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Hugo Perez Hugo Perez Navarro | Los días Sabato Ernesto Sabato apareció en mi vida durante la dictadura de Onganía, en una bella y enorme casa de la Avda. Italia, de Río Cuarto. Era una noche de invierno, desapacible, especialmente a causa un asma incipiente, aunque firme en su empeño de impedirme respirar como es debido. Como la dueña de casa también curtía el poco feliz hábito de la fatiga, me dio una enorme tableta de un medicamento que frenó el ataque, pero a cambio me llevó el sueño. Mi compañía durante ese insomnio relajado fue un grueso volumen de tapa dura de Sobre héroes y tumbas, editado por Planeta. Al amanecer había llegado mucho más allá de la mitad de la novela que, sin embargo, no pude retomar hasta después de algunos meses. Por esos días, Mario Gallini –mi amigo y querido compañero de la secundaria- me acercó Uno y el universo. El librito, que en 1945 le valiera a Sabato el Premio Municipal de Ensayo, me permitió conocer otra veta de su autor: la del ensayista, opinador o teórico universal, que se mete en los recovecos de la ciencia para saltar de allí a la literatura, la política, el humor “intelectual” y el destino trágico del hombre. Después llegarían las desventuras del pintor Pablo Cantrel ocasionadas por las aventuras de María Iribarne, según se lee en El túnel, y las perdigonadas de Hombres y engranajes y El escritor y sus fantasmas. En 1973 Sabato reescribió varios de estos textos, les sumó artículos o fragmentos de trabajos publicados en diarios y revistas y los reunió en un librito titulado La cultura en la encrucijada nacional . Con esa publicación sumaba leña a un debate instalado desde fines de los 50 y los 60 por Jauretche, Hernández Arregui, Viñas y los contornianos y las jóvenes generaciones militantes (principalmente peronistas), y que tendría uno de sus picos más eminentes en las Cátedras Nacionales. La discusión, referida a cuestiones como cultura, identidad nacional y militancia, era una faceta de la disputa política estratégica, expresada por las consignas que -con distintas variantes- referían a un nuevo modelo de sociedad, que para muchos entroncaba con la lucha por la liberación y el socialismo. Ese mismo año publicaría su esperada tercera y última novela: Abbadón, el exterminador. Allí, junto a algunas figuras secundarias de Héroes y

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Referencias sobre el escritor argentino Ernesto Sabato y sus diversos encuentros (literarios y personales) con el autor del artículo.

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Hugo Perez Navarro

Hugo Perez Navarro | Los das Sabato

Hugo Perez NavarroLos das Sabato

Ernesto Sabato apareci en mi vida durante la dictadura de Ongana, en una bella y enorme casa de la Avda. Italia, de Ro Cuarto. Era una noche de invierno, desapacible, especialmente a causa un asma incipiente, aunque firme en su empeo de impedirme respirar como es debido. Como la duea de casa tambin curta el poco feliz hbito de la fatiga, me dio una enorme tableta de un medicamento que fren el ataque, pero a cambio me llev el sueo. Mi compaa durante ese insomnio relajado fue un grueso volumen de tapa dura de Sobre hroes y tumbas, editado por Planeta. Al amanecer haba llegado mucho ms all de la mitad de la novela que, sin embargo, no pude retomar hasta despus de algunos meses.Por esos das, Mario Gallini mi amigo y querido compaero de la secundaria- me acerc Uno y el universo. El librito, que en 1945 le valiera a Sabato el Premio Municipal de Ensayo, me permiti conocer otra veta de su autor: la del ensayista, opinador o terico universal, que se mete en los recovecos de la ciencia para saltar de all a la literatura, la poltica, el humor intelectual y el destino trgico del hombre. Despus llegaran las desventuras del pintor Pablo Cantrel ocasionadas por las aventuras de Mara Iribarne, segn se lee en El tnel, y las perdigonadas de Hombres y engranajes y El escritor y sus fantasmas. En 1973 Sabato reescribi varios de estos textos, les sum artculos o fragmentos de trabajos publicados en diarios y revistas y los reuni en un librito titulado La cultura en la encrucijada nacional. Con esa publicacin sumaba lea a un debate instalado desde fines de los 50 y los 60 por Jauretche, Hernndez Arregui, Vias y los contornianos y las jvenes generaciones militantes (principalmente peronistas), y que tendra uno de sus picos ms eminentes en las Ctedras Nacionales. La discusin, referida a cuestiones como cultura, identidad nacional y militancia, era una faceta de la disputa poltica estratgica, expresada por las consignas que -con distintas variantes- referan a un nuevo modelo de sociedad, que para muchos entroncaba con la lucha por la liberacin y el socialismo. Ese mismo ao publicara su esperada tercera y ltima novela: Abbadn, el exterminador. All, junto a algunas figuras secundarias de Hroes y tumbas, un joven idealista, ciegos, fragmentos del Diario del Che en Bolivia y el destino trgico del hombre, aparecera el propio Sabato, ahora como personaje.Despus vendra una vertiginosa aceleracin de la historia. Y en medio de ella el trabajo, la Universidad y la dedicacin casi absoluta a la militancia: el Luche y vuelve el triunfo del 11 de marzo la masacre de Ezeiza el 1ro. de Mayo del 74 la muerte de Pern y la sensacin de orfandad consiguiente. Despus, la intensificacin del compromiso poltico y del riesgo el pase a la clandestinidad de Montoneros la desarticulacin de todos los frentes de lucha estrictamente polticos la tarea de reconstruir en un clima de tensin creciente una paradjica agrupacin de masas semi-clandestina la militarizacin la detencin la crcel el golpe del 24 de marzo. Y la muerte por todas partes, echando su aliento en nuestras caras, en nuestras narices, en nuestras horas: en cada una de ellas.Pasara un largo tiempo hasta que, entre 1977-78, estando en el ttrico pabelln 13 de la crcel de La Plata, conocido como la Siberia, Sabato apareci, esta vez en mi celda, y una vez ms en forma de libro. Esto era un raro privilegio, dado que la lista de libros prohibidos en la U 9 era previsiblemente larga. No slo haba autores sino temas vedados: no se podan leer obras de derecho, de poltica, de economa, de historia, de ciencias exactas y naturales ni ningn texto de estudio. Slo literatura, aunque dentro del gnero haba, como era lgico, extensas listas negras. Sin embargo, con excepcin de Abbadn, Sabato estaba permitido. Puede pensarse sin mucha malicia que esta tolerancia tal vez tuviera que ver con el almuerzo que, junto a Borges, el cura Castellani y el entonces presidente de la SADE que fatalmente se apellidaba Ratti-, Sabato comparti el 19 de mayo de 1976 con el asesino y vendepatria dictador Jorge Videla. Pero la lgica de las acciones de la dictadura era tan menguada como su apego al derecho. De todas maneras, con el regreso de la democracia, le tocara a Sabato presidir la CONADEP y redactar el prlogo del informe final el libro Nunca ms, que recoge las constancias de la responsabilidad de los tremendos crmenes y la obvia condena moral al canallesco anfitrin de aquel almuerzo infame.Las situaciones que por esa poca aumentaban la tensin de los presos polticos giraban en torno a la violenta ofensiva de la dictadura en todos los frentes, las evidencias de la derrota popular -ms all de la resistencia agnica de algunos ncleos, cada vez ms aislados- y la incertidumbre con respecto a la situacin de nuestro pas y a la de nosotros en particular, dada nuestra condicin de rehenes sin garantas de la dictadura. Todo esto en un contexto en el que gran parte de esa violencia dictatorial se centraba en nosotros, los prisioneros del rgimen. Si bien casi todos habamos sido sistemticamente torturados y habamos padecido o sido testigos de situaciones aberrantes, incluidas las muertes de algunos compaeros, el rgimen de vida en la U 9 de La Plata apuntaba a prolongar aquellos padecimientos, con un grado de elaboracin y refinamiento extremadamente perversos, que pretenda quebrarnos moral y psicolgicamente. En este marco tena lugar entre los militantes montoneros una discusin poltica, cada vez ms ardua, en torno a diversos ejes: la caracterizacin del enfrentamiento, las estrategias posibles, el rol del peronismo, la nueva estructura organizativa. Los puntos ms incandescentes eran, por un lado, el sesgo fuertemente militarista que haba adquirido nuestra organizacin desde mediados del 1975 (llegando a atribuirles a algunas acciones militares de entonces logros que como la cada de Lpez Rega haban sido producto de la movilizacin de los trabajadores) y, por otro, el debate sobre la nueva identidad poltica el montonerismo- que pretenda (a partir de algunos anlisis carentes de rigor terico y excedidos de voluntarismo) la superacin del peronismo como identidad poltica mayoritaria de nuestro pueblo. O sea: a partir de un documento, el pueblo dejaba de ser peronista.Un grupo de compaeros, haba empezado a ampliar y profundizar la discusin desde una postura peronista, muy crtica, llevando adelante puntos de vista no ortodoxos primero, divergentes despus y finalmente contradictorios con respecto de lo que sostena la conduccin del pabelln y la Organizacin (ahora Partido) en el exterior. No obstante, este grupo cuya cabeza y corazn era Luis Iglesias Barbeito, el ato, seguan reivindicando en todo momento la condicin de peronistas no menos que la de montoneros. Cuando llegu al pabelln 13, no tard en sumarme a ellos. La tensin lleg a un punto en el que comenzamos a tener una estructura orgnica y funcional autnoma, situacin que lleg hasta 1979, cuando, ya en Caseros, Marcelo Nvoli logr disolver el conflicto, al menos en lo formal, porque ya se haba trazado una divisoria poltica y terica y porque Montoneros, sobre todo despus de la contraofensiva, haba empezado su inevitable proceso de agotamiento, tras haber concentrado las ilusiones y las esperanzas de miles de compaeros, jvenes en su mayora. Este contexto, con momentos terribles y en medio de tormentas de desesperanza y dolor que capebamos como podamos, pero fundamentalmente a partir de la solidaridad y el compromiso compartidos, nos abri a muchos de nosotros a la lectura y discusin de buena parte de la novelstica fundamental del siglo XIX (Vctor Hugo, Balzac, Dostoievski, Dickens, Tolstoi), as como de obras que se le escapaban a la censura (textos de Rafael Alberti, Vallejos o Unamuno) y otras que daban testimonio de la crueldad del siglo, tales como La hora 25 de Virgil Gheorghiu. En la Siberia recuerdo haber reledo El escritor y sus fantasmas y El tnel. Tambin lleg a mis manos un trabajo de Osvaldo Ferrari publicado por Emec con el ttulo de Dilogos Borges-Sabato y, una vez ms, Sobre hroes y tumbas.[footnoteRef:1] [1: Con esta segunda lectura, curiosamente, se inici un ciclo de coincidencias que en adelante atara invariablemente cada nueva re-lectura de Sobre hroes y tumbas a una mudanza, a un cambio de mi lugar de residencia. En aquella oportunidad se inici con un cambio de pabelln: del 13, al 2, llamado pabelln de la muerte; de ah al 16, para luego emigrar a la nueva Caseros, donde la presin psicolgica bajara, a cambio del deterioro de las condiciones fsicas de detencin, dado que en el ao y medio que permanecimos all no tuvimos ni un minuto de sol ni de aire libre. Con el tiempo (ya en libertad) aquella coincidencia seriada se mantendra vigente: relea Sobre hroes y tumbas y me mudaba. Aos despus, ejerciendo una supersticin cuasi cientfica, que transformaba lo casual en causal, llegu a hacerlo deliberadamente. De hecho, varias veces funcion.]

En esta lnea, que articula las condiciones ms desgarradoras de la existencia humana con el contexto poltico, en una realidad en la que hay que sostener la lucha contra el enemigo bajo la presin interna que hace de la imbecilidad un dogma operativo y an conceptual, las reflexiones de este antiguo comunista, crtico y empeosamente humanista, ampliaron la mirada de varios compaeros, no menos que Unamuno, Camus, Dostoievski o Gheorghiu. Estas lecturas y las reflexiones y discusiones que se generaban, nos permitieron a muchos de nosotros encontrar puntos de equilibrio (intelectual, emocional, poltico), elementos para la asimilacin lcida de nuestras condiciones, con conciencia del valor casi nulo de nuestras vidas, lo que, paradjicamente, exaltaba su valor esencial y reafirmaba la profundidad y sentido de nuestras existencias. Tenamos la experiencia de la muerte, de la vida al borde de la muerte, del dolor fsico, de la tremenda sensacin de la derrota, no slo poltica en tanto proyecto de una organizacin, sino generacional y hasta personal. Ms an: convencidos como estbamos de que nuestro proyecto era (o haba sido) la posibilidad de una transformacin profunda de nuestra sociedad y de un gigantesco salto cualitativo de nuestro patria y de Amrica Latina, percibir y aun intuir la situacin poltica real de nuestro pas nos produca un vrtigo doloroso, que contenamos desde la conciencia de la necesidad de ser fuertes, de sostener todos los das un combate contra la desesperanza.

Aos despus, ya en democracia, viva en Mar del Plata, cuando una tarde, viendo a Sabato en un programa televisivo, se me ocurri que tena la obligacin de hacerle saber del aporte que nos haba hecho a algunos militantes -o al menos a m- en momentos tan difciles. Recuerdo que le dije a Marta, mi compaera de entonces: No sea cosa que en cualquier momento se muera. Acaso me apresur: Sabato vivira veintisis aos ms.Le escrib, le resum la experiencia y le ped una entrevista. Claro que me gustara que nos reuniramos!, me contest en una carta de mediana extensin. Posteriormente hubo una serie de contingencias negativas, relacionadas con la salud de Matilde, su mujer, quien perdi la vista de un ojo, y sobre todo la muerte de mi hijo Juan Manuel, de un ao y siete meses. Despus de haber sobrevivido al pequeo infierno de la dictadura, la vida me plantaba su rostro ms cruelmente hijo de puta. Todo pareca hundirse, ahora profundamente, del modo ms arbitrario y cnico. Vida puta.Por esos das Sabato me envi una esquelita:Con todo nuestro corazn, querido Hugo, estamos con ustedes! Y la firma. A lo largo de los meses siguientes mantuvimos el contacto. En un momento, tuve que viajar a Buenos Aires. Sabato me haba pasado su telfono. Lo llam y me cit en el bar Blue Horse, ubicado en Suipacha casi Marcelo T. de Alvear, un da a las 17. Llegu temprano. Esa tarde llovi como si fuera la ltima vez. Sabato lleg muy puntualmente, envuelto en un impermeable de color marfilino con un ridculo sombrerito que formaba parte del conjunto. Vena empapado. Al verlo, me puse de pie. l me identific y alcanc a percibir un gesto como de alegre emocin expresado con todo su cuerpo. En ese momento se me ocurri preguntarme qu importancia podra tener alguien como yo para un personaje como ese. Nos abrazamos como dos viejos amigos y pedimos caf con leche, con medialunas: l, sin dudarlo, las pidi de grasa y las devor con absoluto deleite. -Esto es para usted- dijo y me extendi un libro, envuelto en una bolsa de plstico. Era un ejemplar de Abbadn, editado por Seix Barral. La dedicatoria, escrita con su caligrafa nerviosa y aplastada, casi reptante, deca:Su carta, querido Hugo, me conmovi profundamente porque a una extraordinaria lucidez se una una experiencia trgica. Siempre detest a los revolucionarios de caf y ms a los de saln. Creo que usted debera describir esa tremenda aventura espiritual. Todos le quedaramos agradecidos. Un abrazo fraterno. E. SabatoLa conversacin dur algo ms de dos horas, sin lmites ni presiones y fue uno de los momentos ms interesantes de mi vida. A poco de iniciar la conversacin me pregunt qu escritores admiraba, entre los argentinos. -Sabato- dije bromeando.-Gracias- contest sonriendo con un gesto que pareca decir obvio, mientras me miraba con gesto interrogadors, como preguntando: Y?-BorgesSilencio de espera. Otro obvio.-Cortzar-Cortzar? Y por qu le gusta Cortzar?No tena una respuesta mejor que me gusta, pero no poda contestar eso. As que solt lo primero que me vino a la cabeza:-No s; me parece ingenioso.Se transform, como un gato que arquea el lomo.-Cmo me puede decir que le gusta un escritor porque le resulta ingenioso? Le parece que ser ingenioso es una cualidad valiosa de un escritor?No saba cmo hacer para que la tierra se hundiera bajo mi silla. Sabato decidi calar hondo, en su estilo, claro.-Se imagina que alguien elogie a Dostoievski o a Kafka, s a Kafka, porque lo encuentra ingenioso? Decid defender otros mritos de Cortzar, apelando a sus dotes de cuentista, a su manera de transitar entre la realidad a la fantasa como si cruzara de vereda, y a Rayuela, que le pareci una buena novela, aunque me abstuve de destacar la singular estructura del libro. No fuera cosa que pareciera un elogio del ingenio. Sin embargo, de algn modo, termin sonriendo, y del ambiente que inicialmente pareci caldearse, pasamos a sus dificultades para publicar, a causa de su tremenda autoexigencia, al vaco que le sobrevena despus de terminar una novela, a los cientos de pginas que quem y a otros detalles, menos conocidos y mucho ms jugosos.-Cuando empec a escribir el Informe sobre ciegos muchos amigos me advirtieron: Mir Ernesto, ten cuidado, vas a tener problemas No sabs lo que es esta gente o quines pueden estar detrs Te ests metiendo en algo que no sabs adnde conduce Lo cierto es que mis amigos tuvieron razn. Durante mucho, mucho tiempo no pude vivir tranquilo. Estaba todo el tiempo angustiado, nervioso -Lo amenazaban, le hacan bromas-No, cosas mucho peores! Mucho peores. No poda dormir, no encontraba un momento de paz. Hizo una pausa. Mir hacia otro lado como buscando algo, como tratando de precaverse de miradas o presencias indiscretas. Repentinamente, se afirm en el borde de la mesa, mirndome a los ojos. Y remat:-A m me hicieron dos exorcismos Hugo. Dos subray el nmero haciendo el gesto con dos dedos- , dos exorcismos. Hizo otra pausa, como alejndose de lo dicho.-Los Marechal me ayudaron mucho en esto-l siempre fue muy religioso, muy catlico-No. Hicieron el exorcismo con un ritual evanglico. Haca un tiempo que ellos se haban alejado del catolicismo Y bueno, gracias a eso pude empezar a recuperarme de a poco, y a andar nuevamente.- Y como queriendo cerrar el tema dijo: -No tenemos idea de las fuerzas terribles que podemos desatar, es increble.La conversacin deriv espontneamente hacia la poltica y de nuevo a la literatura, hasta que las luces de la calle empezaron a dominar el paisaje mojado, mientras los sonidos de la ciudad amada se iban apagando.

A comienzos de 1987 nos mudamos con Marta a Buenos Aires y en los dos aos siguientes hubo un par de encuentros ms. En una oportunidad me invit a su casa de Santos Lugares, donde fui recibido muy cordialmente por Matilde, quien ya se encontraba mejor de su dolencia. Nunca deja de asombrarme la relacin que a partir de un recurso literario Sabato tuvo con la ceguera. Y cmo ese artificio se entrever con su vida, desde aquel accidente en el taller del pintor Domnguez, hasta la ceguera de un ojo de su amada compaera. Sabato viva muy cerca de la estacin de trenes, en la calle Langeri, frente al club. En tiempos de Rosas, Santos Lugares fue el asiento de una unidad militar que comandaba un hermano del Restaurador, Gervasio el Cardo. Manuel Glvez cuenta que en una oportunidad, Rosas descubri que un hombre un mensajero- de su crculo de colaboradores pasaba informacin a sus enemigos. De modo que llam al espa y le orden que llevara a Santos Lugares un mensaje para Gervasio. La nota deca: Fusile inmediatamente al portador. Al tiempo, volv a ir a lo de Sabato, esta vez acompaado por Marta. En esa poca vivamos en Flores y como debimos hacer varias combinaciones, llegamos ms de veinte minutos tarde. Matilde nos ret. Hay que salir una hora antes, nos dijo. Sabato me invit a pasar a su estudio, ubicado en el fondo de una casa densamente poblada de plantas. All tuvimos una ltima charla, que no habr durado ms de una hora. -Usted tiene que escribir-, me conmin. -Lo hago. -Pero adems tiene que publicar. Y tiene que cambiar su apellido. Un escritor que se llame Prez es como si se llamara Prez. -Nadie Nadie me ha herido, dijo PolifemoSabato sonri y complet:- y los otros cclopes pensaron que estaba loco.- Y retom el tema: -Pero hgame caso Hugo: para escribir, cambie su apellido.-No voy a usar un pseudnimo: cmo voy a hacer eso. -Modifquelo. Por qu no agrega el apellido materno?-Es el que uso. Pero puedo agregar el de mi padre. As quedarn por orden de aparicin, puesto que mi padre me legaliz cuando ya tena unos cuantos aos. -Cmo es el apellido?Se lo dije.-Ah, bien, bien. Prez Navarro. Suena bien. Fue la ltima conversacin que tuvimos.

En 1997 volv a Ro Cuarto. Gracias a la confianza de Vctor Becerra haba conseguido un lugar para trabajar con l en la Secretara de Extensin de la Universidad Nacional de Ro Cuarto, con la posibilidad, adems, de terminar mi carrera. Poco despus, la Universidad le otorg a Sabato el ttulo de Doctor Honoris Causa. Y aprovechando el viaje que el homenajeado deba hacer a Ro Cuarto, se incluy, a la par de la programacin acadmica, una presentacin del espectculo Romance de la muerte de Juan Lavalle, basado en textos de Sabato con msica de Eduardo Fal, tambin honoris causa de la UNRC. El espectculo consista en la lectura de los fragmentos de Sobre hroes y tumbas en los que se narra la retirada de los vestigios de la unidad militar de Lavalle hacia el norte, intercalados con partes cantadas, que en la oportunidad estuvieron a cargo del coro de la Universidad. Sentado junto a una mesita de bar ocupada por los papeles, un vaso y una botella de Valmont, el propio Sabato acometa la lectura de esa gesta de la derrota, que en varios momentos de nuestra historia ha sido la de nuestro pueblo.Al terminar el espectculo me acerqu con mi hijo Hugo, que entonces tena unos 8 aos, hacia la puerta lateral de acceso al escenario del Aula Mayor Jos Alfredo Duarte de la UNRC, y subimos con la idea de saludar al viejo. Al entrar lo vi, descendiendo por una escalerita de madera, de menos de un metro de ancho, sumamente precaria. Me acerqu, y mientras le extenda una mano para ayudarlo en su descenso, lo salud:-Cmo le va Maestro.Me mir, me salud y muy amablemente me respondi:-Bien, bien Muchas gracias.No me reconoci.Lo lgico hubiera sido que me diera a conocer. Se acuerda? Pero no lo hice. Sent que hacerlo hubiera significado una intrusin, hubiera sido poner a un anciano que calzaba, adems, casi una botella de vino en su coleto- en una situacin forzada, incomodsima. Y entend que no tena derecho a eso, que solo deba ayudarlo a descender y a salir de all.Lo vimos caminar con paso vacilante hacia la puertita que daba a las gradas del aula magna. Abri la puerta. Y se fue.