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DANTE ALIGHIERI

LA VIDA NUEVA

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Texto en italiano

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Texto escrito a máquina
(La presente obra ha sido incorporada a la biblioteca digital de www.ladeliteratura.com.uy con fines exclusivamente didácticos)
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LA VIDA NUEVA

I

En aquella parte del libro de mi memoria, antes de la cual poco podía leerse, hay un

epígrafe que dice Incipit vita nova. Bajo este epígrafe se hallan escritas las palabras que

es mi propósito reunir en esta obrilla, ya que no en su integridad, al menos

sustancialmente.

II

Luego de mi nacimiento, el luminoso cielo había vuelto ya nueve veces al mismo punto,

en virtud de su movimiento giratorio, cuando apareció por vez primera ante mis ojos la

gloriosa dama de mis pensamientos, a quien muchos llamaban Beatriz, en la ignorancia

de cuál era su nombre. Había transcurrido de su vida el tiempo que tarda el estrellado

cielo en recorrer hacia Oriente la duodécima parte de su grado y, por tanto,

aparecióseme ella casi empezando su noveno año y yo la vi casi acabando mis nueve

años. Llevaba indumento de nobilísimo, sencillo y recatado color bermejo, e iba ceñida y

adornada de la guisa que cumplía a sus juveniles años. Y digo en verdad que a la sazón

el espíritu vital, que en lo recóndito del corazón tiene su morada, comenzó a latir con

tanta fuerza, que se mostraba horriblemente en las menores pulsaciones. Temblando,

dije estas palabras: Ecce deus fortior me, veniens dominabitur mihi. En aquel punto, el

espíritu animal, que mora en la elevada cámara adonde todos los espíritus sensitivos del

hombre llevan sus percepciones, empezó a maravillarme en gran manera, y dirigiéndose

especialmente a los espíritus de la vista, dijo estas palabras: Apparuit jam beatitudo

vestra. Y a su vez el espíritu natural, que reside donde se elabora nuestro alimento,

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comenzó a llorar, y, llorando, dijo estas palabras: Heu miser! quia frequenter impeditus

ero deinceps!

Y a la verdad que desde entonces enseñoreóse Amor de mi alma, que a él se unió

incontinente, y comenzó a tener sobre mí tanto ascendiente y tal dominio, por la fuerza

que le daría mi misma imaginación, que vime obligado a cumplir cuanto se le antojaba.

Mandábame a menudo que procurase ver a aquella criatura angelical.

Yo, pueril, andábame a buscarla y la veía con aparecer tan digno y tan noble que

ciertamente podíansele aplicar aquellas palabras del poeta Homero: «No parecía hija de

hombre mortal, sino de un dios.»

Y aunque su imagen, que continuamente me acompaña, se enseñorease de mí por

voluntad de Amor, tenía tan nobilísima virtud, que nun-ca consintió que Amor me

gobernase sin el consejo de la razón en aquellas cosas en que sea útil oír el citado

consejo.

Pero como a alguno le parecerá ocasionado a fábulas hablar de pasiones y hechos en

tan extremada juventud, me partiré de ello, y, pasando en silencio muchas cosas que

pudiera extraer de donde nacen éstas, hablaré de lo que en mi memoria se halla escrito

con caracteres más grandes.

III

Transcurridos bastantes días para que se cumplieran nueve años tras la supradicha

aparición de la gentilísima criatura, aconteció que la admirable mujer aparecióseme

vestida con blanquísimo indumento, entre dos gentiles mujeres de mucha mayor edad. Y,

al entrar en una calle, volvió los ojos hacia donde yo, temeroso, me encontraba, y con

indecible amabilidad, que ya habrá recompensado el Cielo, me saludó tan

expresivamente, que entonces creíame transportado a los últimos linderos de la felicidad.

La hora en que me llegó su dulcísimo saludo fue precisamente la nona de aquel día, y

como se trataba de la primera vez en que sonaban sus palabras para llegar a mis oídos,

embargóme tan dulce emoción, que apartéme, como embriagado, de las gentes, apelé a

la soledad de mi estancia y púseme a pensar en aquella muy galana mujer.

Pensando en ella se apoderó de mí un suave sueño, en el que me sobrevino una visión

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maravillosa, pues parecíame ver en mi estancia una nubecilla de color de fuego, en cuyo

interior percibía la figura de un varón que infundía terror a quien lo mirase, aunque

mostrábase tan risueño, que era cosa extraña. Entre otras muchas palabras que no pude

entender, díjome éstas, que entendí: Ego dominum tuus. Entre sus brazos parecíame ver

una persona dormida, casi desnuda, sólo cubierta por un rojizo cendal, y, mirando más

atentamente, advertí que era la mujer que constituía mi bien, la que el día antes se había

dignado saludarme. Y parecióme que el varón en una de sus manos, sostenía algo que

intensamente ardía, así como que pronunciaba estas palabras: Vide cor tuum. Al cabo de

cierto tiempo me pareció que despertaba la durmiente y, no sin esfuerzo de ingenio,

hacíale comer lo que en la mano ardía, cosa que ella se comía con escrúpulo. A no

tardar, la alegría del extraño personaje se trocaba en muy amargo llanto. Y así, llorando,

sujetaba más a la mujer entre sus brazos, y diríase que se remontaba hacia el cielo. Tan

gran angustia me aquejó por ello que no pude mantener mi frágil sueño, el cual se

interrumpió, quedando yo desvelado.

Y a la sazón, dándome a pensar, noté que la hora en que se me presentó la visión era la

cuarta de la noche y, por ende, la primera de las nueve últimas horas de la noche. Y,

meditando sobre la aparición, decidí comunicarlo a muchos renombrados trovadores de

entonces. Como quiera que yo me hubiese ejercitado en el arte de rimar, acordé

componer un soneto, en el cual, tras saludar a todos los devotos de Amor, rogaríales que

juzgasen mi visión, que yo les habría descrito.

Y seguidamente puse mano a este soneto, que comienza: «Almas y corazones con

dolor.»

Almas y corazones con dolor, a quienes llega mi decir presente (y cada cual responda lo

que siente), salud en su señor, que es el Amor. Las estrellas tenían resplandor el más

adamantino y más potente cuando adivino el Amor súbitamente en forma tal que me llenó

de horror. Parecíame alegre Amor llevando mi corazón y el cuerpo de mi amada cubierto

con un lienzo y dormitando. La despertó mi corazón, sangrando, dio como nutrición a mi

adorada. Después le vi marcharse sollozando.

Este soneto se divide en dos partes. En la primera aludo y pido respuesta; en la segunda,

indico a qué debe contestarse. La segunda parte empieza en «Las estrellas». A este

soneto respondieron, con diversas sentencias, muchos, entre los cuales figuraba aquel a

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quien yo llamo el primero de mis amigos.

Escribió entonces un soneto que empieza así: «Viste a mi parecer todo valor.» Y puede

decirse que éste fue el principio de nuestra amistad, al saber él que era yo quien le había

hecho el envío. Por cierto que el verdadero sentido del sueño mencionado no fue

percibido entonces por nadie, aunque ahora es clarísimo hasta para los más ignorantes.

IV

A partir de aquella visión, comenzó mi espíritu natural a verse perturbado en su

desenvolvimiento, pues mi alma hallábase entregada por completo a pensar en aquella

gentilísima mujer. Así es que en breve tiempo tornéme de tan flaca y débil condición,

que muchos amigos se apesaraban con mi aspecto y otros muchos se esforzaban en

saber de mí lo que yo quería a toda costa ocultar a los demás. Y yo, apercibido para sus

maliciosas interrogaciones, gracias a la protección de Amor, que me gobernaba según el

consejo de la razón, respondíales que Amor era quien me había reducido a semejante

estado. Mentábales Amor porque mi rostro lo denotaba de tal guisa, que fuera imposible

encubrirlo. Y cuando me preguntaban: «¿Por causa de quien te ha destruido Amor?»,

mirábalos yo sonriendo y no les contestaba nada.

V

Aconteció un día que la gentilísima mujer hallábase en sitio donde sonaban alabanzas a

la Reina de los Cielos y que yo me encontraba en sitio donde podía ver a mi bien. En

medio de la recta que nos unía estaba una hermosa dama de agradable continente, la

cual me miraba con frecuencia, maravillada de mis miradas, que a ella parecían

enderezarse. Fueron muchos los que se percataron, hasta el punto de que, al partirme de

allí, oí que a mi vera decían: «¿Ves cómo esa mujer atormenta a este hombre?» Y como

la nombraran, comprendí que se referían a la que había estado en medio de la recta que,

partiendo de la gentilísima Beatriz, terminaba en mis ojos, lo cual me animó en extremo,

asegurándome de que mis miradas no habían descubierto mi secreto.

Y a la sazón pensé escudarme con aquella hermosa dama para disimular la verdad. Tan

lo conseguí en tiempo escaso, que las más de las personas que de mí hablaban creían

saber mi secreto. Con aquella mujer escudéme por espacio de meses y hasta años. Y

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para fomentar la credulidad ajena, escribí ciertas rimas que no quiero transcribir aquí,

aun cuando se referían a la gentilísima Beatriz; las omitiré, pues, a no ser que traslade

alguna que más parezca en alabanza de ella.

VI

A tiempo que aquella dama servía para disimular el gran amor mío, sentí vehementes

deseos de recordar el nombre de mi gentilísima señora, acompañándolo después de

muchos nombres de mujeres más bellas de la ciudad- patria, por voluntad del Altísimo,

de la mía-, compuse una epístola en forma de serventesio, que no transcribiré, y que ni

tan sólo hubiera mencionado si no fuese para decir lo que, componiéndola, sucedió, por

maravilla, o sea que no pude colocar el nombre de mi amada sino en el lugar noveno

entre las demás mujeres.

VII

En tanto, he aquí que la mujer que por largo tiempo habíame servido para disimular mi

pasión hubo de partirse de la susodicha ciudad y pasar a muy luengos países; por lo cual

yo, al quedarme sin la excelente defensa, me desconsolé más de lo que hubiera podido

creer al principio. Y pensando que si yo, de algún modo, no manifestaba dolor por su

partida, las gentes hubieran advertido pronto mi fingimiento, decidí exponer mis lamentos

en un soneto, que transcribiré, por cuanto mi amada fue causa inmediata de ciertas

palabras que en tal soneto figuran, según advertirá quien lo conozca. Escribí, pues, este

soneto, que empieza, «Vosotros que de Amor seguís la vía.»

Vosotros que de Amor seguís la vía, mirad si hay lacería que se compare con mi pena

grave. Escuchad mi clamor, por cortesía y en vuestra fantasía ved que soy del penar

albergue y clave. Diome el Amor por grácil hidalguía -que no por virtud mía-, una vida tan

dulce y tan suave, que a menudo la gente, nada pía, detrás de mí decía: “¿Por qué ese

pecho de la dicha sabe?” Pero he perdido ya el fácil acento que el Amor me prestó con

su tesoro; y tanto lo deploro que aun para hablar carezco de ardimiento. Mostraré, pues -

cual quienes en desdoro ocultan por vergüenza su tormento-, por de fuera, contento,

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mientras por dentro me destrozo y lloro.

Este soneto consta de dos partes principales. En la primera quiere llamar a los fieles de

Amor con aquellas palabras del profeta Jeremías que dicen: O vos omnes qui transitis

per viam, attendite et videte si est dolor sicut meus, y rogarles que tengan la bondad de

escucharme. En la segunda refiero en qué situación me ha colocado Amor con otra

intención que no muestran las partes extremas del soneto, y digo lo que he perdido. La

segunda parte empieza en «Diome el Amor».

VIII

Poco después de partirse la hermosa dama plugo al Dios de los ángeles llamar a su

gloria a una mujer joven y de muy bello aspecto que en la supradicha ciudad era muy

estimada. Viendo yo su cuerpo yacente sin el alma entre otras muchas mujeres que

lloraban lastimeramente, recordé que habíale visto en compañía de mi gentilísima

amada, y no pude contener algunas lágrimas. Así llorando, decidí dedicar, unas palabras

a su muerte, en virtud de haberla visto alguna vez con la dama de mis pensamientos.

Algo de ello apunté en las postreras palabras que escribí, como verá claramente quien

las lea. Fue entonces cuando compuse estos dos sonetos, el primero de los cuales

comienza diciendo: «Puesto que llora Amor, llorad, amantes», y el segundo: «Muerte vil,

de piedades enemiga.»

Puesto que llora Amor, llorad, amantes al escuchar la causa del lamento. También las

damas, con piadoso acento, como el Amor se muestran sollozantes. En mujer de

bellezas relevantes la muerte vil ha puesto su tormento, ajando, no el honor, que es

macilento, sino tales bellezas, más brillantes. Pero hízole el Amor gran reverencia, pues

yo le vi de veras, no apariencia, gimiendo cabe el hecho tremebundo. Y a menudo a los

cielos se volvía donde ya para siempre residía la que no tuvo par en este mundo.

Este soneto se divide en tres partes. En la primera llamo e incito a los fieles de Amor

para que lloren, les comunico que su señora llora y les digo la causa de que llore, a fin de

que estén más dispuestos a escucharme; en la segunda refiero dicha causa, y en la

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tercera hablo de los honores que a dicha mujer hizo Amor. La segunda parte empieza en

«También las damas;» la tercera, en «Pero hízole el Amor.»

Muerte vil, de piedades enemiga, De pesares amiga, juicio que se resuelve pavoroso, ya

que heriste mi pecho doloroso, acude presuroso y en tu daño mi lengua se fatiga. Si de

merced te quiero hacer mendiga, conviene que yo diga tu proceder, que siempre es

ominoso; no permanece a gentes misterioso, mas no hallaré reposo hasta que el mundo

amante te maldiga. De la tierra arrancaste con falsía cuanto a una dama embelleció

galana: su juventud lozana tronchaste cuando amante florecía. Su nombre no diré; sólo

diría su virtud y su gracia soberana. Quien al bien no se afana, jamás espere haber su

compañía.

Esté soneto se divide en cuatro partes. En la primera llamo a la muerte con algunos de

los nombres más apropiados; en la segunda, dirigiéndome a ella, expreso la causa que

me impele a vituperarla; en la tercera la vitupero, y en la cuarta me dirijo a una persona

indefinida, aunque para mi entendimiento esté definida. La segunda parte comienza en

«Ya que heriste»; la tercera, en «Si de merced», y la cuarta, en «Quien al bien».

IX

Unos días después del fallecimiento de aquella dama aconteció que hube de partirme de

la antedicha ciudad y encaminarme hacia donde se hallaba la gentil mujer que había sido

mi defensa, si bien el término de mi andar no estaba tan lejos como ella. Y aun cuando

iba yo en nutrida compañía, me disgustaba el andar en tal manera, que los suspiros no

podían desahogar la angustia que mi corazón sentía a medida que me alejaba de mi

bien.

Entonces, el dulcísimo sueño que me tiranizaba gracias a mi gentilísima amada se me

apareció en la imaginación cual peregrino ligeramente vestido con groseros harapos.

Parecía afligido y miraba al suelo, salvo cuando, al parecer, dirigía sus ojos hacia un río

de aguas corrientes y cristalinas que se deslizaba cerca del camino que yo seguía. Creí

que me llamaba para decirme estas palabras: «Vengo de ver a la dama que por tanto

tiempo fue tu defensa, y sé que no volverá; pero traigo conmigo el corazón que yo te hice

dedicarle y lo llevaré a otra dama que te defienda como aquélla te defendía.» Y, como la

nombrase, conocíala perfectamente. «Empero añadió- si por ventura refirieses algo de lo

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que te he comunicado, hazlo de suerte que no se entrevea la simulación de amor que

practicaste con aquélla y que te convendrá practicar con otras.»

Dijo, y desapareció súbitamente la visión, no sin haber influido grandemente sobre mí.

Aquel día cabalgué con aspecto demudado, muy pensativo y suspirando pródigamente.

Al día siguiente di principio a este soneto que empieza: «Cabalgando anteayer por un

camino.»

Cabalgando anteayer por un camino, rumbo que en modo alguno me placía, di con Amor

en medio de mi vía con ligero sayal de peregrino. Por su talante le juzgué mezquino, cual

sí hubiera perdido jerarquía; el trato de la gente rehuía, entre suspiros, pálido y mohino.

Mas diciendo mi nombre así me hablaba: “Vengo de lejos, donde se encontraba tu pobre

corazón en ministerio, que te devuelvo para verte gayo.” Y entonces me ganó turbio

esmayo mientras Amor fundíase en misterio.

Este soneto se divide en tres partes. En la primera refiero cómo encontré a Amor y qué

me pareció; en la segunda refiero lo que me dijo, aunque no enteramente, por miedo a

descubrir mi secreto; en la tercera refiero cómo desapareció. La segunda parte empieza

en «Mas diciendo mi nombre»; la tercera, en «Y entonces me ganó».

X

A mi regreso dediquéme a buscar a la dama que mi dueño habíame indicado en el

camino de los suspiros. Para abreviar, diré que en corto tiempo le hice de tal modo mi

defensa, que muchos hablaban de ello más de lo prudente, lo cual me apesadumbraba

sobre manera. Y por causa de estas lamentables habladurías, que me inflamaban con el

vicio, mi discretísima amada, que fue debeladora de todos los vicios y soberana de todas

las virtudes, encontrándome al paso, negóme su dulcísimo saludo, en que yo cifraba toda

mi felicidad: Por eso, aun cuando me salga de mi actual propósito, quiero dar a entender

los benéficos efectos que su saludo obraba en mí.

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XI

Cuando la encontraba, dondequiera que fuese, con la esperanza de su magnífico saludo,

no sólo me olvidaba de todos mis enemigos, sino que una llama de caridad hacíame

perdonar a todo el que me hubiese ofendido. Y si alguien me hubiera preguntado

entonces algo, mi respuesta, con humilde apostura, hubiera sido: «Amor.» Cuando ella

estaba próxima a saludarme, un espíritu amoroso, destruyendo todos los otros espíritus

sensitivos, impulsaba hacia afuera a los apocados espíritus del rostro, diciéndoles: «Salid

para honrar a vuestra señora», y se quedaba él en lugar de ellos. Así, quien hubiera

querido conocer a Amor, hubiera podido hacerlo mirando la expresión de mis ojos. Y

cuando saludaba mí gentilísimo bien, no solamente Amor era incapaz de ensombrecer mi

inefable dicha, sino que con semejante dulzura reducíase a tal estado, que mi cuerpo, en

un todo sometido a su poder, manifestábase a menudo cual cosa inerte e inanimada. De

lo cual se colige claramente que en su salud estaba mi felicidad, la cual muchas veces

sobrepujaba y excedía a mis facultades.

XII

Mas, volviendo a mi propósito, debo decir que, al negarme tal felicidad, fue tanto mi dolor

que, partiéndome de la gente, retiréme a solitario paraje donde bañar el suelo con muy

amargas lágrimas. Y una vez hubo remitido este llanto, encerréme en mi estancia, donde

podía lamentarme sin ser oído. Allí, implorando misericordia a la dama de las cortesías y

exclamando: «Ayuda, Amor, a tu siervo», me dormí como un niño entrelloroso luego del

castigo.

En medio de mi sueño parecióme ver en mi estancia, y sentado junto a mí, a un joven

puesto de blanquísimo indumento, que, muy preocupado al parecer, me contemplaba en

el lecho. Y, cuando me hubo mirado algún tiempo, parecióme que me llamaba suspirando

para decirme estas palabras: Fili mihi, tempus est ut proetermitantur simulacra nostra. Y

entonces me pareció conocerle, pues llamábame cual muchas veces me había llamado

ya en mis sueños. Mirándole, parecióme asimismo que lloraba lastimeramente y que

esperaba de mí alguna palabra, por lo cual, convencido de ello, comencé a hablarle de

esta manera: «¿Por qué lloras, noble señor?» A lo que respondióme: Ego tanquan

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centrum, circuli cui simili modo se habent circunferentiae partes; tu autem non sic.

Entonces, meditando sus palabras, hallé que me había hablado con gran oscuridad, por

lo cual procuré decirle lo siguiente: «¿Por qué, señor, me hablas tan oscuramente?» Y

me repuso, ya en lengua vulgar: «No preguntes sino cosas útiles.» Comencé, pues, a

hablar con él del saludo que se me negó y le pregunté la causa de esta negativa, a lo

cual respondióme del siguiente modo: «Nuestra Beatriz oyó, hablando de ti con algunas

personas, que la dama que te indiqué en el camino de los suspiros había sido enojada

por ti, lo cual motivó que la gentilísima Beatriz, contraria a que se causen molestias de

este linaje, no se dignara saludarte, creyendo que habías molestado. Por esto, aunque

realmente ha tiempo que conoce tu secreto, quiero que le rimes unas palabras diciéndole

el señorío que sobre ti ejerzo gracias a ella, y cómo a ella te consagraste desde tu más

tierna infancia. Invoca por testimonio a quien lo sabe, y yo, que soy éste, gustosamente

daré fe, con lo cual advertiré tus verdaderas intenciones y consiguientemente se

percatará de que estaban engañados quienes le hablaron. Haz que tales versos sean

indirectos para no hablarle directamente, como si no fueras digno de ello. Cuida, en fin,

de mandárselos a donde yo me encuentre y pueda dárselos a entender, así como de

revestirlos con suave armonía, en la que intervendré cuando fuere menester.»

Pronunciadas estas palabras, desvanecióse y se truncó mi sueño. Luego, rememorando,

inferí que la visión había acaecido en la novena hora del día. Y antes de salir de mi

estancia me propuse componer una balada en la que cumpliría lo que mi señor habíame

impuesto. Así, escribí esta balada, que empieza: «Balada, corre, que al Amor te envío.»

Balada, corre, que al Amor te envío; con él junto a mi dama te adelantas, y de mi afecto,

que en tus versos cantas, hable después con ella el dueño mío. Balada mía: irás tan

cortésmente que, aunque sin compañero, podrías presentarte do quisieras; mas si

deseas ir seguramente a Amor busca primero porque no es bueno que sin él te fueras.

Pues la dama que manda en mi albedrío contra mis ansias hállase enojada, y si no vas

de Amor acompañada temo que te reciba con desvío. Con dulce son, cuando estés junto

a ella comienza de este modo, si su permiso concederte quiere: “El que me envía a vos,

señora bella, anhela que ante todo sus disculpas oigáis si las tuviere... Amor, el grato

acompañante mío, quizá le hizo mirar otras doncellas pensando en vos; mas al mirar en

ellas no desertó de vuestro señorío.” Dile: “Su corazón, señora, tuvo en vos fe tan entera

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que a daros gloria fue siempre inclinado. Muy temprano fue vuestro y se mantuvo.” Y si

no te creyera, pregúntelo al Amor, que está enterado. Cuando te vayas, con acento pío,

suplicando perdón, por si la enojas, di que morir me mande, y sin congojas satisfará mi

vida su albedrío. Y a quien de toda compasión es clave le dices que argumente,

quedándose, en favor de mi persona. Siquiera-dile- por mi tono suave accede,

complaciente, y por tu siervo con favor razona. Y si ella, por tu oficio, le perdona,

anúnciele por la paz gayo semblante.” Gentil balada mía, tú, constante, haz que el triunfo

te ciña su corona.

Esta balada se divide en tres partes. En la primera le digo dónde ha de ir, la animo para

que vaya más tranquila y le aviso qué compañía ha de tomar si quiere ir con seguridad y

sin peligro alguno; en la segunda le digo lo que le cumple dar a entender, y en la tercera

le doy venia para partir cuando quiera y encomiendo su gestión en brazos de la fortuna.

La segunda parte empieza en «Con dulce son», y la tercera, en «Gentil balada».

Alguien podría objetarme que no acierta a quién hablo en segunda persona, pues la

balada no contiene más palabras que las citadas; pero creo que esta duda la resuelvo en

parte todavía más dudosa de esta obrita; entonces, pues, comprenderá quien aquí

dudare y quisiere controvertirme.

XIII

Tras la susomentada visión, y una vez pronunciadas las palabras que Amor me obligó a

decir, muchos y diversos pensamientos comenzaron a asaltarme y combatirme en forma

tal, que contra algunos de ellos no podría defenderme. Cuatro consideraciones, sobre

todo, inquietaban mi vida; una de ellas era ésta: bueno es el dominio de Amor, ya que

aparta el entendimiento de sus siervos de todas las cosas viles. Otra era ésta: nada

bueno es el dominio de Amor, pues cuanta más fe se tiene, más graves y dolorosos

extremos hace pasar. Otra era ésta: tan dulce al oído es el nombre de Amor, que

imposible me parece que su influencia no sea dulce en todo, comoquiera que los

nombres respondan a las cosas denominadas: Nomina sunt cosequientia rerum. Y la

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cuarta era ésta: la mujer por quien Amor así te asedia no es como las demás mujeres,

cuyo corazón fácilmente se puede ganar. Y cada una de tales consideraciones me

acuciaba tanto, que estaba yo como quien quiere irse y no sabe por dónde. Si intentaba

buscar un camino en el que todas las consideraciones coincidiesen, tal camino era

también muy desfavorable para mí, pues tenía que invocar a la Piedad y arrojarme en

brazos de ella. Y en tal situación viniéronme deseos de rimar y compuse este soneto, que

empieza: «Hablan de Amor mis muchos pensamientos.»

Hablan de Amor mis muchos pensamientos, pero con varia y múltiple tendencia, pues

mientras uno alega su potencia, otro halla en la virtud sus argumentos; ni oculta la

esperanza sus contentos, ni dejo de llorar con gran frecuencia. Sólo al pedir piedad

tienen tangencia dentro del corazón tantos acentos. Puesto en el trance de escoger, me

pierdo; cuando pretendo hablar, no sé qué diga; y con ello me encuentro siempre en

duda. Por eso, si deseo algún acuerdo, conviéneme apelar a mi enemiga, la Piedad, gran

señora, por mi ayuda.

Este soneto puede dividirse en cuatro partes. En la primera digo y expongo que todos

mis pensamientos son de amor; en la segunda afirmo que son diversos, y muestro

diversidad; en la tercera digo en qué parece que anden todos los acordes, y en la cuarta

digo que, deseando hablar de Amor, no sé por qué pensamiento decidirme, y si quiero

abarcarlos todos necesito llamar a mi señora la Piedad, enemiga mía. Y digo «señora»

casi irónicamente. La segunda parte empieza en «Pero con varia»; la tercera, en «Sólo al

pedir», y la cuarta, en «Puesto en trance».

XIV

Tras esta porfía de tan diversos pensamientos, acaeció que mi gentilísima amada acudió

a un lugar en que estaban reunidas muchas mujeres hermosas y adonde yo fui llevado

por un amigo que creía hacerme un gran obsequio conduciéndome a sitio donde tantas

mujeres mostraban su hermosura. Pero yo, ignorando a qué había sido conducido y

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confiándome a la persona que me había llevado a las postrimerías de la vida, le dije:

«¿Para qué hemos venido junto a estas damas?» A lo que me contestó: «Para que sean

más dignamente servidas.»Lo cierto era que se habían congregado allí para acompañar

a una bella señora que aquel día habíase desposado y a quien, con arreglo a usanza de

la supradicha ciudad, habían de acompañar asimismo la primera vez que se sentara a la

mesa en la morada de su esposo. Por complacer a mi amigo decidí permanecer con él al

servicio de aquellas damas; pero, seguidamente, parecióme sentir un pasmoso temblor

que, comenzando en el lado izquierdo de mi pecho, extendíase súbitamente por todo mi

ser. Hube de apoyarme disimuladamente en un pintado friso que rodeaba toda la

estancia. Entonces, temeroso de que los, demás reparasen en mi temblor, alcé la vista y,

mirando a las damas, vi entre ellas a la gentilísima Beatriz. Y fueron de tal modo

aniquilados mis espíritus por la fuerza que Amor adquirió viéndome tan próximo a mi

bellísima dama, que sólo quedaron con vida los de la vista, si bien parecían fuera de su

sitio, como si Amor quisiera ocupar su lugar nobilísimo para ver a la admirable señora. Y

aunque yo me hallaba demudado, mucho dolíanme estos traviesos espíritus de la vista,

que, lamentándose fuertemente, decían: «Si Amor no nos lazara fuera de nuestro sitio,

podríamos estar mirando a esa maravillosa mujer como están mirándola los ojos de los

demás.»

A todo esto, muchas de aquellas damas, advirtiendo mi transfiguración, dieron en

asombrarse y empezaron a burlarse de mí, hablando con mi amada, por lo cual mi

equivocado amigo cogióme de la mano, me sacó fuera de la presencia de dichas señoras

y me preguntó qué me pasaba. Yo, más tranquilo ya, resucitados los espíritus muertos,

repuestos los lanzados, respondí a mi amigo de este modo: «Puse los pies en esa parte

de la vida más allá de la cual no se puede pasar con propósito de volver.»

Y, separándome de él, tornéme a la estancia de los llantos, en la cual, llorando

avergonzado, me decía: «Si mi amada conociera, mi estado, no creo que se mofara así

de mi persona, sino que sentiría gran compasión.» Y, mientras lloraba, decidí escribir

unas palabras en que, dirigiéndome a ella, significara la causa de mi transfiguración y le

manifestara que yo sabía perfectamente que ella la ignoraba, así como que, de haberla

conocido, se hubiera compadecido de mí. Naturalmente, decidí escribirlas con el deseo

de que por ventura llegasen a sus oídos. Y compuse, por ende, este soneto, que

empieza: «¡Oh mujer que mil burlas aderezas!»

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¡Oh mujer que mil burlas aderezas con tus amigas viendo mi figura! ¿Sabes que vengo a

ser nueva criatura en la contemplación de tus bellezas? Si lo supieras, toda gentilezas

fuese quizá la mofa que me apura, que Amor, pues tu visión me, transfigura cobra tantos

arrestos y fierezas, que ataca aciagamente mis sentidos -ora parecen muertos, ora

heridos-, dejándome tan sólo que te vea. Cariz, por consiguiente, muestro ajeno, si bien

en mi persona es donde peno el mal que en mi dolor se regodea.

No divido en partes este soneto, porque la división se hace sola-mente para aclarar el

sentido de la cosa dividida, y como es sobrado evidente por su motivada causa, no

necesita división. No obstante, entre las palabras donde se manifiesta la materia de este

soneto, hay las dudosas, como cuando digo que Amor mata todos mis espíritus, menos

los de la vista, que permanecen con vida, si bien desplazados de sus funciones; pero

esta duda, imposible de resolver por quien no sea tan devoto de Amor como yo, no lo es

para quienes lo son, ya que éstos ven claramente lo que resolvería lo dudoso de esas

palabras. Por lo demás, no me toca resolver dicha duda, ya que mi lenguaje resultaría

entonces inútil o verdaderamente superfluo.

XV

Después de la reciente transfiguración, asaltóme un pensamiento tenaz que no me daba

punto de reposo y me argüía de esta manera: «Si pasas en tan lamentable estado

cuando te hallas cerca de tu amada, ¿por qué procuras verla? Si ella te preguntara algo,

¿qué le contestarías, suponiendo que para contestarle tuvieses libres tus facultades?»

Pero un humilde pensamiento respondía así: «Si no me cohibieran mis facultades y

tuviese desenvoltura para contestar, diríale que, en cuanto me pongo a considerar su

admirable belleza, me acomete un deseo tan poderoso de verla, que destruye y aniquila

cuanto en mi memoria se le pudiera oponer. Así es que los padecimientos pasados no

son obstáculo para que procuré verla.» Y movido por estos efectos decidí escribir unas

palabras en que, al mismo tiempo que me excusara de semejante reprensión, hablase

también de lo que me ocurre acerca de ella. Compuse, pues, el soneto que empieza:

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“Cuanto vive en mi mente halla la muerte.”

Cuanto vive en mi mente halla la muerte si me aproximo a vos, amada mía, y Amor me

dice en vuestra cercanía: “Huya quien por morir se desconcierte.” El corazón exangüe y

casi inerte, en el color del rostro da su guía. Y las piedras, mirando mi agonía, “¡Que

muera al punto!”, claman con voz fuerte. ¡Cómo peca quien viéndome en tal guisa mi

alma desconsolada no conforta mostrando que el penar mío le apena! Y es que

neutralizáis con vuestra risa mi mirada, en sus pésames absorta, y que, anhelando

muerte, se envenena.

Este soneto se divide en dos partes. En la primera expreso la causa en virtud de la cual

me abstengo de acercarme a mi amada; en la segunda refiero lo que me ocurre por

acercarme a ella. Esta segunda parte comienza en «y Amor me dice». Y esta misma

segunda parte se divide en otras cinco, según diversas materias. En la primera expreso

lo que Amor, aconsejado por la razón, me dice cuando estoy cerca de ella; en la segunda

manifiesto el estado del corazón por el aspecto de mi rostro; en la tercera indico cómo

pierdo toda tranquilidad; en la cuarta afirmo que peca quien no se apiada de mí, cosa

que, en cierto modo, me consolaría, y en la última explico por qué debiera

compadecérseme, que es por la expresión lastimera de mis ojos, expresión lastimera

desvirtuada, ya que no se manifiesta a otros, por las mofas de ella, que mueve a

imitación a quienes tal vez verían mi lamentable estado. La segunda parte comienza en

«El corazón»; la tercera, en «Y las piedras»; la cuarta, en: «¡Cómo peca!», y la quinta, en

«Y es que neutralizáis».

XVI

Después de haber escrito este soneto, entráronme deseos de, decir también algo

referente a cuatro aspectos de mi estado, los cuales me parecía no haber manifestado

nunca. El primero de ellos es que muchas veces condolíame porque la fantasía

impulsaba a mi memoria para que considerase en qué estado me dejaba Amor. El

segundo es que Amor, a menudo, me asaltaba dé súbito tan fuertemente, que sólo vivía

para pensar en mi amada. El tercero es que, cuando esta lucha de Amor se movía contra

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mí, yo, completamente pálido, andaba buscando a mi amada, creyendo que con verla

estaría defendido en la batalla y olvidando lo que me ocurría al aproximarme a tan gran

beldad. El cuarto es que el hecho de verla, no solamente no me defendía, sino que

acababa desbaratando lo poco que de vida me restaba. Así, pues, compuse este soneto

que empieza: «Muchas veces revélase a mi mente.»

Muchas veces revélase a mi mente el estado a que Amor me a sometido, y en fuerza de

emoción pienso y me pido: “¿Sufrirá más dolor algún viviente?” Pues me acomete Amor

tan diestramente que casi me derriba sin sentido, no dejándome más que un desmedido

aliento que por vos razona y siente. Buscando salvación, lucho a porfía, hasta que en

postración sin valentía, busco en vos el remedio que apetezco. Y cuando al contemplar

alzo los ojos, me ganan los temblores y sonrojos mientras, yéndose el alma, desfallezco.

Este soneto se divide en cuatro partes, correspondientes a los cuatro aspectos a que se

refiere; pero como han sido enumerados más arriba, me constreñiré a indicar cada parte

por su comienzo. La segunda empieza en «Pues me acomete»; la tercera, en «Buscando

salvación», y la cuarta, en «Y cuando al contemplar».

XVII

Escritos los tres sonetos últimos dirigidos a mi amada y en los que le refería mi estado,

creí oportuno callar ya, pues me pareció haber hablado bastante de mí. Y comoquiera

que después dejé de dirigirme a ella, convínome tratar materia nueva y más noble que la

pasada. Diré, con la mayor brevedad posible, lo que fue motivo de ella, ya que es

agradable de oír.

XVIII

Muchas personas, por mi solo aspecto, habían comprendido el secreto de mi corazón. Y

varias damas que estaban Congregadas para deleitarse con la mutua compañía eran

conocedoras de mis afectos, por cuanto todas habían presenciado muchas de mis

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turbaciones. Pasando yo, llevado por el azar, cerca de las gentiles señoras, llamóme una

de ellas, que por cierto era de gratísimo hablar. Cuando llegué a donde estaban y vi que

mi gentilísima dama no se hallaba allí, me serené, las saludé y preguntéles qué se les

ofrecía.

Había muchas mujeres, algunas de las cuales reían entre sí, mientras otras me miraban

esperando mis palabras y otras mantenían coloquios. Una de éstas, volviendo hacia mí

sus ojos y llamándome por mi nombre, hablóme así: «¿Con qué fin amas a tu dama, que

no puedes sostener su presencia? Dínoslo, porque seguramente la finalidad de ese amor

será algo no visto jamás.» Pronunciadas estas palabras, no sola-mente ella, sino todas

las otras mujeres, mostraron sus deseos de esperar mi respuesta. Y entonces les hablé

así: «La finalidad de mi amor, ¡oh dama!, se cifra en saludar a la mujer que sabéis, y en

ello consiste mi felicidad, término de todos mis anhelos. Mas desde que le plugo negarme

su saludo, Amor, que es mi señor, ha puesto mi felicidad entera en algo que no puede

fallirme.» Rompieron entonces aquellas damas a hablar entre sí, de manera que yo creía

oír sus palabras entrecortadas de suspiros, tal como a veces vemos caer la lluvia

mezclada con copos de nieve. Y cuando hubieron hablado algún tanto, la misma dama

que antes me habló, díjome lo siguiente: «Te rogamos que nos digas dónde se halla tu

felicidad.»

Y díjeles respondiendo: «En las palabras de alabanza a mi amada.» Y repuso mi

interlocutora: «De ser cierto cuanto dices, las palabras con que nos has referido tu

situación las habrías pronunciado con ese propósito.»

Y me partí de aquellas damas meditando lo oído, casi avergonzado, diciendo para mí:

«Ya que tanta felicidad hallo en las palabras que loan a mi dama, ¿por qué he hablado

de otras cosas?» Y decidí tomar siempre, en adelante, por motivo de mis palabras,

cuanto fuera elogio de mi gentilísima amada. Reflexionando, pensé que me había

lanzado a grave empresa para mí, por lo que no me atreví a empezar. Y así estuve

algunos días, con ansia de hablar y con temor de quebrar mi silencio.

XIX

Aconteció, pues, que andando por un camino junto al cual se deslizaba un río clarísimo,

sentí tantos deseos de expresarme, que comencé a pensar en qué modo lo haría. Y

pensé que lo oportuno era hablar de ella dirigiéndome a otras mujeres, pero no a

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cualesquiera, sino a las que son bellas y distinguidas. Entonces mi lengua se movió

como espontáneamente para decir: «¡Oh damas que de amor tenéis idea!» Y con gran

alegría retuve tales palabras en mi memoria para tomarlas por principio de lo que dijese.

Ya vuelto a la supradicha ciudad, tras varias jornadas de meditación, comencé una

canción con aquellas palabras, dispuesta como se verá al tratar de su división. La

canción empieza, en efecto: «¡Oh damas que de amor tenéis idea!»

¡Oh damas que de amor tenéis idea! Hablaros de mi dama yo pretendo. Y no agotar su

elogio es lo que entiendo, sino tan sólo descargar mi mente. Cada vez que la elogio cual

presea, Amor me hace sentir con tal dulzura, que, de obrar con sutil desenvoltura,

enamorara de ella a toda gente. Y no aspiro a loar sublimente por si caigo-contraste- en

la vileza; me ceñiré a tratar de su belleza, para lo que merece, brevemente, ¡oh señoras

amables!, con vosotras, pues no dijera, cuanto os digo, a otras. Llama un ángel al célico

intelecto y le dice: “En el mundo verse puede un ser maravilloso, que procede de un alma

que hasta aquí su luz envía.” El cielo, que no tiene más defecto, pide a Dios si tal guisa le

concede y el total de los santos intercede. Tan sólo la Piedad abogacía interpone por mí.

Mas Dios decía: “Sufrid, dilectos míos, con paciencia, que no acuda tan presto a mi

presencia, pues hay quien en la Tierra la porfía, y dirá en el infierno a los precitos: “¡La

esperanza yo vi de los malditos!” Por mi dama suspiran en el cielo; quiero, pues, referiros

su nobleza. La que mostrar pretenda gentileza acompáñase de ella en la salida que en

todo pecho vil infunde un hielo con que mata los viles sentimientos, y quien logra mirarla

unos momentos se queda ennoblecido o sin la vida, y el digno de mirar a mi elegida

experimenta al punto su potencia porque es su saludar beneficencia que hasta la ofensa

estólida liquida. A más, Dios otra gracia le ha otorgado: no puede mal morir el que le ha

hablado. “Siendo mortal Amor en sí repite-, ¿cómo tan bella puede ser y pura?” La vuelve

a contemplar y en sí murmura que hízola Dios sin norma de costumbre. Con la perla su

fina tez compite; color grato en mujeres, con mesura. Compendia lo mejor de la Natura.

De todas las bellezas es la cumbre. Al lanzar de sus ojos clara lumbre surgen de amor

espíritus radiosos que hieren en la vista a los curiosos y al corazón infligen pesadumbre.

Su boca, donde Amor está presente, nadie puede mirarla fijamente. ¡Oh canción mía! Sé

que irás hablando, a muchas damas una vez lanzada. Te ruego, ya que estás

aleccionada como hija del Amor, joven y pía, que por doquier digas suplicando: “¿Qué

senda llevárame a la persona cuya alabanza lírica me abona?” Y si tu acción no quieres

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ver baldía, esquiva a todo ser sin cortesía, no fíes, de poder, tus intereses sino a la dama

y al varón corteses que te señalarán la buena vía. Y puesto que al Amor verás con ella,

recomienda al Amor mi gran querella.

Para que se entienda mejor esta canción, la dividiré más cuidadosamente que las

composiciones anteriores. Ante todo, haré tres partes: la primera es proemio de las

palabras siguientes; la segunda es el tema de que se trata, y la tercera viene a ser

auxiliar de las precedentes. La segunda empieza en «Llama un ángel»; la tercera, en

«¡Oh canción mía!»

La primera parte se divide en cuatro. En la primera explico a quién y por qué deseo

hablar de mi amada; en la segunda, lo que me parece, cuando pienso en sus

merecimientos y cómo hablaría de ella si me atreviera; en la tercera, cómo debo hablar

de ella para no verme impelido por obstáculos, y en la cuarta, dirigiéndome de nuevo a

quien quiero hablar, explico la causa de que me dirija a ellos. La segunda empieza en

«Cada vez»; la tercera, en «Y no aspiro», y la cuarta, en «¡Oh señoras amables!»

Después, al decir: «Llama un ángel», empiezo a hablar de mi ama-da. Esta parte se

divide en dos. En la primera explico cuánto la estiman en los cielos, y en la segunda,

cuánto la estiman en la Tierra. Esta, que empieza en «Por mi dama», se divide en dos.

En la primera explico lo referente a la nobleza de su alma, enumerando algunas de las

poderosas virtudes que de su alma proceden; en la segunda explico lo referente a la

nobleza de su cuerpo, enumerando algunas de sus bellezas. Esta, que empieza en

«Siendo mortal», se divide en dos: en la primera trato de algunas bellezas, concernientes

a toda persona; en la segunda trato de algunas bellezas que conciernen a determinadas

partes de la persona. Esta segunda parte, que empieza en «Al lanzar de sus ojos», se

divide en dos: en una hablo de su boca, que es término de amor. Y para que se disipe

todo pensamiento impuro, recuerde el lector que más arriba queda escrito que el saludo

de tal mujer, función de su boca, fue término de mis anhelos mientras lo pude recibir.

Luego, al decir: «¡Oh canción mía!» añado una estrofa a manera de auxiliar, en la cual

manifiesto lo que de esta mi canción espero. Y comoquiera que esta última parte es fácil

de entender, no me entretengo en más diversiones. No niego que, para hacer más

inteligible esta canción, convendría establecer más subdivisiones; sin embargo, quien no

tenga bastante ingenio para entenderla con las divisiones hechas, no me disgustará si la

deja estar, pues, en verdad, temo, con las divisiones establecidas, haber facilitado, a

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demasiados su inteligencia, si acaso la canción llega a oídos de muchos.

XX

Una vez divulgada, en cierto modo, esta canción, como la oyese cierto amigo mío,

sintióse inclinado a rogarme que le dijera qué es Amor, pues quizá, por las palabras

oídas, esperaba de mí más de lo que yo merecía., Y pensando yo que después de lo

tratado era oportuno decir algo de Amor, así como en la conveniencia de atender a mi

amigo, decidí escribir unas palabras en que de Amor tratase. Entonces compuse este

soneto, que empieza: «Escribió el sabio: son la misma cosa.»

Escribió el sabio: son la misma cosa el puro amor y el noble entendimiento. Como alma

racional y entendimiento, sin uno nunca el otro vivir osa. Hace Naturaleza, si amorosa, de

Amor, señor, que tiene su aposento en el noble sentir, donde contento por breve o largo

término reposa. Como discreta dama, la Belleza se muestra, y tanto place a la mirada,

que los nobles sentires son deseo: por su virtud, si dura con viveza, la fuerza del amor es

desvelada. Igual procede en damas galanteo.

Este soneto se divide en dos partes. En la primera hablo de Amor en cuanto es en

potencia; en la segunda hablo de él en cuanto de potencia se reduce en acto. Esta

segunda parte empieza en «Como discreta dama». La primera parte se divide en dos: en

la primera manifiesto en qué sujeto se encuentra esta potencia; en la segunda explico

cómo han nacido este sujeto y esta potencia y cómo uno se halla en relación con otro

igual que la materia con la forma. La segunda empieza en «Hace naturaleza». Luego, al

decir: «Como discreta dama», explico cómo dicha potencia se reduce a acto; primero

cómo se reduce en el hombre, y después -al decir; «Igual procede»- cómo se reduce en

la mujer.

XXI

Una vez traté de Amor en los susodichos versos, sentí apetencia de escribir, también en

alabanza de mi gentilísima amada, unas palabras mediante las cuales mostrara no

solamente cómo por ella se despierta Amor en caso de que esté dormido, sino cómo ella

le hace acudir allí donde no está en potencia. Y entonces compuse este soneto que

empieza: «Mora Amor en los ojos de mi amada.»

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Mora Amor en los ojos de mi amada por lo cual cuanto mira se ennoblece. Aquel a quien

saluda se estremece: todo mortal le lanza su mirada. Si ella baja la faz, el todo es nada,

el ánimo en quejumbre desmerece, muere soberbia, cólera perece. ¡Oh mujeres, le

cumple ser loada! Toda humildad y toda dulcedumbre nace oyendo su voz pura y afable.

Dichoso el hombre que la vio primero. Cuando sonríe que su boca es lumbrese magnifica

y hácese inefable porque es algo divino y hechicero.

Este soneto consta de tres partes. En la primera explico cómo dicha mujer reduce a acto

la mencionada potencia con la nobleza que emana de sus ojos, y en la tercera explico lo

mismo con referencia a su nobilísima boca; pero entre ambas partes hay otra cosa menor

que, por decirlo así, se auxilia en la precedente y en la siguiente y que empieza en «¡Oh

mujeres!», mientras la tercera empieza en «Toda humildad». La primera parte se divide a

su vez en tres. En la primera digo cómo tiene la virtud de embellecer todo cuanto mira, lo

cual equivale a decir que conduce a Amor en potencia allí donde no está; en la segunda

digo cómo reduce en acto a Amor en los corazones de todos aquellos a quienes ve, y en

la tercera digo cómo reduce en acto a Amor, en los corazones de todos aquellos a

quienes mira. La segunda empieza en «Aquel a quien saludo»; la tercera, en «Todo

mortal». Luego, al decir «¡Oh mujeres!», doy a entender a quién tengo intención de

hablar, invitando a las mujeres para que ayuden a rendir pleitesía a mi amada. Después,

al decir: «Toda humildad», repito lo ya dicho en la primera parte, pero con referencia a

dos funciones de su boca, una de las cuales es su dulcísima voz y otra su admirable

sonrisa, si bien no digo de ésta cómo actúa en otros corazones, pues la memoria no

puede recordarla ni recordar sus efectos.

XXII

No muchos días después, por voluntad del Señor de los Cielos (que ni a sí mismo se

privó de la muerte), abandonó esta vida, seguramente para ir a la eterna gloria, el que fue

padre de la maravillosa y nobilísima Beatriz. Y como semejante partida causa dolor en

quienes, habiendo sido amigos de quien se va, se queda; como no hay amistad más

íntima que la de un buen padre con un buen hijo y la de un buen hijo con un buen padre;

como mi amada era extremadamente buena y su padre-según general y justificadamente

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se cree- extremadamente bueno, es natural que mi amada sintiese un amarguísimo

dolor. Y como, según costumbre de la antes referida ciudad, las mujeres reúnense con

las mujeres y los hombres con los hombres en ocasión de estos tristes

acaecimientos,fueron muchas las mujeres que se congregaron donde Beatriz

lastimeramente lloraba. Aconteció, pues, que encontré a varias mujeres que allí tornaban

y les oí repetir palabras quejumbrosas de mi amada, entre ellas las siguientes: «Llora de

tal suerte como para que muera de compasión quien la vea llorar.» Alejáronse

despuésaquellas mujeres, y quedéme tan triste, que de vez en vez bañaba mis mejillas

alguna lágrima, que yo disimulaba llevándome con frecuencia las manos a los ojos. Al

punto hubiérame ocultado, de no hallarme por donde pasaban la mayor parte de las

mujeres que de ella separábanse. Así es que permaneciendo en el mismo sitio, oí a otras

mujeres, que pasaron junto a mí y que iban diciendo: «¿Cuál de nosotras podrá tener

alegría habiendo oído quejarse tan dolorosamente a esta mujer?» Luego pasaron otras

que decían por mí: «Ese hombre llora igual que si la hubiera visto como la hemos visto

nosotras.» Y otras, después, dijeron también por mí: «Se ha alterado tanto, que no

parece el mismo.» Y al paso de otras mujeres oía yo palabras de este estilo referentes a

ella y a mí.

Luego, meditando, decidí escribir unos versos, muy justificados, en los que resumiría

cuanto de aquellas mujeres había oído. Y como gustosamente las hubiera interrogado,

de no haber tenido reproches, escribí, cual si las hubiera interrogado y me hubieran

respondido. Así es que compuse dos sonetos. En el primero, pregunto según sentía

deseos de preguntar, y en el segundo expongo la respuesta utilizando lo que oí, como si

me lo hubieran dicho contestando. El primero empieza: «Vosotras que traéis lacio

semblante», y el segundo: «¿Eres tú quien loaba su hermosura?»

Vosotras que traéis lacio semblante, bajos los ojos y el dolor marcado, ¿de dó venís con

rostro tan ajado que compasión inspirará al instante? ¿Tal vez tuvisteis a mi Amor

delante con el rostro por llantos anegado? Damas: decidme ya lo sospechado viendo

vuestro dramático talante. Y si venís de sitio tan piadoso, tomaos junto a mi breve reposo

para comunicarme lo que sea. Veo que vuestros ojos tienen llanto y en vosotras observo

tal quebranto que por ende mi ser se tambalea.

Este soneto se divide en dos partes. En la primera, tras la invocación, pregunto a dichas

mujeres si vienen de junto a ella, anticipándoles que lo creo así al ver que vuelven

ennoblecidas; en la segunda ruégoles que me hablen de ella. La segunda parte empieza

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en «Y si venís».

He aquí el otro soneto tal como anteriormente se ha referido:

¿Eres tú quien loaba su hermosura hablando con nosotras muy frecuente? Nos lo

pareces por tu voz doliente, aunque se haya mudado tu apostura. Mas ¿por qué en el

llorar tu alma se apura hasta dar compasión a extraña gente? ¿La viste tú llorando, y en

tu mente patética membranza se figura? Deja, pues, que llorando caminemos sin que

livianamente nos calmemos, ya que su llanto nuestro oído hería. Tanto a la compasión

mueve su cara, que quien con atención la contemplara llorando ante tu dama moriría.

Este soneto consta de cuatro partes, que corresponden a los cuatro modos de hablar

entre sí que tuvieron las mujeres por quienes contesto. Pero como arriba están harto

claras, no me entretengo en referir el contenido de cada parte, sino que me limito a

separarlas. La segunda empieza en «Mas ¿por qué en el llorar»; la tercera, en «Deja,

pues», y la cuarta, en «Tanto a la compasión».

XXIII

Pocos días después sucedió que en determinada parte de mi cuerpo me sobrevino una

dolorosa afección, en virtud de la cual estuve sufriendo y penando nueve días de una

manera muy amarga, lo cual me causó tanta debilidad, que hube de estar como los que

no pueden moverse. Al noveno día, sintiendo unos dolores casi intolerables, me puse de

pronto a pensar en mi amada, y, luego de haber pensado cierto tiempo en ella, volví mis

pensamientos hacia mi debilitada vida, y viendo cuán breve sería su duración, aun

estando sano el cuerpo, comencé a llorar internamente por tanta desgracia. Con fuertes

suspiros decía para mí: «Alguna vez tendrá que morirse la gentilísima Beatriz.»

Entonces me ganó tal desfallecimiento, que cerré los ojos y comencé a delirar como

persona fuera de sí. Y al principio de los desvaríos de mi fantasía se me aparecieron

rostros de mujeres con las cabelleras sueltas, que decían: «Morirás, morirás.» Tras

aquellas mujeres se me aparecieron unos rostros estrambóticos y horripilantes que

decían: «Ya estás muerto.» Y como mi fantasía diera en divagar así, llegué a ignorar

dónde me hallaba, y, además, parecíame ver por las calles a mujeres de sueltos cabellos

que lloraban con tremenda tristeza; parecíame que el sol se oscurecía hasta el punto de

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que las estrellas se mostraban de un color tal como sí llorasen; y parecíame que los

pájaros caían del aire muertos, así como que se producían muy grandes terremotos.

Maravillado, al mismo tiempo que espantado, con tal fantasía, imaginé que un amigo

venía a decirme: «¿Acaso no sabes que tu amada ha abandonado ya este mundo?» A la

sazón, comencé a llorar muy lastimeramente, no sólo con la imaginación sino con los

ojos, bañados en verdaderas lágrimas. Figurándome que miraba hacia el cielo, creía ver

muchedumbre de ángeles que volvían a él llevando delante una blanquísima nubecilla. Y

parecióme que aquellos ángeles cantaban a gloria y que entre las palabras del cántico

figuraban las de Hosanna in excelsis! Nada más oía. Y entonces me figuré que el

corazón, donde tanto amor se albergaba, decíame: «Cierto es que ha muerto nuestra

amada», con lo cual echaba yo a andar para ver el cuerpo donde había residido aquella

nobilísima y, bienaventurada alma. Tan poderosa fue la errada fantasía, que me enseñó

a mi amada muerta; diríase que unas mujeres le cubrían la cabeza con blanco velo, y su

cara ofrecía un talante de humildad tal como si dijera: «Estoy viendo el principio de toda

paz.» Con esto, sentíme tan anonadado que llamaba a la Muerte, diciendo: «¡Ven a mí,

dulcísima Muerte! No me seas cruel, pues debes ser noble, a juzgar por donde has

estado. ¡Ven a mí, que tanto te deseo! ¿No ves que ya tengo tu mismo color?»

Y cuando vi realizadas ya las dolorosas ceremonias que con los cuerpos de los difuntos

es costumbre hacer, parecióme que volvía a mi estancia y que desde allí miraba al cielo.

Y tan exaltada estaba mi imaginación, que, llorando, dije con voz verdadera: «¡Oh alma

hermosísima! ¡Feliz quien te contempla!» Y cuando, con dolorosos extremos de llanto,

pronunciaba estas palabras y llamaba a la Muerte para que se llegara hasta mí, una

mujer joven y bella que se encontraba junto a mi lecho, creyendo que mi llanto y palabras

obedecían sólo a los dolores de mi enfermedad, comenzó también a llorar con gran

espanto, por donde otras mujeres que en la estancia se hallaban se percataron, por el

llanto de ella, de que yo lloraba. Entonces la separaron de mí (me unían a ella lazos de

muy próxima consanguineidad) y se me acercaron para despertarme, creyendo que

soñaba. «No duermas más-decíanme-. No desconsueles.» Estas palabras atajaron mi

gran desvarío, cuando quería decir: «¡Oh Beatriz, bendita seas!» Ya había dicho: «¡Oh

Beatriz!» cuando, reaccionando, abrí los ojos y vi que todo era un engaño. Y aunque

había pronunciado dicho nombre, estaba mi voz tan entrecortada por los sollozos, que

aquellas mujeres no pudieron entenderme, a lo que creí. Grave vergüenza sentía yo;

mas, por una advertencia de Amor, volvíme hacia ellas. Y al verme comenzaron a decir

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por mí: «Semeja un muerto», y a musitar: «Procuremos reanimarlo.» Me dirigieron, pues,

muchas palabras de consuelo, y me preguntaron por qué había tenido miedo. Yo, una

vez estuve algo repuesto y me hube dado cuenta del falaz desvarío, respondíles: «Voy a

explicaros lo que me ha pasado.» Y desde el principio al fin les conté lo que había visto,

si bien callando el nombre de mi amada.

Después, sanado ya de la dolencia, decidí escribir unos versos en que narrase lo

acontecido, por parecerme cosa agradable de oír. Y compuse esta canción, que

empieza: «Una joven señora compasiva», ordenada según declara la división infrascrita:

Una joven señora compasiva de humanas gentilezas adornada, oyó cómo llamaba yo a

la Muerte. Y al percibir mi vista en pena viva, así como al oír mi voz dañada se puso,

temerosa, a llorar fuerte. Otras damas, a quienes llanto advierte, repararon en mí,

desconsolado, y, habiéndome apartado, solícitas corrieron a mi vera, diciendo: “¡No

soñéis de esa manera!” y “¿Qué le habrá turbado de tal suerte?” Y de la pesadilla fui

librado diciendo al mismo tiempo el nombre amado. Era mi débil voz tan lastimosa,

entrecortada por angustia y llanto, que el nombre sólo oí de mi adorada. Con la vista

confusa y vergonzosa, reminiscencia del pasado espanto, me hizo lanzar Amor una

mirada. Se encontraba mi faz tan demacrada, que exclamaba con fúnebre recelo: “Hay

que darle consuelo.” Tras consultarse con la voz doliente, decía un son frecuente: “¿Qué

cosa ves que tanto te anonada?” Y dije, al amainarse mis suspiros: “¡Oh, damas! Lo que

fue voy a deciros.” Mientras pensaba yo en mi frágil vida, viendo que su durar es un

bastante, Amor lloraba dentro de mi pecho. Y se me puso el alma dolorida para decir en

tono suspirante: “La muerte de mi amada será un hecho.” Entonces me ganó tan gran

despecho, que los ojos cerré como si ciegos quedaran, y andariegos se fueron mis

sentidos por el mundo. Mas yo, meditabundo, aunque con el espíritu desecho, vi que a

mí unas mujeres se acercaban y que con saña “¡Morirás!” clamaban. Después vi cosas

nunca imaginadas al discurrir febril mi fantasía, pues me encontraba en fantasmal paraje

donde corrían hembras desgreñadas con lloro y clamoreo que esparcía tristeza corrosiva

como ultraje. Luego, con otro cuadro me distraje viendo apagarse el sol, naciendo

estrellas llorar el sol con ellas, cesar todos los pájaros su vuelo. estremecerse el suelo y

presentarse un hombre sin coraje diciéndome: “¿No sabes, dolorido, que tu dama sin par

ha fallecido?” Mi vista lacrimosa levantaba y como lluvia de maná, veía que tornaban los

ángeles al Cielo. Nubecilla gentil, rula indicaba, y “Hosanna!” proclamaban a porfía.

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Admitirlo podéis cual lo revelo. Entonces dijo Amor: “Nada te celo. Ven nuestra dama a

ver, que muerta yace Mi delirar falace llevóme al sitio donde unas mujeres, en fúnebres

deberes, a mi amada cubrían con un velo. Y en aspecto la vi tan humildoso que decir

parecía: “En paz reposo.” Por suerte me abatió melancolía al contemplar tanta dulzura en

ella. “¡Oh Muerte!-dije-. En ti presiento bienes y bellezas que antaño no advertía. Pues

moraste en el cuerpo de mi bella, no es justo que por ti tenga desdenes. Dirigiréme a ti, si

tú no vienes. Hermana en palidez, mísera dama, ¡mi corazón te llama!” Luego partíme,

terminado el duelo, y solo con mi anhelo dije alzando mi vista a los edenes: “¡Quien te

vea, alma hermosa, qué contento!” Y me llamasteis en aquel momento.

Esta canción consta de dos partes. En la primera, hablando con persona no concreta,

explico que ciertas personas me sustrajeron de un vano delirio y que prometí contárselo;

en la segunda cuento lo que les dije. La segunda parte empieza en «Mientras pensaba.»

La primera parte se divide en dos. En la primera refiero lo que una mujer y varias mujeres

dijeron e hicieron cuando me vieron delirar, antes que volviese a mis cabales sentidos.

En la segunda repito lo que aquellas mujeres dijéronme cuando cesé en el desvarío. Esta

parte empieza en «Era mi débil voz». Luego, al decir «Mientras pensaba», refiero cómo

les conté mi fantasía. Y hago de ello dos partes. En la primera refiero ordenadamente

dicha fantasía; en la segunda, diciendo en qué momento me llamaron, les doy las gracias

tácitamente. Esta parte empieza en «Y me llamasteis».

XXIV

Tras aquel vano delirio, aconteció un día que, hallándome sentado y meditabundo en un

lugar, noté que el corazón me daba un vuelco cual si me encontrase ante mi amada.

Entonces se me representó Amor y parecióme que venía de donde la dama de mis

pensamientos estaba. También me pareció que alegremente decía a mi corazón: «No te

olvides de bendecir el día en que me apoderé de ti, pues debes hacerlo.» Y en verdad

sentíame el corazón tan jubiloso, que, dada su nueva condición, no me parecía el mío.

Poco después de estas palabras, que me dijo el corazón con la lengua de Amor, vi venir

hacia mí a una gentil señora, famosa por su belleza, y que había sido largo tiempo

amada de aquel mi primer amigo. Llamábase Juana, si bien por su belleza, según cree

alguien, se le impuso el nombre de Primavera con que se la denominaba. Y mirando vi

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acercarse tras ella a la admirable Beatriz. Ambas pasaron junto a mí, una tras otra, y

parecióme que Amor me hablaba con el corazón para decirme: «A la primera se la llama

Primavera tan sólo porque hoy vie-ne así, pues yo induje a quien le puso nombre a que la

denominase Primavera, porque prima verrá, el día en que Beatriz se muestre después de

la visión de su devoto. Y si se considera su primer nombre también equivale a decir prima

verrá, pues el nombre de Juana procede de aquel Juan que precedió a la luz verdadera

diciendo: Ego vox clamantis in deserto; parate viam Domini. Y aún parecióme que a

continuación me decía estas palabras: Quien quisiera pensar sutilmente, llamaría Amor a

Beatriz por la gran semejanza que conmigo tiene.»

Volviendo después sobre todo esto decidí escribir unos versos a mi primer amigo,

callando, no obstante, ciertas palabras que me parecía indicado callar y creyendo que su

corazón aún estaba inclinado hacia la belleza de tan gentil Primavera. Y compuse este

soneto, que empieza: «Un ímpetu amoroso que dormía.»

Un ímpetu amoroso que dormía tuvo en mi corazón renacimiento. Y Amor vi que venía

tan contento, desde lejos, que no lo conocía. Díjome con talante de alegría: “Te cumple

venerar mi valimento.” Y apenas transcurrió corto momento, mirando al sitio de que

Amor venía, vi a mis señoras Beatriz y Juana -una maravillosa, otra hechiceraseguir la

ruta, hacia nosotros llana. Y según mi memoria reverdece, díjome Amor: “Si Juana es

Primavera, es la otra el amor, pues me parece.”

Este soneto consta de muchas partes, la primera de las cuales dice cómo sentí

desvelarse en mi corazón el acostumbrado temblor y cómo me pareció que Amor desde

lejos alegraba mi corazón; la segunda dice cómo me pareció que Amor me hablaba al

corazón y cómo se me mostraba; y la tercera dice lo que vi y oí durante el tiempo en que

Amor estuvo conmigo. La segunda parte empieza en «Díjome con talante», y la tercera,

en «Y apenas transcurrió». La tercera parte se divide en dos: en la primera refiero lo que

vi, y en la segunda refiero lo que oí. Esta segunda empieza en «Díjome amor».

XXV

Aquí cualquiera persona digna de que se le aclaren las dudas podría dudar de lo que

digo acerca de Amor, tratándolo como si fuera una cosa en sí, y no sólo sustancia

inteligente, sino como si fuese sustancia corpórea. Lo cual, a decir verdad, es falso, pues

Amor no existe por si mismo como sustancia, sino que es un accidente en la sustancia.

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Que yo hablo de él como si fuera cuerpo y, más aún, como si fuera hombre, despréndese

de tres cosas que digo de él. Primeramente, digo que le vi venir de lejos; pero como venir

implica movimiento local, y como, según el filósofo, sólo el cuerpo es localmente móvil,

se deduce que considero a Amor como cuerpo. También digo de él que reía y hasta que

hablaba, lo cual- especialmente la risa- parece propio del hombre: por tanto, es evidente

que lo considero personificado.

Para aclarar estas cosas, según creo oportuno, conviene considerar que antiguamente

no había cantores de amor en lengua vulgar, sino que los cantores eran ciertos poetas de

lengua latina; los asuntos amorosos no los trataban poetas vulgares, sino poetas cultos; y

me refiero a entre nosotros, pues quizá en otras partes, como en Grecia, suceda aún lo

que sucedía. No ha muchos años que surgieron los primeros poetas vulgares (hablar en

rima en vulgar equivale a hablar en verso en latín, según cierta proporción). Y señal de

que hace poco tiempo es que si buscamos en lengua de oc o en lengua de sí, no

encontraremos escrito nada más allá de ciento cincuenta años a esta parte. Por cierto

que la causa de que algunos burdos poetas lograsen nombradía de bien decir es que

fueron los primeros que compusieron en lengua de sí. Y lo que movió al primero de todos

ellos a versificar en lengua de sí fue el deseo de que entendiera sus decires una mujer a

quien se le hacían de difícil entendimiento los versos latinos. Cito el detalle contra

quienes riman sobre materia no amorosa, siendo así que tal guisa de expresarse fue

inventada para decirles de Amor.

Por ende, como los poetas tienen más licencia en el lenguaje que los prosadores, y como

quienes hablan en rima no son sino poetas vulgares, justo y razonable es que se les

conceda mayor licencia en el lenguaje que a los demás que se expresan en vulgar; así

es que toda figura o recurso retóricos que se concedan a los poetas deben conceder-se a

los rimadores. Si, pues, vemos que los poetas han hablado de las cosas inanimadas

como si tuvieran sentidos y razón y han hecho que hablaran entre sí (y ello no sólo con

cosas verdaderas, sino con cosas falsas, pues de cosas que no existen han dicho que

hablan del mismo modo que han dicho que hablan de muchos accidentes cual si fueran

sustancias y hombres), justo es que el rimador haga lo mismo, pero no sin razón alguna,

sino razonadamente, de manera que sea posible explicarlo en prosa.

Que los poetas han hablado como se ha dicho se demuestra con Virgilio, quien- en el

primer canto de la Eneida-dice que Juno, diosa enemiga de los troyanos, habló así a

Eeolo, señor de los vientos: Aeole, namque tibo, a la que Eolo repuso: Tuus, o regina,

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quid optes explorare labor; mihi jussa capessere fas est.

El mismo poeta, en el tercer acto de la Eneida, hace que la cosa inanimada hable con la

cosa animada, donde dice: Multum, Roma, tamen, debes civilibus armis. Horacio hace

que el hombre hable con-su misma ciencia como con otra persona. Y no solamente son

palabras de Horacio, sino que éste, casi repitiendo las del buen Homero, dice en su Arte

poética: Dic mihi. Musa virum. Ovidio, al principio del libro llamado Remedio de amor,

hace que Amor hable como un ser humano donde dice: Bella mihi, video, bella parantur,

ait.

Todo esto pueden tenerlo en cuenta quienes duden en alguna parte de este mi opúsculo.

Y para que no tergiverse las cosas ninguna persona obtusa, debo añadir que ni los

poetas hablaron así sin sentido ni los rimadores deben hablar sin poner sentido en lo que

digan, pues gran vergüenza sería para quien rimase con figuras y recursos retóricos que,

al pedirle que desnudase sus palabras de tal vestidura, para que fueran entendidas

rectamente, no supiese hacerlo.

Mi primer amigo y yo conocemos a algunos de los que riman tan neciamente.

XXVI

La gentilísima mujer de quien anteriormente he hablado era tan admirada por las gentes,

que cuando iba por las calles corrían todos a contemplarla, lo cual me alegraba sobre

manera. Y cuando ella estaba cerca de alguien, tanta honestidad infundíale en el

corazón, que no osaba levantar la cabeza ni responder a su saludo: muchos que

experimentaron tal influencia podrían abonarme ante los incrédulos. Coronada y vestida

de humildad pasaba ella, sin mostrar vanagloria de lo que veía y oía. Y cuando había

pasado, decían muchos: «No es una mujer, sino un hermosísimo ángel del cielo.» Otros

decían: «¡Qué maravilla! ¡Bendito sea el Señor, que tan admirables obras produce!»

Mostrábase, en efecto, tan bella y colmada de hechizos, que quienes la miraban

sentíanse invadidos por una dulzura tan honesta y suave, que no podían expresarla, a

más de que al principio se habían visto obligados a suspirar.

Estos efectos y otros más admirables producía mi amada, por lo cual yo, pensando en

ello y queriendo volver al estilo de su alabanza, decidí escribir unos versos en los que

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diese a entender sus admirables y excelentes influencias, no tan sólo para dirigirlos a

quienes podían verla en la realidad, sino para los demás, a fin de que procuren saber de

ella lo que las palabras no pueden entender. Entonces compuse este soneto, que

empieza: «Muéstrase tan hermosa y recatada.»

Muéstrase tan hermosa y recatada la dama mía si un saludo ofrece que toda lengua,

trémula, enmudece y los ojos se guardan la mirada. Sigue su rumbo, de humildad

nimbada y al pasar ella su alabanza crece. Desde los cielos descender parece en virtud

de un milagro presentada. Tan amable resulta a quien la mira, que por los ojos da un

dulzor al seno que no comprenderá quien no lo sienta. Y hasta parece que su boca

alienta un hálito agradable, de amor lleno, que va diciendo al corazón: “¡Suspira!”

Este soneto es tan fácilmente comprensible por lo ya referido, que no necesita división

alguna. Así es que, dejándolo, insistiré en que mi amada causaba tanta admiración, que

no solamente se le tributaban honores y alabanzas, sino que gracias a ella se les

tributaban a otras damas. Yo, percibiendo esto y queriéndolo manifestar a quien no lo

percibía, decidí escribir versos en que lo explicara. Y entonces decidí componer este otro

soneto que empieza: «Ve toda perfección con gran fijeza.»

Ve toda perfección con gran fijeza quien ve, entre otras mujeres, a la mía, y deben, las

que vanle en compañía, rendir gracias a Dios por tal largueza. Tan grande es el poder de

su belleza, que, lejos de inspirar envidia impía, llevóme al sitio donde unas mujeres, de

amores, y de fe, y de gentileza. Todo, a su sola aparición, se humilla; pero no luce sola

en hermosura, sino que la refleja por su ambiente. Y tal hechizo en sus acciones brilla,

que nadie recordara su figura sin suspirar de amores dulcemente.

Este soneto consta de tres partes. En la primera digo entre qué personas parecía más

admirable mi amada; en la segunda pondero cuán agradable era su compañía, y en la

tercera hablo de lo que por su influencia se operaba en las demás. La segunda parte

empieza en «Y deben»; la tercera, en «Tan grande». Esta última parte se divide en tres.

En la primera digo cómo influía en las mujeres en cuanto a sí mismas; en la segunda,

cómo influía en ellas respecto a los demás, y en la terce-ra afirmo que influía

admirablemente, no sólo en las mujeres, sino en todas las personas, y no sólo cuando

estaban en su presencia, sino cuando se acordaban de ella. La segunda parte empieza

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en «Todo, a su sola aparición», y la tercera en «Y tal hechizo».

XXVII

Luego de esto, di un día en pensar sobre lo que había dicho de mi amada en los dos

anteriores sonetos; y percatándome de que no había hablado de lo que a la sazón me

ocurría, parecióme haberme expresado defectuosamente. Decidí, por tanto, escribir unos

versos en los que manifestara cuán sujeto me hallaba a la influencia de mi amada y

cómo actuaba en mí dicha influencia. Y suponiendo que no podía referirlo todo en la

brevedad de un soneto, comencé entonces esta canción que empieza: Tanto tiempo, me

tiene dominado Amor por su virtud de señoría, que si al principio duro parecía, hogaño

me parece suavizado. Y es que cuando me deja anonadado porque el ánimo escapa y se

extravía, entonces, débil, siente el alma mía tal goce, que me noto demudado. Amor

requiere luego tal potencia, que me hace suspirar si estoy hablando Y, mi dama

invocando, aumenta, con placer, mi complacencia. Tal acontece si a mi vista acude,

aunque pueda haber gente que lo dude.

XXVIII

Quomodo sedet sola civitas plena populo! facta est quasi vidua domina gentium! Aún no

había pasado del inicio de dicha canción, de la que sólo había terminado la anterior

estrofa, cuando el Señor de los justos llamó a mi gentilísima amada para que goce de la

gloria bajo la enseña de la bendita Reina y Virgen María, para cuyo nombre hubo

siempre gran veneración en las palabras de la bienaventurada Beatriz. Y aunque tal vez

fuera oportuno decir algo de su partida de este mundo, no es mi propósito tratar de ello,

por tres razones: la primera es que no entra en el plan del opúsculo, como puede verse

en el proemio; la segunda es que, aun cuando entrase en el plan, no podría yo hablar de

ello como fuera menester; y la tercera es que, aun eliminando los dos obstáculos

anteriores, no me conviene tratar de ello, por cuanto habría de convertirme en un

apologista de mí mismo, cosa, en fin de cuentas, muy vituperable, por lo cual dejaré tal

materia para otro glosador.

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Empero, como el número nueve se ha mostrado muchas veces entre las precedentes

palabras, no sin motivo al parecer, y comoquiera que en la partida de mi gentilísima

amada diríase que también tuvo importancia tal número, conviene decir aquí algo que

creo pertinente. En primer término, diré cómo intervino dicho número en su partida, y

luego explicaré con razones la causa de que tal número le fuera tan amigo.

XXIX

El alma nobilísima de Beatriz partióse, según la manera de computar el tiempo en Arabia,

en la primera hora del noveno día del mes; según la manera de computarlo en Siria, en el

noveno mes del año, pues allí el primer mes es Tisirin, que corresponde a nuestro

octubre, y según la manera de computarlo nosotros, en el año de nuestra indicación, o

sea, del Señor, cuyo número redondo había cumplido nueve veces en el siglo en que ella

fue puesta en este mundo: vivió entre los cristianos de la centuria decimotercera.

Una de las razones en virtud de las cuales dicho número le fue tan amigo, podría ser la

de que, según Tolomeo y la ciencia cristiana, son nueve los cielos que se mueven, y,

según la general opinión de los astrólogos, dichos cielos nos transmiten las relaciones

armoniosas a que se hallan sometidos, por lo cual la fidelidad de dicho número nueve

daría a entender que, al ser ella engendrada, los nueve cielos móviles estaban en

perfectísima armonía. Esto es, desde luego, una razón; pero, pensando más sutilmente y

según la verdad infalible, dicho número fue ella misma. Me explicaré mediante una

comparación. El número tres es la raíz de nueve, pues que sin otro número, multiplicado

por sí mismo, da nueve, según vemos claramente que tres por tres son nueve. Ahora

bien: si el tres es por sí mismo factor del nueve, y, por otra parte, el Factor o Hacedor por

sí mismo de los milagros es también tres, o sea Padre, Hijo y Espíritu Santo, que son

Tres y Uno, a mi amada le acompañó el número nueve para dar a entender que era un

nueve, es decir, un milagro, cuya raíz- la del milagro- es solamente la Santísima Trinidad.

Quizá persona más sutil hallaría en esto razón todavía más sutil; pero la apuntada es la

que yo veo y la que me place más.

XXX

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Una vez ausente de este mundo mi gentilísima amada, quedó la ciudad antes aludida

como viuda despojada, por lo que yo, llorando en medio de tanta desolación, escribí a los

principales de la ciudad acerca de su condición, citando aquellas palabras iniciales de

Jeremías que dicen: Quomodo sedet sola civitas. Y digo esto para que nadie se maraville

de que las haya mencionado antes como introducción de la nueva materia que seguía. Y

si alguien me reprochara no escribir las palabras que siguen a las citadas, me excusaría

con que mi propósito, ya desde el principio, fue solamente escribir en lengua vulgar; por

lo cual, comoquiera que las palabras que siguen a las citadas son todas latinas,

saldríame de mi propósito transcribiéndolas. A más, idéntica intenciónque yo escribiera

solamente en vulgar- sé que tuvo aquel mi primer amigo a quien escribo.

XXXI

Cuando mis ojos hubieron llorado largo tiempo y tan fatigados estaban que ya no podían

desahogar mi tristeza, propúseme aliviarla con palabras de dolor. Determiné, por ende,

componer una canción en la cual, entre lágrimas, discurriese acerca de aquello por quien

tanto dolor había destruido mi alma. Entonces compuse la canción, que empieza: «Mis,

ojos han vertido tanto llanto». Y para que esta canción termine más secamente, la

dividiré antes de escribirla, como haré de ahora en adelante.

Esta misma canción consta, pues, de tres partes. La primera es prefacio; en la segunda

hablo de ella, y en la tercera me dirijo lastimeramente a la canción. La segunda parte

empieza en «Beatriz ascendió»; la tercera, en «¡Oh mi canción!» La primera parte se

divide en tres: en la primera explico qué me impulsa a hablar; en la segunda digo a quién

quiero hablar, y en la tercera, de quién quiero hablar. La segunda empieza en

«Comoquier que el recuerdo»; la tercera, en «Por ende». Luego, al decir: «Beatriz

ascendió», hablo de ella y hago dos partes en el discurso: en la primera digo la causa de

que fuese arrebatada, y en la segunda, cómo los demás lamentan su partida. Esta

segunda parte empieza en «Se separó». Y se divide, a su vez en tres partes. En la

primera hablo de quien no la llora, en la segunda de quien la llora, y en la terce-ra, de mi

situación. La segunda empieza en «Sin que le sobrecoja»; la tercera, en «Me causa

angustia». Luego, al decir: «¡Oh mi canción!», me dirijo a la canción misma, indicándole a

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qué mujeres ha de ir y permanecer con ellas.

Mis ojos han vertido tanto llanto por el pesar que el corazón henchía, que parecen

exhaustos totalmente. Y si aliviar pretendo mi quebranto, que a la muerte me lleva con

falsía, he de hablar con la voz languideciente. Comoquier que el recuerdo se presente de

que, mientras mi dama subsistía, hablaba de ella, ¡oh damas!, con vosotras no quiero

hablar con otras, que las que cobijáis la cortesía. Por ende, como fue la amada mía

súbitamente al Cielo, en llanto digo y cómo al triste Amor dejó conmigo. Beatriz ascendió

al reino de los cielos y en la quietud del ángel permanece. ¡Oh damas, de vosotras se ha

alejado! Y no la arrebataron ni los hielos ni el calor, según norma que acontece, sino su

corazón, insuperado. El resplandor por su virtud lanzado a los cielos llegó con tal

potencia, que Dios, ante el magnífico portento, llamó con dulce acento a la dama gentil a

su presencia. Y provocó el maravilloso evento a fin de evidenciar que el bajo mundo era

indigno de un ser tan sin segundo. Se separó de su gentil persona su espíritu gracioso y

delicado, que actualmente reside en lugar digno. Quien no la llora cuando la menciona,

alberga un corazón duro y malvado do no se encontrará sentir benigno. No existe

corazón, siquiera maligno, que pueda imaginar su puro encanto, sin verse acometido de

congoja, sin que le sobrecoja un ansia de morir fundido en llanto. Y de confortación su

alma despoja quien en su mente ve lo que ella fuera y cuál fue arrebatada considera. Me

causa angustia el suspirar muy fuerte cuando me acude el pensamiento grave de aquella

que mi pecho desgarra. Y pensando a las veces en la muerte me gana un sentimiento

tan suave, que muda los colores de mi cara. Cuando ese pensamiento se declara me

vencen los dolores tan potentes, que me estremezco del dolor que siento, y tal cariz

presiento que me aparta vergüenza de las gentes. Solo, vertiendo lágrimas ardientes,

llamo a Beatriz. “¡Estás ya muerta!”, exclamo, y me consuelo en tanto que la llamo. Lloros

de penas y ansias de agonía pártenme el corazón en dondequiera hasta el punto de herir

a quien me oyese, y cuál es mi vivir desde aquel día en que subió mi dama a la alta

esfera no hay lengua que a decirlo se atreviese, ni tan siquiera yo, cuando quisiese, pues

no sabría dar con tino el tono que tanto amarga mi presente vida, a tal grado abatida, que

todos me murmuran: “¡Te abandono!” al percibir mi faz descolorida. Pero mi ser presente

ve el bien mío y de hallar galardón no desconfío. ¡Oh mi canción de lágrimas y duelos!...

Vé en busca de señoras soberanas a quienes tus hermanas llevaban alegría y gentileza.

Y tú, nacida en gracia de tristeza, queda con ellas triste y en desgana.

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XXXII

Una vez compuesta semejante canción, llegóse a mí quien, según los grados de amistad,

podía considerar yo como mi segundo amigo, el cual tenía tal parentesco de

consanguinidad con la gloriosa Beatriz, que no podía haberlo mas estrecho. Luego de

conversar conmigo, suplicóme que le compusiera unos versos para dedicarlos a una

mujer que había muerto, si bien disimuló sus palabras con objeto de parecer que se

refería a otra que también había fallecido. Mas yo, advirtiendo que se refería solamente a

la bienaventurada Beatriz, respondíle diciendo que haría lo que suplicaba. Y meditando

sobre ello decidí escribir un soneto en que me lamentase largamente y entregarlo a mi

amigo para que pareciese escrito por él. Y entonces compuse este soneto, que empieza:

«Venid para escucharme los lamentos.» Se divide en dos partes. En la primera llamo a

los devotos de Amor para que me escuchen; en la segunda hablo de mi lamentable

estado. La segunda parte empieza en «Lo que morir.»

Venid para escucharme los lamentos, almas piadosas, que piedad lo pide. Lo que morir,

por el penar, me impide es que lanzo mis penas a los vientos. Apelo al llanto en todos los

momentos aunque el llanto a acudir no se decide. Mi dolor no se pesa ni se mide si

lágrimas no bañan sus tormentos. Venid para escucharme la llamada a la dama que

fuese a la morada que su virtud celeste requería. Venid para escucharme que abomino

de la presente vida y mi destino, ya que me falta su presencia pía.

XXXIII

Una vez compuesto el soneto, considerando quién era aquel a quien pensaba entregarlo

para que pasase por suyo, parecióme la merced pobre y mísera, tratándose de persona

tan allegada a la gloriosa Beatriz. Por ende, antes de entregarle el susodicho soneto,

compuse dos estrofas de una canción, la primera verdaderamente para él y la segunda

para mí, si bien quien no las examine sutilmente las juzgará referentes a una misma

persona; mas quien las examine sutilmente verá que hablan personas distintas, por

cuanto una no la llama señora suya a Beatriz, y la otra, sí, como paladinamente aparece.

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Tanto esta canción como el soneto susomentado se los entregué, diciéndole que sólo

para él los había compuesto. La canción empieza: «Cada vez que me acude el

pensamiento.» Consta de dos partes. En una, es decir, en la primera estrofa, se lamenta

el amigo mío y allegado de ella; en la segunda me lamento yo. Es en la estrofa que

empieza: «Y tiene el suspirar.» Se ve, pues, que en esta canción laméntanse dos

personas, una como hermano y otra como siervo.

Cada vez que me acude el pensamiento de la dama hechicera, de la mujer por quien mi

pecho siente, pone en mi corazón triste contento la dolorida mente y exclamo: “¿Aun,

alma mía, no te ausentas? Las torturas sin par que experimentas. “en este mundo, ya tan

fastidioso, me ponen pensativo en miedo inerte.” Y por eso a la muerte, llamo como un

dulcísimo reposo y le digo que venga, tan sincero, que siento envidia porque yo no

muero. Y tiene el suspirar de mis desvelos un tono quejumbroso que a la muerte se

aclama con porfía, pues ella fue el confín de mis anhelos cuando la dama mía víctima fue

de golpe abominoso. Porque su ser, amable por lo hermoso, desde que abandonó

nuestra presencia, con belleza tan alta se confunde que en los cielos difunde, luz de

amor que todo ángel reverencia. Y su mentalidad, por sutil, brilla de tal modo que causa

maravilla.

XXXIV

El primer aniversario del día en que mi amada adquirió ciudadanía de vida eterna

hallábame yo sentado mientras, recordándola, dibujaba un ángulo sobre unas tablillas. Al

volver los ojos, vi cerca de mí a caballeros que me cumplía atender. Contemplaban lo

que yo hacía ysegún se me dijo después- ya estaban allí algún tiempo antes de que yo

me percatase. Al verlos, me levanté y, saludándolos, dije: «Otra persona pensaba tener

ahora por testigo.» Cuando se alejaron torné a mi tarea, a dibujar figuras de ángel. Y

estando en ello vínome a las mientes escribir en conmemoración del aniversario, y

dirigiéndome a quienes se me habían acercado. Entonces compuse el soneto que

empieza: «Por ventura acudió a la mente mía.» Tiene dos principios y lo dividiré con

arreglo a cada uno de ellos.

Con arreglo al primero, el soneto consta de tres partes. En la primera digo que aquella

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mujer estaba ya en mi memoria; en la segunda, lo que Amor me hacía; en la tercera, los

efectos de Amor. La segunda empieza en «Amor, que en mi memoria»; la tercera, en

«Llorando, sí». Esta parte se divide en dos: en la primera digo que todos mis suspiros

salían hablando; en la segunda, cómo algunos hablaban de manera distinta a los otros.

La segunda parte empieza en «Y el suspiro más fuerte». De la misma guisa se divide el

soneto con arreglo al otro principio, salvo que en la primera parte digo cuándo aquella

mujer se presentó en mi mente, cosa que no refiero en el otro.

PRIMER COMIENZO

Por ventura acudió a la mente mía la señora gentil a quien pusiera por sus méritos Dios

en la alta esfera de la humanidad, do está siempre María.

SEGUNDO COMIENZO

Por ventura acudió a la mente mía la que llora el Amor, dama radiosa cuando por su

virtud, tan poderosa, llegasteis, para ver lo que yo hacía. Amor, que en mi memoria la

veía, despertóse en el alma, do reposa, a suspiros mandó voz imperiosa y brotaron con

gran melancolía. Llorando, sí, salían de mi pecho con voz que determina la presencia de

lágrima fatal en cara triste. Y el suspiro más fuerte y más deshecho exclamaba: “Oh

sublime inteligencia; al Cielo, hoy hace un año, que subiste.”

XXXV

Algún tiempo después, hallándome dedicado a recordar pasados tiempos, estaba

preocupado y con tan dolorosos pensamientos, que me daban aspecto de terrible

decaimiento. Dándome cuenta de mi estado, levanté los ojos por ver si alguien me

miraba. Y entonces vi a gentil mujer, joven y sobre manera hermosa, que desde un

ventanal mirábame tan compasivamente, al parecer, que diríase reunida en ella toda

compasión. Y como cuando los afligidos ven que se compadecen de ellos, más presto

dan en el llanto, cual si tuvieran compasión de sí mismos, noté que se iniciaba en mis

ojos prurito de lágrimas, por lo cual, temiendo descubrir las miserias de mi vida, apartéme

de la vista de aquella hermosa. «Es imposible- decía en mi fuero interno- que en dama

tan compasiva no exista un nobilísimo amor.» Entonces decidí escribir un soneto en que

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me dirigiese a ella y comprendiera cuanto he referido en este discurso. Y como por ello

mismo resultará harto evidente, no lo dividiré. El soneto empieza en «Vieron mis ojos

toda la clemencia».

Vieron mis ojos toda la clemencia que clara apareció en vuestra figura al percibir los

actos y postura que me inspira el dolor con gran frecuencia. Noté que sabe vuestra

inteligencia la condición de mi existencia oscura, tanto, que el corazón se me tortura por

mostrar, con el llanto, mi indigencia. Por ende, me aparté de vuestros ojos sabiendo que

los lloros y sonrojos saldrían de mi pecho emocionado.

Y dije para mí en pecho doliente: “También anida en dama tan clemente el amor que me

puso en tal estado.”

XXXVI

Aconteció después que, dondequiera me viese esta mujer, tornábase su semblante

compasivo y palidecía como amorosamente, por lo cual a menudo recordábame a mi

nobilísima amada, que con semejante palidez se me mostraba. Y en verdad digo que

muchas veces, no pudiendo llorar ni desahogar mi tristeza, procuraba ver a tan

compasiva señora, la cual diríase que con su presencia hacía brotar lágrimas de mis

ojos. Por ello ganáronme deseos de escribir algunos versos dirigidos a ella. Y entonces

compuse este soneto, que empieza. «Color de amor y de piedad talante.» No el

menester dividirlo, por cuanto resulta claro con lo antedicho.

Color de amor y de piedad talante, nunca tornó tan admirablemente un rostro de mujer

por mí frecuente llanto de devoción, mirar amante, como vos los tomáis, señora, ante la

gravedad de mi decir doliente, tanto, que al veros túrbase mi mente y el corazón

sospecho que no aguante. Y están mis pobres ojos con recelo de veros mucho y por

diversos modos por ansias de llorar que en ellos moran. Pero, aunque tanto fomentéis su

anhelo que por las ansias se consumen todos, es- llorar ante vos-cosa que ignoran.

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XXXVII

Tanto me deleitaba ver a tal señora, que mis ojos comenzaron a deleitarse en demasía al

verla, por lo cual acusábame frecuentemente yo mismo y teníame por vil. En ocasiones

abominaba de la vanidad de mis ojos y decíales en mis pensamientos: «Antes solíais

provocar el llanto de quien veía vuestra dolorosa condición, y ahora diríase que

pretendéis olvidarlo por esta mujer que os mira. Os mira, pero solamente por la pena que

le produce la bienaventurada mujer a quien llorar solíais. Mas haced cuanto queráis,

malditos ojos, ya que os recordaré con tanta frecuencia, que nunca, sino tras la muerte,

cesarán vuestras lágrimas.» Y en cuanto hube reprendido entre mí y en tales términos a

mis ojos, me asaltaron grandes y angustiosos suspiros. Y a fin de que la pugna

desarrollada en mí fuera conocida por alguien más que por el desventurado que la sufría,

decidí escribir un soneto en que describiese mi horrenda situación. Y compuse el soneto

que empieza: «Lágrimas muy amargas derramando.» Consta de dos partes. En la

primera hablo a mis ojos como hablaba mi corazón en mí mismo; en la segunda aclaro

alguna duda, manifestando quién es el que así habla. Y empieza esta parte en «Dice mi

corazón». Cabría hacer más divisiones, pero serían inútiles, una vez expuesta

claramente la materia.

Lágrimas muy amargas derramando, estuvisteis por tiempos, ojos míos. Y la gente sentía

escalofríos de lástima que fuisteis observando. “Más creo que lo iríais olvidando si fuera

yo inclinado a desvaríos y no obstaculizara los desvíos a la que hízoos llamar

rememorando. “Pero me hacen temer la petulancia y la vanidad vuestra por la instancia

de un rostro de mujer que ahora os mira “Recordad, mientras muerta no os apunta. A la

señora vuestra, ya difunta.” Dice mi corazón. Luego, suspira.

XXXVIII

La presencia de aquella dama poníame de tal guisa, que muchas veces pensaba en ella

como en persona que harto me placía. «Es-llega-ba a pensar- una gentil señora, bella,

joven y discreta, que tal vez Amor me ha dado a conocer para consolar mi existencia.» Y

a menudo pen-saba aún más amorosamente, hasta el punto de que el corazón aceptaba

tal argumento. Pero luego de la aceptación, pensaba yo lo contrario, como por la razón

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inducido, y decíame: «¿Qué pensamiento es éste, Dios mío, que de tan ruin manera

quiere consolarme y no me deja lugar a pensar otra cosa?» Pero seguidamente surgía

otro pensamiento para decirme: «Ya que te hallas tan atribulado, ¿por qué no quieres

sustraerte a tal amargura? Bien advertirás que un hálito de Amor pone ante ti deseos

amorosos, procedentes de tan noble origen como los ojos de la dama que tan compasiva

se ha mostrado.» Yo, que albergaba una pugna vivaz en mí mismo, quería seguir

hablando de ello; pero como en la lid de los pensamientos venían los que abogaban por

ella, a ella creí conveniente dirigirme. Y compuse el soneto que empieza: «Un noble

pensamiento que os presenta.» Y digo «noble», por cuanto a noble dama se refería, ya

que por lo demás era un pensamiento muy vil.

En dicho soneto hago dos partes en mí, con arreglo a la división de mis pensamientos. A

una parte llamo «corazón», o sea el deseo, y a la otra, «alma», o sea la razón. Y refiero

cómo hablan entre sí. Que es propio llamar corazón al deseo y alma a la razón, resultará

evidente para quien me place que me entienda. Bien, es verdad que en el soneto anterior

tomo el partido del corazón contra el de los ojos, lo cual parece contrario a lo que digo en

el inmediato siguiente; no obstante, también allí tomé el corazón por el deseo, pues que

mayor anhelo tenía yo de recordar a mi gentilísima amada que de ver a ésta, si bien tenía

de ello cierta apetencia, ligera al parecer, con lo cual se demuestra que lo allí dicho no se

opone a lo que aquí se dirá.

Este soneto consta de tres partes. En la primera comienza diciendo a esta señora cómo

mi deseo se dirige hacia ella; en la segunda refiero cómo el alma, o sea la razón, habla

con el corazón, o sea el deseo; en la tercera incluyo la respuesta. La segunda parte

empieza en «¿Quién es?»; la tercera, en «Y el corazón».

Un noble pensamiento que os presenta viene a morar conmigo tan frecuente y razona de

amor tan dulcemente, que hace que el corazón en él consienta. “¿Quién es -demanda el

alma- este que intenta mitigar el dolor de nuestra mente y el influjo del cual es tan

potente que cualquier otra idea nos ahuyenta?” Y el corazón: “¡Ay alma cavilosa! Es un

novel espíritu amoroso que ante mí ha desplegado sus delirios. “Su vida, en lo que tenga

de valiosa, dimana del espíritu piadoso que turbábase al ver nuestros martirios.”

XXXIX

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Un día (a la hora de nona, aproximadamente) alzóse en mí, contra este adversario de la

razón, un pensamiento pertinaz. Creí ver a la bienaventurada Beatriz con las bermejas

vestiduras con que primero se mostró a mis ojos y tan juvenil como cuando por vez

primera la vi. Entonces comencé a pensar en ella. Y según iba recordándola por el orden

del tiempo que pasó, mi corazón empezaba a arrepentirse profundamente por el deseo

de que cobardemente habíase dejado ganar algunos días, a pesar de la constante razón.

Una vez ahuyentado tan maligno deseo, todos mis pensamientos se dirigieron a la

gentilísima Beatriz. A partir de entonces pensaba en ella tan avergonzado, que lo

denotaba con suspiros: suspiros que al salir decían lo que el corazón decía, o sea el

nombre de mi nobilísima dama y cómo partió de este mundo. Con frecuencia pensaba

tan dolorido, que olvidábame hasta del sitio donde me encontraba. Con este

recrudecimiento de suspiros renovóse el amortiguado llanto, de manera que mis ojos

parecía que sola-mente desearan llorar, y sucedía a menudo que, por el llanto continuo,

se ponía en torno a los ojos ese purpurino color que suele asomar cuando se recibe

alguna tortura. Tuvieron, pues, justo castigo a su ligereza, de modo que en adelante no

mirarían a nadie que los pudiese mirar en forma que los redujera a tal situación. Y yo,

con el propósito de que el deseo maligno y la vana tentación aparecieran aniquilados sin

que los anteriores versos pudieran inducir a dudas, decidí escribir un soneto en el que

compendiara lo dicho.

Y compuse entonces el soneto que empieza: «Tanto, ¡ay de mí!, el espíritu suspira.»

(Dije «¡ay de mí!» porque me avergonzaba de la ligereza de mis ojos.) No divido este

soneto, porque su sentido tiene sobrada claridad.

Tanto, ¡ay de mí!, el espíritu suspira -pensando en ella, nacen los enojos-, que ya no

pueden mis vencidos ojos devolver la mirada a quien los mira. Parecen hechos para un

par de antojos llorar y revolverse en una pira. Y Amor, viendo sus penas, no retira corona

del martirio con abrojos. Los tales sentimientos suspirados dan en el corazón una

soflama que el mismo Amor, con efusión, la advierte. Y es que llevan en sí los

desdichados el nombre prodigioso de mi dama y acentos relativos a su muerte.

XL

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Después de esa tribulación, en esos días en que la multitud acude a ver la bendita

imagen que Jesucristo nos dejó para recuerdo de su hermosísima faz, la cual contempla

mi amada en la gloria, aconteció que algunos peregrinos pasaron por la calle mayor de la

ciudad donde nació, vivió y murió aquella gentilísima mujer. Y estos peregrinos, a lo que

me pareció, andaban meditabundos, por lo que yo, pensando en ellos, me dije: «Los

tales peregrinos se me antojan de lueñes tierras y no creo que hayan oído hablar de

aquella mujer ni sepan algo de ella; antes al contrario, pensarán en algo distinto, quizá en

sus amigos ausentes, que nosotros no conocemos.» Luego seguí diciéndome: «Si los

tales peregrinos fueran de cercano país, mostraríase la turbación en sus semblantes al

atravesar la dolorida ciudad.» Y proseguía yo diciéndome: «De poderlos retener un tanto,

haría que llorasen antes que salieran de esta ciudad, pues les diría palabras que

arrancarían lágrimas en quienquiera que las oyese.»

En cuanto hube perdido de vista a los peregrinos decidí escribir un soneto en que

manifestara lo que había dicho en mi fuero interno. Y para que pareciese más lastimero,

me propuse escribirlo cual si a ella me dirigiese. Así, pues, compuse el soneto que

empieza: «¡Oh peregrinos de faz cavilosa!» Escribí peregrinos en la amplia acepción del

vocablo, que puede tomarse en dos sentidos: amplio y estrecho. En el amplio sentido, es

peregrino quien se halla fuera de su patria; en el estrecho, sólo se llama peregrinos a

quienes van a Santiago o de allí vuelven. A más, es de advertir que de tres modos se

llama propiamente a quienes caminan para servir al Altísimo. Llámase «palmeros» a

quienes van a Oriente, pues suelen traer muchas palmas de allí; «peregrinos» a los que

van al templo de Galicia, pues la sepultura de Santiago está más lejos de su patria que la

de cualquier otro apóstol, y «romeros» a los que van a Roma, que era adonde se dirigían

mis peregrinos. No divido este soneto porque harto manifiesto es su sentido.

¡Oh peregrinos de faz cavilosa quizá por algo que no está presente! ¿Venís acaso, como

se presiente, de alguna tierra luenga y fabulosa, ya que no vais con cara lacrimosa

atravesando la ciudad doliénte cual un enjambre ajeno, por nesciente, a la fatal desgracia

que la acosa? Si queréis conocerla, deteneos. El corazón me dice con suspiros que no

proseguiréis sin afligiros. La ciudad sin Beatriz hase quedado, y hablando de mi amada

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es obligado que de llorar os nazcan los deseos.

XLI

Dos nobles señoras me mandaron a decir, en ruego, que les enviara estos versos; pero

yo, atento a su nobleza, acordé enviárselos con más algunos versos nuevos que haría y

que les enviaba con los otros para corresponder más dignamente a sus atenciones. Y

entonces escribí un soneto refiriendo mi estado y se lo envié acompañado del soneto

anterior y de otro que empieza: «Venid a oír.» El soneto que a la sazón compuse

empieza: «Sobre la esfera que más alta gira.» Consta de cinco partes. En la primera digo

adónde va mi pensamiento, dándole el nombre de alguno de sus efectos. En la segunda

digo por qué asciende, es decir, qué le impele. En la tercera digo lo que ve, o sea una

mujer a quien se honra en las alturas, y le llamo «peregrino espíritu» porque

espiritualmente va allí y reside allí cual peregrino fuera de su patria. En la cuarta digo

cómo la ve que es de tal modo, que no la puedo entender; pudiera decirse que mi

pensamiento penetra en la ciudad de ella a tal punto que mi inteligencia no lo puede

comprender, pues nuestra inteligencia se halla en relación a las almas bienaventuradas

así como nuestros débiles ojos ante él sol, según dice el filósofo en el segundo libro de la

Metafísica. Y en la quinta digo que, aun cuando no pueda comprender hasta dónde me

remonta el pensamiento, o sea lo admirable de la condición de mi amada, al menos

comprendo que semejante pensamiento se refiere a ella, porque noto frecuentemente su

nombre en mi pensamiento. Al fin de esta quinta parte escribo «amigas» para dar a

entender que me dirijo a mujeres. La segunda parte empieza en «Pero una vez allí»; la

tercera, en «Y al llegar al lugar»; la cuarta, en «Y la ve tal», y la quinta, en «Más sé que».

Cabría dividirlo más minuciosamente y hacerlo más útilmente comprensible; pero puede

bastar esta división, por lo que no me entretengo en subdivisiones.

Sobre la esfera que más alta gira llega el suspiro que mi pecho lanza. Pero una vez allí,

de nuevo avanza por más potencia que el Amor inspira. Y al llegar al lugar de donde

aspira ve a una dama ceñida de alabanza y, por el vivo resplandor que alcanza, el

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peregrino espíritu la mira. Y la ve tal que no le entiendo cuando háblame de ella -rara y

sutilmente- obedeciendo al corazón abierto. Mas sé que de mi dama me está hablando,

pues recuerda a Beatriz frecuentemente, lo cual, amigas, tengo por muy cierto.

XLII

Terminado este soneto, me sobrevino una extraña visión en que contemplé cosas tales

que me determinaron a no hablar de aquella alma bienaventurada hasta tanto que

pudiera hablar de ella más dignamente. Para lograrlo estudio cuanto puedo, como a ella

le consta. Así es que, si el Sumo Hacedor quiere que mi vida dure algunos años, espero

decir de ella lo que jamás se ha dicho de ninguna. Después ¡quiera el Señor de toda

bondad que mi alma pueda ir a contemplar la gloria de mi amada, de la bienaventurada

Beatriz, que gloriosamente admira la faz de Aquel qui est per omnia saecula benedictus!

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VITA NUOVA

I

In quella parte del libro de la mia memoria, dinanzi a la quale poco si potrebbe leggere, si trova una rubrica la quale dice: Incipit vita nova. Sotto la quale rubrica

io trovo scritte le parole le quali è mio intendimento d'asemplare in questo libello; e

se non tutte, almeno la loro sentenzia.

II

[I] Nove fiate già appresso lo mio nascimento era tornato lo cielo de la luce quasi a uno medesimo punto, quanto a la sua propria girazione, quando a li miei occhi apparve prima la gloriosa donna de la mia mente, la quale fu chiamata da molti Beatrice, li quali non sapeano che si chiamare. Ella era in questa vita già stata tanto, che ne lo suo tempo lo cielo stellato era mosso verso la parte d'oriente de le dodici parti l'una d'un grado, sì che quasi dal principio del suo anno nono apparve a me, ed io la vidi quasi da la fine del mio nono. Apparve vestita di nobilissimo colore, umile ed onesto, sanguigno, cinta e ornata a la guisa che a la sua giovanissima etade si convenia. In quello punto dico veracemente che lo spirito de la vita, lo quale dimora ne la secretissima camera de lo cuore, cominciò a tremare sì fortemente che apparia ne li mènimi polsi orribilmente; e tremando, disse queste parole: «Ecce deus fortior me, qui veniens dominabitur mihi». In quello punto lo spirito animale, lo quale dimora ne l'alta camera ne la quale tutti li spiriti sensitivi portano le loro percezioni, si cominciò a maravigliare molto, e parlando spezialmente a li spiriti del viso, sì disse queste parole: «Apparuit iam beatitudo vestra». In quello punto lo spirito naturale, lo quale dimora in quella parte ove si ministra lo nutrimento nostro, cominciò a piangere, e piangendo, disse queste parole: «Heu miser, quia frequenter impeditus ero deinceps!». D'allora innanzi dico che Amore segnoreggiò la mia anima, la quale fu sì tosto a lui disponsata, e cominciò a prendere sopra me tanta sicurtade e tanta signoria per la vertù che li dava la mia imaginazione, che me convenia fare tutti li suoi piaceri compiutamente. Elli mi comandava molte volte che io cercasse per vedere questa angiola giovanissima; onde io ne la mia puerizia molte volte l'andai cercando, e vedèala di sì nobili e laudabili portamenti, che certo di lei si potea dire quella parola del poeta Omero: Ella non parea figliuola d'uomo mortale, ma di Deo. E

avegna che la sua imagine, la quale continuamente meco stava, fosse baldanza d'Amore a segnoreggiare me, tuttavia era di sì nobilissima vertù, che nulla volta sofferse che Amore mi reggesse sanza lo fedele consiglio de la ragione in quelle cose là ove cotale consiglio fosse utile a udire. E però che soprastare a le passioni e atti di tanta gioventudine pare alcuno parlare fabuloso, mi partirò da esse; e trapassando molte cose, le quali si potrebbero trarre de l'esemplo onde nascono queste, verrò a quelle parole le quali sono scritte ne la mia memoria

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sotto maggiori paragrafi.

III

[II] Poi che furono passati tanti die, che appunto erano compiuti li nove anni appresso l'apparimento soprascritto di questa gentilissima, ne l'ultimo di questi die avvenne che questa mirabile donna apparve a me vestita di colore bianchissimo, in mezzo a due gentili donne, le quali erano di più lunga etade; e passando per una via, volse li occhi verso quella parte ov'io era molto pauroso, e per la sua ineffabile cortesia, la quale è oggi meritata nel grande secolo, mi salutoe molto virtuosamente, tanto che me parve allora vedere tutti li termini de la beatitudine. L'ora che lo suo dolcissimo salutare mi giunse, era fermamente nona di quello giorno; e però che quella fu la prima volta che le sue parole si mossero per venire a li miei orecchi, presi tanta dolcezza, che come inebriato mi partio da le genti, e ricorsi a lo solingo luogo d'una mia camera, e puòsimi a pensare di questa cortesissima. [III] E pensando di lei mi sopragiunse uno soave sonno, ne lo quale m'apparve una maravigliosa visione, che me parea vedere ne la mia camera una nèbula di colore di fuoco, dentro a la quale io discernea una figura d'uno segnore di pauroso aspetto a chi la guardasse; e pareami con tanta letizia, quanto a sé, che mirabile cosa era; e ne le sue parole dicea molte cose, le quali io non intendea se non poche; tra le quali intendea queste: «Ego dominus tuus». Ne le sue braccia mi parea vedere una persona dormire nuda, salvo che involta mi parea in uno drappo sanguigno leggeramente; la quale io riguardando molto intentivamente, conobbi ch'era la donna de la salute, la quale m'avea lo giorno dinanzi degnato di salutare. E ne l'una de le mani mi parea che questi tenesse una cosa, la quale ardesse tutta; e pareami che mi dicesse queste parole: «Vide cor tuum». E quando elli era stato alquanto, pareami che disvegliasse questa che dormia; e tanto si sforzava per suo ingegno, che la facea mangiare questa cosa che in mano li ardea, la quale ella mangiava dubitosamente. Appresso ciò, poco dimorava che la sua letizia si convertia in amarissimo pianto; e così piangendo, si ricogliea questa donna ne le sue braccia, e con essa mi parea che si ne gisse verso lo cielo; onde io sostenea sì grande angoscia, che lo mio deboletto sonno non poteo sostenere, anzi si ruppe e fui disvegliato. E mantenente cominciai a pensare, e trovai che l'ora ne la quale m'era questa visione apparita, era la quarta de la notte stata; sì che appare manifestamente ch'ella fue la prima ora de le nove ultime ore de la notte. Pensando io a ciò che m'era apparuto, propuosi di farlo sentire a molti, li quali erano famosi trovatori in quello tempo: e con ciò fosse cosa che io avesse già veduto per me medesimo l'arte del dire parole per rima, propuosi di fare uno sonetto, ne lo quale io salutasse tutti li fedeli d'Amore; e pregandoli che giudicassero la mia visione, scrissi a loro ciò che io avea nel mio sonno veduto. E cominciai allora questo sonetto, lo quale comincia: A

ciascun'alma presa.

A ciascun'alma presa, e gentil core, nel cui cospetto ven lo dir presente, in ciò che mi rescrivan suo parvente

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salute in lor segnor, cioè Amore. Già eran quasi che atterzate l'ore del tempo che onne stella n'è lucente, quando m'apparve Amor subitamente cui essenza membrar mi dà orrore. Allegro mi sembrava Amor tenendo meo core in mano, e ne le braccia avea madonna involta in un drappo dormendo. Poi la svegliava, e d'esto core ardendo lei paventosa umilmente pascea:

appresso gir lo ne vedea piangendo.

Questo sonetto si divide in due parti; che la prima parte saluto e domando risponsione, ne la seconda significo a che si dee rispondere. La seconda parte comincia quivi: Già eran.

A questo sonetto fue risposto da molti e di diverse sentenzie; tra li quali fue risponditore quelli cui io chiamo primo de li miei amici, e disse allora uno sonetto, lo quale comincia: Vedesti al mio parere onne valore. E questo fue quasi lo

principio de l'amistà tra lui e me, quando elli seppe che io era quelli che li avea ciò mandato. Lo verace giudicio del detto sogno non fue veduto allora per alcuno, ma

ora è manifestissimo a li più semplici.

IV

Da questa visione innanzi cominciò lo mio spirito naturale ad essere impedito ne la sua operazione, però che l'anima era tutta data nel pensare di questa gentilissima; onde io divenni in picciolo tempo poi di sì fràile e debole condizione, che a molti amici pesava de la mia vista; e molti pieni d'invidia già si procacciavano di sapere di me quello che io volea del tutto celare ad altrui. Ed io, accorgendomi del malvagio domandare che mi faceano, per la volontade d'Amore, lo quale mi comandava secondo lo consiglio de la ragione, rispondea loro che Amore era quelli che così m'avea governato. Dicea d'Amore, però che io portava nel viso tante de le sue insegne, che questo non si potea ricovrire. E quando mi domandavano: «Per cui t'ha così distrutto questo Amore?», ed io sorridendo li

guardava, e nulla dicea loro.

V

Uno giorno avvenne che questa gentilissima sedea in parte ove s'udiano parole de la regina de la gloria, ed io era in luogo dal quale vedea la mia beatitudine: e nel mezzo di lei e di me per la retta linea sedea una gentile donna di molto piacevole aspetto, la quale mi mirava spesse volte, maravigliandosi del mio sguardare, che parea che sopra lei terminasse. Onde molti s'accorsero de lo suo mirare; ed in tanto vi fue posto mente, che, partendomi da questo luogo, mi sentio dicere appresso di me: «Vedi come cotale donna distrugge la persona di costui»;

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e nominandola, eo intesi che dicea di colei che mezzo era stata ne la linea retta che movea da la gentilissima Beatrice e terminava ne li occhi miei. Allora mi confortai molto, assicurandomi che lo mio secreto non era comunicato lo giorno altrui per mia vista. E mantenente pensai di fare di questa gentile donna schermo de la veritade; e tanto ne mostrai in poco tempo, che lo mio secreto fue creduto sapere da le più persone che di me ragionavano. Con questa donna mi celai alquanti anni e mesi; e per più fare credente altrui, feci per lei certe cosette per rima, le quali non è mio intendimento di scrivere qui, se non in quanto facesse a trattare di quella gentilissima Beatrice; e però le lascerò tutte, salvo che alcuna

cosa ne scriverò che pare che sia loda di lei.

VI

Dico che in questo tempo che questa donna era schermo di tanto amore, quanto da la mia parte, sì mi venne una volontade di volere ricordare lo nome di quella gentilissima ed acompagnarlo di molti nomi di donne, e spezialmente del nome di questa gentile donna. E presi li nomi di sessanta le più belle donne de la cittade ove la mia donna fue posta da l'altissimo sire, e compuosi una pìstola sotto forma di serventese, la quale io non scriverò: e non n'avrei fatto menzione, se non per dire quello che, componendola, maravigliosamente addivenne, cioè che in alcuno altro numero non sofferse lo nome de la mia donna stare, se non in su lo nove, tra

li nomi di queste donne.

VII

La donna co la quale io avea tanto tempo celata la mia volontade, convenne che si partisse de la sopradetta cittade e andasse in paese molto lontano: per che io quasi sbigottito de la bella difesa che m'era venuta meno, assai me ne disconfortai, più che io medesimo non avrei creduto dinanzi. E pensando che se de la sua partita io non parlasse alquanto dolorosamente, le persone sarebbero accorte più tosto de lo mio nascondere, propuosi di farne alcuna lamentanza in uno sonetto; lo quale io scriverò, acciò che la mia donna fue immediata cagione di certe parole che ne lo sonetto sono, sì come appare a chi lo intende. E allora dissi questo sonetto, che comincia: O voi che per la via.

O voi, che per la via d'Amor passate, attendete e guardate s'elli è dolore alcun, quanto 'l mio, grave; e prego sol ch'audir mi sofferiate, e poi imaginate s'io son d'ogni tormento ostale e chiave. Amor, non già per mia poca bontate, ma per sua nobiltate, mi pose in vita sì dolce e soave, ch'io mi sentia dir dietro spesse fiate: «Deo, per qual dignitate

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così leggiadro questi lo core have?» Or ho perduta tutta mia baldanza, che si movea d'amoroso tesoro; ond'io pover dimoro, in guisa che di dir mi ven dottanza. Sì che volendo far come coloro che per vergogna celan lor mancanza, di fuor mostro allegranza,

e dentro dallo core struggo e ploro.

Questo sonetto ha due parti principali; che ne la prima intendo chiamare li fedeli d'Amore per quelle parole di Geremia profeta che dicono: O vos omnes qui transitis per viam, attendite et videte si est dolor sicut dolor meus, e pregare che

mi sofferino d'audire; nella seconda narro là ove Amore m'avea posto, con altro intendimento che l'estreme parti del sonetto non mostrano, e dico che io hoe ciò perduto. La seconda parte comincia quivi: Amor, non già.

VIII

Appresso lo partire di questa gentile donna fue piacere del segnore de li angeli di chiamare a la sua gloria una donna giovane e di gentile aspetto molto, la quale fue assai graziosa in questa sopradetta cittade; lo cui corpo io vidi giacere sanza l'anima in mezzo di molte donne, le quali piangeano assai pietosamente. Allora ricordandomi che già l'avea veduta fare compagnia a quella gentilissima, non poteo sostenere alquante lagrime; anzi piangendo mi propuosi di dicere alquante parole de la sua morte, in guiderdone di ciò che alcuna fiata l'avea veduta con la mia donna. E di ciò toccai alcuna cosa ne l'ultima parte de le parole che io ne dissi, sì come appare manifestamente a chi lo intende. E dissi allora questi due sonetti, li quali comincia lo primo: Piangete, amanti, e lo secondo: Morte villana.

Piangete, amanti, poi che piange Amore, udendo qual cagion lui fa plorare Amor sente a Pietà donne chiamare, mostrando amaro duol per li occhi fore, perché villana Morte in gentil core ha miso il suo crudele adoperare, guastando ciò che al mondo è da laudare in gentil donna sovra de l'onore. Audite quanto Amor le fece orranza, ch'io 'l vidi lamentare in forma vera sovra la morta imagine avenente; e riguardava ver lo ciel sovente, ove l'alma gentil già locata era,

che donna fu di sì gaia sembianza.

Questo primo sonetto si divide in tre parti: ne la prima chiamo e sollìcito li fedeli

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d'Amore a piangere e dico che lo segnore loro piange, e dico «udendo la cagione per che piange,» acciò che s'acconcino più ad ascoltarmi; ne la seconda narro la cagione; ne la terza parlo d'alcuno onore che Amore fece a questa donna. La seconda parte comincia quivi: Amor sente; la terza quivi: Audite.

Morte villana, di pietà nemica, di dolor madre antica, giudicio incontastabile gravoso, poi che hai data matera al cor doglioso, ond'io vado pensoso, di te blasmar la lingua s'affatica. E s'io di grazia ti vòi far mendica, convènesi ch'eo dica lo tuo fallar d'onni torto tortoso, non però ch'a la gente sia nascoso, ma per farne cruccioso chi d'amor per innanzi si notrica. Dal secolo hai partita cortesia e ciò ch'è in donna da pregiar vertute: in gaia gioventute distrutta hai l'amorosa leggiadria. Più non vòi discovrir qual donna sia che per le propietà sue canosciute. Chi non merta salute

non speri mai d'aver sua compagnia.

Questo sonetto si divide in quattro parti: ne la prima parte, chiamo la Morte per certi suoi nomi propri; ne la seconda, parlando a lei, dico la cagione per che io mi muovo a biasimarla: ne la terza, la vitupero; ne la quarta, mi volgo a parlare a indiffinita persona, avvegna che quanto a lo mio intendimento sia diffinita. La seconda comincia quivi: poi che hai data; la terza quivi: E s'io di grazia; la quarta

quivi: Chi non merta salute.

IX

Appresso la morte di questa donna alquanti die, avvenne cosa per la quale me convenne partire de la sopradetta cittade e ire verso quelle parti dov'era la gentile donna ch'era stata mia difesa, avegna che non tanto fosse lontano lo termine de lo mio andare quanto ella era. E tutto ch'io fosse a la compagnia di molti, quanto a la vista, l'andare mi dispiacea sì, che quasi li sospiri non poteano disfogare l'angoscia che lo cuore sentia, però ch'io mi dilungava da la mia beatitudine. E però lo dolcissimo segnore, lo quale mi segnoreggiava per la vertù de la gentilissima donna, ne la mia imaginazione apparve come peregrino leggeramente vestito e di vili drappi. Elli mi parea disbigottito, e guardava la terra, salvo che talora li suoi occhi mi parea che si volgessero ad uno fiume bello e corrente e chiarissimo, lo quale sen gìa lungo questo cammino là ov'io era. A me

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parve che Amore mi chiamasse, e dicèssemi queste parole: «Io vegno da quella donna la quale è stata tua lunga difesa, e so che lo suo rivenire non sarà a gran tempi; e però quello cuore che io ti facea avere a lei, io l'ho meco, e pòrtolo a donna la quale sarà tua difensione, come questa era». E nominòllami per nome, sì che io la conobbi bene. «Ma tuttavia, di queste parole ch'io t'ho ragionate se alcuna cosa ne dicessi, dille nel modo che per loro non si discernesse lo simulato amore che tu hai mostrato a questa e che ti converrà mostrare ad altri». E dette queste parole, disparve questa mia imaginazione tutta subitamente, per la grandissima parte che mi parve che Amore mi desse di sé; e, quasi cambiato ne la vista mia, cavalcai quel giorno pensoso molto ed accompagnato da molti sospiri. Appresso lo giorno, cominciai di ciò questo sonetto, lo quale comincia Cavalcando.

Cavalcando l'altr'ier per un cammino, pensoso de l'andar che mi sgradia, trovai Amore in mezzo de la via in abito leggier di peregrino. Ne la sembianza mi parea meschino, come avesse perduta segnoria; e sospirando pensoso venia, per non veder la gente, a capo chino. Quando mi vide, mi chiamò per nome, e disse: «Io vegno di lontana parte, ov'era lo tuo cor per mio volere; e rècolo a servir novo piacere». Allora presi di lui sì gran parte,

ch'elli disparve, e non m'accorsi come.

Questo sonetto ha tre parti: ne la prima parte dico sì com'io trovai Amore, e quale mi parea; ne la seconda dico quello ch'elli mi disse, avegna che non compiutamente per tema ch'avea di discovrire lo mio secreto; ne la terza dico com'elli mi disparve.La seconda comincia quivi: Quando mi vide; la terza: Allora

presi.

X

Appresso la mia ritornata mi misi a cercare di questa donna, che lo mio segnore m'avea nominata ne lo cammino de li sospiri; e acciò che lo mio parlare sia più brieve, dico che in poco tempo la feci mia difesa tanto, che troppa gente ne ragionava oltre li termini de la cortesia; onde molte fiate mi pesava duramente. E per questa cagione, cioè di questa soverchievole voce che parea che m'infamasse viziosamente, quella gentilissima, la quale fue distruggitrice di tutti li vizi e regina de le virtudi, passando per alcuna parte, mi negò lo suo dolcissimo salutare, ne lo quale stava tutta la mia beatitudine. Ed uscendo alquanto del proposito presente,

voglio dare a intendere quello che lo suo salutare in me virtuosamente operava.

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XI

Dico che quando ella apparia da parte alcuna, per la speranza de la mirabile salute nullo nemico mi rimanea, anzi mi giugnea una fiamma di caritade, la quale mi facea perdonare a chiunque m'avesse offeso; e chi allora m'avesse domandato di cosa alcuna, la mia risponsione sarebbe stata solamente 'Amore', con viso vestito d'umilitade. E quando ella fosse alquanto propinqua al salutare, uno spirito d'amore, distruggendo tutti li altri spiriti sensitivi, pingea fuori li deboletti spiriti del viso, e dicea loro: «Andate a onorare la donna vostra»; ed elli si rimanea nel luogo loro. E chi avesse voluto conoscere Amore, fare lo potea, mirando lo tremare de li occhi miei. E quando questa gentilissima salute salutava, non che Amore fosse tal mezzo che potesse obumbrare a me la intollerabile beatitudine, ma elli quasi per soverchio di dolcezza divenia tale, che lo mio corpo, lo quale era tutto allora sotto lo suo reggimento, molte volte si movea come cosa grave inanimata. Sì che appare manifestamente che ne le sue salute abitava la mia beatitudine, la quale

molte volte passava e redundava la mia capacitade.

XII

Ora, tornando al proposito, dico che poi che la mia beatitudine mi fue negata, mi giunse tanto dolore, che, partito me da le genti, in solinga parte andai a bagnare la terra d'amarissime lagrime. E poi che alquanto mi fue sollenato questo lagrimare, misimi ne la mia camera, là ov'io potea lamentarmi sanza essere udito; e quivi, chiamando misericordia a la donna de la cortesia, e dicendo «Amore, aiuta lo tuo fedele», m'addormentai come uno pargoletto battuto lagrimando. Avvenne quasi nel mezzo de lo mio dormire che me parve vedere ne la mia camera lungo me sedere uno giovane vestito di bianchissime vestimenta, e, pensando molto quanto a la vista sua, mi riguardava là ov'io giacea; e quando m'avea guardato alquanto, pareami che sospirando mi chiamasse, e diceami queste parole: «Fili mi, tempus est ut praetermictantur simulacra nostra». Allora mi parea che io lo conoscesse, però che mi chiamava così come assai fiate ne li miei sonni m'avea già chiamato; e riguardandolo, parvemi che piangesse pietosamente, e parea che attendesse da me alcuna parola; ond'io, assicurandomi, cominciai a parlare così con esso: «Segnore de la nobiltade, e perché piangi tu?». E quelli mi dicea queste parole: «Ego tanquam centrum circuli, cui simili modo se habent circumferentiae partes; tu autem non sic». Allora, pensando a le sue parole, mi parea che m'avesse parlato molto oscuramente, sì ch'io mi sforzava di parlare, e diceali queste parole: «Che è ciò, segnore, che mi parli con tanta oscuritade?». E quelli mi dicea in parole volgari: «Non dimandare più che utile ti sia». E però cominciai allora con lui a ragionare de la salute la quale mi fue negata, e domandàilo de la cagione; onde in questa guisa da lui mi fue risposto: «Quella nostra Beatrice udio da certe persone, di te ragionando, che la donna la quale io ti nominai nel cammino de li sospiri, ricevea da te alcuna noia; e però questa gentilissima, la quale è contraria di tutte le noie, non degnò salutare la tua persona, temendo non fosse noiosa. Onde con ciò sia cosa che veracemente sia conosciuto per lei alquanto lo tuo secreto per lunga consuetudine, voglio che tu dichi certe parole per rima, ne le

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quali tu comprendi la forza che io tegno sopra te per lei, e come tu fosti suo tostamente da la tua puerizia. E di ciò chiama testimonio colui che lo sa, e come tu prieghi lui che li le dica; ed io, che son quelli, volentieri le ne ragionerò; e per questo sentirà ella la tua volontade la quale sentendo, conoscerà le parole de li ingannati. Queste parole fa che siano quasi un mezzo, sì che tu non parli a lei immediatamente, che non è degno; e no le mandare in parte sanza me, ove potessero essere intese da lei, ma falle adornare di soave armonia, ne la quale io sarò tutte le volte che farà mestiere». E dette queste parole, sì disparve, e lo mio sonno fue rotto. Onde io ricordandomi trovai che questa visione m'era apparita ne la nona ora del die; e anzi ch'io uscisse di questa camera, propuosi di fare una ballata, ne la quale io seguitasse ciò che lo mio segnore m'avea imposto; e feci poi questa ballata, che comincia: Ballata, i' vo'.

Ballata, i' vo' che tu ritrovi Amore, e con lui vade a madonna davante, sì che la scusa mia, la qual tu cante, ragioni poi con lei lo mio segnore. Tu vai, ballata, sì cortesemente, che sanza compagnia dovresti avere in tutte parti ardire; ma se tu vuoli andar sicuramente, retrova l'Amor pria, ché forse non è bon sanza lui gire; però che quella che ti dee audire, sì com'io credo, è ver di me adirata: se tu di lui non fossi accompagnata, leggeramente ti faria disnore. Con dolze sono, quando se' con lui, comincia este parole, appresso che averai chesta pietate: «Madonna, quelli che mi manda a vui, quando vi piaccia, vole, sed elli ha scusa, che la m'intendiate. Amore è qui, che per vostra bieltate lo face,come vol,vista cangiare: dunque perché li fece altra guardare pensatel voi, da che non mutò 'l core». Dille: «Madonna, lo suo core è stato con sì fermata fede, che 'n voi servir l'ha 'mpronto onne pensero: tosto fu vostro, e mai non s'è smagato». Sed ella non ti crede, dì che domandi Amor, che sa lo vero: ed a la fine falle umil preghero, lo perdonare se le fosse a noia, che mi comandi per messo ch'eo moia, e vedrassi ubidir ben servidore.

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E dì a colui ch'è d'ogni pietà chiave, avante che sdonnei, che le saprà contar mia ragion bona: «Per grazia de la mia nota soave reman tu qui con lei, e del tuo servo ciò che vuoi ragiona; e s'ella pel tuo prego li perdona, fa che li annunzi un bel sembiante pace». Gentil ballata mia, quando ti piace,

movi in quel punto che tu n'aggie onore.

Questa ballata in tre parti si divide: ne la prima dico a lei ov'ella vada, e confòrtola però che vada più sicura, e dico ne la cui compagnia si metta, se vuole sicuramente andare e sanza pericolo alcuno; ne la seconda dico quello che lei si pertiene di fare intendere; ne la terza la licenzio del gire quando vuole, raccomandando lo suo movimento ne le braccia de la fortuna. La seconda parte comincia quivi: Con dolze sono; la terza quivi: Gentil ballata.

Potrebbe già l'uomo opporre contra me e dicere che non sapesse a cui fosse lo mio parlare in seconda persona, però che la ballata non è altro che queste parole ched io parlo: e però dico che questo dubbio io lo intendo solvere e dichiarare in questo libello ancora in parte più dubbiosa; e allora intenda qui chi qui dubita, o

chi qui volesse opporre in questo modo.

XIII

Appresso di questa soprascritta visione, avendo già dette le parole che Amore m'avea imposte a dire, mi cominciaro molti e diversi pensamenti a combattere ed a tentare, ciascuno quasi indefensibilemente; tra li quali pensamenti quattro mi parea che ingombrassero più lo riposo de la vita. L'uno de li quali era questo: buona è la signoria d'Amore, però che trae lo intendimento del suo fedele da tutte le vili cose. L'altro era questo: non buona è la signoria d'Amore, però che quanto lo suo fedele più fede li porta, tanto più gravi e dolorosi punti li conviene passare. L'altro era questo: lo nome d'Amore è sì dolce a udire, che impossibile mi pare che la sua propria operazione sia ne le più cose altro che dolce, con ciò sia cosa che li nomi sèguitino le nominate cose, sì come è scritto: Nomina sunt consequentia rerum. Lo quarto era questo: la donna per cui Amore ti stringe così,

non è come l'altre donne, che leggeramente si muova dal suo cuore. E ciascuno mi combattea tanto, che mi facea stare quasi come colui che non sa per qual via pigli lo suo cammino, e che vuole andare e non sa onde se ne vada; e se io pensava di volere cercare una comune via di costoro, cioè là ove tutti s'accordassero, questa era via molto inimica verso me, cioè di chiamare e di mettermi ne le braccia de la Pietà. E in questo stato dimorando, mi giunse volontade di scriverne parole rimate; e dìssine allora questo sonetto, lo quale comincia: Tutti li miei pensier.

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Tutti li miei pensier parlan d'Amore; e hanno in loro sì gran varietate, ch'altro mi fa voler sua potestate, altro folle ragiona il suo valore, altro sperando m'aporta dolzore, altro pianger mi fa spesse fiate; e sol s'accordano in cherer pietate, tremando di paura, che è nel core. Ond'io non so da qual matera prenda; e vorrei dire, e non so ch'io mi dica: così mi trovo in amorosa erranza. E se con tutti vòi far accordanza, convènemi chiamar la mia nemica,

madonna la Pietà, che mi difenda.

Questo sonetto in quattro parti si può dividere: ne la prima dico e soppongo che tutti li miei pensieri sono d'Amore; ne la seconda dico che sono diversi, e narro la loro diversitade; ne la terza dico in che tutti pare che s'accordino; ne la quarta dico che volendo dire d'Amore, non so da qual parte pigli matera, e se la voglio pigliare da tutti, convene che io chiami la mia inimica, madonna la Pietade; e dico «madonna» quasi per disdegnoso modo di parlare. La seconda parte comincia quivi: e hanno in loro; la terza quivi: e sol s'accordano; la quarta quivi: Ond'io non

so.

XIV

Appresso la battaglia de li diversi pensieri avvenne che questa gentilissima venne in parte ove molte donne gentili erano adunate; a la qual parte io fui condotto per amica persona, credendosi fare a me grande piacere, in quanto mi menava là ove tante donne mostravano le loro bellezze. Onde io, quasi non sappiendo a che io fossi menato, e fidandomi ne la persona, la quale uno suo amico a l'estremitade de la vita condotto avea, dissi a lui: «Perché semo noi venuti a queste donne?». Allora quelli mi disse: «Per fare sì ch'elle siano degnamente servite». E lo vero è che adunate quivi erano a la compagnia d'una gentile donna che disposata era lo giorno; e però, secondo l'usanza de la sopradetta cittade, convenia che le facessero compagnia nel primo sedere a la mensa che facea ne la magione del suo novello sposo. Sì che io credendomi fare piacere di questo amico, propuosi di stare al servigio de le donne ne la sua compagnia. E nel fine del mio proponimento, mi parve sentire uno mirabile tremore incominciare nel mio petto da la sinistra parte e distendersi di subito per tutte le parti del mio corpo. Allora dico che io poggiai la mia persona simulatamente ad una pintura, la quale circundava questa magione; e temendo non altri si fosse accorto del mio tremare, levai gli occhi, e mirando le donne, vidi tra loro la gentilissima Beatrice. Allora fuoro sì distrutti li miei spiriti per la forza che Amore prese veggendosi in tanta propinquitade a la gentilissima donna, che non ne rimasero in vita più che li spiriti del viso; e ancora questi rimasero fuori de li loro istrumenti, però che Amore volea

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stare nel loro nobilissimo luogo per vedere la mirabile donna. E avvegna che io fossi altro che prima, molto mi dolea di questi spiritelli, che si lamentavano forte e diceano: «Se questi non ci infolgorasse così fuori del nostro luogo, noi potremmo stare a vedere la maraviglia di questa donna così come stanno li altri nostri pari». Io dico che molte di queste donne, accorgendosi de la mia trasfigurazione, si cominciaro a maravigliare, e ragionando si gabbavano di me con questa gentilissima; onde lo ingannato amico di buona fede mi prese per la mano, e traendomi fuori de la veduta di queste donne, sì mi domandò che io avesse. Allora io riposato alquanto, e resurressiti li morti spiriti miei, e li discacciati rivenuti a le loro possessioni, dissi a questo mio amico queste parole: «Io tenni li piedi in quella parte de la vita, di là da la quale non si puote ire più per intendimento di ritornare». E partitomi da lui, mi ritornai ne la camera de le lagrime; ne la quale, piangendo e vergognandomi, fra me stesso dicea: «Se questa donna sapesse la mia condizione, io non credo che così gabbasse la mia persona, anzi credo che molta pietade le ne verrebbe». E in questo pianto stando, propuosi di dire parole, ne le quali, parlando a lei, significasse la cagione del mio trasfiguramento, e dicesse che io so bene ch'ella non è saputa, e che se fosse saputa, io credo che pietà ne giugnerebbe altrui; e propuòsile di dire, desiderando che venissero per avventura ne la sua audienza. E allora dissi questo sonetto, lo quale comincia: Con l'altre donne.

Con l'altre donne mia vista gabbate, e non pensate, donna, onde si mova ch'io vi rassembri sì figura nova quando riguardo la vostra beltate. Se lo saveste, non porìa Pietate tener più contra me l'usata prova, ché Amor, quando sì presso a voi mi trova, prende baldanza e tanta securtate, che fère tra' miei spiriti paurosi, e quale ancide, e qual pinge di fore, sì che solo remane a veder vui: ond'io mi cangio in figura d'altrui, ma non sì ch'io non senta bene allore

li guai de li scacciati tormentosi.

Questo sonetto non divido in parti, però che la divisione non si fa se non per aprire la sentenzia de la cosa divisa; onde, con ciò sia cosa che per la sua ragionata cagione assai sia manifesto, non ha mestiere di divisione. Vero è che tra le parole dove si manifesta la cagione di questo sonetto, si scrivono dubbiose parole, cioè quando dico che Amore uccide tutti li miei spiriti, e li visivi rimangono in vita, salvo che fuori de li strumenti loro. E questo dubbio è impossibile a solvere a chi non fosse in simile grado fedele d'Amore; ed a coloro che vi sono, è manifesto ciò che solverebbe le dubitose parole: e però non è bene a me di dichiarare cotale dubitazione, acciò che lo mio parlare dichiarando sarebbe indarno, o vero di

soperchio.

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XV

Appresso la nuova trasfigurazione, mi giunse uno pensamento forte, lo quale poco si partìa da me, anzi continuamente mi riprendea, ed era di cotale ragionamento meco: «Poscia che tu perviene a così dischernevole vista, quando tu se' presso di questa donna, perché pur cerchi di vedere lei? Ecco che tu fossi domandato da lei, che avrestù da rispondere, ponendo che tu avessi libera ciascuna tua vertude, in quanto tu le rispondessi? » Ed a costui rispondea un altro umile pensero, e dicea: «S'io non perdessi le mie vertudi, e fossi libero tanto che io le potessi rispondere, io le direi che, sì tosto com'io imagino la sua mirabile bellezza, sì tosto mi giugne uno desiderio di vederla, lo quale è di tanta vertude, che uccide e distrugge ne la mia memoria ciò che contra lui si potesse levare; e però non mi ritraggono le passate passioni da cercare la veduta di costei». Onde io, mosso da cotali pensamenti, propuosi di dire certe parole, ne le quali, escusandomi a lei da cotale riprensione, ponesse anche di quello che mi diviene presso di lei; e dissi questo sonetto, lo quale comincia: Ciò che m'incontra .

Ciò che m'incontra ne la mente, more, quand'i' vegno a veder voi, bella gioia; e quand'io vi son presso, i' sento Amore che dice: «Fuggi, se 'l perir t'è noia». Lo viso mostra lo color del core, che, tramortendo, ovunque pò s'appoia; e per la ebrietà del gran tremore le pietre par che gridin: «Moia, moia». Peccato face chi allora mi vide, se l'alma sbigottita non conforta, sol dimostrando che di me li doglia, per la pietà, che 'l vostro gabbo ancide, la qual si cria ne la vista morta

de li occhi, c'hanno di lor morte voglia.

Questo sonetto si divide in due parti: ne la prima dico la cagione per che non mi tengo di gire presso di questa donna; ne la seconda dico quello che mi diviene per andare presso di lei; e comincia questa parte quivi: e quand'io vi son presso . Ed

anche si divide questa seconda parte in cinque, secondo cinque diverse narrazioni: che ne la prima dico quello che Amore, consigliato da la ragione, mi dice quando le sono presso; ne la seconda manifesto lo stato del cuore per esemplo del viso; ne la terza dico sì come onne sicurtade mi viene meno; ne la quarta dico che pecca quelli che non mostra pietà di me, acciò che mi sarebbe alcuno conforto; ne l'ultima dico perché altri doverebbe avere pietà, e ciò è per la pietosa vista che ne li occhi mi giugne; la quale vista pietosa è distrutta, cioè non pare altrui, per lo gabbare di questa donna, la quale trae a sua simile operazione coloro che forse vederebbono questa pietà. La seconda parte comincia quivi: Lo viso mostra ; la terza quivi: e per la ebrietà ; la quarta: Peccato face ; la quinta: per

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la pietà.

XVI

Appresso ciò, che io dissi questo sonetto, mi mosse una volontade di dire anche parole, ne le quali io dicesse quattro cose ancora sopra lo mio stato, le quali non mi parea che fossero manifestate ancora per me. La prima de le quali si è che molte volte io mi dolea, quando a mia memoria movesse la fantasia ad imaginare quale Amore mi facea. La seconda si è che Amore spesse volte di subito m'assalia sì forte, che 'n me non rimanea altro di vita se non un pensero che parlava di questa donna. La terza si è che quando questa battaglia d'Amore mi pugnava così, io mi movea quasi discolorito tutto per vedere questa donna, credendo che mi difendesse la sua veduta da questa battaglia, dimenticando quello che per appropinquare a tanta gentilezza m'addivenia. La quarta si è come cotale veduta non solamente non mi difendea, ma finalmente disconfiggea la mia poca vita. E però dissi questo sonetto, lo quale comincia: Spesse fiate.

Spesse fiate vègnonmi a la mente le oscure qualità ch'Amor mi dona, e vènnemi pietà, sì che sovente io dico: «Lasso! avvien elli a persona?»; ch'Amor m'assale subitanamente, sì che la vita quasi m'abbandona: càmpami uno spirto vivo solamente, e que' riman, perché di voi ragiona. Poscia mi sforzo, ché mi voglio atare; e così smorto, d'onne valor vòto, vegno a vedervi, credendo guerire: e se io levo li occhi per guardare, nel cor mi si comincia uno tremoto,

che fa de' polsi l'anima partire.

Questo sonetto si divide in quattro parti, secondo che quattro cose sono in esso narrate; e però che sono di sopra ragionate, non m'intrametto se non di distinguere le parti per li loro cominciamenti. Onde dico che la seconda parte comincia quivi: ch'Amor; la terza quivi: Poscia mi sforzo; la quarta quivi: e se io

levo.

XVII

Poi che dissi questi tre sonetti, ne li quali parlai a questa donna, però che fuoro narratori di tutto quasi lo mio stato, credendomi tacere e non dire più, però che mi parea di me assai avere manifestato, avvegna che sempre poi tacesse di dire a lei, a me convenne ripigliare matera nuova e più nobile che la passata. E però che la cagione de la nuova matera è dilettevole a udire, la dicerò, quanto potrò più

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brievemente.

XVIII

Con ciò sia cosa che per la vista mia molte persone avessero compreso lo secreto del mio cuore, certe donne, le quali adunate s'erano, dilettandosi l'una ne la compagnia de l'altra, sapeano bene lo mio cuore, però che ciascuna di loro era stata a molte mie sconfitte; ed io passando appresso di loro, sì come da la fortuna menato, fui chiamato da una di queste gentili donne. La donna che m'avea chiamato, era donna di molto leggiadro parlare; sì che quand'io fui giunto dinanzi da loro, e vidi bene che la mia gentilissima donna non era con esse, rassicurandomi le salutai, e domandai che piacesse loro. Le donne erano molte, tra le quali n'avea certe che si rideano tra loro. Altre v'erano che mi guardavano, aspettando che io dovessi dire. Altre v'erano che parlavano tra loro. De le quali una, volgendo li suoi occhi verso me e chiamandomi per nome, disse queste parole: «A che fine ami tu questa tua donna, poi che tu non puoi sostenere la sua presenza? Dilloci, ché certo lo fine di cotale amore conviene che sia novissimo». E poi che m'ebbe dette queste parole, non solamente ella, ma tutte l'altre cominciaro ad attendere in vista la mia risponsione. Allora dissi queste parole loro: «Madonne, lo fine del mio amore fue già lo saluto di questa donna, forse di cui voi intendete, ed in quello dimorava la beatitudine, ché era fine di tutti li miei desiderii. Ma poi che le piacque di negarlo a me, lo mio segnore Amore, la sua merzede, ha posto tutta la mia beatitudine in quello che non mi puote venire meno». Allora queste donne cominciaro a parlare tra loro; e sì come talora vedemo cadere l'acqua mischiata di bella neve, così mi parea udire le loro parole uscire mischiate di sospiri. E poi che alquanto ebbero parlato tra loro, anche mi disse questa donna che m'avea prima parlato, queste parole: «Noi ti preghiamo che tu ne dichi ove sia questa tua beatitudine». Ed io, rispondendo lei, dissi cotanto: «In quelle parole che lodano la donna mia». Allora mi rispuose questa che mi parlava: «Se tu ne dicessi vero, quelle parole che tu n'hai dette in notificando la tua condizione, avrestù operate con altro intendimento». Onde io, pensando a queste parole, quasi vergognoso mi partìo da loro, e venia dicendo fra me medesimo: «Poi che è tanta beatitudine in quelle parole che lodano la mia donna, perché altro parlare è stato lo mio?». E però propuosi di prendere per matera de lo mio parlare sempre mai quello che fosse loda di questa gentilissima; e pensando molto a ciò, pareami avere impresa troppo alta matera quanto a me, sì che non ardia di cominciare; e

così dimorai alquanti dì con disiderio di dire e con paura di cominciare.

XIX

Avvenne poi che passando per uno cammino, lungo lo quale sen gìa uno rivo chiaro molto, a me giunse tanta volontade di dire, che io cominciai a pensare lo modo ch'io tenesse; e pensai che parlare di lei non si convenia che io facesse, se io non parlasse a donne in seconda persona, e non ad ogni donna, ma solamente a coloro che sono gentili e che non sono pure femmine. Allora dico che la mia lingua parlò quasi come per se stessa mossa, e disse: Donne ch'avete intelletto

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d'amore. Queste parole io ripuosi ne la mente con grande letizia, pensando di

prenderle per mio cominciamento; onde poi ritornato a la sopradetta cittade, pensando alquanti die, cominciai una canzone con questo cominciamento, ordinata nel modo che si vedrà di sotto ne la sua divisione. La canzone comincia: Donne ch'avete.

Donne ch'avete intelletto d'amore, i' vo' con voi de la mia donna dire, non perch'io creda sua laude finire, ma ragionar per isfogar la mente. Io dico che pensando il suo valore, Amor sì dolce mi si fa sentire, che s'io allora non perdessi ardire, farei parlando innamorar la gente: E io non vo' parlar sì altamente, ch'io divenisse per temenza vile; ma tratterò del suo stato gentile a respetto di lei leggeramente, donne e donzelle amorose, con vui, ché non è cosa da parlarne altrui. Angelo clama in divino intelletto e dice: «Sire, nel mondo si vede maraviglia ne l'atto che procede d'un'anima che 'nfin quassù risplende». Lo cielo, che non have altro difetto che d'aver lei, al suo segnor la chiede, e ciascun santo ne grida merzede. Sola Pietà nostra parte difende, ché parla Dio, che di madonna intende: «Diletti miei, or sofferite in pace che vostra spene sia quanto me piace là ov' è alcun che perder lei s'attende, e che dirà ne lo inferno: «O malnati, io vidi la speranza de' beati». Madonna è disiata in sommo cielo: or vòi di sua virtù farvi savere. Dico, qual vuol gentil donna parere vada con lei, chè quando va per via, gitta nei cor villani Amore un gelo, per che onne lor pensero agghiaccia e père; e qual soffrisse di starla a vedere diverria nobil cosa, o si morria; E quando trova alcun che degno sia di veder lei, quei prova sua vertute, ché li avvien ciò che li dona salute, e sì l'umilia ch'ogni offesa oblia. Ancor l'ha Dio per maggior grazia dato

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che non pò mal finir chi l'ha parlato. Dice di lei Amor: «Cosa mortale come esser pò sì adorna e sì pura?» Poi la reguarda, e fra se stesso giura che Dio ne 'ntenda di far cosa nova. Color di perle ha quasi in forma, quale convene a donna aver, non for misura; ella è quanto de ben pò far natura; per esemplo di lei bieltà si prova. De li occhi suoi, come ch'ella li mova, escono spirti d'amore inflammati, che fèron li occhi a qual che allor la guati, e passan sì che 'l cor ciascun retrova: voi le vedete Amor pinto nel viso, là 've non pote alcun mirarla fiso. Canzone, io so che tu girai parlando a donne assai, quand'io t'avrò avanzata. Or t'ammonisco, perch'io t'ho allevata per figliuola d'Amor giovane e piana, che là ove giugni tu dichi pregando: «Insegnàtemi gir, ch'io son mandata a quella di cui laude so' adornata». E se non vuoli andar sì come vana, non restare ove sia gente villana; ingègnati, se puoi, d'esser palese solo con donne o con omo cortese, che ti merranno là per via tostana. Tu troverai Amor con esso lei;

raccomàndami a lui come tu dei.

Questa canzone, acciò che sia meglio intesa, la dividerò più artificiosamente che l'altre cose di sopra. E però prima ne fo tre parti: la prima parte è proemio de le sequenti parole; la seconda è lo intento trattato; la terza è quasi una serviziale de le precedenti parole. La seconda comincia quivi: Angelo clama; la terza quivi: Canzone, io so che. La prima parte si divide in quattro: ne la prima dico a cu' io

dicer voglio de la mia donna, e perché io voglio dire; ne la seconda dico quale me pare avere a me stesso quand'io penso lo suo valore, e com'io direi s'io non perdessi l'ardimento; ne la terza dico come credo dire di lei, acciò ch'io non sia impedito da viltà; ne la quarta, ridicendo anche a cui ne intenda dire, dico la cagione per che dico a loro. La seconda comincia quivi: Io dico; la terza quivi: E io non vo' parlar; la quarta: donne e donzelle. Poscia quando dico: Angelo clama,

comincio a trattare di questa donna. E dividesi questa parte in due: ne la prima dico che di lei si comprende in cielo; ne la seconda dico che di lei si comprende in terra, quivi: Madonna è disiata. Questa seconda parte si divide in due; che ne la

prima dico di lei quanto da la parte de la nobilitade de la sua anima, narrando alquanto de le sue vertudi effettive che de la sua anima procedeano; ne la seconda dico di lei quanto da la parte de la nobilitade del suo corpo, narrando

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alquanto de le sue bellezze, quivi: Dice di lei Amor. Questa seconda parte si

divide in due: che ne la prima dico d'alquante bellezze che sono secondo tutta la persona; ne la seconda dico d'alquante bellezze che sono secondo diterminata parte de la persona, quivi: De li occhi suoi. Questa seconda parte si divide in due:

che ne l'una dico deli occhi, li quali sono principio d'amore; ne la seconda dico de la bocca, la quale è fine d'amore. E acciò che quinci si lievi ogni vizioso pensiero, ricòrdisi chi ci legge che di sopra è scritto che lo saluto di questa donna, lo quale era de le operazioni de la bocca sua, fue fine de li miei desiderii mentre ch'io lo potei ricevere. Poscia quando dico: Canzone, io so che tu, aggiungo una stanza

quasi come ancella de l'altre, ne la quale dico quello che di questa mia canzone desidero; e però che questa ultima parte è lieve a intendere, non mi travaglio di più divisioni. Dico bene che, a più aprire lo intendimento di questa canzone, si converrebbe usare di più minute divisioni; ma tuttavia chi non è di tanto ingegno che per queste che sono fatte la possa intendere, a me non dispiace se la mi lascia stare, ché certo io temo d'avere a troppi comunicato lo suo intendimento pur

per queste divisioni che fatte sono, s'elli avvenisse che molti le potessero audire.

XX

Appresso che questa canzone fue alquanto divolgata tra le genti, con ciò fosse cosa che alcuno amico l'udisse, volontade lo mosse a pregare me che io li dovesse dire che è Amore, avendo forse per l'udite parole speranza di me oltre che degna. Onde io pensando che appresso di cotale trattato, bello era trattare alquanto d'Amore, e pensando che l'amico era da servire, propuosi di dire parole ne le quali io trattassi d'Amore; e allora dissi questo sonetto, lo qual comincia: Amore e 'l cor gentil.

Amore e 'l cor gentil sono una cosa, sì come il saggio in suo dittare pone, e così esser l'un sanza l'altro osa com'alma razional sanza ragione. Fàlli natura quand'è amorosa, Amor per sire e 'l cor per sua magione, dentro la qual dormendo si riposa tal volta poca e tal lunga stagione. Bieltate appare in saggia donna pui, che piace a gli occhi sì, che dentro al core nasce un disio de la cosa piacente; e tanto dura talora in costui, che fa svegliar lo spirito d'Amore.

E simil fàce in donna omo valente.

Questo sonetto si divide in due parti: ne la prima dico di lui in quanto è in potenzia; ne la seconda dico di lui in quanto di potenzia si riduce in atto. La seconda comincia quivi: Bieltate appare. La prima si divide in due: ne la prima dico in che

suggetto sia questa potenzia; ne la seconda dico sì come questo suggetto e

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questa potenzia siano produtti in essere, e come l'uno guarda l'altro come forma materia. La seconda comincia quivi: Fàlli natura. Poscia quando dico: Bieltate appare, dico come questa potenzia si riduce in atto; e prima come si riduce in

uomo, poi come si riduce in donna, quivi: E simil fàce in donna.

XXI

Poscia che trattai d'Amore ne la soprascritta rima, vènnemi volontade di volere dire, anche in loda di questa gentilissima, parole per le quali io mostrasse come per lei si sveglia questo Amore, e come non solamente si sveglia là ove dorme, ma là ove non è in potenzia, ella, mirabilemente operando, lo fa venire. E allora dissi questo sonetto, lo quale comincia: Negli occhi porta.

Negli occhi porta la mia donna Amore, per che si fa gentil ciò ch'ella mira; ov'ella passa, ogn'om vèr lei si gira, e cui saluta fa tremar lo core, sì che, bassando il viso, tutto smore, e d'ogni suo difetto allor sospira: fugge dinanzi a lei superbia ed ira. Aiutatemi, donne, farle onore. Ogne dolcezza, ogne pensero umile nasce nel core a chi parlar la sente, ond'è laudato chi prima la vide. Quel ch'ella par quando un poco sorride, non si pò dicer né tenere a mente,

sì è novo miracolo e gentile.

Questo sonetto sì ha tre parti. Ne la prima dico sì come questa donna riduce questa potenzia in atto, secondo la nobilissima parte de li suoi occhi; e ne la terza dico questo medesimo, secondo la nobilissima parte de la sua bocca: e intra queste due parti è una particella, ch'è quasi domandatrice d'aiuto a la precedente parte ed a la sequente, e comincia quivi: Aiutatemi, donne. La terza comincia quivi: Ogne dolcezza. La prima si divide in tre; che ne la prima parte dico sì come

virtuosamente fae gentile tutto ciò che vede, e questo è tanto a dire quanto inducere Amore in potenzia là ove non è; ne la seconda dico come reduce in atto Amore ne li cuori di tutti coloro cui vede; ne la terza dico quello che poi virtuosamente adopera ne' loro cuori. La seconda comincia quivi: ov'ella passa; la terza quivi: e cui saluta. Poscia quando dico: Aiutatemi, donne, do a intendere a

cui la mia intenzione è di parlare, chiamando le donne che m'aiutino onorare costei. Poscia quando dico: Ogne dolcezza, dico quello medesimo che detto è ne

la prima parte, secondo due atti de la sua bocca; l'uno de li quali è lo suo dolcissimo parlare, e l'altro lo suo mirabile riso; salvo che non dico di questo ultimo come adopera ne li cuori altrui, però che la memoria non puote ritenere lui

né sua operazione.

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XXII

Appresso ciò non molti dì passati, sì come piacque al glorioso sire lo quale non negòe la morte a sé, colui che era stato genitore di tanta maraviglia quanta si vedea ch'era questa nobilissima Beatrice, di questa vita uscendo, a la gloria eternale se ne gìo veracemente. Onde, con ciò sia cosa che cotale partire sia doloroso a coloro che rimangono e sono stati amici di colui che se ne va; e nulla sia sì intima amistade come da buon padre a buon figliuolo e da buon figliuolo a buon padre; e questa donna fosse in altissimo grado di bontade, e lo suo padre, sì come da molti si crede e vero è, fosse bono in alto grado; manifesto è che questa donna fue amarissimamente piena di dolore. E con ciò sia cosa che, secondo l'usanza de la sopradetta cittade, donne con donne e uomini con uomini s'adunino a cotale tristizia, molte donne s'adunaro colà dove questa Beatrice piangea pietosamente: onde io veggendo ritornare alquante donne da lei, udio dicere loro parole di questa gentilissima, com'ella si lamentava; tra le quali parole udio che diceano: «Certo ella piange sì, che quale la mirasse doverebbe morire di pietade». Allora trapassaro queste donne; ed io rimasi in tanta tristizia, che alcuna lagrima talora bagnava la mia faccia, onde io mi ricopria con porre le mani spesso a li miei occhi: e se non fosse ch'io attendea audire anche di lei, però ch'io era in luogo onde se ne gìano la maggior parte di quelle donne che da lei si partìano, io mi sarei nascoso incontanente che le lagrime m'aveano assalito. E però dimorando ancora nel medesimo luogo, donne anche passaro presso di me, le quali andavano ragionando tra loro queste parole: «Chi dee mai essere lieta di noi, che avemo udita parlare questa donna così pietosamente?». Appresso costoro passaro altre donne, che veniano dicendo: «Questi ch'è qui, piange né più né meno come se l'avesse veduta, come noi avemo». Altre dipoi diceano di me: «Vedi questi che non pare esso, tal è divenuto». E così passando queste donne, udio parole di lei e di me in questo modo che detto è. Onde io poi, pensando, propuosi di dire parole, acciò che degnamente avea cagione di dire, ne le quali parole io conchiudesse tutto ciò che inteso avea da queste donne; e però che volentieri l'averei domandate, se non mi fosse stata riprensione, presi tanta matera di dire come s'io l'avesse domandate ed elle m'avessero risposto. E feci due sonetti; che nel primo domando in quello modo che voglia mi giunse di domandare; ne l'altro dico la loro risponsione, pigliando ciò ch'io udio da loro sì come lo mi avessero detto rispondendo. E comincia lo primo: Voi che portate la

sembianza umile, e l'altro: Se' tu colui c'hai trattato sovente.

Voi, che portate la sembianza umile, con li occhi bassi mostrando dolore, onde venite che 'l vostro colore par divenuto de pietà simile? Vedeste voi nostra donna gentile bagnar nel viso suo di pianto Amore? Ditelmi, donne, che 'l mi dice il core, perch'io vi veggio andar sanz'atto vile. E se venite da tanta pietate,

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piàcciavi di restar qui meco alquanto, e qual che sia di lei no 'l mi celate. Io veggio li occhi vostri c'hanno pianto, e vèggiovi tornar sì sfigurate,

che 'l cor mi triema di vederne tanto.

Questo sonetto si divide in due parti: ne la prima chiamo e domando queste donne se vegnono da lei, dicendo loro che io lo credo, però che tornano quasi ingentilite; ne la seconda le prego che mi dicano di lei. La seconda comincia quivi: E se venite.

Qui appresso è l'altro sonetto, sì come dinanzi avemo narrato.

Se' tu colui, c'hai trattato sovente di nostra donna, sol parlando a nui? Tu risomigli a la voce ben lui, ma la figura ne par d'altra gente. E perché piangi tu sì coralmente, che fai di te pietà venire altrui? Vedestù pianger lei, che tu non pui punto celar la dolorosa mente? Lascia pianger a noi e triste andare (e fa peccato chi mai ne conforta), che nel suo pianto l'udimmo parlare. Ell'ha nel viso la pietà sì scorta, che qual l'avesse voluta mirare

sarebbe innanzi lei piangendo morta.

Questo sonetto ha quattro parti, secondo che quattro modi di parlare ebbero in loro le donne per cui rispondo; e però che sono di sopra assai manifesti, non m'intrametto di narrare la sentenzia de le parti, e però le distinguo solamente. La seconda comincia quivi: E perché piangi; la terza: Lascia pianger a noi; la quarta:

Ell'ha nel viso.

XXIII

Appresso ciò per pochi dì, avvenne che in alcuna parte de la mia persona mi giunse una dolorosa infermitade, onde io continuamente soffersi per nove dì amarissima pena; la quale mi condusse a tanta debolezza, che me convenia stare come coloro li quali non si possono muovere. Io dico che ne lo nono giorno, sentendo me dolere quasi intollerabilmente, a me giunse uno pensero, lo quale era de la mia donna. E quando èi pensato alquanto di lei, ed io ritornai pensando a la mia debilitata vita; e veggendo come leggero era lo suo durare, ancora che sana fosse, sì cominciai a piangere fra me stesso di tanta miseria. Onde, sospirando forte, dicea fra me medesimo: «Di necessitade convene che la gentilissima Beatrice alcuna volta si muoia». E però mi giunse uno sì forte

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smarrimento, che chiusi li occhi e cominciai a travagliare sì come farnetica persona ed a imaginare in questo modo; che ne lo incominciamento de lo errare che fece la mia fantasia, apparvero a me certi visi di donne scapigliate, che mi diceano: «Tu pur morrai»; e poi, dopo queste donne, m'apparvero certi visi diversi e orribili a vedere, li quali mi diceano: «Tu se' morto». Così cominciando ad errare la mia fantasia, venni a quello ch'io non sapea ove io mi fosse; e vedere mi parea donne andare scapigliate piangendo per via, maravigliosamente triste; e pareami vedere lo sole oscurare, sì che le stelle si mostravano di colore ch'elle mi faceano giudicare che piangessero; e pareami che li uccelli volando per l'aria cadessero morti, e che fossero grandissimi terremuoti. E maravigliandomi in cotale fantasia, e paventando assai, imaginai alcuno amico che mi venisse a dire: «Or non sai? la tua mirabile donna è partita di questo secolo». Allora cominciai a piangere molto pietosamente; e non solamente piangea ne la imaginazione, ma piangea con li occhi, bagnandoli di vere lagrime. Io imaginava di guardare verso lo cielo, e pareami vedere moltitudine d'angeli li quali tornassero in suso, ed aveano dinanzi da loro una nebuletta bianchissima. A me parea che questi angeli cantassero gloriosamente, e le parole del loro canto mi parea udire che fossero queste: Osanna in excelsis; ed altro non mi parea udire. Allora mi parea che lo cuore, ove

era tanto amore, mi dicesse: «Vero è che morta giace la nostra donna». E per questo mi parea andare per vedere lo corpo ne lo quale era stata quella nobilissima e beata anima; e fue sì forte la erronea fantasia, che mi mostrò questa donna morta: e pareami che donne la covrissero, cioè la sua testa, con uno bianco velo; e pareami che la sua faccia avesse tanto aspetto d'umilitade che parea che dicesse: «Io sono a vedere lo principio de la pace». In questa imaginazione mi giunse tanta umilitade per vedere lei, che io chiamava la Morte, e dicea: «Dolcissima Morte, vieni a me, e non m'essere villana, però che tu dèi essere gentile, in tal parte se' stata! Or vieni a me, che molto ti desidero; e tu lo vedi, ché io porto già lo tuo colore». E quando io avea veduto compiere tutti li dolorosi mestieri che a le còrpora de li morti s'usano di fare, mi parea tornare ne la mia camera, e quivi mi parea guardare verso lo cielo; e sì forte era la mia imaginazione, che piangendo incominciai a dire con verace voce: «Oi anima bellissima, come è beato colui che ti vede!». E dicendo io queste parole con doloroso singulto di pianto, e chiamando la Morte che venisse a me, una donna giovane e gentile, la quale era lungo lo mio letto, credendo che lo mio piangere e le mie parole fossero solamente per lo dolore de la mia infermitade, con grande paura cominciò a piangere. Onde altre donne che per la camera erano, s'accorsero di me, che io piangea, per lo pianto che vedeano fare a questa; onde faccendo lei partire da me, la quale era meco di propinquissima sanguinitade congiunta, elle si trassero verso me per isvegliarmi, credendo che io sognasse, e dicèanmi: «Non dormire più» e «Non ti sconfortare». E parlandomi così, sì mi cessò la forte fantasia entro in quello punto ch'eo volea dicere: «O Beatrice, benedetta sie tu»; e già detto avea «O Beatrice», quando riscotendomi apersi li occhi, e vidi che io era ingannato. E con tutto che io chiamasse questo nome, la mia voce era sì rotta dal singulto del piangere, che queste donne non mi potero intendere, secondo il mio parere; e avvegna che io vergognasse molto, tuttavia per alcuno ammonimento d'Amore mi rivolsi a loro. E quando mi videro, cominciaro a dire: «Questi pare morto», e a dire tra loro: «Procuriamo di

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confortarlo»; onde molte parole mi diceano da confortarmi, e talora mi domandavano di che io avesse avuto paura. Onde io essendo alquanto riconfortato, e conosciuto lo fallace imaginare, rispuosi a loro: «Io vi diròe quello ch'i' hoe avuto». Allora, cominciandomi dal principio infino a la fine, dissi loro quello che veduto avea, tacendo lo nome di questa gentilissima. Onde poi sanato di questa infermitade, propuosi di dire parole di questo che m'era addivenuto, però che mi parea che fosse amorosa cosa da udire; e però ne dissi questa canzone: Donna pietosa, e di novella etate, ordinata sì come manifesta la infrascritta

divisione.

Donna pietosa, e di novella etate, adorna assai di gentilezze umane, che era là 'v'io chiamava spesso Morte, veggendo li occhi miei pien di pietate, e ascoltando le parole vane, si mosse con paura a pianger forte; E altre donne, che si fuoro accorte di me per quella che meco piangia, fecer lei partir via, e appressârsi per farmi sentire. Qual dicea: «Non dormire», e qual dicea: «Perché sì ti sconforte?» Allor lassai la nova fantasia, chiamando il nome de la donna mia. Era la voce mia sì dolorosa e rotta sì da l'angoscia del pianto, ch'io solo intesi il nome nel mio core; e con tutta la vista vergognosa ch'era nel viso mio giunta cotanto, mi fece verso lor volgere Amore. Elli era tale a veder mio colore, che facea ragionar di morte altrui: «Deh, consoliam costui,» pregava l'una l'altra umilemente; e dicevan sovente: «Che vedestù, che tu non hai valore?» E quando un poco confortato fui, io dissi: «Donne, dicerollo a vui. Mentr'io pensava la mia frale vita, e vedea 'l suo durar com'è leggero, piànsemi Amor nel core, ove dimora; per che l'anima mia fu sì smarrita, che sospirando dicea nel pensero: - Ben converrà che la mia donna mora! - Io presi tanto smarrimento allora, ch'io chiusi li occhi vilmente gravati, e furon sì smagati

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li spirti miei, che ciascun giva errando; e poscia imaginando, di conoscenza e di verità fora, visi di donne m'apparver crucciati, che mi dicean pur: - Morràti, morràti -. Poi vidi cose dubitose molte, nel vano imaginare ov'io entrai; ed esser mi parea non so in qual loco, e veder donne andar per via disciolte, qual lagrimando, e qual traendo guai, che di tristizia saettavan foco. Poi mi parve vedere a poco a poco turbar lo sole ed apparir la stella, e pianger elli ed ella; cader li augelli volando per l'âre, e la terra tremare; ed omo apparve scolorito e fioco, dicendomi: - Che fai? Non sai novella? morta è la donna tua, ch'era sì bella -. Levava li occhi miei bagnati in pianti, e vedea (che parean pioggia di manna) li angeli che tornavan suso in cielo, ed una nuvoletta avean davanti, dopo la qual gridavan tutti: Osanna;

e s'altro avesser detto, a voi dirèlo. Allor diceva Amor: - Più nol ti celo; vieni a veder nostra donna che giace. - Lo imaginar fallace mi condusse a veder madonna morta; e quand'io l'avea scorta, vedea che donne la covrìan d'un velo; ed avea seco umilità verace, che parea che dicesse: - Io sono in pace. - Io divenia nel dolor sì umile, veggendo in lei tanta umiltà formata, ch'io dicea: - Morte, assai dolce ti tegno; tu dèi omai esser cosa gentile, poi che tu se' ne la mia donna stata, e dèi aver pietate e non disdegno. Vedi che sì desideroso vegno d'esser de' tuoi, ch'io ti somiglio in fede. Vieni, ché 'l cor te chiede.- Poi mi partìa, consumato ogne duolo; e quand'io era solo, dicea, guardando verso l'alto regno: - Beato, anima bella, chi te vede! -

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Voi mi chiamaste allor, vostra merzede.»

Questa canzone ha due parti: ne la prima dico, parlando a indiffinita persona, come io fui levato d'una vana fantasia da certe donne, e come promisi loro di dirla; ne la seconda dico come io dissi a loro. La seconda comincia quivi: Mentr'io pensava. La prima parte si divide in due: ne la prima dico quello che certe donne,

e che una sola, dissero e fecero per la mia fantasia, quanto è dinanzi che io fossi tornato in verace condizione; ne la seconda dico quello che queste donne mi dissero, poi che io lasciai questo farneticare; e comincia questa parte quivi: Era la voce mia. Poscia quando dico: Mentr'io pensava, dico come io dissi loro questa

mia imaginazione. Ed intorno a ciò foe due parti: ne la prima dico per ordine questa imaginazione; ne la seconda, dicendo a che ora mi chiamaro, le ringrazio chiusamente; e comincia quivi questa parte: Voi mi chiamaste.

XXIV

Appresso questa vana imaginazione, avvenne uno die che, sedendo io pensoso in alcuna parte, ed io mi sentio cominciare un tremuoto nel cuore, così come se io fosse stato presente a questa donna. Allora dico che mi giunse una imaginazione d'Amore; che mi parve vederlo venire da quella parte ove la mia donna stava, e pareami che lietamente mi dicesse nel cor mio: «Pensa di benedicere lo dì che io ti presi, però che tu lo dèi fare». E certo me parea avere lo cuore sì lieto, che me non parea che fosse lo mio cuore, per la sua nuova condizione. E poco dopo queste parole, che lo cuore mi disse con la lingua d'Amore, io vidi venire verso me una gentile donna, la quale era di famosa bieltade, e fue già molto donna di questo primo mio amico. E lo nome di questa donna era Giovanna, salvo che per la sua bieltade, secondo che altri crede, imposto l'era nome Primavera; e così era chiamata. E appresso lei, guardando, vidi venire la mirabile Beatrice. Queste donne andaro presso di me così l'una appresso l'altra, e parve che Amore mi parlasse nel cuore, e dicesse: «Quella prima è nominata Primavera solo per questa venuta d'oggi; ché io mossi lo imponitore del nome a chiamarla così Primavera, cioè prima verrà lo die che Beatrice si mosterrà dopo la imaginazione del suo fedele. E se anche vòli considerare lo primo nome suo, tanto è quanto dire 'prima verrà', però che lo suo nome Giovanna è da quello Giovanni lo quale precedette la verace luce, dicendo: Ego vox clamantis in deserto: parate viam Domini. Ed anche mi parve che mi dicesse, dopo, queste parole: «E chi volesse

sottilmente considerare, quella Beatrice chiamerebbe Amore, per molta simiglianza che ha meco». Onde io poi ripensando, propuosi di scrivere per rima a lo mio primo amico, tacendomi certe parole le quali pareano da tacere, credendo io che ancora lo suo cuore mirasse la bieltade di questa Primavera gentile; e dissi questo sonetto, lo quale comincia: Io mi senti' svegliar.

Io mi senti' svegliar dentro a lo core un spirito amoroso che dormia: e poi vidi venir da lungi Amore allegro sì, che appena il conoscia,

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dicendo: «Or pensa pur di farmi onore»; e ciascuna parola sua ridia. E poco stando meco il mio segnore, guardando in quella parte onde venia, io vidi monna Vanna e monna Bice venir invêr lo loco là ov'io era, l'una appresso de l'altra maraviglia; e sì come la mente mi ridice, Amor mi disse: «Quell'è Primavera,

e quell'ha nome Amor, sì mi somiglia».

Questo sonetto ha molte parti: la prima de le quali dice come io mi sentii svegliare lo tremore usato nel cuore, e come parve che Amore m'apparisse allegro nel mio cuore da lunga parte; la seconda dice come me parea che Amore mi dicesse nel mio cuore, e quale mi parea; la terza dice come, poi che questi fue alquanto stato meco cotale, io vidi e udio certe cose. La seconda parte comincia quivi: dicendo: Or pensa; la terza quivi: E poco stando. La terza parte si divide in due: ne la prima

dico quello che io vidi; ne la seconda dico quello che io udio. La seconda comincia quivi: Amor mi disse.

XXV

Potrebbe qui dubitare persona degna da dichiararle onne dubitazione, e dubitare potrebbe di ciò che io dico d'Amore come se fosse una cosa per sé, e non solamente sustanzia intelligente ma sì come fosse sustanzia corporale: la quale cosa, secondo la veritate, è falsa; ché Amore non è per sé sì come sustanzia, ma è uno accidente in sustanzia. E che io dica di lui come se fosse corpo, ancora sì come se fosse uomo, appare per tre cose che dico di lui. Dico che lo vidi venire; onde, con ciò sia cosa che venire dica moto locale, e localmente mobile per sé, secondo lo Filosofo, sia solamente corpo, appare che io ponga Amore essere corpo. Dico anche di lui che ridea, e anche che parlava; le quali cose paiono essere proprie de l'uomo, e spezialmente essere risibile; e però appare ch'io ponga lui essere uomo. A cotale cosa dichiarare, secondo che è buono a presente, prima è da intendere che anticamente non erano dicitori d'amore in lingua volgare, anzi erano dicitori d'amore certi poete in lingua latina; tra noi, dico (avvegna forse che tra altra gente addivenisse e addivegna ancora, sì come in Grecia), non volgari ma litterati poete queste cose trattavano. E non è molto numero d'anni passati, che appariro prima questi poete volgari; ché dire per rima in volgare tanto è quanto dire per versi in latino, secondo alcuna proporzione. E segno che sia picciolo tempo, è che, se volemo cercare in lingua d'oco e in quella di sì, noi non troviamo cose dette anzi lo presente tempo per cento e cinquanta

anni. E la cagione per che alquanti grossi ebbero fama di sapere dire, è che quasi fuoro li primi che dissero in lingua di sì. E lo primo che cominciò a dire sì come

poeta volgare, si mosse però che volle fare intendere le sue parole a donna, a la quale era malagevole d'intendere li versi latini. E questo è contra coloro che rìmano sopra altra matera che amorosa, con ciò sia cosa che cotale modo di

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parlare fosse dal principio trovato per dire d'amore. Onde, con ciò sia cosa che a li poete sia conceduta maggiore licenza di parlare che a li prosaici dittatori, e questi dicitori per rima non siano altro che poete volgari, degno e ragionevole è che a loro sia maggiore licenzia largita di parlare che a li altri parlatori volgari; onde, se alcuna figura o colore rettorico è conceduto a li poete, conceduto è a li rimatori. Dunque, se noi vedemo che li poete hanno parlato a le cose inanimate sì come se avessero senso e ragione, e fàttele parlare insieme; e non solamente cose vere, ma cose non vere, cioè che detto hanno, di cose le quali non sono, che parlano, e detto che molti accidenti parlano, sì come se fossero sustanzie ed uomini; degno è lo dicitore per rima di fare lo somigliante, ma non sanza ragione alcuna, ma con ragione, la quale poi sia possibile d'aprire per prosa. Che li poete abbiano così parlato come detto è, appare per Virgilio; lo quale dice che Juno, cioè una dea nemica de li Troiani, parlòe ad Eolo, segnore de li venti, quivi nel primo de lo Eneida: Eole, namque tibi, e che questo segnore le rispuose, quivi: Tuus, o regina, quid optes explorare labor; mihi jussa capessere fas est. Per questo

medesimo poeta parla la cosa che non è animata a le cose animate, nel terzo de lo Eneida, quivi: Dardanide duri. Per Lucano parla la cosa animata a la cosa inanimata, quivi: Multum, Roma, tamen, debes civilibus, armis. Per Orazio parla

l'uomo a la sua scienzia medesima, sì come ad altra persona; e non solamente sono parole d'Orazio, ma dìcele quasi recitando lo modo del buono Omero, quivi ne la sua Poètria: Dic mihi, Musa, virum. Per Ovidio parla Amore, sì come se fosse persona umana, ne lo principio de lo libro c'ha nome Libro di Remedio d'Amore, quivi: Bella mihi, video, bella parantur, ait. E per questo puote essere

manifesto a chi dubita in alcuna parte di questo mio libello. E acciò che non ne pigli alcuna baldanza persona grossa, dico che né li poete parlavano così sanza ragione, né quelli che rìmano dèono parlare così, non avendo alcuno ragionamento in loro di quello che dicono; però che grande vergogna sarebbe a colui che rimasse cose sotto vesta di figura o di colore rettorico, e poscia, domandato, non sapesse denudare le sue parole da cotale vesta, in guisa che avessero verace intendimento. E questo mio primo amico e io ne sapemo bene di

quelli che così rìmano stoltamente.

XXVI

Questa gentilissima donna, di cui ragionato è ne le precedenti parole, venne in tanta grazia de le genti, che quando passava per via, le persone correano per vedere lei; onde mirabile letizia me ne giungea. E quando ella fosse presso d'alcuno, tanta onestade giungea nel cuore di quello, che non ardia di levare li occhi, né di rispondere a lo suo saluto; e di questo molti, sì come esperti, mi potrebbero testimoniare a chi non lo credesse. Ella coronata e vestita d'umilitade s'andava, nulla gloria mostrando di ciò ch'ella vedea e udia. Diceano molti, poi che passata era: «Questa non è femmina, anzi è uno de li bellissimi angeli del cielo». E altri diceano: «Questa è una maraviglia; che benedetto sia lo Segnore, che sì mirabilemente sae adoperare!». Io dico ch'ella si mostrava sì gentile e sì piena di tutti li piaceri, che quelli che la miravano comprendeano in loro una dolcezza onesta e soave, tanto che ridìcere non lo sapeano; né alcuno era lo quale potesse

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mirare lei, che nel principio nol convenisse sospirare. Queste e più mirabili cose da lei procedeano virtuosamente: onde io pensando a ciò, volendo ripigliare lo stilo de la sua loda, propuosi di dicere parole, ne le quali io dessi ad intendere de le sue mirabili ed eccellenti operazioni; acciò che non pur coloro che la poteano sensibilmente vedere, ma li altri sappiano di lei quello che le parole ne possono fare intendere. Allora dissi questo sonetto, lo quale comincia: Tanto gentile.

Tanto gentile e tanto onesta pare la donna mia, quand'ella altrui saluta, ch'ogne lingua deven tremando muta, e li occhi no l'ardiscon di guardare. Ella si va, sentendosi laudare, benignamente d'umiltà vestuta; e par che sia una cosa venuta da cielo in terra a miracol mostrare. Mòstrasi sì piacente a chi la mira, che dà per li occhi una dolcezza al core, che 'ntender no la può chi non la prova: e par che de la sua labbia si mova un spirito soave pien d'amore,

che va dicendo a l'anima: «Sospira!»

Questo sonetto è sì piano ad intendere, per quello che narrato è dinanzi, che non abbisogna d'alcuna divisione; e però lassando lui, [XXVII] dico che questa mia donna venne in tanta grazia, che non solamente ella era onorata e laudata, ma per lei erano onorate e laudate molte. Ond'io, veggendo ciò e volendo manifestare a chi ciò non vedea, propuosi anche di dire parole ne le quali ciò fosse significato: e dissi allora questo altro sonetto, che comincia: Vede perfettamente ogne salute,

lo quale narra di lei come la sua vertude adoperava ne l'altre, sì come appare ne

la sua divisione.

Vede perfettamente ogne salute chi la mia donna tra le donne vede; quelle che vanno con lei son tenute di bella grazia a Dio render merzede. E sua bieltate è di tanta vertute, che nulla invidia a l'altre ne procede, anzi le face andar seco vestute di gentilezza d'amore e di fede. La vista sua fa ogne cosa umile; e non fa sola sé parer piacente, ma ciascuna per lei riceve onore. Ed è ne li atti suoi tanto gentile, che nessun la si può recare a mente,

che non sospiri in dolcezza d'amore.

Questo sonetto ha tre parti: ne la prima dico tra che gente questa donna più

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mirabile parea; ne la seconda dico sì come era graziosa la sua compagnia; ne la terza dico di quelle cose che vertuosamente operava in altrui. La seconda parte comincia quivi: quelle che vanno; la terza quivi: E sua bieltate. Questa ultima parte

si divide in tre: ne la prima dico quello che operava ne le donne, cio è per loro medesime; ne la seconda dico quello che operava in loro per altrui; ne la terza dico come non solamente ne le donne, ma in tutte le persone, e non solamente ne la sua presenzia, ma ricordandosi di lei, mirabilmente operava. La seconda comincia quivi: La vista sua; e la terza quivi: Ed è ne li atti.

XXVII

[XXVIII] Appresso ciò, cominciai a pensare uno giorno sopra quello che detto avea de la mia donna, cio è in questi due sonetti precedenti; e veggendo nel mio pensero che io non avea detto di quello che al presente tempo adoperava in me, pareami defettivamente avere parlato. E però propuosi di dire parole ne le quali io dicesse come me parea essere disposto a la sua operazione, e come operava in me la sua vertude; e non credendo potere ciò narrare in brevitade di sonetto, cominciai allora una canzone, la quale comincia: Sì lungiamente.

Sì lungiamente m'ha tenuto Amore e costumato a la sua segnoria, che sì com'elli m'era forte in pria, così mi sta soave ora nel core. Però quando mi tolle sì 'l valore che li spiriti par che fuggan via, allor sente la frale anima mia tanta dolcezza, che 'l viso ne smore, poi prende Amore in me tanta vertute, che fa li miei sospiri gir parlando, ed escon for chiamando la donna mia, per darmi più salute. Questo m'avene ovunque ella mi vede,

e sì è cosa umìl, che nol si crede.

XXVIII

[XXIX] Quomodo sedet sola civitas plena populo! facta est quasi vidua domina gentium. Io era nel proponimento ancora di questa canzone, e compiuta n'avea

questa soprascritta stanzia, quando lo signore de la giustizia chiamòe questa gentilissima a gloriare sotto la insegna di quella regina benedetta virgo Maria, lo cui nome fue in grandissima reverenzia ne le parole di questa Beatrice beata. E avvegna che forse piacerebbe a presente trattare alquanto de la sua partita da noi, non è lo mio intendimento di trattarne qui per tre ragioni: la prima è che ciò non è del presente proposito, se volemo guardare nel proemio che precede questo libello; la seconda si è che, posto che fosse del presente proposito, ancora non sarebbe sufficiente la mia lingua a trattare, come si converrebbe, di ciò; la

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terza si è che, posto che fosse l'uno e l'altro, non è convenevole a me trattare di ciò, per quello che, trattando, converrebbe essere me laudatore di me medesimo, la quale cosa è al postutto biasimevole a chi lo fae: e però lascio cotale trattato ad altro chiosatore. Tuttavia, però che molte volte lo numero del nove ha preso luogo tra le parole dinanzi, onde pare che sia non sanza ragione, e ne la sua partita cotale numero pare che avesse molto luogo, convènesi di dire quindi alcuna cosa, acciò che pare al proposito convenirsi. Onde prima dicerò come ebbe luogo ne la sua partita, e poi n'assegnerò alcuna ragione, per che questo numero fue a lei

cotanto amico.

XXIX

[XXX] Io dico che, secondo l'usanza d'Arabia, l'anima sua nobilissima si partìo ne la prima ora del nono giorno del mese; e secondo l'usanza di Siria, ella si partìo nel nono mese de l'anno, però che lo primo mese è ivi Tisirin primo, lo quale a noi è Ottobre; e secondo l'usanza nostra, ella si partìo in quello anno de la nostra indizione, cioè de li anni Domini, in cui lo perfetto numero nove volte era compiuto in quello centinaio nel quale in questo mondo ella fue posta, ed ella fue de li cristiani del terzodecimo centinaio. Perché questo numero fosse in tanto amico di lei, questa potrebbe essere una ragione: con ciò sia cosa che, secondo Tolomeo e secondo la cristiana veritade, nove siano li cieli che si muovono, e secondo comune opinione astrologa, li detti cieli adoperino qua giuso secondo la loro abitudine insieme, questo numero fue amico di lei per dare ad intendere che ne la sua generazione tutti e nove li mobili cieli perfettissimamente s'aveano insieme. Questa è una ragione di ciò; ma più sottilmente pensando, e secondo la infallibile veritade, questo numero fue ella medesima; per similitudine dico, e ciò intendo così. Lo numero del tre è la radice del nove, però che sanza numero altro alcuno, per se medesimo fa nove, sì come vedemo manifestamente che tre via tre fa nove. Dunque se lo tre è fattore per sè medesimo del nove, e lo fattore per sè medesimo de li miracoli è tre, cioè Padre e Figlio e Spirito Santo, li quali sono tre e uno, questa donna fue accompagnata da questo numero del nove a dare ad intendere ch'ella era uno nove, cioè uno miracolo, la cui radice, cioè del miracolo, è solamente la mirabile Trinitade. Forse ancora per più sottile persona si vederebbe in ciò più sottile ragione; ma questa è quella ch'io ne veggio, e che più

mi piace.

XXX

[XXXI] Poi che fue partita da questo secolo, rimase tutta la sopradetta cittade quasi vedova dispogliata da ogni dignitade; onde io, ancora lagrimando in questa desolata cittade, scrissi a li prìncipi de la terra alquanto de la sua condizione, pigliando quello cominciamento di Geremia profeta che dice: Quomodo sedet sola civitas. E questo dico, acciò che altri non si maravigli perché io l'abbia allegato di

sopra, quasi come entrata de la nuova materia che appresso vene. E se alcuno volesse me riprendere di ciò, ch'io non scrivo qui le parole che sèguitano a quelle allegate, escùsomene, però che lo intendimento mio non fue dal principio di

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scrivere altro che per volgare: onde, con ciò sia cosa che le parole che sèguitano a quelle che sono allegate siano tutte latine, sarebbe fuori del mio intendimento se le scrivessi. E simile intenzione so ch'ebbe questo mio primo amico, a cui io ciò

scrivo, cioè ch'io li scrivessi solamente volgare.

XXXI

[XXXII] Poi che li miei occhi ebbero per alquanto tempo lagrimato, e tanto affaticati erano che non poteano disfogare la mia trestizia, pensai di volere disfogarla con alquante parole dolorose; e però propuosi di fare una canzone, ne la quale piangendo ragionassi di lei, per cui tanto dolore era fatto distruggitore de l'anima mia; e cominciai allora una canzone, la quale comincia: Li occhi dolenti per pietà del core. E acciò che questa canzone paia rimanere più vedova dopo lo suo fine,

la dividerò prima che io la scriva: e cotale modo terrò da qui innanzi. Io dico che questa cattivella canzone ha tre parti: la prima è proemio; ne la seconda ragiono di lei; ne la terza parlo a la canzone pietosamente. La seconda parte comincia quivi: Ita n'è Beatrice; la terza quivi: Pietosa mia canzone. La prima parte si divide

in tre: ne la prima dico perché io mi muovo a dire; ne la seconda dico a cui io voglio dire; ne la terza dico di cui io voglio dire. La seconda comincia quivi: E perché me ricorda; la terza quivi: e dicerò. Poscia quando dico: Ita n'è Beatrice,

ragiono di lei; e intorno a ciò foe due parti: prima dico la cagione per che tolta ne fue; appresso dico come altri si piange de la sua partita, e comincia questa parte quivi: Partìssi de la sua. Questa parte si divide in tre: ne la prima dico chi non la

piange; ne la seconda dico chi la piange; ne la terza dico de la mia condizione. La seconda comincia quivi: ma ven trestizia e voglia; la terza quivi: Dànnomi angoscia. Poscia quando dico: Pietosa mia canzone, parlo a questa canzone,

disegnandole a quali donne se ne vada, e stèasi con loro.

Li occhi dolenti per pietà del core hanno di lagrimar sofferta pena, sì che per vinti son remasi omai. Ora, s'i' voglio sfogar lo dolore, che a poco a poco a la morte mi mena, convènemi parlar traendo guai. E perché me ricorda ch'io parlai de la mia donna, mentre che vivia, donne gentili, volontier con vui, non vòi parlare altrui, se non a cor gentil che in donna sia; e dicerò di lei piangendo, pui che si n'è gita in ciel subitamente, e ha lasciato Amor meco dolente. Ita n'è Beatrice in l'alto cielo, nel reame ove li angeli hanno pace, e sta con loro, e voi, donne, ha lassate: no la ci tolse qualità di gelo

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né di calore, come l'altre face, ma solo fue sua gran benignitate; ché luce de la sua umilitate passò li cieli con tanta vertute, che fé maravigliar l'etterno sire, sì che dolce disire lo giunse di chiamar tanta salute; e félla di qua giù a sé venire, perché vedea ch'esta vita noiosa non era degna di sì gentil cosa. Partìssi de la sua bella persona, piena di grazia, l'anima gentile, ed èssi gloriosa in loco degno. Chi no la piange, quando ne ragiona, core ha di pietra sì malvagio e vile, ch'entrar no 'i puote spirito benegno. Non è di cor villan sì alto ingegno, che possa imaginar di lei alquanto, e però no li ven di pianger doglia; ma ven trestizia e voglia di sospirare e di morir di pianto, e d'onne consolar l'anima spoglia, chi vede nel pensero alcuna volta quale ella fue, e com'ella n'è tolta. Dànnomi angoscia li sospiri forte, quando 'l pensero ne la mente grave mi reca quella che m'ha 'l cor diviso; e spesse fiate pensando a la morte, vènemene un disio tanto soave, che mi tramuta lo color nel viso. E quando 'l maginar mi ven ben fiso, giùgnemi tanta pena d'ogne parte, ch'io mi riscuoto per dolor ch'i' sento; e sì fatto divento, che da le genti vergogna mi parte. Poscia piangendo, sol nel mio lamento chiamo Beatrice, e dico: - Or se' tu morta? -; e mentre ch'io la chiamo, me conforta. Pianger di doglia e sospirar d'angoscia mi strugge 'l core ovunque sol mi trovo, sì che ne 'ncrescerebbe a chi m'audesse: e quale è stata la mia vita, poscia che la mia donna andò nel secol novo, lingua non è che dicer lo sapesse. E però, donne mie, pur ch'io volesse, non vi saprei io dir ben quel ch'io sono, sì mi fa travagliar l'acerba vita;

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la quale è sì 'nvilita, che ogn'om par che mi dica: - Io t'abbandono -, veggendo la mia labbia tramortita. Ma qual ch'io sia, la mia donna il si vede, ed io ne spero ancor da lei merzede. Pietosa mia canzone, or va piangendo, e ritruova le donne e le donzelle, a cui le tue sorelle erano usate di portar letizia; e tu, che se' figliuola di trestizia,

vatten disconsolata a star con elle.

XXXII

[XXXIII] Poi che detta fue questa canzone, sì venne a me uno, lo quale, secondo li gradi de l'amistade, è amico a me immediatamente dopo lo primo; e questi fue tanto distretto di sanguinitade con questa gloriosa, che nullo più presso l'era. E poi che fue meco a ragionare, mi pregòe ch'io li dovesse dire alcuna cosa per una donna che s'era morta; e simulava sue parole, acciò che paresse che dicesse d'un'altra, la quale morta era certamente. Onde io accorgendomi che questi d icea solamente per questa benedetta, sì li dissi di fare ciò che mi domandava lo suo prego. Onde poi pensando a ciò, propuosi di fare uno sonetto nel quale mi lamentasse alquanto, e di darlo a questo mio amico, acciò che paresse che per lui l'avessi fatto; e dissi allora questo sonetto, che comincia: Venite a 'ntender li sospiri miei. Lo quale ha due parti: ne la prima, chiamo li fedeli d'Amore che m'

intendano; ne la seconda, narro de la mia misera condizione. La seconda comincia quivi: li quai disconsolati.

Venite a 'ntender li sospiri miei, oi cor gentili, chè pietà 'l disia: li quai disconsolati vanno via, e s'e' non fosser, di dolor morrei; però che gli occhi mi sarebber rei, molte fiate più ch'io non vorria, lasso! di pianger sì la donna mia, che sfogasser lo cor, piangendo lei. Voi udirete lor chiamar sovente la mia donna gentil, che si n'è gita al secol degno de la sua vertute; e dispregiar talora questa vita in persona de l'anima dolente

abbandonata de la sua salute.

XXXIII

[XXXIV] Poi che detto èi questo sonetto, pensandomi chi questi era a cui lo

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intendea dare quasi come per lui fatto, vidi che povero mi parea lo servigio e nudo a così distretta persona di questa gloriosa. E però anzi ch'io li dessi questo soprascritto sonetto, sì dissi due stanzie d'una canzone, l'una per costui veracemente, e l'altra per me, avvegna che paia l'una e l'altra per una persona detta, a chi non guarda sottilmente; ma chi sottilmente le mira, vede bene che diverse persone parlano, acciò che l'una non chiama sua donna costei, e l'altra sì, come appare manifestamente. Questa canzone e questo soprascritto sonetto li diedi, dicendo io lui che per lui solo fatto l'avea. La canzone comincia: Quantunque volte, e ha due parti: ne l'una, cioè ne la prima stanzia, si lamenta

questo mio caro e distretto a lei; ne la seconda mi lamento io, cioè ne l'altra stanzia si comincia: E' si raccoglie ne li miei. E così appare che in questa canzone

si lamentano due persone, l'una de le quali si lamenta come frate, l'altra come

servo.

Quantunque volte, lasso! , mi rimembra ch'io non debbo giammai veder la donna ond'io vo sì dolente, tanto dolore intorno 'l cor m'assembra la dolorosa mente, ch'io dico: - Anima mia, chè non ten vai? chè li tormenti che tu porterai nel secol, che t'è già tanto noio, mi fan pensoso di paura forte -. Ond'io chiamo la Morte, come soave e dolce mio riposo; e dico: - Vieni a me - con tanto amore, che sono astioso di chiunque more. E si raccoglie ne li miei sospiri un sòno di pietate, che va chiamando Morte tuttavia: a lei si volser tutti i miei disiri, quando la donna mia fu giunta da la sua crudelitate; perché 'l piacere de la sua bieltate, partendo sé da la nostra veduta, divenne spirital bellezza grande, che per lo cielo spande luce d'amor, che li angeli saluta e lo intelletto loro alto, sottile

face maravigliar, sì v'è gentile.

XXXIV

[XXXV] In quello giorno nel quale si compiea l'anno che questa donna era fatta de li cittadini di vita eterna, io mi sedea in parte ne la quale, ricordandomi di lei, disegnava uno angelo sopra certe tavolette; e mentre io lo disegnava, volsi li

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occhi, e vidi lungo me uomini a li quali si convenia di fare onore. E riguardavano quello che io facea; e secondo che me fu detto poi, elli erano stati già alquanto anzi che io me ne accorgesse. Quando li vidi, mi levai, e salutando loro dissi: «Altri era testé meco, però pensava». Onde partiti costoro, ritornàimi a la mia opera, cioè del disegnare figure d'angeli: e facendo ciò, mi venne uno pensero di dire parole, quasi per annovale, e scrivere a costoro li quali erano venuti a me; e dissi allora questo sonetto, lo quale comincia: Era venuta. Lo quale ha due

cominciamenti, e però lo dividerò secondo l'uno e secondo l'altro. Dico che secondo lo primo, questo sonetto ha tre parti: ne la prima, dico che questa donna era già ne la mia memoria; ne la seconda, dico quello che Amore però mi facea; ne la terza, dico de gli effetti d'Amore. La seconda comincia quivi: Amor che; la terza quivi: Piangendo uscivan for. Questa parte si divide in due: ne l'una dico che

tutti li miei sospiri uscivano parlando; ne la seconda dico che alquanti diceano certe parole diverse da gli altri. La seconda comincia quivi: Ma quei. Per questo

medesimo modo si divide secondo l'altro cominciamento, salvo che ne la prima parte dico quando questa donna era così venuta ne la mia memoria, e ciò non

dico ne l'altro.

Primo cominciamento

Era venuta ne la mente mia la gentil donna che per suo valore fu posta da l'altissimo Signore

nel ciel de l'umiltate, ov'è Maria.

Secondo cominciamento

Era venuta ne la mente mia quella donna gentil cui piange Amore. Entro 'n quel punto che lo suo valore vi trasse a riguardar quel ch'eo facia. Amor che ne la mente la sentia, s'era svegliato nel destrutto core, e diceva a' sospiri: «Andate fore»; per che ciascun dolente si partia. Piangendo uscivan for de lo mio petto con una voce che sovente mena le lagrime dogliose a li occhi tristi. Ma quei che n'uscian for con maggior pena, venian dicendo: «Oi nobile intelletto,

oggi fa l'anno che nel ciel salisti».

XXXV

[XXXVI] Poi per alquanto tempo, con ciò fosse cosa che io fosse in parte ne la quale mi ricordava del passato tempo, molto stava pensoso, e con dolorosi

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pensamenti tanto che mi faceano parere de fore una vista di terribile sbigottimento. Onde io, accorgendomi del mio travagliare, levai li occhi per vedere se altri mi vedesse. Allora vidi una gentile donna giovane e bella molto, la quale da una finestra mi riguardava sì pietosamente, quanto a la vista, che tutta la pietà parea in lei accolta. Onde, con ciò sia cosa che quando li miseri veggiono di loro compassione altrui, più tosto si muovono a lagrimare, quasi come di se stessi avendo pietade, io senti' allora cominciare li miei occhi a volere piangere; e però, temendo di non mostrare la mia vile vita, mi partio dinanzi da li occhi di questa gentile; e dicea poi fra me medesimo: «E' non puote essere che con quella pietosa donna non sia nobilissimo amore». E però propuosi di dire uno sonetto, ne lo quale io parlasse a lei, e conchiudesse in esso tutto ciò che narrato è in questa ragione. E però che per questa ragione è assai manifesto, sì nollo dividerò. Lo sonetto comincia: Videro li occhi miei.

Videro li occhi miei quanta pietate era apparita in la vostra figura, quando guardaste li atti e la statura ch'io faccio per dolor molte fiate. Allor m'accorsi che voi pensavate la qualità de la mia vita oscura, sì che mi giunse ne lo cor paura di dimostrar con li occhi mia viltate. E tòlsimi dinanzi a voi, sentendo che si movean le lagrime dal core, ch'era sommosso da la vostra vista. Io dicea poscia ne l'anima trista: «Ben è con quella donna quello Amore

lo qual mi face andar così piangendo».

XXXVI

[XXXVII] Avvenne poi che là ovunque questa donna mi vedea, sì si facea d'una vista pietosa e d'un colore palido quasi come d'amore; onde molte fiate mi ricordava de la mia nobilissima donna, che di simile colore si mostrava tuttavia. E certo molte volte non potendo lagrimare né disfogare la mia trestizia, io andava per vedere questa pietosa donna, la quale parea che tirasse le lagrime fuori de li miei occhi per la sua vista. E però mi venne volontade di dire anche parole, parlando a lei; e dissi questo sonetto, lo quale comincia: Color d'amore; ed è

piano sanza dividerlo, per la sua precedente ragione.

Color d'amore e di pietà sembianti non preser mai così mirabilmente viso di donna, per veder sovente occhi gentili o dolorosi pianti, come lo vostro, qualora davanti vedètevi la mia labbia dolente;

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sì che per voi mi ven cosa a la mente, ch'io temo forte no lo cor si schianti. Eo non posso tener li occhi distrutti che non reguardin voi spesse fiate, per desiderio di pianger ch'elli hanno: e voi crescete sì lor volontate, che de la voglia si consuman tutti;

ma lagrimar dinanzi a voi non sanno.

XXXVII

[XXXVIII] Io venni a tanto per la vista di questa donna, che li miei occhi si cominciaro a dilettare troppo di vederla; onde molte volte me ne crucciava nel mio cuore, ed avèamene per vile assai. Onde più volte bestemmiava la vanitade de li occhi miei, e dicea loro nel mio pensero: «Or voi solavate fare piangere chi vedea la vostra dolorosa condizione, ed ora pare che vogliate dimenticarlo per questa donna che vi mira; che non mira voi, se non in quanto le pesa de la gloriosa donna di cui piangere solete; ma quanto potete fate, ché io la vi pur rimembrerò molto spesso, maladetti occhi, ché mai, se non dopo la morte, non dovrebbero le vostre lagrime avere restate». E quando così avea detto fra me medesimo a li miei occhi, e li sospiri m'assalivano grandissimi e angosciosi. E acciò che questa battaglia che io avea meco non rimanesse saputa pur dal misero che la sentia, propuosi di fare un sonetto, e di comprendere in ello questa orribile condizione. E dissi questo sonetto, lo quale comincia: L'amaro lagrimar. Ed hae due parti: ne la

prima, parlo a li occhi miei sì come parlava lo mio cuore in me medesimo; ne la seconda, rimuovo alcuna dubitazione, manifestando chi è che così parla; e comincia questa parte quivi: Così dice. Potrebbe bene ancora ricevere più

divisioni, ma sariano indarno, però che è manifesto per la precedente ragione.

«L'amaro lagrimar che voi faceste, oi occhi miei, così lunga stagione, facea lagrimar l'altre persone de la pietate, come voi vedeste. Ora mi par che voi l'obliereste, s'io fosse dal mio lato sì fellone ch'i' non ven disturbasse ogne cagione, membrandovi colei cui voi piangeste. La vostra vanità mi fa pensare, e spavèntami sì, ch'io temo forte del viso d'una donna che vi mira. Voi non dovreste mai, se non per morte, la vostra donna, ch'è morta, obliare».

Così dice 'l meo core, e poi sospira.

XXXVIII

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[XXXIX] Ricovròmi la vista di quella donna in sì nuova condizione, che molte volte ne pensava sì come di persona che troppo mi piacesse; e pensava di lei così: «Questa è una donna gentile, bella, giovane e savia, e apparita forse per volontade d'Amore, acciò che la mia vita si riposi». E molte volte pensava più amorosamente, tanto che lo cuore consentiva in lui, cioè nel suo ragionare. E quando io avea consentito ciò, e io mi ripensava sì come da la ragione mosso, e dicea fra me medesimo: «Deo, che pensero è questo, che in così vile modo vuole consolare me e non mi lascia quasi altro pensare?». Poi si rilevava un altro pensero, e dicea a me: «Or tu se' stato in tanta tribulazione, perché non vuoli tu ritrarre te da tanta amaritudine? Tu vedi che questo è uno spiramento d'Amore, che ne reca li disiri d'amore dinanzi, ed è mosso da così gentil parte, com'è quella de li occhi de la donna che tanto pietosa ci s'hae mostrata». Onde io avendo così più volte combattuto in me medesimo, ancora ne volli dire alquante parole; e però che la battaglia de' pensieri vinceano coloro che per lei parlavano, mi parve che si convenisse di parlare a lei; e dissi questo sonetto, lo quale comincia: Gentil pensero; e dico 'gentile' in quanto ragionava di gentile donna, ché per altro era

vilissimo.

In questo sonetto fo due parti di me, secondo che li miei pensieri erano divisi. L'una parte chiamo 'cuore', cioè l'appetito; l'altra chiamo anima, cioè la ragione; e dico come l'uno dice con l'altro. E che degno sia di chiamare l'appetito cuore, e la ragione anima, assai è manifesto a coloro a cui mi piace che ciò sia aperto. Vero è che nel precedente sonetto io fo la parte del cuore contra quella de li occhi, e ciò pare contrario di quello che io dico nel presente; e però dico che ivi lo cuore anche intendo per lo appetito, però che maggiore desiderio era lo mio ancora di ricordarmi de la gentilissima donna mia, che di vedere costei, avvegna che alcuno appetito n'avessi già, ma leggero parea: onde appare che l'uno detto non è

contrario a l'altro.

Questo sonetto ha tre parti: ne la prima, comincio a dire a questa donna come lo mio desiderio si volge tutto verso lei; ne la seconda, dico come l'anima, cioè la ragione, dice al cuore, cioè a lo appetito; ne la terza dico come le risponde. La seconda parte comincia quivi: L'anima dice; la terza quivi: Ei le risponde.

Gentil pensero che parla di vui, sen vene a dimorar meco sovente, e ragiona d'amor sì dolcemente, che face consentir lo core in lui. L'anima dice al cor: «Chi è costui, che vene a consolar la nostra mente ed è la sua vertù tanto possente, ch'altro penser non lascia star con nui?» Ei le risponde: «Oi anima pensosa, questi è uno spiritel novo d'amore, che reca innanzi me li suoi desiri; e la sua vita, e tutto 'l suo valore, mosse de li occhi di quella pietosa

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che si turbava de' nostri martìri».

XXXIX

[XL] Contra questo avversario de la ragione si levoe un die, quasi ne l'ora de la nona, una forte imaginazione in me; che mi parve vedere questa gloriosa Beatrice con quelle vestimenta sanguigne co le quali apparve prima a li occhi miei; e pareami giovane in simile etade in quale io prima la vidi. Allora cominciai a pensare di lei. E ricordandomi di lei secondo l'ordine del tempo passato, lo mio cuore cominciò dolorosamente a pentère de lo desiderio a cui sì vilmente s'avea lasciato possedere alquanti die contra la costanzia de la ragione; e discacciato questo cotale malvagio desiderio, sì si rivolsero tutti li miei pensamenti a la loro gentilissima Beatrice. E dico che d'allora innanzi cominciai a pensare di lei sì con tutto lo vergognoso cuore, che li sospiri manifestavano ciò molte volte; però che tutti quasi diceano nel loro uscire quello che nel cuore si ragionava, cioè lo nome di quella gentilissima, e come si partìo da noi. E molte volte avvenia che tanto dolore avea in sé alcuno pensero, ch'io dimenticava lui e là dov'io era. Per questo raccendimento de' sospiri si raccese lo sollenato lagrimare, in guisa che li miei occhi pareano due cose che desiderassero pur di piangere; e spesso avvenia che per lo lungo continuare del pianto, dintorno loro si facea uno colore purpureo, lo quale suole apparire per alcuno martirio che altri riceva. Onde appare che de la loro vanitade fuoro degnamente guiderdonati; sì che d'allora innanzi non potero mirare persona che li guardasse sì che loro potesse trarre a simile intendimento. Onde io, volendo che cotale desiderio malvagio e vana tentazione paresse distrutto, sì che alcuno dubbio non potessero indùcere le rimate parole ch'io avea dette innanzi, propuosi di fare uno sonetto, ne lo quale io comprendesse la sentenza di questa ragione. E dissi allora: Lasso! per forza di molti sospiri; e dissi

'lasso' in quanto mi vergognava di ciò, che li miei occhi aveano così vaneggiato.

Questo sonetto non divido, però che assai lo manifesta la sua ragione.

Lasso! per forza di molti sospiri che nascon de' penser che son nel core, li occhi son vinti, e non hanno valore di riguardar persona che li miri. E fatti son che paion due disiri di lagrimare e di mostrar dolore, e spesse volte piangon sì ch'Amore li 'ncerchia di corona di martìri. Questi penseri, e li sospir ch'eo gitto, diventan ne lo cor sì angosciosi, ch'Amor vi tramortisce, sì glien dole; però ch'elli hanno in lor, li dolorosi, quel dolce nome di madonna scritto,

e de la morte sua molte parole.

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XL

[XLI] Dopo questa tribulazione avvenne, in quello tempo che molta gente va per vedere quella imagine benedetta la quale Jesu Cristo lasciò a noi per esemplo de la sua bellissima figura, la quale vede la mia donna gloriosamente, che alquanti peregrini passavano per una via la quale è quasi mezzo de la cittade ove nacque e vivette e morìo la gentilissima donna. Li quali peregrini andavano, secondo che mi parve, molto pensosi; ond'io pensando a loro, dissi fra me medesimo: «Questi peregrini mi paiono di lontana parte, e non credo che anche udissero parlare di questa donna, e non ne sanno neente; anzi li loro penseri sono d'altre cose che di queste qui, ché forse pensano de li loro amici lontani, li quali noi non conoscemo». Poi dicea fra me medesimo: «Io so che s'elli fossero di propinquo paese, in alcuna vista parrebbero turbati passando per lo mezzo de la dolorosa cittade». Poi dicea fra me medesimo: «Se io li potesse tenere alquanto, io li pur farei piangere anzi ch'elli uscissero di questa cittade, però che io direi parole le quali farebbero piangere chiunque le intendesse». Onde, passati costoro da la mia veduta, propuosi di fare uno sonetto ne lo quale io manifestasse ciò che io avea detto fra me medesimo; e acciò che più paresse pietoso, propuosi di dire come se io avesse parlato a loro; e dissi questo sonetto, lo quale comincia: Deh! peregrini che pensosi andate. E dissi 'peregrini' secondo la larga significazione del

vocabulo; ché peregrini si possono intendere in due modi, in uno largo e in uno stretto: in largo, in quanto è peregrino chiunque è fuori de la sua patria; in modo stretto, non s'intende peregrino se non chi va verso la casa di sa' Iacopo o riede. E però è da sapere che in tre modi si chiamano propriamente le genti che vanno al servigio de l'Altissimo: chiamansi palmieri, in quanto vanno oltremare, là onde molte volte recano la palma; chiamansi peregrini, in quanto vanno a la casa di

Galizia, però che la sepultura di sa' Iacopo fue più lontana de la sua patria che d'alcuno altro apostolo; chiamansi romei, in quanto vanno a Roma, là ove questi

cu' io chiamo peregrini andavano.

Questo sonetto non divido, però che assai lo manifesta la sua ragione.

Deh! peregrini che pensosi andate, forse di cosa che non v'è presente, venite voi da sì lontana gente, com'a la vista voi ne dimostrate, che non piangete quando voi passate per lo suo mezzo la città dolente, come quelle persone che neente par che 'ntendesser la sua gravitate. Se voi restaste per volerlo audire, certo lo cor de' sospiri mi dice che lagrimando n'uscireste pui. Ell'ha perduta la sua beatrice; e le parole ch'om di lei pò dire

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hanno vertù di far piangere altrui.

XLI

[XLII] Poi mandaro due donne gentili a me, pregando che io mandasse loro di queste mie parole rimate; onde io, pensando la loro nobilitade, propuosi di mandare loro e di fare una cosa nuova, la quale io mandasse a loro con esse, acciò che più onorevolemente adempiesse li loro prieghi. E dissi al lora uno sonetto lo quale narra del mio stato, e mandàlo a loro co lo precedente sonetto accompagnato, e con un altro che comincia: Venite a intender.

Lo sonetto lo quale io feci allora, comincia: Oltre la spera; lo quale ha in sé cinque

parti. Ne la prima dico là ove va lo mio pensero, nominandolo per lo nome d'alcuno suo effetto. Ne la seconda dico perché va là suso, cioè chi lo fa così andare. Ne la terza dico quello che vide, cioè una donna onorata là suso; e chiamolo allora 'spirito peregrino', acciò che spiritualmente va là suso, e sì come peregrino lo quale è fuori de la sua patria, vi stae. Ne la quarta dico come elli la vede tale, cioè in tale qualitade, che io non lo posso intendere, cioè a dire che lo mio pensero sale ne la qualitade di costei in grado che lo mio intelletto no lo puote comprendere; con ciò sia cosa che lo nostro intelletto s'abbia a quelle benedette anime, sì come l'occhio debole a lo sole: e ciò dice lo Filosofo nel secondo de la Metafisica. Ne la quinta dico che, avvegna che io non possa intendere là ove lo

pensero mi trae, cioè a la sua mirabile qualitade, almeno intendo questo, cioè che tutto è lo cotale pensare de la mia donna, però ch'io sento lo suo nome spesso nel mio pensero: e nel fine di questa quinta parte dico 'donne mie care', a dare ad intendere che sono donne coloro a cui io parlo. La seconda parte comincia quivi: intelligenza nova; la terza quivi: Quand'elli è giunto; la quarta quivi: Vedela tal; la quinta quivi: So io che parla. Potrèbbesi più sottilmente ancora dividere, e più

sottilmente fare intendere; ma puòtesi passare con questa divisa, e però non

m'intrametto di più dividerlo.

Oltre la sfera che più larga gira, passa 'l sospiro ch'esce del mio core: intelligenza nova, che l'Amore piangendo mette in lui, pur sù lo tira. Quand'elli è giunto là dove disira, vede una donna che riceve onore, e luce sì che per lo suo splendore lo peregrino spirito la mira. Vedela tal, che quando 'l mi ridice, io no lo intendo, sì parla sottile al cor dolente che lo fa parlare. So io che parla di quella gentile, però che spesso ricorda Beatrice,

sì ch'io lo 'ntendo ben, donne mie care.

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XLII

[XLIII] Appresso questo sonetto, apparve a me una mirabile visione, ne la quale io vidi cose che mi fecero proporre di non dire più di questa benedetta, infino a tanto che io potesse più degnamente trattare di lei. E di venire a ciò io studio quanto posso, sì com'ella sae veracemente. Sì che, se piacere sarà di colui a cui tutte le cose vivono, che la mia vita duri per alquanti anni, io spero di dicer di lei quello che mai non fue detto d'alcuna. E poi piaccia a colui che è sire de la cortesia, che la mia anima se ne possa gire a vedere la gloria de la sua donna: cioè di quella benedetta Beatrice, la quale gloriosamente mira ne la faccia di colui qui est per

omnia secula benedictus.