LA RIOJA - lares.org.es · darse de la pesadilla de las últi-mas semanas. Ya sin videoconferencias...
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ArnePlant produce ya 160.000 mascarillas al día
LA RIOJA DIARIO DE LA RIOJA DESDE 1889 www.larioja.com
Sábado 30.05.20 Nº 42.890 1,90€
José Luis volvió ayer a reencontrarse con su madre, Vega, después de casi tres meses, en los jardines de la residencia Santa Justa de Logroño. JUSTO RODRÍGUEZ
ESTADO DE ALARMA DÍA 76
El confinamiento amplía la brecha entre el precio de origen y final de los alimentosLas carnes marcan diferencias cercanas al 300% y varias hortalizas superan incluso este umbral
El Ministerio de Agricultura prohibió vender por debajo de los costes, pero aún no los ha fijado P2-3
270% 281% 273%Pollo Cordero Conejo
Precio Agric. 0,77PVP 1,63
Precio Agric. 3,11PVP 11,84
Precio Agric. 1,68PVP 6,27
Y ADEMÁS
Rubio deja en el aire si optará a revalidar su cargo, mientras Ayala avanza que sí aspirará a ser rector de la UR P7
Las discotecas riojanas se preparan para retomar su actividad en la fase 3 con medidas especiales de seguridad y distancia P8
El plan municipal para abrir espacio en Logroño al peatón y al ciclista prevé extenderse en 14 áreas pacificadas P10
Esquelas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37-38 Tus Anuncios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39 Gente&TV . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 48 Televisión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50 Pasatiempos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52 El tiempo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55
La nueva prestación estatal pretende llegar a 2,3 millones de personas
Unas 7.000 familias riojanas podrán beneficiarse del ingre-so mínimo vital, aprobado ayer por el Consejo de Ministros, que pretende reducir en un 80% la pobreza extrema. P29
Luz verde al ingreso mínimo vital, que puede beneficiar a unas 7.000 familias riojanas
REENCUENTROSLos abuelos ingresados en residencias de mayores vuelven a reunirse con sus familias y despiertan de la pesadilla del confinamiento P4-5
151 empleados fabrican mascarillas y pantallas. E. PASCUAL
P9
P ara muchos abuelos rio-janos, el grupo de pobla-ción más vulnerable de
esta pandemia, el de ayer fue un día especial o «el mejor día de su vida» en el caso de residentes como Vega, de 87 años, que ayer después de 75 días de confina-miento pudo reencontrarse con su hijo en el primer día de visitas a las residencias de mayores. Eran las 15.45 horas y antes de que ba-jaran al jardín, algunos engaña-dos para que la sorpresa fuera ma-yor, en la Residencia Santa Justa se respiraba emoción y muchos nervios. A Vega, natural de Brio-nes, la cara le cambió cuando sin esperarlo se vio delante de su hijo e irremediablemente los ojos se le llenaron de lágrimas, pero no hubo abrazo. Al principio no fue fácil, pero la ilusión de tenerlo
delante le bastó. «Nos veíamos desde el balcón, me llamaban y salía para saludarles, pero claro no es lo mismo ahora», decía para constatar lo dura que había sido la separación. La inesperada vi-sita del primogénito y la noticia de que su nieto, de Santander, («me llama todos los días») irá a verle la próxima semana fue como un bálsamo y le hizo olvi-darse de la pesadilla de las últi-mas semanas.
Ya sin videoconferencias y aje-mos al calor de esas horas, las con-versaciones y las risas se sucedie-ron ayer en el primaveral jardín de la residencia de avenida de la Paz. A José María Llorente, de 86 años y natural de Berceo, las pa-labras de cariño solo le llegaban por teléfono por parte de su pri-mo Alfonso. Ayer, por fin, era el
día de vivir un momento especial con él. También como un regalo se tomó Luis el permiso para ver a su madre Esther, de 91 años. La directora de Santa Justa, Susana Ruiz, les había avisado la víspe-ra vía whatsapp de la posibilidad de acudir a la residencia una vez recibida, también por sorpresa, la autorización de Salud. «Nece-sitaba vernos, mi madre no lo ha pasado nada bien, no ha llegado a comprender el alcance de este virus y no entendía que no pudié-
PÍO GARCÍA
E n esta sociedad busca-mos infatigablemente eufemismos para esca-
par de la realidad. Como no sa-bemos, verbigracia, cómo aca-bar con el machismo, decidimos someter la lengua a contorsio-nes imposibles. Sale un político, se hace un nudo desdoblando los géneros de todos los adjeti-vos disponibles y con eso se reti-ra tan orondo, como si acabara de hundir el heteropatriarcado. Luego todo sigue igual. Somos avestruces escondiendo la cabe-za en los agujeros del idioma.
Con los viejos pasa lo mismo. Ahora nos da pudor llamarles viejos. Incluso nos resistimos a llamarles ancianos, aunque esta siempre fue una palabra noble y profundamente respetuosa, amiga de la experiencia y la sa-biduría. Todas las administra-
ciones los llaman ahora Perso-nas Mayores, alcanzando unas cotas de cursilería burocrática difícilmente superables. Si mi abuela, que tiene 97 años y vive en una residencia, es una perso-na mayor, ¿yo qué soy? ¿Un mo-cetillo, una persona menor, un chavalín, un zagal, un madurito, un contribuyente neto?
Podemos llamarles como us-tedes quieran, pero amontonar eufemismos no resolverá el pro-blema: esta sociedad no sabe qué hacer con sus viejos. Estor-ban. La medicina consigue alar-garles la vida, pero muchos de ellos se ven condenados a penar en soledad, olvidados y despre-ciados por todos. El desolador efecto del coronavirus en las re-sidencias de ancianos ha puesto sobre la mesa esta realidad in-cómoda, que nos interpela di-
rectamente como ciudadanos. Lo peor que podemos hacer es apartar la vista y hacer como si nada hubiera ocurrido o, peor aún, como si nos hubiera caído una plaga del cielo y aquí paz y después gloria. Más de 200 rio-janos, usuarios de geriátricos, han muerto por el COVID-19. Muchos lo han hecho sin poder siquiera despedirse de sus hijos, de sus nietos. Han pagado un alto precio por su extrema vul-nerabilidad, sí, pero esa misma fragilidad debería habernos he-cho reaccionar antes. Cuando nos acordamos de ellos, ya fue imposible detener el incendio.
Ni siquiera es cuestión de partidos políticos: las penas de aquí han sido las penas de Ma-drid. Y las de Cataluña. Y las de Francia. Tampoco se trata, como hizo la consejera Ana San-
tos en el Parlamento, de quitar-se el marrón culpando sibilina-mente a la gestión privada de muchos centros. A mí me pare-ce bien que la comunidad autó-noma recupere protagonismo, pero no nos hagamos trampas en el solitario: ha habido resi-dencias privadas sin rastro de COVID y públicas en las que el bicho ha causado estragos.
Ni siquiera pido una solución. Me bastaría con que no escon-damos este gravísimo problema social debajo de la habitual ho-jarasca ideológica. ¿En qué que-remos convertir las residencias? El coronavirus nos ha demostra-do que la frontera entre hogar, hospital y moridero es a veces muy borrosa; mucho más de lo que nos imaginábamos. Esta tragedia debería, al menos, ha-cernos pensar.
Hogares, hospitales o morideros La crisis del COVID-19 debería obligar a definir un nuevo modelo de residencias de ancianos
CRISIS SANITARIA GLOBAL
«Este es el día más feliz de mi vida», señaló Vega al ver a su hijo José Antonio por sorpresa en el jardín de Santa Justa
Primeras visitas. Ya sin videoconferencias, los abuelos volvieron a reunirse con sus familias y olvidaron por unos momentos la pesadilla vivida durante el confinamiento
ÁFRICA AZCONA
Esther no dejó de hacer preguntas a su hijo Luis. JUSTO RODRÍGUEZ
Reencuentros en las residencias de mayores
Sábado 30.05.20 LA RIOJA4 LA RIOJA
ramos venir a verla», relataba mientras ella escuchaba atenta, silenciosa, pero disfrutando del momento en uno de los bancos más sombreados del jardín y, como todos, guardando la distan-cia con las otras cuatro familias citadas en el primer día de puer-tas abiertas. La vida volvía otra vez a Santa Justa, cada uno con sus chascarrillos, las últimas noticias familiares, explicaciones a pre-guntas atropelladas..., conexiones desde el móvil con nietos..., había que exprimir la visita de media hora. Ricardo se despidió de su madre, Guadalupe, abuela y bisa-buela, el 3 de marzo y quedaba muy lejos. Reencontrarse ayer con ella fue como un milagro. «Nos ad-virtieron que la situación se iba a complicar mucho».
El lunes empezarán las citas
previas para el resto de residen-tes. «Son 156, así que habrá que hacerlo de forma ordenada y solo una persona por residente». Más de dos meses prácticamente sin poder salir de sus habitaciones se han hecho largos, así que la autorización les ha abierto una puerta a la esperanza. «Los abue-los han notado mucho la soledad de estos días, los vais a encontrar cambiados, pero ahora mismo están muy emocionados con ga-nas de veros y volver a la norma-lidad». Susana Ruiz vivió espe-cialmente emocionada el reen-cuentro y así lo hizo saber a las familias conforme fueron llegan-do. «Aunque nada va a ser igual, necesitamos humanizar a tope otra vez las residencias», fue su reflexión tras el esperado reen-cuentro.
E n una sola frase de ‘Cien años de soledad’ compendia Gabriel
García Márquez el efecto que esta prolongada cuarentena está suscitando en nuestros mayores, que llevan 75 días enclaustrados en sus residen-cias sin saber apenas nada del mundo exterior: «El secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad».
Porque con la soledad como indefectible compañera han tenido que lidiar durante de-masiado tiempo, añorando los besos, los abrazos o las pala-bras de cariño de sus seres más queridos y, lo que es peor, con la incertidumbre de no sa-ber muy bien lo que estaba ocurriendo fuera, pese a las llamadas telefónicas y a las vi-deoconferencias.
«Pero qué es lo que ha pasa-do, hijo», preguntaba ayer mi madre, con los ojos bañados en lágrimas, como queriendo comprender a través de cuatro palabras la realidad tan com-pleja que está suponiendo la pandemia provocada por el COVID-19.
Ella, que recuerda con ma-yor claridad su niñez y su ju-ventud que lo que hizo la se-mana pasada, evocaba a sus 95 años los recuerdos de sus padres hablándole de los últi-mos coletazos del cólera mor-
bo, a finales del siglo XIX, y de la mal llamada ‘grippe españo-la’, que en 1918 segó las vidas de 300.000 españoles y que en la provincia de Logroño dejó más de 1.300 muertes.
Las personas que, como mi madre, han sufrido la guerra fratricida y la hambruna de la posguerra, que han tenido que luchar en épocas difíciles y complicadas y han logrado sa-car adelante a sus familias, sa-ben disfrutar como nadie de la cotidianeidad y, también del cariño de sus seres más queri-dos. Un beso, una sonrisa, una frase cariñosa tienen para ellos mayor valor –y no solo sentimental– que cualquier bien, que cualquier regalo.
Este maldito coronavirus
nos ha obligado a reflexionar sobre lo que verdaderamente importa y sobre lo que no es sino impostura y oropel.
Sin embargo, cuando todo esto pase de largo, cuando el peligro ya no sea inminente, muchos volverán a su existen-cia convencional, a sus hábitos de siempre, y pronto tratarán de olvidar el horror de aquella pandemia que los mantuvo encerrados en el año 2020.
Pero dentro en un futuro no tan lejano, como les ocurre a los abuelos que ahora transi-tan los últimos años de su vida en una residencia de la tercera edad, estaremos obligados a buscar un pacto honrado con la soledad para que la vejez sea más llevadera.
ANÁLISIS MARCELINO IZQUIERDO VOZMEDIANO
Pacto honrado con la soledad Un beso, una sonrisa, una frase cariñosa tienen para nuestros mayores más valor que cualquier bien, que cualquier regalo
Marcelino, autor de este artículo, con su madre ayer. JUSTO RODRÍGUEZ
Ricardo, con su madre Guadalupe, a la que no veía desde el 3 de marzo. Él le mostró las últimas fotos de sus de 8 nietos y bisnietos. JUSTO RODRÍGUEZ
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