
ataque.
Tampoco es que los progresos en la expansión del protectorado civil sobre esta
región hubieran evolucionado mucho. La mayoría de las cabilas hostiles lo seguían siendo
por estas fechas y se sucedían las disensiones entre los varios Comandantes Generales
que tuvo la circunscripción estos meses y las autoridades autóctonas pro-españolas.
Como decía, la idea del gobierno no era la de un avance militar. Ante tal
paradigma, las nuevas disposiciones en la organización militar dentro del protectorado
civil eran, a grandes rasgos, las siguientes: un ejército conformado por tropas jalifianas
(melallas), tropas del Tercio, tropas de Regulares y las nuevas tropas de voluntarios
originadas en la península; una dependencia directa de todos los altos cargos militares
con el Alto Comisario (o su gabinete); información obligatoria a Silvela de todas las
transmisiones entre las Comandancias y Luis Aizpuru (nuevo ministro de la Guerra);
implantación de unos frentes que irían desde el litoral hasta los límites con el protectorado
francés para cada Comandancia, que únicamente servirían como una especie de parapeto
ante posibles acometidas de los rebeldes; además de lo anterior, algunas ciudades como
Larache o Xauen contarían con una guardia permanente.
Dejando claro lo anterior, avanzaban los meses de mayo y junio, y desde el
Consejo Superior de Guerra y Marina seguían llegando sentencias desfavorables a
numerosos militares por los acontecimientos de Annual. De igual manera, iban llegando
sentencias desde los jueces creados para la depuración de responsabilidades
administrativas, como la de Larache, que anteriormente mencionaba y que para el mes de
junio condenaba a un par de individuos por esa expropiación indebida.
Respecto a las responsabilidades políticas, derivado los resultados electorales,
todo hacía presagiar que este proceso de depuración contra el gobierno conservador del
momento del Desastre se realizaría por fin. No obstante, a principios de julio los liberales
cambiaron de parecer, y optaron por la creación de una comisión que analizara otros datos
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y fondos, no exclusivamente los concernientes al expediente Picasso, y comunicara los
resultados en no más de tres semanas (aunque más adelante se prorrogaría hasta el mes
de octubre).
Realmente, este cambio de parecer no obedecía sino a un deseo por parte de los
liberales de implicar a más personalidades en el proceso, ya que la anterior intención era
simplemente condenar al presidente del Consejo de aquel momento, Allendesalazar (ya
fallecido) y sus dos ministros de Estado y Guerra. Claro, esto podía provocar en la
población una sensación de insuficiencia, donde solamente serían condenados dos
personajes políticos por el Desastre de Annual.
El efecto que trajo esta decisión no fue el previsto, y ahondó aún más en la
desconfianza que ya suscitaba el país hacia el gabinete liberal, generada en gran medida
por la desorientación con que manejaban el asunto del protectorado, así como sus escasos
avances en la pacificación de este.
Pero es que en julio la situación iría a peor. Especialmente delicados fueron las
acusaciones hacia el general Aguilera, que presidía el Consejo encargado de estudiar las
responsabilidades políticas, de falsear el proceso de nuevo enjuiciamiento de Berenguer,
tras el suplicatorio pedido por este. Además de esto, también fue acusado de urdir un plan
golpista (junto a otros dos altos cargos políticos) que acabara con el gobierno. Incluso
saltó a la prensa un enfrentamiento violento entre este y Sánchez-Guerra.
De fondo, aparte del desprestigio que sufre el gobierno en estos momentos, resalta
el incesante choque entre los poderes militar y civil. Las continuas sentencias
desfavorables a estos primeros que no paraban de salir, unidas a las severas censuras que
se les impuso a los altos cargos militares (y al poder militar en general) desde julio de
1921, no provocaba otra cosa que descontento en el seno del poder militar.
Pues bien, esta situación general en el país tuvo sus repercusiones en el ejército.
Por primera vez desde hacía tiempo, parecía unificado el ejército (olvidando las
diferencias juntero-africanistas) en torno a la imperante necesidad de reclamar
responsabilidades políticas y como frente común ante incidentes graves que en estos
meses se estaban produciendo en España (especialmente graves en Barcelona tras las
luchas sindicales precedidas del asesinato de un miembro de la CNT y seguidas de una
represión desmedida).
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La población (incluyendo numerosos medios de comunicación) también optó por
empezar a darle la espalda al gobierno, viendo desde estos meses de verano de 1923 al
ejército como única vía posible para encauzar la situación y resolver de una vez la dilatada
cuestión de las responsabilidades. Hasta tal punto llegaba la fragilidad de la situación, que
el gobierno no se atrevió a destituir a Aguilera tras los hechos que relaté previamente,
pues contaba con una gran consideración y popularidad entre el poder militar y la
población española.
Con todos estos ingredientes, no parecería extraño que se estuviera fraguando un
golpe militar, orquestado desde junio por Miguel Primo de Rivera, capitán general de
Cataluña. No solo se encontraban profundamente descontentos los militares por las
condenas a estos y por el tema de responsabilidades, sino por numerosas diferencias entre
estos y la labor que realizaba el gobierno respecto al protectorado. La supresión, cada vez
más intensa, de la labor militar en Marruecos, el desplante a las labores que esta cometía,
y conversaciones con los líderes rebeldes venían a recrudecer esta delicada situación.
Si no estaba la situación lo suficientemente caldeada con los militares, hay que
añadir en este verano un contexto totalmente desalentador para España en Marruecos. La
escasa confianza y continuas sospechas continuaban de manera ininterrumpida entre las
naciones de España y Francia. No cesaron las sospechas de una posible inclusión y
formación de tropas francesas en las harkas rifeñas que atacaban el frente español. Por su
parte, los franceses seguían quejándose de los libres tejemanejes que llevaba a cabo Abd
el Malek por la zona de influencia española en contra de los intereses franceses; tampoco
gustaron las libertades que se dieron a El Raisuni de actuar en cabilas fronterizas con la
zona francesa. Además, no cabe olvidar las viejas acusaciones y controversias que se
repiten sin cesar entre ambas naciones que ya he comentado en repetidas ocasiones.
Esta circunstancia se une a la inoperante labor civil en el protectorado. Este hecho
enfurecía aún más al sector militar, pues a pesar de la brillante victoria en Tizzi Assa a
comienzos de junio, el gobierno le impidió seguir avanzando hasta Alhucemas. En su
lugar, desde el gobierno se quería una penetración pacífica por el todo el territorio del
norte de Marruecos, que evidentemente no llegó, conllevando como digo el gran
desagrado del ejército. El cual fue en aumento ante el nombramiento oficial desde el
gobierno central de un ejército de indígenas (como ya veíamos) a las órdenes del jalifa,
que en diversos casos, muchos de sus adeptos acababan desertando y uniéndose al grueso
rifeño.
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Tampoco mejoró en este verano la tensa coyuntura que atravesaba Barcelona. La
vida en la capital catalana era insostenible, con huelgas y asaltos vandálicos todos los
días, tras las luchas constantes de trabajadores y su correspondiente represión. Ante tal
panorama, solamente la figura de Primo de Rivera parecía ser respetada en Barcelona, el
gabinete liberal no contaba en absoluto con el prestigio necesario para imponer aquí su
autoridad y restaurar el orden.
Esta deficiente coyuntura atravesaba España en el verano de 1923. Y en estas,
como ya vengo diciendo hace tiempo, el problema marroquí se vuelve insostenible. Por
ello, se volvió a modificar el reparto de tropas en los dos grandes frentes de la región
oriental. En este sentido, se incrementó el número de soldados en primera línea, en las
distintas fortificaciones que aquí había. Básicamente, en estos momentos tenemos un gran
número de escuadrones y batallones de distinta índole en cada frente, tres columnas
móviles también para cada frente, y por supuesto tropas rezagadas sobre la primera línea
a la espera de ser utilizadas en casos de emergencia.
A parte de esta modificación del frente de batalla, el gabinete ordenó al
Comandante General de Melilla la elaboración de una estrategia a seguir en la región, con
el fin de conseguir esa ansiada pacificación del territorio. Este llegó a la capital a finales
de julio y consistía esencialmente en la toma de la también ansiada por el ejército, bahía
de Alhucemas. Ofrecía en su visión dos posibles alternativas de ataque: uno por el suelo,
a través de tres grandes hileras de soldados que acometieran su ataque de forma paralela;
otra por agua, produciéndose el desembarco en la posición de Morro Nuevo, y a partir de
ahí se procedería a la penetración de tropas hacia la rebelde cabila de Beni Urriagel.
Aunque también auspició la idea de un ataque combinando ambas maneras,
produciéndose el desembarco marino en la posición de Torres de Alcalá, a la vez que
atacaban por tierra dos hileras de soldados desde el propio frente oriental sumadas a otra
que atacaría desde el occidental.
Sin duda, esbozar esta estrategia ponía de manifiesto el fracaso de la acción civil
en el norte de África, y la imposibilidad de apaciguar a las tribus insumisas de otro modo
(por lo menos eso creían en la época). El problema que esta nueva operación militar
conllevaba era un inevitable envío de refuerzos materiales y humanos desde la península,
a lo que se oponía tajantemente la opinión general de los españoles, como ya sabemos. Si
bien es verdad, que la alternativa por mar (incluso combinada) no fue tan mal vista por el
gabinete encargado de emitir dictamen sobre su realización, ya que no suponía un envío
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de tropas tan elevado. En definitiva, la resolución emitida por el Estado Mayor Central
del Ejército, encargada de evaluar el posible desembarco, estipuló una preparación para
ello de un año como mínimo, y de ninguna manera se realizaría un ataque exclusivo por
tierra.
En base a lo anterior, el gabinete optó por rechazar la proposición de avance sobre
la bahía y mandar a una delegación de la misma instancia, que le valió para rechazarla, a
Melilla, para evaluar las posibles medidas a tomar y resolver de una vez por todas, el
problema en esta región.
No estaba mucho mejor la situación en el frente occidental. Desde el comienzo de
este verano, rebeldes procedentes de la cabila de Gomara hostigaban sin pausa la plaza
de Tazza. Esto colocó al gobierno entre la espada y la pared, ya que era necesario mandar
allí un convoy que auxiliara a la posición, pero ello supondría romper los tratos que en
estos momentos se están acordando con El Raisuni. El resultado fue que Silvela ordenó
el avance del convoy sin consultar previamente al gabinete liberal, algo que pone de
nuevo de manifiesto la escasa autoridad y la gran diferencia de ideas en el seno del
gabinete imperante en estos momentos.
Es que para las autoridades militares esas conversaciones con el xerif venían a ser
inútiles, ya que ellos consideraban (así como los intermediarios entre este y el gobierno
español) que su posible salida del protectorado sería incluso positiva para los intereses de
España. Esto da a entender que las constantes conversaciones entre ambas partes que ya
se mantenían desde el pasado año habían sido en general, infructuosas.
En la península, durante este verano continuaba la inoperancia reinante en estos
momentos del gobierno, que perdía incluso el apoyo del monarca, según notas que se
filtraron a la prensa (aunque desmentidas posteriormente) en una charla entre este y
Maura. La preocupación más grande de los españoles seguía siendo el protectorado, junto
con los incidentes que se sucedían en la ciudad condal. Además, y como no podía ser de
otro modo, se seguían llamando a testificar a numerosos cargos militares para seguir
esclareciendo las responsabilidades del Desastre. Tampoco habían cesado las
aspiraciones golpistas de Primo de Rivera.
Seguía avanzando el verano y la situación en las dos Comandancias de Marruecos
no iban, ni mucho menos a mejor. La delegación del gobierno destinada en Melilla
retornaba a Madrid a finales de agosto para presentar su informe. En su estancia en tierras
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africanas la situación se recrudeció hasta el punto de recordar a los comienzos de los
hechos de julio de 1921; miles de harkeños hostigaron la posición de Tifarauin y pusieron
en grave riesgo el desplome de toda la línea avanzada, pues su pérdida podría originar el
mismo efecto dominó sobre las cabilas colindantes como ya ocurrió aquel fatídico año.
La respuesta desde la Comandancia no fue tenue, y se movilizaron en torno a 20.000
soldados acompañados de un ataque aéreo sobre estas tribus insumisas. Finalmente, se
consiguió recuperar la estabilidad del frente y la seguridad en el envío de convoyes a la
posición, no sin antes dejar varios cientos de bajas para ello.
Quizá, el ataque en sí no fuera la consecuencia más grave del asunto, ya que para
este fueron necesarios nuevos envíos de tropas desde la península. Esto resonó como un
clamor en todos los puntos de la geografía española, coincidiendo la mayor parte de la
opinión en que supuso el fin del proceso de repatriación de tropas, algo que como puede
imaginarse, sentó como un jarro de agua fría a la población española, que veía truncadas
una vez más sus aspiraciones. Es más, previo al embarque de tropas en la ciudad de
Málaga, se produjo un motín contra la Guerra del Rif, algo que no ocurría desde la guerra
de 1909, pero esta vez protagonizado por las propias tropas que debían embarcar.
Muy tensa era la tesitura en España en estos momentos contra el gabinete liberal.
Incluso empeoraba tras la resolución emitida por la delegación que estudió la situación
en Melilla, y que estipulaba la necesidad de avanzar la línea del frente. Esta resolución
llevó a fuertes enfrentamientos verbales entre los propios ministros del gabinete, ya que
unos defendían la necesidad de finalizar con las operaciones armadas, y otros de incluso
avanzar más allá de donde recomendaba la resolución.
No tardaron en llegar las consecuencias a la insostenible situación, y nada más
comenzar septiembre, todo el gobierno liberal encabezado por García Prieto presentó su
dimisión. Tras ello, el monarca encargó a este último formar un nuevo gabinete, en el que
se sustituyeron aquellos ministerios que se mostraron contrarios al avance.
Esto no cambió nada, y las continuas huelgas y manifestaciones se sucedieron por
todo el país, algunas incluso clamaban en contra de la unidad nacional (Barcelona). En
este ambiente ya irrevocable inició Primo de Rivera su insurrección armada el día 12 de
septiembre.
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8. Acontecimientos durante la Dictadura de Primo de Rivera hasta el final de
la guerra.
El hecho de que el golpe se resolviera con éxito en pocas horas, y que solo tres
días después (15 de septiembre de 1923) se implantara de manera oficial el Directorio
Militar dirigido por Primo de Rivera con el beneplácito de Alfonso XIII, evidencia que el
camino estaba allanado para que el dictador ascendiese al poder.
Como ya vimos, la relativa unidad del ejército que en estos momentos imperaba
frente a los problemas a los que se enfrentaba España, y la coincidencia de pareceres entre
este y el jerezano respecto al gran descontento con el gobierno en su actuación en
Marruecos, les permitió aunar fuerzas. Si bien es verdad que los denominados
“africanistas”, en los primeros meses llegan incluso a criticarle por su defensa del
abandono de Marruecos, aunque más adelante, como ahora veremos, esta idea se
abandona; pero en ningún caso supusieron un obstáculo para su ascenso al poder como
digo.
Tampoco tuvo el golpe una oposición de la población española, toda lo contrario,
la vieron como salvación frente a sus principales preocupaciones. La dilatadísima
depuración de responsabilidades respecto al Desastre, la inacabable repatriación de
tropas, el estancamiento de la resolución del problema marroquí (que ya duraba bastantes
años), los numerosos meses que los prisioneros españoles pasaron en cautiverio, las
guerras sindicales que se recrudecían en Cataluña y que influenciaban a todo el país, etc.,
no hacían más que medrar el apoyo a los liberales y al régimen de la Restauración en
general.
Ni siquiera los socialistas se opusieron a la dictadura en un primer momento, que
aparte de suponer el tan ansiado cambio de gobierno, no querían poner en peligro las
conquistas obreras conseguidas durante estos últimos meses.
La llegada de la nueva dictadura supuso el fin del proceso de responsabilidades.
El hecho de que a finales de junio de 1924 el general Weyler (a la cabeza del Consejo
Supremo de Guerra y Marina) emitiera sentencias que culpabilizaron a generales como
Berenguer, no impidió a Primo de Rivera, ya a principios de julio declarar la amnistía
para todos los implicados militares en el Desastre. Este giro de los acontecimientos se
puede ver en clave de intentar hacer recaer toda la responsabilidad de estos
acontecimientos de 1921 sobre los gobiernos de la Restauración de esos momentos.
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También supuso una gran recuperación del orden social, ya que el control férreo
ejercido por la dictadura hacia los medios de comunicación y hacia esas manifestaciones
y luchas sociales que venían caracterizando España en los últimos años facilitaron que
estas últimas quedaran reducidas en gran medida. En definitiva, la censura y el control de
todos los ámbitos de la vida ejercido por el partido único (Unión Patriótica desde 1924)
facilitaron acabar con la oposición popular a la presencia española en Marruecos.
Desde 1923, Abd el Krim, autoproclamado sultán de Marruecos, se empezó a
hacer con la alianza de numerosas cabilas de Yebala, lo que evidentemente ponía en
peligro la estabilidad de ciudades tan importantes en la región occidental como Larache,
Xauen o la propia capital del protectorado, Tetuán. Ante tal situación, sumada a los
continuos ataques rifeños durante 1924, Primo de Rivera no dudó en coger las riendas del
problema marroquí y se autoproclamó Alto Comisario en octubre de 1924 (sustituyendo
al general Aizpuru, que él mismo había nombrado tras el éxito del golpe un año atrás).
Esta circunstancia no hacía más que convencerle de la necesidad de un repliegue
paulatino de la parte interior de la región occidental. El motivo de esta decisión ha sido
discutido por diversos historiadores, ya que unos alegan que se tomó con la idea de una
posterior retirada definitiva de Marruecos, y otros que fue una estrategia en la que liberaba
de la presión por esta zona a Abd el Krim para que se lanzase hacia la zona francesa
(obteniendo tras esto la cooperación de los franceses).
Como ya adelantaba, esta decisión le granjeó numerosas enemistades con los
militares africanistas, de las cuales podemos resaltar un capítulo por su trascendencia y
por sus personalidades implicadas. En su intento por convencer a los altos cargos en
África de la necesidad del repliegue, visitó la zona occidental del protectorado en verano
de 1924. Durante este, en el mes de julio llegó al cuartel de la Legión en Ben Tieb, donde
se sucedieron los desplantes, malos gestos y críticas a Primo de Rivera, llegando incluso
el comandante Varela a encararse con él.
Al finalizar la comitiva, que por cierto se realizó a base de huevos, los cuales
según la prensa del momento representaban las partes que le faltaban al dictador
(desmentido posteriormente), este último le mostró al teniente coronel Franco su
disconformidad por la recepción de sus oficiales. La respuesta de Franco no fue otra que
exculpar a sus oficiales y presentar su dimisión (no aceptada), tras lo cual le sucedieron
en esta decisión los tenientes coroneles Pareja, Pozas y diversos oficiales.
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Esta significa visita afectó al dictador, el cual incluso, según muchos historiadores,
llegó a modificar su plan inicial de abandono, en el cual como ya he comentado, sólo
aplicó para la región occidental, librándose de este la oriental.
El caso es que la República del Rif ya contaba en 1924 con aproximadamente
80.000 soldados junto a 200 piezas de artillería, que amenazaban la seguridad del
protectorado. Ante ello, en mayo de este año se aprobó la operación de repliegue de la
línea de frente del sector occidental, donde de los más de 120.000 hombres con los que
contaba España en el protectorado, la cifra se quedaría en los 50.000.
La retirada se realizaría llegando hasta el frente que había en 1918, en la
denominada “Línea Estella”, abarcando desde el río Martín hasta Larache, pasando por
el Fondak y la parte oriental de Alcazarquivir. Con esto se pretendía proteger las
comunicaciones de los principales núcleos de la región, aunque ello implicó la retirada
de Uad Lau y Xauen.
Este repliegue estaba pensado para hacerse de manera gradual y lenta, pero la gran
acometividad de los rifeños obligó a un proceso de gran aceleración en este entre verano
y otoño, donde se perdieron más de cien posiciones, entre ellas Xauen de manera muy
rápida y desastrosa. Para empezar, en septiembre la plaza de Xauen se encontraba cercada
por los harkeños, y romper este cerco para la posterior retirada organizada costó mucho
al ejército español, al igual que la posterior retirada, pues se encontraban aquí miles de
soldados. De hecho, el repliegue se hizo en seis semanas, y fue a mediados de noviembre
cuando se retiraron la mayor parte de las tropas.
Este repliegue supondrá un episodio negro en la historia militar española, aunque
no pasará a la historia por motivos que más adelante mencionaré. En posiciones como
Dar Koba o Sheruta se perdieron miles de vidas, en otras como Zoco Arbáa los españoles
tuvieron que resistir durante semanas hasta que el tiempo mejorara y pudieran continuar
con el repliegue hasta la zona acordada. Las columnas en la que se organizaban las
retiradas en muchas ocasiones no estaban bien formadas, siendo sorprendidas por los
ataques esporádicos e imprevisibles de los harkeños, a lo que hay que sumar la baja moral
de las tropas que desembocaba en pánico a menudo. En definitiva, Algunos autores cifran
en torno a 15.000 las bajas que sufrieron los españoles en la retirada, cifra incluso superior
a la que dejó el Desastre de Annual, aunque otros cifran en torno a 4.500 el número de
bajas, derivado de la escasa documentación a respecto.
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Otra polémica al respecto de esta retirada fue la de igualarla al Desastre de 1921,
como hicieron muchos militares por aquel entonces. No obstante, diversas fueron las
diferencias entre ambas: por un lado los caídos en combate, ya que aunque las fuentes
más pesimistas los cifraban en torno a 15.000, la realidad es que ese número sería mucho
más bajo; en segundo lugar, frente al desordenado y caótico repliegue de Annual, en este
caso (salvo algunas excepciones y con enormes dificultades) las distintas fases de
repliegue acabaron en la línea de defensa que se ideó inicialmente; en tercer lugar, en
total se acabaron perdiendo casi 300 posiciones, las cuales superan a las de Annual; por
último, a pesar de que incluso hubo más prisioneros en este repliegue, y muchos soldados
sucumbieran al pánico en la retirada, al igual que ocurrió en Annual (como ya dije), la
repercusión que tuvo en la península, y que hoy día tiene, es infinitamente menor a los
acontecimientos del Barranco del Lobo o del Desastre de Annual.
Por tanto, en base a los datos que acabo de mostrar, la operación puede catalogarse
de desastre, que fue muy minuciosamente tapado por la censura que estableció el nuevo
régimen dictatorial. Ni siquiera se encargó un estudio de las responsabilidades, Primo de
Rivera no quería que le ocurriera lo mismo que a Maura tras los acontecimientos de aquel
verano.
De hecho, tal fue el despliegue propagandístico del partido único de las
operaciones que llegó incluso a convertirlo en una retirada totalmente exitosa y
perfectamente llevada a cabo, a través de continuas muestras heroicas de los implicados
en su desarrollo; aparte por supuesto, de impedir la emisión de noticias respecto al tema
que no vinieran desde el gobierno.
También influyó en esa minusvaloración el hecho de que ese repliegue ya estaba
previsto, no como ocurrió en Annual. Así, cada posición de la que se iban apoderando los
insurrectos se trasladaba a la población como algo ya planificado, que evidentemente
choca con la gran sorpresa que supuso la desastrosa derrota en 1921.
En enero de 1925 la operación fue considerada finalizada, dejando establecida la
línea Estella, tras la cual un número mucho menor de posiciones que podrían ser
auxiliadas en caso de necesidad con mayor rapidez, y regresando el dictador a la capital
española. Eso sí, el proceso también tuvo la consecuencia de la captura de El-Raisuni en
Tazarut este mismo mes por Jeriro (principal aliado de Abd el Krim en Yebala y antiguo
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socio del xerif), ante su negativa de rendir pleitesía al caudillo rifeño, muriendo
finalmente en abril según algunas fuentes.
El caso es que tras el repliegue la atención del líder rebelde se centró en el área
gala, como había previsto Primo de Rivera, según diversos historiadores. Los franceses
atacaron el río Uarga a últimos de 1924, en la frontera de ambos protectorados, lo que fue
considerado por Abd el Krim como un ataque hacia su territorio y que le valió para llevar
a cabo una contraofensiva que ocasionará un verdadero descalabro en la zona francesa ya
en 1925, algo así como un “segundo Annual” en área francesa. Se perdieron entre 1.500
y 10.000 soldados del ejército francés (según la diversidad de fuentes) y ciudades como
Taza o Fez llegaron a peligrar.
Esta situación forzó a Francia a olvidar todos los puntos de desacuerdo con los
españoles que vengo comentando en este trabajo y acordar la alianza con estos para acabar
con la amenaza rifeña, alianza que se acabaría concretando en julio de 1925. Respecto a
la posición española, pese a sus ideas iniciales, este acuerdo unido a la tensa situación con
las tropas africanistas llevó a planear una nueva intervención en el protectorado. De
hecho, ya en marzo, legionarios y regulares dirigidos por Franco ocuparon el puerto de
Alcazarseguer, como ensayo previo a lo que sería la nueva operación contra los rifeños.
A finales de agosto, tras una reunión en Algeciras, se acuerda entre ambas
potencias la realización de un desembarco en la bahía de Alhucemas (inspirado en el de
Galípoli durante la Gran Guerra). Después de desecharse dicho plan durante varios años,
por fin se iba a realizar el desembarco que tantas veces he mencionado en el presente
trabajo.
El desembarco naval (acompañado por fuerzas aéreas) tomaría lugar el día 8 de
septiembre, un día después de lo acordado por el mal tiempo, el cual involucraría a 13.000
soldados que tomarían las playas de Ixdain y Cebadilla, en la parte occidental de
Alhucemas, acompañados de más de 160 aviones de combate, la mayoría españoles. A
ello hay que sumarle 190 piezas de artillería navales (especialmente potentes los de los
acorazados Jaime I y Alfonso XIII) más otras 24 desde el Peñón de Alhucemas.
En la playa de Ixdain la barcazas que llevaban a los soldados procedentes de la
Comandancia de Ceuta (liderados por Franco) tuvieron que quedarse varias decenas de
metros lejos de playas, ya que las rocas podrían rasgarlas. Así, las tropas tomaban tierra,
no sin dificultades y sufriendo el fuego enemigo de ametralladoras (eliminado finalmente
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con el apoyo aéreo). Por su parte, en la playa de Cebadilla, una vez eliminadas las minas
que aquí se hallaban enterradas, desembarcaron más tropas acompañadas de carros de
combate. Al acabar el día, y tras tres grandes oleadas de desembarco se estableció la línea
del frente entre las inmediaciones del monte Malmusi y el cerro Morro Nuevo.
Las fuerzas procedentes de la Comandancia de Melilla no tomaron parte en las
operaciones hasta el día 11, desembarcando en la playa de los Frailes. A pesar de los
sucesivos intentos de Abd el Krim por impedir este desembarco, a través de constantes
contraofensivas fallidas, el 17 de septiembre terminaron con éxito las operaciones de
desembarco procedentes de Melilla.
El día 23 se consigue tomar la difícil posición del monte Malmusi, llena de piezas
de artillería rifeñas que minaban el efecto de la fuerza naval franco-española. Finalmente,
entre los días 28 de septiembre y 1 de octubre se toman los Montes de las Palomas, de
Adrar Sedun y de Amekran, consolidando con éxito las operaciones de desembarco (con
poco más de 350 fallecidos) en un territorio lo suficientemente defendido como para
penetrar más adelante en el interior del Rif.
Las operaciones fueron seguidas desde la península con gran interés en un
ambiente favorable y de fervor nacional, ayudado por que las noticias eran trasladadas a
la población como actos heroicos y victoriosos por parte del régimen. Entre las distintas
ocupaciones, tuvo especial relevancia la de Axdir, donde se encontraba el cuartel general
de Abd el Krim, tomado como una especie de represalia por el Desastre de 1921, de hecho
no se impidió a las tropas el saqueo del poblado, con esa ansia de venganza que primaba
en ellas.
Pue bien, a pesar de la importancia táctica de la plaza, por lo que paso a la historia
su toma fue por la oleada masiva de celebraciones, desfiles y actos que generó en toda
España. No se veía algo así desde las campañas de 1909. Igualmente, la victoria en las
operaciones le otorgó gran prestigio a Primo de Rivera, y a la dictadura en general, ante
un enemigo mucho mejor armado y organizado que años antes, como se encargó de
enfatizar el propio dictador momentos previos al desembarco.
Es común encontrarse con escritos que se refieran al Desembarco de Alhucemas
como el punto final a la Guerra del Rif, incluso así fue interpretado por mucha gente de
la época. La realidad es que se necesitaron cerca de dos años más de campaña para tal
punto. Es cierto que este supuso el peor golpe a Abd el Krim, pero no el definitivo.
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Los meses finales de 1925 y primeros de 1926 supusieron un freno a los avances
por las malas condiciones que el invierno ofrecía. Pero una vez llegada la primavera se
reanudó el avance definitivo, a partir del cual se fueron tomando decenas de cabilas hasta
verano de 1927. Estas campañas finales se pueden resumir en una sucesión constante de
victorias franco-españolas, algo que quizá haya repercutido en esa escasa importancia que
muchos les han dado.
A principios de mayo de 1926 tomaba parte una importantísima victoria en la loma
de los Morabos, que se llevaba la vida de casi 200 soldados, pero supuso el impulso
definitivo para la rendición del caudillo rifeño, la cual se hacía el día 26 de este mismo
mes en Targuist a los franceses.
A mediados de agosto de 1926 se producía la recuperación de la ciudad perdida
(abandonada más bien) de Xauen, que regresaba a poder español dos años después.
Realmente, este significativo hecho tampoco es que fuera recibida entre la población
española con gran devoción, pues como digo, las informaciones de victoria tras victoria
se sucedían, y esta no parecía ser mucho más importante que todas las que se producían
en estos momentos.
Conforme se iban recuperando cabilas, se iba procediendo a su desarme y a su
cabeza se ubicaba una figura del lugar pero conducida por las fuerzas españolas. Con esto
se consiguió una paz duradera, donde no se volvieron a producir insurrecciones relevantes
hasta el fin del protectorado en 1956.
Finalmente, el día 10 de julio de 1927, tras la definitiva pacificación de Yebala y
la cabila de los Ajmas, el general Sanjurjo (nombrado Alto Comisario en noviembre de
1925) proclamó el fin de la guerra, el fin del proceso pacificador del protectorado y la
repatriación de las tropas procedentes de 1924. Por fin, el largo y angustioso
estancamiento del problema marroquí llegaba a su fin.
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9. Conclusiones finales.
La larguísima Guerra del Rif acabó tras casi 20 años de conflicto estancado, con
fases más favorables (como las campañas previas al Desastre) y fases más desfavorables
(como Annual). Esta irresolución se debió entre otros motivos a la tibieza que los
sucesivos gobiernos emplearon para acometer la problemática del protectorado, en gran
medida condicionados por la oposición de la mayor parte de la población española (sobre
todo después del Desastre de Annual) al reclutamiento de tropas y a los gastos excesivos
que eran necesarios para recursos de guerra.
Es curioso ver como esta misma oposición férrea era totalmente opuesta en
campañas norteafricanas anteriores, como la de 1860 y la de 1893, en donde el
sentimiento de patriotismo y unidad ante la guerra recorrió cada punto de la geografía
española. Si bien es verdad, que conforme pasaban los años el cansancio de guerra se
empezó a extender entre la población, cada vez más descontentos y con cada vez más
voces que clamaban contra las sucesivas guerras en territorio marroquí. Por supuesto, no
cabe olvidar que en esto también tuvo un papel importante el desastre colonial de 1898,
que no dejó de influir negativamente en este sentido.
Tampoco cabe quitar mérito a la propia estructuración de los indígenas en el
protectorado, especialmente en el Rif. Aquí nos encontramos con un terreno montañoso,
muy difícil de acometer por el ejército, con una sociedad muy dividida en múltiples y
pequeños núcleos de tribus que en su mayoría, nunca habían reconocido una autoridad
extranjera, ni siquiera la del propio sultán marroquí. Como se ha visto a lo largo del
trabajo, estas condiciones supusieron un verdadero quebradero de cabeza constante a las
autoridades y tropas españolas.
Igualmente, la posición española respecto a su colonia, si puede llamarse así,
estuvo muy subordinada a las decisiones que tomaban otras potencias, véase Francia y
Gran Bretaña. Tenía las manos atadas en cierto modo, algo que ya se vio en la propia
conferencia (reparto) de Algeciras, donde dado el papel secundario que tenía España en
ese momento, le tocó encargarse de una porción de territorio mucho más difícil y menos
productivo que el francés sin ir más lejos.
Ya decía, que la situación del ejército tampoco fue fácil, ni mucho menos. El
terreno pedregoso y propicio a emboscadas sorpresa (como realizaron sin parar los
insurrectos rifeños), la escasa profesionalidad de los oficiales en numerosos casos (algo
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claramente evidenciado en el Desastre de Annual), la implantación del protectorado civil
(que prácticamente los ataba de pies y manos), la gran división que durante años escindió
este entre junteros y africanistas, la gran falta de recursos de guerra y sanitarios durante
la mayoría de la campaña, etc. Estas diversas adversidades solo pudieron ser en parte
contrarrestadas con las numerosas actuaciones de valor que protagonizaron numerosos
soldados y oficiales, y al apoyo de tropas indígenas (claro ejemplo son los Regulares) y
de aviones de combate (absolutamente claves durante el Desembarco en Alhucemas).
Finalmente, no se puede olvidar la función clave que tuvo la propaganda para
calmar o provocar la revuelta de la población española. Ejemplo claro es la retirada del
sector occidental del protectorado en 1924. Esta, a pesar de tener una bajas
(probablemente) y pérdidas de posiciones incluso mayores que Annual fue recibida como
una campaña verdaderamente heroica y bien resuelta por parte del gobierno. En cambio,
Los años que siguieron a Annual fueron los de mayor oposición a la guerra y que peores
consecuencias trajeron para el gobierno de Maura y el régimen de la Restauración. Esta
diferencia se debe esencialmente a la manera de vender ambas operaciones, como ya
expliqué en apartados anteriores.
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10. Bibliografía.
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Sevilla: Fundación Tres Culturas del Mediterráneo.
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siglos de la historia militar de España. Entemu, ISSN 1130-314X, vol. 17, págs. 165-
187.
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Restauración en España (1921-1923). Tesis. Madrid: Universidad Complutense de
Madrid.
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(1859-1936). Tesis. Santiago de Compostela: Universidad de Santiago de Compostela.
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Historia Militar 2. XXXIX Congreso Internacional de Historia Militar (Turín, 2013).
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<http://www.fjavier.es/alhucemas/index.htm> [Consulta: 30 de abril de 2018].
Fuentes para las imágenes.
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- Protectorado español en Marruecos.
<http://www.marcjimenez.com/autores_lengua_alemana/Rolf_Dieter_Muller
/La_muerte_caia_del_cielo/mapas_protectorado.htm> [Consulta: 30 de abril de
2018].
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Anexo 1. Imágenes.
Fig. 1. Mapa del protectorado español en Marruecos.
Fig. 2. Terreno ocupado en la zona oriental hasta el Desastre de Annual.
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Fig. 3. Terreno ocupado en la zona oriental tras la derrota en julio de 1921.
Fig. 4. Conferencia en Pizarra en febrero de 1922.
81
Fig. 5. Manifestación exigiendo responsabilidades al Desastre (diciembre de 1922).
Fig. 6. Operaciones militares en los alrededores de Melilla (agosta de 1923).
82
Fig. 7. Desembarco en Alhucemas.