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Losrumores,compartidosenelcírculodeamigosdeZola,relativosalacolaboracióncrecientedelaperiodistaJuliaAllanenlaobranovelísticadesumarido,elescritorAlphonseDaudet,inspiralahistoriadelaparejadeartistasqueprotagonizaMadameSourdis, relatoque, trassuprimerapublicaciónenSanPetersburgo,en1880,debióesperar veinte años para imprimirse enFrancia.Zola nos ofrece unas páginas, quebien pudieran servir de antesala deLaobra (1886), en las que la relación fáusticamantenidaporlosSourdisesobservadaatravésdelossecretosdeltallerdetrabajoyenelcontextode lasociedadartísticaparisinade lasúltimasdécadasdelsigloXIX,consusSalonesysuscomplacenciasalgustomayoritario.Entreestosrelieves,Zolacomponeunasugerentealegoríadeltriunfodelamediocridad.

Madame Sourdis, hasta ahora inédita en español, posee un lugar propio entre laspiezas literariasque,yadesdeLaobradeartedesconocida (1831),deBalzac,handirigidosucuriosidadalosentresijosdelatelierdecreaciónyalaspeculiaridadesdelmundoartísticofrancésenaquelsiglo.

Luis Puelles Romero es profesor titular de Estética y Teoría de las artes de laUniversidaddeMálaga.EntresusúltimaspublicacionesdestacanMiraralquemira,Teoríaestéticaysujetoespectador(2011),ganadordelIIPremioIberoamericanodeInvestigación Universitario Ciudad de Cádiz, y la edición de los Escritos sobreManet,deÉmileZola.

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ÉmileZola

MadameSourdisePubr1.1

Titivillus10.10.2018

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Títulooriginal:MadameSourdisÉmileZola,1880Traducción:LuisPuellesRomeroPresentación:LuisPuellesRomeroImagendelacubierta:EmilyChilders,Autorretrato,1889,LeedsArtGalleryEditordigital:TitivillusePubbaser2.0

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Índicedecontenido

Talparacual.LuisPuellesRomero

MadameSourdis

I

II

III

IV

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TALPARACUAL

LUISPUELLESROMERO

Lascircunstanciasexcepcionalesenlasqueestanouvelleconociósuapariciónparaellectorfrancésaconsejanposponercualquierconsideracióndeanálisistextualparadarcuentaenseguidade laanécdota,vitalycontextual, inspiradoradeeste relato,cuyapublicaciónenLaGrandeRevuedeFranciadebióesperarveinteañostrassuprimeraimpresión,enruso,enLeMessagerdel’EuropedeSanPetersburgo,enabrilde1880.MadameSourdispermaneciónadamenosquedosdécadasenlascarpetasdeÉmileZola,unautorhabituadoapublicarsindilaciónlasnovelassucesivasdesulargaseriedelosRougon-Macquart.Unsucesoocurridoenelentornodeamigosescritoresdenuestroautornosdescubreelmotivodeesta largademora:elaffaireDaudet.EnelcírculocompartidoporZolay loshermanosGoncourt se intercambiancomentariosrelativos a la colaboración creciente de Julia Allard en las novelas que firma conéxitosumarido,AlfonseDaudet.Eselfallecimientodeésteen1897loquedecideaZolaapublicar,en1900,laversiónoriginalfrancesa.

Aunque tratando de evitar la impertinencia —tan tentadora— de acudir de larealidadalaficciónparadarcuentadeésta,resultaentodocasoprovechosoparalafecundidad de la interpretación proponer cierta continuidad entre elmatrimonio delos Daudet y, ya en la narración creada por Zola (con dosis de espejo y dosis deestricta invención literaria), el matrimonio formado por sus dos personajesprincipales,AdèleMorandyFerdinandSourdis.Y,llevadosporestevaivénentrelorealyloimaginario,cabríaalargarelhilohastaunatercerapareja,ladelosescultoresCamilleClaudelyAugusteRodin.Tendríamosasí tresentramadosderelacionesenlasqueel trabajo interior (sobre lamesadeescritura, sobre la telayelcaballete,oconlasmanosyelcincel)parecenegarloqueafirmalaasignaciónoatribucióndeautoría.Tresparejas,portanto,quesontresdécadas,tresépocasytressecuencias:lasquenoshacenavanzardesdelosúltimosañosdelSegundoImperiohastalamadurezdelaIIIRepública,entre1860y1890.

SienlaprimeradeellaseslaperiodistaJuliaAllardlaquesosteníalaproduccióndesumaridodesdelassombrasdeunaactividadanónimayclandestina,porsuparte,MadameSourdiscuentalahistoria,alolargodecasitreintaañosdeconvivencia,desusdosprotagonistas,entrelosqueseestableceunpactodeproduccióncompartidaenelquecadaunodeberáaportarloconvenido.Eltercerpaso,denuevoenelmundodelavida,nosdescubreaunaCamilleClaudelcapazdedarsesuautonomíaartística

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librándose de su subordinación al envejecido Rodin. Entre Julia (de) Daudet yCamilleClaudel, laescritoraanónimasehabrámutadoen laescultorapública,confrancavoluntadde«venderparacomer»(ynosólode«ayudar»aotroavenderparacomerlosdos).Delaproducción,irreconocidaeirreconocible,enlassombras—yala sombra del artista varón—, a la celebridad de unamujer con firma propia; delsaberhacerdelaartistainvisiblecaminamoshacialainstauracióndeunadefinicióndeautoríaque,trascendiendolasexigenciasdelaejecuciónartística,dotaalcreador,sea escritor o escritora, pintor o pintora, escultor o escultora, de los trazos queinsertan su nombre de firma en «el mundo del arte». Tanto en lo relativo a lossistemas institucionalesdepromociónyprestigiocomoa lasolvenciaparavivirdelasventasaparticularesy,portanto,almargendelosencargosdeEstado.

MadameSourdisesenesteaspectounexcelentetestimonio—noesotracosaelnaturalismodefendidoporsuautor—deladecrepituddelsistemadelosSalones,consus jurados pomposos y sus artistas del justemilieu, de los que Zola era expertoconocedorycríticofuribundo.Enestesentido,cabeanotarqueestahistoriadeAdèleyFerdinand«ilustra»connitidezlasposicionesadoptadasporZolaensusÉcritssurl’art(conestetítulosehanreunidoenedicióndeGallimardde1991losescritosde«crítica»delasartesrealizadosentre1863y1883).

Peroelrelatoqueaquípresentamosocupaademásunlugarespecíficoenellinajede escritos novelescos dedicados a la sociedad artística del París del sigloXIX. Lainteresante progresión que nos lleva desde Le chef d’oeuvre inconnu (1831), deBalzac,pasandoporlaManetteSalomon(1867),delosGoncourt,hastaL’oeuvre,delpropio Émile Zola, publicada en 1886, hace de Madame Sourdis una deliciosaantesaladeestaúltimanovela,unadelasculminantesdellargocaminoseguidoporlasaga de los Rougon-Macquart. Componiendo una trama de acción reducida ypausada,Zolanosentregalospuntoscardinalesdeundramainterioristaysicológico,cuya inserción—encontraluz—enel fragor artísticoparisinode la segundamitaddel siglo le da todo su relieve y, diciéndolo en lenguaje pictórico, toda suprofundidad.

Conunestilosueltoyenocasionesdescuidado,másinteresadoenlasolidezdelahistoriaqueenvanidadesformales,Zolareúneunaspáginasperfectamentecerradassobre sí en las que se nos cuenta una historia aparentemente anodina. El escritorsobrevuela los años transcurridos por el matrimonio Sourdis en París, donde seinstalandespuésdecasarseenelpequeñopueblodeMercoeur,alquevolverántreintaaños después. La vida deAdèle y Ferdinand en el trajín de la capital, pero, sobretodo, la relación establecida entre ellos con la finalidad de alcanzar el éxito de élcomopintorydeellacomocompañeradelartista,sonanalizadasporZolaconelojofijoenellugarsecretodelacreación:eltallerdetrabajo(yaBalzacylosGoncourtcedieronaestamismacuriosidadprofanadora).Peroprocuremosacercarnosalgomásalosdetallescontenidosenelinsulsoresumenqueacabodehacerylevantemosacta

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de algunas de las muchas sugerencias, también para nuestra actualidad, que esteescritonosregala.

LoprimeroquenossorprendeeslamaneraenqueAdèle,mujerpocoagraciadaycarente de atractivos a los ojos deFerdinand, propone al joven con anhelos de serartista la aceptaciónde unpacto, a partir del cual comienza a rodar el drama.Ellaaportará su herencia de pequeña burguesa e hija única—además de su gusto porpintaracuarelasconesmeromásesforzadoqueestimable—yéldeberáconcentrarseen conquistar los Salones y las ventas abultadas a la Administración. El pacto ocontrato que ella le ofrece incluye, por cierto, el matrimonio. También Rodin yClaudel firmaron en octubre de 1886 un contrato algo extraño en el que secorrespondían la alianza artísticay la conyugal, aunque, claro, si se tratadepactarhastaseraniquilado,sehaceinevitablemencionarlaleyendaalemanadeFausto.AlolargodelosañosquevivenenParíselpactodeberásometersealpesoirremediable—yenestotrágico—delarealidad:Ferdinand,elartistainspirado,sindominiodesí,indolenteyperezoso,incapazdemantenerladisciplinadeltalleryarrastradoporlosexcesosdelasjuergas,incumpleconstantementeelcontrato,requiriéndoseentoncesqueseaAdèlelaqueperfeccionesushabilidadestécnicasysedediquearealizarcondecisión cada vez mayor los cuadros que se hacen públicos bajo la rúbrica deFerdinandSourdis.

Seasisteasí a laconfrontaciónentredos instanciasdegranpredicamentoen laépoca: lo fisiológicoy losicológico;él,consus impulsoscreadoresvigorososperoinfrecuentes, llevadopor losplaceresdelvinoy lasmujeresen losquedesperdiciasus fuerzas productivas y sus dotes artísticas; ella, tras los primeros escarceos deFerdinand,seobligaacargarconlapartedelcontratoqueélhubieradebidollevaracabo.Adèlesenosdescubrecomounamujervoluntariosaydegranpodermental,alaque lamalaconductadeFerdinandfrustrayvuelvesutilmentevengativa.ErosyTánatos,PhysisyPsique,ApoloyDionisos,pero,nomenos,elgenioinspiradodelIónplatónico(tanqueridoalosrománticos)confrontándose—ycomplementándose— con el saber hacer del pintor «técnico»; dos extremos que, inexcusablemente,deben fusionarse en los silencios del taller artístico, en los que la creación, en susvalores de subjetividad y originalidad, y la ejecución diestra están condenados aentenderse.Deahí,porcierto,eltiempo«indefinido»requeridoenlaejecucióndelaobraartística:nies,sinmás,eltiempodeloficioejecutante,niestampocoeltiempoincalculable de la «ensoñación» subjetiva; es, efectivamente, la acción dramática ysicofísica de ambas temporalidades confundidas en la clausura secreta e íntimadeltaller.

Adèle y Ferdinand son las dos caras de un Jano: artista y autor (auctor:responsable y no sin más hacedor), fabricante y genio innovador, habilidad en lafacturayfuerzaparalapotenciaplástica.Sinembargo,aundesdoblandoelrelatodeZolacontodasestas«simbiosis»,nosfaltaríalamásprecisadelasconvocadasporelescritor a estas páginas perfectamente redondeadas y, a la vez, susceptibles de

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interpretacionesdiferentesyhastaenfrentadas.Vayamosconella.Loquecontienenlosplatosdeestabalanzaformadaporlosdosprotagonistases,porunaparte,comovengo diciendo, la originalidad, el furor del acto excepcional, la pereza y elsometimiento a los impulsos y pasiones del cuerpo, también el atrevimientoinconsciente y fundador del artista como un niño (como supo verNietzsche ya en1873: «Un nacer y perecer, un construir y destruir, sin ningún sentido moral, eneternamente idéntica inocencia, caracteriza en estemundo únicamente el juego delartista ydel niño»), pero al otro ladode la balanzahabremosdehallar un términomenos evidente—como lo es por cierto la propiaAdèle—.Es el denomos.El deregla, convención con valor de norma, y hasta ley. Adèle, burguesa devota deprovincias,hijaúnica fuertemente influidapor la figurade supadre,propietariodeuna pequeña tienda de materiales de pintura, es, como éste, perfectamenteconvencional. Todo su autodominio, todas sus frustraciones de mujer silenciosa yperseverante, y no menos todo su amor a él (¿mucho o poco?), se dirigen alcumplimientodelanormaensudobledimensiónaquítratada:elpactomatrimonialycomercialcontraídoconFerdinandylaobstinaciónensatisfacerlosencargosqueelartistarecibeyqueellahabráderealizar.

Entre el artista sin método, aunque dotado de un punto de vista propio(«individual», suele escribirZola en sus crónicasde losSalones), y ladisciplinadaAdèle,expertaenfalsificar—porquenoessinmáscopiar—elestilodeFerdinand(eldespreciohaciaelhombreeslacondiciónnecesariadeestasustitución,alquedarelartista reducidoaobjetodecopiaexacta),Zola recreaunsíndromeespecíficode laépocaen laquemadurasus ideassobreelnaturalismo,yque resultaunaexcelentevía de acceso al panorama de las artes—y a sus condiciones sociales,materiales,comerciales—talycomosedesenvolvíaenaquellasdécadas.Meestoyrefiriendoalas tensiones entre la cultura de la originalidad, que se llena de pompa a punto deestallarenlosrománticos,ylasindustriasdelafalsificaciónqueahoracomienzanadarsusprimerosfrutos.Ferdinandesverazensustitubeosyoscilaciones;laspinturasde Adèle son encantadoras pero falsas, producidas según un recetario eficaz paragustar y vender, hábil pero «decadente» en su cómoda obediencia a la norma yaestéril.Zolarelatalaexpansióndelacartonamientoylamediocridad,significadoenunapintura,másacademicistaqueacadémica,que,enoposiciónalamodernidaddelosimpresionistas,continúacontentandoalgustomayoritarioconunaschispassutilesdeexcitaciónyciertodescuidobienmedido.

AdèleyFerdinandharánsuyalafatalidaddeunquerelleporlaquelasfuerzasdela creación quedarán reducidas al preciosismo de las formas amables y vanas. Latriste victoria de la mediocridad, constatación reiterada por Zola en sus escritosteóricos,deunapinturadecorativayprescindible,deunartesinriesgosmayoresy,porlotanto,afirmadoenlaimposturadepermanecerajenoalfracaso,esloquenosdeparalarendicióndeFerdinandaAdèle.Másquehablardefrustracióndeunoolosdospersonajes,pareceoportunoreferirnosaladefinicióndedecadenciaqueaquíse

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entrevé. Porque en ella se nos descubre el juego de espejos entre las páginas deMadameSourdisy lasituaciónde lasartesen laépocaenquefueronescritas.ConmotivodelSalónde1879,Zolaexpresósuaburrimientoanteelmustioarteoficial:«Loquemehaimpactado,comotodoslosaños,eseltriunfodelamediocridadenelSalón»;yopondráaesteartedepredilecciónacadémicayburguesalosejemplosdesingularidady«personalidad»(otradesuspalabrasfrecuentes),«inclusoimperfectasymalejecutadas»—sigueescribiendoenLettresdeParis—.Nouvellesartistiquesetlittéraires.LeSalonde1879.Zola,enestopróximoaBaudelaire,preferiráelartedelfunámbulo, inestable ante los vértigos del fracaso, y repudiará el amaneramientoesteticista dedicado a complacer sin incordiar y, especialmente, a querer gustar sincrearcaminosverdaderamentepropios.

Eseltercerpersonaje—y,nuncamejordicho,eltercerojo—delrelatoelquenoscerciora acerca de este pulso entre el original y su falsificación, entre laexcepcionalidad y la convención. El pintor ya consagradoRennequin, amigo de lapareja,actúacomotestigo inoportuno, implicadoen lascircunstanciasque lehacenestaralcorrientedelsecretoqueelmatrimonioguardaensushorasdetaller,dondeella pinta los cuadros y él se limita a dar el asunto, acaso pergeñar unas primeraslíneas y, en ocasiones, corregir como un maestro la ejecución de su alumna.Rennequin porta el juicio de Zola, además de ser un artista y no un crítico o uncliente.Conocedor,portanto,delasinterioridadesdelarealizacióndeuncuadro,escapazdedescubrirelgradoenelqueAdèlehadebilitadoydomesticadolapotenciaqueFerdinanddemostróensusinicios.

RennequinposeeelpuntodevistaqueelpropioZolahizosuyoensuscríticas,dedicadas a la defensa del «arte nuevo»; Cézanne, Manet y los primerosimpresionistas son celebrados por el escritor, valorando en ellos justamente dosvalores principales: la singularidad de un punto de vista original y la aplicacióncontinuada y metódica, que no debe confundirse con los virtuosismos esteticistas.Son precisamente estos dos criterios de juicio los que quedan personificados enFerdinand y Adèle. Jano gana al fin la partida, hasta el punto de dificultar laseparaciónentreambospersonajes:sontandiferentescomosimbióticos.Senecesitany están condenados a entenderse. Después de treinta años manteniendo esteescenario, ambos acaban convertidos en una sola figuración del artista-autor: elreparto de tareas desiguales no perturba que ambos participen y sean, uno y otro,indispensables.Ellarequieredeélquedormiteenelsofádeltalleryélpidedeellaque labre con sus brazos la tierra que los alimenta. ¿A partir de qué momento el«auto-fingimiento»compartido,asimiladopor lanaturalidadde loshábitos,dejadeserlo? Forman pareja en el negocio, llevan su vida juntos y fabrican cuadros enabundancia, a pesar—y a cambio de que el prestigio de los conocedores se hayaperdido.

Tampoco podemos ignorar que en esta oscilación entre la indolencia y lalaboriosidadAdèleconsiguereteneraFerdinandasu lado, rendidoasupoderpara

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llevaradelantelaempresa.Ellareúnelosingredientesdeunaideologíaburguesadecarizromántico:entrelossentimentalismossinnadadentroylaavariciadeldinero,entre lossueñosdeamordeunaDalilagorda, lavanidadsocialde radiocortoyelseverocumplimientodelosencargoscomerciales.Moralistaypragmática,sumayorlogro es haber conseguido, con el poder de su dominio de sí, con su persistenciacallada,consuastuciaparalaculpabilizacióndeFerdinand,mantenerloapartarlodelas noches fuera (y «con otras»). Y se asoma por aquí un cierto poder de«erotización»,siportaldesignamoslafuerzaparaatraerloysubordinarloaella;claroqueestatiraníanoesladelabellezasensual,perosíes—digámosloasí—«mental»,con la que Adèle logra someter al hombre reduciéndolo a artista insuficiente ymenesterosodeella.Enesteaspecto,creoposibleatribuiraAdèlelosrasgospropiosde una femme fatale: una Dalila sin belleza pero sin duda fascinante, con unainteligencia orientada al debilitamiento y a la aniquilación de él. Su dominio delámbitodomésticovaleparaentendercómosu«domesticación»delapinturaimplicatambiénladesumarido.

QueesterelatosepublicaseenFranciaen1900nospermitetomarelcambiodesigloscomounenclavedecierto interésparaestasnotasde invitacióna la lectura.Conlallegadadelasprimerasvanguardias,consuviejoprofetaCézannealacabeza(elmismoquesedistanciódeZolaen1886,trasleerL’oeuvre),conloscubismos,unartemás cerebral que «amable», bello, ilusionista o «retiniano»,más experimentalque tradicional, buscará apartarse tanto de los restos románticos—relativos a unaindividualidad creadora de cariz excepcional—comode las farsas del preciosismoburgués.

FerdinandyAdèlelleganalfinaldesusvidasconformesyarmoniosos;hechosalfingimiento de toda una vida, cultivando la pequeña vanidad de volver a ser losartistas«desupueblo»,eneldeclivedeunapavorosadecadenciaquenolesimpidedisfrutar del sosiego de la vejez lejos del tumulto y los destellos de la capital,durmientes a la sombra de su jardín, sordos ya a las primeras proclamas de lasvanguardias. Por cierto, ellas mismas nutridas de jóvenes artistas de provinciasanhelantesderecibirlamiradaplateadadelacitéfatale, irresistible,impenetrableyvoraz,llamadaParís.

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ÉMILEZOLA

MadameSourdis

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I

Regularmente,FerdinandSourdisseabastecíacadasábadodesuprovisióndecoloresypincelesen la tiendadel tíoMorand,unbajooscuroyhúmedoquedormitabaenunaestrechaplazadeMercoeur,alasombradeunantiguoconventotransformadoencolegio comunal. Ferdinand, procedente deLille, según se decía, y desde hacía unaño vigilante en el colegio, se dedicaba a la pintura con pasión, encerrándose ydedicandotodassushoraslibresaestudiosquenomostraba.

A menudo era atendido por la señorita Adèle, la hija del tío Morand, la cualpintaba finas acuarelas de las que se hablaba mucho enMercoeur. Él le hacía supedido.

«Trestubosdeblanco,unodeocreamarilloydosdeverdeVeronés,porfavor».Adèle, perfectamente al corriente del pequeño comercio de su padre, servía al

joven,reiterandolapregunta:«¿Algomás?—Estodoporhoy,señorita».Ferdinand guardaba el pequeño paquete en su bolsillo, pagaba con torpeza de

pobre,temerosodequedarmal,ysemarchaba.Hacíaunañoqueeraasí,sinningunaalteración.

La clientela del tío Morand estaba formada por una docena de personas.Mercoeur,deochomilalmas,teníaunagranreputaciónporsuscurtidurías,perolasbellasartesallívegetaban.Habíacuatroocincomuchachosquepintarrajeabanbajoelojoapagadodeunpolaco,unhombresecoconperfildepájaroenfermo;tambiénlasseñoritasLévêque, lashijasdelnotario,sehabían iniciado«alóleo», resultandoestounescándalo.Sólounclientemerecíalapena,elcélebreRennequin,unhijodelpueblo que había obtenido grandes éxitos como pintor en la capital, medallas,encargos,yalqueacababandecondecorar.Cuando,conelbuentiempo,permanecíaun mes en Mercoeur revolucionaba la pequeña tienda de la plaza del Colegio.Morand traía expresamente colores de París y él mismo se afanaba en atender aRennequin, interesándose respetuosamente por sus nuevos éxitos. El pintor, unhombre grueso, un diablo bonachón, terminaba por aceptar la invitación a cenar ymirabalasacuarelasdelapequeñaAdèle,queleparecíanunpocopaliduchasaunqueconunfrescorderosas.

«Mejoresoqueelbordado,ledecíapellizcándolelaoreja.Tienesuinterés,hayahídentrounaligerasequedad,unaobstinaciónquellegaalestilo…¡Ea!Trabaja,notereprimasyhazloquesientas».

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Ciertamente, el tío Morand no vivía de su comercio. Era para él una aficiónantigua,unavocaciónhaciaelartequenohabíaprosperadoyqueahoragerminabaensuhija.Lacasaerasuyaysucesivasherenciaslohabíanidoenriqueciendo,hastadarleentreseisyochomilfrancosderenta.Peroélnoteníaenmenorconsideraciónsu tienda de colores, con su pequeño salón a pie de calle, cuya ventana servía devitrina:unestrechoescaparatecontubos,bastonesdetintadeChina,pinceles,yenelque a veces semostraban unas acuarelas de Adèle entre los pequeños cuadros desantos pintados por el polaco. Los días pasaban sin que apareciera un cliente. Noobstante,eltíovivíafelizeneloloraesencia,ycuandolaseñoraMorand,unaviejamujerlánguidaycasisiempreacostada,leaconsejabadesprendersedelatienda,élseenfadaba, como hombre llevado por la vaga conciencia de cumplir una misión.Burgués y reaccionario, y, en el fondo, de una gran rigidez devota, un instinto deartistafrustradolomanteníaenmediodesuscuatrotelas.¿Dóndehabríacompradoelpueblosuscolores?Laverdadesquenadielecompraba,peropodríahabergentealaqueleentraralasganas.Yélnodesertaba.

EnesteambientecreciólaseñoritaAdèle.Acababadecumplirveintidósaños.Debajaestaturayunpocogruesa,teníalacararedondayagradable,consuspequeñosojos,peroeratanpálidaymustiaquenoresultababonita.Parecíaunaviejecita,conla tez cansada de una institutriz envejecida por la sorda irritación del celibato. Sinembargo, Adèle no deseaba casarse. Partidos se le habían presentado y los habíarechazado. Se la tenía por orgullosa y, sin duda, ella esperaba la llegada de unpríncipe;corríanfeashistoriassobrelasfamiliaridadespaternalesqueRennequin,unsolterónvividor, sepermitía con ella.Adèle,muy introvertida, como sueledecirse,silenciosa y con frecuencia meditativa, parecía ignorar estas calumnias. Vivía sininquietudes,acostumbradaalahumedadapagadadelaplazadelColegio,viendoanteella,desdesu infancia,elmismopavimentomusgoso,elmismocrucesombríoquenadieatravesaba;solamentedosvecesaldíaloschicosdelpuebloseagolpabanalapuertadelcolegio,ynohabíaotradistracción.Peroellanoseaburríajamás,comosisiguiera, sin una sola excepción, un plan de existencia determinado desde hacíamucho tiempo. Tenía mucha voluntad y mucha ambición, con una pacienciainagotablequeconfundíaalosdemásrespectoasuverdaderocarácter.Pocoapocoselefuedandotratodesolterona.Parecíadedicadaparasiempreasusacuarelas.Noobstante,cuandoelcélebreRennequinllegabayhablabadeParís,ellaloescuchaba,muda,completamenteblanca,ysuspequeñosojosnegrosseencendían.

«¿Por qué no envías tus acuarelas al Salón?, le preguntó un día el pintor, quecontinuabatuteándolacomoaunviejoamigo.Yoharíaparaquefueranrecibidas».

Peroellahizounmovimientodehombrosydijoconunamodestiasinceratocadaconunapizcadeamargura:

«¡Oh!Unapinturademujer,esonovalelapena».LallegadadeFerdinandSourdisfueungranacontecimientoparaeltíoMorand.

Eraunnuevocliente,yunclientemuyserio,porqueenMercoeurnuncanadiehabía

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hechotantoconsumodetubos.Duranteelprimermes,Morandseocupómuchodeljoven,sorprendidoporhallarestabellapasiónartísticaenunode losvigilantesdelcolegio, a los que despreciaba a causa de su suciedad y ociosidad, después decincuenta años viéndolos pasar ante su puerta. Pero éste, por lo que se contaba,pertenecíaaunagranfamiliacaídaenlaruina;y,alamuertedesuspadres,élhubodeaceptarcualquiersituaciónquelosalvarademorirdehambre.Seguíasusestudiosdepintura,soñabaconserlibre,iraParís,intentaralcanzarlagloria.Transcurrióunaño. Ferdinand parecía resignado, encerrado enMercoeur por la necesidad del pancotidiano.EltíoMorandacabóporacostumbrarse,ynoseinteresabamásporélqueporotros.

Sinembargo,unatardelesorprendióunapreguntadesuhija.Elladibujababajola lámpara, afanada en reproducir con una exactitud matemática una fotografíatomadadeunRafael,cuando,sinlevantarlacabeza,dijo,trasunlargosilencio:

«Papá, ¿por qué no le pides uno de sus cuadros al señor Sourdis…? Lopondríamosenelescaparate.

—¡Esoes!Esverdad,gritóMorand.Esunaidea…Nuncahepensadoenverloqueélhacía.¿Esquetehamostradoalgunacosa?

—No,respondióella.Lodigopordecirlo…Almenosveríamoselcolordesuscuadros».

Ferdinand había terminado por preocupar a Adèle. La había impresionadovivamenteconsubellezadejovenrubio,supelocortoylabarbalarga,dorada,finayligera, que dejaba ver la piel rosada. Sus ojos azules eran de una gran dulzura,mientras que la habilidad de sus pequeñas manos y su fisonomía tierna y pocomarcada parecían manifestar una naturaleza indolentemente voluptuosa. Él debíasufrircrisisdevoluntad.Enefecto,endosocasioneshabíapasadohastatressemanassin aparecer; había abandonado la pintura y corría el rumor de que el muchachollevaba una conducta deplorable en una casa que era la vergüenza de Mercoeur.Debido a que pasó dos noches sin dormir en casa, y otra volviómuyborracho, sehabíapensadoenunmomentodeterminadoenexpulsarlodelcolegio;peroresultabatanencantadorcuandoestabasobrioqueselemantenía,apesardesusdeslices.EltíoMorandevitabahablardeestascosasdelantedesuhija.Decididamente,todosestosvigilantes eran iguales, seres sin ningunamoralidad; y había tomado ante éste unaactitudofensivadeburguésescandalizado,sibiensentíaunaternuracalladahaciaelartista.

Por los chismorreos de la sirvienta, Adèle estaba enterada de las juergas deFerdinand.Tambiénellaguardabasilencio.Perohabíareflexionadosobreestascosasysentíacontraeljovenunacóleratalquedurantetressemanashabíaevitadoservirle,retirándosecuandoloveíaacercarsealatienda.Pensóentoncesmuchoenél,yvagasideasdetodotipocomenzaronagerminarenella.Élleparecíainteresante.Cuandopasaba,ella lo seguíacon losojosy luegomeditaba, inclinadasobresusacuarelas,desdelamañanaalanoche.

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«¡Ybien!—preguntóeldomingoasupadre—,¿teprestaráalgúncuadro?».Eldíaanteriorellahabíaorganizadolascosasparaquesupadreseencontraraen

latiendacuandoFerdinandllegara.«Sí, dijo Morand, pero bien que se ha hecho rogar… No sé si es pose o es

modestia. Se excusaba, decía que no valía la pena que se enseñara… Mañanatendremoselcuadro».

Alotrodía,cuandoAdèleregresabadeunpaseoalasruinasdelviejocastillodeMercoeur,adondehabía idoa tomarunosapuntes, sedetuvo,mudayabsorta,anteunatelasinmarcocolocadasobreuncaballeteenmediodelatienda.EraelcuadrodeFerdinandSourdis.Representabaelfondodeunanchocanal,conungrantaludverdecuya línea horizontal cortaba el cielo azul, y una banda de colegiales de paseobrincaba,mientraselvigilante leía tendidosobre lahierba;unmotivoqueelpintorhabía debido tomardel natural. PeroAdèle estabadesconcertada condeterminadasvibracionesdelcoloryciertosatrevimientosdeldibujo,alosqueellanosehubieraarriesgado. Ella demostraba en sus propios trabajos una habilidad extraordinaria,hastaelpuntodehacersuyoelsofisticadooficiodeRennequinyeldeotrosartistascuyas obras apreciaba. Simplemente había, en este nuevo temperamento que elladesconocía,unacentopersonalquelasorprendía.

«¡Ybien!,preguntóel tíoMorand,depiedetrásdeella,esperandosudecisión.¿Quéopinas?».

Ellanodejabademirar.Alfinmurmuró,dudandoysinembargocautivada:«Esextraño…Esmuybonito…».Volvió varias veces al cuadro, seria. Al día siguiente, mientras seguía

examinándolo,Rennequin,queseencontrabaenMercoeur,entróenlatiendaylanzóunaligeraexclamación:

«¡Vaya!¿Quéeseso?».Élmirabaestupefacto.Después,acercandounasilla,sentándosedelantedelatela,

laanalizó,entusiasmándosepocoapoco.«¡Peroesmuycurioso!Eltonoesdeunafinuraydeunaveracidad…Fíjateen

losblancosdelascamisasdestacándosesobreelverde…¡Yoriginal!¡Unverdaderoacierto!Dime,hija,¿erestúquienhapintadoesto?».

Adèle escuchaba, sonrojándose, como si estos halagos fuesen dirigidos a ellamisma.Seapresuróaresponder:

«No,no.Esesejoven,yasabe,eldelcolegio.—Esverdadquese teparece,continuóelpintor.Eres tú,conunciertovigor…

¡Ah!Esdeestejoven;¡bien!Tienetalento,ymucho.UncuadroasítendríaungranéxitoenelSalón».

RennequincenabaesanocheconlosMorand,unhonorqueleshacíaencadaunode sus viajes. Habló de pintura toda la velada, refiriéndose en varias ocasiones aFerdinandSourdis,alqueseprometíaveryanimar.Silenciosa,Adèle loescuchabahablar deParís, de la vidaque llevaba allí, de los triunfosqueobtenía; y sobre su

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frente pálida de muchacha reflexiva una arruga profunda se marcaba, como si unpensamiento entrara y se fijara ahí para no salir más. El cuadro de Ferdinand seenmarcó y fue expuesto en el escaparate, donde las señoritas Lévêque vinieron averlo; aunque ellas no lo encontraron suficientemente acabado, y el polaco, muyalterado,propagabaporelpuebloquepertenecíaaunaescuelanuevaquenegabaaRafael.Sinembargo,elcuadrotuvoéxito;parecióbonito,ylasfamiliasvinieronenprocesiónareconoceraloscolegialesquehabíanposado.LasituacióndeFerdinanden el colegio nomejoró.Los profesores se indignaron con lo que se decía de estevigilante,cuyamoralidadnole impedíatomarcomomodelosalosniñosquedebíaguardar. Se le mantuvo, no obstante, haciéndosele prometer mayor seriedad en losucesivo. Cuando Rennequin lo fue a ver para darle sus cumplidos, lo encontrósumidoenelabatimiento,casillorando,hablandodeabandonarlapintura.

«¡Puesdéjela!, ledijoélconsubruscabonhomía.Ustedtienetalentosuficientepara reírse de todos estos pájaros…Yno se preocupe, su día vendrá y conseguirásalir de la miseria, como sus camaradas. He trabajado para los constructores, yo,quienlehabla…Espere,trabaje;todoestáahí».

Entonces, una nueva vida comenzó para Ferdinand. Entró poco a poco en laintimidadde losMorand.Adèle sehabíapuestoacopiar sucuadro:ElPaseo.Ellahabíaabandonadosusacuarelasyseatrevíaconlapinturaalóleo.Rennequinhabíadichounapalabramuyjusta:comoartista,ellateníalasgraciasdeljovenpintor,sintenersusvirilidades;almenosposeíayasufactura,inclusoconunahabilidadyunasolturamásgrandesparasuperarlasdificultades.Estacopia,lentaycuidadosamenterealizada,losuniómás.Pordecirloasí,AdèledesmontóaFerdinandysehizomuyprontoconsumétododetrabajo,hastaelpuntodequeélsequedómuysorprendidoalversedesdobladodeestamanera,interpretadoyreproducidoliteralmente,conunadiscreción plenamente femenina. Era él, sin brillo pero pleno de encanto. EnMercoeur,lacopiadeAdèletuvomuchomáséxitoqueeloriginaldeFerdinand.Loúniconegativoesquecomenzabanachismorrearseabominableshistorias.

LaverdadesqueFerdinandapenaspensabaenestascosas.Adèlenoleatraíaenabsoluto.Élteníaviciosquecomplacíaenotroslugaresyenabundancia,porloquese mantenía muy frío junto a esta burguesita, cuya corpulencia amarillenta le eraincluso desagradable. Él la trataba simplemente como artista, como camarada.Cuandoconversaban,siempreerasobrepintura.Élseinflamaba,soñabaenvozaltaconParísyserebelabacontralamiseriaqueleimpedíasalirdeMercoeur.¡Ah!¡Sihubiera tenido de qué vivir, cómo habría dejado plantado el colegio! El éxito leparecía seguro.Estamiserable cuestióndel dinero, deganarse la vida cotidiana, loponíarabioso.Ellaloescuchaba,conmuchagravedad,comositambiénestudiaralacuestión, calculando las posibilidades del éxito. Después, sin nunca dar mayorexplicación,ledecíaqueesperase.

Derepente,unamañanaeltíoMorandapareciómuertoensutienda.Unataquedeapoplejía lo había fulminadomientras desembalabauna caja de colores y pinceles.

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Pasaron quince días. Ferdinand había evitado perturbar el dolor de la hija y de lamadre.Cuandosepresentódenuevo,nadahabíacambiado.Adèlepintaba,vestidadenegro;laseñoraMorandpermanecíaadormecidaensuhabitación.Ylascostumbresse retomaron, las conversaciones sobre arte, los sueños de triunfo en París. Laintimidaddelosjóveneseramásgrande.Peroenningúnmomentounafamiliaridadcariñosa, jamás una palabra de amor desentonaba en su amistad puramenteintelectual.

Unatarde,Adèle,másgravequedecostumbre,seexplicóconnitidezdespuésdehaber observado largamente a Ferdinand con mirada franca. Sin duda lo habíapensadobastanteyhabíallegadoelmomentodetomarunaresolución.

«Escuche,dijo.Hacemuchotiempoquelequierohablardeunproyecto…Hoy,yo estoy sola. Mi madre apenas cuenta. Y perdóneme si le hablo de un mododirecto…».

Él esperaba, sorprendido. Entonces, sin titubeos, con toda sencillez, ella leexplicósuposición,aludiendoa lasquejascontinuasqueéldejabaescapar.Sólo lefaltaba el dinero. Él sería célebre en pocos años si tuviera los primeros adelantosnecesariosparatrabajarlibrementeypromocionarseenParís.

«¡Pues bien!, concluyó ella, permítame que le ayude. Mi padre me ha dejadocincomil francos de renta y puedo disponer de esa cantidad enseguida, porque lasituación demimadre también está asegurada.Ella no tiene ninguna necesidad demí».

Ferdinandseoponía.Nuncaaceptaríaunsacrificioasí,nuncasequedaríaconsudinero.Ellalomirabafijamente,dándosecuentadequenolahabíacomprendido.

«IríamosaParís,prosiguióellalentamente,yelporvenirseríanuestro…».Después,comoélcontinuabaestupefacto,ellasonrió,letendiólamanoyledijo

contonodebuenacamaradería:«¿Quiereusteddesposarme,Ferdinand…?Yaúnseréyoquienquedeagradecida,

porqueya sabeustedque soy ambiciosa; sí, siemprehe soñado con la gloria, y esustedquienmeladará».

Élbalbuceabaynose reponíade labrusquedaddeesteofrecimiento;mientras,tranquilamente,ellaseguíaexponiéndolesuproyecto,largamentemadurado.Despuéssepusomaternal,pidiéndoleaélunasolapromesa:ladeportarsebien.Elgenionopodíaavanzarsinorden.Yledioaentenderqueconocíasusexcesos,yqueesonoladetenía,aunqueintentaríacorregirlo.Ferdinandcomprendióperfectamenteelnegocioque le ofrecía: ella aportaba el dineroy él debía aportar la gloria.Él no la amaba;incluso en esemomento sentía unverdaderomalestar ante la ideadeposeerla.Sinembargo,cayóderodillas,se loagradeció,ysólose leocurrióestafrase,quesonófalsaasusoídos:

«Ustedserámibuenángel».Entonces,ella,ensufrialdad,fuetomadaporungranimpulso;loabrazóylebesó

elrostro,porqueloamaba,seducidaporsubellezadejovenrubio.Supasióndormida

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se despertó. Acababa de hacer un negocio en el que sus deseos, durante muchotiemporeprimidos,secumplían.

Tressemanasmástarde,FerdinandSourdisestabacasado.Habíacedidomenosalcálculoquealasnecesidadesyaunasucesióndehechosdelosquenohabíasabidoescapar.

Vendieronlasexistenciasde tubosypincelesaunpequeñopapelerovecino.LaseñoraMorand,acostumbradaalasoledad,nosehabíaalteradolomásmínimo.LajovenparejapartióenseguidaparaParís,llevandoElPaseoenlamaletaydejandoaMercoeur impresionado por un desenlace tan repentino. Las señoritas LévêquedijeronquelaseñoraSourdisseibaconeltiempojustodeparirenlacapital.

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II

LaseñoraSourdisseocupódelainstalación.EnlacalledeAssas,enuntallercuyogran ventanal daba a los árboles del Luxemburgo.Como los recursos de la parejaeranmodestos,Adèlehizomilagrosparaconseguiruninteriorconfortablesingastardemasiado.QueríareteneraFerdinandasuladoyhacerleamarsutaller.Laprimeratemporadadelosdos,enmediodeestegranParís,fueverdaderamenteencantadora.

Terminaba el invierno.Los primeros días soleados demarzo llegaban congransuavidad.CuandoRennequinsupodelallegadadeljovenpintorysumujer,acudióasu encuentro. El matrimonio no le había sorprendido, si bien él se mostrabanormalmentereacioalauniónentreartistas,porquecreíaquesiempreacababanmaly que era inevitable que unode los dos aniquilara al otro. Ferdinand se comería aAdèle, y ya está; ymejor para él, porque estemuchacho necesitaba dinero.Mejormeterseenlacamaconunamuchachapocoapeteciblequesufrirlasvacasflacasenrestaurantesdetresalcuarto.

CuandoRennequinentró,vioElPaseo, lujosamenteenmarcado,colocadosobreuncaballete,justoenmediodeltaller.

«¡Ah!¡Ah!,dijoélalegremente,¡hatraídolaobramaestra!».Estaba sentado y clamaba de nuevo sobre la finura del tono y la originalidad

espiritualdelaobra.Despuésdijobruscamente:«EsperoquelaenvíealSalón.Esuntriunfoseguro…Llegajustoatiempo.—Es lo que yo le aconsejo, dijo Adèle con delicadeza. Pero él duda, porque

querríadebutarconalgunacosamásgrande,máscompleta».EntoncesRennequinseopuso.Lasobrasdejuventuderanbenditas.Quizásnunca

másencontraraFerdinandestaflordeimpresión,estosatrevimientosingenuosdelosinicios. Había que ser un borrico para no sentir esto. Adèle sonreía con estaexageración.Ciertamentesumaridoiríamáslejos,yellaconfiabaenqueélloharíamejor, pero estaba feliz de ver a Rennequin combatir los extraños temores queagitaban a Ferdinand en el últimomomento. Se acordómandar al día siguienteElpaseo al Salón; los plazos expirarían en tres días. En cuanto a la recepción, erasegura. Rennequin formaba parte del jurado, sobre el que ejercía una considerableinfluencia.

EnelSalón,ElPaseotuvounéxitoenorme.Duranteseissemanaslamultitudseconcentróantelatela.Ferdinandconocióelflechazodelacelebridad,queenParísseproduceamenudodeundíaparaotro.

Inclusolasuertequisoquefuesecriticado,conloquesuéxitosemultiplicó.Noseleatacóbrutalmente,y,únicamente,algunosdiscutieronciertosdetallesqueotros

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defendían con pasión. En definitiva, El Paseo fue declarado una pequeña obramaestra y laAdministración ofreció enseguida seismil francos. Tenía el punto deoriginalidad necesario para complacer el gusto hastiado de lamayoría, sin que, noobstante, el temperamento del pintor se desbordara hasta llegar a incomodar a lagente: en definitiva, justo lo que el público reclamaba de novedad y fuerza. Tanencantadorparecióesteamableequilibrioqueseproclamólallegadadeunmaestro.

Mientras su marido triunfaba clamorosamente entre el público y en la prensa,Adèle,quetambiénhabíaenviadosusestudiosdeMercoeur,acuarelasmuyfinas,noencontraba su nombre en ninguna parte, ni en la boca de los visitantes ni en losartículosdelosperiódicos.Sinembargo,ellanosentíaenvidiaysuvanidaddeartistano sufría en absoluto. Tenía puesto todo el orgullo en su bello Ferdinand. En estamuchacha silenciosa, que durante veintidós años había enmohecido a la sombrahúmedadelaprovincia,enestaburguesafríaydescolorida,unapasióndecorazónydecabezahabíaestalladoconunaviolenciaextraordinaria.AmabaaFerdinandporelcolordoradode subarba, por supiel rosada, por el encantoy lagraciade toda supersona; y llegaba a estar celosa, a sufrir por sus cortas ausencias, a vigilarlocontinuamente, conmiedo a que otramujer se lo robara. Cuando semiraba en elespejo, tenía conciencia de su inferioridad, de su figura gruesa y de su rostro yaapagado.Noeraella,sinoél,quienhabíaaportadolabellezaalmatrimonio;ella ledebía,incluso,loquehubieradebidotener.Sucorazónsederrumbabaantelaideadeque todo venía de él. Después, su cabeza trabajaba y ella lo admiraba como a unmaestro.Entonces, un reconocimiento infinito la invadía.Ella formaba parte de sutalento,desusvictorias,deestafamaquelaelevabaenmediodeunaapoteosis.Todoloquehabíasoñadoseestabarealizando,noporellamisma,sinoporotroellamisma,alqueamaba,alavez,comodiscípula,madreyesposa.Enelfondo,ensuorgullo,Ferdinandseríasuobray,despuésdetodo,nohabríamásqueellamismaentodoeso.

DuranteestosprimerosmesesunencantamientocontinuollenódebellezaeltallerdelacalledeAssas.Adèle,apesardeestaideadequetodoleveníadeFerdinand,carecía de toda humildad; porque le bastaba el pensamiento de que ella habíapropiciadotodoesto.Asistíaconunatiernasonrisaalarealizacióndelafelicidadquedeseaba y cultivaba. Sin que esta idea tuviera nada de miserable, se decía queúnicamentesufortunahabíapodidoconquistaresta felicidad.Tambiénella teníasulugarysesentíanecesaria.Nohabía,ensuadmiraciónysuadoración,sinoeltributovoluntariodeunapersonalidadqueconsienteendejarseabsorberenbeneficiodeunaobraquetomacomosuyaydelaqueesperapodervivir.Conlabrisacálidadelosdíashermosos losgrandesárbolesdelLuxemburgo reverdecíany los cantosde lospájaros penetraban en el taller. Cada mañana, nuevos periódicos llegaban con suselogios;sepublicabael retratodeFerdinand,se reproducíasucuadropor todos losmediosyen todos los formatos.Mientrasalmorzabansobresupequeñamesaenelsilencio delicioso de su retiro, los dos recién casados sorbían esta publicidad

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estruendosaydisfrutabanconalegríadeniñosdecómoelenormeyresplandecienteParísseocupabadeellos.

Sinembargo,Ferdinandnohabíavueltoaltrabajo.Vivíaenunestadofebril,enunasobreexcitaciónquelehacíaperder,decía,todalaseguridaddelamano.Habíanpasado tres meses. Siempre dejaba para el día siguiente los estudios de un grancuadroconelquesoñabadesdehacíatiempo:unatelaalaquellamabaElLago,uncamino del bosque deBoulogne con una hilera de carruajes avanzando lentamentebajo la luz dorada del atardecer. Ya había tomado los primeros apuntes, pero lefaltaba la llama de sus días de miseria. El bienestar del que gozaba parecíaadormecerlo;además,temíafrustrarsurepentinotriunfoconunanuevaobra.Ahoraestabasiemprefuera.Amenudodesaparecíaporlamañanaparanoaparecerhastalanoche;endoso tresocasionesvolviómuy tarde.Erancontinuos lospretextosparasaliryausentarse:unavisitaauntaller,elencuentroconunmaestrocontemporáneo,reunir documentos para la futura obra y, sobre todo, cenas con amigos. Se habíareencontrado con algunos de sus compañeros deLille y formaba parte de diversassociedades de artistas que lo abocaban a continuos placeres, de los que regresabaexcitado,confiebre,hablandoenvozaltayconlosojosbrillantes.

Adèlenosehabíapermitidotodavíahacerleunsoloreproche.Sufríamuchoestadisipación creciente que se apropiaba de sumarido y la dejaba sola durante largashoras. Pero ella luchaba contra sus celos y sus temores: era bueno que Ferdinandhicierasusnegocios;unartistanoeraunburguésmetidoencasa;teníanecesidaddeconocerelmundo;sedebíaasuéxito.YexperimentabacasiunremordimientoporsussordasinquietudescuandoFerdinandlehacíalacomediadelhombresobrepasadopor susobligacionesmundanas, jurándolequeestabahartoyqueél lohabríadadotodopornotenerqueabandonarnuncaasumujercita.Inclusounavezfueellalaquelopusoenlacalle,cuandoélfingióquenoqueríairaunacomidadehombresenlaque debía conocer a un rico aficionado. Luego, cuando se quedaba sola, lloraba.Queríaserfuerte,perosiempreveíaasumaridoconotrasmujeres,leparecíaquelaengañabayestolaponíatanenfermaqueavecesdebíaacostarsecuandoélsalía.

Rennequinvenía,amenudo,abuscaraFerdinand.Ellaseesforzabaenbromear:«Seréisbuenos,¿no?Yasabeustedqueseloconfío.—¡Notengasmiedo!,respondíaelpintorriendo.Siselollevan,yoestaréaquí…

ytedevolverésiempresusombreroysubastón».Ella confiaba en Rennequin. Si también él salía con Ferdinand, debía de ser

necesario.Ellaseiríaacostumbrandoaestemododevida,perosuspirabarecordandosusprimerassemanasenParís,antesdeléxitodelSalón,cuandolosdosdisfrutabandelosdíasfelicesenlasoledaddeltaller.Estabaahoraaquísola,trabajando,y,paramatar las horas, había retomado con ímpetu sus acuarelas. En cuanto Ferdinanddoblaba la esquina de la calle enviándole un último adiós, cerraba la ventana y seponíaalatarea.Élsepasabalavidaenlascalles,ibaDiossabedónde,sedemorabaenlugaresdemalafama,volvíaextenuadoyconlosojosenrojecidos.Ella,paciente,

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terca, permanecía los días enteros ante su pequeña mesa, reproduciendocontinuamente los estudios que había traído de Mercoeur, pequeños paisajesdelicadosquesabíatratarconunahabilidadcadavezmásllamativa.Erasubordado,comoelladecíaconunasonrisacontenida.

Unanoche,mientraspermanecíadespiertaesperandoaFerdinand,concentradaenlacopiadeungrabadoqueejecutabaalapuntadeplomo,lasobresaltóelgolpesordodeunacaídaen lapuertadel taller.Diounavoz,sedecidióaabriryencontróasumarido,quetratabadelevantarseyreíaburdamente.Estababorracho.

Adèle,blanca,lopusoenpieycargóconélhastasuhabitación.Élseexcusabaybalbuceabapalabrassueltas.Sinhablar,leayudóadesvestirse.Luego,unavezqueélestuvo en la cama, roncando, sumido en la borrachera, ella no se acostó y pasó lanocheenunsillónconlosojosabiertos,reflexionando.Unaarrugacortabasufrentepálida.AldíasiguientenohablóaFerdinanddelaescenavergonzosadelavíspera.Élestabamuymolesto, todavíaaturdido,con losojoshinchadosy labocaamarga.Este silencio absoluto de sumujer redobló sumalestar; y no salió en dos días, secomportóconhumildadysepusoatrabajarconladedicacióndeunescolarquedebehacerseperdonar.Sedecidióatrazarlasgrandeslíneasdesucuadro,consultandoaAdèleyesforzándosepordarlemuestrasdelaconsideraciónenlaquelatenía.Ellaestuvoprimero silenciosaymuy fría, comoun reprocheviviente, sinpermitirse enningúnmomento lamenor alusión. Después, tras el arrepentimiento de Ferdinand,ellavolvióasernaturalybuena;todoquedótácitamenteperdonadoyolvidado.PeroaltercerdíaRennequinvinoarecogerasujovenamigoparairacenarconuncélebrecríticode arte en elCaféAnglais.Adèle esperó a sumaridohasta las cuatrode lamañana, y cuando llegó traía una herida sangrando debajo del ojo izquierdo,provocadaporelgolpedeunabotellaenunapeleadebajosfondos.Loacostóylocuró.Rennequinlohabíadejadoenelbulevaralasoncedelanoche.

Apartirdeentoncesestosehizonorma.Ferdinandnopodíaaceptarunacena,irauna velada, ausentarse por la tarde con cualquier pretexto, sin volver a casa en unestado abominable.Regresaba terriblemente abatido, conmoratones sobre la piel ycon las ropas desechas e impregnadas con los olores infames de la aspereza delalcohol y el perfume de lasmujeres. Eran los viciosmonstruosos en los que caíasiempre, por una cobardía de temperamento. Y Adèle no salía de su silencio, locuidaba siempre con una rigidez de estatua, sin cuestionarlo, sin reprocharle suconducta.Lepreparabaté,lesosteníalacubeta,lolimpiabatodosinquererdespertara la sirvienta, ocultando su estado como si fuera una vergüenza que el pudor leimpidieramostrar.Pero¿porquéhabríadeinterrogarlo?Ellareconstruíafácilmenteeldramaunayotravez,elgradodeborracheracogidoconlosamigos,mástardelascarrerasvertiginosasenelParísnocturno,lajuergacrápula,yendocondesconocidosdecabaretencabaret,conmujeresrecogidasenlasesquinasdelasaceras,disputadasasoldadosyembrutecidasenlasuciedaddealgúnbarracón.Avecesdescubríaensusbolsillos direcciones extrañas, restos inmundos, todo tipo de pruebas que se

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apresuraba a quemar, para no saber nada de estas cosas.Cuando traía arañazos deuñas femeninas, cuando volvía herido y sucio, ella se endurecía todavía más; lolavabaenunsilencioaltivoqueélnoseatrevíaaromper.Alotrodía,traseldramadeestasnochesdejuerga,cuandoélsedespertabaylahallabamudaanteél,losdossinhablar,parecíanhabertenidounapesadilla,yelcursodesusvidasseretomaba.

Sólo una vez, al despertar, Ferdinand se arrojó a su cuello en una crisis deenternecimientoinvoluntario,llorando,balbuceando:

«¡Perdóname,perdóname!».Peroellalorechazó,disgustada,haciéndoselasorprendida.«¡Cómo!¿Perdonarte?…Túnohashechonada.Yonomequejo».Yesteempeñoenparecerignorarsusfaltas,estasuperioridaddeunamujercapaz

dedominarsuspasiones,empequeñecíatotalmenteaFerdinand.La verdad es que Adèle agonizaba de asco y de ira en la actitud que había

adoptado. La conducta de Ferdinand sublevaba en ella toda una educación devota,todo un sentimiento de corrección y de dignidad. Su corazón se sentía denigradocuandoélvolvíaapestandoavicioyelladebíatocarloconsusmanosypasarelrestode la noche soportando su aliento. Ella lo despreciaba. Pero, en el fondo de estedesprecio,estabacelosadelosamigosycontralasmujeresqueselodevolvíansucioydegradado.Hubieraqueridoverlasarrastrarseporlasaceras;selasimaginabacomomonstruos,sinentenderquelapolicíanolasecharadelascallesagolpedefusil.Suamor no había disminuido. Ciertas noches, cuando el hombre la asqueaba, serefugiaba en su admiración hacia el artista; y esta admiración quedaba comodepurada,hastaelpuntodeque,aveces,comoburguesallenadeleyendassobrelosdesórdenesnecesariosdelgenio,aceptabaalfinlamalaconductadeFerdinandcomosi fuera el estiércol fatalde lasgrandesobras.Porotraparte, si susdelicadezasdemujer, si sus ternurasdeesposaestabanheridaspor las traicionescon lasqueél larecompensaba tan mal, le reprochaba quizás más amargamente no cumplir suscompromisosdetrabajo,romperelcontratoquehabíanhecho,porelqueelladebíaaportarlavidamaterialyéllagloria.Sufaltadepalabralaindignaba,ybuscabaunmedio de salvar al menos al artista en aquel desastre de hombre. Quería ser muyfuerte,porqueeranecesarioqueellafueseelpatrón.

En menos de un año Ferdinand volvió a ser un niño. Adèle lo dominabatotalmente.Ellaeraelmachoenestabatalladelavida.Concadaunadesusfaltas,cada vez que lo había cuidado sin un reproche, conuna piedad severa, él quedabamáshumilde,adivinandosudesprecio,bajandolacabeza.Entreellosnoeraposiblelamentira;ellaeralarazón,lahonestidad,lafuerza,mientrasélserevolvíaentodaslas debilidades, en todas las decadencias; y lo que él más sufría, hasta quedaraniquilado,eraestafrialdaddejuicioquenoignoranada,quellevaeldesdénhastaelperdón, inclusosincreerseeneldeberdesermonearalculpable,comosi lamenorexplicaciónofendieraaladignidaddelapareja.Ellanohablaba,paramantenerseporencima,paranorebajarseasímismaymancharseconestaporquería.Sisehubiera

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desahogado, si le hubiera lanzado a la cara sus amores de una noche, comomujerrabiosa por los celos, seguramente él habría sufrido menos. Al rebajarse ella, lohubieraaupadoaél.¡Quépequeñoera,yquésentimientodeinferioridadcuandosedespertaba,destrozadoporlavergüenza,conlacertezadequeellalosabíatodoynosedignabaacompadecersedenada!

No obstante, su cuadromarchaba. Él había comprendido que su talento era suúnicasuperioridad.Cuandotrabajaba,Adèleleprodigabasucariñodemujer;eraellalaquesevolvíapequeña,estudiabarespetuosamentesuobra,depiedetrásdeél,ysemostraba tanto más sumisa cuanto el resultado de la jornada era mejor. Él era sumaestro,elmachoqueretomabasulugarenlapareja.Peroahorainvenciblesperezaslopostraban.Cuandoélvolvíaroto,comovaciadoporlavidaquellevaba,susmanospermanecían flácidas, y dudaba, al no tener ya firmeza en la ejecución. Algunasmañanas una impotencia radical entumecía todo su ser. Entonces se pasaba el díaentero delante de la tela cogiendo y soltando su paleta, sin llegar a nada yenfadándose;obienseadormecíasobreelcanapéconunsueñoplomizo,delquesólose despertaba por la tarde con migrañas atroces. Esos días, Adèle lo miraba ensilencio.Caminabadepuntillas,evitandoponerlonerviosoyespantarlainspiración,que sin duda habría de llegar; porque ella creía en la inspiración, en una llamainvisible que entraba por la ventana abierta y se posaba sobre la frente del artistaelegido.Luego,losdesalientoslacansabantambiénaella,presadelainquietud,conelpensamientotodavíavagodequeFerdinandpodíahacerbancarrota,comounsociodesleal.

Era febrero y la fecha del Salón se acercaba.ElLago no estaba terminado. Eltrabajo mayor estaba hecho, la tela se encontraba enteramente cubierta, pero,exceptuandociertaspartesmuyavanzadas,elrestoseguíaconfusoeincompleto.Latelanosepodíaenviarasí,enestadodeesbozo.Faltabaladefiniciónúltima,laslucesyelacabadoquedefinenunaobra;yFerdinandnoavanzabamás, seperdíaen losdetalles, destruía por la tarde lo que había hecho por la mañana, sin salirse de símismoydevorándoseensuimpotencia.Unatarde,alacaídadelcrepúsculo,Adèle,quevolvíadehacerunrecadolejos,escuchó,eneltallerllenodesombras,unllanto.Delantedelatela,abatidosobreunasilla,vioasumaridoinmóvil.

«¡Peroestásllorando!,dijoconmovida.¿Quétepasa?—Nada,nada,nomepasanada»,tartamudeó.Hacíaunahoraquehabíacaídoenesaposición,mirandoestúpidamenteestatela

enlaqueyanoveíanada.Todobailabaantesuconfusamirada.Suobraerauncaosqueleparecíaabsurdoylamentable;yélsesentíaparalizado,débilcomounniño,deuna impotencia absolutaparaponerordeneneste estropiciodecolores.Más tarde,cuandolassombrashabíanborradopocoapocolatela,cuandotodo,hastalostonosmásvivos,sehabía fundidoenelnegrocomoenunanada,sehabíasentidomorir,asfixiadoporunatristezainmensa.Yhabíaestalladoenllantos.

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«Peroveoquelloras,repitiólajoven,queacababadellevarlasmanosasurostro,mojadodelágrimascalientes.¿Esquesufres?».

Esta vez no pudo responder. Una nueva crisis de llanto lo oprimía. Entonces,olvidandosusordorencor,cediendoalapiedadhaciaestepobrehombreincapaz,ellalobesómaternalmenteenlaoscuridad.Estofueelfracaso.

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III

Al día siguiente, Ferdinand debió salir después del almuerzo. Cuando volvió doshoras después, fue absorbido como de costumbre ante su tela y tuvo una ligeraexclamación.

«¡Vaya!¡Alguienhatocadomicuadro!».A la izquierda, una parte del cielo y unas hojarascas habían sido terminadas.

Adèle, inclinada sobre su mesa, ocupada en una de sus acuarelas, no respondióenseguida.

«¿Quiénsehapermitidohaceresto?,continuómásasombradoqueenfadado.¿HavenidoRennequin?

—No,dijoalfinAdèlesinlevantarlacabeza.Soyyoquienhaechadoelrato…Esenlosfondos,nadaimportante».

Ferdinandsepusoareírconunarisaincómoda.«¿Entonces tú colaboras, ahora? El tono es muy preciso, únicamente hay que

atenuarunaluz.¿Dónde?,preguntóelladejandosumesa.¡Ah!Sí,estarama».Ellatomóunpincelehizolacorrección.Éllamiraba.Trasunsilencio,sepusoa

darleconsejos,comosifueraunaalumna,mientrasellacontinuabaconelcielo.Sinqueseprodujeraningunaexplicaciónmásclara,élcomprendióqueellaseencargaríade terminar los fondos. El tiempo apremiaba y había que darse prisa. Él mentía,diciendoqueestabaenfermo,yellaloaceptabaconnaturalidad.

«Puesto que estoy enfermo, repetía constantemente, tu ayuda me aliviarámucho…Losfondosnotienenimportancia».

Apartirdeentoncesseacostumbróaverlaantesucaballete.Devezencuandoélabandonabaelcanapé,seacercababostezando,juzgabaconunapalabrasutrabajoy,en ocasiones, le hacía repetir un fragmento. Era muy severo como profesor. Elsegundodía,diciendoquecadavezsufríamás,decidióqueellaavanzaríaprimerolosfondos, antes de que él terminara los primeros planos. Esto, según contaba, debíafacilitareltrabajo;severíamásclaroyseiríamásrápido.Yhubotodaunasemanadeperezaabsoluta,de largossueñossobreelcanapé,mientrassumujer,silenciosa,pasabalajornadadepiefrentealcuadro.Despuésreaccionóyempezólosprimerosplanos. Pero la retuvo cerca de él y, cuando se impacientaba, ella lo calmaba yacababalosdetallesqueélleindicaba.Ellaconfrecuencialoechaba,aconsejándolequefueraatomarelairealjardíndelLuxemburgo.Puestoqueélnosesentíabien,debíacuidarse;nolemerecíalapenacalentarseasílacabeza,yellasemostrabamuyafectuosa.Luego,yasola,seapresuraba,trabajabaconunaobstinacióndemujeryno

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sereprimíaendefinirlosprimerosplanostodoloposible.Élestabaentalestadodecansancio que no se daba cuenta de la tarea hecha en su ausencia, o almenos nohablabadeella.Parecíacreerquesucuadroavanzabasolo.Enquincedías,ElLagofueterminado.PeroAdèlenoestabacontenta.Sentíaquefaltabaalgunacosa.CuandoFerdinand,aliviado, juzgóelcuadrodemodomuyfavorable,ellacontinuabafríaymovíalacabeza.

«¿Entonces qué quieres?, decía él enfadado. No podemos dejarnos la vida enesto».

Loqueellaqueríaesqueélmarcaraelcuadroconsupersonalidad.Y,graciasalos milagros de la paciencia y de la voluntad, ella le dio la energía. Durante unasemana,loatormentó,loencendió.Élnosaliómás,ellalocalentabaconsuscariciasy lo embriagaba con sus halagos.Después, cuando lo sentía vibrante, le ponía lospinceles en la mano y lo tenía durante horas delante del cuadro, charlando,discutiendo,arrojándoloaunaexcitaciónqueledevolvíasufuerza.Yasífuecomoélcontinuó trabajando en la tela, retomando el trabajo deAdèle, dándole el vigor depincelada y las notas de originalidad que le faltaban. Era poca cosa y lo era todo.Ahora,laobravivía.

La alegría de la muchacha fue grande. El porvenir de nuevo les sonreía. Ellaayudaríaasumarido,yaque lefatigabanlos largos trabajos.Seríaunamisiónmásíntima,cuyassatisfaccionessecretaslallenabandeesperanza.Pero,bromeando,ellale hizo jurar que no revelaría su parte del trabajo; no valía la pena, y eso laincomodaría.Ferdinandloprometióasombrado.ÉlnoteníacelosartísticosdeAdèleyrepetíaportodaspartesqueellaconocíasuoficiodepintormuchomejorqueél,loqueeraverdad.

Cuando Rennequin vino a ver El Lago permaneció silencioso mucho tiempo.Después,muysinceramente,hizograndescumplidosasujovenamigo.

«Es seguramente más completo que El Paseo, dijo. Los fondos tienen unaligerezayunafinuraincreíblesylosprimerosplanosresaltanconmuchafuerza…Sí,sí,muybien,muyoriginal…».

Estabavisiblementesorprendido,aunquenomencionó laverdaderacausadesuasombro.EstediablodeFerdinandledesconcertaba,porquenuncalohabíacreídotanhábil, y encontraba en el cuadro cierto aspecto de novedad que no esperaba. Sinembargo,sindecirlo,preferíaElPaseo,ciertamentemásdescuidado,másrudo,perotambiénmáspersonal.EnElLagoeltalentosehabíaafianzadoycrecido,yentodocasolaobraleseducíamenos,aladvertirenellaunequilibriomásbanalyeldeclivehacialobonitoylorebuscado.Estonoleimpidiómarcharserepitiendo:

«Sorprendente,querido…Vaatenerunéxitograndioso».Supredicciónhabíasidoacertada.EléxitodeElLagofueaúnmásgrandequeel

deElPaseo.Lasmujeres,sobretodo,seextasiaban.Eraexquisito.Loscarruajes,queavanzaban con el reflejo del sol en sus ruedas, las pequeñas figuras bien vestidas,unas manchas claras que se destacaban en medio de la vegetación del Bosque,

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sedujeron a los visitantes, que miraban la pintura como se mira la orfebrería. Ytambién el público más severo, el que exige fuerza y lógica en una obra de arte,quedó convencido ante un oficio diestro, ante un equilibriomuy conseguido en elefecto y por calidades de factura poco usuales. Si bien lo que dominaba, lo queacababa por conquistar al gran público, era la gracia, un poco amanerada, de lapersonalidad.TodosloscríticoscoincidieronendeclararqueFerdinandSourdishabíaprogresado.Sólouno,perodespiadado,quesehacíadetestarporsumaneraserenadedecir la verdad, se atrevió a escribir que, si el pintor continuaba complicando yablandando su factura, no le daba más de cinco años para echar por tierra lospreciososdonesdesuoriginalidad.

EnlacalledeAssasseeramuyfeliz.Yanosetratabadelasorpresarepentinadelprimer éxito, sino de una consagración definitiva, de un lugar entre los maestrosvivos. Por lo demás, la fortuna llegaba, los encargos procedían de todas partes yalgunas pequeñas telas que el pintor tenía en casa fueron disputadas a golpe debilletes;eranecesarioponerseatrabajar.

Adèle conservó la cabeza enmedio de esta fortuna. Ella no era avara, pero sehabía criado en la escuela de la economía de provincias, que, como suele decirse,conocíaelpreciodeldinero.TambiénsemostróseverayseprometióqueFerdinandno faltaría nunca a los compromisos que aceptara. Ella inscribía los encargos,vigilaba las entregas, invertía el dinero. Y su acción se ejercía ante todo sobre sumarido,alquedirigíaagolpederegleta.

Lehabíareguladosuvidaentre lashorasde trabajodiarioy,cumplidoéste, lasdistracciones. Por otra parte, nunca se enfadaba, siempre era la misma mujersilenciosaydigna;peroélsehabíaportadotanmalylehabíaotorgadounaautoridadtalque,ahora,temblabaanteella.Ciertamente,ellaleprestóentonceselserviciomásgrande; porque, sin esta voluntad que lo sostenía, él se hubiera abandonado y nohabríaproducidolasobrasquediodurantevariosaños.Ellaeralomejordesufuerza,suguíaysusostén.Desdeluego,estetemorqueellaleinspirabanoleimpedíarecaeravecesensusantiguosdesórdenes;comoellanosatisfacíasusvicios,élseescapaba,seentregabaalosbajosexcesosyvolvíaenfermo,atontadodurantetresocuatrodías.Perocadavezquehacíaestoledabaunnuevaarmayellalemostrabaundespreciomás alto, humillándolo con sus frías miradas, y él se pasaba una semana sinabandonarsucaballete.Sufríademasiadocomomujer,cuandoéllatraicionaba,comoparadesearunadeestasescapadasdelasquevolvíaarrepintiéndoseytandócil.Sinembargo, cuando veía que la crisis se declaraba, cuando lo veía comido por losdeseos,conlosojosapagadosylosgestosfebriles,sentíaunaimpacienciafuriosaporque la calle se lo devolviera sumiso e inerte, como una pasta moldeable que ellatrabajabacomoquería,consusmanospequeñasdemujervoluntariosaysinbelleza.Se sabía poco atractiva, con su tez apagada, su piel endurecida y su constitucióngruesa;ysevengabasordamentedeestehermosohombrequevolvíaapertenecerlecuando las bellas muchachas lo dejaban aniquilado. Por lo demás, Ferdinand

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envejecía pronto; los reumatismos se apoderaban de él y, con cuarenta años, losexcesos de todo tipo lo habían convertido en un anciano. Forzosamente, la edadhabríadecalmarlo.

DesdeElLago,seacordóqueelmaridoylamujertrabajaríanjuntos.Esverdadqueellostodavíaseocultaban,pero,cerradaslaspuertas,secolocabananteelmismocuadro y hacían el trabajo entre los dos. Ferdinand, el talento masculino, era elinspirador,elconstructor;elegíalostemasylosplasmabaconuntrazoancho,fijandocada parte. Posteriormente, para la ejecución, cedía el lugar a Adèle, el talentofemenino, reservándosesiempre la facturadeciertos fragmentosmásvigorosos.Enlos primeros tiempos, conservó para él la mayor parte y mantuvo el honor de nohacerseayudarporsumujermásqueenlosdetalles,perosudebilidadseagravaba,cadadíaestabamenosdispuestoalatareaysefueabandonandohastadejaraAdèlequelohicierasuyo.Encadaobranuevaellaparticipabamás,porinercia,sinningunapremeditacióndesuplantarasíeltrabajodesumarido.Antetodo,loqueelladeseabaeraquealnombredeSourdis,queeraelsuyo,no lefaltara lagloria,endefinitiva,mantener la celebridad, la cual había sido su sueño de joven fea y enclaustrada.Después de esto, lo que quería era no faltar a la palabra dada a los compradores,entregar los cuadros en los días acordados y cumplir con el comercio honesto dequien sólo tiene su palabra. Por tanto, se veía obligada a terminar con prisas losencargos,cubriendoloshuecosdejadosporFerdinand,acabandolastelas,mientrasloveía rabiando de impotencia, con temblor en los dedos, incapaces de sostener unpincel. Por otra parte, ella nunca se atribuía el triunfo, aparentando ser la alumna,limitándoseaunapuralabordemaniobra,deejecucióndesusórdenes.Lorespetabatodavíacomoartista,realmenteloadmiraba,advertidaporsuinstintodequeélseguíasiendoelmacho,apesardesudecadencia.Sinél,ellanohabríapodidohacertelastangrandiosas.

Rennequin, de quien la pareja se ocultaba, como de otros pintores, asistía consorpresa creciente a la lenta sustitución del temperamento masculino por estetemperamentofemenino,sinpodercomprenderlo.Segúncreía,Ferdinandnoestabaprecisamente en un mal camino, puesto que producía y se sostenía; pero sedesarrollaba en un estilo de factura que no pareció tener al principio. Su primercuadro,ElPaseo, estaba lleno de una personalidad viva y espiritual que había idodesapareciendopocoapocoenlasobrassiguientesyqueahoraquedabasumergidaenmediodeunacoladadepastablandayfluida,muyagradablealojoytambiéncadavezmás banal. No obstante, era lamismamano, o almenos Rennequin lo habríajurado;hasta tal punto sehabíaAdèle apropiado, con sumaña,de la facturade sumarido.Ellateníaelgeniodedesmontareloficiodeotrosydemeterseenellos.Porlo demás, los cuadros de Ferdinand iban impregnándose de un aroma vago depuritanismo,deunacorrecciónburguesaquedesagradabaalviejomaestro.Él, quehabía saludado en su joven amigo a un talento libre, estaba irritado con su nueva

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rigidezyciertoairepudorosoyreprimidoqueafectabaahoraasupintura.Unatarde,enunareunióndeartistas,sedejóirgritando:

«EstediablodeSourdissehavueltounbeato…¿Hanvistosuúltimatela?¡Aestepobrediablonolequedasangreenlavenas!Lasmujereslohanvaciado.¡Eh!,sí,esla eterna historia, se deja comer el cerebro por alguna bestia de mujer… ¿Sabenustedes lo que me molesta? Que lo haga siempre bien. ¡Perfectamente! ¡Puedenustedes reírse!Me había imaginado que si él se echaba a perder terminaría en unfracasoabsoluto,yasaben,unfracasocolosaldehombrefulminado.Yenabsoluto;parece haber encontrado unamecánica que se ajusta cada día y que lo lleva a serhabitualmenteplano…Esdesastroso.Estáacabado,esincapazdehaceralgomalo».

EranfrecuenteslassalidasparadójicasdeRennequin,yerandivertidas.Peroélseentendía,y,comoqueríaaFerdinand,sentíaunatristezasincera.

Al día siguiente fue a la calle de Assas. Encontrando la llave en la puerta, yteniendopermisoparaentrarsin llamar,sequedóestupefacto.Ferdinandnoestaba.Frenteauncaballete,Adèleterminabaconímpetuuncuadrodelquelosperiódicosyaseocupaban.Estabatanabsortaquenoescuchólapuertaabrirse,ytampocosabíaquelacriadaacababadeolvidarsullaveenlacerradura.YRennequin,inmóvil,pudomirarladuranteunlargominuto.Ellaacometíalatareaconunaagilidaddemanoquedemostraba una gran práctica. Tenía la ejecución diestra, asimilada, esa mecánicabien regulada de la que precisamente él mismo estuvo hablando el día antes. Derepente comprendió, y su sobrecogimiento fue tal, sintió tanto su indiscreción, queintentósalirparallamaralapuerta.Pero,bruscamente,Adèlevolviólacabeza.

«¡Hombre!Esusted,gritó.Estáahí.¿Cómohaentrado?».Ella se sonrojó. Rennequin, molesto, respondió que acababa de llegar.

Inmediatamente tuvoconcienciadeque,sinohablabade loqueacababadever, lasituaciónseríatodavíamásembarazosa.

«¿Eh? La tarea apremia, dijo él con aire de simpatía. Echas una mano aFerdinand».

Ellahabíarecobradosupalidezdecera.Respondiótranquilamente:«Sí,estecuadrodebióhaberseentregadoellunes,ycomoFerdinandestáconsus

dolores…¡Bueno!Algunasveladurassinimportancia».Peroellanoseengañaba,nosepodíamentiraunhombrecomoRennequin.Ysin

embargosequedóquieta,consupaletaysuspincelesenlasmanos.Entonces,élledijo:

«Noquieromolestarte.Continúa».Ellalomirófijamenteunossegundos.Alfinsedecidió.Ahoraél losabíatodo,

¿paraquéfingirmás?Ycomoellahabíaprometidoformalmentetenerelcuadroporla tarde, volvió al trabajo, afrontando la obra con un ímpetu completamentemasculino. Él se había sentado y observaba su trabajo cuando Ferdinand entró.PrimerosesobresaltóalencontraraRennequindetrásdeAdèle,mirandocómohacíasucuadro.Peroélparecíamuydébil,incapazdeunsentimientofuerte.Sedejócaer

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junto al viejo maestro, suspirando como un hombre que sólo tiene necesidad dedormir.Despuésreinóunsilencio;nosentía lanecesidaddeexplicar lascosas.Eraasí,élnosufríaestasituación.AlcabodeunmomentosevolvióhaciaRennequin,mientrasAdèle, erguida sobre sus pies, llenaba generosamente su cielo de grandespinceladasdeluz;yledijo,converdaderoorgullo:

«Usted sabe, querido, que ella es más fuerte que yo… ¡Oh! ¡Un oficio! ¡Unafactura!».

CuandoRennequindescendiólaescalera,trastornado,fueradesí,hablómuyaltoenelsilencio.

«¡Otrofueradecombate!Ellaleimpedirádescenderdemasiadobajo,perojamásledejaráelevarsemuyalto.¡Estáacabado!».

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IV

Pasaronlosaños.LosSourdishabíancompradoenMercoeurunapequeñacasaconun jardínquedabaalpaseodelMail.Alprincipio, ellosveníanalgunosmesesdelverano,paraescapar,duranteloscaloresdejulioyagosto,delaasfixiadeParís.Eracomounretirosiempreapunto.Pero,pocoapoco,vivieronallícadavezmás;y,amedidaquesefueroninstalando,Parísibasiendomenosnecesario.Comolacasaeramuypequeña,construyeroneneljardínungrantaller,queprontoaumentócontodoun cuerpo de edificaciones. Ahora viajaban a París de vacaciones, en invierno,durante dos o tres meses como máximo. Vivían en Mercoeur y sólo tenían unapeaderoenunacasadelacalleClichy.

Este retiro en la provincia se había producido poco a poco, sin premeditación.Cuando losdemássesorprendían,Adèlehablabade lasaluddeFerdinand,queeramuymala,y,alescuchársele,parecíaqueellahubieracedidoalanecesidaddeponerasumaridoenunentornodepazydeairepuro.Aunquelaverdaderaqueellamismaobedecía a antiguos deseos, realizando así su último sueño.Cuando, siendo joven,mirabadurantehoraselpavimentohúmedodelaplazadelColegio,seimaginabaenParís, enunporvenirdegloria, conaplausos tumultuososa sualrededoryungrandestellodeluzsobresunombre;peroelsueñoconcluíasiempreenMercoeur,enunrincónmuertodelpequeñopueblo,enmediodelrespetoadmiradodeloshabitantes.Era allí donde había nacido y era allí donde había tenido la continua ambición detriunfar, hasta el punto de que el estupor de las buenas mujeres de Mercoeur,plantadas sobre las puertas, cuando pasaba del brazo de sumarido, la llenaba delsentimientodesucelebridadaúnmásquelosdelicadoshomenajesdelossalonesdeParís.Enelfondo,seguíasiendoburguesayprovinciana,preocupándoseporloquepensarasupequeñopuebloconmotivodecadanuevoéxito,yallívolvíaconpálpitosdecorazónypaladeandotodoloconquistadoporsupersonalidad,desdelaoscuridadinicial hasta el renombre en el que vivía. Hacía ya diez años que sumadre habíamuerto,ysimplementevolvíaparabuscarsujuventud,aquellavidaheladaenlaquehabíadormitado.

Ahora, el nombre de Ferdinand Sourdis no podía crecer más. El pintor, concincuenta años, había obtenido todas las recompensas y todos los honores, lasmedallas reglamentarias, las cruces y los títulos. Era comendador de la Legión deHonoryformabapartedelInstitutodesdehacíavariosaños.Sólosufortunacrecía,porque los periódicos habían agotado los elogios. Había fórmulas manidas queservían corrientementepara alabarlo: se le llamaba elmaestro fecundo, el seductorexquisito al que todas las almas pertenecían. Pero esto no parecía afectarle, él era

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indiferente, llevando su gloria como un viejo abrigo al que se está acostumbrado.CuandolosvecinosdeMercoeurloveíanpasar,yaencorvado,conunamiradavagaquenosefijabasobrenada,habíamuchodeasombroenelrespetoquese le tenía,porque ellos difícilmente podían imaginarse que este señor, tan sosegado y tandebilitado,pudohacertantoruidoenlacapital.

Por lo demás, todo el mundo sabía en ese momento que la señora Sourdisayudabaasumaridoensuspinturas.Pasabaporsertodaunamujer,apesardequefuerapequeñaymuygruesa.Enlacomarca,resultabainclusosorprendentequeunadamatancorpulentapudierapermaneceranteloscuadrostodalajornadasintenerlaspiernascansadasporlanoche.Cuestióndeacostumbrarse,decíanlosburgueses.EstacolaboracióndesumujernoarrojabaningunadesconsideraciónsobreFerdinand.Alcontrario.Adèle, con un tacto superior, había comprendido que no debía aniquilarabiertamenteasumarido;élconservabalafirma,eracomounreyconstitucionalquereinabasingobernar.Lasobrasde laseñoraSourdisnohabrían interesadoanadie,mientras que las obras de Ferdinand Sourdis conservaban toda su fuerza entre lacríticayelpúblico.Tambiénellamanifestabaentodomomentolamayoradmiraciónhaciasumarido,ylocuriosoeraqueestaadmiraciónseguíasiendosincera.Aunque,poco a poco, él sólo fue tocando un pincel de vez en cuando, lo consideraba elverdaderocreadordelasobrasqueellapintabacasienteramente.Enestasustitucióndesustemperamentos,eraellalaquesehabíaapropiadodelaobracomún,hastaelpunto de dominarla y expulsarlo a él; pero ella no se sentía menos dependientetodavíadel impulsoprimero,y lohabía reemplazado incorporándoselo, tomándolo,por decirlo así, en su sexo. El resultado era un monstruo. A todos los visitantes,cuandoellamostrabasusobras,lesdecía:«Ferdinandhahechoesto,Ferdinandvaahaceraquello»,auncuandoFerdinandnihabíadadoniibaadarunasolapincelada.Después,a lamenorcrítica,seenfadabaynoadmitíaquesediscutieseelgeniodeFerdinand. En esto mostraba su soberbia, con un ímpetu de convicciónextraordinario; nunca sus cóleras de mujer engañada, nunca sus repudios ni susdesprecioshabíandestruidoenellalaaltaconsideraciónquesehacíadelgranartistaque amaba en su marido, incluso cuando este artista había declinado y ella habíadebidosustituirloparaevitarlaruina.Eraunrecododeinocenciaencantadora,deunaceguera tierna y orgullosa a la vez, que ayudaba a Ferdinand a sobrellevar elsentimientosordodesu impotencia.Élnosufríasudecadenciaydecía igualmente:«Micuadro,miobra»,sinpensaren lopocoquetrabajabalas telasquefirmaba.Ytodoestoera tannaturalentreellos,élestaba tanpococelosodeestamujerque lehabía tomadohasta su personalidad, que no podía hablar dosminutos sin alabarla.RepetíasiempreloquehabíadichounanocheaRennequin:

«Lejuroqueellatienemástalentoqueyo…Eldibujosemedaendiabladamentemal,mientrasqueella,contodanaturalidad,osplantaunafiguradeunsolotrazo…¡Oh!¡Unadestrezaquenosepuedeimaginar!Decididamente,setieneonosetieneesoenlasvenas.Esundon».

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Sesonreíadiscretamente,viendoahílagalanteríadeunmaridoamoroso.Pero,sise daba la desgracia de que alguien expresara que estimaba mucho a la señoraSourdis,peroquenocreíaensutalentodeartista,élseenredabaengrandesteoríassobrelostemperamentosyelmecanismodelaproducción;discusionesquesiempreterminabagritando:

«¡Cuandoledigoqueesmásfuertequeyo…!¡Essorprendentequenadiequieracreerme!».

Elmatrimonio estabamuyunido.Al cabo del tiempo, la edad y sumala saludhabíancalmadomuchoaFerdinand.Yanopodíabeberysuestómagosufríaconelmenor abuso. Sólo las mujeres lo enredaban todavía en arrebatos de locura queduraban dos o tres días. Aunque, cuando el matrimonio se instaló de modopermanenteenMercoeur,lafaltadeocasionesleimpusounafidelidadcasiabsoluta.Adèlesólotuvoquetemerlosapresuradosencuentrosconlascriadasquelaservían.Estaba resignada a tomar únicamente a las muy feas, aunque esto no impedía aFerdinand estar con ellas si consentían. Eran en él ciertos días de pulsión física,perversiones,necesidadesqueteníaquesatisfacer,ariesgodedestruirlotodo.Aellalebastabaconcambiardedomésticacadavezquecreíaverunaintimidaddemasiadogrande con el señor. Entonces, Ferdinand permanecía avergonzado durante unasemana. Esto, hasta una edad avanzada, mantuvo encendida la llama de su amor.Adèlenodejódeadorarasumarido,conestecelocontenidoqueellanuncahabíadejadoqueestallaraanteél;yél, cuando laveíaenunodeesos silencios terribles,despuésdehaberdespedido auna sirvienta, tratabadeobtener superdón con todotipode tiernas sumisiones.Ella lo poseía entonces comoaunniño.Él estabamuydeteriorado,conlatezmustiayelrostromarcadoporprofundasarrugas,perohabíaconservado su barba de oro, que empalidecía sin encanecer y que le hacía pareceralgúndiosenvejecidoyaúndotadodeldoradoencantodesujuventud.

Llegóeldíaenquesintió,ensutallerdeMercoeur,elrechazoalapintura.Eracomo una repugnancia física; el olor de la esencia y la sensación grasa del pincelsobrelatelalecausabanunaexasperaciónnerviosa;susmanosseponíanatemblaryteníavértigos.Sindudaestoeraconsecuenciadesupropiaimpotencia,resultadodellargo trastornodesus facultadesdeartista,quehabía llegadoaunperiodoagudoyque debía concluir en esta imposibilidad material. Adèle se mostró muycomplaciente,reconfortándolo,jurándolequeeraunamaladisposiciónpasajera,delaquesecuraría,yloobligóadescansar.Comoyanotrabajabaabsolutamentenadaenlos cuadros, sevolviódesasosegadoy sombrío.Peroella encontróuna solución: élharíalascomposicionesalaminadeplomoyellalastrasladaríadespuésalastelas,donde trazaría las cuadrículas y las pintaría bajo sus órdenes. Desde entonces lascosasmarcharonasí,ynohuboniunasolapinceladaaplicadaporélenlasobrasquefirmaba.Adèlerealizabatodoeltrabajomaterialyélerasimplementeelinspirador;aportaba las ideas, los esbozos, a veces incompletos e incorrectos, que ella seveíaobligadaacorregirsindecírselo.Desdehacíamuchotiempoelmatrimoniotrabajaba

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para la exportación. Después del gran éxito obtenido en Francia, los encargosprocedían sobre todo deRusia yAmérica; y, como los aficionados de estos paíseslejanos no se mostraban exigentes, como bastaba expedir las cajas de cuadros ycobrar,sintenernuncaundisgusto,losSourdissefueronpocoapocodedicandodeltodo a esta producción fácil. Por otra parte, en Francia las ventas habían bajado.Cuando, cada vez más espaciadamente, Ferdinand enviaba un cuadro al Salón, lacríticaloacogíaconlosmismoselogios;erauntalentoreconocido,consagrado,porel que ya nadie se peleaba, y que había podido deslizarse poco a poco en unaproducciónabundanteymediocre,sinalterarloshábitosdelpúblicoydeloscríticos.El pintor permanecía el mismo para la mayoría, simplemente había envejecido ycedía su lugar a reputaciones más turbulentas. Los compradores terminaron porolvidarsedesupintura.Seleteníatodavíaporunodelosmaestroscontemporáneos,peronoselecomprabacasinada.Elextranjeroloadquiríatodo.

Sin embargo, una tela de Ferdinand Sourdis produjo ese año un efectoconsiderableenelSalón.Parecíaqueformaraparejaconsuprimercuadro,Elpaseo.Enunasalafría,conparedesblancas,losalumnosestudiaban,mirabanelvuelodelasmoscas y reíanmaliciosamentemientras el vigilante, inmerso en la lectura de unanovela,parecíahaberseolvidadodelmundoentero;eltítulodelaobraeraElestudio.Resultó encantadora, y los críticos, comparando las dos obras, pintadas con unadistanciadetreintaaños,hablarondelcaminorecorrido.DelafaltadeexperienciadeElpaseoydelacienciaperfectadeElestudio.Casitodosselasingeniaronparaverenesteúltimocuadrodelicadezasextraordinarias,unrefinamientodearteexquisito,unafacturaperfectaquenadiesuperaríajamás.Sinembargo,lagranmayoríadelosartistas protestaba, y Rennequin se mostraba entre los más violentos. Él era muyviejo,aunquejovenasussetentaycincoaños,ytodavíaseapasionabaporlaverdad.

«¡Dejadlo!, gritaba. Quiero a Ferdinand como a un hijo, ¡pero es demasiadolamentable preferir sus obras actuales a las de su juventud!Esto ni tiene llama, nisabor,nioriginalidaddeningúntipo.¡Oh!Esbonito,esfácil, ¡os loconcedo!Perohayqueserbeatoparaencontrarleelgustoaestafacturabanal,realzadaconyonoséqué salsa rebuscada en la que se mezclan todos los estilos e incluso todas laspodredumbresdelosestilos…NoesyamiFerdinandquienpintaestastramoyas…».

Sinembargo,sedetuvo.Sabíaloquehabía,ysepodíasentirensuamarguraunasordacóleraquesiemprehabíaprofesadocontralasmujeres,estosanimalesnocivos,comoéllasllamabaaveces.Secontentabaúnicamenteconrepetirenfadado:

«Yanoesél…Yanoesél…».Él había sido testigo del lento trabajo de apropiación de Adèle, con una

curiosidaddeobservadorydeanalista.Encadaobranueva,élpercibíalasmenoresmodificaciones,reconociendolaspartesdelmaridoylasdelamujer,constatandoqueaquéllasdisminuíanenbeneficiodeéstasenunaprogresiónregularyconstante.Elcasoleparecíataninteresantequeseolvidabadeenfadarse,paradisfrutarúnicamenteconestejuegodetemperamentos,comounhombrequecontemplaelespectáculode

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lavida.Habíanotado losmás ligerosmaticesde la sustitución,yenestemomentosentía con claridad que este drama fisiológico y sicológico llegaba a su final. Eldesenlace,estecuadrodeElestudio,estabaahíantesusojos.Segúncreía,AdèlesehabíacomidoaFerdinand.Sehabíaacabado.

Entonces,comotodoslosaños,tuvolaideadepasaralgunosdíasenMercoeurenelmesdejulio.Porotraparte,desdequesecelebróelSalón,estabaimpacienteporvolver aver almatrimonio.Erapara él laocasiónde constatar sobre loshechos sihabíacomprendidolasituacióncorrectamente.

Cuandosepresentóencasade losSourdis,unacalurosa tarde,el jardíndormíabajo sus sombras. La casa presentaba, hasta las vallas, una pulcritud y unaregularidadburguesas,enlasqueseanunciabanelordenylacalma.Ningúnruidodelpequeño pueblo llegaba a este rincón apartado y los rosales trepaban llenos de unzumbidodeabejas.Lasirvientadijoalvisitantequelaseñoraestabaeneltaller.

Cuando Rennequin abrió la puerta, vio a Adèle pintando de pie, en la mismaposición en la que la sorprendió la primera vez, muchos años antes. Ella no seocultaba ya. Tuvo una ligera exclamación de alegría y quiso soltar su paleta. PeroRennequinprotestó:

«Me voy si te molesto… ¡Qué diablo! Trátame como a un amigo. ¡Trabaja,trabaja!».

Ellasedejóviolentar,comomujerqueconoceelpreciodeltiempo.«¡Bien!¡Yaquemelopermite!Yasabe,notengoniunahoradereposo».A pesar de la edad avanzada, de la obesidad que la poseía cada vezmás, ella

mantenía la dureza de la tarea, con una extraordinaria seguridad en la mano.Rennequinlamirabadesdehacíauninstante,ylepreguntó:

«¿YFerdinand?¿Hasalido?—Quéva,estáahí»,respondióAdèle,señalandounrincóndeltallerconlapunta

desupincel.Enefecto,ahíestabaFerdinand,tumbadosobreundiván,dormitando.Lavozde

Rennequin lohabíadespertado,peroélno lo reconoció, con supensamiento lento,muydebilitado.

«¡Ah!Esusted,¡québuenasorpresa!»,dijoalfin.Ylediolamanoconlasitud,esforzándose en recomponer su aspecto. El día antes su mujer lo había todavíasorprendido con una jovencita que venía a lavar la vajilla; y él se mostraba muyhumilde, conel rostro turbado, agobiado,yno sabiendoquéhacerparaganarse sugracia.Rennequinloencontrómásvacío,másanuladodeloqueesperaba.Estavezelaniquilamiento era completo, y sintió una gran piedad hacia el pobre hombre.Queriendoversiélconservabaunpocodelallamadeantaño,lehablódelgranéxitodeElestudioenelúltimoSalón.

«¡Ah!,mibuenhombre,ustedtodavíaconmuevealasmasas…Sehabladeustedallícomoenlosprimerosdías».

Ferdinandlomirabaconunairelelo.Luegodijo,pordeciralgo:

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Page 38: Los rumores, compartidos en el círculo de amigos de Zola ...

«Sí,losé.Adèlemehaleídolosperiódicos.Micuadroestamuybien,¿no?¡Oh!¡Yotrabajo,yotrabajosiempremucho…Pero,osloaseguro,ellaesmásfuertequeyo,tieneunoficioasombroso!».

Yélguiñó,señalandoasumujerconunasonrisa triste.Ellasehabíaacercado,alzandoloshombrosconairedebuenamujer,mientrasdecía:

«¡Noloescuche!Yaconocesumanía…Siselecreyera,seríayoelgranpintor…Yoleayudo,ymuymal.Enfin,¡yaqueledivierte…!».

Rennequinsequedómudoanteestacomediaqueellosmismosinterpretabandebuena fe, sinduda.Percibíaclaramente laabsolutaaniquilacióndeFerdinandeneltaller.Éstenisiquieradibujabapequeñosesbozos,vencidohastaelpuntodenosentirlanecesidaddesalvaguardarsuorgulloconunamentira;lebastabaahoraconserelmarido.EraAdèlequiencomponía,quiendibujabaypintabasinpedirleunconsejo,metidaporotrapartetaníntegramenteensupieldeartistaqueellalocontinuaba,sinquenadapudieraindicarelmomentoenelquelarupturahabíasidocompleta.Ellaestabaahorasola,yenestaindividualidadfemeninanoquedabamásquelaantiguaimprontadeunaindividualidadmasculina.

Ferdinandbostezaba:«Sequedaacenar,¿verdad?,dijoél.¡Oh!Estoyextenuado…¿Comprendeusted,

Rennequin?Nohehechonadahoyyestoyextenuado.—Él no hace nada, pero trabaja de la mañana a la noche, dijo Adèle. Nunca

quiereescucharmeydescansardeunavez.—Es verdad, contestó él. El reposo me enferma y es necesario que yo esté

ocupado».Sehabíalevantadoyanduvocondificultadduranteuninstante,despuéssesentó

denuevoantelapequeñamesasobrelaqueenotrotiemposumujerhacíaacuarelas.Yexaminabaunahojadepapelenlaqueprecisamenteseveíanlosprimerostonosdeuna acuarela. Era una de esas obras de jubilado, un riachuelo que hacía girar lasruedas de un molino, una hilera de álamos y un viejo sauce. Rennequin, que seasomaba detrás de él, se puso a sonreír ante la torpeza pueril del dibujo y de sustonos,ungarabatocasicómico.

«Escurioso»,murmuró.Perosecalló,viendocómoAdèle lomiraba fijamente.Conunbrazo firme, sin

apoyamano, acababa de esbozar una figura completa, destacando de pronto unfragmento,conunempaquemagistral:

«¿No es bonito este molino?, dijo complaciente Ferdinand, todavía inclinadosobre lahojadepapel,comounniñobueno. ¡Oh!, sabeusted,yoestudio,yesoestodo».

YRennequinquedósobrecogido.AhoraeraFerdinandelquepintabaacuarelas.

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