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Contiene 36 poemas -de los cuales18 son sonetos-, y textos breves

LA MONEDA DE HIERROPRÓLOGOELEGÍA DEL RECUERDOIMPOSIBLECORONEL SUÁREZLA PESADILLALA VÍSPERAUNA LLAVE EN EAST LANSINGELEGÍA DE LA PATRIAHILARIO ASCASUBIMÉXICO

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EL PERÚA MANUEL MUJICA LAINEZEL INQUISIDOREL CONQUISTADORHERMAN MELVILLEEL INGENUOLA LUNAA JOHANNES BRAHMSEL FINA MI PADRELA SUERTE DE LA ESPADAEL REMORDIMIENTO991 A.D.EINAR TAMBARSKELVEREN ISLANDIA EL ALBAOLAUS MAGNUSLOS ECOSUNAS MONEDAS

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BARUCH SPINOZAEPISODIO DEL ENEMIGOPARA UNA VERSIÓN DEL IKINGEIN TRAUMJUAN CRISÓSTOMO LAFINURHERÁCLITOLA CLÉPSIDRANO ERES LOS OTROSSIGNOSLA MONEDA DE HIERRONOTAS

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LA MONEDA DEHIERRO

Contiene 36 poemas -de los cuales 18 son sonetos-, y textos breves

©1976, Borges, Jorge Luis©1976, Ediciones EmeceISBN: 9788473540025Generado con: QualityEbook v0.56

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PRÓLOGO BIEN cumplidos los setenta años queaconseja el Espíritu, un escritor, portorpe que sea, ya sabe ciertas cosas. Laprimera, sus límites. Sabe con razonableesperanza lo que puede intentar y -locual sin duda es más importante- lo quele está vedado. Esta comprobación, talvez melancólica, se aplica a lasgeneraciones y al hombre. Creo quenuestro tiempo es incapaz de la odapindárica o de la penosa novelahistórica o de los alegatos en verso;creo, acaso con análoga ingenuidad, queno hemos acabado de explorar lasposibilidades indefinidas del proteico

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soneto o de las estrofas libres deWhitman. Creo, asimismo, que laestética abstracta es una vanidosailusión o un agradable tema para laslargas noches del cenáculo o una fuentede estímulos y de trabas. Si fuera una, elarte sería uno. Ciertamente no lo es;gozamos con una pareja fruición deHugo y de Virgilio, de Robert Browningy de Swinburne, de los escandinavos yde los persas. La música de hierro delsajón no nos place menos que lasdelicadezas morosas del simbolismo.Cada sujeto, por ocasional o tenue quesea, nos impone una estética peculiar.Cada palabra, aunque esté cargada desiglos, inicia una página en blanco ycompromete el porvenir.

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En cuanto a mí... Sé que este libromisceláneo que el azar fue dejándome alo largo de 1976, en el yermouniversitario de East Lansing y en mirecobrado país, no valdrá mucho más nimucho menos que los anterioresvolúmenes. Este módico vaticinio, quenada nos cuesta admitir, me depara unasuerte de impunidad. Puedo consentirmealgunos caprichos, ya que no mejuzgarán por el texto sino por la imagenindefinida pero suficientemente precisaque se tiene de mí. Puedo transcribir lasvagas palabras que oí en un sueño ydenominarlas Ein Traum. Puedoreescribir y acaso malear un sonetosobre Spinoza. Puedo tratar de aligerar,mudando el acento prosódico, el

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endecasílabo castellano. Puedo, en fin,entregarme al culto de los mayores y aese otro culto que ilumina mi ocaso: lagermanística de Inglaterra y de Islandia.

No en vano fui engendrado en1899. Mis hábitos regresan a aquel sigloy al anterior y he procurado no olvidarmis remotas y ya desdibujadashumanidades. El prólogo tolera laconfidencia: he sido un vacilanteconversador y un buen auditor. Noolvidaré los diálogos de mi padre, deMacedonio Fernández, de AlfonsoReyes y de Rafael Cansinos-Assens. Mesé del todo indigno de opinar en materiapolítica, pero tal vez me sea perdonadoañadir que descreo de la democracia,ese curioso abuso de la estadística.

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J. L. B.

Buenos Aires, 27 de julio de 1976

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ELEGÍA DELRECUERDOIMPOSIBLE

Qué no daría yo por lamemoria

De una calle de tierracon tapias bajas

Y de un alto jinetellenando el alba

(Largo y raído elponcho)

En uno de los días de lallanura,

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En un día sin fecha.Qué no daría yo por la

memoriaDe mi madre mirando la

mañanaEn la estancia de Santa

Irene,Sin saber que su nombre

iba a ser Borges.Qué no daría yo por la

memoriaDe haber combatido en

CepedaY de haber visto a

Estanislao del CampoSaludando la primer

balaCon la alegría del

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coraje.Qué no daría yo por la

memoriaDe un portón de quinta

secretaQue mi padre empujaba

cada nocheAntes de perderse en el

sueñoY que empujó por última

vezEl catorce de febrero del

38.Qué no daría yo por la

memoriaDe las barcas de

Hengist,Zarpando de la arena de

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DinamarcaPara debelar una islaQue aún no era

Inglaterra.Qué no daría yo por la

memoria(La tuve y la he perdido)De una tela de oro de

Turner, Vasta como lamúsica.

Qué no daría yo por lamemoria

De haber oído aSócrates

Que, en la tarde de lacicuta,

Examinó serenamente elproblema

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De la inmortalidad,Alternando los mitos y

las razonesMientras la muerte azul

iba subiendoDesde los pies ya fríos.Qué no daría ya por la

memoriaDe que me hubieras

dicho que me queríasY de no haber dormido

hasta la aurora,Desgarrado y feliz.

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CORONEL SUÁREZ

Alta en el alba se alza lasevera

Faz de metal y demelancolía.

Un perro se desliza porla acera.

Ya no es de noche y noes aún de día.

Suárez mira su pueblo yla llanura

Ulterior, las estancias,los potreros,

Los rumbos que fatigan

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los reseros,El paciente planeta que

perdura.Detrás del simulacro te

adivino,Oh joven capitán que

fuiste el dueñoDe esa batalla que torció

el destino:Junín, resplandeciente

como un sueño.En un confín del vasto

Sur persisteEsa alta cosa, vagamente

triste.

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LA PESADILLA

Sueño con un antiguorey. De hierro

Es la corona y muerta lamirada.

Ya no hay caras así. Lafirme espada

Lo acatará, leal como superro.

No sé si es deNortumbria o de Noruega.

Sé que es del Norte. Lacerrada y roja

Barba le cubre el pecho.

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No me arrojaUna mirada su mirada

ciega.¿De qué apagado espejo,

de qué naveDe los mares que fueron

su aventura,Habrá surgido el hombre

gris y graveQue me impone su

antaño y su amargura?Sé que me sueña y que

me juzga, erguido.El día entra en la noche.

No se ha ido.

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LA VÍSPERA

Millares de partículas dearena,

Ríos que ignoran elreposo, nieve

Más delicada que unasombra, leve

Sombra de una hoja, laserena

Margen del mar, lamomentánea espuma,

Los antiguos caminos delbisonte

Y de la flecha fiel, un

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horizonteY otro, los tabacales y la

bruma,La cumbre, los

tranquilos minerales,El Orinoco, el intrincado

juegoQue urden la tierra, el

agua, el aire, el fuego,Las leguas de sumisos

animales,Apartarán tu mano de la

mía,Pero también la noche,

el alba, el día...

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UNA LLAVE ENEAST LANSING

A Judith Machado

Soy una pieza de limadoacero.

Mi borde irregular no esarbitrario.

Duermo mi vago sueñoen un armario

Que no veo, sujeta a millavero.

Hay una cerradura queme espera,

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Una sola. La puerta es deforjado

Hierro y firme cristal.Del otro lado

Está la casa, oculta yverdadera.

Altos en la penumbra losdesiertos

Espejos ven las noches ylos días

Y las fotografías de losmuertos.

Y el tenue ayer de lasfotografías

Alguna vez empujaré ladura

Puerta y haré girar lacerradura.

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ELEGÍA DE LAPATRIA

De hierro, no de oro, fuela aurora.

La forjaron un puerto yun desierto,

Unos cuantos señores yel abierto

Ámbito elemental deayer y ahora.

Vino después la guerracon el godo.

Siempre el valor y

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siempre la victoria.El Brasil y el tirano.

Aquella historiaDesenfrenada. El todo

por el todo.Cifras rojas de los

aniversarios,Pompas del mármol,

arduos monumentos,Pompas de la palabra,

parlamentos,Centenarios y

sesquicentenarios,Son la ceniza apenas, la

soflamaDe los vestigios de esa

antigua llama.

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HILARIO ASCASUBI

(1807-1875)

Alguna vez hubo unadicha. El hombre

Aceptaba el amor y labatalla

Con igual regocijo. Lacanalla

Sentimental no habíausurpado el nombre

Del pueblo. En esaaurora, hoy ultrajada,

Vivió Ascasubi y sebatió, cantando

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Entre los gauchos de lapatria cuando

Los llamó una divisa a lapatriada.

Fue muchos hombres.Fue el cantor y el coro;

Por el río del tiempo fueProteo.

Fue soldado en la azulMontevideo

Y en California,buscador de oro.

Fue suya la alegría deuna espada

En la mañana. Hoysomos noche y nada.

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MÉXICO

¡Cuántas cosas iguales!El jinete y el llano,

La tradición de espadas,la plata y la caoba,

El piadoso benjuí quesahúma la alcoba

Y ese latín venido amenos, el castellano.

¡Cuántas cosas distintas!Una mitología

de sangre que entretejenlos hondos dioses muertos,

Los nopales que dan

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horror a los desiertosY el amor de una sombra

que es anterior al día.¡Cuántas cosas eternas!

El patio que se llenaDe lenta y leve luna que

nadie ve, la ajadaVioleta entre las páginas

de Nájera olvidada,El golpe de la ola que

regresa a la arena.El hombre que en su

lecho último se acomodaPara esperar la muerte.

Quiere tenerla, toda.

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EL PERÚ

De la suma de cosas delorbe ilimitado

Vislumbramos apenasuna que otra. El olvido

Y el azar nos despojan.Para el niño que he sido,

El Perú fue la historiaque Prescott ha salvado.

Fue también esa clarapalangana de plata

Que pendió del arzón deuna silla y el mate

De plata con serpientes

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arqueadas y el embateDe las lanzas que tejen

la batalla escarlata.Fue después una playa

que el crepúsculo empañaY un sigilo de patio, de

enrejado y de fuente,Y unas líneas de Eguren

que pasan levementeY una vasta reliquia de

piedra en la montaña.Vivo, soy una sombra

que la Sombra amenaza;Moriré y no habré visto

mi interminable casa.

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A MANUEL MUJICALAINEZ

Isaac Luria declara quela eterna Escritura

Tiene tantos sentidoscomo lectores. Cada

Versión es verdadera yha sido prefijada

Por Quien es el lector, ellibro y la lectura.

Tu versión de la patria,con sus fastos y brillos,

Entra en mi vaga sombra

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como si entrara el díaY la oda se burla de la

Oda. (La míaNo es más que una

nostalgia de ignorantescuchillos

Y de viejo coraje.) Yase estremece el Canto,

Ya, apenas contenidaspor la prisión del verso,

Surgen lasmuchedumbres del futuro ydiverso

Reino que será tuyo, sujúbilo y su llanto.

Manuel Mujica Lainez,alguna vez tuvimos

Una patria —

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¿recuerdas?— y los dos laperdimos.

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EL INQUISIDOR

Pude haber sido unmártir. Fui un verdugo.

Purifiqué las almas conel fuego.

Para salvar la mía,busqué el ruego,

El cilicio, las lágrimas yel yugo.

En los autos de fe vi loque había

Sentenciado mi lengua.Las piadosas

Hogueras y las carnes

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dolorosas,El hedor, el clamor y la

agonía.He muerto. He olvidado

a los que gimen,Pero sé que este vil

remordimientoEs un crimen que sumo

al otro crimenY que a los dos ha de

arrastrar el vientoDel tiempo, que es más

largo que el pecadoY que la contrición. Los

he gastado.

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ELCONQUISTADOR

Cabrera y Carbajalfueron mis nombres.

He apurado la copahasta las heces.

He muerto y he vividomuchas veces.

Yo soy el Arquetipo.Ellos, los hombres.

De la Cruz y de Españafui el errante

Soldado. Por las nunca

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holladas tierrasDe un continente infiel

encendí guerras.En el duro Brasil fui el

bandeirante.Ni Cristo ni mi Rey ni el

oro rojoFueron el acicate del

arrojoQue puso miedo en la

pagana gente.De mis trabajos fue

razón la hermosaEspada y la contienda

procelosa.No importa lo demás.

Yo fui valiente.

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HERMANMELVILLE

Siempre lo cercó el marde sus mayores,

Los sajones, que al mardieron el nombre

Ruta de la ballena, enque se aúnan

Las dos enormes cosas,la ballena

Y los mares quelargamente surca.

Siempre fue suyo el mar.

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Cuando sus ojosVieron en alta mar las

grandes aguasYa lo había anhelado y

poseídoEn aquel otro mar, que

es la Escritura,O en el dintorno de los

arquetipos.Hombre, se dio a los

mares del planetaY a las agotadoras

singladurasY conoció el arpón

enrojecidoPor Leviathán y la

rayada arenaY el olor de las noches y

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del albaY el horizonte en que el

azar acechaY la felicidad de ser

valienteY el gusto, al fin, de

divisar a Ítaca.Debelador del mar, pisó

la tierraFirme que es la raíz de

las montañasY en la que marca un

vago derrotero,Quieta en el tiempo, una

dormida brújula.A la heredada sombra de

los huertos,Melville cruza las tardes

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de New EnglandPero lo habita el mar. Es

el oprobioDel mutilado capitán del

Pequod,El mar indescifrable y

las borrascasY la abominación de la

blancura.Es el gran libro. Es el

azul Proteo.

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EL INGENUO

Cada aurora (nos dicen)maquina maravillas

Capaces de torcer la másterca fortuna;

Hay pisadas humanasque han medido la luna

Y el insomnio devastalos años y las millas.

En el azul acechanpúblicas pesadillas

Que entenebran el día.No hay en el orbe una

Cosa que no sea otra, o

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contraria, o ninguna.A mí sólo me inquietan

las sorpresas sencillas.Me asombra que una

llave pueda abrir una puerta,Me asombra que mi

mano sea una cosa cierta,Me asombra que del

griego la eleática saetaInstantánea no alcance la

inalcanzable meta,Me asombra que la

espada cruel pueda serhermosa,

Y que la rosa tenga elolor de la rosa.

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LA LUNA

A María Kodama

Hay tanta soledad en eseoro.

La luna de las noches noes la luna

Que vio el primer Adán.Los largos siglos

De la vigilia humana lahan colmado

De antiguo llanto.Mírala. Es tu espejo.

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A JOHANNESBRAHMS

Yo que soy un intruso enlos jardines

Que has prodigado a laplural memoria

Del porvenir, quisecantar la gloria

Que hacia el azul erigentus violines.

He desistido ahora. Parahonrarte

No basta esa miseria que

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la genteSuele apodar con

vacuidad el arte.Quien te honrare ha de

ser claro y valiente.Soy un cobarde. Soy un

triste. NadaPodrá justificar esta

osadíaDe cantar la magnífica

alegría—Fuego y cristal— de

tu alma enamorada.Mi servidumbre es la

palabra impura,Vástago de un concepto

y de un sonido;Ni símbolo, ni espejo, ni

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gemido,Tuyo es el río que huye y

que perdura.

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EL FIN

El hijo viejo, el hombresin historia,

El huérfano que pudo serel muerto,

Agota en vano el caseróndesierto.

(Fue de los dos y es hoyde la memoria.

Es de los dos.) Bajo ladura suerte

Busca perdido el hombredoloroso

La voz que fue su voz.

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Lo milagrosoNo sería más raro que la

muerte.Lo acosarán

interminablementeLos recuerdos sagrados

y trivialesQue son nuestro destino,

esas mortalesMemorias vastas como

un continente.Dios o Tal Vez o Nadie,

yo te pidoSu inagotable imagen, no

el olvido.

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A MI PADRE

Tú quisiste morirenteramente,

La carne y la gran alma.Tú quisiste

Entrar en la otra sombrasin la triste

Plegaria del medroso ydel doliente.

Te hemos visto morircon el tranquilo

Animo de tu padre antelas balas.

La guerra no te dio su

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ímpetu de alas,La torpe parca fue

cortando el hilo.Te hemos visto morir

sonriente y ciego.Nada esperabas ver del

otro lado,Pero tu sombra acaso ha

divisadoLos arquetipos últimos

que el griegoSoñó y que me

explicabas. Nadie sabeDe qué mañana el

mármol es la llave.

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LA SUERTE DE LAESPADA

La espada de aquelBorges no recuerda

Sus batallas. La azulMontevideo

Largamente sitiada porOribe,

El Ejército Grande, laanhelada

Y tan fácil victoria deCaseros,

El intrincado Paraguay,

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el tiempo,Las dos balas que

entraron en el hombre,El agua maculada par la

sangre,Los montoneros en el

Entre Ríos,La jefatura de las tres

fronteras,El caballo y las lanzas

del desierto,San Carlos y Junín, la

carga última...Dios le dio resplandor y

estaba ciega.Dios le dio la epopeya.

Estaba muerta.Quieta como una planta

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nada supoDe la mano viril ni del

estrépitoNi de la trabajada

empuñaduraNi del metal marcado

por la patria.Es una cosa más entre

las cosasQue olvida la vitrina de

un museo,Un símbolo y un humo y

una formaCurva y cruel y que ya

nadie mira.Acaso no soy menos

ignorante.

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ELREMORDIMIENTO

He cometido el peor delos pecados

Que un hombre puedecometer. No he sido

Feliz. Que los glaciaresdel olvido

Me arrastren y mepierdan, despiadados.

Mis padres meengendraron para el juego

Arriesgado y hermoso de

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la vida,Para la tierra, el agua, el

aire, el fuego.Los defraudé. No fui

feliz. CumplidaNo fue su joven

voluntad. Mi menteSe aplicó a las

simétricas porfíasDel arte, que entreteje

naderías.Me legaron valor. No fui

valiente.No me abandona.

Siempre está a mi ladoLa sombra de haber sido

un desdichado.

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991 A.D. CASI todos creyeron que la batalla, esacosa viva y cambiante, los habíaarrojado contra el pinar. Eran diez odoce en la tarde. Hombres del arado ydel remo, de los tercos trabajos de latierra y de su fatiga prevista, eran ahorasoldados. Ni el sufrimiento de los otrosni el de su propia carne les importaba.Wulfred, atravesado el hombro por undardo, murió a unos pasos del pinar.Nadie se apiadó del amigo, ningunovolvió la cabeza. Ya en la apretadasombra de las hojas, todos se dejaroncaer, pero sin desprenderse de losescudos ni de los arcos. Aidan, sentado,

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habló con lenta gravedad como sipensara en voz alta.

—Byrhtnoth, que fue nuestro señor,ha dado el espíritu. Soy ahora el másviejo y quizá el más fuerte. No sécuántos inviernos puedo contar, pero sutiempo me parece menor que el que mesepara de esta mañana. Werferth dormíacuando el tañer de la campana medespertó. Tengo el sueño liviano de losviejos. Desde la puerta divisé las velasrayadas de los navegantes (los vikings),que ya habían echado anclas. Aperamoslos caballos de la granja y seguimos aByrhtnoth. A la vista del enemigo fueronrepartidas las armas y las manos demuchos aprendieron el gobierno de losescudos y de los hierros. Desde la otra

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margen del río, un mensajero de losvikings pidió un tributo de ajorcas deoro y nuestro señor contestó que lopagaría con antiguas espadas. Lacreciente del río se interponía entre losdos ejércitos. Temíamos la guerra y laanhelábamos, porque era inevitable. Ami derecha estaba Werferth y casi loalcanzó una flecha noruega.

Tímidamente, Werferth lointerrumpió:

—Tú la quebraste, padre, con elescudo.

Aidan siguió:—Tres de los nuestros defendieron

el puente. Los navegantes propusieronque los dejáramos cruzar por el vado.Byrhtnoth les dio su venia. Obró así,

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creo, porque estaba ganoso de la batallay para amedrentar a los paganos con lafe que había puesto en nuestro coraje.Los enemigos atravesaron el río, en altolos escudos, y pisaron el pasto de labarranca. Después vino el encuentro dehombres.

La gente lo seguía con atención.Iban recordando los hechos que Aidanenumeraba y que les parecía comprendersólo ahora, cuando una voz los acuñabaen palabras. Desde el amanecer, habíancombatido por Inglaterra y por sudilatado imperio futuro y no lo sabían.

Werferth, que conocía bien a supadre, sospechó que algo se ocultababajo aquel pausado discurso.

Aidan continuó:

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—Unos pocos huyeron y serán labefa del pueblo. De cuantos quedamosaquí no hay uno solo que no haya matadoa un noruego. Cuando Byrhtnoth murióyo estaba a su lado. No rogó a Dios quesus pecados le fueran perdonados; sabíaque todos los hombres son pecadores.Le agradeció los días de ventura queEste le había deparado en la tierra y,sobre los otros, el último: el de nuestrabatalla. A nosotros nos toca merecerhaber sido testigos de su muerte y de lasotras muertes y hazañas de esta grandejornada. Sé la mejor manera de hacerlo.Iremos por el atajo y arribaremos a laaldea antes que los vikings. Desdeambos lados del camino, emboscados,los recibiremos con flechas. La larga

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guerra nos había rendido; os condujeaquí para descansar.

Se había puesto de pie y era firme yalto, como cuadra a un sajón.

—¿Y después Aidan? —dijo unodel grupo, el más joven.

—Después nos matarán. Nopodemos sobrevivir a nuestro señor. Élnos ordenó esta mañana; ahora lasórdenes son mías. No sufriré que hayaun cobarde. He hablado.

Los hombres fueron levantándose.Alguno se quejó.

—Somos diez, Aidan —contó elmuchacho.

Aidan prosiguió con su voz desiempre:

—Seremos nueve. Werferth, mi

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hijo, ahora estoy hablando contigo. Loque te ordenaré no es fácil. Tienes queirte solo y dejarnos. Tienes querenunciar a la contienda, para queperdure el día de hoy en la memoria delos hombres. Eres el único capaz desalvarlo. Eres el cantor, el poeta.

Werferth se arrodilló. Era laprimera vez que su padre le hablaba desus versos. Dijo con voz cortada:

—Padre ¿dejarás que a tu hijo lotachen de cobarde como a losmiserables que huyeron?

Aidan le replicó:—Ya has dado prueba de no ser un

cobarde. Nosotros cumpliremos conByrhtnoth dándole nuestra vida; túcumplirás con él guardando su memoria

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en el tiempo.Se volvió a los otros y dijo:—Ahora, a cruzar el bosque.

Disparada la última flecha, arrojaremoslos escudos a la batalla y saldremos conlas espadas.

Werferth los vio perderse en lapenumbra del día y de las hojas, perosus labios ya encontraban un verso.

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EINARTAMBARSKELVER

(Heimskringla, I, 117)

Odín o el rojo Thor o elCristo Blanco...

Poco importan losnombres y sus dioses;

No hay otra obligaciónque ser valiente

Y Einar lo fue, durocaudillo de hombres.

Era el primer arquero de

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NoruegaY diestro en el gobierno

de la espadaAzul y de las naves. De

su pasoPor el tiempo, nos queda

una sentenciaQue resplandece en las

crestomatías.La dijo en el clamor de

una batallaEn el mar. Ya perdida la

jornada,Ya abierto el estribor al

abordaje,Un flechazo final quebró

su arco.El rey le preguntó qué se

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había rotoA sus espaldas y Einar

TambarskelverD i j o : Noruega, rey,

entre tus manos.Siglos después, alguien

salvó la historiaEn Islandia. Yo ahora la

traslado,Tan lejos de esos mares

y de ese ánimo.

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EN ISLANDIA ELALBA

Esta es el alba.Es anterior a sus

mitologías y al Cristo Blanco.Engendrará los lobos y

la serpienteQue también es el mar.El tiempo no la roza.Engendró los lobos y la

serpienteQue también es el mar.Ya vio partir la nave que

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labraránCon uñas de los muertos.Es el cristal de sombra

en que se miraDios, que no tiene cara.Es más pesada que sus

maresY más alta que el cielo.Es un gran muro

suspendido.Es el alba en Islandia.

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OLAUS MAGNUS

(149O-1558)

EL libro es de OlausMagnus el teólogo

Que no abjuró de Romacuando el Norte

Profesó las doctrinas deJohn Wyclif,

De Hus y de Lutero.Desterrado

Del Septentrión, buscabapor las tardes

De Italia algún alivio de

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sus malesY compuso la historia de

su gentePasando de las fechas a

la fábula.Una vez, una sola, la he

tenidoEn las manos. El tiempo

no ha borradoEl dorso de cansado

pergamino,La escritura cursiva, los

curiososGrabados en acero, las

columnasDe su docto latín. Hubo

aquel roce.Oh no leído y presentido

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libro,Tu hermosa condición de

cosa eternaEntró una tarde en las

perpetuas aguasDe Heráclito, que siguen

arrastrándome.

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LOS ECOS

Ultrajada la carne por laespada

De Hamlet muere un reyde Dinamarca

En su alcázar de piedra,que domina

El mar de sus piratas. Lamemoria

Y el olvido entretejenuna fábula

De otro rey muerto y desu sombra. Saxo

Gramático recoge esa

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cenizaEn su Gesta Danorum.

Unos siglosY el rey vuelve a morir

en DinamarcaY al mismo tiempo, por

curiosa magia,En un tinglado de los

arrabalesDe Londres. Lo ha

soñado William Shakespeare.Eterna como el acto de

la carneO como los cristales de

la auroraO como las figuras de la

lunaEs la muerte del rey. La

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soñó ShakespeareY seguirán soñándola

los hombresY es uno de los hábitos

del tiempoY un rito que ejecutan en

la horaPredestinada unas

eternas formas.

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UNAS MONEDAS

GÉNESIS, IX, 13

El arco del Señor surcala esfera

Y nos bendice. En elgran arco puro

Están las bendicionesdel futuro,

Pero también está miamor, que espera.

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MATEO, XXVII, 9

La moneda cayó en mihueca mano.

No pude soportarla,aunque era leve,

Y la dejé caer. Todo fueen vano.

El otro dijo: Aún faltanveintinueve.

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UN SOLDADO DE ORIBE

Bajo la vieja mano, elarco roza

De un modo transversalla firme cuerda.

Muere un sonido. Elhombre no recuerda

Que ya otra vez hizo lamisma cosa.

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BARUCH SPINOZA

Bruma de oro, elOccidente alumbra

La ventana. El asiduomanuscrito

Aguarda, ya cargado deinfinito.

Alguien construye a Diosen la penumbra

Un hombre engendra aDios. Es un judío

De tristes ojos y de pielcetrina;

Lo lleva el tiempo como

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lleva el ríoUna hoja en el agua que

declina.No importa. El

hechicero insiste y labraA Dios con geometría

delicada;Desde su enfermedad,

desde su nada,Sigue erigiendo a Dios

con la palabra.El más pródigo amor le

fue otorgado,El amor que no espera

ser amado.

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EPISODIO DELENEMIGO TANTOS años huyendo y esperando yahora el enemigo estaba en mi casa.Desde la ventana lo vi subirpenosamente por el áspero camino delcerro. Se ayudaba con un bastón, con untorpe bastón, que en sus viejas manos nopodía ser un arma sino un báculo. Mecostó percibir lo que esperaba: el débilgolpe contra la puerta. Miré, no sinnostalgia, mis manuscritos, el borrador amedio concluir y el tratado deArtemidoro sobre los sueños, libro untanto anómalo ahí, ya que no sé griego.

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Otro día perdido, pensé. Tuve queforcejear con la llave. Temí que elhombre se desplomara, pero dio unospasos inciertos, soltó el bastón, que novolví a ver, y cayó en mi cama rendido.Mi ansiedad lo había imaginado muchasveces, pero sólo entonces noté que separecía, de un modo casi fraternal, alúltimo retrato de Lincoln. Serían lascuatro de la tarde.

Me incliné sobre él para que meoyera.

—Uno cree que los años pasanpara uno —le dije—, pero pasantambién para los demás. Aquí nos(encontramos al fin y lo que antesocurrió no tiene sentido.

Mientras yo hablaba, se había

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desabrochado el sobretodo. La manoderecha estaba en el bolsillo del saco.Algo me señalaba y yo sentí que era unrevólver.

Me dijo entonces con voz firme:—Para entrar en su casa, he

recurrido a la compasión. Lo tengoahora a mi merced y no soymisericordioso.

Ensayé unas palabras. No soy unhombre fuerte y sólo las palabras podíansalvarme. Atiné a decir:

—Es verdad que hace tiempomaltraté a un niño, pero usted ya no esaquel niño ni yo aquel insensato.Además, la venganza no es menosvanidosa y ridícula que el perdón.

—Precisamente porque ya no soy

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aquel niño —me replicó— tengo quematarlo. No se trata de una venganzasino de un acto de justicia. Susargumentos, Borges, son merasestratagemas de su terror para que no lomate. Usted ya no puede hacer nada.

—Puedo hacer una cosa —lecontesté.

—¿Cuál? —me preguntó.—Despertarme.Y así lo hice.

N. del E : Publicado en El oro de los

tigres, 1972.

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PARA UNAVERSIÓN DEL IKING

El porvenir es tanirrevocable

Como el rígido ayer. Nohay una cosa

Que no sea una letrasilenciosa

De la eterna escrituraindescifrable

Cuyo libro es el tiempo.Quien se aleja

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De su casa ya ha vuelto.Nuestra vida

Es la senda futura yrecorrida.

Nada nos dice adiós.Nada nos deja.

No te rindas. Laergástula es oscura,

La firme trama es deincesante hierro,

Pero en algún recodo detu encierro

Puede haber undescuido, una hendidura.

El camino es fatal comola flecha

Pero en las grietas estáDios, que acecha.

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EIN TRAUM

Lo sabían los tres.Ella era la compañera de

Kafka.Kafka la había soñado.Lo sabían los tres.Él era el amigo de

Kafka.Kafka lo había soñado.Lo sabían los tres.La mujer le dijo al

amigo:Quiero que esta noche

me quieras.

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Lo sabían los tres.El hombre le contestó:

Si pecamos,Kafka dejará de

soñarnos.Uno lo supo.No había nadie más en la

tierra.Kafka se dijo:Ahora que se fueron los

dos, he quedado solo.Dejaré de soñarme.

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JUANCRISÓSTOMOLAFINUR

(1797- 1824)

El volumen de Locke,los anaqueles,

La luz del patioajedrezado y terso,

Y la mano trazando,lenta, el verso:

La pálida azucena a loslaureles.

Cuando en la tarde

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evoco la azarosaProcesión de mis

sombras, veo espadasPúblicas y batallas

desgarradas;Con usted, Lafinur, es

otra cosa.Lo veo discutiendo

largamenteCon mi padre sobre

filosofía,Y conjurando esa falaz

teoríaDe unas eternas formas

en la mente.Lo veo corrigiendo este

bosquejo,Del otro lado del

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incierto espejo.

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HERÁCLITO

Heráclito camina por latarde

De Éfeso. La tarde lo hadejado,

Sin que su voluntad lodecidiera,

En la margen de un ríosilencioso

Cuyo destino y cuyonombre ignora.

Hay un Jano de piedra yunos álamos.

Se mira en el espejo

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fugitivoY descubre y trabaja la

sentenciaQue las generaciones de

los hombresNo dejarán caer. Su voz

declara:Nadie baja dos veces a

las aguasDel mismo río. Se

detiene. SienteCon el asombro de un

horror sagradoQue él también es un río

y una fuga.Quiere recuperar esa

mañanaY su noche y la víspera.

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No puede.Repite la sentencia. La

ve impresaEn futuros y claros

caracteresEn una de las páginas de

Burnet.Heráclito no sabe

griego. Jano,Dios de las puertas, es

un dios latino.Heráclito no tiene ayer

ni ahora.Es un mero artificio que

ha soñadoUn hombre gris a orillas

del Red Cedar,Un hombre que entreteje

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endecasílabosPara no pensar tanto en

Buenos AiresY en los rostros

queridos. Uno falta.

East Lansing, 1976.

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LA CLÉPSIDRA

No de agua, de miel,será la última

Gota de la clepsidra. Laveremos

Resplandecer y hundirseen la tiniebla,

Pero en ella estarán lasbeatitudes

Que al rojo Adán otorgóAlguien o Algo:

El recíproco amor y tufragancia,

El acto de entender el

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universo,Siquiera falazmente,

aquel instanteEn que Virgilio da con el

hexámetro,El agua de la sed y el

pan del hambre,En el aire la delicada

nieve,El tacto del volumen que

buscamosEn la desidia de los

anaqueles,El goce de la espada en

la batalla,El mar que libre roturó

Inglaterra,El alivio de oír tras el

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silencioEl esperado acorde, una

memoriaPreciosa y olvidada, la

fatiga,El instante en que el

sueño nos disgrega.

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NO ERES LOSOTROS

No te habrá de salvar loque dejaron

Escrito aquellos que tumiedo implora;

No eres los otros y teves ahora

Centro del laberinto quetramaron

Tus pasos. No te salva laagonía

De Jesús o de Sócrates

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ni el fuerteSiddhartha de oro que

aceptó la muerteEn un jardín, al declinar

el día.Polvo también es la

palabra escritaPor tu mano o el verbo

pronunciadoPor tu boca. No hay

lástima en el HadoY la noche de Dios es

infinita.Tu materia es el tiempo,

el incesanteTiempo. Eres cada

solitario instante.

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SIGNOS

A Susana Bombal

Hacia 1915, en Ginebra, vi en laterraza de un museo una alta campanacon caracteres chinos. En 1976 escriboestas líneas:

Indescifrada y sola, séque puedo

ser en la vaga noche unaplegaria

de bronce o la sentenciaen que se cifra

el sabor de una vida o de

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una tardeo el sueño de Chuang

Tzu, que ya conoceso una fecha trivial o una

parábolao un vasto emperador,

hoy unas sílabas,o el universo o tu secreto

nombreo aquel enigma que

indagaste en vanoa lo largo del tiempo y

de sus días.Puedo ser todo. Déjame

en la sombra.

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LA MONEDA DEHIERRO

Aquí está la moneda dehierro. Interroguemos

Las dos contrarias carasque serán la respuesta

De la terca demanda quenadie no se ha hecho:

¿Por qué precisa unhombre que una mujer loquiera?

Miremos. En el orbesuperior se entretejen

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El firmamento cuádrupleque sostiene el diluvio

Y las inalterablesestrellas planetarias.

Adán, el joven padre, yel joven Paraíso.

La tarde y la mañana.Dios en cada criatura.

En ese laberinto puroestá tu reflejo.

Arrojemos de nuevo lamoneda de hierro

Que es también unespejo mágico.

Su reverso Es nadie ynada y sombra y ceguera. Esoeres.

De hierro las dos caras

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labran un solo eco.Tus manos y tu lengua

son testigos infieles.Dios es el inasible

centro de la sortija.No exalta ni condena.

Obra mejor: olvida.Maculado de infamia

¿por qué no han de quererte?En la sombra del otro

buscamos nuestra sombra;En el cristal del otro,

nuestro cristal recíproco.

Page 114: La moneda de hierro - TINTA GUERRERENSE – … y grave Que me impone su antaño y su amargura? Sé que me sueña y que me juzga, erguido. El día entra en la noche. No se ha ido.

NOTAS UNOS SUEÑOS. Ciertas páginas deeste libro fueron dones de sueños. Una,Ein Traum, me fue dictada una mañanaen East Lansing, sin que yo la entendieray sin que me inquietara sensiblemente;pude transcribirla después, palabra porpalabra. Se trata, claro está, de una meracuriosidad psicológica o, si el lector esmuy generoso, de una inofensivaparábola del solipsismo. La visión delrey muerto y el Episodio del enemigofueron pesadillas auténticas; paramejorar la segunda, interpolé el tratadode Artemidoro y el bastón que se cae delsueño. Heráclito es una involuntaria

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variación de La busca de Averroes , quedata de 1949.

HERMAN MELVILLE. Es el azulProteo. La hipálage es de Ovidio y larepite Ben Jonson.

LA SUERTE DE LA ESPADA.Esta composición es el deliberadoreverso de Juan Muraña y delEncuentro, que datan de 1970.

991 A.D. Es la fecha del combatede Maldon, famoso en Inglaterra por labalada que ha historiado la acción. Losmilicianos de Essex, derrotados por losVikings de Olaf Tryggvason, murieroncombatiendo sin esperanza porque sujefe ya había caído y el honor lo exigía.

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Abundan en la epopeya rasgoscircunstanciales —del todo ajenos a loshábitos alegóricos de la época— queprefiguran la técnica de las ulterioressagas de Islandia. Yo he imaginado queel poeta era hijo del caudillo sajón, quele ordenó que no se dejara matar, parasalvarle de algún modo la vida ypreservar la memoria de esa jornada.

*** FIN ***